Amarás a tu prójimo como a ti mismo

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“AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO”
Pbro. Jesús Acosta González
Introducción
Este artículo surge desde mi experiencia personal y desde la de otras personas
con las que compartí y sigo compartiendo la vida, la fe y la aventura de seguir a Jesús, en
el esfuerzo por transformar creativamente nuestra sociedad. Desde la experiencia de
sentir el compromiso como una carga muy difícil de llevar, la aparente imposibilidad de
integrar el amor por uno mismo y la entrega de la vida por la causa del Reino. Desde el
sentir el fracaso, la angustia, el vacío, la depresión, al intentar cambiar el mundo, al
esforzarse por seguir radicalmente a Jesús.
Y, al mismo tiempo, desde la experiencia de que sí se puede vivir de manera
armónica el amor a uno mismo y el amor a los demás; de que el servicio generoso, la
donación de la vida en una entrega cotidiana es fuente de vida, de sentido, de gracia. La
experiencia de sentirse pleno en la entrega radical de la vida como seguidor de Jesús. Y
la certeza de que para que esto sea así, se debe hacer un esfuerzo consciente,
deliberado, discernido, personal y colectivamente.
Cuatro son los motivos que me impulsan a compartir estas reflexiones:
a) Humanizar el compromiso social. Proponer reflexiones que colaboren a encontrar
caminos e instrumentos para vivir de manera más constructiva e integradora el
compromiso social; de manera más auténticamente evangélica. Deseo que podamos
devolverle su dinamismo humanizador, generador de vida tanto para el individuo como
para la sociedad.
b) “Rescatar” al compromiso social y político. No restarle importancia y mucho menos
satanizarlo. La dimensión social-política del ser humano es tan importante como
cualquier otra, vivirla ordenadamente genera un proceso de desarrollo pleno de la
persona. Por otro lado, sigue siendo urgente y actual el llamado a ser luz del mundo y
sal de la tierra. Nuestro mundo está muy necesitado de mujeres y hombres
radicalmente comprometidos social y políticamente con el proyecto del Dios de la
Vida.
c) Buscar caminos de mayor calidad de vida y de servicio de quienes se comprometen
socialmente. Sin duda que en la medida en que las cristianas y los cristianos vivamos
de manera más integrada, más armónica individual y comunitariamente, seremos más
capaces de cambiar constructivamente nuestro entorno social.
d) Finalmente, deseo motivar a las cristianas y los cristianos que aún no se animan a
comprometerse socialmente, a que lo hagan. No hay mejor camino de plenitud que el
dar amorosa, responsable, consciente y libremente la vida por los demás.
Los hechos
Las expresiones o manifestaciones de desgaste psicológico, moral y espiritual son,
obviamente, producto de un proceso, no surgen de un día para otro. Se reúnen
circunstancias, acontecimientos, experiencias que se van sumando y van generando
dinámicas destructivas. También se dan en diferentes grados o niveles; por supuesto que
no se dan todas juntas en una sola persona.
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a) Endurecimiento: la persona toma posturas y actitudes rígidas e intransigentes. Se
convierte en factor conflictivo, provoca constantemente fricciones con sus compañeros
de grupo. Cree que es la única que tienen la razón, la verdadera y correcta
interpretación de la realidad, de los acontecimientos, y la quiere imponer.
b) Afán de poder: todo lo que hace lo dirige a ganar y mantener poder dentro de su
grupo. Quiere ser quien decide el rumbo del grupo. Deja a un lado la actitud de
servicio, de apertura y respeto por los demás que en un principio la caracterizó, y se
convierte en cacique, centralizadora de poder.
c) Estancamiento: la persona se mantiene dentro de su grupo, asociación u organización
pero cae en una rutina estéril, abandona la creatividad, la pasión, la frescura. Vive su
compromiso como un deber más que como una convicción profunda. Se hace lo
estrictamente necesario, nada más. No se va más allá de lo que “me toca, me
corresponde”. Es la expresión de una generosidad medida.
d) Acomodamiento: es “pariente” de la manifestación anterior. La persona hace del
compromiso social, de su servicio su “modus vivendi”, se hace “militante profesional” y
usufructúa su compromiso social. En algunos casos son personas que, surgidas de la
base, han ido creciendo y desarrollándose en el contexto de la lucha social, de tal
manera que adquieren muchos recursos teóricos y prácticos que después utilizarán
para vivir de ellos. Por supuesto que esto en sí mismo no es negativo. De hecho se
necesitan personas dedicadas de tiempo completo a los trabajos y las
responsabilidades que exige el compromiso social. El problema se presenta cuando
centran su actividad en sacar un provecho o un beneficio económico individual (y por
desgracia en muchos casos con actitudes y acciones corruptas), olvidándose por
completo de la inspiración original que los llevó a enrolarse en la lucha. Es la
expresión de una generosidad interesada.
e) Insensibilización: es cuando la persona tiene la actitud de negar o evadir la situación
de pobreza, necesidad e injusticia que padece la inmensa mayoría del pueblo
(incluyéndola a ella). El compañero(a) deja de ver las causas estructurales de la
pobreza, y la empieza a interpretar como consecuencia de causas personales como la
flojera, el mal manejo del salario, la irresponsabilidad, etc. Al relativizar las causas
estructurales y enfatizar las causas individuales se insensibiliza a la situación
concreta, cotidiana. Pero también creo que relativizar las causas estructurales es ya
una manera de encubrir, de justificar la insensibilidad. Esta actitud o postura es en
buena medida la base del estancamiento y del acomodamiento.
f) Se “vacunan”: se deja de creer en la bondad y en la posibilidad del cambio
constructivo. La persona se torna tremendamente escéptica, ya nada la convence del
sentido de hacer algo por luchar y mejorar la situación social, el conformismo la
envuelve. Generalmente esta actitud le lleva a salirse de su organización o grupo. Ya
afuera, se convierte en crítico de quienes se siguen en la lucha; o se mantiene
totalmente al margen de cualquier compromiso social. Es la expresión de una
generosidad que se cansa.
g) Se "pasan a la otra banqueta”: algunos compañeros “vacunados” no sólo se salen de
su grupo, sino que además se incorporan al proyecto contrario. No quiero caer en
posturas de “buenos y malos”, pero se dan casos en que las personas dan un giro
radical a sus vidas y viven y luchan por un proyecto antagónico al del Reino de Dios.
Se hacen parte del aparato represivo y opresor (en los casos más extremos), o
dedican sus vidas a solucionar de manera individualista sus necesidades. Su estilo de
vida se torna egoísta. Es la expresión de una generosidad corrompida.
h) Se “quiebran”: por desgracia algunos compañeros terminan destruidos psicológica y
espiritualmente. Caen en una depresión muy profunda de la cual es difícil salir. Se
llega a experimentar un vacío y un sin sentido de la vida tan oscuro y espeso que es
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difícil resurgir de él con un buen grado de sanidad mental y afectiva. Obviamente, su
reincorporación al compromiso es casi imposible.
Las causas
En este apartado intento exponer algunas de las causas de este proceso
deshumanizador. En principio creo que se debe a la mezcla de factores “internos” y
“externos”. Aunque sabemos que en gran medida los factores internos en algún momento
fueron influencias externas que, en un proceso de apropiación, la persona los fue
haciendo suyos, hasta llegar a una identificación más o menos profunda con ellos.
Elementos internos (factor original)
Me parece que el factor clave es la experiencia de un amor devaluado, deformado,
“desordenado”. Sin meterme a mucha psicología, pero sí ayudándome algo en ella, creo
que por desgracia la mayoría de los seres humanos vivimos, en nuestra infancia, una
serie de experiencias que provocan a la larga la imposibilidad de vivir armónica y
maduramente el amor a uno mismo y el amor a los demás. A mi parecer la clave está en
que nuestra autoestima no madura.
La baja autoestima está muy influenciada por la manera en que los padres y las
madres -y demás adultos que tienen que ver con los niños(as)- les dan y expresan
(verbal y no verbalmente) amor a sus hijos(as). Y creo que la mayoría de los adultos
damos un amor condicionado, nunca o casi nunca se da gratuitamente: “sí te quiero, pero
pórtate bien”, “si sacas buenas calificaciones te compro lo que quieras”, “si haces lo que
te digo, te voy a querer más”, etc. Y el extremo más negativo es cuando el niño ni siquiera
recibe este amor condicionado, sino que simplemente no se le da amor y, lo peor, se le
maltrata y se le falta al respeto sistemáticamente.
Con estas experiencias iniciales que tan profunda huella dejan, el niño, la niña
aprenden que:
a) Se es valioso como persona no en sí mismo, por el simple hecho de ser persona, sino
por lo que se hace y se tiene.
b) El cariño se compra (o se vende), que el aprecio, la valoración de los otros por mí se
debe pagar, ganar. No hay lugar para la gratuidad.
c) Se es valioso sólo en la medida en que se tiene éxito, si sirves para el engranaje de
productividad, si eres competitivo, poderoso, triunfador, etc.
Estos aprendizajes tan enraizados son los que, a mi parecer, impiden o dificultan que
la persona pueda vivir e integrar el amor, el cuidado, la atención a sí misma con un
servicio o un compromiso social de manera constructiva para ella y para los demás. A
esta estructura psicológica-afectiva golpeada y herida se van sumando otras experiencias
posteriores, que hacen más profundo el problema; los patrones y modelos de
comportamiento y de relación con los demás se fortalecen y endurecen cada vez más.
Estas experiencias posteriores son lo que llamo elementos externos.
Antes de continuar quiero aclarar algo sobre la autoestima, apoyándome en Dorothy
C. Briggs, para entenderla de manera más justa y completa:
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“¿Qué es la autoestima? Es lo que cada persona siente por sí misma. Su juicio general acerca de
sí mismo, la medida en que le agrada su propia persona en particular. La autoestima elevada no
consiste en un engreimiento ruidoso. Es, en cambio, un silencioso respeto por sí mismo... Su
sentimiento del propio valor constituye el núcleo de su personalidad, y determina la forma en que
emplea sus aptitudes y habilidades... la autoestima es el factor que decide el éxito o el fracaso de
cada niño como ser humano.” (1).
Cuando hablo de autoestima me refiero, entonces, a la experiencia de sentirse y
saberse una persona digna, valiosa, capaz de ser plena y feliz, y con el derecho a serlo;
que se autorespeta y, que, desde esta plataforma se es capaz de valorar, de respetar al
otro, de amar generosamente y colaborar solidariamente con lo demás.
Elementos externos
Al ver este enlistado en lo sociocultural y en lo religioso, pareciera que todo
está mal, muy desesperanzador. Obviamente que en nuestra sociedad, en la cultura en
nuestra religión no todo está mal. Resalto lo negativo para “conocer internamente”
nuestro pecado para así poder combatirlo. De hecho, en el apartado siguiente, hago un
enlistado de los factores y procesos que, creo, debemos impulsar para vivir más
sanamente nuestra vida cristiana. Pues bien, este enlistado no surge de mi reflexión en el
aire, sino desde el esfuerzo de hermanas y hermanos que ya están viviendo, personal y
colectivamente, estos procesos más humanizadores y evangélicos.
La persona afectada en su autoestima será más propensa a continuar con un
proceso desintegrador. Algunos de los factores externos que apuntalan y agudizan la
situación son:
a) Lo socio cultural:
1. Vivimos en una sociedad donde se promueven formas de pseudoamor (2). Se
reduce el amor a lo sentimental y/o genital, quitándole toda su fuerza
transformadora. Se hace una caricatura del amor y se le mutila toda su capacidad
de compromiso, de entrega generosa, de donación de la vida.
2. Nuestra cultura dicotomiza toda la realidad. Una cosa es el espíritu y otra la
materia, la primera es lo bueno la segunda representa todo lo malo; razónafectividad; divinidad-humanidad; individuo-sociedad, son otras expresiones de
esa división que hemos creado. Esto se expresa en un bombardeo de dobles
mensajes que aturden y confunden a las personas: solidaridad-egoísmo; igualdadélites; justicia-injusticia; paz-violencia; templanza-hedonismo, etc. Estos dobles
mensajes desintegran más a la persona, por un lado se alienta la solidaridad y por
otro se mantiene un sistema egoísta y nada solidario; se pregona la igualdad y se
promueven las diferencias; se habla de justicia y reina la injusticia; se proclama la
paz y se fomenta la industria de la guerra; se dice valorar la templanza y se
promueve la prostitución y el hedonismo, como una industria que genera muchas
ganancias.
3. Visión muy parcial y negativa de lo que es el ser humano. Se enfatiza, teórica y
prácticamente, que la persona vale por lo que tiene. Se impone la visión de que el
sentido de la vida está en el poseer, en el gozo individualista, en el poder sobre los
demás, etc.
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4. En nuestra sociedad se impone una cultura que sobrevalora el placer sensual, en
todas sus expresiones. Es un culto a lo sensual que impide ver el valor y el sentido
del sacrifico, del dolor en la vida humana.
5. El individualismo, mi libertad por encima de todo es un elemento central en esta
cultura. Mi libertad personal y mi singularidad son dioses. Lo que importa son mis
necesidades, mi realización, mi persona por encima de cualquier otra realidad.
6. La ley de la selva, la ley del más fuerte es otro componente de nuestra cultura.
Ser el número uno, estar por encima de todos, utilizando todas nuestras
capacidades para ello. Lo que importa es el éxito y los triunfos personales, no
importa lo que le suceda a los demás. La competencia es otro dios.
7. El fin de las utopías. Se impone una cultura que promueve la ausencia de utopías.
No hay un futuro donde habite el amor, la justicia, la fraternidad, la paz, el amor.
La única alternativa posible es el capitalismo, no hay más. La experiencia, muy
frecuente, de derrotas, de dificultades, de conflicto, y aún de persecución y
agresión contra quienes se comprometen socialmente, agudizan la sensación de
la ausencia de utopías, de la imposibilidad de un cambio real.
Fromm nos ayuda a sintetizar este apartado con la siguiente cita:
“El capitalismo moderno necesita hombres que cooperen mansamente y en gran
número; que quieran consumir cada vez más; y cuyos gestos estén estandarizados y
puedan modificarse y anticiparse fácilmente. Necesita hombres que se sientan libres e
independientes, no sometidos a ninguna autoridad, principio o conciencia moral –
dispuestos, empero, a que los manejen, a hacer lo que se espera de ellos, a encajar sin
dificultades en la maquinaria social-; a los que se pueda guiar sin recurrir a la fuerza,
conducir, sin líderes, impulsar sin finalidad alguna –excepto la de cumplir, apresurarse,
funcionar, seguir adelante-. (3)
Antes de pasar a otro punto, creo muy necesario decir lo siguiente. En muchos
grupos, organizaciones, movimientos (eclesiales, como las Comunidades Eclesiales de
base; sociales, como las Organizaciones no gubernamentales; o políticos, como los
partidos) que luchan y se esfuerzan por cambiar constructivamente a la sociedad también
hay signos destructivos, que han “heredado” de estos rasgos negativos de nuestra
cultura. Se vive un estilo de funcionar y trabajar que no ayuda a quienes participan en
ellos a integrar su vida. El activismo es uno de los rasgos negativos más comunes. Un
activismo “feroz” que destruye a las personas, al no atender armónicamente todas sus
dimensiones y necesidades. Las incoherencias como: luchar por la democracia y vivir al
interior una antidemocracias; luchar contra la corrupción y practicarla; luchar por la
justicia y fomentar el trato injusto; defender los derechos humanos y no respetarlos
internamente; etc., son otra expresión de las deficiencias que no ayudan a las personas a
vivir sanamente su compromiso social.
b) Lo religioso: aquí es necesario aclarar que me estoy refiriendo concretamente a lo
religioso en la esfera de la Iglesia Católica, porque es dentro de ella donde yo y los
hermanos(as), a los que me refiero en este artículo, vivimos nuestro esfuerzo de ser
cristianos(as). También debo aclarar, para ser justo, que los rasgos que expongo no
se viven en toda la Iglesia; sino que se expresan en algunos sectores de ella, a veces
muy numeroso a veces menos.
1. A veces se sobrevalora lo formal, la estructura por encima de la fe, del espíritu, la
libertad, la responsabilidad, la creatividad. Con esto no quiero decir que la fe no
necesite organizarse y estructurarse, pero me parece que hemos caído muchas
5
2.
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4.
5.
6.
veces en el extremo de endurecer la estructura religiosa en detrimento de la
vitalidad que es característica de la fe.
Se sigue manteniendo en algunos sectores una concepción de Dios muy lejana
del Dios que nos reveló Jesús. Un Dios juez, que castiga todo error, todo pecado.
Un Dios al cual se le debe pagar la salvación con sufrimiento. Se mantiene la
imagen del Dios castigador sobre el Dios misericordia. La salvación depende de
nuestras acciones y no del amor gratuito e incondicional de Dios. Desde esta
postura se refuerza la ausencia de la gratuidad, todo debe ser pagado, incluyendo
la salvación. Entonces nuestra respuesta a Dios está más motivada por el miedo a
la condenación, que por un amor maduro, generoso y libre.
Un sector amplio de agentes de pastoral y sacerdotes mantiene una práctica
pastoral inflexible, a veces intolerante.
Con una actitud paternalista, muchos sacerdotes y obispos hemos mantenido a
los laicos(as) en un estado dependiente, casi infantil. No les hemos permitido
madurar su fe, obstaculizamos el desarrollo de su potencial humano y cristiano.
Sigue actuante, en una porción importante de la Iglesia, una concepción muy
negativa del ser humano. Se enfatiza el pecado sobre la gracia. Se insiste en lo
pecador, lo indigno de la naturaleza humana. Todo lo mundano, lo carnal es signo
de maldad.
Muchos cristianos y cristianas seguimos haciendo una lectura muy superficial y
parcial de la Biblia en general y del Evangelio en particular, lo que desemboca en
una práctica cristiana limitada y desordenada. Por ejemplo, se subrayan las
exigencias de tomar la Cruz, de dar la vida, de morir a uno mismo, etc., y se olvida
la parte que complementa: ganar la vida auténtica, vivir plenamente, vivir
abundantemente, en la libertad de los hijos de Dios, etc. Con esta lectura parcial
del evangelio se ha alimentado concepciones erróneas de lo que son la
abnegación, el sacrificio, la mortificación, la perfección. Desde esta concepción el
mandamiento de Jesús de amar a Dios, amar al prójimo como a uno mismo es
difícil de realizar. Quiero agregar una cita, que creo aporta mucha luz a la reflexión
que estamos haciendo:
“Lo que acontece a nivel psicológico tiene también una traducción espiritual. Se nos ha
insistido tanto en el ‘sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’ (Mt 5,48) que
la santidad se convierte en el ideal evangélico de toda persona generosa. La meta seguía
siendo una conducta donde no hubiera fallos ni deficiencias. Los esfuerzos continuos, la
vida ascética, las prácticas de piedad... estaban orientadas hacia este objetivo. El fariseo
que todos llevamos agazapados por dentro realiza su trabajo en silencio, pero con una
eficacia impresionante... Cuando todo el empeño y todas las energías se consagran a esta
tarea, como si fuera el ideal cristiano por excelencia, es muy comprensible que, al detectar
los fallos, incoherencias y debilidades, se produzca el desencanto y la desilusión. El
fracaso, que antes se vivía a un nivel humano y narcisista, se hace más doloroso por su
dimensión religiosa. Lo que ahora está en juego no es el cariño y el aprecio que viene de
las personas –más accidental y secundario para el creyente-, sino el beneplácito de Dios.
El sentimiento religioso agranda aún más la vivencia de la fragilidad, con la que tampoco
se busca la reconciliación: sería como hacer las paces con algo que me impide la amistad
y cercanía del Señor. Una falsa concepción de la fe hace aún más difícil el abrazo
amoroso con la realidad.” (4)
Caminos para vivir evangélicamente el compromiso social
Creo que la clave está en hacer un esfuerzo consciente, deliberado y, sobre todo,
lleno de amor por cambiar nuestra mentalidad, renovar y fortalecer nuestro espíritu. San
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Pablo lo expresa muy bien: “Les pido, pues hermanos, por la misericordia de Dios, que se
ofrezcan como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Este debe ser su auténtico culto.
No se adapten a los criterios de este mundo; al contrario, transfórmense, renueven su
interior, para que puedan descubrir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le
agrada, lo perfecto... No te dejes vencer por el mal; por el contrario, vence al mal a fuerza
de bien”. (Rom 12,1-2.21)
Me parece que podríamos hablar de dos “frentes de lucha”: el psicológico-cultural
y el religioso. Por supuesto que en la realidad estos elementos están estrechamente
unidos, y lo que hagamos para sanar uno de ellos de alguna manera influye en el otro.
Aquí los trato por separado para facilitar mi compartir.
Lo psicológico
a) Fortalecer la autoestima: creo que esto es de primordial importancia. Es una tarea
personal, pero también es una responsabilidad de las organizaciones como tales. Y
no se trata sólo de promover talleres de autoestima o asistir a algún tipo de terapia
personal o grupal, sino que se trata sobre todo de establecer un nuevo estilo de ser
organización, un nuevo modo de relaciones humanas donde se respete y valore a
cada miembro del grupo, un ambiente donde se respire congruencia, aceptación,
empatía, apoyo, fraternidad.
Debemos comprender que la auténtica autoestima implica necesariamente un alto
grado de capacidad de entrega, donación de la vida, compromiso con los otros:
“El niño con alta autoestima rara vez es un niño problema. Él camina, habla, trabaja,
aprende, juega y vive de maneras distintas de las del que no gusta de sí mismo. La seguridad
interna irradia de todas sus acciones. Cuando llegan a adultos, estos individuos son más
capaces de trabajar constructivamente en los problemas y desigualdades que existen en
nuestro mundo. Sus sólidos núcleos les dan la libertad necesaria para ser innovadores y no
hostiles destructores. El niño que posee respeto por sí mismo está predispuesto a
transformarse en miembro constructivo de la sociedad”. (5)
b) Rescatar el concepto y el modo de vivir el amor: se trata de liberar al amor de esa
concepción que lo reduce y le quita potencialidad, desactivar la concepción que
sobrevalora lo genital y corporal, para vivir el amor de manera completa. No se trata
de quitar la dimensión genital, sensual, sino de ponerla en su justo lugar, con relación
a otras dimensiones y expresiones del amor. El reto es recuperar todo la fuerza
transformadora, liberadora, revolucionaria del amor.
c) Abrir nuestra concepción del ser humano: se trata de tener una visión más completa,
más integral, más justa de lo que somos los seres humanos. No se trata de negar
ingenuamente las limitaciones de la condición humana; pero tampoco podemos seguir
permitiendo que se nos imponga un estilo de ser humano, basado en ideologías y
visiones reduccionistas, pesimistas y negativas. El ser humano es bueno por
naturaleza, está dotado de todos los recursos necesarios para vivir
constructivamente. Esta concepción y el estilo de vida que se desprende de ella,
combatirán desde sus raíces a la supuesta ausencia de utopías; también ayudará a
ubicar con mayor armonía al dolor, el sacrifico, etc., puesto que revelará la enorme
capacidad del ser humano para trascender hasta sus necesidades más básicas en
miras de un bien para la colectividad.
d) Fortalecer nuestro proceso de maduración psicológica: es imprescindible que cada
uno se haga responsable de su desarrollo personal. Cada cual deberá tomar en sus
manos la tarea de liberarse de todo aquello que le impide ser una persona sana y
constructiva: apegos, bloqueos, traumas, heridas, etc., como se les quiera nombrar.
7
Y este esfuerzo personal debe ser apoyado por mi grupo de referencia, mi
organización, con estructuras, formas de organizarse y trabajar, medidas operativas
de acompañamiento y cuidado mutuo, etc.
e) Integrar la lucha por el cambio social con el esfuerzo de ser más persona: debemos
caer en la cuenta de que el esfuerzo por ser mejor persona, ser humano pleno no se
contrapone al compromiso de dar la vida para transformar nuestro mundo, son dos
elementos de un mismo proceso de liberación:
“... el cambio social interactúa con un cambio del carácter social (de los individuos); que los
impulsos ‘religiosos’ aportan la energía necesaria para mover a hombres y mujeres a realizar
un radical cambio social, y que por ello, sólo puede crearse una nueva sociedad si ocurre un
cambio profundo en el corazón humano, si un nuevo objeto de devoción toma el lugar del
actual”. (6)
Lo religioso
a) Centrarnos más en nuestra fe para fortalecer nuestra vivencia religiosa: El reto es ser
una Iglesia fraterna, fresca, siempre abierta a lo que el Espíritu nos vaya inspirando.
Crear nuevas expresiones de solidaridad dentro de la Iglesia, con estructuras más
flexibles, que faciliten y promuevan la participación de todos. Una Iglesia que sea
auténtico sacramento de salvación, misericordiosa, acogedora del dolor y sufrimiento
humano, acogedora de pecadores necesitados de posibilidades para rehacer su vida.
b) Enriquecer nuestra imagen de Dios: dejar que Jesús nos revele al auténtico Dios de la
Vida y el Amor. Permitirle a Dios ser él mismo: el Dios siempre dispuesto a perdonar,
el que ama incondicionalmente y sin reserva. Dios padre y madre, de una ternura
infinita, que perdona cualquier pecado. Dios nos ama de tal manera, que su amor es
capaz de curar cualquier deficiencia, imperfección, pecado. Creer, tener fe en lo que
Dios dice de sí mismo, no en las imágenes parciales que nos hacemos de él.
c) Enriquecer, también, nuestra concepción del ser humano: creer profundamente que
Dios nos hizo buenos (Gen 1,31), que somos hijas e hijos dignos de él, llenos de su
vida, hechos a su imagen y semejanza. Para ahondar esta visión del ser humano,
vale la pena leer la Constitución “Gaudium et spes” del Concilio Vaticano II,
especialmente el Capítulo 1: “La dignidad de la persona humana”. Entender que lo
humano no se contrapone a lo divino, sino que son dos expresiones de una misma
realidad. El ser humano, no es Dios, pero forma parte de Él. Creer en lo que Jesús
dice que somos nosotros para él: luz del mundo, sal de la tierra, sus amigos, sus
hermanos. En la medida en que tengamos fe en todo esto podremos, entonces,
ejercer nuestra dignidad de hijos e hijas de Dios con mayor calidad y eficacia: “Les
aseguro que el que cree en mí, hará también las obras que yo hago, e incluso otras
mayores...” (Jn 14,12)
d) Ahondar nuestra relación personal con Jesús: alimentar y profundizar nuestra relación
íntima con Jesús. Identificarnos con él a través de todas nuestras acciones,
pensamientos, deseos, etc. (Fil 2,1ss). Insistir tenazmente en conocerlo cada vez más
para así amarlo y seguirlo más. Desde esta identificación personal con Jesús se
puede vivir a Dios como el único que le puede dar sentido a toda nuestra vida, por
encima de ideologías, buenas razones, grandes causas sociales, etc. Esto no quiere
decir que todo esto sea inservible, lo que planteo es que nuestra vida podrá ser
consistente, plena, feliz, sólo desde la experiencia del único absoluto: el Dios de
Jesús, y todo lo demás vivirlo ordenadamente desde él, amorosa, libre,
responsablemente y conscientemente.
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e) Lectura integral del Evangelio: la Biblia, la Palabra de Dios nos habla de la Historia de
Salvación, no es una historia de condenación. Dios es Vida abundante, su proyecto,
su ilusión es que todas sus hijas y todos sus hijos vivamos felizmente en la
abundancia de amor, paz, justicia, fraternidad, verdad, libertad, gozo, etc... Desde
esta gran verdad debemos leer la Biblia, sólo desde aquí podremos descubrir el
sentido auténtico de cada parte de ella.
En particular podremos articular mejor los polos perder la vida-ganarla; morir vivir;
dar la vida-para recibirla, etc. La aparente contradicción entre, por ejemplo, la
parábola del “Hijo pródigo” (Lc 15,11-32) y el “Juicio final” (Mt 25,31-46) se
desvanecerá, y se podrán entender como partes complementarias de la voluntad
salvífica de Dios. Podremos entender y vivir el sentido de la abnegación como el
esfuerzo de no poner a nada ni a nadie en lugar de Dios, de no apegarnos a nada ni a
nadie para mantener la libertad que nos hace capaces de amar y servir a Dios en
todas las cosas. Y así, el sacrificio, el dolor, la lucha por desapegarnos de las cosas
tendrá un sentido plenificador y liberador: “Seguir a Jesús, pues, no es andar preocupados
por la propia perfección, como si su amor y amistad fuesen fruto de nuestro esfuerzo y buen
comportamiento, sino caminar tras sus huellas, intentando hacer de la propia vida una ofrenda,
como él hizo de la suya, para ponerla al servicio de Dios y de los hermanos. Lo que importa,
más allá de las limitaciones y debilidades, es jugarse la vida por los demás, esperando que
Dios realice su obra de manera gratuita. Y para vivir la gratuidad de la salvación nada hay
mejor que el reconocimiento de la propia menesterosidad e impotencia, a través de los
múltiples fallos e incoherencias personales”. (7)
f)
Ejercer constantemente la actitud y el hábito de discernimiento: por encima de
cualquier ley, norma, institución, tradición está la presencia actuante y viva de Dios,
que sigue trabajando y sopla donde quiere. Estar atentos a los “signos de los tiempos”
para poder responder de la manera más adecuada y eficaz. Ser cristiano implica un
espíritu innovador, creativo, flexible, valiente.
g) Finalmente, y aunque ya está dicho de alguna manera en otros incisos: es vital que a
nuestros grupos, organizaciones, movimientos, agrupaciones, etc. y a nuestra Iglesia
toda les demos una nueva manera de organizarnos, de funcionar, de trabajar. Un
estilo que posibilite a todos crecer y madurar nuestra capacidad de amor, sabiendo
que esto es un proceso y, por lo tanto, con la enorme necesidad de acompañarnos,
apoyarnos mutuamente. Por su puesto que se trata de que todos seamos capaces de
dar la vida por causa del Reino, pero también que facilitemos ese proceso que va de
menos a más. No le pidamos a un cristiano, una cristiana que, desde su primer día de
servicio, de compromiso viva radicalmente su fe de tal manera que sea capaz de
entregar su vida, sin antes darle un acompañamiento adecuado, lo que implica un alto
grado de coherencia y de amor por parte de quien acompaña. Jesús nos dejó el
hermoso encargo de ser pastores, no inspectores, jueces o tiranos. Para formar
mujeres y hombres capaces de amar hasta dar la vida, no hay mejor forma, método
que acompañarnos, en comunidad, amorosamente, con bondad, ternura, sencillez y,
también, con inteligencia y astucia (Mt 10,16).
Cuidando y atendiendo nuestro proceso de maduración, iremos aprendiendo a dar la
vida también y, sólo así, podremos vivir el Espíritu de Jesús, que tan fielmente viven
nuestros hermanos indígenas:
“¿Cómo nos comprometemos los unos con los otros,
para bien de nuestros compañeros?
Que se pierda en nuestro corazón
Todo lo que es sólo para nosotros”
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“La comunidad pone condiciones. El poeta anuncia: comprometernos con los demás, con nuestros
compañeros. No está la idea de que los demás representan obstáculos para nuestra
autorrealización. Los compañeros, al contrario, nos retan. ¿Cuál es el reto? Que nuestro corazón se
libere de todo anhelo egoísta. Los obstáculos para lograr la libertad nacen en nuestro corazón. Al
buscar la autorrealización individual, sacrificamos la comunidad con todo lo que representa. Es decir,
sacrificamos a los demás, a nuestros compañeros y hermanos. Ellos se vuelven las víctimas de
nuestra libertad individualista... por el hecho de que los demás son también sujetos, es decir,
hermanos nuestros que tienen corazón como nosotros, no es posible convertirlos en objetos que
obstaculizan nuestra libertad y que se oponen a ella. La libertad no se logra en oposición a ellos,
sino en colaboración con ellos.” (8)
Referencias Bibliográficas:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
Briggs, D.C. (1970) El niño feliz. Su clave psicológica. España: Gedisa. P. 21.
Fromm, E. (1968) El arte de amar. Buenos Aires: Paidós. Pp. 84 ss).
Fromm, E. (1976) ¿Tener o ser?. México: FCE. P. 86.
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