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Pensamientos
Aún recuerdo el día en el que por primera vez tuve la oportunidad de tener entre
mis manos pensamientos. Fue un día lluvioso de invierno, me encontraba en mi
habitación, perdido entre libros y apuntes cuando mi abuelo Toni llamó a la puerta. –
“Mario, es el momento”, dijo con voz trémula, una voz que daba que pensar. Salimos de
casa sin decir nada a nadie, calles frías, plazas vacías, día perfecto para pensar que el
único espacio posible es tu hogar, pero eso no se lo digas a mi abuelo, “tú piensa que
están cayendo pensamientos positivos sobre tu cabeza, mojándote uno a uno”, decía mi
abuelo, con tono satírico… De repente nos paramos en seco, ironías de la vida, frente a
una floristería. ¿Por qué me querría traer ese día mi abuelo a un lugar así? Sin más
dilación entramos y, para mi sorpresa, mi abuelo saludó al florista como si fuese su
amigo de toda la vida:
- Pedro, mi buen amigo, ¿Cómo estás? ¿Cómo te trata la vida?
- ¡Pero bueno, Toni, viejo amigo! Ya sabes, la vida me tratará bien siempre que
esté rodeado de buenos pensamientos.
- Precisamente eso venía buscando, quiero pensamientos, y en este caso no son
para mí, los míos andan ya algo marchitos, son para mi nieto Mario. Sí, ese que
anda perdido entre las muchas flores que tienes por aquí, quiero pensamientos,
pero que sean buenos ¿eh? De los que perduran, que me he enterado que de vez
en cuando vas vendiendo malos pensamientos por ahí.
- Toni, sabes que muchas veces es inevitable, ya sea por el clima que los rodea,
ya sea por su cuidado, pero te aseguro que te daré los mejores para tu nieto,
nunca se arrepentirá.
Me di cuenta entonces de que estaban hablando de mí. ¿En serio? ¿Me había
sacado mi abuelo de casa esa terrible tarde para comprar flores? ¡Y qué flores! Había
oído hablar de rosas, amapolas, lilas, pero…. ¿pensamientos? En que estaría pensando
mi abuelo…
Nos dirigimos hacia casa sin mediar palabra, yo solo podía pensar en la tormenta
que estaba cayendo sobre nuestras cabezas y en el tiempo que estaba perdiendo de
estudio para mi examen de filosofía del día siguiente. Al llegar a casa, entramos de
nuevo sin decir nada y mi abuelo me llevó del brazo al jardín trasero. Fue entonces
cuando comprendí todo, cuando mi abuelo me dio la mejor clase de filosofía que he
recibido nunca, cuando mi abuelo me dedicó sus últimas palabras:
- Mario, te preguntarás porqué en un día así te he sacado de casa y te he llevado
a ese lugar inesperado. Pensamientos, estas vistosas flores se llaman pensamientos,
pensamientos regalados, no comprados, pensamientos aterciopelados que una vez
plantados, impedirán el crecimiento de las malas hierbas, buenos pensamientos que
perdurarán para siempre. Cuídalos, asiéntalos sobre una buena base, evita que se
marchiten, pero lo más importante, cuando lo hagan, como le ha ocurrido a los míos, no
los arranques, porque aunque el resquicio sea mínimo, no deja de ser un pensamiento
que servirá para que otros que vengan después vean que un buen día hubo un
pensamiento vivo, un pensamiento que perdurará para siempre.
Aún recuerdo el día en el que por primera vez tuve la oportunidad de tener entre
mis manos pensamientos. Fue un día lluvioso de invierno, como el de hoy, un día en el
que gracias a mi abuelo tuve por primera vez en mis manos buenos pensamientos. Ha
llegado el día, dejo a un lado mis pensamientos marchitos, nunca muertos, eternos, y
acompaño a mi nieto Carlos a esa recóndita floristería, ese lugar donde obtendrá
pensamientos regalados, no comprados, es el momento de enseñar a mi nieto a plantar,
cultivar, regar estas maravillosas flores, flores que un día me enseñaron a pensar, flores
que un día me enseñaron a vivir.
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