Profesores de universidad Me gustaría, con toda modestia, presentar una reflexión sobre lo que entiendo que es ser profesor en la universidad. Pretendo simplemente recapitular interesantes conversaciones con mis colegas y enumerar las actividades que me parecen fundamentales en esta profesión. La selección de estas actividades la he hecho desde el rostro concreto de algunos de mis profesores y compañeros a cuyos hombros de gigante me subí, como decía Newton, para ver un poco más lejos. Debatir sobre este tema tiene en el momento actual un interés particular por dos razones: en primer lugar por los síntomas de crisis que el sistema educativo en su conjunto y el sistema universitario en particular parecen mostrar; en segundo lugar por la lectura sesgada que puede hacerse del nuevo contexto universitario denominado Espacio Europeo de Educación Superior y que puede producir una devaluación en el desempeño de la tarea de profesor. No me extenderé sobre ellas pero entiendo que es oportuno mencionarlas. La primera actividad, la que sustenta el resto de tareas de un profesor universitario, es estudiar: un compromiso con el conocimiento. He preferido el verbo estudiar al de investigar porque el primero nos sitúa en un marco más general, de gusto por el saber, mientras el segundo se concentra en problemas más concretos. Estudiar quiere decir leer, reflexionar, sintetizar, observar cuidadosamente, experimentar, crear. Estudiar es querer saber, degustar el conocimiento. El profesor universitario es ante todo, siempre desde mi punto de vista, un estudioso. Y el fruto fundamental del estudio es la publicación: comunicar a la comunidad correspondiente, mediante los medios de que dicha comunidad se ha dotado, los resultados de este estudio. En el campo científico que es el que yo conozco puedo ser un poco más preciso y decir que escribir artículos de investigación donde se presentan nuevos resultados o técnicas es el corolario natural de la actividad de estudiar. Por eso aplaudo las medidas que tienden a premiar a los que más y mejor publican. Pero con cuidado. Una excesiva presión por publicar puede desorientar. No sólo por los fraudes científicos como el ocurrido en la Universidad de Seúl con las células madre de embriones humanos clonados (y otros), que no son, me parece –quizá sea algo ingenuo–, muy frecuentes, sino por los errores que se cometen fruto de la precipitación y por la inmadurez que presentan muchos de los artículos publicados. Unos meses más de trabajo conducirían a investigaciones mucho más correctas, profundas y completas, pero quizás a la pérdida de un puesto de trabajo o de un complemento salarial. Y en el caso de la ciencia española este riesgo de desorientación es mayor por la ausencia, en muchas disciplinas, de tradición y por una mentalidad que podemos decir de nuevos ricos. Con un respeto profundo a la investigación que desarrolla cada cual, que además es por naturaleza libre, debemos decir que la precipitación es incompatible con el buen hacer. Dicho esto, desde la afirmación de que el profesor universitario es ante todo un estudioso, no se puede admitir la claudicación en esta tarea. Un profesor no puede no estudiar y por tanto debe publicar. Es responsabilidad del colectivo mantener a sus miembros activos. La segunda actividad es enseñar: un compromiso con la educación. El conocimiento que se obtiene del estudio y la investigación se comunica mediante la publicación y el diálogo directo. Sin conocimiento profundo no hay comunicación posible (en este contexto), por eso estudiar es, para mí, previo a enseñar. La actividad docente tiene la siguiente doble vertiente: impartir clase a los estudiantes de unos estudios concretos y dirigir y sustentar la investigación de grupos donde hay personas necesitadas de formación. Desde el exterior a la profesión parece que la única actividad que desarrolla el profesor universitario es dar clase. Desde el interior, sin embargo, a menudo se menosprecia esta tarea pues, tantas veces, supone un menoscabo en tiempo y energía a la investigación. Conviene recordar que una porción muy importante de la relevancia social de la tarea universitaria es la preparación de estudiantes. Forma parte del compromiso adquirido con la sociedad a cuyo servicio –y no al de los estudiantes de un curso en particular– está la universidad. Un profesor debe ser cuidadoso en la preparación de sus clases, en su impartición y generoso en la tarea de formar a otros (sobre todo a los más jóvenes) para la investigación. Es competencia del profesorado la selección adecuada de contenidos para unos estudios concretos, mirando atentamente las demandas de la sociedad y del mundo empresarial. Esto no quiere decir que la universidad deba enseñar lo que señale una entidad particular. La formación de los trabajadores de una empresa debe correr, según yo entiendo, a cargo de dicha empresa. Sobre la base, eso sí, del trabajo realizado en la universidad: personas con la cabeza bien amueblada, abiertas, creativas y trabajadoras. La tercera actividad es más difícil de etiquetar y de una naturaleza diferente a las dos anteriores, menos central. Con prudencia diremos el compromiso con la institución. La institución universitaria se gestiona con bastante autonomía. Los protagonistas de dicha gestión son sus profesionales, entre otros (y podríamos decir que preferentemente) los profesores. En la articulación de dicha gestión se han ido creando diferentes instrumentos que la desarrollan. Una pieza clave en dicha articulación son los departamentos: el primer lugar de decisión y discusión en la universidad. En cualquier institución y en el curso de cualquier negociación son también importantes los momentos, digamos, no orgánicos: los pasillos, los pactos a priori, los teléfonos… Pero yo quiero sumarme al que fuera Presidente del Congreso Marín cuando afirma que Las Cortes, y en el caso que nos ocupa la universidad, son, de alguna manera, modelos en los que se mira la sociedad. La claridad, la rectitud, la primacía de los intereses científicos y académicos son (debieran ser) actitudes fundamentales. Y en este sentido no puedo entender los comportamientos intrigantes, las luchas de poder y la ambición. Sobre todo cuando se sitúan fuera de los foros adecuados de discusión. Ser profesor de universidad tiene una dimensión ética insoslayable que, en la línea argumental de los dos primeros párrafos, antepone el desarrollo y la comunicación del conocimiento a las ambiciones personales y de grupo, por lícitas que pudieran ser. Sin ingenuidades pero con seriedad, con normas claras y transparencia máxima. Las instituciones, formadas por personas, son, por naturaleza, imperfectas pero eso no debe constituir una excusa para no intentar su mejora. La cuarta y última actividad que quiero presentar es el compromiso con la cultura. En estos tiempos de gran especialización puede ocurrir que muchos profesores universitarios sean grandísimos expertos mundiales en pequeñas parcelas de saber. Esto es, a mi entender, condición necesaria pero no suficiente para ser profesor, sobre todo cuando hablamos de los Catedráticos de Universidad, profesores con un plus de prestigio (y salarial). La universidad es, preferentemente, un lugar de cultura (no de botellón y festejillos) y el primer referente para esto es el profesor. Los idiomas, la lectura, la música, las artes, las matemáticas, la producción de pensamiento crítico… No puede un profesor honesto vanagloriarse de ser un analfabeto (por ejemplo en matemáticas) o no tener unos hábitos de lectura profundos. No estoy diciendo que cada profesor deba saber de todo, sino que destile un gusto por la cultura, por la comprensión de la actualidad, por el saber, y lo contagie. La educación es el gran patrimonio de una sociedad. Es responsabilidad de los profesores de una disciplina su difusión y desarrollo, no ya en el contexto universitario, sino también fuera de él. En resumen: el profesor universitario es una persona que estudia y disfruta estudiando; que se entusiasma con el saber, contribuye al mismo y lo comunica; que se implica (con rectitud) en la institución para hacerla más fiel a su labor; que gusta de la cultura. Todo con modestia pero con la mayor profundidad que pueda alcanzar. Roberto Muñoz Profesor de Matemáticas Escuela Superior de Ciencias Experimentales y Tecnología Universidad Rey Juan Carlos C/ Tulipán 28933- Móstoles. Madrid Tfno: 91 664 74 80 Correo electrónico: [email protected]