Lima, exp y crec

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LIMA, expansión y crecimiento de la ciudad
Observatorio Urbano / desco
Desde los años siguientes a su fundación en 1535 la ciudad de Lima no había
conocido un periodo de crecimiento como el que ha vivido en la segunda mitad del
siglo XX. Entre 1940 y el año 2000, la población de la ciudad pasó de 645 mil
habitantes a 7 millones 536 mil, multiplicando su población más de once veces. En
el mismo periodo, el área que ocupaba la ciudad aumentó de 5 mil has a 78 mil has
(casi 16 veces).
El periodo de expansión que se inicia en los 40 y que continúa en la actualidad
suele dividirse en tres grandes etapas 1. Hasta antes de 1954, el crecimiento de
Lima se da en el cono de deyección del río Rimac. En esa área se distribuían los
terrenos entre urbanizaciones de clase media, para sectores acomodados y para los
sectores más pobres de la ciudad. Estos últimos constituyeron las denominadas
“barriadas”2 que se ubicaban en los terrenos marginales al tejido urbano,
especialmente en las laderas de los cerros que rodeaban la ciudad (San Cosme, El
Agustino) y en los márgenes del río Rimac entre Lima y el Callao.
El inicio de la segunda etapa de este crecimiento se puede considerar inagurada a
finales de 1954 cuando se dio la invasión de Ciudad de Dios, en lo que ahora es el
centro comercial del distrito de San Juan de Miraflores. Esta invasión tuvo la
particularidad de romper las fronteras del valle del río Rímac y hacer que las
nuevas barriadas se formen en terrenos lejanos al casco urbano, lo que suponía un
esfuerzo mayor para habilitar los terrenos, para lo que tuvieron una gran
importancia las organizaciones de pobladores, que lograron articular sus demandas
ante un estado con capacidad de atenderlas, aunque esto se debiera a
motivaciones clientelares. En ese periodo las barriadas eran pequeños poblados
emplazados en las afueras del casco urbano, formando, luego de un proceso de
conurbación formandose los “conos”. En esta etapa es que se da la gran expansión
territorial de la ciudad. Este proceso tuvo su punto cumbre con la fundación,
Tomamos la base para esta clasificación de: Riofrío, Gustavo. Se Busca Terreno Para Próxima Barriada.
Lima: desco, 1978. pag 10–21. También: Barreda, Jose y Daniel Ramirez Corzo. “Lima: una ciudad que
se xpande y se consolida”. En: Las ciudades en el perú. Lima: desco, 2004.
2
“Barriada” hace refencia al modo de urbanización en que, la ocupación del terreno – habitiualmente por
la invasión de los mismos- se da antes de su habilitación urbana. Los pobladores asumen la tarea de
construir la ciudad -obtener servicios básicos, habilitar vías de acceso, construir las viviendas, e incluso
muchas veces, hacer el diseño urbano y lotización del barrio-.
1
asistida y direccionada por el Gobierno Militar de Juan Velasco Alvarado, de Villa El
Salvador (hoy distrito con más de 320 mil habitantes). Estos “conos” se fueron
rellenando con nuevas barriadas y cooperativas de vivienda, constituyendo lo que
se ha dado en llamar la “ciudad popular”.
Al mismo tiempo, los sectores medios y acomodados de la ciudad se desplazaban
desde el centro de la misma hacia nuevas urbanizaciones ubicadas en el espacio
dejado entre la ciudad existente antes de este periodo de expansión y las nuevas
barriadas que se estaban formando, aprovechando así la infraestructura urbana
(vías de acceso, redes de agua y desagüe, redes de tendido electríco) que habían
sido conseguidos por los pobladores que estaban construyendo su ciudad en los
arenales que estaban siempre más allá. Este movimiento fuera del centro de la
ciudad por parte de los sectores que tradicionalmente lo ocuparon inició su proceso
de decadencia y tugurización.
El tercer momento de expansión de la ciudad, y en el que nos encontramos ahora,
se inicia en algún punto difuso de la década del 80. Los motivos que causaron este
cambios son de orden político y territorial. En lo político, la agudísma crisis
económica y la violencia política que empezaba deterioró rapidamente las redes
sociales que sustentaban el movimiento de pobladores y minó la capacidad del
estado de responder a sus demandas, lo que hacía que los grandes proyectos
populares para fundar nuevos barrios no sean más posibles. En lo territorial, los
terrenos que presentaban buenas caractarísticas para ser urbanizados al interior del
área de los conos se había practicamente agotado. En esta etapa los nuevos barrios
de la ciudad se forman en áreas marginales de la ciudad popular: laderas y cimas
de cerros, quebradas angostas entre las estribaciones andinas, o peor aún, en
terrenos ubicados al interior de la trama urbana existente que estaban reservados
para construir en ellos equipamiento urbano.
Este proceso de expansión en precariedad de las antiguas barriadas, viene
acompañado de un proceso de consolidación de la zonas más antiguas de los conos
de la ciudad. En 30 años las familias han logrado construir viviendas de dos o tres
pisos (aunque algunas premanecen en esteras), asfaltar las calles, construir
colegios, postas médicas, y mucho del equipamiento urbano que debería darles
calidad de vida. Sin embargo, antes que podamos decir que estas zonas hayan
logrado su consolidación, ya se observan en sus zonas centrales (habitualmente las
más antiguas) el deterioro de su infraestructura y la tugurización.
A lo largo de estas décadas, en que la ciudad se ha transformado por completo, el
papel del estado como planificador y regulador del crecimiento urbano ha sido
mínimo. El estado tuvo ante el explosivo crecimiento urbano una doble actitud -y
aún la tiene-. Hacia el sector popular tiene una política de hechos consumados,
limitándose, amparándose en diferentes discursos a legitimar e institucionalizar las
soluciones parciales e incluso defectuosas que estos sectores puedan dar a sus
propios problemas de vivienda, ya sea a través de la densificación precaria de las
viviendas y barrios ya existentes o la generación de nuevas barriadas o, en el mejor
de los casos, cooperativas de vivienda.
Por otra parte, hacia los emprendimientos privados, que son la forma como siempre
han resuelto los sectores acomodados su necesidad de vivienda y espacios para
desenvolverse, el estado ha tenido una actitud sumisa y practicamente ha dejado
en sus manos el crecimiento y expansión de la urbe. El estado ha protegido los
terrenos
que
el
capital
inmobiliario
ha
considerado
interesantes
para
sus
emprendmientos, ha invertido en la habilitación de estos antes que en la de otros
terrenos y ha cambiado muchas veces la zonificación urbana siguiendo el interés de
las grandes empresas inmobiliarias.
La ciudad que ha resultado de este proceso es una ciudad fragmentada territorial,
política y socialmente, en que los enclaves de clase alta y los extensos terrenos
populares parecieran darse la espalda entre ellos. Hay un uso de la ciudad en que,
a pesar de compartir algunos espacios urbanos, los diferentes sectores sociales
viven ciudades imaginadas diferentes e invisibles entre sí.
Igual falta de integración y re-conocimiento de la ciudad como colectivo hay incluso
entre los sectores populares, llegando al extremo en que los habitantes de una
zona de la ciudad (por ejemplo el cono sur) se sorprenden al ver la extensión de los
asentamientos humanos en el distrito vecino o incuso en otra zona del mismo
distrito.
A pesar de lo que podría hacer suponer esta realidad, la ciudad de Lima ha contado
con instrumentos de planificación de su desarrollo metropolitano. El más reciente, y
que teóricamente está vigente es el llamado PLAN MET elaborado por la
Municipalidad Metropolitana de Lima y que debería regir el desarrollo de la ciudad
de 1990 al 2010. En la realidad, el PLAN MET se ha convertido en un documento
referencial sin peso normativo y ni ordenador. Los lineamientos de este documento
han sido vulnerados, tanto por las acciones de los mismos pobladores de los barrios
populares que buscan resolver sus necesidades en el corto plazo sin tener en
cuenta la visión del desarrollo de la ciudad en el mediano y largo plazo, como por
los capitales inmoboliarios que presionan por cambios de zonificación o direccionan
las inversiones públicas.
Desde el año 2003, entró en vigencia la nueva Ley Orgánica de Municipalidades (ley
n.27972), la cual abre un panorama de oportunidad para el proceso de pensar Lima
Metropolitana y sus dinámicas urbanas de manera integrada y que esta visión se
plasme en una planificación del crecimiento y desarrollo de la ciudad. Esta ley
establece como una obligación de cada municipalidad distrital realizar el Plan
Concertado de Desarrollo y el Plan de Ordenamiento Territorial de su jurisdicción.
En la práctica, estos dos instrumentos de planificación, cuando existen, no están
conectados. El mecanismo de priorización y decisión de la inversión municipal, el
concordancia con estos dos instrumentos de planificación, debe ser el Presupuesto
Participativo Municipal. Sin embargo, esta nueva forma de gestionar la ciudad planificar, decidir las inversiones y monitorear el cumplimiento de lo decidido- de
manera participativa, aún enfrenta grandes retos. Uno de los más importantes es la
falta de información y análisis con que los actores que participan en ellos, el
municipio y las organizaciones sociales, afrontan el proceso. Si estas condiciones se
mantienen, la nueva formula de gestión de la ciudad, aunque más democrática, no
permitirá superar la fragmentación y la cortedad de miras que no nos ha permitido,
hasta ahora, construir un horizonte que guíe nuestra acción para la construcción y
consolidación de la ciudad.
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