Debate sobre la educación argentina entre Sarmiento y Alberdi

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INTRODUCCIÃ N
Durante los primeros años de formación de la patria, los intelectuales de la época consideraron que era
su tarea elaborar los modelos sobre los que se basarÃ−an las instituciones.
Alberdi y Sarmiento, en Cartas Quillotanas · Las Ciento y Una ensayaron un boceto para un paÃ−s
todavÃ−a en formación.
Entre otros temas, debatieron los proyectos de educación y formación para la población y sus
consecuencias en el futuro económico, polÃ−tico y hasta moral del paÃ−s. Si bien ambos compartÃ−an la
idea de que ésta era la única vÃ−a para lograr crecimiento y progreso duradero y sostenido para la patria,
y la tan ansiada estabilidad polÃ−tica que hasta entonces se mostraba huidiza, estaban en desacuerdo con
respecto a la utilidad de cada metodologÃ−a y la eficacia o practicidad de la aplicación.
En la presente monografÃ−a se desarrollarán las propuestas de ambos en esta polémica y sus respectivos
argumentos observando puntos clave como la inmigración creciente en la época, la inestabilidad
polÃ−tica y la inserción del paÃ−s en el modelo capitalista de la revolución industrial.
Si bien se entiende que se trata de un debate, no se intentará identificar en ningún momento un vencedor
sino que el objetivo mas bien será evaluar los motivos que movÃ−an a cada pensador a presentar y defender
su tesis y qué resultados esperaban obtener de la aplicación de las metodologÃ−as proyectadas en este
intercambio.
Breve reseña histórico - biográfica
Juan B. Alberdi, nacido en Tucumán en 1810, cursó sus estudios de derecho entre los años 1831 y 1840
en Buenos Aires y Córdoba donde se graduó de Bachiller en Leyes.
En 1835, junto con otros jóvenes intelectuales de la talla de Juan MarÃ−a Gutiérrez y Esteban
EcheverrÃ−a fundó el Salón Literario, que se convertirÃ−a en el principal centro intelectual para quienes
compartÃ−an sus ideas ligadas al romanticismo europeo.
En 1838 se intensificaba la persecución del régimen rosista a quienes se consideraban opositores del
caudillo y Alberdi junto a los jóvenes del salón literario eran vistos como enemigos. Con el fin de eludir el
acoso, Alberdi decidió exiliarse en Montevideo.
Luego del largo exilio, derrotado Rosas, Alberdi escribió, todavÃ−a en Chile, la obra que serÃ−a su mayor
aporte a la organización nacional: Bases y puntos de partida para la organización polÃ−tica de la
República Argentina (1852) que junto con un proyecto de constitución también redactado por él
fueron la principal fuente para la Constitución Nacional de 1853. Desde luego, éste no fue su único
aporte.
Desde sus artÃ−culos periodÃ−sticos publicados en periódicos uruguayos y chilenos, sus ensayos y hasta
obras de teatro, Alberdi se encargó de combatir la tiranÃ−a que en su opinión se habÃ−a apoderado de su
patria. No se limitaba a señalar lo que consideraba que estaba mal o era injusto sino que además
proponÃ−a siempre otras ideas.
D. F. Sarmiento nunca tuvo la oportunidad de cursar estudios formales mas allá de la educación básica
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debido a sus orÃ−genes humildes, y siempre se describió como autodidacta.
Sin embargo, eso no le impidió tener una prolÃ−fica trayectoria profesional como periodista, militar,
educador y polÃ−tico. Si bien en las cuatro áreas ha dejado una huella imborrable, el periodismo fue la
actividad que lo acompañó ininterrumpidamente a lo largo de toda su vida adulta.
Dueño de una personalidad tenaz y obstinada, gustaba de confrontar públicamente a quienes consideraba
opuestos a sus ideas.
En 1829, luego de ejercer la docencia durante algunos años, se unió al ejército del Gral. Paz con el fin
de combatir al régimen rosista pero debió exiliarse dos años después al vecino paÃ−s de Chile debido
a la feroz persecución oficialista.
En 1839, tres años después de su regreso al paÃ−s, fundó el periódico El Zonda, inaugurando
oficialmente su carrera periodÃ−stica. Sin embargo, el tono irreverente de las crÃ−ticas publicadas en el
mismo encendió la ira del gobernador quien le obligó a cerrarlo mediante la imposición de impuestos
exorbitantes. Tan solo unos meses después, debió regresar a su exilio en Chile donde continuarÃ−a su
actividad periodÃ−stica con mas fervor aún.
Ya en 1842 comenzó a colaborar con el gobierno chileno en cuestiones de la educación organizando la
primera escuela de preceptores de América Latina. También le dieron la oportunidad de viajar por
Europa, Ôfrica y América con el fin de investigar y recolectar información referente a los sistemas
educativos de dichos lugares y obtener ideas para luego aplicarlas en la educación chilena.
En 1851 se alió a Urquiza y participó de la Batalla de Caseros que culminó con la derrota de Rosas. Sin
embargo, luego del triunfo se distanció de Urquiza por diferencias polÃ−ticas.
Desde 1856 hasta 1882 se desempeñó como polÃ−tico en Argentina, siendo senador, ministro, gobernador
y, desde luego, presidente de la nación, entre otros cargos. Su última participación polÃ−tica fue en 1882
con la redacción y aprobación de la Ley 1420 de Educación Común.
Origen de la polémica
Observando estrictamente la fecha de publicación de cada documento, podrÃ−amos decir que quien desató
la polémica fue Sarmiento en su carta de dedicatoria a Alberdi de Campaña en el Ejército Grande
(1852), en la cual lo descalificaba considerándolo un desertor de las batallas y lo acusaba de escribir sobre
episodios bélicos que nunca habÃ−a presenciado.
Sin embargo, se cree que Sarmiento solo lo hizo como respuesta a una provocación previa de Alberdi:
recientemente habÃ−a aparecido publicada en la prensa de Buenos Aires una crónica sobre la batalla de
Caseros escrita por Sarmiento, quien no tenÃ−a intención de difundir masivamente ese documento por el
momento. El sanjuanino señaló a Alberdi como el encargado de facilitar dicho documento al periódico,
basándose en el hecho de que el Diario de ValparaÃ−so, dirigido por Alberdi, no cesaba de criticarlo
constantemente.
Luego de la dedicatoria, Alberdi decidió responderle en 1853 mediante la publicación de sus cartas
Quillotanas (llevan ese nombre por estar fechadas en la ciudad de Quillota, Chile). Si bien la primera de esta
serie de cartas aparece como una réplica especÃ−ficamente a la mencionada dedicatoria de Sarmiento,
luego es inevitable que la temática se ramifique a otras áreas de debate frecuentes en pensadores de esta
talla.
Cuando Sarmiento tuvo conocimiento de la publicación de las cartas quillotanas, decidió continuar con la
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polémica publicando Las Ciento y Una (1853), ampliando aún mas el espectro de temas tratados en el
intercambio. Entre ellos, el tópico de la educación ciertamente no pasó desapercibido.
A continuación se desarrollará la postura con respecto a este tema que cada uno manifestó en el debate,
complementado a algunas ideas que ya habÃ−an expuesto previamente.
Juan B. Alberdi: Educación Versus Instrucción
Alberdi creÃ−a que la mejor opción para lograr el tan ansiado progreso e industrialización del paÃ−s era
una inmigración selectiva de origen europeo.
Esto se justificaba considerando que educar a la población tomarÃ−a mucho tiempo e implicarÃ−a un
despliegue importantÃ−simo de planificación en infraestructura que el paÃ−s no estaba en condiciones de
afrontar.
La urgente necesidad de estabilidad social y económica sólo podÃ−a ser subsanada con el arribo de la
capacidad de trabajo de inmigrantes europeos, dispuestos a contribuir con su experiencia, sus hábitos y su
instrucción a la reforma de las costumbres de los argentinos en el campo laboral y también en el aspecto
social. Esto era lo que se dio a llamar la “teorÃ−a del trasplante” de Alberdi.
Consideraba que la educación general podÃ−a convertirse en un arma de doble filo, al darle al pobre la idea
de que tenÃ−a derecho a acceder a aquello que producÃ−a como asalariado o peón, y que esta situación
podÃ−a desembocar en una revolución.
Sin embargo no descartaba de plano la educación de las masas, sólo que no la veÃ−a como una opción
viable a corto plazo ni como algo apropiado para todos los sectores de la población.
Opinaba que la instrucción como la que estaba siendo aplicada en su tiempo era apta para los pueblos ya
desarrollados y organizados, pero no la veÃ−a como la mas apropiada para un pueblo en formación como
era el nuestro. CreÃ−a que el mejor método para la Argentina de la época era la educación de las cosas.
TenÃ−a la intención de que se promueva el culto a la industria ya que creÃ−a que ésta era la mejor
ordenadora y moralizadora de los pueblos. Juzgaba que era una pérdida de tiempo rendir culto a las
religiones, puesto que eso habÃ−a demostrado no tener éxito en América cuando se trataba de prevenir
el delito o el ocio; y también creÃ−a que por ese camino el hombre podÃ−a corromperse por encontrarse
sumido en la pobreza.
SostenÃ−a que a la hora de educar, debÃ−an priorizarse las ciencias exactas y aquellas que pudieran aplicarse
a la industria por sobre las ciencias filosóficas y morales. CreÃ−a que mediante la instrucción del pueblo en
tales campos se lograba un beneficio para la economÃ−a del paÃ−s y que también a través de la cultura
del trabajo los hombres llegaban a la moral y las buenas costumbres:
“Los ensayos de Rivadavia, en la instrucción secundaria, tenÃ−an el defecto de que las ciencias morales y
filosóficas eran preferidas a las ciencias prácticas y de aplicación, que son las que deben ponernos en
aptitud de vencer esta naturaleza selvática que nos domina por todas partes (...). El principal
establecimiento se llamó colegio de ciencias morales. HabrÃ−a sido mejor que se titulara y fuese colegio de
ciencias exactas y de artes aplicadas a la industria.
No pretendo que la moral deba ser olvidada. (…) pero los hechos prueban que se llega a la moral más
presto por el camino de los hábitos laboriosos y productivos de esas nociones honestas, que no por la
instrucción abstracta.” (Alberdi, Bases y puntos de partida..., Cap. XIII)
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Su creencia era que la instrucción primaria no hacÃ−a a la educación de un hombre de estado, criticando
asÃ− a la vez a Sarmiento y a su propuesta de educación popular. DecÃ−a que no era suficiente para
completar la educación de un hombre, sino solo el comienzo, el punto de partida desde donde se requerÃ−a
andar un camino mucho mas largo de formación, como manifestaba en su tercera carta:
“Saber leer y escribir es ponerse en aptitud de empezar a educarse. La instrucción primaria es a la
educación lo que es tener un escoplo a saber la carpinterÃ−a” (Alberdi y Sarmiento, 2005:112)
Manifestaba que la formación obtenida por Sarmiento le bastaba para enseñar pero no para gobernar.
También le criticaba su actividad periodÃ−stica, caracterizándola de agitación demagógica (Alberdi y
Sarmiento, 2005:113) y diciendo que ese tipo de comportamiento no podÃ−a traer ningún bien al proyecto
educativo de Argentina. Tampoco perdió oportunidad de recordarle que su trabajo como teórico de la
educación fue siempre financiado por el gobierno de Chile y con el fin de ser aplicado en el paÃ−s vecino y
no en Argentina.
InsistÃ−a en sus cartas Quillotanas, al igual que en sus Bases... que, si bien el alfabeto es algo valioso, en ese
momento de la historia
“Mas falta le hacen hoy la barreta y el arado. Esta es la educación popular que necesitan nuestras
repúblicas (…).” (Alberdi y Sarmiento, 2005:113)
Juzgaba que los habitantes de las regiones centrales del paÃ−s, aquellas que se encontraban mas pobladas en
esos tiempos, se habÃ−an vuelto ociosos; sostenÃ−a que se encontraban, además, vÃ−ctimas de un atraso
tecnológico y cultural alarmante y que hacÃ−a falta incrementar la población y mejorar las vÃ−as de
comunicación entre las regiones.
Opinaba, entonces, que el enemigo a vencer no era precisamente el analfabetismo sino el ocio y el desierto:
“Nuestra juventud debe ser educada en la vida industrial, y para ello ser instruida en las artes y ciencias
auxiliares de la industria. El tipo de nuestro hombre sud - americano debe ser hombre formado para vencer
al grande y agobiante enemigo de nuestro progreso: el desierto, el atraso material, la naturaleza bruta y
primitiva de nuestro continente” (Alberdi, Bases y puntos de partida..., Cap. XIII)
También veÃ−a en el campo, al igual que como sucedió en Europa, el ámbito donde debÃ−a iniciarse el
proceso industrializador del paÃ−s. Profetizaba que ese era el lugar desde donde surgirÃ−an los lÃ−deres que
habrÃ−an de gobernar la región.
Sarmiento: Educación popular
Sarmiento sostenÃ−a que la educación era la mejor herramienta para llevar al paÃ−s al progreso e
industrialización. CreÃ−a que con la escuela primaria obligatoria podÃ−a contribuir a moldear a la
población y orientarla en dirección a un capitalismo mas moderno, siguiendo el modelo observado en los
Estados Unidos.
A diferencia de Alberdi, veÃ−a a la educación como una herramienta para controlar a las masas, de manera
que no se levanten en contra del modelo hegemónico. CreÃ−a que otra manera de contenerlos era
concediéndoles espacios de participación ciudadana, por medio de los municipios, por ejemplo. Pensaba
que si los ciudadanos no recibÃ−an educación, si permanecÃ−an analfabetos y aislados, si no se los
integraba a la sociedad, se correrÃ−a el riesgo de que esa masa vulnerable e ignorante pudiera caer
nuevamente en manos del caudillismo y el despotismo.
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Su idea era utilizar la educación popular como herramienta para llevar al pueblo hacia una transcisión de un
modelo económico colonial del capitalismo dependiente a un modelo capitalista dinámico, como el que
habÃ−a visto en Estados Unidos.
Tuvo una coincidencia en este tema con Alberdi, y esto era la importancia que le concedÃ−a a la educación
laica. Al igual que Alberdi, creÃ−a que era esencial para la integración de nativos y extranjeros la libertad de
cultos y el alejamiento o separación del estado y la iglesia católica.
También tomaba en cuenta los beneficios que podrÃ−a aportar la llegada de inmigrantes europeos
educados y con formación profesional, como habÃ−a sucedido en Europa y en Estados Unidos; aunque los
incluÃ−a en su modelo como agentes de incremento acelerado de la población y como un complemento a la
educación general obligatoria de la población criolla:
“Dos BASES habÃ−a sospechado para la regeneración de mi patria: la educación de los actuales
habitantes, para sacarlos de la degradación moral y de raza en que han caÃ−do, y la incorporación a la
sociedad actual de nuevas razas” (Alberdi y Sarmiento, 2005:250)
En la quinta carta de las Ciento y una Sarmiento, recordando la descalificación hecha por Alberdi cuando
éste declaró en su tercera carta Quillotana que Sarmiento no se encontraba capacitado para gobernar por
ser un simple educador, le respondió manifestándose orgulloso de ejercer tal profesión y, a la vez, le
ofrecÃ−a pruebas de como su actividad era considerada de altÃ−sima importancia en los Estados Unidos,
donde, según relataba Sarmiento, la educación popular habÃ−a sido decretada como el cimiento sobre el
cual habrÃ−a de construirse el entramado de la sociedad civilizada.
Desde luego, se declaraba en desacuerdo con la idea de Alberdi de que en ese momento histórico era mas
importante la educación de las cosas que la instrucción.
Justificaba su postura diciendo que para manejar maquinarias de última tecnologÃ−a era necesario saber leer
y escribir con el fin de poder leer el manual de uso y tener la capacidad de comprender el funcionamiento de
las mismas y de qué manera operarlas.
En la misma carta continuaba ofreciendo mas y mas ejemplos, siempre tomados de su visita a los Estados
Unidos y haciendo comparaciones con la región sudamericana, y contÃ−nuamente intercalando estos
comentarios con insultos y palabras descalificatorias para Alberdi, refiriéndose a él como “abogado
accidental”, “periodista - abogado” o “abogado traficante con la prensa”.
SostenÃ−a que los peones que sabÃ−an leer y escribir eran capaces de realizar sus actividades de forma mas
eficiente y, al parecer, hasta se diferenciaban de los analfabetos porque también podÃ−an ser autodidactas
en distintas áreas.
AsÃ− presentó como ejemplo el caso de un supuesto náufrago estadounidense sobre quien habÃ−a escrito
al inicio de su relato de “Viajes por Europa, Ôfrica y América” (1845 - 1847), quien habÃ−a logrado
grandes mejoras en San Juan solo por estar alfabetizado.
“(...) el reloj público yacÃ−a descompuesto hacÃ−a años, y dijo: déjenme estudiar esta máquina, y lo
puso corriente; habÃ−a cuatro piezas de artillerÃ−a, que por sus defectos y lacras llevaba muertos seis
artilleros, (…) el peón yanqui dijo: veré en dónde está el mal; y las remendó (…); los molinos eran
como los que nos legaron nuestros padres, (…) y construyó uno que duplicaba el producto (…). à ste es,
Alberdi, un peón que sabe leer (…).” Alberdi y Sarmiento, 2005: 256
Es por eso que en su informe De La Educación Popular (1849), sostenÃ−a que la escuela era, o debiera ser,
un tema de interés público y no solamente de los padres de niños carenciados y analfabetos. DecÃ−a
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que la ciudadanÃ−a tenÃ−a que asegurarse que quienes formarÃ−an parte de futuros gobiernos hubieran
recibido la instrucción apropiada para desempeñar los cargos públicos y las funciones sociales de forma
eficiente.
Finalmente, también exhortó a Alberdi a criticarlo a él y a su trabajo, pero jamás descalificar el valor
de la educación popular, sosteniendo que sus dichos sólo causarÃ−an daño al progreso de la nación.
Como ya sabemos, la preocupación de Sarmiento con respecto al sistema educativo y a la escuela obligatoria
no se limitó a justificar la necesaria implementación inmediata de este sistema, sino que además, pasó
una gran parte de su vida profesional diseñando y planificando minuciosamente los detalles de dicho
sistema.
Imaginaba un sistema educativo igualitario, democrático, como el que afirmaba haber visto en Estados
Unidos. Justificaba - erradamente - la condición igualitaria de la educación en el paÃ−s del norte diciendo
que allÃ− no existÃ−a la diferenciación económica ni social, que no habÃ−a pobres.
Si bien reconocÃ−a que en nuestra región un contexto social como ese era poco probable, aún asÃ−
continuó proponiendo opciones para lograr este objetivo en América del Sur.
Estimaba que el primer paso que debÃ−amos dar era el de asumir como pueblo la necesidad imperativa de
tener masas educadas y, luego, cargar con la responsabilidad de llevar a cabo el plan.
Consideraba que era fundamental para comenzar con la aplicación de este sistema la división del territorio
en distritos escolares, con el fin de controlar quiénes eran los habitantes en edad de estudiar, en qué
situación social se encontraban ellos y su familia y cómo podÃ−an contribuir al desarrollo del proyecto.
Es importante tener en cuenta que Sarmiento, nuevamente como consecuencia de lo observado en Estados
Unidos, creÃ−a que la educación popular no debÃ−a ser responsabilidad económica del estado, no
deberÃ−a ser necesario el financiamiento público, sino que podÃ−a sostenerse y financiarse mediante
aportes obligatorios de los padres y las familias de los niños.
También proponÃ−a controlar el cumplimiento de la asistencia de los niños al colegio mediante esa
misma renta, asegurándose que los padres también se hicieran cargo de la educación de sus hijos, so
pena de tener que afrontar una pena económica, como sucedÃ−a en Estados Unidos:
“Si algunas ciudades rehusasen o descuidasen imponerse contribuciones para el sostén de las escuelas,
serán condenadas a pagar una suma igual al doble de la más alta contribución que haya sido antes
votada (…).” (Sarmiento, De La Educación Popular, Cap. I)
Se preocupó, asimismo, de cómo serÃ−a la preparación docente, como se sostendrÃ−a todo el sistema en
sus distintos niveles, y hasta los contenidos que debÃ−an enseñarse a cada estrato de jóvenes. Es sabido
que Sarmiento ya habÃ−a diseñado y propuesto un Método gradual de lectura (1845) que pretendÃ−a
fuera aplicado en todas las escuelas de la región como una herramienta primordial de alfabetización masiva.
Aunque su plan no fue aplicado fielmente tal como lo planteó, durante su presidencia (1868 - 1874) fue
posible un progreso sin precedentes en el campo de la educación, que logró cambiar para siempre esa área
de la organización nacional, y marcó el rumbo a seguir durante el siguiente siglo.
CONCLUSIÃ N
Como ya se habÃ−a aclarado, el fin de este trabajo no era declarar un vencedor del debate, sino mas bien
conocer de qué se trataba cada propuesta sin emitir un juicio valorativo.
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Observando ambas posturas, se concluye que sendos pensadores tenÃ−an como fin lograr colocar a la
Argentina entre los paÃ−ses industrializados y mas desarrollados, pero proponÃ−an medios diferentes para
lograr ese cometido.
Aunque la mayorÃ−a de las veces Alberdi y Sarmiento se encontraron teniendo la misma postura ideológica
(ambos unitarios, enemigos de Rosas, apoyaron a Urquiza), manifestaron enormes diferencias en el
tratamiento de las masas populares con respecto a la educación.
Mientras Alberdi preferÃ−a ser moderado con respecto a qué cosas enseñar a quiénes, temiendo
consecuencias inesperadas y difÃ−ciles de contener, Sarmiento proponÃ−a hacer pleno uso de la educación
como instrumento de manipulación de las masas.
En tanto Alberdi aspiraba a desprender a la región del modelo colonial siguiendo ejemplos europeos,
Sarmiento preferÃ−a hacerlo con métodos más innovadores, inspirados en lo observado por él mismo
en los Estados Unidos, aunque adaptados a nuestra América del sur, con sus recursos naturales y humanos.
Si bien las posturas de ambos pensadores ya han quedado indelebles en los anales de la historia argentina, el
debate sobre el rumbo de la educación en Argentina es uno que sigue abierto mas de 150 años después
de inaugurado; y aún recibe nuevas propuestas dÃ−a a dÃ−a.
BIBLIOGRAFÃ A
J. B. Alberdi, D. F. Sarmiento, La Gran Polémica Nacional. Cartas Quillotanas · Las Ciento y Una
(Prólogo de Lucila Pagliai), Buenos Aires, Leviatán, 2005.
J. B. Alberdi, Bases y puntos de partida para la organización polÃ−tica de la República de Argentina, 1852
D. F. Sarmiento, Las Escuelas Base De La Prosperidad i De la Republica En Los Estados Unidos, 1870
D. F. Sarmiento, De La Educación Popular, 1849
www.elhistoriador.com.ar
http://www.bnm.me.gov.ar
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