¿HAY AÚN POSIBILIDADES INICIÁTICAS EN LAS FORMAS

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¿HAY AÚN POSIBILIDADES INICIÁTICAS EN LAS FORMAS
TRADICIONALES OCCIDENTALES?
René Guénon (ABD AL-WAHID YAHIA)
Se puede decir que cada forma tradicional particular es una adaptación de la Tradición primordial, de la
cual todas son derivadas más o menos directamente, en determinadas circunstancias especiales de tiempo
y de lugar; asimismo, lo que cambia de una a otra no es la esencia misma de la doctrina, que está más allá
de esas contingencias, sino solamente los aspectos exteriores de los que se reviste y a través de los cuales
se expresa. Resulta de ahí, por una parte, que todas esas formas son equivalentes en principio, y, por otro
lado, que es generalmente ventajoso, para los seres humanos, vincularse, tanto como sea posible, a la que
es propia al medio en el cual viven, puesto que es la que debe normalmente convenir mejor a su
naturaleza individual. Eso es lo que hacía observar con toda razón nuestro colaborador J.-H. ProbstBiraben al final de su artículo sobre el Dhikr; pero la aplicación que sacaba de tales verdades
incontestables nos parece demandar algunas precisiones suplementarias, a fin de evitar toda confusión
entre diferentes dominios que, aunque procediendo igualmente del orden tradicional, no dejan de ser
profundamente distintos. Es fácil comprender que se trata aquí de la distinción fundamental, sobre la cual
hemos ya insistido frecuentemente además, entre los dos dominios que se pueden, si se desea, designar
respectivamente como “exotérico” y “esotérico”, dando a esos términos su acepción más amplia.
Podemos así identificar uno al dominio religioso y el otro al dominio iniciático; para el segundo, esta
asimilación es rigurosamente exacta en todos los casos; y, en cuanto al primero, si no toma el aspecto
propiamente religioso más que en ciertas formas tradicionales, las únicas de las que tenemos que
ocuparnos en este momento, de suerte que esta restricción no podría presentar ningún inconveniente para
lo que nos proponemos. Dicho esto, la cuestión que hay que considerar es la siguiente: cuando una forma
tradicional es completa, en el doble aspecto exotérico y esotérico, es evidentemente posible para todos
adherirse a ella semejantemente, sea que pretendan limitarse a sólo el punto de vista religioso, sea que
quieran seguir además la vía iniciática, puesto que los dos dominios les estarán abiertos. Debe además
entenderse bien que, en un caso semejante, el orden iniciático toma siempre su apoyo y su soporte en el
orden religioso, al cual se superpone sin oponerse a él en modo alguno; y, por consiguiente, nunca es
posible dejar de lado las reglas concernientes al orden religioso, y más especialmente en lo que concierne
a los ritos, pues son éstos los que tienen la mayor importancia desde ese punto de vista, y que pueden
establecer de modo efectivo el ligamen entre los dos órdenes. Luego, cuando es así, no hay ninguna
dificultad para que cada uno siga la tradición que es de su medio; no hay reserva que hacer más que para
las excepciones, siempre posibles, a las cuales hacía alusión nuestro colaborador, es decir, para el caso de
un ser que se encuentra accidentalmente en un medio al cual es verdaderamente extraño por su naturaleza
y que, por tanto, podrá encontrar en otra parte una forma mejor adaptada a ésta. Añadiremos que tales
excepciones deben, en una época como la nuestra, donde la confusión es extrema en todos los órdenes,
encontrarse más frecuentemente que en otras épocas donde las condiciones son más normales; pero no
diremos nada más de ello, puesto que ese caso, en suma, puede siempre ser resuelto por un retorno del ser
a su medio real, es decir, a aquel al cual responden efectivamente sus afinidades naturales. Ahora, si
volvemos al caso habitual, una dificultad se presenta cuando, en un determinado ambiente, hay que
habérselas con una forma tradicional en la cual no existe ya efectivamente otra cosa que el aspecto
religioso. Es evidente que se trata entonces de una suerte de degeneración parcial, puesto que dicha forma
debía, como las otras, ser completa en su origen, pero, tras circunstancias que no importa precisar, ha
sucedido que, a partir de cierto momento, su parte iniciática ha desaparecido y a veces incluso hasta tal
punto que no resta ya ningún recuerdo consciente de ello entre sus adherentes, a pesar de las huellas que
se puedan encontrar en los escritos o los monumentos antiguos. Nos encontramos entonces, desde el
punto de vista iniciático, en un caso exactamente similar al de una tradición extinta: incluso suponiendo
que se pueda llegar a una reconstitución completa, ésta no tendría más que un interés "arqueológico",
puesto que faltaría siempre la transmisión regular, y tal transmisión es, como hemos expuesto en otras
ocasiones, la condición absolutamente indispensable para cualquier iniciación. Naturalmente, aquellos
que tienen un punto de vista limitado a la esfera religiosa, y que serán siempre los más numerosos, no
tienen que preocuparse mínimamente de esta dificultad, que para ellos no existe; pero aquellos que se
proponen una finalidad iniciática no pueden esperarse, a este respecto, ningún resultado de la vinculación
a la forma tradicional de que se trata. La cuestión planteada en estos términos está desgraciadamente muy
lejos de tener un interés puramente teórico, dado que, de hecho, hay que considerarla precisamente por lo
que respecta a las formas tradicionales existentes en el mundo occidental: en el estado presente de las
cosas, ¿se encuentran en él todavía organizaciones que mantengan una transmisión iniciática, o, por el
contrario, todo está irremediablemente limitado al solo dominio religioso? Digamos primero que habría
que guardarse mucho de ilusionarse por la presencia de cosas tales como el “misticismo”, a propósito del
cual se producen demasiado frecuentemente, y actualmente más que nunca, las confusiones más extrañas.
No podemos ni soñar en repetir aquí todo lo que hemos ya tenido ocasión de decir en otras partes al
respecto; recordaremos solamente que el misticismo no tiene absolutamente nada de iniciático, que
pertenece por entero al orden religioso, cuyas limitaciones especiales no sobrepasa de ningún modo, y que
incluso muchas de sus características son exactamente opuestas a las de la iniciación. El error sería más
excusable, al menos entre los que no tienen una noción clara de la distinción de los dos dominios, si
consideran, en la religión, lo que presenta un carácter, no ya místico, sino “ascético”, porque, ahí al
menos, hay un método de realización activa como en la iniciación, mientras que el misticismo implica
siempre la pasividad y, por consiguiente, la ausencia de método, como también además de una
transmisión cualquiera. Se podría incluso hablar a la vez de una “ascesis” religiosa y de una “ascesis”
iniciática, si tal comparación no debiera sugerir nada más que esta idea de un método que constituye en
efecto una similitud real; pero, entiéndase bien, la intención y la finalidad no son las mismas en los dos
casos. Si ahora planteamos la cuestión de una manera precisa para las formas tradicionales del Occidente,
seremos llevados a considerar los casos que mencionaba nuestro colaborador en las últimas líneas de su
artículo, es decir, el del Judaísmo y el del Cristianismo; pero aquí estaremos obligados a formular algunas
reservas con relación al resultado que puede obtenerse con ciertas prácticas. Para el Judaísmo, las cosas,
en todo caso, se presentan más simplemente que para el Cristianismo: posee en efecto una doctrina
esotérica e iniciática, que es la Kábala, y ésta se transmite siempre de manera regular, como quiera que
sin duda más raramente y más difícilmente que antaño, lo que, además, no representa ciertamente un
hecho único en ese género, y que se justifica bastante por los caracteres particulares de nuestra época.
Solamente que, por lo que respecta al “Hasidismo”, si bien parece que influencias kabalistas se hayan
ejercido realmente en sus orígenes, no es menos cierto que no constituye propiamente más que un grupo
religioso, e incluso de tendencias místicas; por lo demás, es probablemente el único ejemplo de
misticismo que se pueda encontrar en el Judaísmo; y, aparte de esta excepción, el misticismo es sobre
todo algo específicamente cristiano. En cuanto al Cristianismo, un esoterismo como el que existía muy
ciertamente en la Edad Media, con las organizaciones necesarias para su transmisión ¿está vivo aún en
nuestros días? Para la Iglesia ortodoxa, no podemos pronunciarnos de manera segura, a falta de tener
indicaciones suficientemente claras, y estaríamos incluso felices de que esta cuestión pudiera provocar
algunas aclaraciones al respecto; pero, incluso si subsiste ahí realmente una iniciación de algún tipo, no
puede ser en todo caso más que exclusivamente en el interior de los monasterios, de modo que fuera de
éstos, no hay ninguna posibilidad de acceder a ella. Por otra parte, para el Catolicismo, todo parece
indicar que no se encuentra en él ya nada de este orden; y, por lo demás, puesto que sus representantes
más autorizados lo niegan expresamente, debemos creerlos, al menos mientras no tengamos pruebas
contrarias; es inútil hablar del Protestantismo, puesto que no es más que una desviación producida por el
espíritu antitradicional de los tiempos modernos, lo que excluye que haya podido jamás encerrar el menor
esoterismo y servir de base a cualquier iniciación. Como quiera que sea, aunque admitiendo la posibilidad
de la supervivencia de alguna organización iniciática muy oculta, lo que podemos decir con absoluta
certeza es que las prácticas religiosas del Cristianismo, como por lo demás las de otras formas
tradicionales, no pueden sustituir a las prácticas iniciáticas ni producir efectos del mismo orden que éstas,
puesto que aquellas no están destinadas a tal fin. Eso es estrictamente verdadero incluso cuando hay, entre
unas y otras, alguna similitud exterior: así, el rosario cristiano recuerda manifiestamente al wird de las
turuq islámicas, y puede incluso que haya ahí algún parentesco histórico; pero, de hecho, no es utilizado
más qua para fines únicamente religiosos, y sería vano esperar un beneficio de otro orden, puesto que
ninguna influencia espiritual actuante en el dominio iniciático le está inoculada, contrariamente a lo que
ocurre para el wird. En cuanto a los “ejercicios espirituales” de San Ignacio de Loyola, debemos confesar
que hemos quedado un poco sorprendido de verlos citados a este propósito: constituyen una “ascesis” en
el sentido que antes indicábamos, pero su carácter exclusivamente religioso es totalmente evidente;
además, debemos añadir que su práctica está lejos de carecer de peligro, pues hemos conocido varios
casos de desequilibrio mental provocados por ella; y pensamos que ese peligro debe siempre existir
cuando son así practicados fuera de la organización religiosa para la cual han sido formulados y de la cual
en suma constituyen el método especial; no se debe pues más que desaconsejarlos a cualquiera que no
está vinculado a esta organización. Debemos insistir aún particularmente sobre el hecho de que las
mismas formas iniciáticas, para ser eficaces, presuponen necesariamente la vinculación a una
organización del mismo orden; se podrán repetir indefinidamente las fórmulas, como las del dhikr o del
wird, o los mantras de la tradición hindú, sin obtener el mínimo resultado, mientras no hayan sido
recibidas con una transmisión regular, porque no están entonces "vivificadas" por ninguna influencia
espiritual. Desde entonces, la cuestión de saber qué formulas conviene escoger no ha de plantearse jamás
de una manera independiente, pues no es algo que surja de la fantasía individual; esta cuestión está
subordinada a la de la adhesión efectiva a una organización iniciática, adhesión tras la cual no hay
naturalmente más que seguir los métodos que son los de esta organización, sea cual fuere la forma
tradicional a la que pertenezca. En fin, añadiremos que las únicas organizaciones iniciáticas que tienen
aún una existencia cierta en Occidente, están, en su mayor parte, completamente separadas de las formas
tradicionales religiosas, lo que, a decir verdad, es algo anormal; y, además, están tan aminoradas, si no
incluso desviadas, que apenas se puede, en la mayor parte de los casos, esperar de ellas más que una
iniciación virtual. Los occidentales deben sin embargo forzosamente tomar nota de esas imperfecciones, o
bien dirigirse a otras formas tradicionales, que tienen el inconveniente de no estar hechas para ellos; pero
quedaría por saber si los que tienen la voluntad bien resuelta de decidirse por esta última solución no
prueban por ello mismo que están entre las excepciones de las que hemos hablado.
(*) Artículo escrito en 1935 para la revista Memra de Bucarest, desaparecida antes de publicarlo.
Publicado en Etudes Traditionnelles, París, enero-febrero de 1973. Traducción italiana de un fragmento
en Rivista di Studi Tradizionali, nº 60, Turín, enero-junio de 1984. No reunido en ninguna compilación
póstuma.
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