El psicólogo y la economía sanitaria

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EL PSICÓLOGO Y LA ECONOMÍA SANITARIA
Joaquín Pastor Sirera.
Psicólogo Clínico. Sección de Terapia de Conducta del Col.legi Oficial de Psicólegs- PV.
Cuando se considera el crecimiento rápido y en gran parte incontrolado del gasto sanitario, resulta
ineludible dirigir la atención tanto de los profesionales de la salud como de los responsables
políticos a la necesidad de realizar una evaluación económica de las diversas estrategias
terapéuticas y preventivas que se están utilizando.
Se ha demostrado que los trastornos emocionales tienen un enorme impacto económico directo
sobre el sistema sanitario, y producen gran cantidad de costes indirectos sobre el conjunto de la
sociedad. En el contexto actual de una mayor demanda de una atención sanitaria de calidad y de
mayor presión por contener el gasto sanitario, resulta necesario identificar formas más eficaces de
utilizar los recursos y orientar las medidas restrictivas de acuerdo con evaluaciones de sus costes y
sus beneficios.
En una sociedad cada vez más medicalizada, puede parecer políticamente incorrecto expresar la
idea de que la salud de las personas no depende fundamentalmente de la tecnología médica y del
aparato sanitario (aunque sean absolutamente esenciales y necesarios, un derecho ciudadano
fundamental), sino del comportamiento de las personas y de sus estilos de vida (el ciudadano
también ha de participar responsablemente en el mantenimiento de su salud). Sin embargo, los
hechos son obstinados y lo han puesto de manifiesto repetidas veces.
En 1993, el New York Journal of Medicine señaló en un editorial que el 90% de las muertes
evitables están causadas por 6 factores principales: tabaquismo, consumo excesivo de alcohol,
control deficiente de la hipertensión, sobrealimentación, sedentarismo y llevar desabrochado el
cinturón de seguridad. Como podemos ver, una mínima atención a estos factores nos muestra que
no se trata de causas orgánicas, plagas o virus, sino de comportamientos humanos, de
conductas que conducen directa o indirectamente al sufrimiento, enfermedad y/o a la muerte.
Por obvio que pueda parecer, el comportamiento humano es el objeto primario de estudio del
psicólogo, que como profesional de la conducta humana, ha desarrollado de forma científica y
contrastada programas y técnicas (comprobadamente eficaces) para la prevención y modificación
terapéutica de todos estos comportamientos de riesgo, así como para el tratamiento de los distintos
problemas emocionales (ansiedad, depresión,etc.), que también afectan notablemente a la salud
física. En España, toda esta poderosa tecnología de ayuda está siendo subutilizada, relegada a un
plano marginal por el gigantesco poder político de los lobbies biomédicos y de la industria
farmacéutica. Su escasa implantación, obstaculizada por temores corporativos de la psiquiatría
biológica, se ha realizado sólo a un nivel simbólico, a diferencia de los importantes dispositivos de
ayuda psicológica que existen en otros países como Inglaterra, EEUU o incluso Cuba.
Entre las causas de esta excesiva medicalización podemos apuntar a que la mayoría de las
personas (y de los profesionales de la salud) nos hemos educado con una visión muy restringida
del concepto de salud. Tendemos a verla como como un fenómeno exclusivamente biólogicocorporal, desconectado de nuestros comportamientos, pensamientos y emociones, de modo que
nos centramos en la salud física, descuidando un área fundamental de la experiencia humana.
Actualmente, estamos asistiendo a un incremento sorprendente de la investigación científica en
este campo. Existe un cuerpo de evidencia científica muy sólida que nos está indicando que el
tratamiento psicológico no es sólo muy eficaz en salud mental (posiblemente el aspecto más
conocido de la psicología clínica) sino que puede mejorar sensiblemente la salud física, previniendo
comportamientos de riesgo, mejorando el cumplimiento de las prescripciones médicas, y
reduciendo la sobreutilización de servicios médicos especializados y costosos,
pruebas
diagnósticas, servicios de urgencias, hospitalizaciones , etc., contribuyendo poderosamente a
reducir el gasto sanitario.
Consideremos el tema de los psicofármacos. En 1995, los españoles nos gastamos 20.000
millones de pesetas sólo en ansiolíticos (tranquilizantes) y antidepresivos. Por poner solo un
ejemplo, recientemente, expertos en depresión y economía sanitaria de la Universidad de Nevada 1
han demostrado que la fluoxetina (el archipromocionado, célebre y sobrevalorado Prozac) resulta
un 33% más caro que el tratamiento psicológico de la depresión que ha demostrado ser eficaz (la
terapia cognitivo-conductual), que reduce todavía más el gasto al minimizar el riesgo de recaída,
algo que sucede frecuentemente al dejar de tomarse esta medicación.
En un clima político de preocupación por reducir la factura de la sanidad, parece lógico suponer que
la administración tratará de considerar todas las alternativas que proporcionen una asistencia de
calidad al menor coste posible. De hecho, el anterior Conseller de Sanitat, Joaquín Farnós, se
refirió al tema del excesivo gasto en psicofármacos y a la conveniencia de ampliar los recursos de
tratamiento psicológico, en su comparecencia en el debate de los presupuestos de la Generalitat
Valenciana para 1996, comprometiéndose a estudiar el tema, sin que se haya dado un solo paso en
ese sentido.
Por otra parte, es necesario informar a la opinión pública, a la administración sanitaria y a los
profesionales de la salud de la función esencial de la asistencia psicológica en atención primaria
como un factor prioritario en los cuidados básicos de la salud de la población. Al menos el 50% de
las consultas en atención primaria son problemas psicológicos o psicosomáticos que no son
detectados ni tratados adecuadamente, realizándose en muchos casos una serie de pruebas
diagnósticas innecesarias y costosas (radiografías, scanners, analíticas, TAC’s, etc.) a la búsqueda
de una enfermedad inexistente, o bien remitiendo al especialista. Este tipo de problemas son
denominados de ordinario como “morbilidad psiquiátrica oculta”, un eufemismo que trata
precisamente de ocultar padecimientos –no necesariamente enfermedades- que no son tratados ni
atendidos. Pero se trata de problemas emocionales bien conocidos y estudiados que un psicólogo
clínico bien entrenado, puede detectar y tratar, y que, en la mayoría de los casos, no requieren
necesariamente medicación.
La asistencia psicológica no ha de estar limitada al estrecho margen de la asistencia
especializada, asimilándola a la cardiología o la dermatología. El ciudadano ha de tener derecho a
recibir asesoramiento psicológico sin necesidad de ser derivado al especialista y de tener que pasar
por la ineficiente y costosa ruta: médico general - especialistas diversos - psiquiatra - psicólogo.
Existe ya un abultado cuerpo de investigación que apunta al tratamiento psicológico como un
reductor significativo a nivel primario de la demanda de asistencia especializada e ingreso
hospitalario.
Una consideración atenta de estas cuestiones, ayudaría mucho en el camino de avanzar hacia
un modelo de salud integral en que habría espacio para un sistema sanitario más humano, más
eficiente desde el punto de vista tanto económico como asistencial en que podría llegar a dotarse
de sentido a la definición de “Salud” que propone la Organización Mundial de la Salud: “Estado de
bienestar físico, mental y social, no sólo ausencia de enfermedad”.
Rechazado por el diario Levante-EMV, tras publicar varios artículos del autor, en junio de
1998.
1
Antonuccio, D.,Thomas,M., Danton,W. (1997): A cost-effectiveness analysis of cognitive-behavior therapy
and fluoxetine (Prozac) in the treatment of depression. Behavior Therapy, Vol. 28: 187-210.
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