Enlace "Efecto mariposa"

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“Efecto mariposa”
“Yo soy exactamente lo que ves –dice la máscara– y todo lo que temes detrás”
Masa y poder, Elías Canetti
Según un proverbio chino, el aleteo de las alas de una mariposa puede sentirse en
el otro lado del mundo.
Una gota impactando sobre la superficie líquida e impertérrita del agua inmóvil es
capaz de quebrar la quietud. Lentamente, descendiendo plateada sobre la superficie,
puede generar un efecto que se amplificará al alejarse del punto de impacto, las ondas se
dispersarán en todas direcciones aumentando su diámetro, llegando hasta lugares dónde
se creía imposible su visualización.
Quien ha capturado alguna vez una mariposa es capaz de recordar el tacto de sus
alas, finas, terriblemente delicadas, deshaciéndose entre los dedos, tiñendo las manos
culpables con sus vivos colores. Parece imposible que su diminuta y frágil anatomía sea
capaz de generar un fenómeno metereológico tan impresionante como puede resultar
una tormenta.
Nos empeñamos en pensar en el universo infinito sobre nuestras cabezas, elevar la
mirada al cielo estrellado e imaginar sin realmente querer hacerlo–o sin ser capaces–la
inmensidad que se extiende más allá, ver en nuestra mente la oscuridad absoluta que allí
reina y sentirnos una pequeña mota de polvo en un desierto, cuestionándonos la
existencia, la forma, el tiempo, el espacio, sin darnos cuenta de que llevamos la mayor
incógnita en el interior, que aquello que se pregunta, es aún nuestro mayor desconocido.
Si fuésemos capaces de volver los ojos al interior del cráneo, la mirada de
incertidumbre y desconocimiento debería hacer juego con aquella que nos arranca de los
orbes la observación de la bóveda celeste.
Podríamos ver un lepidóptero aletear y sentirnos maravillados con la aparente
ausencia de consecuencia que tiene su movimiento, tan natural para ella como podría
resultarnos mover una mano, pestañear. Acciones inconscientes, tan integradas en
nuestro ser que resulta extraño plantearse si quiera su origen, su naturaleza, la razón
ínfima de su existencia. Si nos parásemos a pensar en una simple gota de lluvia
descendiendo sobre un charco, en la mariposa, nos daríamos cuenta de la importancia de
los pequeños detalles, de las pequeñas acciones, de que nuestra mano se movió y esa
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“Efecto mariposa”
acción tuvo su origen en algo mucho más pequeño que una gota de agua, más ínfimo
que un insecto.
Todo tiene un inicio, un punto cero del que partir, un origen. Una historia, una
maratón, incluso el universo, aunque este nos resulte desconocido, tan desconocido
como el inicio del primer parpadeo, del primer pensamiento. Preguntarse dónde empezó
todo es semejante a preguntarse de dónde venimos, incierto, amargo. Qué nos hizo batir
las pestañas por primera vez, qué nos hizo mover una articulación, de dónde surgió el
primer pensamiento abstracto.
En la época de las lluvias, el río Nilo aumenta su caudal, el apaciguado discurrir
fluvial se torna en una bestia que arrasa con la tierra a su paso, una destructora fuerza de
la naturaleza que fue achacada a los dioses durante siglos. Los antiguos pobladores de
aquella tierra, observaban su lento avance en el desierto, su lánguido y fructífero ser del
que se nutrían, sin conocer su origen, sin saber la raíz última de su existencia. Para los
antiguos egipcios, el Nilo, era su universo, era su primera sinapsis.
Ahora esto nos parece casi irrisorio, tan absurdo como la creencia de que la causa
de los truenos recae sobre Zeus, señor del Olimpo.
Miramos al interior de nuestro cráneo, y observamos con ojos infantiles un
maremagnum de conexiones y procesos que aún hoy sólo alcanzamos a intuir.
El hombre, cuyo cráneo fue atravesado por una barra de hierro, no sólo sobrevivió
si no que se convirtió en una persona completamente diferente.
Una persona sufre un accidente, un leve golpe en la cabeza, apenas indoloro,
miles de accidentes de tráfico en el mundo se producen y las cefaleas no son una
consecuencia extraña, sin embargo, su vida se vuelve una escala de grises, jamás
volverá a ver el color.
Personas se pierden en el fondo de los vasos y se dejan allí su presente,
anclándose de por vida en un pasado perpetuo.
Un nombre se pierde, se desvanece de la memoria, junto con un rostro, un camino,
una palabra.
Una mano tiembla, una pierna tiembla, una mandíbula tiembla, una mano inmóvil,
una pierna inmóvil, una mandíbula rígida.
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“Efecto mariposa”
Pequeñas desviaciones del curso del río que llevan a desembocar en lugares
diferentes, diminutas alteraciones en el universo de las que comprendemos el eco,
pequeñas perturbaciones que generan tsunamis al otro lado del mundo.
Se estima que sólo en la Vía Láctea existen varios miles de millones de estrellas,
tantas como neuronas tiene el cerebro humano.
Parece imposible que esos miles de millones de neuronas, que un individuo
completo, se pueda formar a partir de dos células. Una fusión celular, un fenómeno casi
nimio, una pequeña perturbación en la homeostasis corporal que es capaz de luchar
contra las leyes de la física, como lleva haciendo la vida en la tierra desde su inicio,
generando un remanso de equilibrio en el caos al que tiende el universo.
El cerebro, máximo exponente de la lucha contra la certeza de la segunda ley de la
termodinámica, a la que con el paso del tiempo tiende sin remedio, se encuentra sumido
en su maremágnum particular de conexiones y neurotransmisores en el que es capaz de
encontrar su orden, y permitirnos ser quien somos, una mota de polvo en el universo.
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