Formación docente y riesgo social: La pobreza en el/del discurso pedagógico Silvia Serra y Evangelina Canciano Universidad Nacional de Rosario Para ser sospechoso ya no es necesario manifestar síntomas de peligrosidad o anomalía, basta con presentar algunas particularidades que los especialistas, responsables de la definición de una política preventiva, han instituido en factores de riesgo. Robert Castel Introducción No es novedoso afirmar que la pobreza creciente que ha experimentado nuestro país en los últimos años afecta directamente el escenario educativo. Las escuelas, instituciones que vienen siendo vistas como espacios de contención social, albergan actualmente en su seno desde comedores hasta debates acerca de cómo tejer los límites de lo escolar. Pero estos debates no se instalan sólo en el ámbito de las escuelas, sino que recorren todo el campo de la pedagogía, produciendo sus efectos. ¿Desde qué cultura debe enseñar un maestro a sectores empobrecidos? ¿Existe una cultura de la pobreza? ¿Qué papel debe jugar el maestro frente a ella? ¿Se necesita una estrategia pedagógica especial? ¿Cómo se concibe al otro-pobre en el campo de la educación? ¿Cómo se posicionan las teorías sobre la diversidad y/o diferencia frente al problema de la pobreza? ¿Constituyen las diferencias de clase diferencias a ser respetadas? En el presente trabajo nos detendremos a analizar la propuesta de dos instituciones de educación terciaria, que ofrecen títulos y postítulos especializados en cuestiones de riesgo social. Nos proponemos indagar acerca de las perspectivas y discursos que se sostienen en relación al “otro pobre”. Consideramos que abrir un espacio para interrogar el discurso de la pedagogía acerca de qué se dice y qué se calla, qué miradas se tienen sobre la pobreza del otro “pobre”, resulta de fundamental importancia para comenzar a desnaturalizar aquellos discursos que contribuyen al establecimiento de circuitos diferenciados al interior de la educación básica y que planteándose “democratizadores” producen una estigmatización del otro pobre que sólo viene a profundizar aún más la situación de desigualdad social en la que se encuentra. Nuestra hipótesis de trabajo es que ante la desigualdad socioeducativa de los niños de sectores socialmente desfavorecidos desde la pedagogía se sostienen y justifican políticas de “discriminación positiva”, centradas en el propósito de ofrecer una atención especializada a la población escolar considerada “deficitaria”, “desfavorecida”, “necesitada”, “carenciada”, en “desventaja”. Este gesto, lejos de colaborar a que dichos sectores se ubiquen en mejores condiciones frente al acto educativo, atenta contra la posibilidad misma de que la educación se produzca. La pobreza en el/del discurso pedagógico 1 Si bien los discursos que circulan tanto en el sistema educativo como en las políticas públicas y educativas son partidarios de pensar a la educación como una respuesta política que debe redoblarse frente a la pobreza -lo cual constituye claramente un elemento propio del discurso pedagógico moderno-; por otro lado, y ante el estudio de la presente problemática, encontramos que lo que interrumpe esta lógica moderna es precisamente la idea de que la educación común no es suficiente, más aún es inadecuada para los sectores carenciados, quienes necesitan de una pedagogía especial, una pedagogía que atienda la diversidad. Convirtiendo a la pobreza en un rasgo que diferencia al alumno, se sostiene que para enseñar en contextos de pobreza los docentes deben poseer una formación específica que les otorgue conocimientos acerca de lo que la pobreza es. Es decir, que les brinde conocimientos acerca de cuáles son las características de los niños que viven en estos contextos, cómo enseñar y qué enseñar en estos sectores de la sociedad, qué cuestiones se deben tener en cuenta para que el aprendizaje sea significativo para estos niños adjetivados como pobres. Así la adecuación de la intervención pedagógica a la pobreza que porta el sujeto que aprende es una de las formas que asume el trabajo pedagógico con el otro pobre. Según esta perspectiva, la formación brindada a los docentes hasta las últimas décadas no resulta eficaz para más del 50% (1) de la matrícula, razón en la que se basa el diseño de políticas de formación docente específicas para una población escolar que lejos de ser marginal va siendo cada vez más dominante en el espacio de las escuelas. En este marco se inscriben las propuestas de formación docente a analizar: el "Profesorado de formación docente nivel EGB1 y 2 con Orientación en niños en riesgo social" (formación docente clásica con "posgrado especializado") y el "Postítulo de Capacitación en niños en riesgo social", que constituyen propuestas de instituciones privadas -la primera confesional católica, la segunda, laica- con reconocimiento oficial. El Postítulo "Niños en Riesgo Social" lleva por subtítulo "Capacitación y perfeccionamiento docente para el seguimiento y la asistencia del alumno con déficit social", y su dictado está organizado en núcleos y problemáticas que llevan por nombre: Núcleo del Desarrollo del Niño Núcleo Didáctico del conocer y aprender Núcleo del Tiempo Libre Problemática Cultural y de la familia Problemática de los pequeños grupos Problemática Institucional El "Profesorado de Formación Docente con Orientación en Niños con Riesgo Social", por su parte, ofrece las siguientes asignaturas: Neurobiología Psicopatología de la Conducta Antisocial Antropología Psicopedagogía Diferenciada 2 Sociopatología Problemática de la Disfunción Familiar Aprendizaje por el juego Seminario Derecho del Menor y la Familia Taller de Educación para el Amor Catequesis del Niño en Riesgo Social Como se puede apreciar a simple vista, las dos propuestas se ubican en diferentes líneas de abordaje, estando la última atravesada por la cosmovisión religiosa. Sin embargo, no hemos de ocuparnos de lo que en ellos se enseña y desde qué perspectiva, sino del hecho mismo de su emergencia: el hecho mismo de que se hayan formulado, se hayan reconocido por el Ministerio, y se encuentren actualmente funcionando como ofertas en la formación docente. Desde esta perspectiva, las diferencias ideológicas que puedan existir entre las dos propuestas no diluyen nuestro análisis sino, muy por el contrario, enfatizan el problema que nos ocupa: la emergencia en el discurso pedagógico de estrategias formalizadas que proponen especializarse para educar a los pobres. El problema de la de-nominación El acto de nombrar no es inocente ni neutral, por el contrario, produce sus efectos: hay un carácter performativo del lenguaje. Las proposiciones o definiciones que se realizan no sólo desde las propuestas de formación docente, sino también desde otros lugares del campo de la pedagogía en torno a la pobreza, terminan operando como performativas. Por lo general, al definir las características identitarias de algún grupo cultural o social pensamos que estamos simplemente describiendo una situación existente, un “hecho” del mundo social. No obstante, aquello que decimos forma parte de una red más amplia de prácticas y actos lingüísticos que, en su conjunto, contribuyen en la definición o refuerzo de la identidad que supuestamente sólo estamos describiendo (da Silva, 2000). De este modo, al instalar la caracterización de un sector de la población como "en riesgo social" no se hace más que construir un nuevo patrón bajo el cual a aquellos antes pensados como educandos ahora se les adjudica otras características. De algún modo, la institución y legitimación de esta formación docente específica no hace más que continuar y darle estatuto "científico" a las más usuales apreciaciones que circulan acerca de la pobreza. Proposiciones como “son incapaces...”, “y... qué podes esperar con la familia que tienen”, “los pobres no aprenden porque son como son, pobres” operan como performativas, es decir, además de enunciar/describir cómo son los niños de sectores carenciados, instituyen una forma de ser. Lo que queremos poner de manifiesto es que estas propuestas de formación no se limitan a describir o a abordar de otro modo la relación de la escuela con la pobreza, sino que participan en la construcción de esa relación, participan en la definición de lo que es ser pobre, de lo que la pobreza causa en el acto de aprender (basta comparar las asignaturas que allí se enseñan con las que figuran en cualquier curricula de formación docente). En suma, participan en la 3 producción de los efectos que, según su perspectiva, la pobreza genera en el aprendizaje de los niños de sectores carenciados. Estas propuestas de formación docente instauran en un espacio de saber/poder la relación entre contexto/posibilidad de aprendizaje como algo natural, dado e inmodificable, ya que no interrumpen ni cuestionan la repetición de aquellas expresiones de sentido común, más aún, se constituyen y justifican a partir de ellas. Es precisamente en la interrupción de las mismas donde consideramos, reside la posibilidad de la instauración de identidades que no representen simplemente la reproducción de las relaciones de poder existentes, esto es, donde reside la posibilidad de mirar al “otro pobre” de un modo distinto y de darle un lugar diferente al que comúnmente se le asigna. ¿De qué hablamos cuando hablamos de "riesgo social"? El concepto de "riesgo social", que nombra a las dos propuestas analizadas, no es privativo del campo de la educación. Constituye un "nuevo" modo de nombrar a un colectivo de sujetos, y se hace presente en el campo de las políticas sociales. ¿En qué consiste esta "novedad"? R. Castel plantea: "Un riesgo no es el resultado de un peligro concreto del que es portador un individuo o incluso un grupo determinado, sino que es un efecto de la correlación de datos abstractos o factores que hacen más o menos probable la materialización de los comportamientos indeseables" (1986: 229) Para Castel las estrategias de intervención social vienen sufriendo cambios en cuanto a que se ha instalado en los últimos años la noción de riesgo, acompañada de una nueva modalidad de trabajo. La novedad consiste en el abandono de las intervenciones de modalidad directa, que se ocupaban del sujeto o individuo concreto, y su reemplazo por la construcción de un flujo de población a partir de la articulación de factores abstractos factibles de producir un riesgo (Castel, 1986: 119-120). En las propuestas pedagógicas tomadas en cuenta, estos factores se construyen a partir de la vulnerabilidad de un grupo social por sus condiciones socioeconómicas de vida: en una de las propuestas se las enuncia como "niño con déficit social", y en la otra se hace especial hincapié en la familia: "la 'situación de riesgo' está presente en el niño toda vez que la familia no brinda las condiciones requeridas para su normal inserción social. El 'riesgo' surge de toda exposición a violencias, abandonos y negligencias de distintos tipos." Determinados los factores que ponen en riesgo al sujeto, y reconocidos dentro de un colectivo, sólo queda que los docentes se formen en asignaturas específicas que, de antemano a las situaciones conflictivas observables, previenen operando sobre esos factores. Veamos entonces cuáles son las consecuencias de este cambio para el campo pedagógico. 1. Inversión de la función de la escuela (del educar al asistir) ¿Pero de qué hay que prevenir al niño que vive en condiciones de pobreza? De la clásica función de la escuela como distribuidora de saberes y conocimientos se ha pasado a otorgarle la de ámbito de contención social. El foco se fija así en la permanencia de los niños y jóvenes 4 en la escuela, en la recuperación de los que se van y el apoyo frente a situaciones límite. Y nuevas preguntas se imponen: ¿se trata de educar? ¿de contener? ¿de asistir? ¿de prevenir? ¿todo eso junto? ¿En qué medida y proporción? Estas preguntas vuelven a interrogarnos acerca de cuáles son los bordes o fronteras de la escuela. Por otra parte, la “pobreza” del otro en cuanto carencia, déficit o falta fue el sustento mismo de la educación, su razón de ser. La educación moderna es resultado de la idea de perfectibilidad (2): se enseña porque se considera que el otro es perfectible, que podrá a través de la educación ser diferente de lo que es. Si la escuela actualmente se enfrenta a una pobreza "extra", plus, que va más allá de la carencia desde la que se parte en la educación, debemos tener cierto cuidado en cuanto a que su atención corre de eje la posibilidades de que la educación ocurra hacia otras tareas como prevenir, atender, asistir, proteger, etc.; acciones éstas que, como sabemos, no pueden ser sinónimos de educar. 2. Inversión del concepto de alumno La figura del alumno tampoco es la misma, no es aquel a quien se debe enseñar, sino a quien hay que tutelar, asistir, proteger, prevenir. ¿Cuáles son las consecuencias de esta metamorfosis? Históricamente, se ha considerado alumno a aquel “niño o joven que en moratoria social transita por una institución proveedora de los saberes que lo harán alcanzar la autonomía que exige la conformación de un sujeto socialmente integrado” (Duschatzky y Birgin, 2001: 134). El “otro” podía llegar a ser un sujeto socialmente integrado no sólo por su pasaje por la escuela sino porque se depositaba en él la creencia de que en ese tránsito denominado escolarización el niño- alumno podía aprender, se le suponía la capacidad de hacerlo. Así como el maestro ha dejado de ser aquel que tiene algo para enseñar, el alumno ya no es quien puede aprender, sino un sujeto en riesgo al que hay que asistir y proteger. Es más, las condiciones en las que se lo ubica pareciera que afectan sus posibilidades de aprender, al punto que sus docentes deben estudiar Neurobiología, o Psicopedagogía Diferenciada. Dentro de estas perspectivas que venimos analizando, la noción de “otro” se desdibuja y desaparece para ser absorbida y resignificada por el adjetivo “pobre”, el cual viene a determinar la identidad del sujeto. El otro pobre se presenta entonces como una identidad homogénea, unificada, estable, sin contradicciones, una identidad que viene siendo lo que es desde su nacimiento y que tiene poco margen para modificarse. 3. Inversión de la histórica relación entre educación y pobreza. Indagar la relación entre escuela y pobreza nos remite a la instauración misma de los sistemas educativos. Es un vínculo que se constituye recién entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, cuando los términos educación y escuela se entrecruzan hasta llegar a identificarse. En otras palabras, esta relación nace con el surgimiento de la escuela en la modernidad, la cual tradicionalmente fue concebida para la transformación de las sociedades. 5 Son los debates en torno a la función de la escuela, desarrollados entre las corrientes que sostenían que la escuela contribuiría a la integración social y las que consideraban que la misma sólo era uno de los aparatos fundamentales en la reproducción del orden social desigual, los que nos permiten visualizar que el problema de la pobreza ha estado en el centro de las preocupaciones pedagógicas desde el nacimiento de los sistemas educativos modernos. Así pues, la escuela puede ser definida como un modo institucionalizado de educar en tanto se le atribuye la capacidad de formar a los sujetos diluyendo los rastros de orígenes y pertenencias sociales y culturales. Este modo de nombrar a la institución escolar muestra claramente que la integración social y la instauración de la igualdad fue la promesa que la escuela nos trajo desde su nacimiento. Así la educación se nos va a presentar hasta nuestros días como uno de los elementos claves para erradicar la extrema pobreza y amortiguar la pobreza que se vive en las sociedades. En nuestro país, la educación de los niños pobres adquirió un lugar en la conformación del sistema de instrucción pública que alcanzó un nivel significativo de expansión entre 1914 y 1930 (Duschatzky, 2000: 130). Más aún, la constitución de este sistema estuvo signada por la idea de reunir en un mismo espacio a niños pobres y ricos con el objetivo de eliminar las diferencias sociales y constituir una nación unificada. Desde fines del siglo XIX, como bien señala Adriana Puiggrós, existen circuitos de escolarización en el sistema, es decir, rutas invisibles que recorrían mayoritariamente los miembros de uno u otro sector social, pero la promesa de movilidad social y el efecto de la educación sobre el ascenso social constituyeron una realidad para muchas generaciones de argentinos provenientes de sectores obreros. Teniendo en cuenta esta relación, abordar a los sectores más vulnerables desde una propuesta pedagógica especializada y adecuada a las características del niño pobre no hace más que convalidar la ruptura de la impronta común del sistema educativo público quedando el campo de la educación polarizado en circuitos progresivamente desconectados. De manera tal que en la actualidad asistimos a un proceso de fragmentación y estratificación del sistema educativo que genera rutas diferenciadas que llevan ineludiblemente a destinos distintos según las posibilidades materiales y simbólicas que la población escolar tenga de acceder a los bienes culturales. Podemos señalar aquí cierta inversión presente en las propuestas pedagógicas analizadas, en cuanto que la pobreza deja de ser punto de partida, para ser, además, punto de llegada. Si la educación se encontraba con sujetos que vivían en condiciones de pobreza, esa condición no se anteponía a la posibilidad de poder educarse sino que la educación tenía por objetivo diluirla como diferencia, superarla, completarla. Hasta cierto punto, la pobreza era vista como propia del escenario social, en cuanto a que marcaba el territorio donde los sujetos estaban inscriptos, nos hablaba de sus raíces, de sus filiaciones y de sus herencias (Castel, 1986). La educación apuntaba a trabajar sobre ellas. El escenario que las políticas preventivas abre invierte la estrategia en cuanto delimita un grupo de población específica y lo conduce a ocupar un lugar específico en el escenario social, en cuanto a que lo trata de modo 6 diferenciado no por sus rasgos actuales, sino por lo que puede devenir, en función de sus factores de riesgo. Si estos factores afectan la educación de un grupo social, el resultado después de esa educación no será el mismo que el de otros grupos. Las semejanzas con la ingeniería social presente en la ciencia ficción son cada vez más preocupantes. Aunque en estas propuestas no se trata de recluir en instituciones “especiales” a los niños de sectores pobres, al interior del mismo sistema educativo tampoco se los considera como a los demás niños ya que se les atribuye un status especial. Sus docentes deben ser formados de modo tal que sean capaces de darles una educación a su “medida”, una educación según lo que se considera son sus “capacidades”. Podríamos decir que a través de esta modalidad de inclusión que ha sido definida como “inclusión excluyente”(Castel, 2001) se pretende dar a cada uno el lugar que se “merece” según sus propias posibilidades. De modo que las propuestas de formación docente en cuestión forman parte, a la vez que son el resultado, de un nuevo sistema de ordenar y controlar la alteridad, en este caso al otro pobre. 4. La pobreza como obstáculo En el discurso que sostienen las propuestas aquí analizadas encontramos una fuerte correspondencia entre el aprendizaje de los niños y su condición social. Si el niño no aprende y vive en condiciones socioeconómicas desfavorables esta es la causa de su fracaso. Se sostiene que las oportunidades educativas de los niños, ya sea de acceder a diversos niveles educativos como a las posibilidades de aprender en cada uno de ellos, son influidas por la posición social que sus padres ocupan en la estructura social. De manera tal que el hecho de nacer y vivir en condiciones de pobreza ubica directamente al niño en una situación de “déficit” social y cultural. Desde esta perspectiva el otro pobre es un ser deficitario, carente, no sólo de bienes materiales sino también simbólicos. Uno de los problemas que encontramos en esta postura es el modo lineal, causal y determinado a través del cual se piensa al “otro pobre” en tanto se sostiene que la privación de un conjunto de elementos conlleva ineludiblemente la privación de todo tipo de productividad simbólica, o lo que es lo mismo, la dificultad/imposibilidad de aprender y pensar. Así pues, en la educación de los niños de sectores pobres opera una certeza que viene a instalarse como punto de partida: se tiene la convicción de que los niños presentan un “déficit cultural” dada la pobreza del medio ambiente en el que viven. La diferencia cultural aquí es pensada en términos de falta, defecto, imposibilidad, de modo que podríamos decir que, según esta perspectiva, el hecho de ser pobre no constituye solamente uno de los rasgos identitarios del sujeto sino que pasa a definir toda su identidad. Esto es, el otro, el alumno, no es y no puede llegar a ser otra cosa, más que pobre. Por lo tanto, las perspectivas pedagógicas basadas en este supuesto colocan en el centro de sus preocupaciones la idea de que ante la educación de los niños de sectores carenciados de lo que se trata es de echar mano de algunas estrategias especiales que vengan a operar sobre 7 esa falta, carencia o defecto a fin de reducir la distancia que media entre el que tiene déficit y los alumnos que se ubican del otro lado de la línea, en el lugar de la normalidad. Ahora bien, ¿quiénes son los que tienen superavit? ¿Por qué habría que pensar que toda situación de pobreza ubica al otro en el lugar del déficit, o sea, de la falta, la ausencia, la carencia, la imposibilidad? Creemos que cuestionar e interrumpir esta idea es otro de los caminos a tomar para comenzar a pensar la educación en contextos de pobreza. Cuando la pobreza se convierte en desconfianza No obstante, el problema más grave en torno a la educación de la infancia pobre puede ser situado en otro lugar: en lo que Leandro de Lajonquiere ha denominado “trampa escolar”. Este autor plantea: “...aunque la escuela sea ofertada, el cotidiano está invadido por una desconfianza reaccionaria en la posibilidad del pueblo de beneficiarse de una educación escolar”. (de Lajonquière, 1999: 189). Esta hipótesis está presente en las posturas antes analizadas y encierra una gran riqueza para pensar la relación educación - pobreza, ya que nos permite mirarla desde una perspectiva diferente. Nos permite problematizar aquella idea - hoy común- que afirma que ante la pobreza, el discurso pedagógico debe multiplicar su oferta, es decir, ante esa falta que la pobreza supone generada por el vínculo entre las condiciones socioculturales y la historia personal y familiar de lo que se trata es de que la (psico)pedagogía sea quien redoble la apuesta (3). Por el contrario, aquí se nos advierte que aún cuando la oferta educativa sea mayor, se abran institutos de formación docente orientados en la problemática de la pobreza y los docentes obtengan una formación especializada, se conozca al niño, se trabaje con la teoría de la atención a la diversidad, no se resuelve nada. El problema reside en otra parte. Nada más ni nada menos que en la desconfianza hacia el aprendizaje de los niños pobres. Otro modo de interpelar en este sentido sería: ¿puede ser reducida la problemática de la infancia pobre y su escolarización a un problema de falta de educación? La desconfianza en las posibilidades de la infancia de sectores empobrecidos de usufructuar de la educación escolar, se monta sobre otro supuesto que la potencia - en cuanto a los efectos que produce- y le sirve de andamiaje. Nos referimos a aquella idea –sumamente difundidaque sentencia que sólo cuando hay un umbral mínimo de necesidades básicas satisfechas, existe el derecho a lo pedagógico, el derecho al conocimiento y por ende la posibilidad/capacidad de aprender lo enseñado en el espacio escolar. Por debajo de ese umbral, la urgencia que genera la necesidad invade el acto de educar dejando al otro imposibilitado para aprender. La confianza trata siempre de una hipótesis sobre la conducta futura del otro (Cornu, citado en Antelo y Abramowski, 2000). Se podría decir que en el campo pedagógico predomina la ausencia de esta hipótesis o, mejor aún, la creencia acerca de la imposibilidad de que algo diferente al otro le pueda suceder o, lo que es lo mismo, de que la educación pueda abrir un 8 espacio para que el que viene pueda habitarlo sin ser reducido a la lógica de la normalización, de los discursos de la diversidad, en suma, sin ser reducido a lo esperado. Como lo que hay es una desconfianza, una no creencia en que el otro puede aprender, ya que en la base del vínculo pedagógico lo que hay es la sospecha de que su posición social lo condena, lo determina en su capacidad simbólica; entonces no queda más espacio para continuar pensando al otro como alumno. Tal vez por esto resulte tan fácil pasar de una noción a otra. De la noción de “alumno” o “sujeto de la educación” al concepto de “niño en riesgo social”. Por otra parte, junto a esta desconfianza encontramos aquella postura que afirma que “no se puede enseñar si no se conoce a los chicos”. Esta máxima que se ha instalado de un modo hegemónico en nuestro sistema educativo es la que al mismo tiempo que crea un nuevo tipo de educación especial – la educación para pobres- basada en argumentos del tipo de una pedagogía de la diversidad, viene a impedir que la educación acontezca. Como nos recuerda Antelo, la confianza suele presentarse como un problema de conocimiento, esto es, “porque lo conozco confío en él”. No obstante, la confianza es tal en la medida en que está basada en un desconocimiento del otro. Es esto precisamente lo que ocurre en la educación del otro pobre: porque se cree saber y conocer al otro y acerca de su pobreza no se confía en sus posibilidades para aprender. Este conocimiento del otro pasa a constituir entonces un obstáculo para que algo del orden de la educación suceda. Este breve rodeo, nos permite pensar que los discursos sobre el “otro pobre”, lejos de constituirse en torno a políticas de reconocimiento de la diferencia, se fundamentan en las débiles retóricas de la diversidad que circulan cada vez más por escuelas, seminarios, profesorados, libros pedagógicos y que bien pueden legitimar la producción de sujetos desigualmente posicionados en la esfera pública y, sobre todo, cristalizar un imaginario social polarizado (Duschatzky, 2000: 125). La atención a la diversidad como principio igualitario que permite que el aprender sea posible en los diversos contextos sociales tal como está planteado encierra la peligrosa trampa de contribuir a la conformación y legitimación de itinerarios diferenciadores en el sistema de educación formal. Los pobres con los pobres, los ricos con los ricos y nada entre ellos. La lógica que rige aquí es la de una relación directamente proporcional: a alumnos pobres, escuelas y docentes para pobres. La pregunta que se impone aquí es si esta ecuación introduce alguna diferencia en la vida de los niños. Conclusión: restituirle al otro-que-se-educa el enigma Por último, nos interesa plantear que ante los discursos pedagógicos centrados en la problemática de la pobreza de lo que se trata es de recuperar la noción de la niñez como enigma (4), aceptar que el no saber acerca de la persona del alumno no es despejable, que se trata de un desconocimiento ontológico, que la alteridad del otro es irreductible y que allí reside precisamente el poder del acto de educar. 9 Si ya sabemos todo acerca del otro, si sabemos (suponemos saber) de antemano quién es y qué necesita, si anticipamos sus posibilidades, si nada se espera del otro, si los efectos ya están prácticamente determinados de antemano ¿qué espacio queda para que el otro pueda ser otra cosa de lo que es? Como solemos decir, la tarea de educar es del orden de una apuesta, de una apuesta a que el otro pueda ser diferente en algún aspecto. Notas: 1) Según datos oficiales revelados por el Indec, el 70,3% de los niños del país es pobre, mientras que apenas el 29,7% todavía se alimenta de manera satisfactoria. En el Gran Rosario existe un 41% de menores de 14 años en situación de indigencia, mientras que el total de chicos pobres suman un 73,5%. Los problemas de indigencia infantil en Rosario superan a los del conurbano bonaerense (39,4%) pero están por debajo de los de Córdoba (42%). (Diario La Capital, 22/08/02) 2) Perfectibilidad es el término que Rousseau utiliza para nombrar una de las cualidades que, según él, distingue al hombre del animal. 3) El concepto utilizado por de Lajonquière es el de (psico) didáctica, refiriéndose a los desarrollos al interior de los discursos y las prácticas educativas que insisten en ocuparse de los niños que no aprenden. 4) La idea del enigma del otro está desarrollada en el trabajo de Jorge Larrosa (1997): “El enigma de la infancia”. Bibliografía: Antelo, Estanislao y Ana L. Abramowski (2000): El renegar de la escuela. Homo Sapiens Ediciones. Rosario. Bonafe, Martinez Jaume (2000) “Arqueología del concepto 'compromiso social' en el discurso pedagógico y de formación docente”. Conferencia Magistral presentada en el Simposio sobre la formación de los profesionales de la educación. Universidad de Valencia. 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Argentina. Lajonquiere de, Leandro (2000): Infancia e ilusión (Psico)- Pedagógica. Escritos de psicoanálisis y educación. Nueva Visión. Argentina. Larrosa, Jorge y Perez de Lara, Nuria (comp.) (1997): Imágenes del otro. Fuentes y Frentes. Barcelona. Puiggrós Adriana (1999): Qué pasó con la educación Argentina. Desde la Conquista hasta el Menemismo. Kapelusz. Buenos Aires. Skliar, Carlos (2002): ¿Y si el otro no estuviera ahí? Notas para una pedagogía (improbable) de la diferencia. Miño y Dávila. Buenos Aires. Tadeu da Silva, Tomaz (1998): "La poética y la política del curriculum como representación" en Cuaderno de Pedagogía Rosario. Año II, N° 4. Tadeu da Silva, Tomaz (comp.) (2000): Identidade e diferenca. A perspectiva dos Estudos Culturais. Editora Vozes. Brasil. 11
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