Uruguay y la centralidad de la política Alicia Lissidini Publicado en: Marcelo Cavarozzi y Juan Manuel Abal Medina (2002) El Asedio a la política. Los partidos latinoamericanos en la era liberal. Editorial Homosapiens, Rosario. Feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento. Montesquieu ¿Por qué la política sigue siendo central en el Uruguay? A diferencia de muchos países latinoamericanos y algunos europeos, en donde la política (y sus actores) genera indiferencia o incluso rechazo en sectores importantes de la ciudadanía, en el Uruguay la política sigue despertando interés y los partidos políticos constituyen todavía mecanismos de expresión y representación, al tiempo que cumplen con las funciones de gobernar. Se formulan dos hipótesis de trabajo para abordar esta pregunta. En primer lugar, es en la configuración partidaria original y su relación con el Estado, donde se encuentra una de las claves para comprender esta centralidad de la política. Concretamente, la conformación en Uruguay de una versión —limitada y modesta— de lo que llamamos “la fórmula de Offe” es lo que explica la centralidad original de la política: una expansión del Estado de Bienestar vinculada estrechamente al triunfo de la democracia representativa. En esta fórmula fue central el sistema de partidos y la dinámica partidaria democrática que se construyó entre el Partido Colorado y el Partido Nacional (que va mucho más allá de las características y dinámicas internas de cada partido, que por cierto no fueron necesariamente democráticas). Este modelo entró en crisis en la década del cincuenta y terminó con el golpe de Estado del 73. Sin embargo, tanto los partidos como el Estado sobrevivieron al régimen dictatorial. Hasta la década del setenta, los partidos Colorado y Nacional fueron los protagonistas de la historia política del Uruguay; a partir de la redemocratización fue el Frente Amplio quien pasó a ocupar el centro de la escena. Aunque no logró —al menos hasta 1999— alcanzar la presidencia, su presencia electoral y política modificó sustancialmente las dinámicas partidarias, las decisiones “de política”, la relación entre partidos y organizaciones sociales y, en general, el sentido de la política. La segunda hipótesis de trabajo, entonces, postula que la presencia del Frente Amplio y su defensa del Estado es lo que explica, en gran medida, la persistencia de la centralidad de la política, al darle sentido a la política. Para abordar esta problemática se propone la siguiente cronología: I) Fundación partidaria del Uruguay, centralidad estatal y relevancia del diseño institucional (1900-1950); II) crisis de los partidos, golpe de Estado y búsqueda de legitimidad militar (1950-1982); III) Transición y democratización: la centralidad del Frente Amplio (1982-2001), y IV) Frente Amplio, política y elecciones, donde se hace referencia a los desafíos que el Frente Amplio enfrenta. I) Fundación partidaria del Uruguay, centralidad estatal y relevancia del diseño institucional (1900-1950) Los partidos políticos “tradicionales”, Partido Colorado y Partido Nacional (o Blanco), surgidos de los bandos que lucharon durante el ciclo independentista (cuyos nombres provienen de los colores de las cintillas que identificaron a cada grupo en las guerras civiles), fueron los que ordenaron y estructuraron la sociedad uruguaya. Como ya ha sido señalado por varios analistas, los partidos uruguayos son anteriores a la conformación del Estado y también a la Nación.1 En otras palabras, el bipartidismo caracterizó políticamente al Uruguay desde antes del funcionamiento regular del sistema electoral, e incluso puede decirse que coincide con el surgimiento de nacionalidad. La sociedad uruguaya se estructuró en torno a estas identidades que fueron simultáneamente políticas y sociales. Esta característica —el fuerte bipartidismo histórico— y el multiclacismo que definió a los partidos, fueron rasgos que compartieron con el sistema de partidos colombiano. Sin embargo, en el caso uruguayo, la violencia y las luchas entre los partidos —que estuvieron tan presente en las últimas décadas del siglo XIX y que llevaran al novelista W.H. Hudson a hablar de la “Tierra purpúrea” en alusión al saldo de las guerras civiles del Uruguay— se cerraron medio siglo antes que en Colombia. Asimismo, el debilitamiento temprano de la oligarquía en Uruguay —al igual que en México luego de la Revolución— contribuyó a consolidar la estabilidad político-institucional que caracterizó al Uruguay diferenciándolo de los casos de Argentina, Brasil, Chile y Colombia, en los cuales la oligarquía mantuvo su poder político hasta bien entrado el siglo XX. Al igual que la mayoría de los partidos latinoamericanos, los rasgos que caracterizaron a cada organización fueron difusos y difíciles de ordenar en términos de clivajes. ¿Cuáles fueron las divisiones sociales que llevaron a la conformación de los partidos políticos uruguayos? El paradigma de Seymour M. Lipset y Stein Rokkan (1967) distingue cuatro líneas de división críticas en las sociedades que habrían dado origen a los partidos (al menos en los países de Europa Occidental). Por un lado, aquellas divisiones que son producto de la formación de la nacionalidad: 1) el conflicto entre la cultura central que construye la nación y la resistencia creciente de las comunidades sometidas de las provincias y las periferias; y 2) el conflicto entre el Estado-nación centralizante, regularizador y movilizador, y los privilegios corporativos históricamente establecidos, de la Iglesia. Por otro lado, identifica las divisiones que resultaron de la revolución industrial: 3) el conflicto entre los intereses terratenientes y la clase emergente de empresarios industriales; y 4) el conflicto entre propietarios y patronos, por un lado, y arrendatarios, jornaleros y obreros, por el otro. Aldo Solari, al analizar las lealtades partidarias, alude a las disposiciones contenidas en los pactos que dieron fin a las guerras civiles de fin de siglo y señala que “dichas disposiciones son prácticamente idénticas a las que pusieron término a las guerras de religión en Europa [...]. Los uruguayos adoptaron la misma solución que terminó con una guerra entre Estados para finalizar una guerra entre partidos. Esto significa que las lealtades imperantes tenían como referencia a los Partidos Tradicionales y no a la nación, o si se quiere, que la nación sólo era percibida a través de los partidos” (1988, página 130). 1 2 En el caso uruguayo si bien estas divisiones estuvieron presentes, no se constituyeron en clivajes explicativos del origen y la permanencia de los partidos tradicionales. Tal como lo ha señalado Carlos Real de Azúa, fue tan “azaroso” el proceso independentista que torna difícil identificar las fuerzas a favor y en contra de la construcción nacional.2 Respecto de la religión, si bien históricamente los colorados se asociaron a un mayor anticlericalismo —y de hecho los batllistas gestionaron exitosamente la separación de la Iglesia del Estado—, la división religiosa no se tradujo en una variable explicativa relevante. Por cierto, la escasa incidencia de la Iglesia sobre la política (en comparación al resto de América latina) explica la debilidad relativa de las posiciones partidarias más conservadoras en estos primeros años de construcción de la nación. La dicotomía urbano-rural constituyó, en opinión de algunos politólogos, una división que permitía distinguir a los “doctores” (colorados) de la ciudad y a los “caudillos” (blancos) del campo. Sin embargo, un análisis más profundo revela que existieron doctores y caudillos colorados y blancos, por lo tanto la centralidad de esta variable es relativa. De cualquier manera, el Partido Nacional (en especial durante la hegemonía del “herrerismo”),3 asumió más claramente que su adversario la defensa de “lo rural”, mientras que los colorados hicieron lo propio con “lo urbano”. Como ya se mencionó, el relativo debilitamiento de la oligarquía contribuyó a morigerar el potencial conflicto entre terratenientes e industriales (aunque no lo anuló y el llamado “alto de Viera” es un ejemplo de ello).4 En cuanto a la relación con los asalariados y obreros, el proceso de democratización incorporó tempranamente a los trabajadores como ciudadanos políticos y tuvo capacidad “anticipatoria”: se aprobaron leyes que defendían los derechos de los trabajadores antes que se generaran las demandas, desactivando de esta manera las movilizaciones que se dieron en Europa en los procesos de industrialización. Por cierto, mientras que en el Uruguay el batllismo convocó e incentivó la formación de organizaciones de trabajadores con carácter autónomo, en Argentina la organización sindical preexistente se adhirió en su mayoría al peronismo en términos de alianza y, en México, el Partido Revolucionario Al respecto Carlos Real de Azua señala: “Mostraremos [...] cómo todo lo que ocurrió entre 1823 y 1828 llevó casi invariablemente de la pluralidad de direcciones, de la ambigüedad de las actitudes y los comportamientos, de la perplejidad que una cambiante situación provocara en la inmensa mayoría de los actores, de la variabilidad de las posiciones que las drásticas alternativas que la coyuntura promovía, de la casi imposibilidad de establecer una postura mayoritaria, invariable, firme, que (en caso de que haya existido) pudiera completarlos” (1991, página 161). 3 La denominación de herrerista proviene del nombre de su jefe y líder, Luis Alberto de Herrera quien ejerció una influencia notable entre principios del siglo hasta su muerte en 1959. Durante este período la figura de Herrera polarizó a la sociedad uruguaya. Según Carlos Quijano: “No fue un estadista, sin duda. No podía serlo por sus orígenes, por su formación, y sobre todo por su propio temperamento. Fue un caudillo, el último gran caudillo quizá [...]. Mezcla hirviente de intuición y de coraje, de probidad y autoritarismo, de desconfianza en la razón y en el juego sutil de las ideas, de fe en la virtuosidad creadora de la acción, pura y simple” (citado por Caetano y Rilla, 1996, página 154). 4 Con el “alto de Viera” se alude al freno impuesto a los proyectos batllistas de reformas sociales y políticas por parte del nuevo presidente de la República electo en 1915, Feliciano Viera. (Sobre la reacción conservadora Gerardo Caetano realizó una serie de investigaciones Caetano, 1985). 2 3 Institucional cooptó y articuló autoritariamente trabajadores. a las organizaciones de Las dificultades para identificar claramente las diferencias partidarias a partir de los clivajes propuestos por Lipset y Rokkan, nos sugiere pensar la participación política desde las teorías simbólicas. Un primer aspecto que explica la participación política es el de la solidaridad: “las solidaridades sociales existen desde antes de la opción política, son expresiones de la estructura social (y pueden por lo tanto referirse a identidades étnicas, lingüísticas, religiosas, de clase, territoriales, vocacionales u otras), y el voto político es un suplemento simbólico que puede reforzar la solidaridad existente” (página 19). Otro aspecto es el de la ritualidad: “el rito es signo de persistencia y de acuerdo duradero y colectivo, o sea seguro de identidad consigo misma de una colectividad en el tiempo. La repetición de las fórmulas, de los términos, atribuye a esos términos significados propios del lenguaje político de esa colectividad, en tanto distinto de otros lenguajes especiales.5 A partir de la propuesta de Pizzorno, los partidos políticos uruguayos podrían ser considerados como identidades políticas fuertes construidas desde “áreas de igualdad” y “áreas de solidaridad”, que la ritualidad y la teatralidad reforzaron y que el conflicto político renovó constantemente. La competencia política apareció entonces como un conflicto entre identidades, no reductibles al plano ideológico convencional.6 La institucionalización y la democratización política fueron procesos simultáneos, productos de la acción de los dos partidos políticos, en particular durante el gobierno de José Batlle y Ordóñez (Partido Colorado) quien ejerció gran influencia entre 1904 y 1929. El saldo de este período fue una ampliación y consolidación de la democracia política, junto con una política de bienestar que impidió grandes marginaciones socioculturales o políticas. Durante el período batllista se consolidó y se amplió la democracia. Bajo la figura de José Batlle y Ordóñez se articularon liberalismo y centralidad estatal en un Pizzorno, 1985 y Pizzorno, 1966. Entre las escasas explicaciones respecto de las diferencias entre los partidos merece especial atención la propuesta de Carlos Pareja. Según este autor, mientras los colorados siguieron un principio jacobino, los blancos tenían una concepción polifónica de la asociación política. En el principio jacobino, la política era una esfera de identidades particulares que se sublimaban en un nosotros neutralizado y legalizado. Este nosotros se estructuraba en torno al Estado y se justifica en los principales elementos de convocatoria dirigidos al cuerpo social: progreso, ascenso social, igualitarismo y austeridad republicana. En esta concepción, el unitarismo y el cosmopolitismo eran rasgos permanentes. El principio polifónico entiende que el nosotros debía legitimarse ante las instancias particulares por su capacidad agregadora, por su poder de generar reconocimiento de legitimidades entre los ámbitos particulares, y entre éstos y las instancias generales. Mientras que en la vertiente jacobina la expresión unificada y depurada de la ciudadanía operaba como un ente soberano, en la vertiente polifónica se destacaba la apelación a un interés colectivo y supremo y a una expresión unificada de la ciudadanía. Estos principios explicarían las diferentes racionalidades de cada partido político (Pareja, 1989a y 1989b). 5 6 4 discurso y una acción de reforma social. Los partidos políticos, artífices de esta democracia, operaron en un sistema pluralista y tuvieron un alto grado de existencia organizacional, implantación social y continuidad histórica. Fue la dinámica interpartidaria (más que la organización partidaria en sí misma) lo que propició una democratización del régimen. Es decir, los partidos uruguayos a diferencia de los partidos argentinos, configuraron un patrón de competencia política que contribuyó a democratizar el régimen. Respecto de la acción de cada partido, si bien puede afirmarse que el Partido Colorado fue el principal promotor de las reformas sociales que se aprobaron especialmente durante el primer batllismo, es indiscutible que el Partido Nacional tuvo un papel central en la democratización del régimen y, en particular, en el proceso orientado a propiciar la transparencia del régimen y del sistema electoral.7 En cuanto a la relación entre los liderazgos y los partidos, si bien los líderes de los partidos y de sus múltiples sectores fueron centrales en la dinámica partidaria (en todas las actividades políticas y no sólo en períodos electorales), no surgieron figuras políticas que pusieran en jaque al bipartidismo ni que llevaran a la conformación de partidos “caudillistas” (como ocurrió en Ecuador). La figura de José Batlle y Ordóñez, por ejemplo, fue fundamental, pero su poder surgió y creció dentro del Partido Colorado y no fuera de él. Como contrapartida, el partido no dependió totalmente de Batlle como un caudillo-jefe de Estado para realizar las transformaciones sociales y políticas (como fueron los casos de Vargas en Brasil, Perón en Argentina o Cárdenas en México). El carácter democrático que tuvo el sistema de partidos uruguayo fue una nota original en el contexto latinoamericano y un elemento fundamental que definió al Uruguay político. La incorporación simultánea de los sectores populares a la ciudadanía civil y política permitió la ampliación de la democracia sin sobresaltos ni desbordes institucionales. Esto se debió en gran medida a que no hubo en el Uruguay un paternalismo integrador de corte autoritario ni un predominio del carácter movimientista de las organizaciones sociales como ocurrió en Argentina durante el peronismo. Las elecciones fueron el mecanismo de legitimación y de expresión política. Fue así sobre todo en la canalización de las diferencias, que pasaron a manifestarse en la competencia política legal, sustituyendo a las guerras civiles, entre partidos que pronto se convirtieron en partidos de masas. La importancia que tuvo el diseño institucional en la conformación del Uruguay, puede observarse y justificarse —como señala Francisco Panizza— en las referencias discursivas fundacionales. A medida que se descartaron las ideas provenientes del derecho divino, fueron el progreso, la razón y la democracia los valores políticos y las creencias que definieron la identidad nacional. Libertad, legalidad y laicidad se constituyeron en los puntos nodales de los proyectos políticos que se 8 institucionalizaron. Como sucede en los Estados democráticos, el rito electoral representó una reafirmación periódica de que todos los ciudadanos eran iguales Al mismo tiempo, el análisis de las instancias plebiscitarias del siglo XX evidencia la presencia de tensiones y actitudes autoritarias tanto en el Partido Colorado como en el Partido Nacional (Lissidini, 1998). 8 Panizza, 1991. 7 5 frente a un acto fundamental del Estado; y además el acto tuvo otro significado (amén de la elección): la confirmación de la solidaridad.9 El diseño institucional, sus permanencias y cambios fueron producto de la acción de estas dos agrupaciones políticas.10 Los partidos tradicionales intentaron crear, lógicamente, una legislación electoral que les fuera favorable. La adopción en 1910 del doble voto simultáneo11 frente a la creciente fragmentación interna en ambos partidos políticos, la representación proporcional en 1918 —demanda de los blancos para asegurarse algunas bancas ante la mayoría colorada— y el voto secreto en contra del fraude electoral, entre otras características de la legislación, respondieron a las necesidades coyunturales de los partidos (Solari, 1991). Este bipartidismo12 quedó reflejado en los resultados electorales de las elecciones nacionales entre 192613 y 1971 (Cuadro 1). Pizzorno, 1966. Los debates sobre sistemas electorales surgieron a fines del 1800. Al respecto Dieter Nohlen (1984) señala que “ya en 1878 fue presentado un proyecto de doble voto simultáneo por un consejo consultivo, según un texto elaborado por el constitucionalista Justino Jiménez de Aréchaga, que rechazó el dictador Lorenzo Latorre". 11 El doble voto simultáneo (DVS) permitió a los electores votar al mismo tiempo por un partido y un subconjunto específico de candidatos dentro del partido. Es decir que una vez que el ciudadano optaba por un partido tenía también que elegir una de las múltiples listas presentadas por ese partido. El DVS habilitó, entonces, opciones intrapartidarias. Una de las consecuencias de este sistema fue que el presidente electo no fuera necesariamente el candidato más votado, sino el candidato más votado del partido ganador. 12 Dado que en el interior de cada uno de los partidos políticos hubo una multiplicidad de fracciones con posturas políticas diferentes, algunos politólogos entienden que este bipartidismo era en realidad aparente. Uno de los sociólogos que apoyaron la teoría del “multipartidismo disfrazado” fue Aldo Solari quien sostuvo que “el régimen uruguayo es un bipartidismo aparente que funciona, en la práctica, como un sistema de partidos múltiples, [...] cada uno de los grandes partidos es un espectro de partidos, en cada uno de ellos se encuentra el mosaico más variado de ideologías políticas y de posiciones con respecto a problemas concretos” (Solari, 1988, página 16). Esta caracterización es compartida por Alfredo Errandonea: “El sistema de partidos de la sociedad uruguaya no es ni fue nunca bipartidista puro en la acepción técnica del término. Fue y es un sistema de multipartidismo asentado en un mecanismo electoral que lo intermedia, pero que debe basar su aptitud de gobernar en alianzas electorales temporales y hasta circunstancias que cruzan las fronteras de los lemas. Este mecanismo intermediador le dio un aspecto aparente que pudo haberlo hecho aparecer como ´bipartidismo´” (Errandonea, 1989: 45). No es éste el ámbito para entrar en esta polémica pero no compartimos esta visión; a pesar de su heterogeneidad interna, los partidos Colorado y Nacional constituyeron unidades partidarias con fuertes identidades políticas (de otra manera no se explican la capacidad de representación y la permanencia en el tiempo). 13 Existe consenso en que, a partir de esta fecha, la información electoral se hace confiable. 9 10 6 70 EL BIPARTIDISMO EN EL URUGUAY 1926-1971 60 50 VOTOS 40 30 20 10 0 1926 1930 1938 1942 1946 1950 1954 1958 1962 1966 1971 AÑO PARTIDO COLORADO PARTIDO NACIONAL OTROS PARTIDOS La sociedad uruguaya se caracterizó, entonces, por sus arraigadas identidades políticas blanca/colorada (con una ausencia notable de connotaciones de tipo “nacionalista”). Pero fue una identidad que no negó al “otro” —en una lógica del tipo enemigo/amigo— sino que se fundó en una lógica de adversarios políticos que se necesitaban mutuamente para gobernar. Esta es una de las diferencias importantes del batllismo con respecto al peronismo argentino. La adhesión al peronismo era definida, en primer lugar, en oposición a las clases dominantes. El peronismo dio un principio de identidad a la entidad “pueblo” bajo la subordinación/sometimiento en la encarnación del líder (Perón). Dicho de otro modo, Uruguay resolvió tempranamente el problema de la participación política, que se vincula al modo de fundamentar la legitimidad, y que no es otro que el problema del consenso y, al mismo tiempo, de la igualdad. En palabras de Alessandro Pizzorno, la cuestión de la participación política “es el problema de los modos en que se lleva a cabo, en la práctica, el consenso consciente de una población dentro de las 7 instituciones estatales que la rigen y es el problema de los modos de organización colectiva que permiten actuar sobre una estructura de desigualdades cuestionando, positiva o negativamente, los valores que la sustentan”14. La modernización se construyó entonces, sobre la centralidad de las instituciones políticas como garantes y medios de resolución de los conflictos entre los partidos y sus fracciones. Legalidad y libertad electoral fueron los puntos nodales de consenso entre todas las fuerzas políticas. La importancia medular de las normas se convirtió, en el caso uruguayo, casi en una manía reformista, en particular en lo que se refería a la organización del Poder Ejecutivo. Frente a cualquier crisis o problema político la reforma a la Constitución fue visualizada como “la solución”. El sistema político se articuló en torno a las elecciones y por ello el sistema electoral adquirió un papel central. Las reformas electorales y constitucionales fueron consideradas como las vías principales para introducir modificaciones en el sistema político y en torno a ellas se realizaron los pactos políticos entre los diferentes sectores. El análisis de las reformas electorales señala que de las dieciséis propuestas de reforma constitucional que se presentaron entre 1917 y 1971, siete fueron aprobadas como producto de pactos entre sectores políticos colorados y blancos. Esto quiere decir que el conflicto político puesto en evidencia en cada instancia electoral y también en cada reforma constitucional propuesta renovó las identidades partidarias y reafirmó los mecanismos de legitimación y consenso, resolviendo de este modo el problema de la participación. Los partidos tuvieron, además, la capacidad de politizar e incorporar a todos los ciudadanos, incluso a los extranjeros —lo que significa que la mayoría de los ciudadanos se identificó con uno u otro partido—, sin que ninguna fuerza política o social compitiera seriamente con ellos.15 Es decir, que los partidos “tradicionales” tuvieron la capacidad de constituirse en mecanismos de expresión y representación social, pero fueron también capaces de ofrecer un gobierno eficaz. Ambos aspectos —representación democrática y función gubernamental— se encontrarían en crisis en los sistemas de partidos actuales. Ahora bien, estas dos funciones básicas, cumplidas eficazmente por los partidos políticos uruguayos, se dieron conjuntamente con un Estado de Bienestar. En el caso uruguayo se configuró una versión —si bien Pizzorno, 1966, página 28. Es importante aclarar que existieron diversos grupos socialistas y anarquistas que aunque no tuvieron un peso electoral destacable, ejercieron una importante influencia en el plano cultural, social y político. 14 15 8 modesta y limitada— de lo que podríamos denominar “la fórmula de Claus Offe”: una expansión del Estado de Bienestar vinculado estrechamente al triunfo de la democracia representativa. Concretamente, este autor señala que el Estado de Bienestar “ha servido como principal fórmula pacificadora de las democracias capitalistas avanzadas para el período subsiguiente a la Segunda Guerra Mundial. Esta fórmula de paz consiste básicamente [....] en la obligación explícita que asume del aparato estatal al suministrar asistencia y apoyo (en dinero o en especie) a los ciudadanos que sufren necesidades y riesgos específicos característicos de la sociedad mercantil; dicha asistencia se suministra en virtud de pretensiones legales otorgadas a los ciudadanos”.16 Por otro lado, el Estado de Bienestar supone la competencia entre los partidos y el pluralismo de los grupos de interés, aunque en el marco de un limitado y mitigado conflicto de clases que de este modo ayuda a superar la situación de luchas paralizantes y las contradicciones que constituían el rasgo más ostensible del capitalismo liberal, previo a este tipo de Estado; y un sindicalismo autónomo que presiona especialmente sobre los partidos y poderes públicos para obtener beneficios. Estos aspectos confluyeron en la construcción de un Estado de Bienestar.17 Al hablar de racionalidad política, Offe señala que hasta los años sesenta prevaleció una racionalidad de tipo liberal-pluralista, en la cual los partidos políticos eran capaces de cumplir una función de reconciliación, de tender puentes sobre los conflictos de intereses. Este tipo de racionalidad se caracterizó por un intervencionismo político activo destinado a dar satisfacción a los intereses manifiestos (así como de anticipar algunas demandas). Uruguay es, en parte, asimilable a la caracterización que hace Offe de los países europeos, cuando señala que el énfasis estaba en la satisfacción de demandas (y no en la configuración y canalización de demandas) y en la aplicación de una política de corte coyuntural y no estructural.18 Es particularmente clara esta lógica en el proyecto batllista original que procuró neutralizar y amortiguar las demandas inhibiendo, fragmentando y subordinando políticamente desde el Estado a los intereses corporativos. Para ello politizó la sociedad a través del Estado, los partidos y el gobierno. Los problemas que provocó esta racionalidad política surgieron de un modo democrático de representación sobrecargado y sobrepolitizado, con consecuencias negativas sobre la eficiencia y eficacia política, aunque con consecuencias positivas sobre la distribución del ingreso y la ampliación de las políticas sociales. Por cierto, Uruguay no escapó al fuerte clientelismo de los Offe, 1990 página 136. Una buena síntesis de las características del Estado de Bienestar y su crisis puede leerse en Fernando Filgueira (1994). 18 Offe, 1988. 16 17 9 partidos políticos; por el contrario constituyó un eje central de la acción política. En definitiva, en el Uruguay se configuró, al igual que la mayoría de los países latinoamericanos (y en particular Argentina, Brasil, Chile y México) una “matriz estado-céntrica”.19 La metáfora de la matriz hace alusión a un orden en el cual el Estado ocupó un lugar protagónico y se convirtió en el eje de todo tipo de relaciones, subordinando al régimen político y al mercado. La idea de matriz nos remite a un conjunto de relaciones políticas y económicas, en la cual ninguna de ellas determina a la otra (es decir, no se enfatiza la economía por sobre la política, ni viceversa), aunque ambas giran en torno de la acción estatal. La nota diferente del caso uruguayo —que creemos constituye una de las claves para entender la centralidad que tiene aún la política en el este país— es que dicha configuración no se dio a costa de los partidos políticos (como en Argentina, Brasil o México), sino que por el contrario fueron ellos sus artífices; tampoco se produjo por la vía de sacrificar un sindicalismo autónomo. Más allá de la centralidad de los partidos y la estabilidad política, en Uruguay también se dieron quiebras institucionales, aunque los regímenes autoritarios que se instauraron buscaron inmediatamente el respaldo popular y hubo un relativo respeto a los derechos humanos. El presidente colorado elegido en 1930, Gabriel Terra,20 invocando la “soberanía popular” (en contra de la soberanía nacional) y luego de dar un golpe de Estado en 1933 convocó a un plebiscito mediante el cual se aprobó la nueva Constitución de 1934. El régimen autoritario terrista sufrió una rápida erosión y aunque los grupos opositores no encontraron una fórmula eficaz para combatirla (su conducta varió entre la abstención electoral y el intento de derrocamiento armado), la propia coalición oficialista se desgastó y los sectores políticos que se habían mantenido en la abstención volvieron a actuar en política. En 1942 hubo otro golpe de Estado, pero esta vez de corte restauracionista. Se le llamó el “golpe bueno” porque desarmó lo hecho por los “terristas” entre 1931 y 1934 (y porque no hubo ni censuras, ni detenciones ni persecución política). Al igual que el golpe anterior, se propuso otra reforma constitucional para deslegitimar las introducidas por los golpistas anteriores y excluir a ciertos grupos políticos (especialmente a la fracción herrerista del Partido Nacional). Cavarozzi, 1997. Gabriel Terra era un batllista heterodoxo, adscripto al ala derecha del reformismo y con vinculaciones importantes con los grupos empresariales y los inversionistas extranjeros. (Caetano y Rilla, 1996:149). 19 20 10 II) Crisis de los partidos, golpe de Estado y búsqueda de legitimidad militar (1950-1982) A partir de la década de 1970, América Latina comenzó a vivir una profunda crisis sociopolítica y económica. México y Brasil la enmascararon con una "fuga hacia adelante", pero todos los países ya sufrían los efectos de la crisis fiscal —latente o manifiesta— y las crecientes presiones inflacionarias. En particular, las dictaduras del Cono Sur pueden ser leídas como un resultado de la desorganización sociopolítica que la crisis de la “matriz estado-céntrica” estaba generando. En lo que respecta al Uruguay, desde la década del cincuenta comenzó a acentuarse una recesión económica que rápidamente se transformó en una crisis profunda. De hecho, las propuestas de reforma constitucional que se presentaron a partir de 1958 para modificar la ecuación política predominante, en favor de un Poder Ejecutivo uninominal, y de una concentración del poder en desmedro del Legislativo, se explican por los problemas de gobernabilidad que se presentaron como consecuencia del agotamiento de la matriz “estado- céntrica”. La crisis económica y el agotamiento del modelo batllista estimularon los virajes ideológicos de los partidos políticos hacia modelos de corte más neoliberal, menos estatistas y más autoritarios.21 La búsqueda de soluciones por la vía constitucional llegó a su punto máximo en diciembre de 1966 cuando se plebiscitaron cuatro proyectos de reforma. La izquierda también presentó su propuesta denominada “Reforma Popular” (por el mecanismo de “iniciativa popular”) apoyada por algunos sindicatos y respaldada por el grupo FIDEL. A partir de 1966 los partidos de izquierda irían aumentando su participación en el Parlamento: en 1966 el grupo FIDEL (coalición de diversos partidos de izquierda) obtuvo cinco bancas en la Cámara de Representantes y una en la Cámara de Senadores; en 1971, bajo una coalición más amplia denominada Frente Amplio, obtuvo 18 representantes y 5 senadores. Frente a la imposibilidad de que algunos de los proyectos lograran los votos necesarios para su aprobación se realizó un acuerdo interpartidario blanco-colorado del cual surgió la llamada “reforma naranja” (la Constitución de 1967). La aprobación de un gobierno “colegiado” en 1952 como producto de un pacto de los dos partidos tradicionales, esta vez, de los batllistas con el Partido Nacional puede interpretarse como un primer indicio de la pérdida relativa de apoyo a los partidos tradicionales. Aunque en ese momento no había una amenaza de parte de sectores de izquierda, la incipiente crisis del Partido Nacional y el Partido Colorado, fue considerada por algunos de sus proponentes como “el abrazo de tradiciones blanca y colorada para atemperar, mediante acuerdos entre los partidos mayoritarios, las amenazas del conflicto ideológico planetario de la Guerra Fría” (Lissidini, 1998). 21 11 En el marco de la crisis económica, los partidos políticos no tuvieron la capacidad de satisfacer las crecientes demandas de los diversos sectores sociales, las que entraron cada vez más en conflicto con los requerimientos sistémicos. Un indicador de la crisis de los partidos políticos fue la decadencia de los clubes de los partidos y sectores políticos. Como señalara Germán Rama, el club político consistía en un grupo social del que, con diferentes grados de sociabilidad, formaban parte individuos vinculados por su trabajo o por su residencia en una determinada área urbana o rural. La función declarada era la adhesión a un determinado partido y sector político, pero la función real era asegurar a sus integrantes algún tipo de beneficio de los que otorgaba el poder estatal a cambio de entregar el voto y de participar en las actividades del sector partidario al que estaba vinculado el club.22 Las restricciones económicas afectaron sensiblemente la facultad de respuesta de los partidos políticos, que dada la estrecha vinculación con el Estado habían adoptado una relación clientelística con los ciudadanos y una racionalidad fuertemente politizada (y escasamente técnica) respecto a las decisiones de política. Un ejemplo notable de la sobredeterminación política fue el sistema de seguridad social: las jubilaciones y pensiones se transformaron en mecanismos clientelares por parte de los partidos, profundizando la crisis del sistema de prestaciones sociales a los jubilados.23 La deslegitimación creciente de los partidos tradicionales contribuyó al surgimiento de nuevos actores políticos y a la aparición de discursos contrarios a los partidos políticos, tanto desde la derecha como desde la izquierda. Los gobiernos elegidos en 1966 (cuyo presidente fue desde 1967 Jorge Pacheco) y especialmente en 1971 (cuyo presidente fue Juan María Bordaberry), fomentaron la intervención de las Fuerzas Armadas y la deslegitimación del Poder Legislativo. A partir de la década de 1960 se presentaron discursos y prácticas rupturistas que cuestionaron la legitimidad y la representatividad de los partidos políticos “tradicionales” y especialmente la capacidad de dar respuestas a las demandas crecientes. Al entrar el imaginario social en crisis, se intensificó la producción de imaginarios sociales competidores que fueron presentados por nuevos actores sociales y políticos tanto de izquierda —el Frente Amplio, la guerrilla, el sindicalismo y el movimiento Rama, 1971. Como señala Jorge Papadópulos, la búsqueda de maximizar los retornos políticos de los recursos económicos escasos se procuró universalizando la legislación revaluatoria, para lo cual el parlamento dictó dos leyes de revaluación automática, para mantener el valor real de las pasividades (ambas en contexto preelectoral: una en 1961 y la otra en 1965) (Papadópulos, 1992). 22 23 12 estudiantil— como de derecha (entre ellos el “ruralismo”).24 En ambos casos estuvo además presente la retórica intransigente y sus tesis reaccionarias25 que alimentaron la crisis que hizo eclosión con el golpe de Estado. La presencia política y electoral del Frente Amplio fue un síntoma de la creciente deslegitimación de los partidos Colorado y Nacional. En 1971 surgió la coalición frenteamplista26 con una propuesta de izquierda que pretendió canalizar la insatisfacción ciudadana. Se conformó por grupos escindidos de los partidos “tradicionales”, sectores marxistas, democristianos y de izquierda, cuyo principal objetivo fue “la acción política permanente y no la contienda electoral”. Este grupo político, se presentó en las elecciones de noviembre de 1971 bajo la candidatura única del Gral. Líber Seregni y obtuvo el 18.3% de los votos en todo el país y 30% en Montevideo. La fundación de la coalición frenteamplista y presencia electoral y política fue el principio del fin del bipartidismo en el Uruguay. Respecto del movimiento guerrillero, éste surgió en 1965 inspirado en la Revolución Cubana y en los movimientos guerrilleros de América Latina. Convencidos de que la lucha armada era la única vía,27 iniciaron primero una etapa, entre 1968 y 1969, en el cual predominó el “bandolerismo justiciero” 28 y posteriormente adoptaron las actitudes guerrilleras clásicas inspiradas en el “foquismo”. El movimiento guerrillero tupamaro logró el apoyo y la simpatía de muchos jóvenes y de algunos sectores de izquierda al denunciar la corrupción y la incapacidad de los partidos para dar El ruralismo fue un movimiento de derecha que contribuyó al extremismo ideológico creciente. Liderado por Benito Nardone, quien a partir de 1945 a través de la radio predicó los problemas rurales de peones, jornaleros y propietarios rurales. A partir de mediados del cincuenta convocó a sus adeptos con un discurso independiente de los partidos políticos y de corte populista. En 1958, determinó el triunfo electoral del Partido Nacional al aceptar formar parte de la fórmula presidencial con Herrera (como resultado, tres herreristas y tres nardonistas ingresaron al Consejo de Gobierno). De las filas del ruralismo surgiría el presidente colorado electo en 1971, Juan María Bordaberry. Sobre Benito Nardone ver Raúl Jacob (1981) 25 Albert Hirschman (1995) en su libro Retóricas de la intransigencia identifica tres tesis reactivo-reaccionarias: tesis de la perversidad, la tesis de la futilidad y la tesis del riesgo. 26 Originalmente estuvo integrado por: Movimiento por el Gobierno del Pueblo, lista 99; Partido Demócrata Cristiano; Movimiento Blanco Popular y Progresista; Frente Izquierda de Liberación; Partido Comunista; Partido Socialista; Movimiento Socialista; Movimiento Herrerista, lista 58; Grupos de Acción Unificadora; Partido Obrero Revolucionario (Trotskista); Movimiento Revolucionario Oriental (Declaración Constitutiva, 5 de febrero de 1971). 27 Y al decir de Carlos Real de Azúa: “convicción de la no-factibilidad de la revolución formal y la esterilidad de la acción política convencional en lo que parece un juego de cartas marcadas donde la banca siempre gana, de la percepción de la opacidad y esterilidad de la actividad gremial tal como ésa se presentaba hacia fines de 1965 a los elementos más inquietos, del impulso a ´hacer algo´ por la promoción de una nueva imagen del país.” (Real de Azúa, 1988, página 94). 28 Del estilo tan brillantemente analizado por Eric Hobsbawm en sus Rebeldes Primitivos. 24 13 respuestas a la crisis. Sin embargo, su forma de lucha fue rechazada por la mayoría de la población29 y en 1972 la organización fue desmantelada y sus dirigentes muertos o encarcelados. El discurso y las acciones de este grupo político contribuyeron decididamente a alimentar el clima de intransigencia y de violencia. El movimiento sindical se consolidó entre 1955 y 1964, adquiriendo un fuerte protagonismo en la sociedad, y con una clara hegemonía de los sectores de izquierda (en particular del Partido Comunista pero también de anarquistas). En los años sesenta y setenta, las reivindicaciones y confrontaciones de los trabajadores organizados con los gobiernos respectivos se agudizaron. Los paros, las huelgas y las manifestaciones se hicieron constantes,30 al tiempo que aumentaba la represión y persecución de sus dirigentes. La politización del movimiento obrero fue creciendo frente a la incapacidad de respuesta de parte de los partidos políticos. Enrique Rodríguez, importante dirigente sindical y miembro del Partido Comunista desde 1931 y senador hasta 1973, evaluó ese momento con estas palabras: Para el obrero antes aislado y expectante, pasar a ser protagonista en luchas de grandes magnitudes, ver que ante la fuerza unida puede hacerse retroceder al gobierno y al capitalista a quienes había creído intocables e invencibles, es un revulsivo que le hace cobrar estatura. Cuando, a la inversa, ese enemigo golpea ferozmente, muestra su odio de clase, el obrero comprende nítidamente la mentira propagada de generación en generación sobre ese Estado protector o sobre el patrón benefactor. Todo eso, y el interés del obrero adquiere -entonces con vibración de clase- por los problemas internacionales, por la lucha de los obreros de otros países y continentes, va sedimentando una auténtica conciencia de clase que es más El MLN dio su “apoyo crítico” al Frente Amplio en 1971 pero era claro que su estrategia no sólo no coincidía con la de la coalición sino que era opuesta. Como diría uno de los fundadores del Frente Amplio, Oscar Bruschera, “no hubo apoyo crítico sino hostigamiento dentro del propio Frente, con lo que doblemente lo perjudicó, porque —y en esto la dirigencia del Frente también estuvo omisa— dañó su imagen popular, trasvasando falsamente las características de un movimiento a otro, y paralizándolo en polémicas internas que se desarrollaron ante el estupor, la indiferencia o el rechazo de multitud de sus posibles adherentes” (Bruschera, 1986, página 46). La misma discrepancia se dio al interior de la CNT: “por ejemplo, la CNT alertaba contra las trampas provocativas del gobierno, reclamando de las masas disciplinadas, cabeza clara, unidad de acción y no dispersión de esfuerzos. El MLN comúnmente, cuando se enfrentaba a ese mismo hecho social lo enjuiciaba al revés y con la consigna “golpe a golpe” realizaba acciones directas que llevaban a una confrontación violenta y a la radicalización forzada de movimientos. [...]. En algunos casos, como en abril de 1972, fueron retrocesos notorios en la correlación de fuerzas y factor de alejamiento de grandes masas” (Dirigente sindical Enrique Rodríguez, 1980, página 127). 30 Mientras que en el período 1959-1962 el número de huelgas fue de 642, entre 1967 y 1970 ascendió a 1.062 (Graceras, 1977). 29 14 simple que una simple “politización”: es presencia y atributo de dirigente (subrayado nuestro). 31 Durante el gobierno de Pacheco Areco la escalada de represión contra las organizaciones sociales y políticas identificadas con la izquierda fue en aumento. En 1969 decretó las "medidas prontas de seguridad"32 y la suspensión de las garantías individuales. Durante esos años — especialmente a partir de 1968— se vivieron una violencia y una agitación no conocidas en el país. Se abandonó la búsqueda de consenso y apareció la idea de una sociedad en guerra. A partir de 1971, con el gobierno de Juan María Bordaberry, la presencia de las Fuerzas Armadas se hizo más visible en la lucha contra la guerrilla y la represión de las movilizaciones populares. En 1972, el Parlamento aprobó la Ley de Seguridad del Estado y Orden Público, aceptando de hecho la jurisdicción militar para combatir los supuestos subversivos. Los aspectos dominantes de la situación política, que a partir de 1968 significaron una amenaza cierta a la democracia fueron sintéticamente: el extremismo ideológico (tanto de izquierda como de derecha); la inestabilidad económica; los conflictos laborales; la violencia en ascenso y la expansión de la función militar.33 La profunda crisis económica redujo la capacidad de maniobra de los partidos políticos tradicionales y éstos fueron incapaces de generar alternativas viables. Por el contrario, se sumieron en conflictos internos que aumentaron el descreimiento y la desconfianza por parte de los ciudadanos, en un contexto de constantes denuncias de corrupción. A grupos y movimientos que proponían una salida violenta se sumó una escalada autoritaria que desde el Poder Ejecutivo convocó a las Fuerzas Armadas. La respuesta de los militares y su politización fue consecuencia de la debilidad de las organizaciones políticas tradicionales, del accionar de los nuevos actores políticos y sociales y de las nuevas tareas que les fueron encomendada a los militares. La polarización ideológica y la violencia política fueron los efectos más notables de la crítica relación entre partidos, Estado y sociedad, todo lo cual contribuyó primero a la erosión del régimen y luego a la crisis del sistema político. Dicho de otra manera: el agonismo (conflicto entre adversarios) se transformó en antagonismo (lucha entre enemigos), poniendo en riesgo la democracia. En este contexto, los partidos políticos no asumieron una postura mayoritaria Rodríguez, 1980, página 94. Medidas prontas de seguridad: previsión constitucional que permite el arresto administrativo o la expatriación voluntaria en casos de "conmoción interna". Versión atenuada del estado de sitio. 33 Gillespie, 1995. 31 32 15 de rechazo al golpe de estado. Por el contrario, varios líderes políticos tuvieron una posición dubitativa, rayana con la complicidad (en particular dentro del Partido Colorado, aunque no exclusivamente). Asimismo, organizaciones sociales opositoras (como la Central Nacional de Trabajadores) apoyaron, aunque “críticamente”, los comunicados 4 y 7 de las Fuerzas Armadas (en los cuales los militares proponían la nacionalización de la banca, la redistribución de la tierra y el combate a la corrupción). En definitiva, al igual que en el resto de los países del Cono Sur, en Uruguay se acentuaron los peligros de la decadencia de los partidos que favorecerían la participación política de las Fuerzas Armadas según Huntington: la declinación del vigor partidista, la fragmentación de los liderazgos, la pérdida de apoyo popular, el descaecimiento de la estructura organizativa, el aumento del personalismo, el desplazamiento de los dirigentes políticos hacia la burocracia.34 Al mismo tiempo, Uruguay arrastraba algunos conflictos —similares a los de Chile— que contribuyeron a la crisis. Manuel Antonio Garretón señala que en el caso chileno, el sistema político partidario absorbía al conjunto de la sociedad civil, es decir, era una sociedad con un fuerte sistema político pero con una sociedad civil débil. Esto quiere decir que los conflictos políticos se trasladaban rápidamente al conjunto de la sociedad. Al mismo tiempo, los actores principales eran los partidos políticos, lo que hizo que el sistema de representación se convirtiera en un mundo cultural cerrado.35 En el caso uruguayo, la crisis política y económica estalló, al igual que en Chile, en el marco de una fuerte “partidización” de los ciudadanos, puesto que fueron los partidos los que definieron las principales áreas del conflicto político. El Frente Amplio, aunque no tuvo una base obrera extendida, asumió como propia la defensa de los trabajadores. Por eso adoptó un discurso de clase y su accionar político estuvo estrechamente vinculado a las principales organizaciones de trabajadores y de estudiantes, en muchos casos devaluando a la democracia “formal”. A su vez, sectores importantes de los partidos tradicionales patrocinaron un discurso reaccionario, que en coincidencia con el discurso más radical, despreció las reglas de juego. En definitiva, es en los actores políticos y sus respectivas acciones, discursos y gestos políticos donde debemos buscar las causas profundas de la crisis final del sistema político.36 Esto no debe 1991 Garretón, 1995. 36 En este punto el comentario de Hirschman a propósito de la retórica intransigente parece muy apropiado para el caso uruguayo: “De las exageraciones e ilusiones comunes a la retórica reaccionaria y a la progresista es posible deducir, en contraste con ambas, dos ingredientes de lo que puede llamarse una posición “madura”: i) hay peligros y riesgos 34 35 16 hacernos ignorar la influencia que tuvo sobre la Fuerzas Armadas la ideología de la seguridad nacional propia de la guerra fría, así como el papel que jugó Estados Unidos en la promoción de los golpes militares en América Latina. La supervivencia partidaria y la ansiada legitimidad militar Juan María Bordaberry, quien permaneció como presidente hasta 1976, propuso la abolición permanente de todos los partidos y su sustitución por un régimen dictatorial institucionalizado, pero los militares se opusieron. Las Fuerzas Armadas explícitamente denigraron la propuesta de Bordaberry de eliminar a los partidos tradicionales y aceptaron el memorándum del entonces ministro de economía Vegh Villegas. Vegh Villegas, una de las personalidades civiles más influyentes del régimen, estuvo de acuerdo con el presidente en mantener a las Fuerzas Armadas en la conducción de los asuntos públicos, prorrogar el mandato presidencial y las elecciones, pero discrepó con respecto a la propuesta de Bordaberry, pues según el ministro había que mantener a los partidos políticos. Asimismo, mantuvieron a civiles en el gobierno, tanto en la presidencia como en los ministerios y las decisiones fueron tomadas en “cónclaves cívico-militares”. El objetivo militar era reformar y controlar a los partidos políticos tradicionales y modificar algunos elementos del sistema de partidos (como el doble voto simultáneo y la ley de lemas, que por cierto eran resistidos, en particular por la izquierda) y aquellos aspectos que habrían motivado (según su percepción) el caos y la anarquía que se vivieron en el Uruguay desde fines de la década del sesenta. La centralidad de los partidos políticos tradicionales fue reconocida por los actores políticos y militares e incluso se los consideró claves para derrotar las opciones políticas “marxistas”. En tanto, las Fuerzas Armadas ya habían vencido a la guerrilla (de hecho, los tupamaros fueron derrotados en 1972), la lucha adquirió un carácter ideológico y en ella apelaron a las tradiciones “blanca” y “colorada” y a la “orientalidad” para intentar seducir a la ciudadanía. En momentos en que el Uruguay obtenía el triste récord de mayor cantidad de presos políticos per capita en América Latina (1 en 600), los militares intentaban —como en el resto de las dictaduras latinoamericanas— justificar la represión. Además, formalizaron su tanto en la acción como en la inacción [...]; y ii) las consecuencias benéficas tanto de la acción como de la inacción no pueden conocerse nunca con la certidumbre que afectan los dos tipos de alarma de Casandra a que estamos acostumbrados. Cuando se trata de prevenir desgracias o desastres inminentes, vale la pena recordar el refrán Le pire n´est toujours sûr (lo peor no siempre es seguro)” (Hirschman, 1995, página 171). 17 intervención mediante Actos Institucionales, que constituyeron la expresión jurídica de las intenciones militares y el cronograma fijado por las Fuerzas Armadas.37 Aunque existieron diferencias ente los militares sobre el futuro de los partidos tradicionales, la mayoría apoyaba una reforma constitucional que permitiera la reincorporación de los partidos Colorado y Nacional bajo un esquema de control por parte de las Fuerzas Armadas. Los militares habían anunciado —más allá de las discrepancias internas— la intención de un retorno a la democracia y sabían que la misma era imposible sin la participación de, al menos, algunos sectores políticos tradicionales. Hacia el plebiscito autoritario De acuerdo con el Plan Político Básico elaborado por los militares en el cónclave de Santa Teresa en agosto de 1977, se proponían iniciar una apertura que incluía la aprobación de una reforma constitucional cuyas bases eran los Actos Institucionales del proceso. Las Fuerzas Armadas se disponían, en definitiva, a abrir una nueva etapa que institucionalizara un gobierno autoritario con rostro democrático. La propuesta institucionalizaba la asunción por parte de las Fuerzas Armadas de todas las competencias referidas a la seguridad nacional y reforzaba el Poder Ejecutivo en perjuicio del Legislativo. Respecto de los partidos políticos, limitaba su funcionamiento y formación, disponía la eliminación del doble voto simultáneo y establecía la candidatura única por partido. Además, eliminaba jurídicamente la prohibición de allanamientos nocturnos, otorgaba al Poder Ejecutivo la reglamentación del derecho de huelga y se mantenía la vigilancia sobre la ciudadanía y la persecución de los grupos políticos de izquierda. Sin embargo, lo medular del plebiscito propuesto era la búsqueda de legitimación del rol que los militares habían asumido de hecho y el voto afirmativo significaba su institucionalización y aceptación. Al igual que en otros gobiernos autoritarios (en Uruguay, Terra en 1933 y Baldomir en 1942, o en Francia con el degaullismo entre 1958 y 1962), o claramente dictatoriales (como Hitler en 1933, 1934 y 1938), el plebiscito fue utilizado como un mecanismo de legitimación popular. Esta convocatoria se originó en una confianza desmesurada en el poder del convencimiento y en la apelación al miedo. La coyuntura económica Sobre el discurso militar, el trabajo de Carina Perelli (CLADE- Ediciones Banda Oriental. Montevideo, 1987) Someter o convencer. El discurso militar es de lectura ineludible. 37 18 favorable y la caída de la desocupación —producto básicamente de la emigración a la Argentina— contribuyó a generar seguridad en las cúpulas militares en la conquista de la ciudadanía. A ello se sumó la necesidad de contrarrestar el progresivo deterioro de la imagen del Uruguay en el exterior (que se reflejó en las manifestaciones de desacuerdo de la administración Carter con el gobierno militar por la violación sistemática de los derechos humanos). A diferencia de otras dictaduras latinoamericanas, los militares uruguayos no lograron un respaldo ciudadano mayoritario. Aunque varios líderes tuvieron una actitud cómplice respecto al golpe de estado (y muchos uruguayos apoyaron la ruptura institucional), posteriormente sólo el sector del ex Presidente Jorge Pacheco Areco y algunos grupos minoritarios del Partido Nacional se integraron activamente al proceso. Por el contrario, sectores políticos y económicos en Chile —y en menor medida en Argentina— participaron activamente en el intento refundacional del régimen militar, con un cierto apoyo popular. Además, en Chile hubo una consolidación del modelo económico privatista (aunque no exento de crisis económica) que logró un alto crecimiento del producto bruto interno y el control de la inflación, junto con la constitución de un empresariado relativamente dinámico y modernizador. En Uruguay, más allá del cierto auge coyuntural, no hubo un crecimiento del producto bruto ni una disminución de la inflación; no existió un proceso de privatización de las empresas estatales, ni la generación de un nuevo tipo de empresario productivo. Augusto Pinochet, el dictador chileno, se consolidó como un líder dentro de las Fuerzas Armadas y su poder se mantuvo después de la democratización. En Uruguay, por el contrario, se produjo una alternancia regulada y casi escalafonaria de la cúspide de gobierno y de las distintas fuerzas o armas y, de hecho, hubo un gobierno “colegiado” de los oficiales generales. La convocatoria fue realizada en un contexto de rigurosa exclusión de los opositores al régimen. La propaganda a favor de la reforma se hizo en todos los medios, en escaso tiempo, pero intensivamente. La oposición no tuvo posibilidades de argumentar en contra de la reforma, aunque se abrieron algunos espacios o rendijas donde pudo filtrarse el rechazo a la reforma constitucional.38 No hubo una campaña política en contra del plebiscito aunque existieron expresiones de rechazo a través de volantes y pegatinas. La campaña de oposición se hizo especialmente desde el semanario Opinar, algunos editoriales con firma en el diario El Día, los comentarios de Germán Araújo en CX 30 La Radio y unos pocos actos, en locales cerrados, varios de los cuales terminaron con oradores y/o organizadores presos o proscritos. El momento más recordado de rechazo fue el debate televisivo entre Néstor Bolentini y Enrique Viana Reyes (ambos a favor de la reforma) y Enrique Tarigo y Eduardo Pons Echeverry (por el NO). En ella los opositores al régimen militar derrotaron verbalmente a sus antagonistas. El momento más recordado por la opinión pública fue 38 19 Los pronunciamientos partidarios en contra del proyecto jugaron un papel importante, a pesar de las fuertes restricciones a la libertad de prensa y los líderes proscritos, presos o exiliados. A partir de 1976 (año en que debían realizarse las elecciones nacionales), los partidos políticos tuvieron un cambio posicional. Frente a los propósitos militares de control y restricción del margen de maniobra de los partidos tradicionales, diversos sectores y líderes políticos comenzaron a proclamar su oposición. Estas manifestaciones surgieron de aquellos grupos políticos tolerados por los militares, que a partir de ese momento retomaron su lugar en la escena política. Todos los sectores partidarios apoyaron el NO con la excepción del grupo de Jorge Pacheco del Partido Colorado y de algunos herreristas y sectores orientados por Alberto Gallinal del Partido Nacional. 39 Sin embargo, dado el contexto de fuerte censura, el factor decisivo en la respuesta ciudadana puede encontrarse en la presencia de una cultura política basada en la negociación y convivencia pacífica. Los uruguayos votaron contra la represión y la persecución, contra un estilo de imposición ajeno a las tradiciones, y a favor de la redemocratización. Como afirma Luis Eduardo González:: “el resultado del plebiscito de 1980 no fue decidido ni por la lealtad a los partidos políticos ni por la distribución del electorado a lo largo del continuo derecha-izquierda [...]. La división entre el sí y el no cruzó a través de todos los grandes grupos políticos excepto la izquierda. La mayoría que rechazó el autoritarismo militar fue heterogénea pese al denominador común —a favor de instituciones políticas más liberales que las ofrecidas por el gobierno—, porque incluía electores tradicionalistas y conservadores”. Las consecuencias más inmediatas fueron la deslegitimación de los militares y la conformación de un frente común opositor al régimen. El resultado del plebiscito —los partidarios de la reforma lograron un 42% de los votos frente a una negativa del 57,9%— provocó la crisis del régimen militar y abrió el camino a una transición hacia la democratización. Este proceso llevaría cuatro largos años, porque a pesar de la derrota en las urnas, los militares continuaron teniendo el poder. El objetivo militar seguía siendo reformar a los partidos tradicionales y oponerse al resurgimiento de los grupos de izquierda. Para ello convocaron a elecciones internas de los partidos tradicionales, en un nuevo gesto autoritario. En 1982 comenzaron las discusiones sobre el estatuto de los partidos entre la COMASPO (Comisión de Asuntos Políticos de las Fuerzas cuando Pons Echverry comparó a los civiles que apoyaban al gobierno militar con los “rinocerontes”, en alusión a la obra de Ionesco en la cual asimila la nazificación con la transformación de los humanos en rinocerontes. 39 Respecto a la actividad de los partidos políticos durante la dictadura militar, ver Silvia Dutrénit (1994 y 1996). 20 Armadas), el Partido Colorado y sectores del Partido Nacional. El acuerdo entre las partes incluyó la convocatoria a elecciones internas el 28 de noviembre de 1982 de los partidos Colorado, Nacional y Unión Cívica.40 Los propósitos declarados de estas elecciones fueron: designar al Directorio del Partido, que tendría 15 miembros y cuya presidencia sería desempeñada por el titular que resultara más votado; establecer el Programa de Principios del Partido; y designar a los candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia de la República, debiendo contar con el respaldo del 25% de los convencionales. Sin embargo, más allá de estos objetivos, es posible interpretar esta elección popular como un plebiscito convocado por los militares con las siguientes finalidades: a. Fortalecer el bipartidismo y perjudicar a la izquierda. Los militares esperaban que al estar proscrito el Frente Amplio, los ciudadanos (especialmente aquellos que votaban por primera vez) socializados o resocializados en el contexto dictatorial, apoyarían a los partidos políticos tradicionales. Con el voto popular se intentaba deslegitimar las opciones de izquierda. b. En cuanto a los partidos políticos tradicionales, se esperaba el triunfo de los grupos no opositores al régimen militar. Es decir, se apostaba a que los sectores batllistas del Partido Colorado y los sectores Por la PatriaMovimiento de Rocha (liderados por el dirigente exiliado Wilson Ferreira) del Partido Nacional, fueran derrotados en las elecciones internas. Si el resultado era el anhelado, los sectores autoritarios mantendrían su influencia en los partidos. c. Por último, esta apelación ciudadana puede ser interpretada como un recurso impuesto por los militares a los partidos políticos con la intención de restarles márgenes de maniobra. Desde el comienzo de la dictadura, los militares pretendieron modificar a los partidos políticos tradicionales para hacerlos más “funcionales”, pero fueron rechazados por la ciudadanía en el plebiscito de 1980 y luego por los políticos en las conversaciones que se sucedieron a lo largo del “proceso”. Ante los sucesivos fracasos, ensayaron el último intento: modificar el equilibrio interno de los partidos a través de una elección interna (con múltiples proscripciones: de partidos y de líderes). Si el resultado correspondía a las expectativas de las Fuerzas Armadas, los sectores más “autoritarios” de cada partido tendrían mayor poder y serían quienes gobernarían a partir de noviembre de 1984. La Unión Cívica surgió en 1911 y se presentó con ese nombre hasta las elecciones de 1962. Las divergencias internas entre diferentes sectores llevó al cambio de nombre (adoptó el de Partido Demócrata Cristiano) y a divisiones internas. Los resultados electorales de 1966 confirmaron el predominio de los PDC sobre Movimiento Cívico Cristiano. A las conversaciones con los militares se convocó al sector conservador de la Unión Cívica. 40 21 Frente a las opciones impuestas, la izquierda propuso dos estrategias posibles a sus militantes. La primera fue votar “en blanco”, como manera de “marcar los votos” y obligar a que su existencia real fuera reconocida. Esta posición fue promovida desde la cárcel por el líder histórico del Frente Amplio, Líber Seregni. La segunda fue la de optar por aquellas candidaturas que dentro de los partidos tradicionales representaran las posiciones más cercanas a la izquierda (esta postura sintonizaba con la “tradición” uruguaya que tenía poca inclinación por el voto en blanco). De esta forma, el voto de los frenteamplistas se transformaba en un voto “útil” al dar el apoyo a los sectores más opositores. Ésta fue la postura del Partido Comunista quien decidió sufragar por las listas del Partido Nacional lideradas por Wilson Ferreira. Los resultados de las elecciones internas significaron un rechazo mucho mayor al régimen pues recibieron un mayor caudal de votos las opciones más desfavorables al régimen (que habrían sumado un 65% frente a un 28% de sectores más favorable y un 7% de votos en blanco y anulados). En definitiva, las elecciones de 1982 significaron el retorno legal al bipartidismo y el respaldo ciudadano a los sectores más opositores a la dictadura militar.41 Respecto al Frente Amplio, sus partidarios prefirieron mayoritariamente votar por algún candidato opositor a sufragar en blanco. Aunque continuaron las represiones, proscripciones y censuras, el camino hacia la redemocratización se había inaugurado como consecuencia de una cultura política francamente antidictatorial. 42 III) Transición y democratización: la centralidad del Frente Amplio (1982-2001) El Frente Amplio y en particular algunos de sus dirigentes, se constituyeron en actores reconocidos por "los otros", a partir de las negociaciones entre los militares y los partidos políticos. Después de intentar destruir la organización partidaria mediante la ilegalización, la represión y la cárcel, las Fuerzas Armadas, paradójicamente, tuvieron que Un fuerte apoyo recibieron los sectores wilsonistas, partidarios de Wilson Ferreira Aldunate, quien a pesar de haber sido proscrito por los militares y estar exiliado mantuvo su liderazgo dentro del Partido Nacional. En particular, la lista “ACF” ganó en todos los distritos de Montevideo. Las listas blancas wilsonistas expresaron el rechazo más absoluto al régimen militar y fueron apoyadas por la izquierda. 42 Cronologías de la dictadura y la transición a la democracia pueden leerse en Diego Achard, La Transición en Uruguay (Instituto Wilson Ferreira Aldunate. Montevideo, 1992) y en la Gran Enciclopedia del Uruguay-Tomo I (El Observador Económico. Montevideo, 2001). 41 22 reconocerlos como interlocutores legítimos. Al negarse el Partido Nacional a participar de un acuerdo que incluyera continuar la proscripción de su líder político, Wilson Ferreira Aldunate,43 la presencia del Frente se hizo imprescindible. Un conjunto de factores llevó a que el 23 de agosto de 1984 se firmara el Pacto del Club Naval, entre ellos: la necesidad de la Fuerzas Armadas, del Partido Colorado y de la Unión Cívica de contar con el apoyo del Frente Amplio; la moderación del discurso intransigente de un sector importante de la dirigencia frenteamplista; las movilizaciones sociales contra la dictadura; el apoyo mayoritario de la ciudadanía a una salida negociada y pacífica del gobierno dictatorial (dictadura que hasta 1984 continuó reprimiendo y torturando). El Pacto fue un acuerdo entre partidos (con excepción del Partido Nacional) y los militares que permitió una salida “ordenada”. En definitiva, el Frente Amplio adquirió relevancia política y sobre todo reconocimiento y legitimación tanto de los partidos tradicionales como de los militares que debieron recurrir a este grupo político para que se concretara un acuerdo que habilitara la “salida” de la dictadura. Este proceso de aceptación fue simultáneo al cambio interno de la coalición de izquierda: los líderes frenteamplistas, y gran parte de sus militantes, revalorizaron la democracia como régimen de gobierno y abandonaron mayoritariamente los comportamientos antisistema.44 A partir de este Wilson Ferreira Aldunate fue diputado por el nacionalismo independiente entre 1954 y 1955 (al ocupar la banca dejada por Washington Beltrán). Cargo que vuelve a ocupar en 1959 y en 1962 por el sector no herrerista del Partido Nacional (es decir, por la UBD). Ingresa al senado en 1967 (como suplente de Washington Beltrán), es electo senador en 1966 (por la UBD) y reelecto en 1971 (por el sector de Por la Patria). Entre 1963 y 1967 fue Ministro de Ganadería y Agricultura bajo el gobierno de la Unión Blanca Democrática y en 1971 fue el candidato presidencial más votado pero por la legislación vigente —ley de lemas— no accedió a la presidencia (Enciclopedia del Uruguay-Tomo II editado por El Observador Económico. Montevideo, 2001). Wilson se exilió en Argentina de donde escapó al intento de secuestro y asesinato por parte de los militares (acción militar que le costó la vida a los senadores Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruíz) y más tarde en Londres. El 16 de junio de 1984 fue detenido cuando arribó al puerto de Montevideo y no pudo participar como candidato a la presidencia. Fue liberado cinco días después de las elecciones nacionales. En el primer gobierno democrático jugó un rol fundamental al pactar la gobernabilidad con el gobierno de Julio María Sanguinetti. La aprobación de la “Ley de caducidad de la pretensión punitiva del Estado”, que significó la amnistía a los militares que habían cometido delitos contra los derechos humanos durante en el período de la “lucha contra la subversión” y en el gobierno militar, fue el primer producto de dicho pacto. Murió en marzo de 1988. 44 Sin embargo, la moderación del discurso y la actitud de búsqueda de consensos que caracterizó a los frenteamplistas en esta etapa, no incluyó a todo los grupos que integraron el Frente Amplio y ello tuvo sus costos políticos. La renovación fue progresivamente adoptada los grupos “moderados”: Movimiento Popular Frenteamplista, Partido por el Gobierno del Pueblo (lista 99), el Partido Comunista, Partido Socialista, Partido Demócrata Cristiano y Movimiento Socialista. Estos grupos fueron los que 43 23 momento, el Frente Amplio fue adquiriendo las características de un partido político más en el espectro partidario uruguayo, con capacidad de generar consensos. El segundo gran paso fue en 1989, cuando Tabaré Vázquez accede al gobierno de la capital. Esta victoria electoral significó el reconocimiento del Frente Amplio como un partido de gobierno. Como el resto de los partidos, el Frente Amplio es policlasista (recoge adhesiones de todos los sectores sociales) y de la misma manera que el Partido Colorado construyó su identidad por oposición al Partido Nacional (y viceversa), el Frente surgió por antítesis a los blancos y colorados. Junto con la moderación discursiva y la legitimidad otorgada, la persecución a los militantes y simpatizantes de izquierda durante la dictadura alimentó la “mística frenteamplista”, es decir, aquellos componentes “irracionales” que forman parte de la identidad de los partidos y los mantienen unidos: esas áreas de solidaridad y confianza que mencionaba Pizzorno. Como ha señalado Líber Seregni, “tenemos nuestro panteón de muertos y sacrificados, de heroicidades cumplidas, hemos compartido intensamente triunfos y fracasos, pero sobre todas las cosas, compartimos el orgullo tremendo de haber superado los intentos de destrucción de la dictadura que se centró en el Frente Amplio y sus integrantes”.45 Estos elementos simbólicos se recrean en un discurso de izquierda moderna, que ha logrado sortear con mucho éxito la “caída del muro”. Como señaló Tabaré Vázquez, el Frente Amplio es "una fuerza progresista, pero no es una fuerza socialista ni una fuerza marxista en su definición ni en su constitución. Si bien hay grupos políticos denominados socialistas, el programa del Encuentro Progresista es un programa moderado: no estamos planteando un proceso revolucionario de cambios drásticos".46 Sin embargo, estos grupos moderados conviven con sectores de la "vieja izquierda" que llevan en algunas ocasiones a la coalición frenteamplista a ser “rehén” de las decisiones sindicales, restándole capacidad de acción política.47 Asimismo, algunos sectores continúa apostando a un Estado de Bienestar de escasa actualidad. 48 apoyaron el pacto del Club Naval y representaron la enorme mayoría de los votos frenteamplistas en las elecciones de 1984 (90%). Como veremos, esta tensión fue y es permanente en la coalición. 45 Entrevista personal realizada el 7 de noviembre de 1996. 46 Entrevista a Tabaré Vázquez, publicada en Revista Posdata, 13 de diciembre de 1996. 47 El ejemplo más claro fue el de 1989, en el cual las organizaciones de jubilados impusieron la realización de un plebiscito, conjuntamente con las elecciones nacionales, que proponía una reforma constitucional. A los sectores de izquierda y también al sindicalismo les fue difícil negarse a apoyar un reclamo ciudadano que implicaba una mejoría notoria de un sector rezagado económicamente de la sociedad (aunque la reforma conllevaba también una mejoría para jubilados que tenían ingresos relativamente altos y unos costos económicos que debía enfrentar toda la sociedad y asumir el gobierno a elegirse en 1989). No convalidar el proyecto podía significar la pérdida de votos y además renunciar a asumir la representatividad de un sector importante y de un tema central 24 Las discusiones ideológicas, las rupturas (el alejamiento de sectores políticos moderados como el Partido Demócrata Cristiana y el Partido por el Gobierno del Pueblo) y las incorporaciones (el más relevante de ellos, el del MLN- Tupamaros), continuaron dentro de la coalición de izquierda. La coalición adoptó discursos y posturas en aras de la modernización del partido, por ejemplo la búsqueda de una “actualización ideológica”. Al mismo tiempo tuvo posiciones políticas que pueden ser calificadas de ortodoxas o “antiguas”. 49 Es decir que las tensiones entre renovadoresmoderados y ortodoxos-radicales persistirán. La hegemonía de una u otra tendencia fue variando, al igual que sus portavoces. Sin embargo, el nuevo siglo encontró a una izquierda muy diferente a la de 1971:50 un partido de masas que apostó a ser gobierno y a gobernar democráticamente. La evaluación positiva del gobierno del Frente Amplio en la capital del país refuerza dicha percepción. Tabaré Vázquez fue el único Intendente de Montevideo que logró una evaluación claramente favorable al final de su gestión: un 42% de aceptación, según el Diario El Observador del 6 de julio de 1994).51 El actual intendente de la capital, Mariano Arana (EP-FA), recibía —a casi un año de su asunción— el calificativo de “muy bueno” por parte de los capitalinos52. Las contradicciones e inconsistencias ideológicas de algunos de los discursos y prácticas políticas de este partido, se dan simultáneamente para la sociedad. Por ello decimos que la izquierda (al igual que el resto del sistema de partidos) no tuvo margen de acción y debió apoyar la reforma (Lissidini, 1998). 48 El Frente Amplio manifestó su oposición a casi todas las privatizaciones que se han propuesto desde 1989. En muchos casos esto condujo a proponer el ejercicio de la democracia directa (plebiscito y referéndum), algunos de ellos se pusieron en práctica (al cumplirse los requisitos exigidos por ley) y en otros no (Lissidini, 2001). 49 Esta expresión fue utilizada por el propio Tabaré Vázquez al afirmar que “el proceso de actualización ideológica de esa fuerza política no puede detenerse en discusiones bizantinas sobre enunciados supuestamente más a la derecha o más a la izquierda de un centro virtual”, en un discurso dirigido implícitamente a los sectores radicales de la izquierda (Diario El Observador, 17 de septiembre de 2001). 50 Congruente con la “modernización” que propugnaban, las propuestas electorales se fueron alejando de las de 1971. En aquel momento la coalición propuso: la reforma agraria; la nacionalización de la banca; la nacionalización de los principales rubros del comercio exterior; y una enérgica acción industrial del Estado, incluyendo la nacionalización de la industria frigorífica (30 Primeras Medidas del Gobierno, Frente Amplio, 25 de agosto de 1971). Estas propuestas fueron removidas en las plataformas electorales subsiguientes. 51 Vázquez tenía un espectro de aprobación que superaba a los electores de izquierda y tuvo un saldo neto favorable entre los ciudadanos de centro y los que aún no habían decidido su voto durante 1994. Asimismo, en ese mismo año dentro del Frente Amplio su liderazgo era respaldado por 61% de los simpatizantes frenteamplistas (contra un 20% de Danilo Astori y un 8% al General Líber Seregni). (Diario El Observador, 2 de marzo de 1994). 52 Diario El Observador, 28 de abril de 2002. 25 con tres fenómenos (interrelacionados) que son centrales para entender la dinámica política uruguaya y los cambios dentro del Frente Amplio: a) el liderazgo de Tabaré Vázquez; b) la práctica de la democracia directa; y c) el crecimiento electoral de la coalición. Tabaré Vázquez,53 electo en 1989 como Intendente de Montevideo, fue candidato a la presidencia en las elecciones de 199454 y de 1998, y es el actual presidente del Frente Amplio. Este dirigente reforzó el discurso “movimientista”, convocando desde su cargo de Intendente de Montevideo a la participación de los vecinos o a la ciudadanía a ejercer la democracia directa. Mate Amargo del 30 de noviembre de 1989, transcribe sus palabras: “planteamos la participación popular como el pilar real, como la herramienta fundamental para los cambios, las asambleas deliberantes, es decir, los vecinos reunidos por zona en cada barrio, discutirán cuáles son problemas que más le aquejan y las soluciones que ellos proponen [...] con poder de controlar que la gestión se cumpla adecuadamente”.55 Su gestión al frente del gobierno de Montevideo se caracterizó por la búsqueda de la eficiencia y para ello usufructuó los beneficios que le otorgaba tener la mayoría en el órgano parlamentario departamental. En ese sentido, ejerció un gobierno de tipo “presidencial”, ignorando y oponiéndose muchas veces a las posiciones del sindicato representante de los trabajadores municipales (ADEOM) y a la opinión discrepante tanto de los grupos de izquierda radical, así como de los partidos tradicionales. Al mismo tiempo, apeló a la legitimidad directa de la ciudadanía expresada en los Centros Comunales Zonales que se crearon durante esta gestión y se Tabaré Vázquez “combina en su persona muchos de los deseos de las clases medias y subalternas que resisten la desaparición del ´viejo Uruguay´. Sus padres pertenecieron a los sectores populares de bajos ingresos. Él es médico, pero no abandonó su barrio popular de origen y está profundamente comprometido con él y su gente a través del Club Progreso, que no sólo compite en fútbol, sino que realiza una importante obra de asistencia social en el barrio popular La Teja (Rial y Perelli, 1989, página 311). 54 El Frente Amplio se presentó a las elecciones nacionales de noviembre de 1994 bajo la denominación de Encuentro Progresista, como producto de la alianza con el sector del líder nacionalista Nin Novoa (escindido del Partido Nacional). 53 El énfasis en la democracia directa tuvo especial relevancia en la campaña presidencial de 1994, en el marco de las movilizaciones por la puesta de marcha diversos plebiscitos. Tabaré Vázquez expuso en un acto electoral: “El pueblo tiene que ser un actor fundamental de un gobierno de fuerzas de izquierda, de fuerzas progresistas”, a través de la puesta en práctica de la “democracia directa” que suponen los plebiscitos (Diario El Observador, 7 de noviembre de 1994). Más adelante lo repetiría: "El sistema político y los gobernantes tienen la responsabilidad que les da el pueblo, pero el pueblo tiene también la responsabilidad y el derecho de participar de una acción de gobierno" (Semanario Búsqueda, 18 de abril de 1996). En general apoyaría la puesta en práctica de los mecanismos de democracia directa. En el 2002 se presentaron firmas para convocar a dos referendos contra los normas que habilitan privatizaciones en la empresa estatales de teléfonos (ANTEL) y en la empresa de combustibles (ANCAP) 55 26 apoyó en las encuestas que le dieron un respaldo total a su gobierno al frente de la Intendencia Municipal de Montevideo. En varias ocasiones discrepó radicalmente con las posturas de otros líderes de la coalición partidaria, en particular con el líder histórico (y presidente de la coalición hasta 1996) Líber Seregni, y con el líder “moderno” de Danilo Astori (senador desde 1990), saliendo siempre victorioso. Cabe mencionar al menos dos ejemplos “electorales” de la hegemonía vazquista. Uno de ellos corresponde al año 1996, cuando el Partido Colorado, el Partido Nacional y el Nuevo Espacio (sector político de izquierda moderada que se escindió del Frente Amplio) propusieron una reforma electoral que terminaba con la ley de lemas, obligaba a realizar elecciones internas de los partidos, separaba las elecciones nacionales de las elecciones departamentales e incluía el balotaje para la elección del presidente. En esta circunstancia, Líber Seregni y Danilo Astori apoyaron la reforma, a pesar de la decisión orgánica del Frente Amplio de oponerse a la misma, y, aunque finalmente se aprobó la reforma, hubo casi un empate entre los partidarios y los detractores, dejando en claro el triunfo de Tabaré tanto dentro como fuera de la coalición.56 El 24 de abril de 1999 el Frente Amplio presentó dos candidatos a las elecciones, luego de una ardua y profunda discusión interna, motivada en el hecho de que históricamente la coalición había presentado un solo candidato. Ellos fueron Danilo Astori y Tabaré Vázquez. El resultado fue contundente, mientras que el primero obtuvo un apoyo del 17,6%, Vázquez recibió el espaldarazo del 82,4%. de los frenteamplistas. En el Cuadro 2 se muestran los resultados electorales entre 1971 y 1999: Un análisis de este plebiscito y sus consecuencias en la interna frenteamplista puede leerse en Marcelo Pereira: “La era del vazquismo”, Semanario Brecha, 13 de diciembre de 1996. 56 27 Votos Cuadro 2: Evolución del voto en las elecciones legislativas (en porcentaje) 45 40 35 30 25 20 15 10 5 0 P. COLORADO P. NACIONAL F. AMPLIO N. ESPACIO OTROS 1971 1984 1989 1994 1999 Años En cuanto al ejercicio de la democracia directa, sus instrumentos — plebiscito y referéndum— fueron efectivamente puestos en marcha a partir de 1989 con efectos diversos sobre la coalición frenteamplista misma, las decisiones de política —y en particular aquellas referidas a la reforma del Estado— y el juego político-partidario. Según el eje de análisis que se jerarquice, las consecuencias serán diferentes. Aquí mencionaremos sólo dos. Por un lado, movilizó a los ciudadanos alrededor de propuestas de derogación de artículos que eran cuestionados por un porcentaje importante de ciudadanos, obligando entonces a los partidos a rediscutir la legislación aprobada. Los ejemplos más notorios fueron la amnistía a los militares acusados de violación a los derechos humanos y la legislación que habilitaba la derogación parcial de la ley que habilitaba la privatización de las empresas públicas. En el primer caso, la ratificación de la ley significó “saldar” el tema, al menos en una faceta: la que se refería a los juicios a los culpables. La marcha atrás respecto de las privatizaciones fue una decisión mucho más acorde con las opiniones de la ciudadanía, que la expresada en el parlamento al momento de la aprobación legislativa. Por otro lado, el ejercicio de la democracia directa contribuyó —en algunas instancias— a sumar más tensión entre los sectores políticos que 28 pretendían renovar el Frente Amplio, apelando al funcionamiento político propio de la democracia representativa, y aquellos que apostaban a una mayor participación de la ciudadanía, en este caso a través de la movilización y del ejercicio directo que la Constitución establecía. El Frente Amplio se enfrentaría, entonces, al riesgo de asumir el papel de movilizador de demandas corporativas e instrumento de los grupos sociales y políticos con mayor capacidad de organización y militancia. Los plebiscitos sobre las jubilaciones (1989 y 1994), el presupuesto mínimo para la educación (1994) y el presupuesto para el Poder Judicial (1996), fueron ejemplos de ejercicios “corporativos”. Otras propuestas que no lograron reunir las voluntades requeridas para transformarse en referéndum, como los referidos a la promoción de inversiones (1998-1999) y al marco regulatorio del sector energético (1998), y contra la ley de urgencia (2000), fueron fracasos que debilitaron al Frente Amplio. IV) Frente Amplio, política y elecciones57 Pero más allá de éstas y otras observaciones que puedan hacerse sobre el ejercicio de la democracia directa, entendemos que su práctica o la amenaza de su utilización tuvieron efectos sobre las decisiones de política porque frenaron las políticas de privatización del estilo de las que se llevaron a cabo en la mayoría de los países latinoamericanos en la década del noventa. El ejercicio de la democracia directa (o la amenaza de su puesta en marcha) fueron efectivas por dos razones estrechamente conectadas, que explican la persistencia de la política. Por un lado, como ya se analizó en el primer ítem, la constitución política-partidaria del Estado uruguayo ha sido central. El Estado no solo ocupa un rol protagónico en la economía, sino también en la cultura política. Es por ello que la mayoría de los ciudadanos sigue sosteniendo que debe ser el Estado quien suministre la educación y salud y que resuelva problemas como el desempleo; apuesta a que continúe siendo dueño de empresas de servicios como telefonía y luz, y cree, además, que es al Estado a quien le debe caber la responsabilidad de mitigar las desigualdades y proteger a los “débiles”.58 Esto quiere decir que persiste (más allá de los cambios) una cultura “estatalista”. A diferencia de la mayoría de los países latinoamericanos, y en particular la Argentina, Los comentarios vertidos en este punto forman parte de una investigación en curso y por tanto tienen el carácter de hipótesis de investigación más que de resultados. 58 Cabe aclarar además, que las denuncias de corrupción política en el Uruguay han sido menores en comparación con países como la Argentina. De acuerdo con el Índice de Percepción de la Corrupción del año 2001, Uruguay ocupa el lugar 35, con 5.5 puntos en una escala que va de 0 —totalmente corrupto— a 10 —altamente limpio—. Argentina tiene un puntaje de 3.5 y Brasil 4.4 http://www.transparency.org/cpi/2001/cpi2001.html 57 29 donde hubo un cierto apoyo a las privatizaciones, en el Uruguay los discursos más neoliberales han tenido escasa receptividad. Por otro lado, el Frente Amplio, al igual que el resto de los partidos, surgió de esta cultura “estatalista”. Desde la redemocratización fue el partido que asumió más claramente la defensa del Estado en contra de la privatización de las empresas públicas. Ello lo benefició electoral y políticamente al encarar dicha “fidelidad” estatal como su principal bandera. La posición política que ocupa este grupo político, por su peso electoral y su capacidad de movilización social, hace imposible que el resto de los actores políticos pueda ignorarlo. Como ya mencionamos, estos elementos están íntimamente conectados: cultura estatalista, supervivencia del Estado59 y crecimiento del Encuentro Progresista han repercutido positivamente sobre “la política”. ¿Por qué? En las últimas dos décadas se trató en América Latina de presentar al desmantelamiento del Estado como un problema estrictamente técnico y económico. Esto condujo, con diferentes grados según los países, a que la política perdiera su fuerza como eje ordenador de la sociedad, ocupando las fuerzas del mercado un lugar central. Como se sabe, el mercado puede ser un mecanismo generador de dinamismo y modernización, pero difícilmente puede constituirse en fuerza integradora.60 Con las transformaciones “de mercado”, el lugar de la política se redujo y una buena parte de los políticos se sumó, en un acto de carácter casi reflejo, a una especie de “populismo antiestatista”, donde el Estado y el régimen político resuelven demasiado poco. En el caso uruguayo, más allá de la cuantificación de los ciudadanos interesados por la política, que efectivamente son cada vez menos, o la disminución de las formas tradicionales de hacer política, como actos públicos, “pegatinas”, clubes y comités, lo cierto es que el debate político se ha recreado fundamental, aunque no exclusivamente, con la presencia política y electoral del Frente. En definitiva, es la perseverancia del conflicto lo que construye un eje ordenador y que da sentido político. La vida política no puede prescindir del antagonismo, como dice Chantal Mouffe (1999), pues atañe a la acción pública y a la formación de identidades colectivas. La ausencia de conflicto y discrepancia programáticas entre los partidos políticos plantea el riesgo de deslegitimar a los partidos y a la política, y promover el surgimiento de movimientos corporativistas o extremistas. En tanto las identidades En sentido estricto hubieron reformas al Estado pero no tuvieron la magnitud que adquirió en la mayoría de los países latinoamericanos, y la mayoría de las empresas se mantuvieron en manos estatales. Al respecto ver el libro "Uruguay: La reforma del Estado y las políticas públicas en la democracia restaurada (1985-2000)." Publicado por el Instituto de Ciencia Política (2001). 60 Al respecto Norbert Lechner “Tres formas de coordinación social. Un esquema. En: Revista de la Cepal No. 61- Naciones Unidas. Abril 1997. 59 30 políticas se construyen sobre la base de la diferenciación, necesitan de ésta, de la integración unitaria y de la permanencia en el tiempo para que la política siga teniendo sentido. Ahora bien, aunque faltan dos años para las elecciones nacionales y el contexto actual de aguda crisis nacional y regional (Argentina sumida en una profunda crisis y Brasil con dificultades que la proximidad de las elecciones nacionales acentúa) hace imposible realizar pronósticos electorales serios, el persistente apoyo al Frente Amplio sugiere una posible victoria en el 2004. Según las encuestas realizadas en abril de 2002, el 43% apoyaba el Encuentro Progresista-Frente Amplio frente al 22% de los colorados y 16% de los blancos (Diario El Observador, 6 de mayo de 2002). Ante esta posibilidad, el Frente Amplio enfrenta una serie de desafíos. Algunos de ellos surgen de las últimas elecciones internas de mayo de 2002. Dada su relevancia, es oportuno hacer algunos comentarios a modo de hipótesis. Como señala Josep Colomer en este mismo libro, los procedimientos que utilizan los partidos para seleccionar a sus candidatos a cargos públicos tienen consecuencias sobre los resultados electorales. En el caso del Frente Amplio, además de las elecciones internas previstas por la Constitución, la coalición decidió hacer sus propias internas para elegir los integrantes del Plenario Nacional y la Mesa Política.61 El resultado de la elección era clave para definir la política partidaria de aquí al 2004 y la fórmula electoral que se presentará en las elecciones. En especial, estaba en cuestión el equilibrio interno entre moderados y radicales, que en la elección interna de 1997 había dado como resultado la victoria de los primeros. A las elecciones internas abiertas —el 26 de mayo de 2002— se presentaron 12 listas que representaban diferentes corrientes internas, moderadas y radicales. En el marco de un fuerte “desencanto político”, aunque también de conflictividad y política y crisis económica, hubo una alta concurrencia: 200 mil personas, lo cual significa un 23% de los votantes frenteamplistas de 1999, un 30 % más que en las elecciones internas obligatorias de 1997.62 Esta importante afluencia se relaciona Se eligieron las autoridades nacionales del FA a través de dos vías. Una vía es proporcional, a partir de listas (que son las mismas que se presentan en las elecciones nacionales): 72 de los 144 miembros del Plenario y 15 de los 27 de la Mesa Política se eligieron de esta manera. La otra vía es la mayoritaria a partir de la elección de lo que se llamaba antes delegados de base: 72 miembros del Plenario y 12 de la Mesa Política. 62 En las elecciones de noviembre 1999 los frenteamplistas recogieron aproximadamente 861.000 votos. Cabe aclarar que en las elecciones internas de 2002 pudieron participar todos los adherentes mayores de 14 años. 61 31 justamente con la centralidad de la política en el Uruguay a la que hicimos referencia. Los resultados preliminares fueron los siguientes:63 En los medios aparecieron dos análisis interesantes sobre las elecciones. Oscar Botinelli en el programa de radio EN PERSPECTIVA el 14 de junio de 2002 (disponible en Internet www.espectador.com) y Luis Casal Beck en “Equilibrios delicados” el 22 de junio en el Diario El Observador (suplemento Fin de Semana). 63 32 Cuadro Nº3- Elecciones internas del Frente Amplio 2002 (datos prelimitares) Número de Lista, Sector político y líder 90 Partido Socialista y aliados (Reinaldo Gargano) 77 Vertiente Artiguista (Enrique Rubio) 2121 Asamblea Uruguay y Movimiento Popular Frenteamplista (Danilo Astori) 738 Confluencia Frenteamplista Víctor Rossi 609 Movimiento de Participación e Izquierda Abierta Popular (José Mujica) 1001 Democracia Avanzada – Partido Comunista Uruguayo y FIDEL (Marina Arismendi) 5271 Corriente de Izquierda Helios Sarthou 1813 Liga Federal Frenteamplista Julio Mattos 326 Movimiento 26 de marzo Raúl Sendic 567 Unión Frenteamplista-Partido Por la Victoria del Frente Hugo Cores 871 Partido Obrero Revolucionario Raúl Campanella 9393 Corriente de Unidad Frenteamplista Eduardo Méndez Porcentaje 26.62 Mesa Política (cargos) 4 Plenario Nacional (cargos) 19 8.28 1 5 9.78 2 8 5.10 1 3 28.78 4 20 10.51 2 7 2.65 - 1 2.78 - 2 3.50 1 2 1.09 - 1 .32 - 1 .31 - 1 Fuente: Elaborado en base a fuentes periodísticas (Diario La República www.diariolarepublica.com.uy y Diario El Observador www.observa.com.uy ) El resultado confirmó en parte la hipótesis de Colomer: un nivel relativamente alto de participación en las elecciones primarias tiende a 33 favorecer a candidatos relativamente impopulares para la presidencia. En este caso, si bien no se decidían candidaturas, las elecciones internas dieron como “triunfador” al Movimiento de Participación Popular (MPP), sector radical del Frente (grupo fundando por los Tupamaros, el grupo Partido por la Victoria del Pueblo y otros grupos y ciudadanos independientes) y en particular, a su líder José Mujica. Si se comparan estos resultados con los datos que surgen de las últimas elecciones y de las encuestas de opinión pública, hay algunas diferencias: los sectores más votados en las elecciones internas no son exactamente los grupos que tienen más apoyo en la opinión pública. Son más bien los sectores más politizados, con más militantes y mayor capacidad de movilización los que arrastraron a los frenteamplistas a la votación. El Partido Socialista aunque fue muy votado perdió un lugar en la mesa política, lo mismo le sucedió al grupo liderado por Enrique Rubio y Alberto Couriel (Vertiente Artiguista - lista 77). Por su parte el sector de Danilo Astori mantuvo su participación en la Mesa Política con un representante, pero los votos (casi el 10%) fueron la mitad de los obtenidos en las elecciones de 1999. Estos dos últimos sectores– el de Astori y el de Rubiocorresponden justamente a los votantes que participan menos activamente en la política y son claramente los sectores más moderados dentro del Frente. Los sectores radicales, que no han crecido electoralmente, ganan un delgado y además cuatro de ellos se concentran en la figura de José Mujica. Esto último lleva a plantear una hipótesis complementaria a la anterior, que se relaciona con los liderazgos: el clivaje ideológico (en un sentido vago “moderado-radical”) está operando al mismo tiempo que los liderazgos, concretamente con el liderazgo de Tabaré Vázquez y el de José Mujica. En este sentido, asistimos al funcionamiento típico de los partidos políticos modernos en los cuales los liderazgos son centrales en la estrategia electoral y política. El liderazgo de Tabaré Vázquez sigue siendo indiscutido y muy fuerte, aunque plantea la interrogante: ¿se tata de un liderazgo moderado o radical? Como ya se mencionó, Vázquez tuvo posiciones que pueden atribuirse a una u otra tendencia política. Si bien es cierto en los últimos años el Partido Socialista (al cual pertenece Tabaré Vázquez) modernizó su discurso, también es cierto que el líder del Frente Amplio asumió posturas personales radicales. Pero más allá de sus posiciones Vázquez, al igual que José Mujica, impuso un liderazgo que promueve la relación directa con los frenteamplistas. Tanto en su gestión como intendente, como en su actividad política posterior, las negociaciones y apoyos políticos que logró estuvieron más allá de las estructuras partidarias. En coyunturas políticas conflictivas supo inclinar la balanza a su favor, ya fuera contra los 34 moderados o contra los radicales. Sus características personales atraen a muchas personas y, como todo liderazgo, también provoca fuerte rechazo en otras, tanto dentro del Frente Amplio como fuera de él. Respecto del “fenómeno Mujica”, como lo llamaron los medios, es un liderazgo mucho más reciente. Actualmente es senador por el MPP e integró activamente el Movimiento de Liberación Tupamaros. Posee un estilo muy particular de dirigirse a la ciudadanía que lo aleja del estilo adusto del político uruguayo y lo acerca a la persona “común y corriente”. Entre los que han escrito sobre “el fenómeno” hay coincidencia en cuanto a la moderación de su discurso y a crecimiento como figura independiente del MPP (y muy alejada del MLN-T). Es indiscutible que su peculiar estilo de presentarse atrae a mucha gente, en especial a los jóvenes.64 La referencia a las elecciones internas es relevante para volver a pensar en “la política” y en los desafíos que al respecto se le presentan al Frente Amplio. A continuación planteamos dos comentarios a modo de hipótesis. Por un lado, el relativo aumento de poder de los radicales dentro del Frente Amplio, en un contexto de agudización de la crisis, puede contribuir al endurecimiento de las posiciones políticas del partido. A modo de ejemplo, las posturas de José Mujica con relación a los organismos internacionales de financiamiento son mucho más intransigentes que las de Tabaré Vázquez y mucho más que las de los líderes moderados Danilo Astori, Alberto Couriel y Líber Seregni. Si bien una postura contraria al Fondo Monetario generaría la adhesión de un sector de la ciudadanía, puede también tener consecuencias negativas en la competencia electoral y producirse un caso similar al del candidato presidencial brasileño del PT, Lula da Silva, con consecuencias negativas sobre la economía. Una radicalización tendría impacto en la dinámica política, dificultando la relación con los otros partidos políticos y eventualmente “constriñendo” las acciones políticas a las decisiones sindicales.65 En el semanario Brecha, Raúl Zibechi propone un análisis muy interesante sobre “El fenómeno Mujica”: “Rastrear las razones del interés que suscita Mujica supone cruzar hipótesis y análisis que van desde el contenido del discurso hasta los estilos personales, materia en la que el ex guerrillero ha mostrado una notable capacidad de innovación en lo que es el arsenal de comunicación que tradicionalmente ha manejado la izquierda” (Semanario BRECHA, www.brecha.com.uy ). Por su parte, Leonardo Pereyra del semanario Búsqueda (4 de julio de 2002), señala que Mujica se encuentra “hostigado por sectores antagónicos como el Foro Batllista, que le reclama más seriedad en sus denuncias sobre supuestas conspiraciones político-castrenses, y la Corriente de Izquierda que le trató de `policía del pensamiento’, `arrepentido’ y ` botón’. Estos comentarios dan cuenta de lo insuficiente que resulta un análisis puramente ideológico. 65 Este difícil equilibrio fue descrito muy bien por Luis Casal Beck a propósito de la política económica y la posición del Frente Amplio: “Para los estrategas de la izquierda, si bien la crisis puede engrosar su caudal electoral, una profundización seguida del caos también puede perjudicarla” (en El Observador del 3 de agosto de 2002). El voto del 64 35 Por otro lado, el crecimiento sostenido de los liderazgos contribuiría a una mayor politización de los uruguayos a corto plazo, e incluso al aumento electoral del Frente al atraer a la gente más joven, pero podría alimentar a largo plazo un debilitamiento de la organización partidaria. Con más razón, si además estos liderazgos están asociados a un estilo de hacer política que valora la “acción directa”. Se podría pensar entonces, que estamos frente al surgimiento de la personalización de la política, un fenómeno común a los partidos latinoamericanos —y también a los europeos— pero lejano al actual modo de funcionamiento político. Finalmente, una victoria electoral del Frente Amplio obligaría a este sector político a formar coaliciones de gobierno y por lo tanto a negociar su agenda política. Probablemente ello conduzca a una moderación del discurso y de la acción política (no sin conflictos y fracturas internas), dadas las restricciones económicas imperantes. En un contexto de aguda crisis económica, la tensión entre gobernar y representar pondrá entonces a prueba la propia política, mientras se corre el riesgo de poner fin a la centralidad de la política en el Uruguay. Por lo pronto y más allá de estos riesgos, este sector político está ejerciendo un rol político central en la actual crisis económica al canalizar el descontento social por vías no violentas de manifestación. El rechazo explícito de la izquierda a los “escraches”, a los saqueos y a otras formas violentas de expresión, ha sido un factor moderador fundamental. La capacidad política de articular la insatisfacción ciudadana en manifestaciones políticas pacíficas y de formular propuestas de reformas, aunque no exentas de radicalidad, refuerza significativamente la fortaleza de las instituciones democráticas. Frente Amplio en contra de la Ley que creó el Fondo de Estabilidad del Sistema Bancario en agosto de 2002 puede interpretarse como una radicalización del Frente Amplio. El único sector frenteamplista que se manifestó a favor de la Ley fue el liderado por Danilo Astori lo cual promovió una nueva discusión entre los moderados y radicales. En esta ocasión Tabaré Vázquez apoyó la opinión radical y fustigó a Astori. 36 Bibliografía Achard, Diego. La Transición en Uruguay. Instituto Wilson Ferreira Aldunate. Montevideo, 1992. Cavarozzi, Marcelo. Autoritarismo y democracia (1955-1996). La transición del Estado al mercado en la Argentina. Editorial Ariel. Buenos Aires, 1997. Caetano, Gerardo y José Rilla. Historia contemporánea del Uruguay. De la Colonia al Mercosur. Colección CLAEH / Editorial fin de siglo. Montevideo, 1996 Dutrénit, Silvia. El maremoto militar y el archipiélago partidario. Testimonios para la historia reciente de los partidos políticos uruguayos. Instituto Mora / ECS Ediciones de Ciencias Sociales. Montevideo, 1994. Dutrénit, Silvia. Del margen al centro del sistema político: los partidos uruguayos durante la dictadura. 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