EL SORDO Y LO INAUDITO (1) Prof. Andrea Benvenuto Introducción Ser sordo es en primer lugar, no ser escuchado, afirma Bernard Mottez (2). Extraña paradoja si nos ajustamos al sentido más banal de la palabra sordo, el que da al oído la función primordial de oír. Pero si no oír no define fundamentalmente el ser sordo ¿qué es lo que esta en juego entonces en esta afirmación? Ser escuchado supone dos condiciones previas: subjetivamente, que una palabra pida ser escuchada y que un interlocutor esté dispuesto a escuchar ; objetivamente, estar en posesión de un medio que permita expresar lo que se quiera decir y, para escuchar, disponer de una oreja que funcione bien. Es aquí que la paradoja comienza a encarnarse: la palabra de los sordos se expresa a través de la lengua de señas. Esta lengua se dibuja en el espacio visual del interlocutor, para «escuchar» a un sordo, alcanza entonces con tener los ojos bien abiertos. La sordera comienza entonces a metamorfosearse en quien, bien que su oído funcione perfectamente, se vuelve incapaz de escuchar una palabra que se expresa de manera diferente a la suya. Es la presencia del otro que escucha o que no quiere oír que comienza a definir el «ser sordo». Lo que quiere decir – como afirma Bernard Mottez (1987) – que hablando de sordos no se puede dejar de lado la relación con los otros. Para comenzar a hablar de sordera hay que ser al menos dos personas. La sordera es una relación, una experiencia necesariamente compartida. Lo que quisiera mostrarles brevemente es que, en cuanto se habla de sordos, el campo semántico referido exclusivamente al oído que no funciona, se desplaza hacia un campo donde la referencia a la audición no es mas que un pretexto para poner en escena relaciones de saber y de poder entre sordos y oyentes, relaciones que en la mayor parte del tiempo son inauditas. En última instancia, tratándose de sordos, es menos cuestión de oído que de mirada. El Sordo, figura de la anormalidad En primer lugar exploraré algunas de las razones que hicieron que el sordo haya sido tomado, a lo largo de la historia, como figura de la anormalidad. Digo figura porque ésta sirve para representar de manera indirecta otra cosa, algo de lo que no se puede o no se quiere decir directamente. Entre las ideas que circulan entorno a un objeto o un sujeto – digamos en este caso, entre las ideas que circulan entorno a qué es un sordo – y el sujeto mismo – o sea, la persona sorda – los limites se desdibujan hasta confundirse. Decir que el ___________________________________ 1 Versión abreviada de “El Sordo y lo inaudito. A la escucha de Michel Foucault”, ponencia presentada y publicada en José Gondras, Walter Kohan, “Foucault 80 ans”, Anais do III Coloquio FrancoBrasileiro de Filosofía de la Educaçao, UERJ, Maracana, 9-11 outubro de 2006. 2 « Savoirs, savoir-faire et façons d’être. La transmission chez les Sourds » (1992), in Bernard Mottez, Les Sourds existent-ils ? Textes réunis et présentés par Andrea Benvenuto, Paris, L’Harmattan, 2006, p. 170. sordo es un anormal, un lisiado o un discapacitado, equivale a decir que efectivamente lo es? ¿Cuál es la relación entre la representación que se tiene sobre un individuo concreto y las consecuencias sobre su vida cotidiana? ¿Cuáles son los hilos que se han tejido entre la anormalidad y los sordos para constituir un modelo cuyas consecuencias aun hoy, son nefastas en la vida de los sordos? Explorar la figura del sordo como figura de la anormalidad es un intento de desentrañar ese juego de relaciones a través de las cuales las ideas que circularon en un momento histórico sobre los sordos, terminaron constituyéndolo como sujeto de experiencia. En medio de esas relaciones, otra figura del sordo, opuesta a la de la anormalidad, dio sus primeros pasos. Se trata del Sordo (3) miembro de una comunidad lingüística y cultural que comienzo a formarse en el siglo XIX y se constituyo claramente en el siglo XX, como resultado de otra relación de poder y de saber entre sordos y oyentes. En esta relación, una nueva verdad comienzo a circular en los límites de su propio pensamiento. Según Michel Foucault, el campo de la anormalidad se constituyo entre los siglos XVI y XVIII entorno a tres figuras: el monstruo, el individuo a corregir y el onanista (masturbador). Que yo sepa, no hay referencias precisas sobre los sordos en la obra de Foucault, salvo en el resumen del curso Los anormales donde deja la pista abierta para estudiar el nacimiento técnico-institucional de la ceguera, de la sordomudez, de los imbéciles, de los retrasados (4). Estas instituciones que son, por un lado, los establecimientos de reeducación y rehabilitación de lo que se llamo la “infancia anormal” hasta entrado el siglo XX, es decir, las grandes escuelas para sordos, para ciegos, para retrasados mentales. Y por otro, la puesta en practica de técnicas concretas de corrección del cuerpo, como el nacimiento de la ortopedia (conocida como el arte de prevenir las deformidades del cuerpo) o de la ortofonía que exploraba las maneras para que el sordo al fin, pudiera escuchar. El nacimiento de estas instituciones es contemporánea, según Foucault, a una de las figuras que constituyen el campo de la anomalía: el individuo a corregir. Estas instituciones van a participar del «gran encierro», es decir, ese gran movimiento que consistió en la creación de asilos donde encerrar a los locos, de instituciones donde la anormalidad debía ser “normalizada”, que excluía a los individuos de la vida social por un lado, pero que por el otro, intentaba mejorar o corregir una condición social o física desatendida hasta ese momento. Sin embargo, la historia de las ideas y específicamente la historia de la educación de sordos muestra que, a pesar que la figura de la sordomudez es en el siglo XIX el prototipo de la «corregible incorregibilidad» (5) (las técnicas fonoaudiológicas intentan corregir la sordera pero no pueden hacer que el sordo se vuelva oyente), la figura de la sordomudez encarna además al monstruo y al masturbador, los tres ejes que, según Foucault, constituyen el campo de la anomalía. Por otro lado, las instituciones para sordos, lugares donde fueron puestas a punto diversas técnicas de corrección del cuerpo en el corazón del movimiento de encierro del ___________________________________ 3 A partir de la propuesta del sociolingüista norteamericano Woodward (1972), se escribe sordo con “s” minúscula cuando se hace referencia al statut audiológico de la persona. Y con una mayúscula cuando se señala la pertenencia a la comunidad lingüística y cultural. 4 Michel Foucault, Les anormaux, Cours au Collège de France. 1974-1975, édition établie sous la direction de François Ewald et Alessandro Fontana, par Valerio Marchetti et Antonella Salomoni, Collection « Hautes Études », Gallimard-Le Seuil, 1999, Résumé de cours, p. 309. Sobre la historia de las instituciones educativas de sordos en Francia, cf. Cuxac, C., (1980), Karacostas, A., (1981), Lane, H., (1984), Presneau, J. –R., (1985), Vial, M., (1990), Bézagu-Deluy, M., (1990), Séguillon, D., (1994). 5 Michel Foucault, op. cit., p. 53. siglo XIX son al mismo tiempo y por el principio mismo de reagrupamiento, espacios de exclusión pero también de promoción de la comunidad sorda donde la lengua de señas alcanzo su mayor desarrollo. Los sordos reagrupados, hablando la lengua de señas en un espacio institucional, ocupan a partir de ese momento, un espacio de visibilidad publica hasta ahora desconocido. Estas instituciones se transforman en dispositivos de exclusión y al mismo tiempo, en lugares donde lo visible se comparte y se demarca bajo una nueva configuración. Veamos entonces cuales son las referencias que nos permiten afirmar que el sordo ha sido la figura prototípica del hombre anormal, coincidiendo con los tres ejes sobre los que se constituyo la anormalidad según Foucault, es decir, el monstruo, el individuo a corregir y el masturbador. El sordo, ese monstruo bestial La figura del monstruo, según Foucault, encarna al mismo tiempo la violación de las leyes jurídicas y de las leyes de la naturaleza. Alejándose de lo que se consideraba propio al hombre, el monstruo adquirió el carácter de bestia, de animal y es esta semejanza a la animalidad que hizo identificar a los sordos a la monstruosidad – por sus gritos y sus gestos el sordo fue comparado a los monos. En los debates filosóficos de los siglos XVII al XIX, la sordera aparece como uno de los paradigmas de la cuestión de los límites entre humanidad y animalidad. Los sordos pusieron en cuestión el carácter fonológico del lenguaje y el fonocentrismo aristotélico que le es inherente. Antes que la ciencia y la filosofía hayan reconocido otra modalidad del lenguaje que la oralidad, los sordos fueron percibidos como seres desprovistos de lenguaje y como tales, asociados a una animalidad que rompía con el orden de lo viviente. Sin embargo, la referencia al carácter bestial de los sordos no ha sido monolítica y el reconocimiento más o menos explicito al status comunicacional de las señas utilizadas por los sordos vario a lo largo de los siglos. En el Antiguo Testamento se encuentran huellas en las que el sordo es percibido como subnormal y el conjunto de personas invalidas declaradas impuras e ineptas para el culto activo (6). En la Antigüedad clásica, en Esparta, Atenas y Roma, los niños que nacían deformes eran «expuestos» (7). Esta práctica consistía en llevar los niños a un lugar secreto fuera de la ciudad para dejarlos morir o ahogarse. Las deformidades eran percibidas a través de signos exteriores del cuerpo – piernas torcidas, dedos de más en las manos, pies deformes. Otras culturas antiguas consideraron la sordera como signo divino, por ejemplo los egipcios. En la Edad Media «se ve a los locos vivir en sociedad con los sanos y los monstruos con los normales» (8) dice Canguilhem. En lo que concierne a los sordos, la integración social no pasaba por una política particular de la sociedad medieval al respecto. Sin embargo, a pesar que la figura del sordo podía ser asimilada a la del «loco del pueblo», su integración social dependía del hecho que, siendo la sordera invisible y que ésta no impedía el trabajo _________________________ 6 Henri-Jacques Stiker, Corps infirmes et sociétés. Essais d’anthropologie historique, (1982), Paris, Dunod, 2005, 3e édition, p. 22. 7 Marie Delcourt, Stérilité mystérieuse et naissance maléfique dans l’Antiquité classique, Faculté de philosophie et de lettres de Liège, Paris, Droz, 1938. 8 Georges Canguilhem, La connaissance de la vie, Paris, Vrin, 1998, p. 178. (Trad. AB) manual, el sordo-mudo era física y socialmente autónomo para el trabajo (9). Por otro lado, la integración estaba asegurada por la adopción de sordos bajo el techo de ciertas congregaciones religiosas que seguían la regla de silencio de Saint Benoît (siglo VIe). Esta regla obligaba a los monjes a comunicar por signos sus necesidades cotidianas. A pesar del mayor o menor grado de integración de los sordos a la vida en sociedad, el acceso al universo de lo humano definido por la comunicación, les estaba vedado. La impotencia de los sordos a la reciprocidad en la comunicación humana, considerada exclusivamente como comunicación oral, los ubica simbólicamente, fuera del universo humano. Los sordos son, como lo afirma Gladys Swain, lisiados del signo10. Y por este hecho, considerados como monstruos. Si el lenguaje es el único signo que muestra que hay un pensamiento latente en el cuerpo y si, de otro lado, se lo encuentra solo en el hombre, será otorgando el status de lengua a los signos que los sordos crean para entrar en comunicación, que permitirá ubicar a estos últimos entre los seres humanos. Uno de los herederos de este pensamiento, el abbé de l’Épée, se hará eco de estas reflexiones el día que el azar le hará encontrar dos gemelas sordas y mudas. Esforzarse por extraer a los sordos de sus «brumas oscuras» – como decía el abbé – restituyéndoles de esa forma la condición humana, pero sobre todo conducir los sordos hasta el bautismo, tales son los objetivos que la religión y la humanidad asignaron al cura. Los medios que el abbé de l’Épée utilizo marcaron un momento decisivo en la educación de sordos. El abbé fundo las bases de la enseñanza bilingüe, otorgándole una importancia capital al francés escrito. Su método iba del escrito al oral y no lo contrario, como era de uso hasta el momento. Haciendo de la educación de sordos un asunto colectivo, utilizando su lengua natural, considerando los sordos como seres capaces e inteligentes, favoreciendo su reagrupamiento y a través de esto, la expansión de la lengua y la cultura sorda, el abbé de l’Épée jugo un rol incontestable en la transformación de las relaciones entre sordos y oyentes y en el inicio de lo que seria mas tarde la emancipación intelectual de los sordos. El status de la lengua de señas y la comparación de los sordos al estado animal, acosan las irregularidades que demostrarían el carácter contra-natural de la sordera, en la que la figura del monstruo es la expresión natural. Haciendo un salto en la historia otros ejemplos muestran la contrariedad que el carácter excepcional de los sordos provoco en las leyes jurídicas. Las tentativas eugenistas de prohibición del casamiento entre sordos para evitar la constitución de una variedad sorda de la raza humana, como lo preconizaba Alexander Graham Bell en 1883; la política de exterminación de sordos bajo el régimen nazi (11 y las practicas de esterilización de mujeres sordas que no se detuvieron con la caída del nazismo, son algunos de los tantos ejemplos que atestiguan de la precariedad del status jurídico de los sordos, a pesar de los avances abiertos por la Revolución francesa en cuanto al acceso de los sordos a la ciudadanía. La inclusión de los sordos al círculo de los humanos no se inscribió en un movimiento lineal. El siglo de las Luces sentó las bases de una nueva exclusión. Los establecimientos __________________________________ 9 Aude de Saint-Loup, « Les sourds-muets au Moyen-Age. Mille ans de signes oubliés », in L. Couturier et A. Karacostas (sous la direction de), Le Pouvoir des Signes, Paris, INJS, 1989, p. 14. 10 Gladys Swain, « Une logique de l’inclusion : les infirmes du signe » in Esprit, n° 65, mai 1982, p. 62. 11 Ver Horst Biesold, Crying Hands. Eugenics and Deaf People in Nazi Germany, Washington, Gallaudet University Press, 2002, edicion original en aleman (1988). Brigitte Lemaine y Stéphane Gatti, Témoins sourds, Témoins silencieux, France, 2000, documental, 52 mn, sobre la historia de los sordos en la Alemania nazi. educativos para sordos del siglo XIX son de un lado, el resultado de la idea que los sordos son seres educables y que, por tanto, entran de pleno en el orden natural de lo humano. Y del otro, son espacios de encierro y de invención de técnicas de sujeción del cuerpo donde se buscaba – como lo muestra Foucault – corregir lo incorregible. La educable ineducabilidad Que los niños sordos sean seres educables presupone de un lado, que hay una humanidad latente en ellos que los vuelve susceptibles de un esfuerzo pedagógico. Del otro, que la pedagogía deberá apoderarse de los medios adecuados para hacer surgir la humanidad, por mas restringida, incorregible o ineducable que sea, que hay latente en cada niño. La pedagogía para sordos ira formando parte poco a poco, en este siglo XIX en el que el anormal es un incorregible sometido a técnicas de corrección, de un vasto dispositivo de sujeción del cuerpo del escolar. El esfuerzo pedagógico centrado sobre lo ineducable, es decir enseñar la lengua oral como lengua primera a los niños sordos, justificará la presencia del pedagogo, oyente, en un amplio programa de «desmutización» del sordo que se desplegó tiempo después de la muerte del abbé de l’Épée. El recurso al eufemismo «reeducación» que se utiliza a partir del siglo XX sigue dando cuenta del mismo objetivo. En el siglo XIX, la figura del sordo continua cruzándose con la del monstruo y la del individuo que, desde finales del siglo XVIII, se intenta corregir. La enseñanza especializada para sordos nace en 1791, año de la fundación del primer Instituto nacional en Paris. El cuerpo del joven sordo se volverá poco a poco el objeto de una estrategia ortopédica (12) en el sentido dado por Nicolás Andry desde 1741, de arte de prevenir y de corregir en los niños, las deformidades del cuerpo (13). A la base del significado y del medio para expresar su pensamiento, el cuerpo del sordo se compromete enteramente en la comunicación por señas. Es justamente esta sobre inversión corporal que será el blanco de técnicas disciplinarias como la instrucción física, la higiene y la prevención de enfermedades supuestamente provocadas por la sordera. La ortopedia aplicada desde el principio del siglo XIX en la educación de sordos no cesara de perfeccionarse durante un siglo. El Instituto nacional de sordos-mudos de Paris, se convierte desde el año 1800 – fecha de la nominación de su primer médico-jefe Jean Marc Gaspard Itard (1774-1838) – en un verdadero laboratorio médico donde se intenta corregir lo incorregible, es decir, hacer que los sordos escuchen. A lo largo del siglo XIX toda clase de prótesis auditivas fueron inventadas: cornetes, sombreros, lentes y sillones acústicos, seguidos en el siglo XX por las primeras prótesis eléctricas, con el fin de hacer que el sordo entre al fin, al mundo sonoro. Paralelamente se desarrollan técnicas de oralización que anuncian el nacimiento de la ortofonía moderna. Siguiendo los pasos de Itard, primer médico y ortopedista de la educación de sordos, y de Víctor, el niño salvaje de l’Aveyron, primer enfermo y sujeto de esta ortopedia, la sordera se inscribe progresivamente en el cruce de caminos de la medicina y la educación (14. En tanto que médico y cirujano, Itard es el autor de numerosas _____________________________________ 12 Como la designa Didier Séguillon in De la gymnastique amorosienne au sport silencieux : le corps du jeune sourd entre orthopédie et intégration ou l’histoire d’une éducation « à corps et à cri », 1822- 1937, thèse de doctorat en Sciences et Techniques des Activités Physiques et Sportives, Université Bordeaux II, 1998, p. 28. 13 Nicolás Andry, L’orthopédie, Paris, volume 1, 1741, préface, p. 2, citado por Didier Séguillon, op.cit., p. 28. 14 Didier Séguillon, op. cit., p. 50. experimentaciones que marcan el inicio de la patologización (15) de la sordera. Considerando que ésta podía ser reversible, el médico se obstino a encontrar los medios para su cura. Itard buscaba curar las orejas y haciéndolo, comenzaba a imponer la norma a la que los sordos deberán someterse, es decir, volverse oyentes. La invención del audímetro es de su autoría. Se trata de un aparato que permite medir la audición y establecer una clasificación de la sordera según la pérdida auditiva. La medida de esta pérdida revertirá a partir de entonces un carácter técnico indiscutido, situara al sujeto sordo en una categoría puramente médica, refiriéndolo a la norma oyente. Cuanto mas se separe de lo que representa la norma, es decir hablar y escuchar, mas el sordo será considerado a-normal y la separación aparecerá como la medida del fracaso. Pero, cuanto mas el fracaso pone en cuestión la normalidad del individuo, mas la medicina intentara reducirlo, puesto que el fracaso desvela también su impotencia. La medicalización de la educación de niños sordos inscripta en esta ideología le dará la espalda progresivamente a los principios educativos del abbé de l’Épée. Desde principios del siglo XIX no cesara de afirmarse y de constituirse un nuevo discurso y un nuevo saber sobre los sordos: de hombre-bestia, el sordo se vuelve el objeto del discurso médico y su educación la punta de lanza de un proceso de ortopedización de la pedagogía. La voluntad de imponer el método oral se hará cada vez más fuerte y al final del siglo las señas estarán totalmente prohibidas en la escuela. El método oral se impondrá durante un siglo luego del Congreso de triste memoria que se realizo en Milán en 1880 (16). Cuanto más se instalaba la prohibición de la lengua de señas, la nueva norma investía el cuerpo del niño sordo, provocando la puesta en practica de nuevos dispositivos disciplinarios. Las instituciones educativas de sordos se vuelven espacios policiales, donde el niño será sometido a múltiples privaciones y obligado a respetar una rigurosa organización del espacio y del tiempo escolar. Al mismo tiempo comienza a aplicarse una política de prevención de enfermedades y de perversiones morales, que el niño sordo era supuestamente portador. Normalización del cuerpo y del espíritu Como lo señala Didier Séguillon (17), en el proyecto ortopédico destinado a los escolares sordos, la gimnasia tuvo un rol fundamental. Ella será de tipo militar y sobre todo moral. La hidroterapia y el canto formaran parte también de este proyecto puesto que desarrollan la capacidad pulmonar y la respiración, sosteniendo así la educación de la palabra oral. El conjunto apuntaba a sofocar «los instintos excesivos» del joven sordo, es decir, su sexualidad y evidentemente la practica de la masturbación. Es así que los tabiques de los dormitorios comunes desaparecen y que la vida escolar se organiza siguiendo un modelo militar. Esta nueva figura de la anormalidad, el onanismo, toma valor de etiología de numerosos trastornos físicos – se consideraba por ejemplo que era una de las causas posibles de sordera. Pero la lucha contra el onanismo a través de la gimnasia en las instituciones para sordos persigue tres objetivos claros: enmarcar la sexualidad bajo una norma moral, hacer hablar a los sordos – de ahí los ejercicios de respiración, la utilización de la piscina, las marchas, los ejercicios – y, por ultimo, reforzar la prohibición total de la lengua de señas. 15 Ibidem, p. 50. 16 Sobre la historia de este congreso, cf. Christian Cuxac, Le Langage des sourds, Paris, Payot, 1983. 17 Cf. particularmente el capitulo « De l’art de prévenir et corriger à celui de faire entendre ou le corps du jeune sourd entre ordre militaire et ordre médical » in Didier Séguillon, op.cit. Cuanto mas se obliga al joven sordo a someterse físicamente a reglas estrictas – brazos a lo largo del cuerpo, marcha en fila india, manos atadas en la espalda –, la imposibilidad de comunicar en lengua de señas se hace evidente, puesto que la lengua de señas se construye en el espacio significante del cuerpo casi entero. De objeto de la medicina a sujeto antropológico: el sordo bajo una nueva mirada Los tres últimos siglos han construido discursos de saber entorno a los sordos – como figura de la anormalidad, categoría médica o categoría antropológica – que no han cesado de coexistir. El discurso mas reciente que presenta a los sordos como miembros de una comunidad lingüística y cultural, nació como un contra discurso y una nueva mirada sobre lo que la sordera puede producir como constitución de si y en la relación de los sordos al mundo. Este discurso ha producido efectos radicalmente opuestos a aquellos del discurso de la anormalidad. Algunos de éstos son la puesta en marcha de programas de educación bilingüe con profesores sordos en la sala de clase, la promulgación de leyes que protegen el derecho de los padres de elegir la educación de sus hijos o las investigaciones sociológicas, antropológicas, educativas y lingüísticas entorno a la lengua y la comunidad sorda. Pero las raíces y fundamentalmente el contexto social y político en el que este nuevo discurso pudo constituirse, remontan al siglo XIX. Mientras que la política pedagógica destinada a los sordos efectúa un fuerte giro hacia la ortopedización, que la lengua de señas es asfixiada por la enseñanza del oral y que los profesores sordos del Instituto de Paris son separados de sus funciones, los sordos contestan el poder médico que se afirma. En el articulo « Los banquetes de sordos-mudos y el nacimiento del movimiento sordo» (18), Bernard Mottez sitúa en 1834, con la aparición de los banquetes en homenaje al abbé de l’Épée, la fecha de nacimiento del movimiento sordo. Lo que me interesa señalar es que estos banquetes y la fundación cuatro años mas tarde de la primera asociación de sordos del mundo, ubican a los sordos y su lengua, en otra posición que la de sujetos de instrucción. La reivindicación del derecho a la lengua de señas más allá de su aspecto utilitario, permitió a los sordos tomar la palabra en el espacio público e intervenir en el campo de lo político. Los sordos, otrora declarados incapaces, monstruos o bestias, muestran sus capacidades. Una nueva configuración de la escena, más igualitaria, comienza a ver el día. Otro movimiento fundamental – y muy poco explorado hasta el presente – es el desarrollo de lo que los sordos mismos nombraron como «el deporte silencioso». Este movimiento produjo un gran impacto entre los sordos. De un lado, porque es una nueva relación al cuerpo que se establece, en el placer del juego y de los encuentros de las competiciones nacionales e internacionales. Lejos estamos de las técnicas de sujeción del cuerpo de la gimnasia de Amoros. Por otro lado, el deporte silencioso tomo auge en el momento en que la política social, educativa y médica dirigida a los sordos, estaba totalmente inmersa en la ideología oralista. En ese contexto, el deporte revestía un carácter de resistencia. Durante el siglo que duro la prohibición de la lengua de señas en la educación, el deporte facilito el reencuentro de la comunidad sorda y permitió mantener vivas su lengua y su cultura. El movimiento sordo tomo formas diferentes tales como los banquetes, las asociaciones, el _________________________ 18 Bernard Mottez, op. cit., pp. 340-345. deporte silencioso, la prensa silenciosa. Sin embargo ese silencio no era mas que un ruido sordo: aunque no se lo escuchara, se agitaba a su manera, estaba vivo y se convertiría, tiempo mas tarde, en el fundamento de una nueva impulsión sobre la escena de la comunidad sorda. En los años 1970, un movimiento de protesta y de reivindicación del derecho a la lengua de señas se desato en los Estados Unidos primero, luego en Francia y en otros países. En Francia este movimiento se conoce con el nombre de «el despertar sordo» y se afirmo en el espacio público en reacción a cien años de prohibición de la lengua de señas. El periodo del movimiento sordo «silencioso» fue una de las condiciones de posibilidad de este despertar. Dos grandes discursos han organizado de este modo el saber que concierne a los sordos y continúan haciéndolo aun: el discurso de la deficiencia, de naturaleza médico-pedagógica, centrado en la falla de la oreja y la enseñanza de la palabra oral y que se constituyo en el siglo XIX. Y el discurso socio-antropológico de la diferencia, centrado en la lengua de señas y la cultura sorda, que comenzó a constituirse en el siglo XIX y conoció un nuevo impulso en la segunda mitad del siglo XX. A modo de conclusión Para contestar el monopolio del discurso médico, la mirada antropológica sobre los sordos dejo de lado, a veces, el carácter singular que la sordera de la oreja da a la relación que los sordos tienen al mundo, recreando de esta manera las condiciones de una nueva normalización. Pensar los sordos a partir de la sordera no da cuenta exclusivamente de una visión médico-normativa. No implica necesariamente que se reproduzca el discurso de la deficiencia y que se niegue la existencia y la importancia de la lengua y la cultura sorda. Si elegí realizar la genealogía de la figura de la anormalidad en relación a los sordos, es justamente para mostrar que la puesta a distancia de la sordera como un hecho de natura, es el último avatar de la reacción a la identificación demasiado tiempo sostenida, del sordo con la figura del hombre anormal. Mostrar que la sordera de la oreja es indisociable de la lengua y la cultura sorda implica circular entre los límites, los cruzamientos y la superación de la cuestión planteada sin cese por la filosofía y la antropología de la relación entre natura y cultura. A menudo, los discursos sobre los sordos se paran en una orilla y descuidan o desconocen la otra. La sordera, una vez colocada del lado de la natura, es concebida casi exclusivamente por el discurso médico dominante como una falta, un defecto a reparar. Esta visión de la sordera deja de lado la cultura o no considera más que su función utilitaria. La pedagogía asociada a este discurso centra sus dispositivos en la re-educación de la palabra oral y la lectura labial y su objetivo cultural es que los niños sordos puedan comunicar e integrarse a la mayoría oyente. Esta pedagogía se vuelve una pedagogía «especial» y la dimensión biomédica ocupa casi todo el espacio en detrimento de los contenidos educativos propios de la escuela. Los territorios específicos de la pedagogía se entremezclan con los de la medecina, hasta confundirse. La sordera, en una perspectiva cultural, es comprendida como una relación visual al mundo. En esta relación, la lengua de señas constituye el elemento mas destacado de la singularidad de la cultura sorda. La lengua de señas es practicada por un número importante de oyentes pero, para los oyentes, expresarse en lengua de señas es una de las posibilidades del bilingüismo lengua de señas/lengua oral. Como toda persona bilingüe, el oyente puede elegir el momento de pasaje de una lengua a la otra según su interlocutor. El oyente se ubica en el mismo nivel de reciprocidad y de igualdad de condiciones que la persona con la que comparte el universo de signos, sea sorda u oyente. Sin embargo, éste no es el caso del sordo. En razón de su singularidad física, el dominio de la lengua de señas es el único medio que permite al sordo estar en las mismas condiciones de reciprocidad en la comunicación que los oyentes. Para los sordos, el bilingüismo es una cuestión de necesidad más que de elección. Una necesidad impuesta por un estado del cuerpo que constituye la singularidad del individuo. Si los sordos tienen necesidad de la lengua de señas en la educación, es porque son sordos de la oreja. Siendo la lengua indispensable para entrar de lleno en el universo humano, el acceso a una lengua visual es para los sordos una cuestión vital. Ser sordo es pues para unos, fundamentalmente no escuchar, estar desconectados del mundo, sufrir el aislamiento y ser el objeto de una reparación. Ser sordo para otros es antes que nada expresarse en lengua de señas y tener una cultura propia, ser el fruto de una singularidad cultural. Si la cultura falta en el discurso médico dominante, la natura no ha estado siempre presente en el discurso construido sobre la base de un reconocimiento exclusivo de la lengua y la cultura. El desafió se vuelve entonces, la exploración de las condiciones de posibilidad de una mirada sobre la sordera que no se limite al defecto ni a la discapacidad, es decir que no deje a los sordos prisioneros de la figura del Otro, de ese extranjero que hay que reducir en su alteridad a través de la exclusión o de la normalización y que no deje de lado tampoco la configuración singular que la sordera de la oreja da a los sordos en su relación al mundo. Sin cultura sorda: como los sordos podrían vivir su sordera? Sin sordera: como vivir en la lengua y en la cultura sorda?