“La innovación educativa: algunas precisiones iniciales”. En: GONZÁLEZ G., María Teresa y Juan Manuel Escudero Muñoz. Innovación educativa: teorías y procesos de desarrollo. Barcelona, España. Edit. Humánitas. 1986. LA INNOVACIÓN EDUCATIVA: ALGUNAS PRECISIONES INICIALES Introducción El cambio educativo, las reformas e innovación del currículum, la renovación de la enseñanza, son otros tantos términos con los que tratamos de referir toda una serie de fenómenos, dimensiones y procesos educativos, e incluso, podríamos decir, toda una perspectiva de pensamiento, de atención y de interés en relación con el sistema escolar. Cuando hablamos de cambio educativo estamos refiriéndonos a un complejo espectro de fenómenos, utilizando una considerable pluralidad de conceptos y perspectivas teóricas e ideológicas desde las que tratamos de analizar, explicar, comprender y orientar posibles prácticas y decisiones tendentes a la mejora de la escuela. No existe una manera unívoca y homogénea de hablar del cambio, ni tampoco una perspectiva que, hoy por hoy, sea capaz de ofrecernos una visión suficientemente comprensiva de toda la pluralidad de sus ámbitos de constitución, de sus procesos y estrategias de desarrollo. Como consecuencia, se aprecia en estos momentos una considerable dispersión y pluralismo conceptual que si, por un lado, contribuye a enriquecer notablemente el campo, por otro, existen tareas de sistematización para lograr y facilitar visiones no excesivamente parcializadoras. Hablar de innovación exige, por tanto, partir del hecho de que nos estamos refiriendo a un fenómeno complejo, carente de demarcaciones precisas, abierto a múltiples interpretaciones y perspectivas. Supone hablar de un ámbito de estudio y de una parcela de realidad modulada por una amplia red de dimensiones políticas, sociales, escolares, personales, estructurales, incluso simbólicas, en la que se desarrollan procesos y tareas difícilmente acotables con precisión y univocidad. La innovación de cambio educativo, se ha convertido en un tema de obligado interés en los últimos años. Es un fenómeno al que estamos asistiendo y del que formamos parte todos los que, de uno u otro modo, vivimos inmersos en el mundo de la educación en nuestro país. Los Programas Renovados de E.G.B., el plan de Integración, la Reforma de las Enseñanzas Medias, la L.R.U. y otros muchos proyectos y actividades de renovación, son una muestra de lo que digo, o, cuando 1 menos, una muestra simbólica de las pretensiones dirigidas a cambiar y mejorar nuestro sistema educativo. En este clima de cambio y renovación continuamente hablamos de innovación, hacemos análisis críticos de la misma, apoyamos o cuestionamos ciertas directrices y prácticas de cambio, ofrecemos puntos de vista sobre el particular, etc. Convendría preguntarse, en principio, con cierto detenimiento, a qué nos referimos cuando hablamos de innovación. Probablemente, y por lo que hemos señalado, resulta muy difícil delimitar con precisión el significado del término. La dificultad viene dada no solo por que puede resultar problemáticos condensar una realidad tan compleja como es la innovación en una definición; puede correrse el riesgo de simplificarla demasiado toda la amplitud semántica del término u ofrecer generalidades tan pretenciosas que resulten inexpresivas. La definición es una operación lógica tanto mas realizable cuanto lo definido es más objetivable, preciso y bien acotable con señas de demarcación clara. En este caso, pues, no vamos a tratar de empeñarnos en definiciones supuestamente rigurosas que condensen en pocos términos toda la naturaleza y peculiaridad del cambio educativo. La innovación puede ser definida, descrita, e interpretada de diversas maneras según toda una pluralidad de ópticas desde las que puede abordarse tal tarea. Además, la innovación, sus procesos y dimensiones son percibidos, conceptualizados y entendidos de muy diferentes maneras por las distintas personas implicadas en el sistema educativo. Los investigadores, los diseñadores, los administradores, los maestros, los agentes de cambio, los padres, los alumnos, etc., pueden representar otros tantos modos de entender y hablar de la innovación. En todo caso, conviene clarificar en lo posible el significado de los términos que utilizamos, y aún teniendo presentes las consideraciones hechas previamente, intentaremos ofrecer algún tipo de definición de la innovación educativa. Ha de señalarse, de entrada, que en la literatura sobre cambio educativo suelen utilizarse distintos términos, tales como reforma, mejora renovación, etc. y múltiples y diversas definiciones de cada uno de ellos. Comúnmente, parece haber un cierto consenso en considerar que una reforma es un cambio a gran escala, mientras la innovación lo seria a un nivel más concreto y delimitado. Así, por Ejemplo, (Sack 1981) establece la siguiente definición. La reforma es una forma especial de cambio, que implica una estrategia planificada para la modificación de ciertos aspectos del sistema de educación de un país, con arreglo a un conjunto de necesidades, de resultados específicos, de medios y de 2 métodos adecuados (p. 43). En términos muy similares, A. Yolove (1981), habla de las reformas educativas como aquellas “políticas y programas que apuntan a introducir un cambio educativo en todo el país, un nuevo rumbo, en uno o varios aspectos del sistema educativo.”(p. 92). Igualmente Peleón y Kluchnikov (1981), la definen como “una parte integrante de la transformación social que se lleva a cabo por medio de cambios fundamentales de las políticas de educación e implica un cambio sustancial de los objetivos, las directrices y las estructuras de educación de un país”. Sirvan estas referencias como ilustración de lo que generalmente se entiende por reforma educativa. El concepto, desde este punto de vista, denotaría cambios a gran escala que afectan a la política educativa, a los objetivos, estrategias y prioridades de todo un sistema educativo. Por otra parte, suele emplearse el término “innovación” para referir cambios a menor escala o más concretos: “un intento más puntual para mejorar o modificar determinados aspectos del proceso de educación” (Sack l981, p.46). En definitiva se trataría de una intervención más centrada en la práctica educativa que en el sistema educativo como un todo estructural, en el cual se desarrolla y está inserta dicha práctica. El carácter más concreto y específico de la innovación aparece explícitamente referido en definiciones como la de Miles (1964), para quien la innovación supone un cambio deliberado, original, especifico, que es considerado como promotor de una mayor eficacia en el cumplimiento de los objetivos del sistema (p.14) Así pues, podría convenirse en que cuando hablamos de innovación nos referimos a cambios «cuantitativamente» menores, a cambios con los que se pretende no tanto modificar el sistema educativo de un país, sino sólo algunos elementos o dimensiones particulares del mismo. El criterio de amplitud, en el que se hace reposar la diferencia entre ambos conceptos, resulta, sin embargo, un poco impreciso: ¿Podría decirse, por ejemplo, que una innovación de amplio espectro y a gran escala equivaldría a una reforma? Quizá la diferencia habría de establecer no tanto sobre el criterio de amplitud, sino sobre otro distinto como puede ser la profundidad. Como señala Marklund (1981), para que una innovación pueda considerarse como tal ha de suponer un cambio cualitativo en las prácticas educativas. De este modo, mientras una Reforma supondría cambios fundamentalmente estructurales, la innovación en procesos educativos y sus contextos más inmediatos de funcionamiento en cualquier caso, sería difícil pensar en la innovación como un cambio aislado, que incide en aspectos concretos de la realidad educativa de una manera fragmentaria. La mejora de un elemento del sistema educativo aun concientes de la débil articulación Interna del mismo (Weick, 1976), incidirá probablemente sobre otros elementos y dimensiones. Podría introducirse un cambio innovador a nivel de objetivos de enseñanza y ello, salvo que el cambio sea únicamente simbólico, sobre «el papel», habría de repercutir, de algún modo, en las estrategias de enseñanza, en los procedimientos de evaluación, etcétera. 3 De todos modos, al margen de las diferencias referenciales que puedan establecerse entre reforma e innovación, una y otra constituyen subcategorías de un conjunto más inclusivo: el cambio educativo. Ambas exigen, para su comprensión y facilitación una concepción básica sobre qué son y cómo funcionan los procesos de cambio, qué variables Inciden en los mismos y qué procesos se movilizan cuando intentamos cambiar una situación educativa (más o menos amplia o concreta). Ambas, las reformas y las innovaciones, remiten a un determinado tipo de práctica en el seno del sistema escolar, se desarrollan a través de complejos mecanismos y procesos personales, culturales, tecnológicos e institucionales, y son construidos y definidos a la luz de plataformas simbólicas, teóricas, socio-políticas… En esta línea de argumentación podríamos decir que el cambio educativo conforma una amplia categoría que engloba en seno otros conceptos (Hoyle, 1982, Smith y otros, 1984). Es decir, un concepto genérico que comprende una familia de subconceptos tales como los de innovación, mejora, reforma, renovación o desarrollo.”Concebimos la educación educativa dice Smith et al. 1984- como una mejora planificada específica. Como tal, es una clase de fenómenos dentro de la categoría más amplia de cambio educativo”. En su condición más genérica e inespecífica, el término cambio denota la alteración de un estado de cambio de realidad, sea con tales o cuales notas de amplitud, profundidad, planificabilidad, etc.…, Sin embargo, “la noción cambio en cuanto hacer algo diferente, señala Goodman (1984), no especifica la fuente, tipo y nivel del mismo”. Con ello quiere significarse sin más que la categoría conceptual representada por el término cambio resulta inicialmente, bastante imprecisa, pues puede incluir ya sea modalidades de cambio azarosas o modalidades planificadas a grande y pequeña escala, etcétera. Ahora bien, la mera conceptualización del cambio como alteración de un estado de cosas, desde un estado inicial a otro diferente, resulta analíticamente pobre y correríamos serios riesgos de escamotear cuestiones decisivas, quedándonos en una posición aséptica y reedificadora del cambio por sí mismo. Tal supuesta posición no es honesta intelectualmente en relación con el cambio en cualquier ámbito de la realidad, y resulta claramente inadecuada en el ámbito particular del cambio educativo. Éste, de modo particular requiere ser pensado en términos de su naturaleza y direccionalidad, exige clasificar sus porqués y paraqués, así como determinar toda una serie de parámetros relacionados con tomas de decisión y agentes implicados. El cambio educativo pretende una alteración, más o menos planificada, de las condiciones y prácticas escolares y dicha alteración queda atrapada por el contenido axiológico de una supuesta direccionalidad hacia la mejora. 4 Es por ello por lo que el cambio escolar es un tipo de fenómeno constituido sobre una plataforma amplia, saturada de contenidos axiológicos e ideológicos, políticos y culturales, institucionales y personales, simbólicos y prácticos. Por todo ello, cuando hablamos de cambio educativo queremos referirnos a una pretensión y múltiples procesos, de uno u otro modo planificados, orientados a la introducción, facilitación de mejoras que tiendan a alterar, bajo una supuesta opción de valor, un estado de realidad en la escuela y/o en sus prácticas, por otro, que se legitima como más deseable. Como tal, el cambio educativo es un fenómeno no fragmentable, ni artificialmente reducible a parcelas o facetas bien aisladas. Sí, para propiciar cierto grado de entendimiento, podríamos hablar de reformar para referir cambios más bien estructurales, y de innovación para denotar cambios más internos y cualitativos en el sistema educativo, conceptualmente conviene que no pensemos como separadas instancias que se implican mutuamente en alguna medida. En el ámbito como práctica, las reformas estructurales habrían de comportar innovaciones de las prácticas y modos de pensar de los sujetos, y la alteración de éstas en algún sentido suelen comportar o exigir reformas adecuadas y facilitadotas al otro nivel. En cualquier caso, el tema encierra bastante complejidad, y no entraremos aquí en más detalle. Como ya señalamos, la dispersión terminológica en estos momentos es muy amplia. Nosotros, en lo sucesivo, hablaremos fundamentalmente de innovación, refiriéndonos con ello a la serie de mecanismos y procesos más o menos deliberados y sistemáticos por medio de los cuales se intenta introducir y promocionar ciertos cambios en las prácticas educativas vigentes. Entendemos que tales cambios pueden variar en amplitud. Pueden dirigirse a producir alteraciones marginales en el sistema, añadiendo nuevos elementos o sustituyendo unos por otros, o a alterar las características nucleares de la escuela y los procesos educativos. En cualquier caso, suponemos que tales cambios son “nuevos” no en el sentido de “recientes”, sino en el de “noveles”. Como señala Leithwood (1982, p. 247): “Si se concede al término “innovación” el significado de “reciente” o de “tener una corta vida”, entonces un libro de texto recientemente editado y perfectamente consistente con las prácticas existentes de un maestro es una innovación… una idea educativa o producto curricular no podría ser denominado innovación a no ser que las prácticas que sugiere no tengan precedente en la práctica real, o no hayan sido encontradas en lo que el maestro hace corrientemente. Así pues, nosotros utilizaremos el término innovación para referirnos a dinámicas explícitas que pretenden alterar las ideas, concepciones, metas, contenidos y prácticas escolares en alguna dirección renovadora de lo existente. A todo ello 5 debe subyacer una filosofía de base que legitime en alguna medida la dirección de la renovación, que dé sentido a las modificaciones propuestas y que sea congruente con una visión del cambio en la que éste no quede justificado por sí mismo. El cambiar por cambiar, o el hacerlo de manera mimética o irregular, no vendría a suponer una práctica escolar perteneciente a la misma categoría de la que aquí referiremos como innovación. Justamente, esta opción inicial, no sólo por un término y por sus referentes más lógicos, sino por un estilo de compromiso con la mejora de la calidad de la educación, es lo que trataremos de analizar en la páginas y capítulos que siguen en este libro. La innovación educativa como proceso cualitativo viene dado por múltiples dimensiones y procesos que sí, por un lado, lo tornan complejo, por otro, lo configuran como una tarea socialmente necesaria escolarmente útil y, probablemente, enriquecedora a nivel personal. En este capítulo introductorio, una vez acotado conceptualmente los términos claves que iremos utilizando, vamos a ocuparnos en destacar la pluralidad de dimensiones y procesos implicados en las estrategias de innovación; asimismo, se hará alusión a la existencia de varios enfoques conceptuales sobre innovación de los que nos ocuparemos más adelante. 1.- Dimensiones y procesos de la innovación educativa La innovación, como hemos señalado, viene constituida por un conjunto de ideas y concepciones, estrategias y prácticas, contenidos y direccionalidades del cambio, redefiniciones de funciones de los individuos y recomposiciones organizativas de la escuela. Por todo lo cual, podemos decir que la innovación posee un carácter multidimensional, nos estamos refiriendo a dos cuestiones: por un lado, hay que destacar que todo proceso de cambio va encaminado a alterar diversos aspectos de la práctica educativa. Así puede hablarse de cambios en materiales, metas, estrategias de enseñanza, patrones organizativos, etc. Podemos decir, en este sentido, que existen dimensiones sustantantivas del cambio. Por otra parte, los procesos innovadores aparecen configurados y modelados por dimensiones globales de orden tecnológico, político, personal, institucional, etc.; dimensiones todas ellas que entran a formar parte de cualquier dinámica de cambio y cuyo desconocimiento conduciría a un a comprensión muy parcial de lo que es la innovación y de cuál sea su funcionamiento en la práctica. Las dimensiones sustantivas de la innovación harían referencia a aquellos aspectos de la realidad y de la práctica educativa sobre los que puede definirse una determinada innovación. (Leithowood/1981) por ejemplo, habla de nuevas dimensiones de la innovación curricular: 1) presupuestos de base y aspiraciones; 2) objetivos; 3)conductas de entrada de los alumnos; 4)contenidos; 5) materiales instructivos; 6) estrategias de enseñanza; 7)experiencias de aprendizaje; 8)tiempo y 9)instrumentos y procedimientos de evaluación. 6 Una innovación curricular –señala este autor—puede ser novel sólo en algunas de estas dimensiones, aunque ello no significa que no tenga implicaciones en las demás. Fullan y Pomfrett (1977), en su revisión, ya clásica, sobre la puesta en práctica de diversos proyectos de cambio, consideran que podemos distinguir cinco dimensiones en cualquier innovación curricular: 1) Cambios en asignaturas y materiales, es decir, cambios referidos al contenido del currículum, en el ordenamiento secuencial del mismo y/o en los recursos a utilizar (materiales de instructivo). 2) Alteraciones estructurales, referidas a los cambios en la organización formal y al medio físico en el que se desarrolla la enseñanza. Así, una innovación puede incidir en diferentes modos de agrupar a los alumnos, de organizar especialmente y temporalmente la enseñanza, en la presencia de personal que desempeña diversos papeles, o en la provisión adecuada de nuevos. En general, esta dimensión se refiere a cambios en las condiciones en que interactúan los sujetos-usuarios de la innovación. En opinión de Fullan y Pomfrett, estos aspectos organizativos de la innovación constituyen un contexto estructural necesario para la puesta en práctica de las demás dimensiones 3) Cambios conductuales o manifestaciones conductuales del cambio en las funciones y relaciones funcionales de los sujetos. La innovación educativa, manifiestan estos autores, suele implicar nuevos estilos de enseñanza, nuevas tareas y funciones para apoyar esos estilos, tales como funciones de desarrollo curricular y planificación para los maestros, y nuevas relaciones personales entre maestros y alumnos, maestros y directores, etc. En su opinión este es uno de los aspectos más complejos de la innovación, ya que exige al sujeto el aprendizaje de nuevos patrones de pensamiento y acción. 4) Una cuarta dimensión sería la referida al conocimiento y comprensión que poseen los usuarios de la innovación, de distintos aspectos de la misma, tales como filosofía, valores, presupuestos objetivos, estrategias de puesta en práctica, etcétera. Esta dimensión parece de vital importancia por cuanto supone reconocer que el cambio conductual, por sí mismo, puede ser sólo innovador simbólicamente, pues puede representar un uso mecanicista del cambio; si en la base no existe una comprensión real de los principios que subyacen al mismo. 5) La quinta dimensión a que se refieren Fullan y Pomfrett es la relativa a la internalización del cambio; a la necesidad de que las personas implicadas en el mismo lo valoren de forma positiva y se comprometan en su puesta en práctica. En resumen, pues, las cinco dimensiones asociadas con el cambio educativo implican la producción de nuevos materiales, modificaciones estructurales para adecuar los cambios a la práctica, cambios conductuales y funcionales por parte de los sujetos implicados, el conocimiento y comprensión de los materiales y los 7 procesos implicados en el cambio por parte de las personas inmersas en el mismo y la valoración positiva de la tarea innovadora. Como señala (Hopkins 1984, p. 13), estas dimensiones ponen de manifiesto la complejidad y dificultad que conlleva introducir nuevas ideas en la práctica y nos obligan a pensar la innovación como un proceso mucho más sofisticado que el de “enviar” ingenuamente un paquete de materiales a la escuela” En un trabajo más reciente, Fullan (1982), habla de tres componentes o dimensiones del cambio, aunque apunta la dificultad de definirlas objetivamente, ya que las mismas evolucionan con y en la práctica. Estas tres dimensiones son las siguientes: 1. El posible uso de nuevos materiales o recursos instructivos directos tales como materiales curriculares o tecnologías. 2. El posible uso de nuevos enfoques de enseñanza, como, por ejemplo, nuevas actividades o estrategias didácticas. 3. La posible alteración de creencias o de los supuestos pedagógicos y teorías que subyacen a las nuevas políticas o programas. Estas tres dimensiones, según Fullan, pueden ser identificadas en cualquier innovación al margen de quién elabore los materiales, defina los enfoques de enseñanza y decida sobre las creencias. Los tres aspectos difícilmente podrían considerarse de forma separada ya que “juntos representan los medios para lograr una meta o un conjunto de metas educativas particulares”. Es decir, el cambio, para que pueda considerarse como tal, habría de ocurrir en la práctica a lo largo de esas tres dimensiones. Sin embargo, en la práctica, la realidad suele ser todavía más compleja. Los maestros pueden cambiar “en la superficie” aprobando nuevas metas, usando ciertos materiales o realizando conductas sin comprender claramente los principios o bases racionales del cambio. O por el contrario, puede haber una comprensión e identificación con los principios del cambio sin una comprensión de sus implicaciones para la práctica y sin una práctica acorde con el contenido de una supuesta innovación. Algunos análisis en curso sobre el actual proyecto de integración en nuestro país, por ejemplo, están poniendo de manifiesto cómo los maestros comprenden y comparten la filosofía de la integración, pero se encuentran con muchas dificultades para desarrollarla en el aula, y probablemente no están ocurriendo aquellas estrategias y prácticas de integración que serían deseables. La multimensionalidad del cambio cobra, pues, su auténtico significado en la práctica. Dicho de otro modo, pueden usarse nuevos materiales y con ello lograr ciertos objetivos educativos, pero posiblemente puede hablarse de un cambio más profundo cuando los usuarios, al tiempo, desarrollan nuevas destrezas y enfoques de enseñanza y comprenden conceptualmente qué y porqué han de hacerse las cosas. Lógicamente, la dificultad para desarrollar cada una de estas dimensiones 8 varía. Así, como señala Fullan (1982, p. 34), “la innovación como un conjunto de materiales y recursos es el aspecto más visible del cambio y el más fácil de poner en práctica, aunque no literalmente. El cambio en los enfoques de enseñanza o en el estilo de utilización de los nuevos materiales representa una mayor dificultad, si han de adquirirse nuevas destrezas y establecerse nuevos modos de conducir las actividades de enseñanza. Los cambios en las creencias son aún más difíciles: ponen en juego los valores nucleares que mantienen los individuos en relación con los propósitos de la educación”. En cualquier caso, las tres dimensiones referidas han de considerarse de modo interrelacionado; las creencias orientan y mantienen las estrategias y actividades de enseñanza; el uso de materiales depende de su articulación con las creencias y enfoques de enseñanza, etc. Tal interrelación dinámica sugiere que, en última instancia, poco sentido tendrá el poner mucho énfasis en la producción de materiales o en la definición de nuevos objetivos, si paralelamente se desconsideran las nuevas concepciones de la educación y las nuevas estrategias de enseñanza que exigen. Todo ello sugieren que es en la relación entre la innovación y las personas –la realidad subjetiva implicada en el contexto individual y organizativo de cada uno—donde se sitúa la piedra angular de la problemática del cambio. En definitiva, la innovación es un proceso en el que entran en juego múltiples factores y variables. Precisamente, en la medida en que se trata de un proceso, la innovación es mucho más que la mera elaboración por expertos de un programa o un proyecto, o el simple diseño de nuevas experiencias en las aulas por parte de los profesores o los centros. Si pensamos en el cambio educativo como un proceso, hemos de prestar particular atención a las prácticas institucionales y personales en las que se controla y desarrolla. De modo muy particular, en el ámbito de la práctica es donde se dan éstas y condensan una pluralidad de variables, factores, dimensiones constitutivas de la innovación, y también donde si incoan los resultados, previstos o no, que irán surgiendo de la misma. Además de las dimensiones sustantivas de la innovación, en algunas medidas internas a sus procesos de desarrollo, toda dinámica de cambio viene conformada por dimensiones más amplias que configuran y explican su razón de ser y su funcionamiento. Es decir, la innovación educativa, sea cual sea su núcleo o centro de interés, constituye un conjunto de procesos bastante complejos en cuya constitución hacen acto de presencia dimensiones de tipo socio-político, tecnológico, institucional, personal, etc. Toda innovación posee un carácter político. El cambio curricular es un fenómeno que cobra sentido y se desarrolla en un contexto más amplio representado por el sistema social. No hay innovaciones asépticas, producidas y desarrolladas al margen de opciones de valor, sino innovaciones construidas y definidas al amparo de contextos socio-económicos, políticos e ideológicos que las legitiman. 9 El sentido y direccionalidad del cambio, el quién promueve el cambio y el para qué del mismo son aspectos sólo comprensibles desde una lectura socio-política de la innovación. En este sentido, Escudero (1986), señala: “Todo proyecto de cambio, seamos o no conscientes de ello, queramos explicitarlo o no, es un proyecto político de acción social; por ello mismo un proyecto al servicio de intereses y de grupos; al servicio de visiones amplias de la sociedad y los individuos; al servicio, en definitiva, de un proyecto global de transformación o perpetuación social en el que se atribuye a la educación determinadas funciones.” No voy a extenderme ahora sobre esta dimensión que será abordada específicamente más adelante y sobre la cual existen excelentes análisis teóricos, como veremos (Popkewitz, 1981,1984; Papagiannis y otros, 1982; Escudero, 1984). Únicamente señalaré que la dimensión política del cambio incide no sólo en el contexto resurgimiento y legitimación del mismo, sino también todo su desarrollo práctico dentro de las escuelas. Diversos análisis de las organizaciones (Pfeffer, 1978; Baldbridge, 1983; Bolman y Deal, 1984), ponen de manifiesto cómo éstas son áreas de “lucha” y conflicto en las que confluyen individuos y grupos de interés con diferentes valores, percepciones, intereses, información, etc. En estas condiciones el proceso de innovación convoca a diferentes grupos de interés no siempre coincidentes: los maestros, los alumnos, la administración, los padres, los técnicos, representan otras tantas fuentes de intereses que incidirán en la propia definición y dinámica de la puesta en práctica del cambio educativo (House, 1979,1981; Deal, 1984; Farrar y otros, 1981). La naturaleza política de los fenómenos innovadores constituye una faceta importante, no siempre tenida en cuenta a la hora de comprender y articular el cambio. De modo que, hoy por hoy, una de las dimensiones con las que hay que contar a la hora de entender y promover innovaciones es, justamente, la política. No siempre existió una conciencia clara y consecuente con la idea de que, en gran medida, todo proceso de innovación lo es, por sí mismo, de negociación, poder, conflictos de intereses… Hubo una época en la que la innovación educativa fue pensada desde una óptica preferentemente tecnológica. Se suponía que la resolución de los problemas sociales, la satisfacción de necesidades de cambio, y la mejora escolar, podrían ser definidas como tareas gestionables y resolubles bajo presupuestos de racionalidad, control y mediante la utilización de procedimientos bien estipulados y lógicos para tomar decisiones eficaces. Obviamente, todo cambio, todo proceso innovador, comporta una dimensión de carácter tecnológico sin la cual sería muy difícil diseñar e instrumentar proyectos de mejora. Pero tal dimensión no puede ser considerada ni como única ni aislada de las demás. Los procesos de cambio, en la medida en que van encaminados a mejorar el funcionamiento y resultado de los procesos educativos, exigen tomar decisiones y llevar a cabo ciertas tareas en orden a su elaboración e instrumentos. La planificación del cambio, el diseño de materiales de apoyo para su 10 diseminación y puesta en práctica; la previsión de estrategias para el mantenimiento de la implementación, el desarrollo de procedimientos de evaluación, etc…, son algunas tareas implicadas en la innovación que conllevan ciertos ingredientes tecnológicos. Exigen, sin duda, poner en juego procedimientos y patrones de acción y la utilización racional del conocimiento disponible. Es decir, aún cuando no todos los procesos y mecanismo implicados en los fenómenos de cambio educativo sean reductibles y controlables mediante la aplicación técnica del conocimiento científico, en alguna medida son procesos que pueden beneficiarse de que sabiamente utilicemos, con todo el rigor posible, las experiencias pasadas sistematizadas en teorías y en procedimientos o estrategias aconsejables de actuación. Por ello, en suma, la dimensión tecnológica es otra dimensión importante de la innovación. Ahora bien, la primacía de la dimensión tecnológica del cambio ha expuesto en ocasiones la desconsideración grave de otros aspectos sin cuya inserción en una visión del mismo caeríamos en posturas ingenuamente parciales y reduccionistas. “Lo que resulta realmente problemático en esta perspectiva (la tecnológica)-señala Auki (1984)- es el hecho de primar las estrategias técnicas como medio para lo toma de decisiones eficientes; ello escamotea la ideología de valores socioculturales y lo deja reducido a estándares “neutrales” de acción racional propositiva, o de lo que llamaríamos como razón instrumental” (p.109). Por ello, no podemos pensar sólo en la innovación como tecnología sino también en la misma como proceso político, y es más, hay que reconsiderarla a la luz de los contextos institucionales y las prácticas personales que a la hora de la verdad contribuyen, conjuntamente, a reconstruir y a desarrollar la misma innovación. Cabe aludir, pues, a otras facetas de cambio educativo además de las dos consideradas previamente. Todo proyecto innovador está destinado a interaccionar con las escuelas y a desarrollarse en el seno de las mismas, a ser “procesado” y desarrollado por sujetos particulares: los profesores. La escuela, como espacio organizativo con rasgos propios, distintos de otras organizaciones sociales, constituye un contexto cultural que ejercerá alguna influencia sobre los procesos de innovación. Sería muy difícil pensar, en este sentido, que una innovación se desarrolla por igual en todas las escuelas. El clima escolar, sus variables ecológicas, el estilo de vida propio de la escuela, los patrones de relación y actuación de sus miembros, los recursos escolares, las presiones ejercidas por el medio ambiente inmediato, 11 etc., conforman un filtro a través del cual cualquier innovación será acomodada, adaptada y redefinida a esa realidad idiosincrásica de cada escuela. Un proyecto de cambio, pensado y planificado desde el exterior de la escuela burocrática no se implantará como una norma burocrática. No existe cambio por decreto; la escuela no está constituida únicamente por estructuras, roles y relaciones funcionales y formales en el seno de las cuales una propuesta de cambio será, consensuadamente, llevada a la práctica. La escuela no funciona como una organización burocrática donde la “neutralidad” de valores y metas está garantizada, o donde exista un claro consenso sobre qué ha de hacerse para lograr determinados propósitos. Las estructuras escolares están también “habitadas” por personas con sus propias necesidades de auto-desarrollo, de participación y con visiones particulares de lo que debe y puede hacerse. Personas que, en última instancia, son las que mantienen, modifican o crean un determinado tipo de práctica en función de sus creencias, valores y actuaciones. En el seno de la escuela confluyen grupos de presión, grupos y/o individuos con intereses, prioridades y metas diversas; alumnos, padres, administradores, profesores, sindicatos, etc., pugnarán por hacer valer sus propias posturas e ideas sobre qué ha de hacerse con un proyecto propuesto desde instancias administrativas superiores. La escuela posee también un claro componente simbólico. Puede implicarse en un proyecto de cambio o generar una especie de atmósfera innovadora para ofrecer una apariencia de modernidad, para legitimarse de cara al exterior, o para mantener la creencia de que “esto marcha o va a marchar bien”. De este modo, una escuela puede adoptar formalmente una innovación y mantener bastante intactas sus prácticas institucionales y educativas. En definitiva, la escuela como espacio real para la puesta en práctica y el desarrollo de innovación incide, desde múltiples ángulos, en las dinámicas del cambio y éste no puede pensarse al margen de la propia realidad escolar. De ahí que estrategias de mejora educativa, pensadas al margen de lo que está ocurriendo en las escuelas y planificadas desde el exterior de la misma, tengan serias dificultades de materializarse en prácticas innovadoras. En este sentido, en los últimos años existe toda una corriente en el campo de la innovación desde la que se postula la necesidad de promover el cambio desde dentro de las escuelas, con apoyo externo pero muy atento a los problemas y necesidades surgidas en el seno de la propia organización escolar (Véale y Bailey, 1981; Dalin Rust, 1983; Hopkins, 1984, 1985; Van Velzen y otros, 1985). Se trata, pues, de abrirse a la realidad de cada escuela. Apertura que, por un lado, puede modificar la dirección del cambio hacia los aspectos considerados más críticos y, por otra, puede posibilitar el conocimiento de cuáles son los problemas que deben abordarse o sobre los que habrá que incidir cuando el cambio empiece a desarrollarse en el 12 aula. Se trataría, en definitiva, de tomar en consideración la situación con la que se enfrentan los usuarios potenciales de la innovación. Una última dimensión presente en toda dinámica de cambio y de vital importancia en el mismo es la personal o biográfica. De algún modo, el cambio educativo es un proceso de “lucha” con las múltiples realidades de las personas que participan en la puesta en práctica del mismo. En este sentido, actuar sólo en base a “lo que debería ser” el cambio sin considerar la realidad de las personas que han de implementarlo supone, como dice Wise (1977), una visión hiperracionalizadora del mismo. Esa realidad personal está conformada por los modos de actuar, estructuras de pensamiento, creencias, conocimiento práctico, etc., de los maestros. El profesor no es solo un ejecutor de innovaciones impuestas; es, más bien, un agente curricular (Connelly, 1972), que actúa como mediador entre un nuevo currículum y su situación real de la clase. Él interpreta y redefine el cambio a la luz de su propio conocimiento práctico, de su modo de pensar y concebir la enseñanza o, como diría Crocker (1983), a la luz de su “paradigma funcional”. En definitiva, la práctica real de la enseñanza y los significados que el profesor atribuye a la misma construyen un último contexto de funcionamiento de la innovación, y en el mismo es el maestro quien interpreta el cambio propuesto, lo clarifica personalmente, toma decisiones sobre el mismo y lo “convierte” en enseñanza. Cualquier reflexión sobre la innovación y cualquier intento de cambiar la realidad educativa ha de tener, en cuenta, pues, esta faceta personal del cambio. Resultaría difícil introducir una innovación compleja que requiera cambios de conducta y de mentalidad sin tener en cuenta el poder de la cultura escolar y de los profesores para conformar las prácticas reales de la enseñanza. En suma, pues, conceptualizar la naturaleza de la innovación educativa supone, si se quiere hacer justicia a la complejidad de este fenómeno, tener en cuenta esta serie de componentes a que hemos aludido. Toda innovación en cuanto fenómeno social y cultural, resulta incomprensible sin dar cuenta de sus dimensiones ideológicas, sociológicas y sus compromisos de acción política; en cuanto práctica social, comporta, al tiempo ingredientes organizativos personales. A su vez, aun cuando las prácticas innovadoras no sean susceptibles de prescripciones rígidas y lineales, el conocimiento extraído sistemáticamente desde nuestras pretensiones de mejorar la educación permite establecer algunas orientaciones que aconsejan ciertos modos de hacer presuntamente más adecuados que otros distintos. Una visión multimensional de la innovación como la sugerida exige conjugar estrategias de acción acordes con las mismas. En las páginas que siguen 13 tendremos ocasión de apreciar en qué medida se ha satisfecho este criterio y en qué manera permanecen todavía sin resolver distintas cuestiones al respecto. Otro aspecto de interés la pretender caracterizar la innovación educativa es el relativo a su naturaleza procesual. Si la innovación viene dada por una pluralidad de dimensiones constitutivas, también merece ser considerada como un complejo conjunto de procesos y estrategias simplificadas en su construcción y desarrollo. La innovación no puede pensarse como “algo” estático, como un producto acabado y replicable. Supone, más bien, un conjunto articulado de acontecimientos, actividades variadas y estrategias complejas ente las que existen relaciones dinámicas y transformadoras. En este sentido, para ser minimamente precisos, hay que hablar de “procesos de innovación”. Al referirnos a los procesos de innovación pretendemos subrayar que, al margen de los resultados del cambio, en no poca medida imprevisibles, cualquier dinámica innovadora ha de ser descrita y pensada en términos de ciertas etapas o fases que la definen. No cabe pensar, sin embargo que éstas ocurren de un modo lineal y sucesivo, ni que puedan delimitarse con absoluta claridad. Más bien, las etapas por las que ocurre el cambio educativo mantienen entre sí relaciones flexibles y débiles (Berman, 1981), de modo que sería difícil pensar en el fenómeno de la innovación como algo realizable en una serie de etapas independientes o perfectamente definidas y acopladas entre sí. Aunque al hablar de las fases de la innovación estamos generalizando sobre un proceso que varía ampliamente en cada caso particular, no obstante, el flujo de acontecimientos que definen una dinámica de cambio puede ser descrito formalmente identificando una serie de etapas a través de las que se construye, desarrolla y evalúa. La innovación exige, en momentos particulares de su trayectoria, el desarrollo de ciertas tareas, la utilización de ciertos conocimientos, la participación de diferentes personas o el control de determinados mecanismos. Por ello, podemos hablar de procesos de cambio y de etapas implicadas en su desarrollo. Una somera revisión de la literatura en este campo pone de manifiesto que, al margen de las diferentes perspectivas y enfoques desde los que se aborda la problemática de la innovación, hay un acuerdo en que existen fases y procesos, y que los mismos reclaman la atención de aquellos que pretendan promover cambios curriculares. La delimitación e importancia atribuida a cada fase, sin embargo, aparecerá bastante determinada por la correspondiente perspectiva teórica en la que nos situemos. 14 Así, durante los años 60 e inicio de los 70, en el seno de lo que se ha denominado enfoque tecnológico del cambio (House, l979, l981¸Berman, 1981), se prestó una atención prioritaria a los procesos de planificación de innovaciones y a la difusión de las mismas a las escuelas para su adopción (Escudero, 1984, p.62). El proceso de cambio, en este sentido, era considerado como un flujo unidireccional en cuyo discurrir los “expertos” producían, planificaban, diseñaban para los “no-expertos” (maestros), que “consumirían” los productos ofrecidos. Desde esta perspectiva, el problema de la innovación educativa se reducía al logro de una planificación adecuada por los expertos y a la difusión de la misma hacia las personas que no habían estado implicadas en la elaboración del proyecto de cambio pero que habrían de ponerlo en práctica: los profesores (Auki, 1982, p. 108). Asimismo, la fase de evaluación goza de gran predicamento en este esquema, sobre todo en la medida en que podría contribuir a la comprobación del logro o no de los resultados previstos y a la sucesiva toma de decisiones racionales. Estas eran, pues, las fases a las que habría de prestarse una atención prioritaria, habida cuenta, por otro lado, de que, desde la lógica de la racionalidad científica subyacente, una vez difundida adecuadamente la innovación y adoptada por las escuelas, se produciría el cambio real en las prácticas educativas. Posteriormente, a medida que se fue constatando el fracaso de gran número de proyectos innovadores y fueron creándose nuevas perspectivas teóricas, surgiría un interés de los investigadores en el análisis de qué es lo que ocurría con el cambio en las escuelas y en las aulas. Los resultados de las diversas investigaciones sobre los procesos de puesta en práctica de la innovación, así como la reflexión desde plataformas epistemológicas distintas, no exclusivamente científico-técnicas, fueron abriendo paso a un reconocimiento más explícito de procesos de cambio, mucho más complejos y variados. La puesta en práctica de la innovación-su implementación- se constituirá como eje de buen número de reflexiones y análisis (Fullan y Pomfret, 1977; Fullan, 1981, l982, l983, l984; Berman, l981; Auki, 1984). Desde esta nueva perspectiva se primó el ámbito de la práctica como espacio en el que la innovación adquiere o pierde su significado, su realidad y resultados. De este modo, no sólo se hablará de la planificación, diseminación y adopción, sino que aparecerán también otras fases o procesos de vital importancia como la adaptación y la implementación, ambas representativas de la serie de dinámicas que entran en juego cuando un cambio propuesto interacciona con la realidad educativa, con los centros, los profesores y alumnos, con las prácticas escolares, en definitiva. Algunos autores, particularmente preocupados por las dinámicas de cambio local y/o a nivel de la escuela, suelen agrupar la serie de procesos de innovación en tres grandes etapas denominadas Iniciación, Implementación e Institucionalización (Berman y Mclanghlin, l974, l975, l977, l978; Berman, l981, Fullan, l982; Neale y 15 Bailey, 1981). Nosotros, en capítulos posteriores, distinguiremos entre Planificación, Difusión, Adopción, Implementación y Evaluación para referir los distintos procesos por los que pasa y se construye un proyecto de cambio. No especificaremos aquí en qué consiste cada proceso, ya que nos detendremos en ellos más adelante. Baste, únicamente, señalar que cada una de las etapas a que hemos hecho referencia adquieren un significado distinto según el paradigma de innovación en el que nos situemos y, por tanto, también serán abordadas de manera diferente y recurriendo a estrategias distintas para llevarlas a cabo. Basten, pues, estas breves consideraciones para destacar desde el primer momento el carácter dinámico, procesual y multifásico de los fenómenos del cambio educativo. Nada más lejos de una visión actual de la innovación educativa que aquellos planteamientos, teóricos y/o prácticos, desde los que se supone que cambiar la educación queda reducido a las decisiones administrativas y técnicas de implantar cambios de manera formal y oficialista. La innovación, por el contrario, es una parcela compleja de prácticas institucionales y personales que exige una atención muy cuidada a estrategias de práctica y desarrollo, a procesos evolutivos y progresivos, a etapas para la planificación técnica y participativa, a espacios y contextos para la deliberación, reeducación y asunción de nuevas ideas y de nuevas prácticas. Es en toda esta dinámica, pues, donde adquieren su razón de ser los distintos procesos del cambio y las estrategias adecuadas para hacerlo una realidad práctica en las escuelas. Esta serie de precisiones y aproximaciones a la naturaleza de la innovación, pretenden una introducción inicial a la temática compleja del cambio e innovación educativa. 16