Crisis y creatividad: ¿una asociación permanente en la cultura argentina? Pablo de Santis Pablo de Santis – Buenas tardes. El tema que me ha tocado es Creatividad y crisis. Hasta hace unos años hablar en los estudios literarios de la vida de los escritores era un sacrilegio. Las biografías habían pasado de moda y se las consideraba un entretenimiento para señoras gordas como las que suele dibujar Landrú. Se citaba con frecuencia aquel texto de Foucault, La muerte del autor, y la deconstrucción había enseñado que detrás de los textos sólo había otros textos y que nunca se llegaba a salir de las referencias infinitas. Las palabras rodeaban siempre a un vacío central, que ni siquiera tenía la figura de una silueta humana. Sin embargo como lectores siempre queremos restaurar el origen de los textos. A la tradición occidental no le bastó con la Ilíada y la Odisea, necesitó a Homero, ese nombre fantasma que une a los poemas en torno a una orfandad común. Y en general no nos es suficiente con el nombre del autor sino que aspiramos a que haya un hecho detrás de los textos, un instante de revelación, un secreto. Queremos vislumbrar al autor en el preciso instante en que su vida le susurró al oído la orientación de ciertas páginas y él aceptó el dictado. Los cuentos de Borges, una pieza central de nuestra literatura, tienen un impecable mito de origen. En la navidad de 1938, Borges subió corriendo una escalera y se llevó por delante una ventana abierta que le produjo un corte profundo en la cabeza. La herida se infectó y se desencadenó una infección generalizada, que lo dejó durante algunos días entre la vida y la muerte. Borges recuperó parte de esa experiencia en su cuento “El Sur”, años después. Según contaba su madre, Borges sufría alucinaciones en las que grandes felinos visitaban su cuarto. Cuando se recuperó escribió “Pierre Menard autor del Quijote”, al que consideró como su primer cuento. Podemos decir que Borges hizo intentos narrativos previos. La historia universal de la infamia, el cuento “La búsqueda de Almotacim”, pero que “Pierre Menard...” está muy lejos de ser su debut en la ficción, pero como mito de origen es perfecto. Está presente el accidente, la alucinación, el renacer después de un peligro mortal. Y por qué el origen debería estar justo al principio. Este episodio anuda varias casualidades que terminan por crear la impresión de un destino. El accidente con la ventana se produjo a fines de 1938. año de la muerte de su padre, Jorge Guillermo Borges, que había intentado ser escritor también y que se había frustrado como escritor; y es también el año de la muerte de Leopoldo Lugones, con quien Borges tuvo una relación ambigua, entre la burla por momentos, sobre todo en la juventud de Borges, la admiración irresctricta más adelante. Es entonces un buen momento para sufrir una caída, para estar a punto de morir y salir de la experiencia renacido, nuevo. Porque a partir de “Pierre Menard...” se abre una nueva etapa en la obra de Borges, los cuentos pasan a formar parte del espacio central de su obra. En los años siguientes escribe los cuentos que hoy figuran en los libros Ficciones y El Aleph, y ahí se transforma la literatura argentina. Pero además tenemos otros elementos que representan en esta anécdota el momento de la inspiración. Uno es el accidente, aquello que sale mal y nos desvía del curso de lo cotidiano para lanzarnos a lo imprevisto. El otro es la visita. Conservamos la imagen de la inspiración como algo que se hace presente sin aviso. En este caso, esos tigres y esas panteras que reemplazan a las musas. Borges es visitado por su propia mitología, si debemos creer a Leonor Acevedo, como cronista de las pesadillas de su hijo. Las vidas de los escritores son fábulas que no nos cansamos de leer. Una zona de transición entre los libros y la vida. En esa zona las crisis, personales o sociales, son como relámpagos que iluminan las relaciones conflictivas entre la obra y el mundo. Muchas obras llevan en sí su propio mito de origen. Una imagen idealizada del momento de la escritura, una réplica dentro de la obra misma del instante en que la obra comienza. Así ocurre por ejemplo en el comienzo de Respiración artificial de Ricardo Piglia, en el prólogo de Operación Masacre de Rodolfo Walsh, cuando cuenta cómo abandona los relatos policiales y las partidas de ajedrez, para correr hacia un soldado que se desangra, y también la historieta El Eternauta, de Oesterheld y Solano López, en cuya primera página un guionista de historietas intenta escribir un argumento en la quietud de la noche. La aventura, la acción, aquello que merece ser narrado, aparece siempre como una crisis, un cambio, que saca al autor de la rutina, un accidente y una visita a la vez. Se suele decir que la crisis engendra creatividad. Pero no sé si es así. Los datos sobre la cantidad de obras de teatro que se estrenan, o novelas que se escriben, no me parecen demasiado relevantes, porque en el arte como en la medicina y los partidos de fútbol, sólo importan los resultados. Pero sí podemos decir que la crisis marcó a la literatura y no sólo por los elementos de desastre, sino por ese fenómeno de visibilidad total de la sociedad que se produjo. Y tuvo influencia en ese mito de origen que las novelas a menudo construyen, donde aparece la ciudad amenazada y amenazante, y que llegó a tener un lugar fundamental. Si marcáramos en un plano de la ciudad las zonas que conocemos, veremos que ocupan una región muy pequeña. Vivimos en nuestro propio espacio y rara vez pasamos al espacio vecino. Decimos Buenos Aires y creemos que nombramos realmente a una ciudad entera, pero en nuestra conciencia y memoria sólo hay parcelas de la ciudad interminable. La crisis sin embargo permitió la ilusión de una visión total de la ciudad, donde todo salía a la luz: los habitantes escondidos de los suburbios llegaban al centro, las familias golpeadas por la crisis salían a vender sus cosas en las plazas, otros se iban al exterior y abrían sus casas para ver cómo desconocidos se llevaban las sillas, el televisor, los juegos de copa que eran un regalo de casamiento y que nunca habían sacado de su caja. El pasado de la ciudad se hacía presente de un modo caótico en la exposición de objetos familiares, bruscamente convertidos en mercancía, en medio de plazas, ventanas, o centros de trueque. Parados en cualquier punto de Buenos Aires empezábamos a ver lo que nunca habíamos visto. Pero cuando pienso en una imagen que represente para mí la del escritor trabajando en medio de la ciudad conmocionada, no es en un escritor en quien pienso sino en un periodista y en un programa de televisión. La imagen de este mito de origen es una imagen artificial, cuidadosamente armada. Entre 1993 y 1995 me tocó trabajar en un programa de televisión, “El otro lado”, que luego se llamó “El visitante”, de Fabián Polosecki. Un programa que a partir de un pretexto de ficción, Polosecki encarnaba a un guionista de historietas que buscaba argumentos por la ciudad, en general de noche, contaba historias verdaderas de personajes de la ciudad. Estábamos en ese momento lejos de la crisis que alcanzó su cenit en diciembre de 2001, y sin embargo, viéndolo desde ahora, podemos decir aquellas voces anticipaban lo que vendría. Había linyeras, buscadores de ovnis, pícaros disfrazados de pantera rosa y hombre araña en estos trenes de la alegría, cuidadores de cementerio, exploradores de cloacas. Ya empezaban a hablar el lenguaje de la pérdida, de la falta de lugar, pero también de la esperanza infundada, las fantasías creadas en la soledad de una pieza de hotel, la alucinación. Mi trabajo consistía en escribir la voz en off, el relato en primera persona de Polosecki, el guionista de historietas, por lo cual debía dar un poco de unidad a esos fragmentos dispersos, a esas voces que parecían llegar de una ciudad futura, de una ruina futura. Aquel programa de televisión, que terminó hace exactamente diez años, me sigue pareciendo una especie de dispersa novela de la crisis que vendría. Como toda novela, fundaba su mito de origen. Pero aquí la obra en cuestión, los supuestos guiones de historieta, desaparecían por completo, eran puramente imaginarios. Eran apenas la excusa y todo el programa era la puesta en escena del trabajo previo. La búsqueda de inspiración, por decirlo así. La imagen de Polo redactando los guiones inexistentes, es además como una elegía final a las máquinas de escribir, que poco después desaparecieron sin dejar rastros. Muchas gracias.