Capitulo 9 - Reflexiones de JJ Torres

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LA CAIDA DEL GOBIERNO DE TORRES
La coyuntura política que hizo posible el gobierno revolucionario de octubre, así como
el posterior derrocamiento del general Torres y la suplantación del modelo “nacionalrevolucionario” por el “nuevo régimen”, sólo es explicable en el contexto de la crisis
política del “nacionalismo” y sus contradicciones internas. En efecto, producido el
golpe de Estado que puso fin al gobierno de Paz Estenssoro en noviembre de 1964,
ocurre la alternabilidad gubernamental a cargo de los generales co-presidentes
Barrientos y Ovando. Gobierno de la “Restauración Nacional” que concluye con Siles
Salinas, al retomarse las banderas del nacionalismo” por “Mandato de las Fuerzas
Armadas” durante la administración de Ovando, y la profundización del modelo con el
general Juan José Torres.
La crisis del “nacionalismo”, derivada de las nuevas relaciones de dependencia centroperiféricas, en el ámbito externo, así como de la agudización de las contradicciones
internas debido a la incapacidad del modelo para solucionar los graves problemas
económicos y políticos de la formación social nacional, presenta dos aspectos
fundamentales de análisis: a) El rol militar en defensa del sistema capitalista a través
del Estado; y b) La contradicción social interna y las opciones políticas subyacentes:
socialismo-capitalismo, propias de la lucha social de la época contemporánea.
Explicando la primera situación, durante las crisis políticas las Fuerzas Armadas
intervienen en la administración del aparato del Estado, bajo el argumento de garantizar
el orden y la paz de los ciudadanos. En los hechos, a través del poder del Estado, las
Fuerzas Armadas se convierten en “clase mantenedora” del sistema, ejerciendo para ello
una acción autoritaria y comprometida con las relaciones de dominación mundial.
Siendo las Fuerzas Armadas una “categoría social funcional”, cuyo rol corresponde a la
defensa del Estado nacional (como fuerza instrumental del poder del Estado), es fácil
explicar su papel institucional de subordinación y acatamiento durante los períodos de
consolidación de los modelos políticos, y la alteración de esa norma de conducta
durante las crisis políticas.
En cuanto a la contradicción interna existente y la opción dual que aflora en la lucha
social, el hecho corresponde a la realidad concreta nacional. Pues, en el devenir de la
crisis “nacionalista” y la alternabilidad gubernamental, se advierte nítidamente la
elección de uno u otro proyecto social. De esta manera, el “nacionalismo” como
modelo económico, político e ideológico, propugnador de un crecimiento “hacia
adentro” es contrapuesto al esquema “restaurador” primero y al “nuevo régimen”
después, que no obstante la solución de continuidad de ambos, son afines en su política
de puertas abiertas al capital extranjero, de dependencia tecnológica y financiera y de
sustitución del capital nacional.
Clarificados los aspectos fundamentales de la crisis del modelo “nacionalista”, en orden
a la “fuerza social militar” actuante a nivel político,
como de las opciones
contrapuestas derivadas de la lucha social, en el presente capítulo corresponde analizar
las causas del derrocamiento de Torres, bajo las pautas referenciales anotadas. De esta
manera, manteniendo la forma expositiva de la obra, los hechos y circunstancias
políticos, serán más comprensibles a la problemática social.
La presencia en el cono sur continental de los gobiernos progresistas de Chile, Perú y
Bolivia, encabezados por Salvador Allende y los generales Velasco y Torres, creó en
los círculos de poder norteamericanos honda preocupación por tratarse de su área de
influencia política, férreamente controlada a través de los organismos interamericanos
como la OEA, el Comité Interamericano de Defensa, la Agencia Central de
Inteligencia, los Consejos Asesores destacados a los gobiernos, el control financiero
ejercido por los entes de crédito internacional como el BID, USAID y otros mecanismos
de control.
Para conjurara el peligro socialista en el continente, luego de la experiencia de Cuba,
se ejecutan planes concretos y de acción inmediata, adecuados a la situación real de
cada país. En el caso de Chile, como es de dominio público, actúan las empresas
transnacionales como la ITT, interviniendo económicamente en el proceso electoral, y
finalmente el Ejército. En Perú y Bolivia, mayormente, mediante la acción políticomilitar y el despliegue publicitario de las agencias informativas transnacionales. En los
tres países, sin embargo, el imperialismo consigue los mismos resultados.
La estrategia política norteamericana, en el caso de Bolivia, comprendía varios planes
tácticos internos y externos, en cuyo desarrollo debían empeñarse todas las fuerzas
sociales a fines al sistema, y sean económicas, políticas y militares. Planes múltiples y
combinados que,
según las aseveraciones posteriores a la caída de Torres,
comprendían invasiones extranjeras y desmembraciones territoriales.
Cumpliendo el papel de agente de las transnacionales asentadas en el Brasil, y en el
plan operativo externo, el general brasileño Hugo Bethlem, antiguo funcionario
diplomático en La Paz y expulsado de Bolivia por sus actividades políticas internas, en
mayo de 1971, propuso que las naciones más grandes de Sudamérica intervinieran
sobre naciones más grandes de Sudamérica intervinieran sobre Bolivia, “a manera de
ejercer un Protectorado o tutela” a fin de librarla de la situación anárquica en que se
encontraba. La declaración de Bethlem, lanzada en ocasión de un banquete al general
argentino Osiris Villegas, causó indignación pública y dio lugar a pensar en la política
de “polonización” del país a ejecutarse por estas potencias, como un medio directo de
presionar o intimidar al gobierno revolucionario.
La declaración de Bethlem, publicada en “Visao” del Brasil, no podía ser más
reveladora: “La Revolución boliviana dio un nuevo viraje hacia la izquierda con la
instalación de la Asamblea Popular, el 1° de mayo de 1971, en La Paz. El régimen de
dualidad de poderes fue legalizado y, paradójicamente, estimulado por el gobierno. De
acuerdo con el general Torres, las Fuerzas Armadas constituyen uno de los pilares de
la revolución, pero los obreros son su vanguardia más esclarecida... Esa declaración
del presidente de Bolivia hecha en la Academia Militar de Cochabamba, era algo que se
esperaba después del discurso pronunciado por el Canciller Taborga en la OEA. Una
pieza oratoria cargada de ideología y mucho más radical que el discurso del presidente
de Chile... Propongo una especie de Protectorado a naciones como Bolivia, por un
determinado tiempo, una especie de tutela de sus hermanos mayores para que la
integración de los países se haga aquí, con las naciones del mismo continente”.
El canciller Taborga, en representación del gobierno revolucionario, respondió
enérgicamente las declaraciones de Bethlem, consideradas atentatorias a la integridad y
soberanía del Estado nacional. En forma directa, acusó al general brasileño de ser un
agente de provocación del imperialismo, que reaccionaba de esa forma al darse cuenta
de que el proceso revolucionario de Bolivia era irreversible.
Claudio García de Souza, Embajador del Brasil en La Paz, pro su parte, y a manera de
aplacar la protesta popular, calificó las declaraciones de Bethlem como una verdadera
estupidez. Pero si bien el Embajador García de Souza restaba importancia a las
declaraciones, Bethlem, haciendo uso de las agencias informativas internacionales, en
junio de 1971, volvía a reiterar su denuncia de socialización en Bolivia, mediante la
instalación del Primer Soviet Continental. El propósito de Bethlem era claro: crear
opinión favorable entre los gobiernos latinoamericanos, sobre una posible intervención
extranjera a Bolivia. El plan de “polonización” contaría con la anuencia de Alejandro
A. Lanusse, Presidente argentino, y Emilio Garrastazú Médici, del Brasil, activos
defensores de las fronteras ideológicas en el campo de acción militar.
Los preparativos para el derrocamiento del gobierno de Torres, poco a poco se van
concretando en el exterior bajo la inspiración de los enlaces norteamericanos. El
intercambio de sendas cartas entre los jefes políticos del Movimiento Nacionalista
Revolucionario y Falange Socialista Boliviana, de Buenos Aires a Lima y viceversa,
venía a ser la culminación de un largo proceso conspirativo. Como aglutinador de estas
fuerzas políticas, históricamente antagónicas por corresponder a fases diferentes del
desarrollo social, actuó un “Comité de Defensa de la Democracia”, encargado de
seleccionar, de entre los militares más cercanos al Pentágono, al sucesor de Torres
González.
Desde luego, el “Comité de Defensas de la Democracia”, como órgano central
encargado de la ejecución del plan conspirativo, contaba con cuadros partidarios y
grupos imitares en servicio activo. En general, los oficiales desplazados del ejército en
enero de 1971, así como las células partidarias del MNR y FSB, tenían a su cargo el
activismo militante propio de las circunstancias. A estas células políticas se sumaban,
naturalmente, las más importantes figuras del sector empresarial, dirigidas por
Adalberto Violand (1).
Ante los persistentes rumores de un inminente golpe de Estado, en el que estarían
implicados algunos oficiales de la misión norteamericana, el Alto Mando Militar es
convocado a la casa de gobierno por el presidente Torres los comandantes de las tres
fuerzas, sin embargo, negaron la más mínima participación subversiva de las unidades,
reiterando en la persona del general Torres adhesión al gobierno revolucionario. Al
decir de los comandantes, las Fuerzas Armadas, acordes con el momento histórico que
vivía el país, se encontraban realizando obras de servicios en el campo, caminos de
penetración en el oriente, aeropuertos y otras de interés nacional.
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(1) Según informaciones posteriores al golpe, las células políticas conspirativas estaban
constituidas de la siguiente manera: Arturo Videla, Augusto Mendizábal Moya, Juvenal
Sejas Ugarte, Ambrosio García, de FSB; Guillermo Bedregal, Ciro Humbolt Barrero,
Raúl Lema Peláez, del MRN (histórico); Adalberto Violand, Héctor Ormachea,
Carlos González, de la Confederación de Empresarios Privados; Humberto Cayoja,
Hugo Muñoz y los oficiales dados de baja por el gobierno de Torres, a raíz del frustrado
golpe de enero. Robert J. Lundín, oficial norteamericano en misión exterior por el
gobierno de Richard M. Nixon, coordinaba la acción militar.
Entretanto, dos conflictos sociales perturbaban la tranquilidad interna. Primero, la
huelga de los transportistas urbanos de La Paz exigiendo un alza de las tarifas, que dio
lugar a la declaratoria del horario continuo de trabajo y a dictación prematura de la
vacación escolar invernal. Segundo, la huelga de los trabajadores bancarios exigiendo
el cumplimiento de las Resoluciones Supremas que les beneficiaban económica y
socialmente, demandadas de inconstitucionalidad por la Asociación de la Banca Privad.
En ambos casos concretos, como es de suponer, existía el propósito deliberado de crear
las condiciones de malestar social indispensables para la justificación de un golpe de
Estado.
También, y en una alianza de fuerzas sociales antagónicas, los Comités cívicos, las
Centrales Obreras y las Universidades de las ciudades de Tarija y Potosí, realizaron
paros de protesta contra el gobierno, solicitando la ejecución inmediata de algunas
obras urbanas.
Por uno de los conjurados, el gobierno de Torres fue advertido a principios de agosto
de 1971 de que el plan conspirativo
culminaría en septiembre con el
desencadenamiento de un golpe de Estado a cargo de algunos coroneles del ejército.
También, en los cuarteles, el golpe fue delatado por algunos miembros de la logia
“Patria, Honor y Libertad”, al propalar un documento político entre los oficiales de las
guarniciones fronterizas. El desenlace de los acontecimientos, a raíz de la captura de
los conspiradores, se encargó de confirmar todas las denuncias.
En efecto, el apresamiento del coronel Hugo Banzer Suárez y de algunos personajes
vinculados a la empresa privada, dio motivo para el inicio del levantamiento armado
contra el gobierno de Torres. En Santa Cruz, ante el traslado del coronel Banzer a la
sede del gobierno, los familiares de los detenidos y el personal superior de los ingenios
azucareros privados, congregados en la Plaza “24 de Septiembre”, solicitaban la
libertad de los empresarios y dirigentes políticos detenidos. En última instancia, ante la
negativa de las autoridades políticas del departamento, exigían la permanencia de éstos
en la ciudad.
Bajo estas circunstancias, y al mando de grupos armados, las células políticas de FSB
y el MNR, dirigidas por Carlos Valverde y Ribera Sánchez, apoderándose de algunas
radioemisoras locales y tocando arrebatadamente las campanas de la Catedral,
convocan al pueblo y proclaman la “revolución libertadora”. Los conjurados enarbolan
las banderas del cruceñismo, del cristianismo y del progreso de Santa Cruz. Así,
haciéndose eco de un pedido del Comité Cívico al gobierno central sobre el incremento
de los porcentajes de participación al departamento, en la producción petrolera, los
conjurados ofrecen el incremento de las regalías del 11 al 20 por ciento, como una
medida a dictarse en cuanto ellos asuman las funciones de gobierno.
En el centro de la ciudad, el tiroteo duró alrededor de tres horas. Los universitarios y
los trabajadores fabriles, identificados con el proceso revolucionario, defendían por
separado la casa superior de estudios y la sede sindical. Pero, ante el fuego combinado
de los “camisas blancas” y “milicianos”, que portaban armas automáticas, tuvieron que
rendirse. A partir de entonces, estos locales, la universidad y la sede de los fabriles, se
convirtieron en centros de represión, tortura y muerte.
El Regimiento “12 de Infantería”, Rangers, con asiento en la localidad de Montero,
después de las ocho de la noche del mismo día 19, hizo su ingreso a la ciudad y ocupó
el local de la Prefectura. Esta unidad militar, entrenada para la lucha contrainsurgencia
por los norteamericanos durante el régimen “restaurador”, y que actuó contra las
guerrilleras de Ñancahuazú, al levantarse en armas y proclamar su rebelión, convertía
la protesta de los grupos armados de Santa Cruz en una declarada subversión militar
contra el gobierno de Torres.
El Comandante del Regimiento, coronel Andrés Selich Chop, una semana antes se
había hecho presente en el Palacio de Gobierno a ratificar su confianza al general
Torres, al tiempo que en el Ministerio del Interior había solicitado alguna ayuda
económica. Ahora, luego de haber condicionado su participación en el golpe (2),
declaraba que venía comandando su regimiento por cuenta propia, “con el propósito de
luchar contra la dictadura comunista instaurada en el país”.
No obstante el tiroteo del día anterior, el 20 ocurrió lo más trágico. En los balcones de
la Casa Prefectural, donde se encontraban los miembros del “Frente Popular
Nacionalista”, dirigentes de FSB y el MNR, estalló un explosivo de fabricación casera
que hirió a varias personas. Ante el inusitado atentado se produce el desbande de las
fuerzas políticas, pero no sin antes disparar sus armas de fuego unos contra otros, pues
espontáneamente renace la vieja rivalidad política entre los militantes del Frente, que
acababa de crearse. Enfrentamiento desordenado que dio un saldo de cinco muertos,
cuyos nombres registró la prensa local el día 21.
En un “Mensaje al Pueblo Cruceño”, dirigido mediante la red de radioemisoras
controladas por el “Frente Popular Nacionalista”, el coronel Selich repudió el atentado
de la tarde contra los personeros de Falange Socialista y el MNR, afirmando que “los
autores del mismo fueron drásticamente castigados, ultimándose a ocho de ellos” (3) ...
Al censurar la “actividad antipatriótica de los comunistas criollos, señaló que ha
evidencia de la infiltración extranjera, pues entre sus dirigentes figuraban un chileno y
posiblemente un checo”.
Al producirse la explosión y mientras reinaba el desconcierto en la Plaza “24 de
Septiembre”, el coronel Selich ordenó el fusilamiento de las personas capturadas el día
anterior y que se encontraban en la Universidad, a pocos metros del lugar. A
consecuencia de esta orden, murieron 24 personas, entre ellas el profesor Oscar Paz,
salvándose milagrosamente ocho universitarios (4). Desde el lugar de la masacre, los
muertos fueron llevados a la morgue en un camión del ejército y los heridos a las salas
comunes del Hospital “San Juan de Dios”. En este lugar y en sus propias camas de
enfermos, esa misma noche, fueron asesinadas cinco personas: Vicente Quevedo,
Carlos Salvatierra, Antonio Aguilera y dos obreros no identificados.
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(2) Los industriales Gasser, de ascendencia alemana, declararon en enero de 1972 al
programa “Monitor” de la TV Germana, que “no fue fácil, ni costó poco, convencer a
los oficiales con mando de tropas para que se sumen al golpe”. Igual afirmación
hicieron, en Santa Cruz,
los personeros de la Asociación de Algodoneros,
financiadores directos de la subversión.
De otra parte, los presos que se encontraban en las aulas contiguas de la masacre,
conducidos por la noche el cementerio de “La Cuchilla”, en la zona de “El Pary”,
también fueron ejecutados. Finalmente, y para incluir solamente los hechos de la
ciudad, ocho campesinos detenidos en la VIII División de Ejército, que fueron
llevados por civiles armados a la orilla del río Piraí, luego de obligarles a cavar sus
propias fosas, corrieron la misma suerte.
En la ciudad de Santa Cruz, el apoyo político al levantamiento armado contra el
gobierno de J. J. Torres, tuvo un origen distinto a la resistencia que hubiera podido
existir en el resto del país. En verdad, se dieron antecedentes y circunstancias
particulares de esta formación social, que requieren de un análisis previo para su
comprensión e inserción en el contexto nacional. De esta manera, aun a riesgo de ser
breves y poco explícitos, trataremos de explicar esta problemática social, pues está
ligada a la insurgencia de las fracciones burguesas de Santa Cruz en la vida política
nacional. Por otra parte, algunos estudiosos de esta problemática regional, a falta de
mejores argumentos, esgrimen conceptos peyorativos poco adecuados a la compresión
de los hechos sociales.
Para explicar el desarrollo histórico-social del Oriente de Bolivia (Santa Cruz, Beni,
Pando), desde la conquista hasta nuestros días, se hace necesario llevar a cabo algunas
caracterizaciones específicas de los períodos sociales transcurridos. En esta forma, la
realidad política actual, al tiempo que está inmersa en el proceso histórico regional, se
encuentra imbricada en el contexto social nacional y las características propias de esta
formación.
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(3) “La Crónica”, “Comandante Selich dirigió mensaje al pueblo”, N° 3397, Sábado 21
de agosto de 1971, pág. 1, Santa Cruz de la Sierra.
(4) Testimonio de un sobreviviente de la sacre: “Al principio éramos sólo 32 presos.
Los que habíamos defendido el edificio de la universidad, luego alcanzamos
aproximadamente a unos 200, repartidos en tres aulas, en le último piso del edificio.
La guardia estaba a cargo de civiles armados.... Desde el principio fimos amenazados
con el fusilamiento, particularmente cuando nos negábamos a declarar que “en este
departamento y en la ciudad de Santa Cruz, se encontraban cubanos”... El viernes 20
por la tarde, a horas 16, se desarrolló en la Plaza Principal ... una marcha de regocijo
por parte de las fuerzas subversivas que consideraban consolidado su triunfo. Entonces
estalló un artefacto explosivo que, después supimos, había sido puesto en una sala
continua a la tribuna de honor, dando un saldo de varios heridos y ocasionando un
tiroteo descontrolado entre los distintos grupos que asistían al acto. Según un testigo
presencial, el coronel Selich, inmediatamente después de la explosión, dio orden de
eliminar a todos los detenidos con estas palabras: “No quiero presos ni heridos”,
ocasionando que los grupos más exaltados ... iniciaran el asalto al edificio
universitario, haciendo volar las puertas con granadas de mano .... Nosotros solo
escuchábamos “¡hay que matarlos!” “¡Ningún perro rojo vivo!” ... Lo único que
hicimos fue tirarnos al suelo”. Central Obrera Boliviana, Informe: Violación de los
Derechos Humanos en Bolivia, 1976, página 126-127.
El Oriente de Bolivia, cuya extensión geográfica comprende las dos terceras partes del
territorio nacional, fue ocupado, colonizado y reducido por los españoles durante los
siglos XVI y XVII (en 1560, el Virrey Hurtado de Mendoza creó la Gobernación de
Moxos). La tarea anterior estuvo a cargo de capitanes y religiosos que coronaron su
obra organizando comunidades de trabajo dedicadas a la producción agrícola y
artesanal.
Durante la vigencia de estas relaciones de producción, caracterizadas como de
cooperación por la naturaleza de la organización y la política de sustento impuesta,
los misioneros se apropiaban del trabajo nativo (Plusproducto) a través de la forma
organizativa común impuesta en las misiones. La apropiación, mayormente estaba
representada en la acumulación de oro y otros metales preciosos en magnitudes jamás
reveladas (y que recién comienza a investigarse), debido a la utilización de la mano de
obra excedente, luego de garantizarse la subsistencia de la comunidad misional.
El extrañamiento de los jesuitas de los dominios coloniales de España, iniciado en
marzo de 1762, permitió el ingreso de los peninsulares y criollos. Estos, en franca
actitud de despojo, asentados en las tierras de la Gobernación, contando con la mano
de obra nativa (de las antiguas reducciones mojeñas, chiquitanas y chiriguanas),
levantaron centros de producción importantes en el interior de la selva. La coacción,
en las que la apropiación del producto se hacía directamente y ya no a través de la
comunidad (aunque co-existían otras formas de apropiación del excedente, debido
fundamentalmente a la relación propietaria de la tierra), caracterizó este largo período
histórico. El pago al peón mediante bonos para la compra de avíos, el endeudamiento
de por vida y la traslación de las obligaciones de padres a hijos, los castigos físicos y la
muerte, fueron parte de estas relaciones de producción que perduraron en el área del
Oriente de Bolivia, hasta mediados del presente siglo.
La Guerra de la Independencia y los años de vida republicana pasaron sin modificar el
status social existente, cuyas relaciones de producción se basaban en el predominio de
la tierra. Los centros agrícolas primario exportadores (quina, goma, castaña),
heredados por derechos familiares y convertidos algunas veces en meras “haciendas
agrícolas” para el consumo local, ejercían sobre los peones y arrenderos una
dominación directa, a través de la policía particular y el aparato jurídico-político
existente.
La producción agrícola dependiente de las metrópolis europeas a las que se debía, así
como las formas sociales propias derivadas de dichas relaciones, permitían el cambio
de una a otra actividad productiva primaria destinada a la exportación, cual ocurrió
sucesivamente con la quina, la goma y la castaña. Se trataba pues de una economía
“hacia fuera”, abierta y directamente mercantil, en cuanto a la realización del
producto.
A mediados del presente siglo, la Reforma Agraria, de abierta inspiración
individualista, hizo posible la modificación de las relaciones de producción con la
implantación de la empresa moderna. Unidad de producción a la que se agregaron los
implementos mecanizados propios del desarrollo tecnológico contemporáneo, con sus
consecuencias históricas en la modificación de las relaciones de trabajo, del peonaje y
otras formas semiserviles basadas en el arrendamiento de tierras, a las relaciones
directamente salariales o de trabajo libre.
La actividad agrícola, bajo estas relaciones capitalistas de producción se acondicionó
a la demanda del mercado interno y posteriormente externo. La producción de la caña
de azúcar y la industria por ella generada, el arroz, la madera y recientemente el
algodón, vinieron a ser el soporte económico principal del naciente burguesía
cruceña. Los detentadores de la economía agro-industrial, nacidos de la acumulación
de capital de las haciendas agrícolas tradicionales, acrecentaron cuotas de poder social,
controlando el ordenamiento político-administrativo local.
En su etapa embrionaria y todavía influenciada por los valores sociales tradicionales, la
burguesía cruceña luchó por liberarse de las restricciones derivadas de la planificación
económica a nivel nacional, que imponía el Estado “populista” de la década 1950. su
aislamiento le permitió
seguir viviendo desinteresada del acontecer nacional
acaudillando la lucha regional en busca de condiciones óptimas a la coyuntura política
de agosto de 1971, asume el control del Estado y se sobrepone a las otras fracciones
burguesa del país.
Las ciudades del Oriente, inmersa en el desarrollo económico “hacia fuera” o en el
sistema de “haciendas agrícolas” de producción local, al tiempo que contribuían al
mantenimiento de estas relaciones, se encontraban sumergidas en una pobreza general.
En cuento a su composición social, la actividad artesanal constituía la base de la
pirámide productiva de entonces, mientras el crecimiento demográfico vegetativo era
absorbido por los centros de producción primario exportadores, como la quina, la
goma y la castaña. Durante la segunda mitad del siglo pasado y las primeras décadas
del actual, interminables columnas de hombres encadenados, seguidos por mujeres y
niños, iban a parar a la inhóspita selva (5). En esta forma, las ciudades del Oriente
daban su contribución de fuerza de trabajo y muerte a las relaciones neocoloniales
impuestas, cuyo centro de gravitación mundial se encontraba en el viejo continente.
Por lo demás, fuera de los terratenientes, la gran masa de la población cruceña vivía
en al pobreza como norma de existencia, incluyendo a la capa media profesional que
usufructaba su cuota de participación al servicio de los primeros. Las relaciones
económicas de este período social, permitían el abastecimiento de la población a
costos mínimos concordantes con sus misérrimos ingresos. La fuerza activa urbana, en
su mayoría, era absorbida en el ejercicio de las actividades artesanales, del comercio
local y de la administración pública. Al aparecer el proletariado urbano a mediados
del presente siglo, aunque en sus inicios comprendidos formas embrionarias, se
rompió la simbiosis común impuesta mediante la ideología dominante, así como el
supuesto equilibrio de las clases sociales.
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(5) Monseñor Avelino Costas, en las primeras décadas del presente siglo, en Santa
Cruz, intervino activamente en la lucha contra esta forma de explotación humana, por
este hecho poco común durante la administración liberal, Costas mereció la repulsa de
los terratenientes de su época, el odio político y la peor calificación a su labor
sacerdotal. Nacido de la casta de los terratenientes, cuya acumulación de capital les
había dado bienes
en demasía (casas y propiedades urbanas destinadas al
arrendamiento), supo sin embargo denunciar la injusticia social, propiciada por las
propias autoridades políticas del departamento.
Las asociaciones artesanales de beneficiencia, hasta el año 1950, seguían siendo el
centro de esparcimiento popular. Estas organizaciones, sin ningún contenido de
cambio en sus postulados principistas, mantenían latente el espíritu de la sociedad
precapitalista en sus relaciones cotidianas. En plena vigencia de los seguros sociales
modernos, de sociedades altamente conformadas para diferentes fines, incluso
deportivos, y de un proletariado consciente del rol que le corresponde jugar en la lucha
por su liberación, las asociaciones mutuales del Oriente, seguían siendo el receptáculo
de los valores tradicionales.
La declarada actitud apolítica de los centros mutuales trasuntaba un viejo resabio
liberal, según el cual las clases sociales marginadas del dominio político, vivían bajo
el mandato paternalista de las clases gobernantes, beneficiadas pro la supuesta
igualdad de derechos y el calificativo de “ciudadanos” para todos los que sabían leer y
escribir. A título de benefactores de los connotados “patricios”, como un derecho
inmutable consolidado en el tiempo, esta fuerza social constituida por trabajadores
independientes, artesanos, profesionales y algunos bohemios, servía de palestra
política de las capas de terratenientes dominantes y, durante el período de transición
social, de “clase de apoyo” de la burguesía agroindustrial insurgente. En este contexto,
es fácil comprender el postulado funcionalista de las capas dominantes de Santa Cruz,
de la existencia de una sola clase social: la cruceña.
Falsa formulación sociología destinada a encubrir la división de la sociedad en clases
sociales claramente diferenciadas, así como a mantener las relaciones de producción
del sistema, que les convierte en detentadores de la economía. En el fondo, el
postulado ideológico referido a la clase social “cruceña”, como categoría social
concreta, permite a la burguesía dominante aprovechar en su beneficio los valores de
la sociedad tradicional y los propios del poder económico dominante.
Explicadas someramente las causas fundamentales del apoyo cruceño al levantamiento
armado contra el gobierno de Torres, desprendidas del desarrollo histórico-social y
sus características regionales, corresponde retomar la problemática nacional en su
conjunto. Así, mientras en Santa Cruz se vivía un clima de beligerancia política, en la
sede del gobierno reinaba una relativa tranquilidad debido al ascendiente popular del
gobierno y su política de cambios sociales.
El gabinete ministerial, después de un ligero análisis de la situación reinante en Santa
Cruz debido al apresamiento del coronel Banzer junto a varios empresarios
agroinustrilaes, consideró que el único peligro real estaba en el ejercito. Puesto en
comunicación el general Torres con el comandante de la VIII División, José Mercado
Zurita (en ausencia del titular), este oficial expresó la solidaridad de la unidad a su
mando, la que de ser necesario saldría a las calles a imponer el orden. Por otra parte, el
coronel Mercado Zurita alertó al Primer Mandatario de la movilización imprevista del
Regimiento “12 de Infantería”, Rangers, comandado por el Cnl. Andrés Selich,
desde la zona de Montero a la ciudad de Santa Cruz.
En estas circunstancias, a las 10 de la noche, el Presidente Torres dirigió un mensaje a
la nación denunciando la existencia de un golpe fascista, destinado a cortar el proceso
revolucionario: “Los políticos al servicio de las empresas pro-imperialistas y los
desplazados del 7 de octubre, que merecieron el repudio del pueblo, han promovido
una acción subversiva en la ciudad de Santa Cruz, al mando de Mario Gutiérrez, Jefe
de Falange, y de los artífices del “Pacto de Lima”, dirigidos por Paz Estensoro.
Como otras medidas, el gobierno declaró emergencia revolucionaria, disponiendo que
las autoridades políticas dicten las medidas pertinentes al mantenimiento del orden
público, la seguridad del Estado y la persecución del proceso revolucionario. De igual
manera, la Asamblea Popular, mediante su Comisión Nacional de Defensa y Seguridad,
dispuso “la movilización de piquetes y escuadrones de seguridad de las milicias de la
COB, en todos y cada uno de los sindicatos en escala nacional, a fin de aplastar y
castigar a todos los enemigos del pueblo y la revolución” (6).
La noticia del golpe militar movilizó a la clase trabajadora del país, decretándose la
huelga general en las ciudades de Cochabamba y Oruro. En La Paz, a convocatoria de
la Central Obrera, los trabajadores se hicieron presentes en la Plaza “Murillo”
testimoniando su apoyo al gobierno. Manifestación gigante que contó con la presencia
de los trabajadores mineros de Milluni y campesinos aledaños a La Paz.
Desde los balcones del Palacio de Gobierno, donde fueron invitados por el general
Torres los principales dirigentes de la COB, hablaron los dirigentes universitarios,
sindicales y el propio Mandatario. Oscar Eid Franco, dirigente de la CUB, llamó a los
sectores populares a la lucha a muerte contra el imperialismo norteamericano: “El
pueblo está al lado de los militares revolucionarios cuyo exponente máximo es el
general Torres... Mi presencia en este acto compromete a los universitarios bolivianos
al enfrentamiento con el fascismo en el terreno de los hechos”.
Francisco Mercado, dirigente fabril, testimonió el apoyo laboral al proceso
revolucionario de octubre ganado con la intervención de los trabajadores, consientes de
su rol histórico: “Esta manifestación de hoy, es un acto político de definición de la
clase obrera y de toma de posiciones revolucionarias”.
Ante la expectativa general, habló el líder minero Juan Lechín Oquendo. Acusó a los
comerciantes y empresarios de ser los preparadores del golpe militar, con el propósito
de recuperar el gobierno para su propio servicio. Lechín fue interrumpido por los
universitarios que le solicitaban una definición política, acusándolo de haber atacado
al gobierno de Torres en mas de una oportunidad. Con la experiencia de los años,
Lechín ingresó al diálogo directo pidiendo a los universitarios que le solicitaban una
definición política, acusándolo de haber atacado al gobierno de Torres en más, Lechín
ingresó al diálogo directo pidiendo a los universitarios dejar de lado las discrepancias
momentáneas y unirse para vencer a los ricos nacionales: “A los trabajadores, les pido
dirigirse a las fábricas y ocuparlas como castigo a los empresarios subvencionadores
del golpe militar”.
El Presidente Torres, cerró al acto: “Por tercera vez nos reunimos en esta histórica
plaza “Murillo”, para demostrar al mundo que los cuatro pilares de la Revolución:
trabajadores, estudiantes, campesinos y soldados, los cuatro sectores, están unidos
para aplastar a la reacción que pretende asestar su puñal asesino en las espaldas del
pueblo boliviano”. Torres, ante el pedido de armas que le hacía la multitud, denunció
el monstruosos contubernio político logrado entre los grupos oligarcas virtualmente
destruidos el año 1952 y los populistas del MNR, históricamente superados.
En la manifestación, el presidente Torres prometió movilizar al pueblo para derrotar la
contrarrevolución fascista, pero luego, en reunión con sus colaboradores, expresaba su
preocupación por la gravedad que revestían los acontecimientos en los cuarteles,
definidores de la situación en última instancia. Según los partes oficiales transmitidos
del Estado Mayor, una tras otra las guarniciones militares se iban plegando al golpe,
comenzando con las de Santa Cruz y Riberalta. De esta manera, sólo quedaban dos
opciones tácticas para defender el proceso: armar al pueblo con fusiles del ejército para
que defienda su revolución o movilizar las unidades leales sobre las plazas perdidas.
En los instantes de mayor incertidumbre e indecisión del gobierno, a causa de la
dilación del Alto Mando Castrense para formular un plan operativo, se produjo la
reunión de los dirigentes de la Asamblea Popular con el Presidente Torres. en
cumplimiento del mandato de las bases, Juan Lechín ratificó al gobierno el propósito de
la clase obrera de defender el proceso revolucionario. Decisión que fue ratificada por
los universitarios de “San Andrés”, formulando la iniciativa de organizar la resistencia
civil-militar a través de un Comando Unico. Víctor López, de la Federación de
Trabajadores Mineros, solicitó al gobierno una acción inmediata y concreta: “Los
trabajadores no podemos costearnos exilios cómodos, nos quedaremos en el país a
cualquier precio”. El general Torres, antes de concluir la reunión, explicó la situación
política como el resultado de la falta de unidad de las fuerzas políticas de izquierda,
más bien interesadas en desprestigiar al gobierno.
Pero, no obstante la promesa del gobernante de actuar en forma decidida e inmediata,
las relaciones entre el gobierno y el alto Mando Castrense no marchaban
adecuadamente. El enfrentamiento entre los ministros civiles y los comandantes de las
tres fuerzas, se hizo cada vez más ostentible. Las dos opciones planteadas a nivel de
gobierno, como una reiteración del análisis político del día anterior, esto es, armar al
pueblo o movilizar las unidades leales de La Paz, no tenían cabida en los planes del
Alto Mando. En todo caso, el diálogo proseguía:
- No todo está perdido colegas – sostiene el general Molina Pizarro, Ministro de
Defensa-. Con la Guarnición de La Paz, que es leal al gobierno y otras unidades del
interior, podremos retomar el control del país. Lo que sucede es que se ha propalado
desde Santa Cruz, en forma maliciosa, la versión de que el gobierno que preside el
general Torres, es comunista. Esta acusación deliberada ha movido a nuestros
camaradas de armas a volcarse contra nosotros. Se trata de la palabra comunista,
término rechazado en las fuerzas armadas. Por ello, como militar compenetrado del
pensamiento político de los oficiales, de la negativa idea que tienen sobre este asunto,
considero importante lanzar un desmentido público sobre el particular. Creo,
sinceramente, que sería una medida eficaz, positiva, para esclarecer nuestra posición
política “nacionalista”.
- General Molina, sería bueno que nos haba conocer la real situación del Ejército, el
cuadro exacto de nuestras posibles fuerzas leales- pidió Torres.
- Sí, mi general, pero estando presente el Comandante General del Ejército, general
Luis Antonio Reque Terán, a él corresponde prestar esta información. Tengo entendido
que, conjuntamente con el coronel Samuel Gallardo, Jefe de Estado Mayor, han
estado comunicándose con las unidades del interior. Por otra parte, a estas alturas de
los acontecimientos, ya deben tener un plan operativo sobre el cual actuar.
- Gracias, a mi general Torres- con su habitual parquedad, responde el Comandante
Reque.- usted sabe que por sobre todo soy leal a su persona. Esa conducta que ha sido
invariable en mí, la mantendré siempre. En cuanto a la situación del Ejército, el
problema es complejo y hay algunas guarniciones declaradas neutrales. Prácticamente
Cochabamba y Oruro se encuentran en esta situación. Las del Oriente, Santa Cruz,
Roboré, Riberalta, Trinidad, Vallegrande, apoyan el golpe de Estado. Desde el
Estado Mayor, junto con el coronel Gallardo, estamos haciendo todo lo posible por
controlar la situación.
- Falso, general Reque! – intervienen los ministros civiles. Estaban informados
debidamente de la actuación del general J. Florentino Mendieta, Comandante de la VII
División del Ejército, permitiendo el asalto a la Universidad de Cochabamba por un
grupo de “camisas blancas”, que dio por resultado la muerte de un estudiante de
medicina, así como de los sucesos sangrientos de Oruro. En efecto, los mineros de
San José y Huanuni, al trasladarse a la ciudad en apoyo al gobierno, fueron cercanos
por los efectivos de la II División, a cargo del coronel Miguel Azurduy Estensoro, a
cuya consecuencia habían varios muertos y heridos. Los ministros, ante el
conocimiento de estos hechos, establecieron la necesidad de actuar sobre Oruro
mediante una acción conjunta civil-militar, a cargo de oficiales del ejército y dirigentes
de la COB. Pues en ese momento en que el proceso revolucionario se encontraba en
grave peligro, ni los Secretarios de Estado disponían de un revólver para su defensa
personal.
- Descarto tal posibilidad por innecesaria – imprevistamente respondió el general
Reque. – Una acción combinada de esa naturaleza no se ajusta a la estrategia general
elaborada por el Alto Mando. Por lo demás, este es un asunto exclusivamente militar
que no compete a los civiles.
- Defina su situación política – insistieron una y otra vez los ministros. – El pueblo
tiene derecho a defender su revolución a cualquier precio. Las Fuerzas Armadas,
conforme a la Constitución Política, están subordinadas al Presidente de la República –
El general Torres, con ánimo sereno, morigeraba el diálogo.
- En las Fuerzas Armadas tenemos conciencia de que la Institución castrense en una
comunidad indisoluble e indiscutible – habló Reque. – Sostengo, con la experiencia del
propio 7 de octubre, que los oficiales se consideran miembros de una sola familia y
rehuyen cualquier enfrentamiento entre ellos. En el Ejército se impone, por encima de
todo, la unidad militar, la solidaridad y el principio de defensa de la Institución. Por
ello, como lo sabe el propio mar medidas operativas que contravengan esta realidad ...
en cuanto a la entrega de armas a los trabajadores, conocen los militares aquí presentes
de la prevención contra esa medida. Se sabe en el Ejército que todo fusil puesto en
manos del pueblo, es un fusil que dispara contra un uniformado. En base a esta
certidumbre, a la prevención que existe en la Institución, es que debo oponerme a la
entrega de armas al pueblo.
Mientras los demás miembros del Alto Mando Militar permanecían callados en señal
de conformidad, el Comandante de Ejército que disponía del mando efectivo sobre las
Unidades leales, aplicaba el sofisma de la comunidad institucional de los miembros de
las Fuerzas Armadas para justificar su posición personal. Olvidaba el Comandante de
Ejército que los golpistas no habían parado mientes en sus propósitos políticos, incluso
recibiendo ayuda extranjera, y se aprestaban a avanzar sobre la ciudad de La Paz desde
varios puntos del Oriente.
El secretario Privado de la Presidencia, Guido Vallentsits, quien participaba de la
reunión, preguntó al Mandatario si no había pensado en conjurar el golpe de Estado
mediante una crisis de gabinete. El general Torres descartó tal posibilidad por
innecesaria, pues a esa altura de los acontecimientos la crisis debilitaría aún más al
gobierno. Por otra parte, la presencia de mayor número de militares en el gabinete,
frenaría el avance del proceso revolucionario que tantas esperanzas despertaba en el
pueblo.
Ante la negativa del Alto Mando a actuar, Torres Gonzáles cae en la cuenta de su
aislamiento militar, perdiendo en gran parte su voluntad para analizar detenidamente
las situaciones concretas y actuar en consecuencia. El “brazo armado del pueblo” en el
que había creído y sobre el que se había afianzado para gobernar, no respondía a los
postulados teóricos que acerca del rol político militar que había concebido. Torres
partía del supuesto hipotético de que los antagónicos interese de las metrópolis y los
países dependientes, derivarían en una toma de posiciones revolucionarias de los
ejércitos nacionales. Pero ahora, al asumir sus camaradas de armas una posición
contraria, y convertirse en “fideicomisarios” de los intereses foráneos, sentía caer sobre
sus hombros la responsabilidad del desastre.
Por último, después de doce horas de borrascoso enfrentamiento entre el gabinete y el
Alto Mando, el general Torres ordena el avance del Regimiento “Max Toledo” sobre
Oruro. El operativo tenía que cumplirse inmediatamente a fin de que llegue a dicha
plaza al amanecer del día sábado 21, antes de que los rebeldes del Oriente conviertan a
Oruro en base de sus operaciones. También, en ese mismo momento, el general Torres
dispuso la entrega de cuatrocientos fusiles a los dirigentes sindicales de la COB, de las
reservas del Regimiento “Colorados de Bolivia”, destinado a la Guardia del Palacio de
Gobierno y única unidad militar que dependía de su mando.
El sábado por la mañana, el general Molina Pizarro, visiblemente nervioso por las
presiones que había recibido de varios comandantes para que se haga cargo del
gobierno, hizo conocer que la misión encomendada al Regimiento “Toledo”, no había
llegado a feliz término (7). El Cnl. Luis Quiroga Prada, a cargo de la misión, dejando
a los efectivos acantonados en las proximidades de Oruro, había retornado con la
noticia de que los oficiales a su mando no deseaban un enfrentamiento armado.
Al medio día, el Regimiento “Castrillo”, de guardia en el Gran Cuartel de Miraflores,
adhiere al golpe militar. El pronunciamiento culminaba la actividad conspirativa
realizada en el interior del Alto Mando. Por la mañana, el general Remberto Iriarte
Paz y algunos miembros del Estado Mayor General, habían convocado a una reunión
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(7) Ante la presión de los comandantes para que se haga cargo de la Presidencia, el
general Molina respondió: “Caeré con el gobierno del general Torres del que formo
parte. Soy un militar de honor y no puedo convertirme en un segundo Seleme ...”
de Guarnición para analizar la situación del país y la actitud que ellos asumirían frente
al golpe militar contra el gobierno de Torres. Aprobada la destitución del Mandatario
por unanimidad, el general Reque Terán que acababa de llegar del Colegio Militar de
“Irpavi”, promete transmitirla personalmente al general Torres a objeto de
proporcionarle la seguridad necesaria en el tránsito a alguna Embajada, “ya que el
general Torres no sólo era su amigo personal, sino que seguía siendo el Capitán
General de las Fuerzas Armadas.
Cumpliendo el mandato de sus camaradas de armas, a las 13:30 horas del sábado,
ingresa al Palacio de Gobierno el Comandante de Ejército. Torres lo espera en su
despacho, informado como estaba por el coronel Manuel Cárdenas, Jefe de
Inteligencia Militar, del pedido de renuncia que le formularía y de las circunstancias en
que se había producido dicha resolución.
- Presidente, todo está perdido. Dimita usted para evitar un enfrentamiento armado, yo
garantizo su seguridad. Sabe bien que soy su amigo – expresa el general Luis Antonio
Reque Terán.
-
No Luis, no renunciaré aunque tenga que salir con los pies por delante.
Comprenda usted, Presidente. No se puede hacer nada, la Guarnición de la Paz
acaba de pronunciarse en contra de su persona.
Olvida usted, Luis, que el pueblo está conmigo. No puedo traicionarlo.
Por favor Juan – suplica el Comandante del Ejército -, recuerda que el pueblo es
versátil y te abandonará.
¡Basta Reque! No insistas que es unútil – concluye Torres en el paroxismo de la
rabia.
El comandante del Ejército volvió al Cuartel de Miraflores a coordinar la labor golpista
de todo el país. Con este hecho, el general Reque pensó afianzarse en el mando y
convertirse en el personaje clave del momento, como un paso necesario a la sucesión
presidencial.
Un batallón reforzado del Regimiento “Castrillo”, a las 2 de la tarde, salió del Cuartel
de Miraflores rumbo al cerro Laikakota, en el centro de la ciudad de La Paz. Media
hora más tarde, comenzaba la sangrienta y desigual batalla. Al llamado de la Central
Obrera, las fuerzas laborales y universitarias se concentran en la Plaza del Stadium y se
organizan en grupos de avance por las calles convergentes al mencionado cerro. El
mayor Rubén Sánchez Valdivia, Comandante del 2° Batallón del Regimiento
“Colorados de Bolivia”, y junto a sus oficiales y tropa, única y diminuta Unidad leal,
se atrinchera en la zona de “Villa Armonía”, luego de declarar públicamente su apoyo
al Presidente Torres.
Los oficiales de la Fuerza Aérea, después de un cónclave a puerta cerrada que resultó
favorable al golpe militar, ejecutaron una labor de hostigamiento contar las posiciones
ubicadas en las proximidades de Laikakota, la Plaza del Stadium y “Villa Armonía”.
En esta acción, decenas de trabajadores murieron ametrallados desde el aire, al no
enterarse de la decisión golpista de la FAB y salir a saludar desde sus puestos de
combate el raudo vuelo de los aviones.
No obstante la desigualdad bélica, las fuerzas populares ganan una batalla. Al
anochecer, los efectivos del Regimiento “Castrillo” se repliegan al Gran Cuartel en
franca derrota. Después de cinco horas de intenso tiroteo, los universitarios y
trabajadores ocupan la explanada de la colina y entonan el Himno Nacional. La victoria
del momento a los caídos en la sangrienta jornada, calculados en mas de quinientos
combatientes (8).
El Presidente Torres. que seguía de cerca los acontecimientos, al enterarse del triunfo
popular, lanzó un mensaje de aliento a los universitarios y trabajadores que había
hecho posible la primera victoria de las fuerzas populares. Al convocar al pueblo a
engrosar la resistencia armada en torno al Regimiento “Colorados” para el asalto al
Gran Cuartel, Torres se ponía a la cabeza de la lucha popular.
No obstante, los minutos del Primer Mandatario en el Palacio estaban contados. Los
golpistas, ante la derrota en el cerro de Laikakota, disponen la movilización del
Regimiento Blindado “Tarapacá” sobre el Gran Cuartel . debidamente equipada baja
desde “El Alto” la columna de tanques, realizando tronadoras descargas para
amedrentar al pueblo. Dada la premura de las circunstancias el Comandante lleva la
orden de llegar al Gran Cuartel a sangre y fuego.
Debido a la proximidad de los tanques al Palacio de Gobierno, sin medios para
ofrecerles resistencia, el general Torres es presionado por sus colaboradores para
abandonar el lugar. El Mandatario, pensó que en el Cuartel “Sucre”, a pocas cuadras
del lugar, podría encontrar apoyo militar par su campaña contraofensiva. Mas, ante la
negativa de abrirle el Cuartel, Acompañado de sus tres edecanes y el Secretario
Privado, buscó asilo diplomático en la Embajada del Perú.
Radio “Illimani”, centro de la cadena radial nacional impuestos por el gobierno, con sus
instalaciones en las proximidades de la Plaza “Murillo”, seguía transmitiendo
proclamas revolucionarias. El grupo de locutores encabezados por Jorge Mansilla
(Coco Manto), al advertir la presencia de los tanques en el Palacio de Gobierno, con
dramáticas palabras se despiden y salen precipitadamente. Eran las 10 de la noche del
21 de agosto.
Cerca de la media noche, desde el Ministerio del Interior, donde se encontraban algunos
colaboradores de Torres, se tomó contacto con el Comando Obrero que operaba en las
inmediaciones de la Plaza del Stadium y se resolvió suspender la resistencia. La
resolución era tomada luego de haber hablado con el mayor Rubén Sánchez y los
oficiales Vaca y García, y haberse llegado al convencimiento de que a causa de la
oscuridad de la noche y desde el lugar donde se encontraban, era imposible seguir el
avance hacia el Gran Cuartel. Es en estas circunstancias que los ministros Méndez
Pereyra, Tórrez Gotilla, Jorge Gallardo y Sandoval Rodríguez, seguidos por numerosas
personas que les acompañaban, buscan refugio en el domicilio del Embajador del Perú,
a una cuadra del Ministerio del Interior. En la Universidad y algunos barrios populares,
no obstante la presencia de los tanques en la ciudad, se sigue combatiendo hasta el día
siguiente.
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(8) Sólo en la Cruz Roja Boliviana fueron registrados 98 muertos y 560 heridos, según
informe oficial enviado el 22 de agosto a su organización matriz. “Presencia”, 23 de
Agosto de 1978, pág. 1.
Así y de esta manera cruenta, después de tres días de trágicos enfrentamientos a lo
largo y ancho del país, concluía el gobierno de J. J. Torres. Corte histórico político
que, además de echar por tierra el modelo “nacional revolucionario”, frustraba las
aspiraciones populares de un cambio social de profundas y cualitativas
transformaciones.
Las causas del cambio político que tiene su origen circunstancial en Santa Cruz, sin
embargo, sólo son explicables en el contexto de la crisis del “nacionalismo” como
modelo económico y político y sus derivaciones subyacentes. En efecto, y a
manera de recapitulación de los hechos, se puede observar que las opciones
antagónicas: “ nacionalismo hacia adentro” y política de puertas abiertas al capital
extranjero, convertidas en la parte principal de la contradicción interna de la
formación social nacional, caracterizan la situación concreta de la lucha política.
Planteada en estos términos la problemática política es necesario mostrar las
variables intervinientes en la caída del gobierno de Torres. en el orden externo, la
actividad desplegada por el general brasileño Hugo Bethlem, formulando la teoría
de la “polonización de Bolivia a manos de las potencias vecinas, así como la
presencia del mayor Robert J. Lundin, oficial norteamericano destacado a Bolivia
por el gobierno de R. Nixon, y su participación en el golpe de Estado, evidencian
la intervención extranjera en la sustitución del régimen político, condicionando la
naturaleza del Estado nacional dependiente.
Sobre las circunstancias regionales del Oriente y el levantamiento contra el gobierno
de Torres, es necesario indicar que, además del malestar social interno creado por
las fuerzas partidarias comprometidas en el golpe (Comités Cívicos de Tarija,
Potosí,
Asociación Banca Privada,
Transportistas, etc.), las condiciones
particulares de Santa Cruz, en cuanto al desarrollo de su burguesía agroindustrial
insurgente, hicieron posible la convergencia de fuerzas militares hacia el golpe de
Estado. Variables externa e interna que explican el cambio político operado en
agosto de 1971 y caracterizan el modelo “hacia fuera” de la política impuesta.
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