Fiesta del CUERPO Y DE LA SANGRE DEL SEÑOR Río Gallegos, 13 de junio de 2009 Queridos hermanos todos: Celebramos la fiesta del Cuerpo y de la Sangre del Señor, “sacramento admirable” y “memorial de su pasión”. Hoy decimos con la certeza de nuestra fe que “aclamamos el misterio de la redención, porque cada vez que comemos de su cuerpo y bebemos de su sangre, anunciamos la muerte del Señor, hasta que El vuelva.” La Palabra de Dios del día de hoy nos introduce en este misterio de amor y de entrega. En el libro del Éxodo se detalla la Alianza de Dios con su pueblo Las doce piedras representan a las doce tribus de Israel y el altar erigido en el centro representa a Dios mismo. Se ofrecen holocaustos, es decir, animales que se queman enteros, y sacrificios de comunión en los que parte de la víctima se ofrece y otra parte es compartida como comida por todos los miembros de la asamblea. Era una forma de comprometerse mutua y públicamente. Al derramar la sangre sobre el altar y rociar al pueblo, Moisés significaba –sellaba- la puesta en común (la común-unión) de dos vidas: la pertenencia mutua entre Dios y su pueblo: “Esta es la sangre de la alianza que el Señor hace con ustedes”, son las palabras de Moisés. Y según hemos escuchado en el Evangelio, durante la Pascua, Jesús recordó este momento de la historia del pueblo cuando tuvo que pronunciar la acción de gracias sobre la copa con el vino: “Esta es mi sangre, la sangre de la alianza que se derrama por muchos.” Un pacto ya no sellado en la sangre de animales sino en la propia sangre del Hijo de Dios. Su sacrificio es un sacrificio de comunión. Jesús, a través del pan y del vino, comparte su cuerpo y su sangre con los discípulos. Jesús se sacrifica y derrama su sangre, y con esta sangre se unen todos los cristianos para formar el nuevo Pueblo de Dios. Como nos ha enseñado la Carta a los Hebreos, en la segunda lectura del día de hoy, la misma sangre de Cristo está presente en cada Eucaristía que celebramos, para asegurar cada día la unión de Dios con los hombres, y de todos los hombres entre sí. Cada vez que nos reunimos como hermanos para partir el mismo Pan que es Cristo, escuchar su Palabra y participar alegremente en la celebración de la Misa, ya estamos empezando a vivir las alegrías del cielo. Ya Jesús está celebrando con nosotros, presidiendo nuestra cena, y Él mismo se nos da como alimento. Cada Eucaristía es para nosotros el alegre comienzo del banquete celestial. Se comienza a festejar la alegría del cielo sentándonos en la mesa de Dios. En esta fiesta, queridos hermanos, iniciamos el segundo año de preparación a nuestro Jubileo Diocesano donde, en 2011, celebraremos los 50 años de vida de nuestra querida Diócesis de Río Gallegos. El año pasado, centramos nuestra atención en la Palabra de Dios y juntos hemos recorrido un largo camino en el que hemos gustado de ella y hemos afirmado con las mismas palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” (Jn. 6,68) Este año, sin dejar de lado lo anterior, será la Eucaristía la que marque el sendero de cada uno de nuestros días. Nuestro desafío y esfuerzo será buscar y encontrar a Jesús presente en medio nuestro, en la misma experiencia de los discípulos de Emaús que: “Lo reconocieron al partir el pan.” (Lc. 24,35). Con esta mirada iremos viviendo más intensamente cada una de las Orientaciones Pastorales que nos hemos propuesto alcanzar al inicio del Jubileo Diocesano. En primer lugar, queremos ser “una Iglesia en actitud permanente de conversión, que camina a la santidad, en una espiritualidad de comunión.” Para esto, trataremos de generar espacios de oración, de espiritualidad y de reflexión con Jesús Eucaristía como centro y fuente de todo camino de santidad y comunión. Sin Eucaristía no hay espiritualidad de comunión. Ya nos decía Pablo VI: “La Eucaristía ha sido instituida para que nos convirtamos en hermanos; (…) para que de extraños, dispersos e indiferentes los unos de los otros, nos volvamos uno, iguales y amigos.” (1966) “La celebración eucarística, nos dice el Documento de Aparecida (251), fortalece la comunidad de los discípulos, y es para la parroquia una escuela de vida cristiana.” Por eso, todo lo que pueda favorecer momentos, tiempos, iniciativas, referidas a la contemplación, adoración, vivencia, reflexión de Jesús Eucaristía nos ayudará, como Diócesis, a crecer en santidad y a robustecer nuestra espiritualidad de comunión. En segundo lugar, queremos ser “una Iglesia evangelizadora y misionera”. “Es tarea urgente de cada Diócesis, presidida por el obispo como pastor, lograr que la fuerza viva de Jesucristo y de su Evangelio llegue hasta el último rincón del territorio y a todos sus sectores y ambientes evangelizando el corazón de los hombres y desde allí la cultura.” (NMA 70) Conocer bien la realidad nos ayuda a prestar un mejor servicio y dar un válido y concreto anuncio de la Buena Noticia. Como lo hizo Jesús, necesitamos abrir los ojos para comprender con “razón compasiva” la vida de nuestra Diócesis. Esta actitud requiere educar la mirada para descubrir, a través del contacto directo con las personas, el don de Dios , que nos ayuda a ver, oír y emocionarnos con nuestras vidas y con sus signos, con nuestras sensibilidades, con nuestros sentidos. “La Eucaristía, nos dice Aparecida (176), nos plantea la exigencia de una evangelización integral. (...) Si Jesús vino para que todos tengamos vida en plenitud, la parroquia tiene la hermosa ocasión de responder a las grandes necesidades de nuestros pueblos.” Es por eso que en cada Eucaristía llevamos las intenciones y necesidades concretas de nuestros barrios, ciudades y pueblos y renovamos nuestro espíritu misionero con el deseo de llevar la Buena Noticia a cada familia. En tercer lugar, queremos ser “una Iglesia con un fuerte compromiso social.” La Eucaristía es una comida que nos compromete. San Pablo nos enseña que por recibir la Eucaristía formamos todos un solo Cuerpo con Cristo. Somos todos como una sola persona. Cada Misa que celebramos nos tiene que hacer sentir más unidos a nuestros hermanos, nos tiene que hacer más sensibles a las alegrías y a las tristezas, a las necesidades y a los problemas de los demás. La Eucaristía hace que Cristo y los demás ya no sean “otros”, sino “nosotros mismos”. La Eucaristía es proyecto de solidaridad. No podemos basar toda nuestra educación y catequesis solamente en gestos aislados de solidaridad. El valor de la solidaridad debe quedar marcado profundamente en el corazón de cada uno de nosotros. Por eso creo que es providencial que hoy la Iglesia de Argentina nos invite a realizar la Colecta Anual de Cáritas. El lema de este año nos dice que “es posible. Que tu solidaridad transforma. Que compartir nos hace bien.” La celebración de la Eucaristía nos impulsa a tener un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna, partiendo de las necesidades concretas de las familias de nuestra Diócesis. Finalmente, queremos ser “una Iglesia joven que quiere evangelizar prioritariamente a los jóvenes.” Jesús sigue invitando a los jóvenes a recorrer con Él el camino de los discípulos de Emaús (Lc. 24, 13-35). Se hace presente en medio de ellos como “compañero de camino”, comparte los acontecimientos de la vida y las experiencias que los afectan, escucha con atención sus relatos, los ayuda a entender lo sucedido en esos días en Jerusalén explicándoles las Escrituras y al fin del camino se queda con ellos para compartir el pan y darse a conocer en plenitud. El encuentro con Jesús Resucitado tiene su momento culminante en la mesa de la Eucaristía donde se renueva con gozo y esperanza la celebración de su muerte y resurrección. Celebrar el domingo, día del Señor, junto con la comunidad, es, para los jóvenes, un momento muy importante para su espiritualidad. Es el día de descanso semanal, oportunidad para vivirlo sin prisas ni preocupaciones, como día de familia y de “recogimiento”, como tiempo para desarrollar la cultura del encuentro y de la solidaridad, para dedicarse más especialmente a Dios. Es necesario recuperar el domingo como día diferente, como ámbito para celebrar el encuentro semanal de los cristianos, como ocasión para celebrar al Señor de la historia, hacer fiesta y llenar de sentido la vida. Como Diócesis, haremos todos los esfuerzos para que nuestros jóvenes puedan conocer, amar y vivir intensamente cada Eucaristía. Como ven, queridos hermanos, tenemos un hermoso camino para recorrer juntos con el Dios de la Vida que viene una vez más a nosotros para decirnos: “¡Levántate y come, porque todavía te queda mucho por andar!” (1 Rey 19, 7). La Santísima Virgen María, mujer eucarística en toda su vida, nos enseñe a caminar por nuestras calles como verdaderos sagrarios vivientes, felices de llevar en nosotros la presencia real del mismo Jesús. Y que Ella nos enseñe también a descubrirlo oculto en la Eucaristía y en el rostro de cada persona que vive con nosotros. Que así sea. + Juan Carlos padre obispo de Río Gallegos