¿La escuela mata la creatividad? Sir Ken Robinson, uno de los mayores expertos internacionales en el desarrollo de la creatividad y la innovación tiene muy claro por qué dejamos de ser creativos al crecer: “Los niños arriesgan, improvisan, no tienen miedo a equivocarse; y no es que equivocarse sea igual a creatividad, pero sí está claro que no puedes innovar si no estás dispuesto a equivocarte, y los adultos penalizamos el error, lo estigmatizamos en la escuela y en la educación, y así es como los niños se alejan de sus capacidades creativas”. No es el único que lo cree. Cada día son más las voces que advierten que el sistema educativo, la escuela, mata la creatividad. Entre ellas la de Petra María Pérez, catedrática de Teoría de la Educación y miembro del Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universidad de Valencia. “Hay numerosas investigaciones que señalan que la creatividad de los niños decrece con los años de permanencia en elsistema educativo, de forma que la curiosidad y la búsqueda creativa da paso, con el tiempo, a comportamientos más rígidos, convergentes e inflexibles”, apunta. Y lo justifica: “En la escuela se enseña al niño a amoldarse a los patrones establecidos, a adoptar un pensamiento convergente en lugar de divergente; al profesor le interesa que los niños contesten lo que se espera acerca de determinados contenidos y que los estudiantes no se salgan de las rutas trazadas”. En ello ahonda Fernando Alberca, profesor, formador de maestros y autor, entre otros libros, de Todos los niños pueden ser Einstein (Toro mítico). “Si un maestro pide a un niño que dibuje un paisaje y el crío es muy original y pinta todo de negro, el profesor le rectifica; el profesor no está preparado para ser sorprendido y, habitualmente, no le gusta ser sorprendido; el profesor quiere que las respuestas en los ejercicios y en los exámenes se ajusten a lo que dice el libro o él ha explicado, y eso limita el potencial de los niños, los hace más torpes y menos inteligentes porque utilizan poco la imaginación, no se les deja ser creativos, y así pasa que, cuando salen de primaria, y aún más de secundaria, son menos creativos que cuando llegaron a la escuela”, relata. Petra M. Pérez recuerda que el éxito escolar significa sacar buenas notas, y quienes las sacan son quienes se adaptan mucho al sistema educativo, quienes asimilan y repiten lo que les cuenta el profesor y siguen los patrones establecidos, arriesgando e innovando lo mínimo para no cometer errores ni hacer el ridículo. “Luego, en el ámbito profesional, se pide gente creativa, innovadora, emprendedora, que piense, que tenga ideas originales, que busque soluciones propias; y los alumnos de buenas notas no saben hacerlo porque, en la escuela, que es donde ellos eran buenos, les daban la solución que seguir y lo que primaba era hacer las cosas cómo les decían, de una única manera, sin pensar diferente”, alerta. Las reiteradas intervenciones públicas de Sir Ken Robinson o las declaraciones del escritor y divulgador británico Mark Stevenson –autor, entre otros de Un viaje optimista por el futuro (Galaxia Gutenberg)– asegurando que “el sistema educativo imperante trata a los estudiantes como objetos de una cadena de montaje, chafa la creatividad y estigmatiza el error”, ponen de manifiesto que no se trata de un problema específico de la escuela o de los profesores españoles. Robinson, en sus conferencias explica que todos los sistemas educativos del mundo datan de una realidad del siglo XIX, donde se iba a la escuela para conseguir un trabajo, y se basan en una jerarquía de temas donde las matemáticas, los idiomas o las humanidades tiene más peso que las artes porque el objetivo es llegar a la universidad y preparar profesores universitarios. En una sociedad industrial, formarse quería decir acumular información y conocimiento para luego aplicarlo en el puesto de trabajo. Hoy, en una sociedad donde la información está a golpe de clic, más que acumular conocimientos teóricos se necesita desarrollar habilidades y capacidades para el desempeño profesional. “Los cambios sociales y tecnológicos han modificado el mundo y ahora uno, tras pasar por la universidad, obtiene un título pero no un trabajo, y en el mundo laboral se pide una inteligencia diversa mientras que el sistema educativo merma algunas capacidades: no enseña a bailar igual que enseña matemáticas, no apuesta por la música porque no lo ve como algo de utilidad para un trabajo, y no educa a la totalidad del ser”, resume Sir Ken Robinson. Petra M. Pérez señala que “el ser humano necesita la creatividad para llegar a la solución de los problemas; decimos que el emprendimiento es el futuro, pero en el sistema educativo actual lo anulamos porque cuando un niño contesta algo distinto a lo esperado los maestros le corrigen, y así van cercenando su capacidad de ser creativos e innovadores”. Y remarca que no se trata de criticar la actitud ni el trabajo de los profesores, sino de cuestionar los métodos de enseñanza: “Tal como funcionan hoy la mayoría de colegios, si un chaval resuelve un problema de matemáticas o de física siguiendo los pasos adecuados, lo que le han explicado, aunque se equivoque en el resultado el maestro valora el ejercicio; en cambio, si llega a un resultado bueno pero por otros métodos, sin seguir el procedimiento, no se da por bueno”. Eso, enfatiza, hace que se fomente la repetición en lugar de la creación, que se promueva la acomodación en lugar de la experimentación y que los niños y jóvenes acaben por no arriesgarse a pensar diferente por miedo al error. Fernando Alberca pone como ejemplo lo que ocurre en sus clases de ética, en cuarto de ESO, cuando plantea a sus alumnos qué tipo de examen prefieren: si uno para el que tengan queestudiar y repetir lo que pone en el libro, u otro para reflexionar sobre los temas que han tratado en clase. “Incluso los más brillantes se sienten inseguros sobre la nota que sacarán en un examen abierto y prefieren una prueba donde puedan asegurar un nueve sin riesgo; ¡pero sin riesgo no hay posibilidad de mejorar!”, se lamenta. Dicen los expertos que tampoco debe extrañar la reacción de esos chavales, de 15 o 16 años, cuando llevan desde los tres percibiendo que en el colegio es mejor no dar opiniones propias o diferenciadas si no se quiere correr el riesgo de oír que son “descabelladas” o de que le pongan a uno en ridículo, y enfrentándose a exámenes donde lo que se revisa es qué errores han cometido en lugar de si han creado o inventado algo, o elaborando trabajos donde el profesor no sólo dicta el tema sino el guión que seguir, la extensión que ha de tener, la forma de presentarlo y, a veces, hasta las fuentes donde obtener la información, tal y como explica el director del Instituto Avanzado de Creatividad Aplicada total y del máster en Creatividad de la Universidad Fernando Pessoa, David de Prado. Fernando Alberca enfatiza que hay un trasfondo anatómico (neurológico, si se quiere) en todo este debate. “La creatividad tiene que ver con el hemisferio derecho del cerebro, el que rige las emociones, la imaginación, los sentimientos… Y la escuela está centrada en el hemisferio izquierdo, en el análisis, la razón, la secuencia uno a uno. Por eso se organiza en cursos, trimestres, lecciones… y se prima la organización, el orden, los trabajos en power point y los exámenes de respuestas cerradas”, explica. La realidad es que todas las personas (maestros y alumnos incluidos) disponen de los dos hemisferios cerebrales, pero la mayoría utiliza más uno que otro, y eso hace que cuando un profesor da unas explicaciones matemáticas o sobre física basadas en el hemisferio izquierdo, estas resulten de difícil comprensión para aquellas personas con predominio del hemisferio derecho. ¿Qué quiere esto decir? Que cuando el maestro pregunta a un niño “¿5 y 7?”, y este responde “57”, quizá ni sea un ignorante ni esté burlándose del profesor, sino, simplemente, aplicando una lógica diferente, la de unión en lugar de suma. Alberca explica un caso vivido en primera persona cuando, ante un problema matemático que decía “si hay ocho caracoles en una cesta y salen dos ¿cuántos quedan?”, su hija contestó: “Ocho”. “En lugar de decir que no tenía ni idea, le pregunté por qué, y me contestó que dos había salido de la concha pero seguían siendo ocho en la cesta”, rememora. Sir Ken Robinson proporciona otro ejemplo. El de una niña de seis años trabajando en la clase de dibujo a la que su maestra pregunta: “¿Qué estás dibujando?”, y contesta: “A Dios”; la maestra le advierte: “¡Pero si nadie sabe cómo es!” y la niña responde: “Lo sabrán en unos minutos”. La cuestión, apunta Alberca, no es que en clase cada alumno conteste lo que le parece, sino que el profesor tenga en cuenta el factor humano, que hay niños que utilizan una lógica distinta, la de la imaginación, y pregunte el porqué cuando vea una respuesta anodina, además de adaptar sus explicaciones y su lenguaje para facilitar la comprensión por parte de quienes procesan primero por el hemisferio derecho. “Muchos de estos chavales acaban engrosando las estadísticas de fracaso escolar, pero no son menos brillantes ni mucho menos, sólo tienen una lógica distinta”, dice. Y deja claro que no son casos aislados. Según su experiencia, aproximadamente un 40% de los estudiantes tiene predominancia del hemisferio derecho. Por otra parte, estas personas acostumbran a ser más intuitivas, a tener más empatía y una visión más globalizadora, cualidades todas ellas muy apreciadas en el mundo profesional actual. “A veces basta con modificar el enunciado de los problemas matemáticos, con hacerlos más emocionales y plantear una división como un reparto de pasteles y pan entre cuatro niños hambrientos, o tener en cuenta una visión más emocional de los relatos históricos, para que estos chicos no fracasen en ese área”, ejemplifica. Y aboga por fomentar la creatividad, por exámenes con preguntas nuevas sobre el tema explicado, de modo que las respuestas hayan de ser creativas y lógicas, y se puedan valorar no sólo las repetitivas, sino todas las que sean creíbles, válidas y lógicas, puntuando además la originalidad. Claro que también hay maestros que trabajan más con el hemisferio derecho “pero tienden a ser expulsados del sistema, porque en lugar de considerarlos más creativos se les suele tildar de extravagantes y se les reprocha que no enseñen las cosas importantes”, concluye Alberca. Su receta para paliar todo esto es introducir asignaturas sobre creatividad en el aprendizaje o la imaginación como herramienta para la resolución de problemas en todas las escuelas de formación del profesorado. Para resolver los problemas importantes, ya sean en el ámbito escolar, laboral o personal, hay que combinar los dos hemisferios, la intuición con el análisis. “Si te encuentras con alguien por la calle, el derecho te avisa de que a esa persona con quien te cruzas la has conocido antes, y el izquierdo le pone nombre”, ejemplifica Alberca. Está convencido de que si la escuela cambiara, los estudiantes –y sus resultados– serían más brillantes “porque hoy en el ámbito escolar triunfan los menos imaginativos y después vemos que muchos de los grandes profesionales a los que admiramos por su inteligencia y creatividad no sacaban buenas notas en el colegio”. Petra M. Pérez remarca que la creatividad es una destreza adquirible, que puede aprenderse y enseñarse, si bien requiere más tiempo y dedicación para esperar hasta que los niños dan con las soluciones correctas, así como apostar por la flexibilidad, la originalidad, la imaginación, el dejar experimentar, la receptividad a nuevas ideas, el fomentar la confianza… Claro que hay profesores y centros que ya trabajan con estos planteamientos. Cómo saber qué hemisferio predomina Fernando Alberca apunta que un método fácil para que cada persona sepa qué hemisferio lleva la batuta en su cerebro es el conocido como test de la bailarina, del que existen múltiples enlaces en internet (por ejemplo, Psicoenredos.blogspot.com/2008/02/haciaqu-lado-gira-la-bailarina.html). Se trata de la imagen de un maniquí en movimiento que unos ven girar hacia la derecha (quienes tienen predominio del hemisferio derecho), otros hacia la izquierda, y algunos cambiar de sentido en función del hemisferio cerebral que activan antes. Pero hay otras formas de detectarlo. “Si a un niño se le pide que dibuje un árbol, los de hemisferio derecho dibujarán además el suelo, el sol y otros detalles fruto de su imaginación, y los regidos por el izquierdo dibujarán sólo el árbol”, explica. También es fácil descubrirlo cuando alguien resume una película: los de hemisferio izquierdo lo hacen secuencia a secuencia, y los del derecho, se centran en lo relevante sin tener en cuenta el orden cronológico. Cuando la escuela es un espacio creativo Un entorno estimulante y que permita expresarse de diferentes formas; un ambiente donde las ideas nuevas o insólitas sean respetadas y valoradas; un contexto de libertad y autonomía para experimentar, equivocarse y evolucionar; profesores guía en lugar de instructores para que los conocimientos se descubran en vez de aprenderse; mucho juego; educación sensorial y emocional; un sistema de autocorrección y evaluación por metas y progresos… Estas son algunas de las premisas que los expertos ven indispensables para que la escuela preserve el potencial creativo con el que los niños inician su etapa escolar y, de adultos, puedan resultar innovadores. Pero, todas estas premisas, ¿cómo se concretan? “De entrada, haciendo convivir a niños de diferentes edades; nosotros los agrupamos en aulas de tres a seis años, de seis a nueve y de nueve a doce; y atendemos sus necesidades tanto a nivel intelectual como físico y emocional: desde la adaptación del mobiliario a su estatura, hasta la disposición de un entorno y materiales estimulantes para cada área del conocimiento, pasando por dejar libertad de movimiento y que el niño decida cada día en qué trabaja, con quién, cuánto tiempo y con qué expectativas”, explica Carles Malleu, profesor de primaria del colegio Madrid Montessori. Esta escuela se rige por el método desarrollado por María Montessori (publicado en 1912) y que se basa en facilitar un entorno donde los niños puedan desarrollar al máximo su curiosidad y sus tendencias naturales. “Todos tenemos posibilidades de ser creativos e innovadores; biológicamente somos creadores, pero nos adaptamos al medio que nos toca vivir y ese medio puede fomentar lacreatividad o no; en el caso concreto de la escuela, resultará creativa si dinamiza las potencialidades individuales, si favorece la flexibilidad mental, la originalidad, la inventiva, las nuevas ideas, la autonomía y, además, el desarrollo emocional y social”, coincide Petra María Pérez, catedrática de Teoría de la Educación y miembro del Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universitat de València. Porque, enfatiza, cuando se habla de fomentar la creatividad en la escuela no se está hablando de reforzar la enseñanza de las artes plásticas o de la música, sino de enseñar a salirse de las rutas trazadas, enseñar a innovar: “Creativo es quien produce algo nuevo y valioso, y ese algo no necesariamente ha de ser una obra de arte; puede ser una idea, una solución a un problema, un nuevo producto…”, explica Pérez. Malleu subraya que en el colegio Madrid Montessori esto se promueve desde el primer día porque el niño se enfrenta a diario a un proceso creativo: qué va a hacer, cómo y con quién, puesto que dispone de un mínimo de tres horas de trabajo libre y autónomo mientras el maestro explica contenidos a pequeños grupos de la clase (2-4 niños). “Esto significa que en un aula con 25 niños, pueden coincidir dos leyendo un libro, otro poniendo acentos en fichas de colores, otro revisando tarjetas de animales, otros con tarjetas con adjetivos y nombres… y un adulto dando una lección a cuatro; y pueden cambiar de actividad cuando quieran o, si alguno desea estar solo, puede salir al patio o al pasillo”, explica.Porque cuando se trata de promover una educación creativa, dicen los expertos que una regla de oro es dar autonomía, que el estudiante, sea cual sea su edad, sea quien lidere su aprendizaje y tenga el espacio físico, intelectual y emocional para decidir, por ejemplo, sobre qué investiga para hacer un trabajo y cómo lo presenta, o qué libro lee, qué texto o canción utiliza para sus análisis de lengua… “La clave es enfocar la educación no en transmitir información y contenidos, sino en fomentar la curiosidad, el espíritu científico, literario, la resolución de problemas…; los niños, más que acumular información, han de aprender a innovar, a cambiar de continuo, a jugar y ensayar, a errar y mejorar, a interrogarse y explorar, a descubrir, soñar y fantasear, a inventar, a comparar, valorar y decidir por sí mismos, a tener iniciativas, a expresarse en todos los lenguajes y, en definitiva, a ser uno mismo”, afirma David de Prado, director del Instituto Avanzado de Creatividad Aplicada Total y del máster en Creatividad de la Universidad Fernando Pessoa. Admite que todo eso implica una revolución en la organización y funcionamiento habitual de las escuelas, que se basan en un modelo directivo y habrían de adoptar un modelo más democrático, donde los profesores dejarían de ser instructores y transmisores de información para convertirse en guías. “La función del profesor habría de ser la de seleccionar lo que es más atractivo y motivador para sus alumnos, y llevar a cabo una pedagogía de la acción, pragmática, con métodos y estrategias creativas”, dice De Prado. Malleu explica que en su escuela la función del profesor es guiar al alumno facilitándole los materiales adecuados en función de sus progresos y sus intereses, y ampliando sus explicaciones a medida que asimila las lecciones anteriores. “El profesor observa y sigue las actividades del niño pero sin juzgarlas, no para decirle si está bien o está mal, sino para apreciar donde están susdificultades y poner a su alcance nuevos materiales que le ayuden, y para saber cuáles son sus preferencias y adaptarse a ellas a la hora de explicarle contenidos de lenguaje o cálculo”, apunta. No es que en este centro no tengan un currículum que explicar, pues los niños deben acabar su escolaridad alcanzando los niveles de conocimiento exigidos por el sistema educativo vigente. “Se trabaja el alfabeto, los números, la astronomía o la botánica… pero partiendo del planteamiento de que son producto de la creatividad de una serie de personas que se fueron preguntando cosas y han ido dando respuestas; se trata de captar primero el interés del niño y luego hacer que descubra por sí mismo, por ejemplo, las fórmulas geométricas, paso a paso, para que se le queden grabadas, pero sin aprenderlas de memoria”, ejemplifica. De Prado enfatiza que lo que hace que una educación resulte creativa o mate la creatividad no son los contenidos, sino los métodos. Y pone algunos ejemplos. “Si se trata de literatura, uno puede contarles quién fue García Lorca y pedirles que lo memoricen; o puede plantear que lean algo de él y luego lo representen gráficamente, o que escriban un texto sobre ello, o que dramaticen un fragmento de la obra…¡Todo esto es creativo!; como lo es una clase de lengua en la que se elige una palabra y se juega con ella a repetir las sílabas, a inventar otras palabras con esas sílabas, a crear frases diferentes que la contengan, a buscar otras que digan lo contrario… Y de esa manera se descubren las raíces y las desinencias de las palabras, el sentido de las frases, etcétera”. Se trata, en definitiva, de poner en práctica toda una serie de estrategias que diversos autores han identificado como potenciadoras del proceso creativo: desde el torbellino de ideas (brainstorming) hasta la analogía, pasando por las transformaciones imaginativas, la enumeración de atributos, la relajación creativa o la solución creativa de problemas, entre otras. “Lo ideal sería que en la escuela se explicaran cosas al alumno y él hiciera preguntas nuevas sobre ello o diera soluciones diferentes a las preguntas de siempre; que el profesor, en lugar de encargar un trabajo sobre determinado tema y con una estructura concreta, se dejara sorprender promoviendo un torbellino de ideas para que cada chaval desarrolle un proyecto sobre la que más le interese y de la forma que considere más adecuada, ya sea como dibujo, texto, presentación oral…”, indica el profesor Fernando Alberca, autor, entre otros, de Todos los niños pueden ser Einstein (Toro Mítico). Añade que preservar la creatividad en la escuela exige también cambios en el lenguaje de los profesores, en su manera de explicar, de enseñar a estudiar y de evaluar. “Hace falta incluir en las explicaciones mucha más implicación emocional para llegar a todos los alumnos; si sólo se dan explicaciones racionales y repetitivas, dirigidas al hemisferio izquierdo, el que rige nuestra capacidad de análisis, los alumnos con predominancia del hemisferio derecho se pierden, porque su lógica es distinta”, reflexiona. Y pone algunos ejemplos: “En clase de matemáticas, no es lo mismo explicar que dos más dos son cuatro, que contar que si tenemos dos galletas y dos trozos de pan tenemos comida para cuatro personas; ¡esa es la implicación emocional!; como lo es referirse a los sentimientos de las madres de los soldados durante las guerras que se explican en la clase de historia”. Petra María Pérez apunta que en otros países el sistema de enseñanza se fundamenta en que el alumno va eligiendo sus propias metas sobre los contenidos que figuran en el currículum y va buscando y dando soluciones a distintos problemas. “Claro que este sistema requiere más tiempo porque hay que esperar a que los alumnos lleguen por sí solos a las soluciones correctas, pero de esta forma se convierten en descubridores y aprenden por experiencia, no por repetición”. Malleu asegura que en la escuela Montessori tienen clara la premisa de que cada niño tiene su ritmo, y los hay que en dos mañanas han asimilado las fracciones y otros que necesitan trabajar sobre ello dos semanas “y la función del profesor es observar los progresos de cada uno e ir guiándoles poniendo a su alcance materiales que les ayuden a superar sus dificultades”. Fernando Alberca añade que lo mismo ocurre a la hora de enseñar a estudiar: “Hay niños que se empeñan en mirar la página de un libro y aprendérsela para pasar un examen, pero de lo que se trata es de que cada uno utilice su imaginación para hacer un dibujo (un esquema) del contenido de cualquier tema a partir del cual luego sea capaz de expandir esa información y explicarla; y no hay un esquema bueno o malo; hay niños que fotografían la información de arriba abajo, y otros de izquierda a derecha, unos que prefieren relacionar con líneas y otros que utilizan sistemas de llaves; lo importante es que cada uno utilice sus recursos para recrear la información y producir sus propios contenidos”. Pero si cada uno elige lo que considera más relevante de una lección, si a la hora de hacer trabajos uno decide presentar un dibujo, otro un powerpoint y otros más una presentación oral ¿cómo evalúa el profesor? ¿Qué da por bueno? La cuestión, dicen los expertos, es renunciar al pensamiento convergente que predomina en la mayoría de las escuelas y admitir que hay más de una solución. Malleu explica que, en su centro, se valora la evolución y progreso de cada alumno, hay una evaluación constante para verificar que va superando fases, pero sin utilizar calificaciones numéricas que permitan la comparación entre compañeros. “De hecho, los materiales están preparados para la autocorrección y es cada niño quien corrige sus actividades, ve dónde están sus carencias, qué es lo que ha de reintentar, y asume el error como fuente de aprendizaje”, subraya. Por otra parte, los expertos enfatizan que ser creativo y atreverse a innovar exige una buena confianza en uno mismo y saber canalizar adecuadamente sentimientos y emociones, entre ellas la frustración. De ahí que hacer de la escuela un espacio creativo requiera que esta preste mucha atención a la educación emocional de los niños. “Ha de potenciar la capacidad de entender y comprender emociones y sentimientos ajenos y ayudarles a desarrollar una autoestima positiva y realista que les permita sentirse seguros, atreverse a correr riesgos, a experimentar sin miedo al fracaso y a percibir las sensaciones que produce el éxito; se trata de potenciar la capacidad de gestionar y controlar impulsos, sentimientos y emociones dejando a la persona libre para experimentar y crear”, dice Petra M. Pérez. Sin olvidar, dicen los expertos, que preservar la creatividad exige facilitar todas las formas y lenguajes de expresión, incluidos los corporales y sensoriales, por lo que se debería atender más a disciplinas como la danza, la música o la pintura para estimular y desarrollar las inteligencias múltiples y no centrarse sólo en el aprendizaje más racional. Los pilares básicos Desafío y compromiso: Hay que involucrar al estudiante en su propio proceso de aprendizaje y, para ello, hace falta presentar las actividades como un desafío acorde a sus habilidades, talento y conocimientos, y, al mismo tiempo, como algo novedoso con preguntas abiertas que propicien nuevas opciones (¿Qué pasaría si…? ¿Y por qué no…?) Libertad: Dejar a los niños la posibilidad de elegir sobre actividades, espacios, materiales o formas de realizar un trabajo, o sobre las consecuencias de determinados comportamientos que perturben el trabajo del grupo. Han de entrenar su capacidad de tomar decisiones. Juego y sentido del humor: Hay que promover el juego, la alegría y entusiasmo en clase. Se puede propiciar utilizando transformaciones insólitas de cuentos, frases o palabras, decorando el aula con caricaturas divertidas o jugando a transformar los temas con preguntas como ¿qué hubiera pasado sí…? Confianza y apertura: Hay que promover el respeto a las diferencias a través del reconocimiento de que cada persona tiene talentos únicos, con sus fortalezas y debilidades, y trabajar la comunicación asertiva para que aprendan a dar y recibir opiniones de forma adecuada. Apoyo a las ideas: Las ideas nuevas han de ser valoradas y nunca ridiculizadas por insólitas. En lugar de hacer juicios y evaluaciones prematuras, se trata de escuchar las propuestas y dar oportunidades de que se lleven a cabo, que los chavales realicen proyectos partiendo de sus propias inquietudes e intereses. Tiempo para idear: Los tiempos han de flexibilizarse para que el niño pueda involucrarse y meterse en una actividad “a sus anchas” y crear oportunidades para que comenten las ideas novedosas e inquietudes que les han despertado algunas de las cosas que les han pasado en los últimos días. Discusión o debate: Es importante que los niños puedan dar opiniones diferentes a la mayoría sin temor a ser criticados, y que aprendan a fundamentar sus análisis y críticas. Toma de riesgos: La escuela debe permitir probar actividades nuevas sin que el resultado sea predecible y convertir los errores o resultados indeseados en oportunidades para aprender en lugar de fuente de rechazo o ridiculización. Formación integral: La escuela ha de abordar tanto la formación intelectual como el desarrollo físico y emocional de los estudiantes para potenciar todos sus talentos y capacidades. Evaluar los progresos: Implicar al estudiante en su aprendizaje y no penalizar el error significa apostar por la autocorrección, valorar los procesos más allá de los resultados, evaluar en función de los progresos y la consecución de metas en lugar de examinar los fallos. Entorno físico estimulante: Fomentar la imaginación y la capacidad creativa requiere de un espacio físico (además de intelectual y emocional) creativo, de un entorno que facilite el movimiento, la libertad de elección y donde poder expresarse de diversas formas y a través de diferentes actividades.