1 - Paz Abogado

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1.- Responsabilidad Civil Médica.
La presente sentencia, aborda el caso de una persona que se sometió a una cirugía
estética, y que demanda una indemnización a su doctor por incumplimiento de contrato.
Considera la demandante que el resultado de su cirugía no fue el óptimo, lo que le
provocó perjuicios que requieren ser indemnizados conforme a derecho.
La responsabilidad civil puede originarse de dos formas. Una, por vía contractual,
cuando una de las partes incumple un contrato; y otra, que nace sin que exista un
vínculo jurídico anterior. Esta última, llamada responsabilidad civil extracontractual, es
de muy variada aplicación, y tiene como destinatarios a un amplio catálogo de sujetos,
entre ellos, los médicos.
La actividad médica conlleva riesgos que le son inherentes, y muchas veces pueden
provocarse daños tanto directos (paciente) como indirectos (terceros). En este caso, una
persona que se sometió a una cirugía estética, demanda a su doctor por incumplimiento
de contrato, al considerar que el resultado de su operación no fue el esperado,
provocándole daños tanto físicos como psicológicos. La defensa del demandado,
esgrime a su favor la naturaleza de las obligaciones médicas, las cuales, por regla
general, son “obligaciones de medios”; es decir, de aquellas en las cuales no se está
obligado a conseguir un resultado específico, sino sólo a desplegar los mayores
esfuerzos para conseguirlo. Así, en el caso en comento, la defensa del doctor señala que,
habiendo cumplido éste cabalmente con el conjunto de principios que guían la práctica
médica (lex artis), no es de su responsabilidad el que el resultado de la operación no
haya sido el previsto.
El tribunal, sin embargo, no considera este argumento como válido. Ello, pues, se trata
de una cirugía estética y no de una cirugía curativa. La diferencia, según la Corte, radica
en que el resultado físico (de las operaciones estéticas) era parte de la reputación del
médico, dado que en su sitio web, éste publicaba fotografías con un antes y un después
de las intervenciones realizadas. Ello, en definitiva, constituye un indicio de que el
resultado positivo fue un factor esencial por el cual la paciente contrató sus servicios.
Atendidas tales consideraciones, la Corte declara el incumplimiento de contrato por
parte del médico, y ordena pagar los daños materiales de dicho incumplimiento (es
decir, el valor de las nuevas operaciones estéticas para remediar la anterior y cualquier
otro desembolso con motivo del incumplimiento), y, asimismo, lo condena a la
indemnización de los daños morales constituidos por el sufrimiento y deterioro
espiritual sufrido por la demandante.
Sentencia Corte Suprema, Rol Nº 2314-2010 de 12/09/2011. Recurso de Casación en el
Fondo.
2.- CA de Santiago, rol 8244-2007 de 28/07/2011. Acción de simulación. Nulidad
absoluta.
Esta sentencia trata sobre un tema al cual mucha gente recurre, la mayor de las veces,
para vulnerar ciertas disposiciones legales o decretos judiciales. Se trata de la llamada
“simulación”, que consiste en celebrar un contrato encubriendo uno diverso, o bien sin
encubrir contrato alguno. Ello ocurre, por ejemplo, toda vez que una persona “celebra”
un contrato de compraventa con otra, para encubrir una donación y, de este modo, evitar
el pago del correspondiente tributo. Esto requiere la concurrencia de voluntades de las
personas que simulan este contrato, de manera que no existe un “error” como vicio del
consentimiento, sino que el contrato simulado es precisamente la finalidad buscada por
las partes.
El caso comentado trata sobre una mujer cuyo local comercial está a punto de ser
embargado, por lo que decide simular una compraventa del mismo local con su hijo, de
manera que dicho embargo no pueda recaer sobre ese bien raíz, al no ser suyo. Aquí
debemos señalar que el embargo es una medida compulsiva, siempre decretada por un
juez, según la cual una persona pierde la capacidad de disponer del bien embargado (no
significa que pierda el dominio sobre el bien), de manera que si no cumple con sus
obligaciones, éstas puedan ser pagadas con lo obtenido por el remate del mismo.
Entonces, se recurre a la acción de nulidad, para obtener la nulidad de ese contrato de
compraventa. Es importante notar que, a través de esta falsa compraventa no se
pretendía encubrir un contrato diverso (no se trata de una donación por ejemplo), sino
que simplemente se hacía para burlar a los acreedores, sin ánimo de desplazar el
dominio del bien a otra persona. Por lo mismo, el tribunal otorga una importancia
significativa a elementos indiciarios como que el hijo no contaba con un patrimonio, de
modo que mal podría presumirse el ánimo de su parte de adquirir un bien raíz, y menos
al precio indicado en el contrato de compraventa; que esta compraventa se celebró un
día después de conocerse la resolución que ordenaba el embargo del bien raíz, entre
otros.
En consecuencia, se estima que, más que haber un error de voluntades, no existe dicha
voluntad. Es decir, no existe una voluntad de adquirir, por una parte, y de vender, por
otra, el bien raíz. Para que pueda haber un contrato de esta naturaleza, se requiere que la
manifestación de voluntad sea seria y, además, que la causa de contratar sea lícita. Así,
el tribunal concede esta acción de nulidad del contrato, basado en la manifiesta
simulación que la originaba, ordenando anular la anotación en el Conservador de Bienes
Raíces, de manera que la situación de las cosas se mantuviera tal como estaba
anteriormente al contrato anulado.
3.- CS, rol 5869-2008 de 03/03/2010. Recurso de Casación en el fondo acogido.
Enriquecimiento sin causa.
Esta sentencia trata sobre temas que, si bien son propios del Derecho del Trabajo,
trascienden esa línea y se deben discutir en el plano del derecho privado. Versa sobre el
pago de cotizaciones previsionales y cómo no se puede hacer este desembolso
directamente al trabajador.
Las cotizaciones de seguridad social se deben descontar y retener obligatoriamente por
el empleador, cuando existe un régimen laboral. De acuerdo con la legislación vigente,
se presume de derecho (esto significa que no admite prueba en contrario) que, al
haberse pagado una remuneración, se realizó el correspondiente descuento por este
motivo. Es más, aquel empleador que no entera dichas cotizaciones en las instituciones
de seguridad social (AFP, Isapres, etc.), podría ser acusado penalmente por el delito de
apropiación indebida de dichos fondos. De la misma forma, tampoco es posible que el
dinero correspondiente a dicha cotización sea entregado directamente al trabajador.
En este caso, un servicio público fue demandado por un ex trabajador, para obtener el
pago de unas asignaciones profesionales adeudadas. La institución fue obligada al pago
de aquellas, con reajustes e intereses. Sin embargo, la institución no realizó el descuento
correspondiente a sus cotizaciones previsionales, de modo que con posterioridad fue
demandada, la misma institución, y a solicitud del ex trabajador, por una administradora
de fondos de pensiones (AFP), para obtener el pago de las cotizaciones
correspondientes a las asignaciones que había pagado en virtud de la demanda anterior.
En primera instancia y en sede de apelaciones, se da mayor importancia a las normas
especiales que regulan el pago de las cotizaciones previsionales, sobre las normas del
Código Civil relativas al pago de lo no debido (artículos 2295 y siguientes). Esta
interpretación cambia de rumbo en la Corte Suprema, puesto que no nos encontramos
en una situación en la cual una norma especial debe ser aplicada antes que una norma
general, sino que estamos frente a un problema netamente civil, sobre si el pago
realizado por la institución pública al ex trabajador, de una suma que en sí ya contenía
las cotizaciones que debió hacer, es indebido o no.
Cabe señalar, muy genéricamente, que el pago de lo no debido se basa en una
institución de larga data en la tradición jurídica, y que es la del “enriquecimiento sin
causa”, y que dice relación precisamente con la causa que debe tener toda transacción
en el ámbito jurídico, y que dicha causa, sobra decir, sea lícita. En definitiva, existe un
enriquecimiento injustificado cuando una persona obtiene un incremento patrimonial en
directa relación con el deterioro patrimonial de otra persona, sin mediar una causa lícita
(lo contrario ocurre, por ejemplo, cuando alguien está obligado a pagar una
indemnización a otra persona en virtud de una sentencia judicial firme).
En consecuencia, el tribunal acoge la idea del enriquecimiento sin causa por parte del ex
trabajador, puesto que a sabiendas de que el dinero correspondiente a sus cotizaciones le
fue pagado junto al total adeudado, acudió a su AFP para que ésta iniciara un juicio de
cobro de cotizaciones en contra de la institución pública. Por lo tanto, queda obligado a
la restitución del dinero obtenido por concepto de cotización previsional a dicha
institución, quien, en la práctica, pagó dos veces dicha cotización.
4.- CS, rol 3929 de 25/07/2011. Recurso de Casación en el fondo acogido.
Incumplimiento contractual; procedencia del daño moral.
Esta sentencia trata sobre la distinción entre la responsabilidad contractual y
extracontractual, y en qué medida el incumplimiento, en las primeras, o los delitos o
cuasidelitos civiles, en la segunda, deben ser indemnizados.
En el caso, una familia alega responsabilidad por el incumplimiento de contrato que la
ligaba a una isapre. Esto, porque dicha isapre dio término anticipado al contrato (que es
un seguro de salud) en virtud de disposiciones específicas de la ley que las regula, y
porque la mujer, según su apreciación, padecía una enfermedad que no fue declarada
como preexistente, al tenor del contrato que firmaron. Asimismo, la isapre se negó a
costear los gastos de una hospitalización anterior, debido a que a su juicio era
“innecesaria”. Frente a este término de contrato, se dedujo una acción de protección,
que obligó a la isapre a reincorporar a la familia como usuarios.
Ahora, explicaremos brevemente en qué consiste la reparación del daño. De acuerdo
con el Código Civil, el incumplimiento de un contrato, obliga al deudor a reparar, esto
es, a indemnizar el daño material. Por años esta idea se interpretó rígidamente, de
manera que no era posible indemnizar el daño moral derivado de un incumplimiento de
contrato. Así las cosas, tenemos que en sede contractual, tradicionalmente se
indemnizaba el daño material, que comprendía el “daño emergente”, es decir, aquel que
surge con motivo de este incumplimiento (generalmente la pérdida en el patrimonio de
una persona, no debiendo incurrir en dichos gastos, por ejemplo, gastos médicos), y el
“lucro cesante”, que corresponde a las ganancias que se hubiera obtenido de no mediar
este incumplimiento. Este último, claro, es muy difícil de cuantificar, debido a que no se
puede especular con certeza sobre el futuro, de manera que es poco concedido por los
tribunales.
Otro tipo de daño, es el daño inmaterial, o extrapatrimonial, que corresponde al llamado
“daño moral”, que es todo sufrimiento o angustia que una persona sufre como
consecuencia de un hecho imputable a un tercero, y que no tenía obligación de sufrir.
Este tipo de indemnización es propia de la responsabilidad extracontractual, es decir,
cuando no hay ningún vínculo entre la parte que comete un delito o cuasidelito civil, y
aquella que lo sufre. El monto de estas indemnizaciones queda a discreción del juez,
pero dicho daño debe ser probado.
En este caso, el incumplimiento por parte de la isapre, originó a la familia un
desembolso adicional por motivos de hospitalizaciones y demás, cuestiones todas que
debieron estar cubiertas por el seguro de salud que ella proveía a la familia. Asimismo,
generó problemas emocionales a estos, pues durante el tiempo en que estuvieron sin
cobertura, se sintieron desprotegidos y angustiados, así como por la idea de tener que
sobrellevar totalmente los gastos médicos. Por lo mismo, demandaban, además del daño
emergente, la indemnización por el daño moral sufrido por la familia.
Desde 1994, la jurisprudencia de nuestros tribunales de justicia ha aceptado (con una
fuerza creciente en el tiempo) la procedencia del daño moral derivado de infracciones a
los contratos. Ello, porque los artículos del Código Civil relativos a los contratos y su
incumplimiento, no excluyen su procedencia. Es decir, la negativa dada anteriormente,
estaba apoyada por una cuestión de interpretación y no por disposición expresa de la
ley, cuya interpretación actual es proclive a aceptar este tipo de reparación.
Es así como en este caso la isapre es condenada a indemnizar tanto el daño emergente
como el daño moral, dado que no pudo probar la negligencia de la demandante, ni que
su enfermedad efectivamente hubiera sido preexistente.
5.- CA de Santiago, rol 6183-2003 de 01/10/2008. Recurso de Apelación – confirma.
Indemnización de perjuicios. Deber de mitigar.
En todo el derecho está presente el principio de responsabilidad. Ya sea penal,
administrativa o bien civil. En esta última, tenemos que la existencia de responsabilidad
puede deberse a un incumplimiento de contrato, o bien a un hecho entre personas que no
tienen vinculación alguna. Así, hablamos de responsabilidad contractual y
extracontractual, respectivamente. Este caso es interesante, porque muestra hasta qué
punto se encuentra obligado a reparar el daño una de las partes en una relación
contractual.
De la misma forma, nuestra legislación establece el principio de “reparación integral”, a
propósito del artículo 2329 del Código Civil, que es propio de la responsabilidad
extracontractual, pero encuentra aplicación en todo el derecho. Esto significa, en breve,
que la persona dañada por un incumplimiento de contrato, debe ser restituida
totalmente, de modo que quede en una situación similar a la anterior al incumplimiento.
Esta dimensión del daño abarca tanto el daño material como el daño moral. El primero
es aquel daño avaluable en dinero y que tiene su origen en este incumplimiento (y
comprende el llamado “daño emergente” y el “lucro cesante”); el daño moral, por su
parte, alude al daño psíquico sufrido con este incumplimiento, cuestión cada día más
aceptada por nuestros tribunales.
En este caso, una clínica privada incumple su deber contractual, al no atender a tiempo a
una mujer que estaba en labores de pre-parto. Debido a este retraso, el menor nació con
serios problemas neurológicos que acarreará de por vida. La clínica alega no tener una
relación contractual con los padres del menor, sino que simplemente prestaron las
instalaciones para que un profesional (el médico de dicha mujer) y su equipo realizaran
el procedimiento. Agregan que, debido a esta complicación, ellos cumplieron de sobra
su deber al trasladar al menor a otra clínica con mayor capacidad técnica, de manera de
reanimarlo, lo cual en definitiva le salvó la vida, pero lo dejó con secuelas graves.
El tribunal toma en consideración una serie de antecedentes que dan cuenta de la
relación contractual entre la clínica y los padres de la guagua, aun cuando no existiera
un contrato escrito. Estos antecedentes eran, básicamente, boletas de honorarios que la
familia pagó a dicha clínica y otros elementos que sirvieron de indicio para establecer
esta relación, y que la clínica nunca negó. De esta forma, sí existe un deber de reparar
por parte de la clínica, en atención a que no prestó la debida diligencia en este asunto, al
no disponer que otro profesional tomase el lugar de aquel que estaba retrasado, de
manera que el parto se efectuara sin inconvenientes. En ese sentido, es interesante que el
tribunal condene a la clínica a una reparación que llama “deber de mitigación”, esto es,
una proyección hacia el futuro del “daño emergente” que, como señalamos, corresponde
al daño específico y cuantificable que surge con ocasión del incumplimiento
contractual. Este deber de mitigar está en función de la vida en condiciones
desventajosas que llevará la guagua, pues a raíz del daño neurológico, deberá
permanecer bajo cuidado exclusivo de sus padres, dado que el diagnóstico era que no
podría valerse por sí mismo en el futuro. Además, se incurrirá en gastos médicos de
consideración, lo mismo que con los medicamentos que deberá consumir de por vida.
Estos desembolsos no habrían tenido lugar si la clínica hubiera previsto el problema
(con mayor razón, si se dedican de manera profesional a esas tareas), de manera que su
responsabilidad queda en evidencia, y por lo mismo es condenada a pagar una suma que
al menos mitigue en parte los desembolsos presentes y futuros.
7.- CS, rol 7764-2010 de 05/11/2010. Recurso de Casación en el Fondo, desierto.
Responsabilidad extracontractual; causalidad.
En este caso, es posible notar qué elementos deben darse, y en qué medida, para
establecer la responsabilidad de una persona por un hecho que afecta a un tercero con
quien no tiene relación alguna.
En el derecho privado, la responsabilidad y, por consiguiente, la obligación de
indemnizar, puede surgir ya sea por el incumplimiento de un contrato, o por un hecho
que afecta a un tercero con el cual no tenemos relación de ningún tipo. En este último
caso, nos referimos a la responsabilidad extracontractual. En el caso comentado, una
inmobiliaria realiza su proyecto al lado de una casa. Debido a eso, en la casa del vecino
se generan numerosos daños estructurales, la mayoría apreciables a simple vista, pues
eran varias grietas en los muros contiguos a la construcción. Dado eso, el vecino decide
demandar a la empresa constructora, de modo que lo indemnicen íntegramente.
Es necesario aclarar ciertos conceptos de este tipo de acciones. Primero, la
responsabilidad extracontractual, según los artículos 2314 y 2329 del Código Civil,
conllevan la obligación de reparar íntegramente el daño causado. En otras palabras,
significa que aquel cuyo hecho perjudica a otro, queda obligado a reparar su perjuicio
ya sea en los mismos términos del daño ocasionado (reparación en especie), o bien en
términos equivalentes (reparación por equivalencia), que en otras palabras se refiere a
indemnización económica, cuestión más habitual en este tipo de situaciones.
En segundo lugar, tenemos que referirnos al daño como el elemento que permita hablar
de responsabilidad. El daño puede ser resumido como todo menoscabo en el patrimonio
de una persona, o bien todo perjuicio causado a su bienestar emocional. Es así como
hablamos de “daño material”, para referirnos a aquellos daños que pueden ser
cuantificados en dinero (daño emergente y lucro cesante), y de “daño moral” para
referirnos a todo el malestar espiritual generado por un hecho ajeno. El primero está
limitado por la capacidad probatoria de la parte que lo alega (por ejemplo, boletas que
acrediten gastos que de no haber existido el daño no se hubieran ocasionado); el
segundo, una vez establecidos los elementos de la responsabilidad extracontractual,
queda a criterio del juez que conoce la causa en cuanto a su fijación en dinero.
En tercer lugar, tiene que existir una relación de causalidad entre el hecho cometido por
un tercero (en derecho civil hablamos de “dolo”, que nos indica que existe una intención
de hacer un daño por parte de una persona, o “culpa” para referirnos a aquellos casos en
que el hecho dañoso se origina por la negligencia o poco cuidado de la persona; para el
primer caso, hablamos de “delitos”, y para el segundo, “cuasidelitos”, ambos de carácter
civil, no penal). Esto significa que debe haber una manera de establecer con un grado de
certeza aceptable, que fue el hecho cometido por una persona lo que ocasionó el daño
(tanto material como moral) que otra persona sufrió, y que no estaba obligado a
soportarlo.
En este caso, y ante la indiferencia de la inmobiliaria demandada (que no contestó a la
demanda), sí se pudo comprobar que, en efecto, la actividad de la construcción, las
vibraciones y golpes constantes, así como el hoyo cavado muy cerca de la propiedad
vecina, generó daños considerables en su estructura. Es decir, existió un hecho
atribuible a un tercero (la inmobiliaria), el daño a la propiedad vecina, totalmente
cuantificable por peritos, en cuanto a la desvalorización que sufrió, y también el daño
moral del vecino, en cuanto al malestar emocional vivido durante la construcción al ver
cómo su hogar presentaba daños progresivos; y en consecuencia, se estableció la
relación de causalidad entre uno y otro elemento (el hecho y el daño). De este modo, el
tribunal condena a la inmobiliaria al pago de las correspondientes indemnizaciones por
concepto de daño material y de daño moral.
8.- CS, rol 5076-2009 de 10/01/2011. Recurso de Casación en el Fondo acogido. Acción
revocatoria.
En este fallo podemos apreciar los elementos que requiere la acción revocatoria,
también conocida como “pauliana”, que surge precisamente a raíz del llamado “fraude
pauliano”. Este tipo de fraude se da cuando un deudor intenta deshacerse de sus bienes,
de manera que sus acreedores no puedan ejercer sobre él su derecho de prenda general.
Primero, unas consideraciones previas. Cuando una persona se obliga con otra,
generalmente a través de un contrato, hablamos de “deudor” y “acreedor”. Para este
último, nace un derecho personal una vez que las partes se obligan. Este tipo de
situaciones es de común ocurrencia, por ejemplo cuando se firma un pagaré, o bien se
suscribe un contrato por el cual una parte provee un servicio (ej. telefonía, internet, etc.)
y la otra paga una determinada cuota mensual por dicho servicio, caso en que hablamos
de obligaciones recíprocas. Pues bien, cuando una de las partes no cumple con su
obligación, se transforma en el deudor de la otra, que pasa a llamarse acreedor.
Para establecer esta relación, bien se puede recurrir a un juicio que declare que existe
una determinada deuda, o bien ejecutarla directamente cuando hay un título válido a
favor del acreedor (un contrato hecho por escritura pública, algunos títulos de crédito).
Aquí hablamos del “derecho de prenda general”, y que consiste en el derecho que tiene
el acreedor para solicitar, de manera compulsiva, el pago de su deuda, aun cuando esto
involucre el pago de la deuda a través de los bienes que tiene el deudor. Esto ocurre
constantemente en los juicios ejecutivos, en donde hablamos de cosas como “embargo”,
“retiro de especies”, “remate”, etc. Ello es debido a este derecho de prenda general del
cual hablamos.
Sin embargo, hay deudores que, ante la inminencia de lo anterior, decide burlar a sus
acreedores deshaciéndose de todos sus bienes, de modo que el acreedor no tenga sobre
qué hacer valer sus derechos. En este tipo de casos es posible hablar de “fraude
pauliano”, y para remediar esas situaciones, tenemos la acción pauliana o revocatoria.
En este caso, una persona demanda a otra al pago de las rentas atrasadas de un contrato
de arrendamiento. El tribunal falla a favor del arrendador, condenando a la arrendataria
al pago de todas las rentas adeudadas, las cuales alcanzaban una suma considerable. No
obstante eso, la persona obligada a pagar la deuda del arrendamiento, crea una sociedad
con sus hijos, casi dos semanas después de la sentencia, a la cual aporta sus bienes de
mayor cuantía.
La discusión se centra en los puntos principales de la acción revocatoria, que permite
precisamente revertir este tipo de acciones que sólo buscan burlar a los acreedores. El
artículo 2465 establece el derecho de prenda general ya indicado, con la excepción de
los bienes inembargables que la ley señala. A su vez, el artículo 2468 se refiere a esta
acción que señalamos, y que requiere que el acto ejecutado por el deudor sea voluntario;
que el acreedor que entabla la acción tenga un interés y; que este acto se haya hecho de
mala fe, es decir, con la intención de aumentar su estado de insolvencia para que el
acreedor no pueda hacer valer sus derechos.
En este caso, la sociedad creada por la deudora no era seria; es decir, se trataba de una
sociedad en la que participaban todos sus hijos, menores de edad, representados por su
padre, y en la que ellos aportaban un 5% del capital en términos reales, mientras que
ella aportaba con todos sus bienes, que sumaban más del 85% del capital total. Además,
la sociedad era una panificadora, y la deudora aportaba bienes que poco tenían que ver
con el giro de la misma. En consecuencia, quedó claro que la intención de esta sociedad
era deshacerse de los bienes que poseía, para perjudicar a su acreedor antes que él
pudiera ejecutar su derecho de prenda general, y que los otros integrantes de la nueva
sociedad, sabían del mal estado de sus negocios. En definitiva, el tribunal revoca el acto
de constitución de la sociedad, haciendo que los bienes aportados vuelvan al patrimonio
de la deudora, para que el acreedor pueda efectivamente cobrar su deuda sobre ellos.
9.- CA de Concepción, rol 240-2008 de 10/06/2008. Recurso de Apelación; confirma.
Interdicción provisoria.
Esta sentencia es interesante de analizar, debido a que plantea problemas asociados a los
procedimientos de interdicción. Muy someramente, la interdicción consiste en una
prohibición o privación de ciertos derechos, por lo que debemos referirnos al problema
de la capacidad. En el derecho civil, la regla general es que todas las personas son
capaces. Esta capacidad es un atributo de la personalidad, así como el nombre,
domicilio, estado civil, nacionalidad y el patrimonio; en otras palabras, son una serie de
cualidades que le son inherentes a toda persona.
Esta capacidad, a su vez, se divide en la llamada “capacidad de goce” y la “capacidad de
ejercicio”, siendo la primera de ellas un atributo de la personalidad propiamente tal.
Ello, porque consiste en la aptitud para gozar de derechos, adquirirlos, cuestión que
sucede por el solo hecho de ser persona. La capacidad de ejercicio, por su parte, es la
aptitud para ejercer los derechos, es decir, la capacidad de obligarse (firmando un
contrato, por ejemplo). La ley otorga desde una cierta edad esta capacidad de obligarse,
antes de la cual sus actos son inválidos, con ciertas excepciones.
De acuerdo con nuestro Código Civil, hay incapaces absolutos e incapaces relativos.
Los últimos, bajo ciertas condiciones, pueden ejecutar actos que impliquen obligarse.
Sin embargo, los primeros quedan fuera de la vida jurídica; es decir, no pueden
obligarse bajo ninguna circunstancia ni autorización. En el artículo 1447, el Código
Civil indica que son incapaces absolutos: “los dementes, los impúberes y los
sordomudos que no pueden darse a entender por escrito”.
La interdicción en el caso que comentamos, se refiere a la situación de “demencia” que
nos señala el código. Para que una persona sea declarada interdicta, esto es, con
prohibición de administrar lo suyo, deben cumplirse ciertos requisitos. Durante mucho
tiempo, la tramitación de esta solicitud fue objeto de discusión, al no disponer
claramente la ley de un procedimiento apropiado para esta declaración. Sin embargo, la
ley Nº 18.600, sobre discapacidades mentales, en su artículo 4 inciso 2º, clarifica un
poco las cosas, y parece indicar que este procedimiento es voluntario, es decir, se
tramita como una solicitud al tribunal, en donde no hay una contienda propiamente tal.
Así, tenemos que una persona puede solicitar con mayor rapidez la declaración de
interdicción de una persona, si esta se encuentra registrada en el Registro Nacional de la
Discapacidad, que al efecto lleva el Registro Civil. De esta manera, es posible solicitar
la declaración de la interdicción, y que en consecuencia se nombre un “curador”, que a
partir de entonces se hará cargo de sus bienes, y que generalmente es algún familiar
directo.
El requisito de “demencia” no está definido en la ley, por lo que la jurisprudencia,
apoyada por distintos autores, ha señalado que es un concepto que debe ser considerado
ampliamente, abarcando todas las anomalías psíquicas y en cualquier grado en que estas
se presenten, más allá de su nombre técnico. Para corroborar el estado de una persona
sobre la que se solicita la declaración de interdicción, el solicitante puede pedir al
tribunal que realice una inspección personal al hogar del presunto interdicto, de manera
que aprecie directamente el estado en el que se encuentra.
Asimismo, es posible solicitar, durante el procedimiento, que se declare la interdicción
provisional. Este trámite, a juicio de los tribunales, es una facultad privativa de ellos,
por lo que bien pueden otorgarlo o no, y generalmente se solicita la intervención del
defensor público antes de hacerlo, de manera de garantizar una correcta defensa del
supuesto interdicto. A la luz de los antecedentes aportados, este trámite puede ser
realizado con mayor seguridad, como es el caso que analizamos.
Cabe señalar que, una vez decretada la interdicción, la ley ordena que un extracto de la
sentencia sea publicado tres veces en un diario de circulación local, regional o nacional,
según sea el caso, así como la inscripción de la sentencia en el registro que lleva al
efecto el Conservador de Bienes Raíces respectivo, momento desde el cual todos los
actos, sin excepción, realizados por el interdicto, pierden validez.
10.- CA de San Miguel, rol 142-2011 de 02/08/2011. Recurso de Apelación; acogido.
Responsabilidad por accidente del trabajo.
En esta sentencia se mezclan dos tópicos de bastante interés: el derecho laboral y la
responsabilidad civil extracontractual en lo referido a los accidentes del trabajo. Es
importante señalar que en el caso de los accidentes laborales, existe una ley vigente en
nuestro país, la Nº 16.744, la cual establece el ámbito de aplicación de la misma para
efectos de accidentes del trabajo. En general, es una ley que se aplica a todos los
trabajadores dependientes, y el artículo 5 de la misma define lo que debemos entender
por accidente del trabajo, que deje como consecuencia la muerte o la incapacidad del
trabajador. Es interesante notar que el artículo 69 de la ley permite la indemnización
según las reglas del derecho civil, cuando el accidente se debió al dolo o culpa del
empleador.
Pasando al ámbito del derecho civil, tenemos que en el plano extracontractual, los daños
indemnizables son los materiales y los morales. Los primeros se refieren a aquellas
pérdidas patrimoniales que pueden ser cuantificables con un nivel de certeza razonable,
y se clasifican en daño emergente y lucro cesante. El daño moral es todo el sufrimiento
y el deterioro anímico que una persona tuvo que soportar a propósito de un hecho
cometido por un tercero, y su monto es fijado prudencialmente por los tribunales. Es
interesante notar que, por mucho tiempo, no se otorgaba indemnización a título de daño
moral por cuestiones suscitadas dentro de una relación contractual; sin embargo, desde
fines de la década de 1990, la jurisprudencia se fue abriendo progresivamente a su
inclusión en las indemnizaciones otorgadas por incumplimiento de contrato, hasta llegar
a ser de total normalidad en la actualidad.
Tenemos que un trabajador sufre un accidente laboral, debido básicamente a las malas
condiciones del lugar de trabajo, cuestión en la que el empleador tuvo directa
responsabilidad, pues está dentro de sus obligaciones el mantener un entorno seguro
para el desempeño laboral de sus dependientes. Debido a ello, demanda de acuerdo al
artículo 69 que ya indicamos, todas las indemnizaciones pertinentes. Cabe señalar que
este trabajador quedó con un grado de incapacidad de un 17% como consecuencia del
accidente que sufrió.
De acuerdo a los antecedentes presentados, no cabe duda de que eran las condiciones
laborales las inapropiadas y las que posibilitaron en mayor medida la ocurrencia del
accidente. Es decir, el trabajador no asumió culpa alguna en lo que le pasó, puesto que
es el empleador el responsable de las condiciones físicas en las que se desenvuelve. Por
lo mismo, no cabe mayor oposición respecto a la procedencia del daño moral y del daño
emergente, que es todo aquel daño que surge a raíz del accidente mismo, y que por lo
general corresponde a gastos hospitalarios y cualquier otro que no se hubiera hecho de
no haber ocurrido el accidente. La discusión se centra en la procedencia del lucro
cesante.
Como indicamos, el daño material se divide en daño emergente y lucro cesante. Este
último corresponde a aquellas ganancias que pudieron percibirse y que no se hizo
debido al accidente (delito o cuasidelito civil). Queda claro que este concepto
indemnizatorio es bastante difícil de traducir en dinero, por lo que los tribunales suelen
establecer estándares bastante elevados en cuanto a su demostración. En otras palabras,
nos referimos a las expectativas de ingresos futuros, y como tal, debe tener un grado de
certeza mayor, es decir, debe ser una expectativa objetiva. En el caso, el demandante
probó parcialmente su expectativa, a través de su incapacidad y la edad que tenía al
momento del accidente, lo cual daba a entender que aún estaba activo en términos
laborales, de modo que este lucro cesante debiese corresponder a las remuneraciones
que dejó de percibir durante el tiempo en que estuvo incapacitado.
El tribunal no da a lugar respecto al lucro cesante, debido precisamente a la
incertidumbre que rodea la fijación de este concepto. Sin embargo, una forma válida de
establecer la existencia de lucro cesante, y a la cual se apega el voto disidente del
tribunal, es aquella de la presunción del “curso ordinario de las cosas”; es decir, la de
elaborar hipotéticamente un curso de acción normal, frente a la inexistencia del
accidente, y a la luz de los antecedentes aportados, elaborar presuntivamente esta
prueba, la que no obstante no está exenta de problemas, pues aun cuando tengamos
antecedentes concretos de la existencia de una ganancia futura, continuamos tratando el
lucro cesante como un elemento hipotético.
11.- CA de Santiago, rol 1161-2009 de 04/06/2010. Recurso de Apelación; confirma.
Prescripción adquisitiva.
Esta sentencia es interesante, porque dilucida diversos elementos de importancia
fundamental en el procedimiento, muy común, de adquirir un bien raíz. El caso: una
persona intenta una acción para declarar la prescripción adquisitiva de una propiedad
que años antes había sido adquirida por el Fisco mediante un procedimiento de
expropiación.
Ahora bien, debemos hacer un repaso breve sobre varios conceptos asociados. En
nuestro derecho, para que una persona adquiera el dominio de una cosa deben concurrir
dos elementos: un título y un modo de adquirir. Esto ocurre, por ejemplo, cuando
tenemos un contrato de compraventa, que para estos efectos es un título. El modo de
adquirir, por otra parte, es el acto o hecho mediante el cual una persona pasa a tener el
dominio sobre la cosa, ya sea por el traspaso desde otra, o bien porque nace el derecho
señalado. Dentro de ellos, la tradición es el más importante, y consiste en la entrega de
la cosa de una persona a otra, con la intención de transferir el dominio.
Por otra parte, tenemos los problemas asociados a la prescripción. La prescripción
adquisitiva, tal como la tradición, es un modo de adquirir, pero que opera por el paso del
tiempo. Requiere como antecedente, que la persona esté en posesión de la cosa sobre la
que pretende adquirir el dominio. A su vez, debemos distinguir entre la prescripción
ordinaria y extraordinaria. Para la primera, se requiere un plazo de 5 años de posesión
regular; para la segunda, 10 años, y no requiere un título (por ejemplo, un contrato de
compraventa respecto de la cosa).
De acuerdo a estas normas, la persona pretende que sea declarada la prescripción
adquisitiva de la propiedad a su favor, de modo que, una vez declarado esto, él pueda
asumirse como dueño de este bien inmueble. Sin embargo, el Fisco alega que este
procedimiento de expropiación es similar a un modo de adquirir para estos efectos, de
modo que la propiedad ya había ingresado a su patrimonio, dejando sin efecto el plazo
de prescripción alegado por la primera. El tribunal acoge este argumento, declarando
que la prescripción adquisitiva no procede en este caso.
Cabe destacar que ha sido constante en nuestra jurisprudencia la aplicación del artículo
2505 del Código Civil, el cual nos dice que contra título inscrito no vale la prescripción
adquisitiva. Debemos recordar, también, que en nuestro país opera un sistema registral
de la propiedad, llevado por el Conservador de Bienes Raíces, y en consecuencia, la
tradición de un bien inmueble no es válida sino hasta que esté debidamente inscrita. A
través de este registro, es posible rastrear la historia del bien raíz que se pretenda
adquirir, de manera de advertir cualquier anomalía en el dominio o traspaso del mismo a
través del tiempo.
En consecuencia, es importante notar que la adquisición de un bien raíz requiere no sólo
del respectivo contrato de compraventa, o bien de la herencia según la cual se obtenga,
sino que requiere además de la respectiva inscripción en el Conservador de Bienes
Raíces, y solo así se adquiere la posesión inscrita.
En el caso que comentamos, la persona que buscaba ganar por prescripción esta
propiedad, alegaba la posesión de ella. Según el artículo 700 del Código Civil, la
posesión es la tenencia de una cosa con ánimo de señor y dueño. Asimismo, nos dice
que el poseedor de una cosa es reputado dueño de la misma. De esta forma, alegaba
haber ganado por prescripción el inmueble debido a que concurrían los dos elementos
propios del dominio: la tenencia de la cosa y el ánimo de señor y dueño respecto de ella.
El tribunal rechaza esta interpretación, debido al alcance que hemos hecho
anteriormente. Es decir, prima la teoría de la posesión inscrita, según la cual, si existe
un título inscrito respecto a una propiedad, no puede operar respecto de ella la
prescripción adquisitiva ordinaria o extraordinaria. Como dijimos, el tribunal asemeja el
proceso expropiatorio a un modo de adquirir el dominio. Cabe señalar también que, aun
cuando no hubiera un título inscrito sobre una propiedad, de acuerdo con el artículo
728, la posesión de ella no pone fin a dicha inscripción. En otras palabras, no existe
posesión de un bien raíz si existe un título inscrito. De la misma forma, el artículo 590,
señala que las tierras que carecen de dueño, pertenecen al Estado de Chile.
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