Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 1 ELEMENTOS HUMANO-ESPIRITUALES PARA LA FORMACIÓN EN EL CELIBATO SACERDOTAL Encuentro Directores Espirituales OSAR Córdoba (Mendiolaza) 27 al 29 junio 2011 P. Rafael Colomé Angelats OP I. DE LA NEGACIÓN A LA INTEGRACIÓN DEL MUNDO AFECTIVO-SEXUAL - La ley del celibato sacerdotal: “Los clérigos está obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios, mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fielmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres” (Código Derecho Canónico, 277 § I). Comentario: El contenido de la disciplina es la renuncia al matrimonio y la obligación de guardar continencia perfecta y perpetua. No es propiamente un voto, sino una consagración total e indivisa a Cristo y al servicio de su Evangelio (Cf. Pablo VI, Enc. Sacerdotalis caelibatus, 24 jun. 1967: AAS 59 [1967] 567-697). 1. De una concepción tradicional dualista y espiritualista: Antes, en la formación para el celibato sacerdotal, se partía de una concepción más bien negativa del cuerpo. Se acentuaban los “peligros” (los enemigos del alma) y las renuncias, con una fuerte carga moralizante. Pero no por ello, el mundo afectivo y sexual dejaban de existir y de hacerse “sentir” de mil formas: culpas, conductas compulsivas, miedos, represiones... Se propiciaba una vida “disociada”: Al negar el cuerpo, necesariamente se caía en una imagen “idealizada” de la vida sacerdotal. No se consideraba la realidad afectivosexual humana con sus conflictos y dinamismos propios. Se partía más bien de un “yo ideal” desencarnado (“espiritualizado”). Formar consistía en buscar que el seminarista asimilara el rol preestablecido de lo que se suponía “debía ser” un buen sacerdote: Casto, obediente, entregado, piadoso, etc. Siempre dispuesto a responder a las demandas del afuera: De Dios, del Obispo, de la gente en la pastoral. Demandas armadas desde un “imaginario” colectivo idealizado. La fragilidad, el límite, el cansancio, la duda, el enamoramiento, etc. se consideraban “tentaciones” a superar a base de voluntarismo y autoexigencia. La formación del celibato consistía en crear hábitos de comportamiento a base de reproducir la imagen idealizada y perfeccionista del sacerdocio, con la obligación interna de responder sí o sí a dicho ideal a base de voluntad y esfuerzo. Con la ayuda de la gracia alcanzaría la santidad (virtud) que consistía en defenderse de toda “tentación de la carne” (identificadas con las necesidades afectivo-sexuales y yoicas) a base de autocontrol, autodisciplina y dominio de sí. Para ello contaba con unos medios adecuados: La oración, la confesión y la ascesis. Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 2 Se hacía una lectura reduccionista o voluntarista de la frase de Pablo: “Te basta mi gracia” (Cf. 2Cor 12,7-10). La gracia supone la naturaleza. Al no considerar los presupuestos humanos, favorecía una espiritualidad “desencarnada” que llevaba a evadir la realidad humana, eludiendo asumir y resolver los problemas afectivo-sexuales de base. No contemplaba la formación humana: Afectivo-sexual. Este modelo se sustentaba en un fuerte presupuesto espiritual: El deseo de Dios y la obediencia a su voluntad. La motivación era el deseo de ser sacerdote. Y en la formación se le invitaba a que respondiera a este deseo interior, a que fuera coherente con lo que sentía (con lo que Dios le pedía). Pero inconscientemente el deseo estaba formado por un modelo de sacerdote muy idealizado. Lo que sentía y buscaba reproducir era el modelo internalizado, adecuando sus conductas al ideal. Y si no se ajustaba (no respondía adecuadamente al ideal) no estaba cumpliendo la voluntad de Dios. Estaba siendo infiel a su vocación. La vida sacerdotal terminaba siendo un cúmulo de normas y deberes que demandaba gran generosidad y capacidad de renuncia. De no darse, el sentimiento de culpa atormentaba interiormente. Pero era incapaz de despertar las energías interiores del corazón (el “sistema operativo” de una persona), al no estar integrado el mundo afectivo-sexual en la opción de vida elegida. Quedaba expuesto al manejo de los mecanismos inconscientes en su relación con Dios y en su ministerio sacerdotal: Heridas, traumas, miedos, defensas, etc., de su historia personal no elaborada humana y espiritualmente. Es enfrentando los conflictos como se resuelven, no negándolos. - Límites de este tipo de formación y concepción del celibato: - Favorece que el seminarista se sobre-adapte. Que actúe un rol acorde a lo que se espera de un “buen sacerdote”. Reproduce un “modelo ideal” que adopta como propio y que exterioriza en conductas esperables. Evita así entrar en su yo real, en su mundo interior y elaborar los conflictos que le genera el estilo de vida que ha elegido: rivalidades, celos, competencias, necesidad de aprobación, de llamar la atención, enamoramientos, decepciones, dudas... o de su historia personal que se reactiva en las relaciones con las figuras de autoridad del seminario (rebeldía, sumisión, ambivalencia afectiva, idealización, etc.). - No enseña al joven a elaborar una imagen real de sí mismo. Debe ser santo, perfecto, es decir, sin defectos, respondiendo siempre al ideal. Deseo desmesurado. Cuando se encuentre con los límites y debilidades, se llenará de culpa. Le habría ayudado más haber desentrañado los mecanismos inconscientes que había detrás de las motivaciones manifiestas por las que deseaba ser sacerdote, o su necesidad compulsiva de alcanzar ciertas virtudes. - No atiende debidamente las necesidades personales. Con el tiempo sentirá que no basta la buena voluntad idealista, que la vida da muchas vueltas… Aparecerán enamoramientos, necesidades de autoafirmación… que no podrá ni sabrá manejar. Nadie le explicó cómo funciona su mundo afectivo-sexual. Se manejaba mayormente desde lo racional o la inmadurez afectivo-sexual. Debía de haber integrando sus necesidades afectivo-sexuales y yoicas en el proceso sacerdotal y espiritual. Haber analizado qué heridas o experiencias lo estaban impidiendo. Y, sobre todo, Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 3 aprender a procesar las sucesivas “crisis” que se le fueron presentando a lo largo de la vida. - Vive en función de expectativas ajenas. Se limitaba a cuidar su imagen externa para ser aprobado y bien visto por los demás (formador, compañeros, Obispo). Vivirá en función de no frustrar las expectativas de la gente (o del obispo). Debe estar siempre a la altura de la vocación. Con lo que termina por no ser él mismo, incapaz de verse en su verdad. Con el tiempo, se impondrán las demandas del “yo real”. Se sentirá usado, cansado de dar y no recibir. Compensará. Se rebelará. Debía de haberse formado siendo auténtico, honesto consigo mismo. Y en última instancia con Dios. 2. A una concepción integrativa y teologal del celibato sacerdotal: Hoy en la formación se busca integrar el mundo afectivo-sexual en la opción de vida celibataria. El celibato y la castidad son una manera concreta (alternativa) de vivir la condición afectiva-sexual humana. La mirada sobre el cuerpo es más positiva. Se evita caer en cualquier tipo de dualismo cuerpo-alma que impida la integración del “yo real” en la opción de vida sacerdotal. La integración del “yo real” se logra a partir del proceso de “autoconocimiento” que tiene lugar en los diálogos de acompañamiento formativo y espiritual. La experiencia relacional que se genera no sólo ayuda a la toma de conciencia de la propia realidad afectivo-sexual, sino que a la vez posibilita elaborar y sanar los vínculos heridos. Se evita así que la persona se disocie en el proceso formativo. “Nada puede ser redimido si primero no es asumido” (S. Ireneo). Hay que buscar que la formación y el acompañamiento espiritual partan de lo que la persona es (lo real) y no tanto de lo que debería ser (el ideal). Este es el objetivo del autoconocimiento: poder asumir, elaborar y redimir el “yo real” que posibilite una respuesta fiel a la gracia de la vocación. Para los candidatos al ministerio sacerdotal, asumir el celibato exige una adecuada formación: “Aprendan a vivir plenamente la renuncia al matrimonio, de modo que no sólo no sufra menoscabo alguno en su vida y actividad a causa del celibato, sino que más bien logren un más profundo dominio del cuerpo y del espíritu y una más completa madurez y perciban de modo más perfecto la bienaventuranza del Evangelio” (OT 10; Cf. Congregación para la Educación Católica, Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal, 1974) “Sin una adecuada formación humana toda la formación sacerdotal estaría privada de su fundamento necesario” (PDV 43). En este campo, señala PDV como urgente, una “educación a la sexualidad que sea verdadera y plenamente personal y que, por ello, favorezca la estima y el amor a la castidad, como ‘virtud que desarrolla la auténtica madurez de la persona y la hace capaz de respetar y promover el significado esponsal del cuerpo’ (Cf. Familiaris consortio, 37)” (PDV 43). “La educación al amor responsable y la madurez afectiva de la persona son muy necesarias para quien, como el presbítero, está llamado al celibato, o sea, a ofrecer, con la Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 4 gracia del Espíritu y con la respuesta libre de la propia voluntad, la totalidad de su amor y de su solicitud a Jesucristo y a la Iglesia” (PDV 43). - De nuevo, lo espiritual va a ser clave: “Para todo presbítero la formación espiritual constituye el centro vital que unifica y vivifica su ser sacerdote y su ejercer el sacerdocio” (PDV 45). Pero una espiritualidad teologal, resultado de un encuentro interpersonal con Dios. Dicha experiencia relacional con Dios ha de constituirse en la base motivacional desde la que el seminarista construya su identidad sacerdotal. “El presbítero, llamado a ser ‘imagen viva’ de Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia, debe procurar reflejar en sí mismo, en la medida de lo posible, aquella perfección humana que brilla en el Hijo de Dios hecho hombre y que se transparenta con singular eficacia en sus actividades hacia los demás, tal como nos las presentan los evangelistas” (PDV 43). [Cf. Capítulo III “El celibato sacerdotal como experiencia teologal”, pp. 16-19] La configuración con Jesús Buen Pastor se logra cuando, como resultado de la experiencia interpersonal que se genera con Dios, la persona va adquiriendo las cualidades humanas y evangélicas de Jesús y vive su ministerio sacerdotal desde dichas disposiciones interiores o actitudes (castidad, entrega, servicio, obediencia, aceptación del otro, intimidad con Dios, misericordia, abandono en Dios, confianza en la Providencia, etc.). Es decir, lo va concretando en un “modo de ser”. Para ello ha de involucrar en esta experiencia teologal todas las áreas de su personalidad: lo afectivo-sexual, lo cognitivo y lo moral. Es lo que permitirá asumir lo que él “es” (su historia, afectividad, sexualidad, etc., en su planos conscientes e inconscientes) y definirse como tal. No es tanto reproducir un rol, como adquirir una identidad. Se hace desde un proceso de identificación con Jesús Buen Pastor. En otras palabras, personalizando la experiencia fundante en una experiencia configuradora, en la cual involucre todo su ser. Y de un proceso de vida en el seminario: Adquiriendo los sentimientos de referencia y pertenencia a la Diócesis, a partir de la convivencia con los compañeros, presbíteros y Obispo, y de la experiencia pastoral y de estudio. - En síntesis: Es integrando lo humano y la experiencia de Dios en los diálogos de acompañamiento espiritual y formativo como se lleva adelante un proceso de madurez humana y espiritual. El objetivo es claro: Que el seminarista vaya formando su identidad sacerdotal, desde la vida en el seminario, el autoconocimiento personal y la experiencia teologal. Se evalúa como criterio de madurez humana y espiritual la adquisición o no de actitudes evangélicas acordes al modelo de Jesús Buen Pastor. Lo más determinante es el proceso interior que hace (honestidad y cambio) que propiamente el amoldamiento externo a la disciplina del seminario, sin dejar de ser un criterio importante e indicativo de idoneidad. II. ¿CÓMO SE INTEGRA EL MUNDO AFECTIVO-SEXUAL Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 5 EN UNA OPCIÓN DE VIDA CELIBATARIA? 1. Conscientes de la renuncia que el celibato trae consigo La renuncia al placer sexual que el celibato exige, se nos convierte en el “prototipo” de toda renuncia que el ministerio sacerdotal conlleva (decepciones, fracasos pastorales, traslados injustificados, soledad, etc.). Despierta una serie de miedos inconscientes: A no poderse desarrollar, a no ser feliz, pleno humanamente. Por eso, la manera cómo se asume esta renuncia nos da la clave para evaluar la consistencia o inconsistencia humana para una vocación que implica donación en dosis considerables. Capacidad de superar la frustración por motivos religiosos sin decaer en la entrega, ni enfriar el corazón. En el varón: “angustia de castración”. Simbólicamente: A la imposibilidad de autoafirmación, de proyección, de realización, de no ser pleno. En la mujer: “angustia por la pérdida de la madre”. Simbólicamente: Al objeto de amor, a no ser amada, querida, aceptada, abandonada, repudiada. Genera tanta angustia como no poderse desarrollar. La vocación sacerdotal exige una doble renuncia: la del deseo original (la madre) y la del placer genital (la pareja). Sin haber elaborado el complejo de Edipo (1ª renuncia), es muy difícil hacer una renuncia consciente y libre al placer sexual como exige el celibato sacerdotal. La frustración se redobla en intensidad, ya que abarca un ámbito de estabilidad emocional que no se exige, por ejemplo, a los casados. No podemos olvidar que el monto de pulsión capaz de ser sublimada es limitado. Siempre permanece un resto de nuestra sexualidad, particularmente en lo que respecta a sus dimensiones genitales y procreadoras, viva en sus aspiraciones más originarias, sin que la sublimación pueda hacer nada para transformarlo y derivarlo hacia otro tipo de actividad. Las argucias del deseo podrían “contaminar” la vida sacerdotal, neurotizándola. En la renuncia sexual, el célibe a través de un acto de su voluntad, hace una renuncia consciente de la satisfacción sexual directa por motivos vocacionales: Porque ha encontrado Alguien que llena su corazón y le invita a seguirlo en una vida sacerdotal celibataria. Busca alejar de sí la atracción que, en un momento dado puede experimentar hacia otra persona, una imagen o en sí mismo. Borrando de su mente el poder estimulante del objeto erógeno, trata de evitar cualquier tipo de conducta que venga a significar la realización del impulso estimulado y la transgresión de su compromiso de castidad. Es fundamental que la renuncia al deseo no venga impuesto por demandas “superyoicas”, llevado a cabo por rígidos y amenazantes sentimientos de culpa, por cuanto nos estaría indicando que es fruto más bien de la represión, sino que se haga de un modo sereno, no violento y consciente. No todo es sublimable y de forzarse, sería un signo de que el superyó está actuando con toda su severidad. Por sus frutos se verá: Es la evaluación global de la dinámica del individuo la que nos indica si su organización lo consiente sin enfermar o no, sin que ello le exima de la tensión y el conflicto. La clave es el grado de estabilidad interna. Hay que evaluar si la conflictividad de la renuncia desestabiliza a la persona o, por el contrario, mantiene en su conjunto un grado de estabilidad que, probablemente no sería posible en una opción de vida diferente. No repercute negativamente en su capacidad de amar, los sentimientos altruistas no se diluyen, la pastoral y el ministerio sacerdotal le proporcionan plenitud y sa- Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 6 tisfacción, el vínculo con Dios se fortalece y madura en intensidad. Los sentimientos de amargura, resentimiento, insatisfacción, fracaso o vacío no se instalan en su corazón. Importante que la persona no viva su sacerdocio angustiado (con miedos y culpas) ni tenga que defenderse de cuanto le rodea con la represión, la negación, la proyección, la escisión o la disociación. Terminaría desvirtuando el sentido último de su vocación: la plenificación y realización humana y espiritual. Nos estaría indicando que no alcanzó la madurez afectivo-sexual: Que siguen sin resolverse las problemáticas edípicas. Le dificultará la intimidad con Dios y no encontrar satisfacción en su ministerio sacerdotal. 2. La sublimación de la pulsión en la opción celibataria Definición de sublimación: La sublimación expresa el potencial creador que encierra la sexualidad humana. A través de la sublimación la persona desvía el fin propio de la pulsión (la obtención de placer sexual) por otro fin no sexual (de valoración social, cultural o religioso); y cambia el objeto de amor sexual por otro no sexual (Dios, Reino, Iglesia, prójimo, etc.), como fuente de placer para el yo. La sublimación es la capacidad de emplear la energía sexual para otros fines distintos de los sexuales, de valoración social, cultural o religiosa. A través de la sublimación el sacerdote puede transformar su energía sexual en obras concretas de altruismo pastoral o social, creatividad artística, científica o espiritual y, a la vez, tramitar sanamente los ideales religiosos o éticos que surgen de su vocación sacerdotal. No tomar la posibilidad de la abstinencia sexual como sinónimo de capacidad sublimatoria. La abstinencia sexual puede darse por razones superyoicas: Fruto de una conciencia moral severa y castigadora que impone de una manera inconsciente la negatividad a obtener placer sexual, generando los síntomas neuróticos (rigidez, culpa, escrúpulos, etc.). El celibato y la castidad por el Reino, además de ser un don sobrenatural, un valor Cristológico, han de producir salud psíquica, desarrollar todas las potencialidades afectivosexuales, cognitivas, morales y espirituales del sacerdote. Generar plenitud humana y espiritual: una vida fecunda. El celibato en sí no enferma. Lo que genera neurosis es el tipo de motivación inconsciente que pueda haber detrás de la denegación del placer sexual. Desde el punto de vista psicológico, los procesos sublimatorios son los que garantizan una vida sacerdotal auténtica, no neurótica. Por cuanto permiten desplegar todo el potencial creador que encierra la sexualidad humana, sin recoger el carácter destructivo y negativo de las pulsiones sexuales y agresivas, provocando las patologías propias de los procesos represores. La capacidad sublimatoria es un buen indicador de idoneidad y autenticidad, ya que establece los presupuestos humanos que garantizan la organización psíquica capaz de sostener una vida sacerdotal sin desestabilizarse ante la denegación del placer sexual que le impone el celibato, las frustraciones que trae consigo el ministerio pastoral y las “purificaciones” que trae consigo todo proceso espiritual. Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 7 Para ello, es imprescindible que la persona tenga integrada su afectividad y sexualidad positivamente. Lo cual no significa que no tenga conflictos, ni viva su vocación con límites y tensiones. Al contrario. Pero los puede vivenciar sin desestabilizarle a nivel psicológico o vocacional. Las dificultades, problemas o incluso pecados, los puede revertir en crecimiento y madurez en su vida ministerial y en su relación con Dios. Según Freud, las “series complementarias” que explicarían la formación de la neurosis, dan razón de la posibilidad de una opción celibataria sana, merced a los procesos sublimatorios. La frustración pone en marcha los factores predisponentes del individuo: la capacidad de la persona para destinar montos de energía a actividades sublimadas, o por el contrario, los mecanismos represores, estancando la pulsión y conflictuando la persona, generando los síntomas neuróticos. En síntesis, para poder sublimar la persona debe de haber logrado un equilibrio entre los factores endógenos (constitucionales + historia sexual infantil: predisposición) y exógenos (vivenciar actual o motivo desencadenante: frustración) que posibilitan la vivencia positiva del ministerio sacerdotal y de la espiritualidad que lo sostiene. La sublimación, no es fruto exclusivamente de la buena voluntad y de los propósitos de un individuo (aunque lo precisa), –de hecho “no sublima el que quiere, sino el que puede” Villamarzo–, sino que se realiza por sí misma en el nivel inconsciente del aparato psíquico, cuando y en la medida que se den las condiciones adecuadas de carácter interno y externo: 2.1. Condiciones de carácter interno: - Punto de partida: Para que se desencadenen los mecanismos sublimatorios, el celibato debe ser fruto de una elección libre y consciente por parte del candidato al sacerdocio. Cuando el celibato o la castidad se asumen por obligación, temor o deber: Desestructura. Sólo cuando es por elección libre, fruto de una vocación (llamada), es decir, por amor a Dios y al Reino: Equilibra. Por lo que es importante: 1º Contar con un fondo motivacional: La castidad por el Reino y la invitación al celibato ha de vivenciarse como don y gracia. “Hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos ¡El que pueda entender, que entienda!” (Mt 19,12). Surge de la llamada vocacional, fruto de una experiencia de fe, que nos asemeja con Cristo Cabeza y Pastor y se nos da en la comunidad eclesial, en orden a una fecundidad espiritual. Un don que se vive en tensión y limitaciones: “un tesoro en vasijas de barro” (2Cor 4,7-12). “El sagrado celibato es un ‘don precioso” que Dios da con liberalidad a sus llamados; sin embargo, es deber de éstos poner las condiciones humanas más favorables para que el don pueda fructificar (Cf. OT 10; PO 16; PC 12; ET 29). Por esto incumbe a los educadores promover en sus alumnos el aprecio del don del celibato, la disposición a abrazarlo, el reconocimiento de su presencia y su encarnación en la vida del aspirante” (Congregación para la Educación (1974). Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal, 1). A la hora de acompañar a un candidato al sacerdocio, deberemos trabajar tanto sus motivos conscientes como inconscientes. Éstos últimos, aparecen gradualmente a lo largo de los años, a partir de las crisis que se generan y que obligan a una purificación” de las Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 8 motivaciones. Las cuales pueden ser insuficientes o incorrectas. Sólo son auténticas cuando el “deseo” de ser sacerdote o el “ideal” por la vida sacerdotal llevan al seminarista una experiencia relacional con Dios. Y es desde dicha experiencia donde decide seguir a Jesús Buen Pastor como sacerdote. Fruto del encuentro interpersonal con Él, decide cumplir su voluntad. [Cf. Capítulo III: “El celibato sacerdotal como experiencia teologal] 2º Tener unas raíces religiosas sólidas: Para que le posibilite de adulto una experiencia de Dios teologal que integre lo humano. La religiosidad se va armando 1º desde pequeños: arraigada en los vínculos con la madre / padre, en un ambiente familiar donde la fe y su práctica son habituales, con “modelos” de fe con “convicción”... Ponen las “raíces” afectivo-religiosas para una experiencia de Dios consistente. Un 2º momento clave será la adolescencia: Cómo resuelve la “crisis” existencial y religiosa, a partir de la cual, probablemente tome la decisión de ser sacerdote y se defina a la vez su mundo afectivo, sexual y cognitivo adulto que ha de integrarse en su religiosidad, ahora elegida libremente. 3º Haber logrado una consistencia afectiva: La afectividad es el conjunto de la vida anímica, es decir, de emociones, sentimientos y pasiones que un individuo puede experimentar a través de las distintas situaciones que vive y que influyen en toda su personalidad, conducta y experiencias vitales, como la capacidad de amar. Se desarrolla a la par de la pulsión sexual (deseo). Contrarresta la soledad y el desamparo. Los afectos son el “sistema operativo” de una persona. Sin una estructura emocional estable (labilidad o inestabilidad emocional) y una vida afectiva satisfactoria (carencias, heridas, etc.), no se consolida la personalidad. Sin afectos no hay salud, sino estrés y angustia (tensión y malestar). No hay nada que nos haga gozar más que los afectos, ni sufrir más. Descubre que el ser humano antes que un “ser para la reproducción” es un “ser para la comunicación”, el contacto y la vinculación. Se espera que la afectividad del sacerdote le permita mantener vínculos profundos, confiables, seguros, firmes y maduros con hombres y mujeres. Lo mismo en la relación con Dios. Ésta se nutre del sustrato afectivo de la persona para garantizar una auténtica experiencia relacional con Él. Que sea una persona con capacidad de intimar y respetar la alteridad del otro. Sin recurrir a apegos simbióticos o al aislamiento defensivo. Con capacidad de relacionamiento, comunicación y dialogo con las figuras de autoridad, los compañeros del seminario (presbiterio) y con personas de ambos sexos en la pastoral y con la familia de origen. - Imprescindible: Tener trabajadas las “heridas” afectivas de la historia personal y haber reubicado internamente las figuras paternas a través de una resignificación afectiva y mental de las mismas. Es decir, haber hecho el “desapego” de los vínculos primarios que le permita cierta autonomía afectiva. Esto es lo que le permitirá “separarse” e “individualizarse” de los padres y logar cierta consistencia afectiva: Poder asumir un proyecto de vida propio (de lo contrario quedará “apegado” a su madre/padre); e incorporar nuevas “figuras de apego” como amigos, compañeros del seminario, personas del otro sexo y a Dios (los padres pierden la “exclusividad”). De este modo se podrá abrir a un mundo afectivo adulto (y no hacer una regresión y fijación infantil), clave para poder mantener relaciones interpersonales satisfactorias y una experiencia teologal con Dios. Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 9 - Desarrollo afectivo esperable: A partir de los primeros vínculos con los padres, de las experiencias de pertenencia a una familia, del cariño, afecto y amor recibidos, de la posibilidad de expresar sentimientos, de sentirse acogido, querido, valorado por el entorno familiar... Se va formando la estructura interna básica de la persona, su seguridad emocional y consistencia afectiva. Pero en este proceso vincular pueden producirse “heridas” que dejan una profunda huella en su mundo interior: fragilidad y labilidad afectiva (inconsistencia personal). En un inicio el mundo afectivo del niño es vulnerable y a la vez demandante, absorbente, posesivo, impulsivo, incontinente y dependiente en sus reclamos de afecto. Con rasgos egocéntricos y narcisistas. Muy expuesto a heridas. A partir de la adolescencia el mundo afectivo se abre a nuevas figuras de apego de ambos sexos, fuera del círculo familiar, a la vez que se arma un nuevo espacio de referencia y pertenencia. A partir de esta etapa de la vida, si la persona cuenta con recursos propios (sanadas las “heridas” y realizado el “desapego”) su mundo afectivo se vuelve adulto: con capacidad de intimar, confiar y abandonarse en el otro; integra la diversidad y la alteridad positivamente; tolera la ausencia del amigo (no hay dependencia absorbente); se permite expresar sus afectos y ser auténtico consigo mismo y con los demás. Tiene los presupuestos de madurez humana para una experiencia teologal con Dios. 4º Tener la sexualidad integrada: Se espera que el sacerdote tenga una representación mental y un sentimiento del propio cuerpo positivos, haya internalizado correctamente la masculinidad, tenga definida la orientación sexual y pueda manejar con serenidad los impulsos sexuales o agresivos. Esto le permitirá encontrar en la pastoral un espacio de realización y gozo personal, en el que se sentirá fecundo y creativo, con capacidad de relacionándose satisfactoriamente con varones y mujeres y de mantener un vínculo profundo y fiel con Dios. - Imprescindible: La sexualidad determina la condición humana desde la que vivimos el celibato sacerdotal. Ahora bien, la sexualidad no se reduce al conjunto de condiciones anatómicas y fisiológicas que caracterizan a cada sexo (varón o mujer). Es decir, a la mera genitalidad. Sino que –en cuanto pulsión o deseo– incide en toda la persona, como por ejemplo, en el modo de vincularse, pensamientos, decisiones y actos. Madura a partir de un doble principio de progresión (por etapas) y diferenciación (se define). Por lo que, al ser una realidad dinámica y evolutiva, fallos a nivel del desarrollo, fijaciones, heridas, traumas, conflictos, etc. repercuten en la formación de la personalidad y condicionan el deseo sexual. De ahí la importancia de trabajar en el acompañamiento formativo todos aquellos elementos que podría condicionar la elección celibataria para que no se haga por represión, evasión o negación del mundo sexual (por algún trauma o conflicto afectivo-sexual no resulto). En casos especiales, incluso ser indicador de falta de idoneidad para una vida celibataria (por homosexualidad o por una doble vida), o ser signo de alguna patología (como la pedofilia, por ejemplo). El celibato se vive desde una condición sexuada. Esto implica un proceso complejo en el que se deben ir integrando los distintos elementos que configuran la identidad sexual humana y que inciden en nuestra personalidad y modo de desear sexual: a. Integración del cuerpo como una realidad sexuada: En la etapa prenatal se forma nuestra identidad sexual de base como varón o mujer. Conformada por el tipo de Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 10 genes (cromosomas XY o XX), gónadas (genitales internos y externos) y sistema neurohormonal (andrógenos: testosterona y androsterona; estrógenos: foliculina y progesterona). Con la pubertad, el sexo alcanza su madurez anatómica y fisiológica. A la mitad de la vida, se producirán nuevos cambios biofisiológicos que incidirán en toda la persona. Descubrimiento de la pulsión: A partir del nacimiento, el bebé descubre progresivamente el propio cuerpo como una realidad sexuada, con zonas erógenas (piel, boca, ano y genitales) y con capacidad de experimentar placer a través de dichos órganos... A la vez le surge la curiosidad y el interés sexual infantil... Va descubriendo las diferencias anatómicas niño/a... Se va formando así la estructura libidinal que condicionará la vivencia adulta de su sexualidad. Este descubrimiento “autoerótico” de la pulsión puede hacerse de una manera armónica y gradual; o conflictiva por sobre-estimulaciones, traumas, rigidez moral, etc., incidiendo de una manera positiva o negativa en la sexualidad de la persona. Es clave que el niño haga dicho descubrimiento desde unos vínculos con los padres y una pertenencia familiar consistente que le permite integrar positivamente el cuerpo como una realidad sexuada. Esto le posibilitará salir del “autoerotismo” y abrirse a una “relación objetal” adulta desde el amor y la confianza en el otro. Indicadores de la integración del cuerpo como una realidad sexuada: Evaluar qué tipo de representación mental tiene del propio cuerpo y qué sentimientos despierta en él. Se expresa por cómo se maneja en la higiene, cuidado del cuerpo, salud, vestimenta; si niega o acepta sus atributos anatómicos de varón (imagen corporal); su fisiología (erección, poluciones, etc.); sus pulsiones sexuales y agresivas; si oculta o muestra su cuerpo, si hay erotización del cuerpo (seducción); patologías (anorexia, bulimia); niveles de erotofilia o erotofobia. Una no integración del cuerpo acostumbra a ir acompañada de una concepción negativa del sexo, fuertes sentimientos de culpa, escrúpulos, rigidez moral. Y una religiosidad en la que se sobrevalora el dolor, el sufrimiento, las penitencias y la ascesis… b. Masculinidad (género) bien internalizada: Según el recién nacido sea varón o mujer, se le viste con un tipo u otro de ropa, juega con unos determinados juguetes, se le enseñan unas conductas específicas..., de tal manera que el chico o la chica van incorporando, según cada cultura, un rol de género específico, a la vez que se va vivenciando a sí mismo como “hombre” o “mujer”. Se va internalizando así una forma de “sentirse” (masculina o femenina) y de actuar propias de lo masculino o de lo femenino. En ello han influido las características físicas derivadas del sexo biológico, los roles sexuales parentales y la posibilidad de identificarse con el partener del mismo sexo o no, la educación genérica recibida, las experiencias afectivas siendo niño, la cultura en la que se desenvuelve... Es importante que en la educación recibida, las diferencias anatómicas no se vivencien como legitimación de desigualdades sociales, culturales, laborales, educativas, etc. en las que el “estereotipo” de masculinidad se defina desde la dominación y el poder sobre el sexo femenino, la necesidad de demostración de la virilidad y la baja expresión de los afectos en general. Por cuanto, va a condicionar el tipo de relacionamiento con la mujer, considerada débil, sumisa, emotiva, objeto sexual. Como sacerdote le va a resultar difícil un relacionamiento positivo con la mujer, mantener una amistad sincera y profunda con ella. Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 11 Va a tener que manejarse desde las defensas o la necesidad de virilidad le llevará a la promiscuidad sexual. Indicadores de una masculinidad bien internalizada: Evaluar qué sentimiento de masculinidad manifiesta (cómo se “siente hombre”) y el rol de género que ha adquirido (con qué tipo de conductas expresa su masculinidad). Evaluar los niveles de misoginia y modo de relacionamiento con la mujer (si es a través de chistes, descalificaciones; o por el contrario, hay una valoración positiva del otro sexo, puede mantener una relación igualitaria y vincular con ella); cómo se relaciona con el varón (desde actitudes de rivalidad, lucha de poder, competencia; o por el contrario, es integrador, dialogante, acogedor, comunicativo, etc., con un vínculo fraterno y de amistad). c. Orientación sexual definida: En el ser humano, la pulsión no está unida al ob- jeto indefectiblemente, como en los animales. El objeto de atracción sexual viene orientado en buena parte por la tendencia biológica, pero también se va definiendo según la propia auto-biografía (historia vincular), el influjo cultural y la decisión personal. El chico/a va descubriendo progresivamente por qué tipo de objetos se siente atraído sexualmente, es decir, hacia los que se orienta o dirige su deseo sexual. La atracción puede ser hacia personas del otro sexo (heterosexuales); del mismo sexo (homosexuales); de ambos sexos (bisexuales); o incluso, en casos patológicos, estar desviado de lo humano (parafilias): hacia menores o personas que no consienten (pedofilia, ebefemia, violadores), objetos no humanos (fetichismo, zoofilia), el sufrimiento y la humillación (sado-masoquismo), etc. Uno de los factores claves en la orientación sexual viene dado por las vicisitudes del deseo en el hallazgo del objeto de atracción (satisfacción). Es la historia de las relaciones interpersonales de cada individuo, la educación recibida, las experiencias vividas, etc., las que determinan, en última instancia, el tipo de objeto deseado. Justamente los avatares con el objeto y la plasticidad o movilidad de las investiduras libidinales, son los que marcan las vías o caminos que posibilitan la sublimación de las pulsiones. Y son, también, las que nos dan razón de la orientación heterosexual u homosexual. En el caso de las personas homosexuales, se evidencia la falta de una relación de intimidad con el progenitor del mismo sexo. Así, los varones homosexuales presentan como una de las causales de su opción sexual una vivencia de la figura paterna como distante, poco implicada y frecuentemente, débil u hostil. Mientras que, por el contrario, la figura materna ha sido cálida y sobreprotectora en demasía, frenando el crecimiento hacia la diferenciación. Por consiguiente, como las vicisitudes del deseo en el hallazgo del objeto son distintas en cada sujeto, como lo biológico (genético u hormonal), el influjo cultural y la propia definición: Existen tantos tipos de homosexualidades, como de personas homosexuales. En la homosexualidad “profundamente arraigada” (Instrucción, 2005) que excluiría para una vida celibataria, difícilmente la persona puede integrar (controlar positivamente): tanto los impulsos sexuales, cayendo en la promiscuidad sexual, comprometiendo su castidad; como los estados emocionales (necesidades afectivas), buscando vínculos fusionales (de pareja), creando un tipo de convivencia y relacionamiento contrario a su opción de vida sacerdotal. Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 12 Lo que va a ser clave para discernir la idoneidad para una opción de vida celibataria es la integración de la personalidad más que la orientación sexual en sí (lo mismo cabe afirmar para las personas heterosexuales). “Esta integración conduce a la madurez afectivo-sexual, que se demuestra, entre otros elementos, en un concepto y una aceptación positivos de sí, en un buen grado de empatía y de capacidad de relación, en una sólida conciencia de saber poner límites y renuncias para alcanzar los ideales que la persona de propone. Esto es lo primero que debe buscar el formador: personas integradas y maduras” (J.R Prada, 2007, p. 265). La madurez integral de la persona se nos convierte, así, en un criterio básico de discernimiento vocacional, por cuanto indica los recursos con que cuenta una persona para vivir honestamente una vida celibataria y casta. Cuando hablamos de madurez integral nos referimos a los recursos personales con que cuenta la persona: Estabilidad emocional, valores morales internalizados, capacidades cognitivas, experiencia de Dios, ambiente contenedor, transparencia y honestidad de vida... En suma, una personalidad consistente. Por cuanto está en mejores condiciones para manejar el nivel de angustia por la propia orientación sexual y resolver las dificultades que se le presentan en su funcionamiento social (problemas de relacionalidad). En la medida en que la homosexualidad esté integrada, permite un mayor control de los impulsos sexuales y un manejo más autónomo de los vínculos. - Indicadores de la orientación sexual: En concreto, considerar si el seminarista tiene comportamientos homosexuales manifiestos, el tipo de dependencias afectivas que genera, el grado de estabilidad emocional que presenta, los ambientes sociales que frecuenta (de cultura gay o no); relacionamiento con el otro sexo, experiencias de noviazgo, enamoramiento, manejo de los impulsos sexuales (masturbación, relaciones sexuales); conductas extrañas o llamativas de connotación sexual (a qué deseo sexual apuntan), etc. 5º Tener un tipo de estructura moral que le permita humanizar la pulsión: La pulsión sexual encierra desde sus comienzos unas dosis fuertes de egoísmo, agresividad, anarquía incontrolada. De naturaleza “perverso-polimorfa”, la pulsión necesita ética para humanizarse. Es imprescindible para asumir el celibato haber incorporado en la vida un cuadro de valores morales y tener la conciencia moral formada. Y a la vez, contar con un superyó estructurado pero flexible (que no esté dominado por la culpa, la rigidez o el idealismo perfeccionista, autoexigente y voluntarista) que le permita dar distintos destinos a la pulsión (entre ellos, la sublimación). En la pedofilia, por ejemplo, la estructura moral no está internalizada, por carecer de un superyó que ponga límites a la pulsión. De ahí que la persona pedófila no considera inapropiada su tendencia o conducta, por lo que no presenta sentimientos de culpa o vergüenza, la atribuye a un efecto de la seducción por parte del menor o la justifica como un modo de educación sexual para éste. De carácter manipulador y seductor, fácilmente engaña con su trato de preferencia y amabilidad hacia los niños/as. La sexualidad madura a través de la moral. El joven va armando su estructura moral en la medida que va integrando el “deseo” (necesidades afectivo-sexuales) con el “deber” (normas éticas). Es decir, “trascendiendo” sus necesidades y deseos afectivos y sexuales: Adheriéndose a valores éticos y religiosos porque para él tienen sentido, concretándolos en actitudes evangélicas y actuando coherentemente según el proyecto de vida elegido. Y que Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 13 le permita, además, sentir arrepentimiento moral por sus culpas y pecados; y no sentimiento de culpa: remordimiento. De lo contrario, su vida girará entorno a la satisfacción inmediata de los impulsos sexuales y necesidades afectivas o de autoafirmación. Incapaz para asumir deberes, obligaciones y responsabilidades. - Para la integración positiva del “deseo” en el mundo moral y espiritual ha de realizar todo un trabajo personal de “re-significación”: - Poner palabras a lo que le pasa (sentimientos, emociones, sensaciones afectivo sexuales...); - Aceptar su realidad y su pasado (su historia personal y familiar, su cuerpo, su orientación sexual, sus heridas...); - En personas moralmente rígidas: reconciliarse y desculpabilizarse (la culpa llena el corazón de remordimiento y resentimiento, de una mirada agresiva y destructiva hacia sí mismo, los demás y Dios que le bloquea cualquier proceso de liberación); - Revisar el propio autoconcepto y cómo se siente consigo mismo, ya que condicionan su autoimagen y autoaceptación; - Rescatar los puntos fuertes y potencialidades que oculta de su personalidad... Para que le posibilite vivir las necesidades afectivo-sexuales desde valores éticos y religiosos. 6º Contar con recursos cognitivos: Es una de las vías principales de sublimación de la pulsión, por cuanto desarrolla la capacidad creativa y simbólica de la persona. A través de ellos, el seminarista puede desplegar la dimensión estética en la liturgia y la pastoral, en la música, el canto, la poesía, la literatura... Disfrutar de la belleza del arte en todas sus expresiones. Además, le permite no sólo un buen desempeño en los estudios, sino disfrutarlos e integrarlos dentro del proyecto de vida elegido. Y le estimula la voluntad tan necesaria para perseverar en las tareas que emprende, superarse a sí mismo y esforzarse en la vida espiritual (mantener la fidelidad al vínculo con Dios y a la vocación sacerdotal). En este sentido, contribuye a la formación del carácter de la persona (modo de ser). Importante poder evaluar cómo se desenvuelve a nivel de estudios, tipo de distracciones (teatro, cine, música, etc.), habilidades para el arte o el deporte, etc. Fomentar todo aquello que estimule el mundo cognitivo. Que los estudios de teología retroalimenten su experiencia de Dios y su vida pastoral. Evaluar la tendencia a encerrarse en el mundo intelectual para evadirse de la realidad. Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 14 2.2. Condiciones de carácter externo - Punto de partida: La capacidad sublimatoria no sólo depende de factores endógenos, sino también exógenos. Es decir, que el sacerdote pueda contar con una serie de condiciones de carácter externo adecuadas para vivir el celibato. Hay estructuras que sanan y estructuras que enferman. No podemos dejar de considerar el papel fundamental que juegan las mediaciones propias de la vida y ministerio sacerdotal en la capacidad de asumir una vida celibataria. En concreto, las estructuras en las que se desenvuelve la vida y ministerio, han de permitirle: Procesar la frustración (no sólo la abstinencia sexual, sino, por ejemplo, un fracaso pastoral, un desengaño afectivo, las crisis que trae consigo el ministerio sacerdotal); Que el nivel de tensión que le genera la vida y el ministerio sacerdotal no le desestabilice permanentemente (no pierda el humor, no cambie el carácter, ni se vuelva amargado o resentido, ni huya de la realidad o deje de entregarse y de orar); Ni le impida encontrar satisfacción en lo que hace (oración, trabajo pastoral, relaciones con los sacerdotes, amistades, distracciones sanas, vínculos familiares, etc.). - Entre las mediaciones propias de la vida y ministerio sacerdotal, señalamos: 1º La acción de la gracia es el factor que ayudará y sostendrá este proceso. No podemos olvidar que Dios tiene un papel protagónico en la vida de cada uno. Su presencia y acción sostienen y alientan al sacerdote en su vida y entrega. Su importancia no es menor, al contrario, es el que dirige y fundamenta todo. En el apartado siguiente lo ampliaremos al tratar: “celibato sacerdotal como experiencia teologal”. Es quien permitirá la síntesis integrativa de las condiciones de carácter interno y externo que posibilitan una vivencia satisfactoria de la vida sacerdotal célibe, sin desestabilizar psicológicamente a la persona. Sólo una experiencia interpersonal con Dios profunda y constante puede sostener el celibato sacerdotal. Éste exige una perseverancia en la oración diaria. Priorizar los encuentros íntimos y profundos con el Señor que permitan la experiencia viva de Dios. Ahí es donde la acción de la Gracia es más efectiva, junto con la celebración de la eucaristía y el sacramento de la reconciliación. Como indicaremos en el siguiente capítulo, el celibato se sustenta en una experiencia teologal. 2º Contar con un medio de vida pastoral adecuado: Que la pastoral sea un espacio de afirmación y realización personal, donde pueda gozar y disfrutar de su entrega al Reino y a la Iglesia. Que pueda desplegar sus sentimientos altruistas y de amor universal. Es importante que cuente con un ambiente estimulador, con tiempos para la oración, sin ritmos estresantes permanentes, con espacios de descanso, sin demasiadas tensiones, donde los conflictos se enfrentan, con un proyecto claro, etc. Con un modelo de vida que integre lo humano, donde la persona pueda afirmarse, expresar su mundo interior, vincularse, crecer humana y espiritualmente..., además de entregarse y sacrificarse por los demás. Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 15 3º Contar con un espacio de pertenencia y referencia diocesana acogedor: La vida y el ministerio sacerdotal se desarrollan desde un lugar diocesano concreto. Un elemento clave de la identidad sacerdotal es la relacionalidad del presbítero con el Obispo y con el presbiterio (sin olvidar tampoco la comunidad parroquial). Asienta la vida afectiva, a la vez que permite identificarse con un proyecto de vida diocesana común. La forma como se integran los sentimientos de “pertenencia” y “referencia” diocesanos (modalidad de relacionarse y vincularse) marcarán el “estilo” de ministerio sacerdotal que se asume, como su conflictividad o satisfacción. Importante que desde el seminario aprenda a dialogar sus problemas, proyectos y decisiones con las figuras de autoridad (Obispo, presbíteros, formador, director espiritual, etc.) y con los demás compañeros. Y aprenda a relacionarse (vincularse) con todos. 4º Tener vínculos de amistad: Es importante que la persona pueda sentir que sus necesidades afectivas se pueden satisfacer entre sus hermanos sacerdotes o del seminario, a través de amistades con varones o mujeres. Que pueda contar con vínculos en los que puede recibir afecto y cariño, tener confianza, abrirse a la intimidad de ser acogido, recibido gratuitamente por el otro. Necesitamos amar y ser amados. Comunicarnos, tener amistades, relacionarnos con la familia, matrimonios amigos, compañeros, etc. Todo lo que dé contención afectiva. 5º Mantener los vínculos con la familia de origen: En este sentido, es fundamental no perder los vínculos con la pertenencia de origen: padres, hermanos, sobrinos, etc. Lo cual exige haber definido y jerarquizada los “apegos” para que no esté condicionado por un conflicto de “doble pertenencia” que restaría energía a la opción de vida sacerdotal y al ministerio pastoral, absorbido por el cuidado y atención de los problemas familiares. 6º Como también contar con hobby, distracciones sanas, lectura, arte, deportes, etc. Son espacios de distensión y canalización de la pulsión. Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 16 III. EL CELIBATO SACERDOTAL COMO EXPERIENCIA TEOLOGAL 1. El celibato es una “vocación” - La identidad y espiritualidad sacerdotal la dan el sentido teológico que encierra el sacerdocio ministerial. La espiritualidad no es un sobreañadido para asegurar la actividad apostólica, ni un ropaje adicional a lo que supone ser sacerdote. Identidad y espiritualidad se interrelacionan. La identidad de la espiritualidad sacerdotal se encuentra en el sentido teológico que encierra el ministerio. La espiritualidad va a depender de la concepción del sacerdocio que se tenga, de la teología del ministerio que se profese. De ahí que detrás de la crisis de espiritualidad hay una crisis de la identidad sacerdotal. Importante tener presente que: La espiritualidad del sacerdote parte del ministerio: “Los presbíteros conseguirán propiamente la santidad ejerciendo sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo la triple función” (PO 13; Cf. PDV 23-26). Tres fuentes y medios a la vez de su espiritualidad: Gobernar (animar y dirigir la comunidad), santificar (sacramentos-liturgia) y enseñar (la transmisión de la Palabra). Ahora bien, más allá de lo “funcional”, lo específico del presbítero es significar la presencia de la persona y de la actividad de Cristo mediador en la Iglesia: Actúa in persona Christi (no por propia iniciativa, sino por iniciativa de Dios que lo llamó al ministerio sacerdotal). Esto le ha de llevar a plantearse su ministerio y su vida sacerdotal desde la relación con Cristo, lo cual le exige una actitud receptiva-contemplativa permanente a lo largo de la vida. Lo mismo cabe decir de la valoración del celibato. Según la concepción teológica que se tenga del sacerdocio, se concebirá el celibato como algo inherente a la identidad sacerdotal o se vivenciará como una “disciplina” a la que se siente obligado aceptar para poder ejercer el ministerio sacerdotal. Difícilmente lo vivenciará como un valor cristológico (por identificación con Jesús), sino que lo sentirá como una imposición. Con lo cual, queda comprometida la posibilidad de carácter interno para la sublimación de la pulsión. - El sacerdocio sólo se puede entender en referencia a Cristo cabeza, sacerdote, rey y profeta, de quien los ministros de la Iglesia son signo y sacramento en virtud de su ordenación (LG 17;21;28; PO 2-3;5-6). La relación con Cristo Cabeza y Pastor, como signos e instrumentos suyos, conlleva en la vida del presbítero una actitud de obediencia a Cristo y un a unión íntima y personal con Él en todas las circunstancias de la vida, y de vivir la caridad del Buen Pastor hasta la ofrenda total (PO 12;13;14;16;18; AG 39; PDV 21-23). - Recuperar la “motivación” que tuvo Jesús para una vida celibataria y casta: Cristo encaro su vida y ministerio desde una experiencia relacional con el Padre. Esa fue la actitud vital que lo sostuvo y oriento toda su entrega. Dónde sacaba su “pasión” por el Proyecto Salvador de Dios (el Reino). La fuerza para una amor oblativo hasta la cruz. El Espíritu Santo al llamarnos a la vida sacerdotal es quien nos capacita para ello y nos invita a encarar la vida y el ministerio como Cristo, en una decisión libre y voluntaria, sostenida por las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad (Cf. Rom 8, 14-17). Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 17 - La gracia supone la naturaleza: En primer lugar, las condiciones de carácter interno (endógenas) y de carácter externo (exógenas) que acabamos de exponer constituyen los presupuestos humanos y estructurales (medio-ambientales) que facilitan la sublimación de la pulsión. Es decir, son las “condiciones humanas” que garantizan asumir de una manera sana (no neurótica) un celibato sacerdotal y una vida de castidad, satisfactorios y plenificadores para la persona (con sus límites y tensiones inherentes a toda opción de vida). Pero, además, son los presupuestos humanos que garantizan una respuesta fiel a la gracia vocacional, por cuanto ponen las bases psicológicas para una experiencia relacional con Dios auténtica. La experiencia teologal es donde la “motivación” y la “acción de la Gracia” encuentran su convergencia con las condiciones de carácter interno (endógenas) y externo (exógenas). Se integra lo espiritual con lo humano, evitando caer en cualquier tipo de dualismo en la experiencia de Dios y en la vida sacerdotal. - El celibato y la castidad surgen de la llamada de Dios al sacerdocio: Por tanto, no son un fin en sí mismos, sino un medio. Debe ser fruto de una elección libre y consciente. Lo que le dan valor y sentido a ambos es la “motivación” que invita a ellos y la “acción de la Gracia” donde se sustentan. Como indicamos en la 1ª Condición de carácter interno (“Contar con un fondo motivacional”): El celibato es don y gracia de Dios. Es del interior de cada uno de nosotros – de la experiencia vocacional – de dónde surge el deseo de seguir a Jesús como sacerdotes, asumiendo el celibato como forma alternativa de vivir nuestra condición sexuada, a ejemplo de Jesús. Hemos renunciado a una mujer por Alguien (Jesús) y por Algo (Reino) (Cf Mt 19,10-12.27-30; 1Cor 7,25-28; Mc 10,28-31; Lc 18,2830). Dicha experiencia vocacional ha de ir convirtiéndose gradualmente en el seminarista en una “experiencia fundante”. Generar una experiencia relacional con Dios en la que vincule su ser, intime, confíe y se abandone. Y desde ella vaya haciendo un proceso de discernimiento, clarificación y opción vocacional. Es decir, se estructure como experiencia teologal. Es lo que permitirá que lo espiritual “se constituya en el centro vital que unifica y vivifica su ser sacerdotal y sus ejercer el sacerdocio” (PDV 45). Lo importante ya no será el “hacer” cosas, sino el ser” como Jesús Buen Pastor en el ministerio sacerdotal. 2. La experiencia teologal como fundamento de la identidad sacerdotal: - Desde la experiencia teologal, el sacerdote está llamado por Dios, no tanto a responder a un “ideal de perfección” (reproducir un rol) como a adquirir una identidad cristológica. La configuración con Jesús Buen Pastor la logra cuando, desde la motivación teologal – fruto de la experiencia fundante –, va haciendo un proceso de identificación con Él. Proceso teologal que le lleva a ir adquiriendo las cualidades humanas y evangélicas de Jesús y vivir su vocación desde dichas disposiciones interiores o actitudes (celibato, entrega, servicio, aceptación del otro, obediencia al obispo, amor a la Iglesia, intimidad con Dios, confianza en la Providencia, etc.). Arma así una experiencia configuradora con Jesús Buen Pastor. Para lograr configurarse con Jesús Cabeza y Pastor y adquirir las disposiciones ministeriales de Él, ha de involucrar en esta experiencia teologal todas las áreas de su personalidad: lo afectivo-sexual, lo cognitivo y lo moral (las condiciones de carácter interno – endógenas –). Y llevar adelante un proceso espiritual de identificación con Él (a Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 18 partir de la experiencia relacional). Le ayudará a ello si encara la vida sacerdotal no tanto como un “ideal de vida” a reproducir, sino como una serie de “valores” a encarnar. Mientras el valor es una cualidad con sentido. No se impone como una obligación, sino que nace de una motivación. El “ideal” despierta las exigencias del superyó. Te hace sentir en culpa y falta. - La experiencia teologal posibilita que la persona pueda destinar parte de la energía libidinal (integrar lo afectivo-sexual): 1º. A armar un vínculo objetal con Dios: Sin amar y ser amados por “alguien” no se puede vivir. La identidad-espiritualidad sacerdotal, exige una experiencia vincular con Dios que llene el corazón humano, desbordándolo. Lo cual es imposible sin un vínculo objetal profundo y adulto, que permita intimidad y abandono. Un vínculo cada día más total, permanente, exclusivo y definitivo en Dios. Un vínculo que no encierre al sacerdote en su narcisismo, egocentrismo o erotismo, sino que lo abra al prójimo y a Dios. En suma, el tipo de vínculo al que apunta un amor celibatario, cuyas características son: Dios y el Reino se convierten en objetos de amor que aglutinan el deseo. A través de la experiencia relacional con Dios, el sacerdote experimenta que se puede amar y ser amado. Experiencia básica que da consistencia a la persona. Ofrece un celibato con expectativas de realización interior (afectivo-teologal), con objeto de amor definido y purificado (no por rechazo o negación del sexo). La espiritualidad va a consistir precisamente en un proceso teologal que vaya “purificando” el amor a Dios lleno de proyecciones (Dios “objeto de deseos no satisfechos”) y lleve a la persona a amar a Dios por sí mismo (Dios “objeto de fe purificada”). Que mi relación con Él no esté supeditada a la gratificación inmediata, a los éxitos pastorales, al reconocimiento social, a los méritos personales... sino que se vaya construyendo desde una experiencia relacional capaz de asumir un proceso de crecimiento en la fe, la esperanza y el amor. Un vínculo teologal con Dios que le permita integrar de manera positiva (sin patologías) la cruz de la denegación sexual, la dimensión pascual de muerte y resurrección que implica el amor celibatario por el Reino y el resto de renuncias y sacrificios propios de una vida de entrega a los demás (Cf. Mt 16,24-25; Jn 12,24-25; 15,13). Es clave al respecto el tipo de relación interpersonal que se genera con Dios. Una relación que permita la trilogía: libertad-pecado-gracia. Es decir, asumir los límites y tensiones de la vida sin romper la fidelidad. Más aún, a ejemplo de Jesús, desde la obediencia de la fe, ha de ir adquiriendo un modo de ser sacerdotal (Cf. Heb 5,7-10). El sacerdocio implica la libre decisión de sumarme al proyecto salvador de Dios leyendo en clave de fe los acontecimientos de la vida; escuchando la voz de Dios que le habla a través de la Iglesia, del obispo, de los hermanos en el presbiterio, de la gente de la parroquia, de la realidad, etc. Una experiencia de Dios que le ayude a aprender la sabiduría de la cruz: Es renunciando a las necesidades de auto-afirmación y de éxito personal por amor a Dios y al Reino, como se realiza integralmente (Cf. Mt 16,24-25). 2º A la caridad y entrega pastoral (fecundidad ministerial): Una auténtica configuración con Cristo, despliega en el presbítero los sentimientos altruistas y generativos en la pastoral, fruto de una sexualidad integrada. Le pone “pasión” en lo que hace. La pastoral se convierte en un espacio de satisfacción y auto-realización. Despierta los sentimientos de Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 19 compasión y misericordia hacia los pobres y los pecadores. Lleva a un mayor compromiso con la realidad; y le permite verla con los ojos de Dios. Gradualmente hace del amor altruista y generoso el eje entorno al cual gira su vida y donación. En última instancia el celibato se asume por amor al Reino (Cf. Mc 10,28-31; Lc 18,28-30). Éste se convierte en objeto de amor sublimado que abre el corazón humano a un amor universal no posesivo. Genera lazos de convivencia y cooperación entre los seres humanos. Convierte las necesidades altruistas en fuente de satisfacción. Hace que la persona se sienta “fecunda” en su ministerio sacerdotal y que deja “huella” en el mundo. 3º A afianzar los sentimientos de pertenencia y referencia a la diócesis (Iglesia): Según la eclesiología que maneje, tendrá un tipo u otro de espiritualidad. Una espiritualidad auténtica, jamás diluye la identidad sacerdotal del vínculo con la Iglesia. Debido a que la razón de ser del ministerio sacerdotal es la Iglesia, no se puede ser sacerdote y vivirse sacerdote sin la relación viva con ella, la que es y como es. El sacerdote lo es en la Iglesia, actúa desde la Iglesia –en su nombre– y sirve a la Iglesia. El sacerdote se tiene que ver, sentir y actuar desde la Iglesia Misterio, Comunión y Misión (LG 2-4; PDV 12; 16; 59; 73; 75). Por tanto, la “relacionalidad” es una característica de la espiritualidad sacerdotal: Con Dios, la Iglesia, el obispo, el presbiterio y la gente de la pastoral. En este sentido, la sexualidad sublimada le permite al sacerdote generar vínculos profundos con sus hermanos en el presbiterio, con el obispo y con la gente de la pastoral... sin desvirtuar el sentido de la relacionalidad. A satisfacer vínculos de amistad y compañerismo entre el presbiterio y su obispo. A contrarrestar la soledad del sacerdote sin caer en inhibiciones del mundo afectivo. A encontrar en la comunicación y el diálogo un medio de relacionamiento óptimo para desenvolverse humana y pastoralmente. 4º A encontrar satisfacción en los ideales propios de su vida sacerdotal: Todos ingresamos al seminario movidos por unos “ideales”. Dan sentido y valor a la entrega. Desde ellos imaginamos nuestro proyecto de vida sacerdotal. Nos hacen entender la vida como “misión” (inscrita dentro del proyecto salvador de Dios) y no limitarse a hacer “cosas” para los demás. Enmarca teologalmente el ministerio sacerdotal, para que tengan un “sentido” y se puedan superar, sin resentimiento ni amargura, las frustraciones y sacrificios de la entrega diaria por el Reino y la Iglesia. Con el tiempo, descubrirá que dichos “ideales” estaban cargados de un fuerte “idealismo”: Recogían muchas expectativas y deseos inconscientes de realización personal, confundiéndolo con el deseo y la voluntad de Dios. A medida que la realidad se impone, habrá de purificarlos integrando “lo real” dentro de “lo ideal”. Es decir, reconciliarse con lo “real”: “purificar los ideales de las expectativas humanas y adherirnos a verdaderos valores religiosos, fruto de su experiencia relacional con Dios. Es lo que le permitirá procesar la “desilusión” en clave de fe pascual, sin renunciar a los ideales de la vida sacerdotal (ahora purificados: no confundidos con nuestros deseos, sino con el deseo de Dios). La experiencia teologal es la que permitirá la “síntesis de contrarios”: si el grano de trigo no cae en tierra y muere no puede dar fruto” (Jn 12,24-25; “Si alguno quiere venir en pos de mí, que cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí la encontrará (Mt 16, 24-25); “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13) Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 20 IV. INDICADORES DE IDONEIDAD PARA UNA VIDA SACERDOTAL CÉLIBE La sublimación marcaría la línea divisoria entre la humanización o la deshumanización de la vida sacerdotal célibe (indicador de idoneidad psicológica). La vida sacerdotal célibe se nutre mediante la sublimación del potencial creador que encierra la sexualidad humana, por cuanto le posibilita al presbítero: Tramitar los grandes ideales vocacionales que mueven el ingreso a la vida sacerdotal: el seguimiento de Jesús y la entrega por el Reino y la Iglesia. Desarrollar la capacidad altruista de la persona en un compromiso gozoso por los demás, a través del trabajo pastoral. Canalizar el deseo en la experiencia mística de la relación interpersonal con Dios. Desplegar la dimensión estética en la liturgia, la práctica pastoral y en lo lúdico: a través de la música, la poesía o la literatura. Es decir, la belleza del arte en todas sus formas y gestos humanos. Una vivencia serena y no violenta de la renuncia conciente de la satisfacción sexual por motivos evangélicos. Una integración de la propia sexualidad, con una actitud positiva hacia el otro sexo. Cultivar vínculos enriquecedores con personas de ambos sexos. Una estabilidad emocional y una dinámica general satisfactoria con el estado de vida elegido. O recoge el carácter destructivo de las pulsiones humanas. Se expresaría cuando: Los ideales religiosos no abren la persona a un amor de alteridad, sino que lo encierran en su narcisismo. El sujeto no integra la realidad en sus aspectos positivos y negativos, permaneciendo fijado en una imagen idealizada de sí mismo y del entorno diocesano, o en una fuga mundi. La imagen de Dios es la de un objeto idealizado con el fin de colmar todos los anhelos y deseos infantiles, mediante una espiritualidad sensitiva y autogratificante, negando su alteridad. El estado clerical se convierte en un medio para eludir el compromiso sexual con el otro sexo, o para desvalorizar la opción matrimonial. La renuncia al deseo sexual se lleva a cabo por rígidos y amenazantes sentimientos de culpa, fruto de exigencias superyoicas. La práctica religiosa viene cargada de superstición, moralismo, ascesis, legalismo, intransigencia o fanatismo. Las relaciones interpersonales con ambos sexos están marcadas por la distancia, la misoginia, la homofobia, la racionalización o por fuertes dependencias afectivo-sexuales. No se sale de un estado permanente de insatisfacción, amargura, escepticismo y desconfianza. P. Rafael Colomé Angelats OP Elementos humano-espirituales para la formación en el celibato sacerdotal 21 BIBLIOGRAFÍA SOBRE CELIBATO Pablo VI (1967). Encíclica Sacerdotalis Caelibatus. Congregación para la Educación Católica (1974). Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal. Congregación para la Educación Católica (2005). Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al seminario y a las órdenes sagradas. Congregación para la Educación Católica (2008). Orientaciones para el uso de las competencias de la psicología en la admisión yy en la formación de los candidatos al sacerdocio. AA.VV. (2003). Castidad: Célibes por el Reino (I y II). Vida Religiosa, 94 (1) y 94 (2). Arrieta, L. (1991). La formación de una afectividad célibe. Sal Terrae, 821-837. Arrieta, L. 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