Las Cruzadas

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Las Cruzadas
Las Cruzadas fueron expediciones emprendidas, en cumplimiento de un solemne voto, para liberar los
Lugares Santos de la dominación mahometana. El origen de la palabra remonta a la cruz hecha de tela y usada
como insignia en la ropa exterior de los que tomaron parte en esas iniciativas.
Desde la edad media el significado de la palabra cruzada se extendió para incluir a todas las guerras
emprendidas en cumplimiento de un voto, y dirigidas contra infieles, ej. contra mahometanos, paganos,
herejes, o aquellos bajo edicto de excomunión.
Todas las cruzadas se anunciaron por la predicación. Después de pronunciar un voto solemne, cada guerrero
recibía una cruz de las manos del papa o de su legado, y era desde ese momento considerado como un soldado
de la Iglesia. A los cruzados también se les concedían indulgencias y privilegios temporales.
De todas esas guerras emprendidas en nombre de la Cristiandad, las más importantes fueron las Cruzadas
Orientales.
DIVISION
Ha sido habitual el describir las Cruzadas como ocho en número:
− la primera, 1095−1101;
− la segunda, encabezada por Luis VII, 1145−47;
− la tercera, conducida por Felipe Augusto y Ricardo Corazón de León, 1188−92;
− la cuarta, durante la cual Constantinopla fue tomada, 1204;
− la quinta, que incluyó la conquista de Damietta, 1217;
− la sexta, en la que Federico II tomó parte (1228−29); así como Teobaldo de Champaña y Ricardo de
Cornualles (1239);
− la séptima, liderada por San Luis, 1249−52;
− la octava, también bajo la dirección de San Luis, 1270.
I. ORIGEN DE LAS CRUZADAS
El Origen de las Cruzadas remonta directamente a la condición moral y política de la Cristiandad Occidental
en el siglo XI. En aquel tiempo Europa estaba dividida en muchos estados cuyos soberanos estaban absortos
en tediosas y fútiles disputas territoriales mientras el emperador, en teoría la cabeza temporal de la
Cristiandad, gastaba su energía en disputas sobre Investiduras. Solo los papas habían mantenido una justa
noción de unidad cristiana; Ellos veían a que grado los intereses de Europa eran amenazados por el imperio
Bizantino y por las tribus mahometanas, y solo ellos tenían una política extranjera cuyas tradiciones se
formaron bajo León IX y Gregorio VII. La reforma efectuada en la Iglesia y el papado bajo la influencia de
los monjes de Cluny había aumentado el prestigio del romano pontífice ante todas las naciones cristianas; por
tanto nadie sino el papa podía inaugurar el movimiento internacional que culminó en las Cruzadas.
V. LA CRUZADA EN CONTRA DE CONSTANTINOPLA (1204)
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En los muchos intentos hechos para fundar los estados cristianos los esfuerzos de los cruzados se habían
dirigido solo hacia el objetivo por el que la Guerra Santa había sido instituida; la cruzada contra
Constantinopla muestra la primera desviación del propósito original. Para quienes trataban de lograr sus fines
arrancando la dirección de las cruzadas de las manos del papa, este nuevo movimiento era, por supuesto, un
triunfo, pero para la Cristiandad fue una causa de confusión. Apenas había sido elegido papa Inocencio III, en
enero, 1198, cuando inauguró una política para el Oriente que siguió a lo largo de todo su pontificado.
Subordinó todo lo demás al rescate de Jerusalén y a la reconquista de la Tierra Santa. En sus primeras
Encíclicas convocó a todos los cristianos a unirse a la cruzada. Pedro de Capua, el legado papal, motivó una
tregua entre Felipe Augusto y Ricardo Corazón de León, en enero de 1199, y predicadores populares, entre
otros el cura párroco Foulques de Neuilly, atrajeron grandes multitudes. Durante un torneo en
Ecry−sur−Aisne, el 28 de noviembre de 1199, el conde Teobaldo de Champaña y un gran numero de
caballeros tomaron la cruz; en Alemania del sur Martín, Abad de Pairis, cerca de Colmar, atrajo muchos a la
cruzada. Parecía, sin embargo, que, desde el principio, el papa perdió el control de esta empresa. Sin ni
siquiera consultar a Inocencio III, los caballeros franceses, que habían elegido a Teobaldo de Champaña como
su jefe, decidieron atacar a los mahometanos en Egipto y en marzo, 1201, concluyeron con la República de
Venecia un contrato para el transporte de tropas en el mediterráneo. A la muerte de Teobaldo los cruzados
eligieron como su sucesor a Bonifacio, Marqués de Montferrat, y primo de Felipe de Suabia, entonces en
conflicto abierto con el papa. Justo en ese momento el hijo de Isaac Angelus, el destronado emperador de
Constantinopla, buscó refugio en Occidente y le pidió a Inocencio III y a su propio cuñado, Felipe de Suabia,
el reintegrarlo en el trono imperial. Entretanto los cruzados reunidos en Venecia no podían pagar la cantidad
exigida por su contrato, así, a manera de intercambio, los venecianos sugirieron que ayudaran a recuperar la
ciudad de Zara en Dalmacia. Los caballeros aceptaron la propuesta, y, después de unos días de sitio, la ciudad
capituló en noviembre, 1202. Pero fue en vano que Inocencio III instó a los cruzados a salir para Palestina.
Habiendo obtenido la absolución por la captura de Zara, y a pesar de la oposición de Simón de Montfort y una
parte del ejército, el 24 de mayo de 1203, los jefes ordenaron la marcha sobre Constantinopla. Ellos habían
concluido con Alejo, el pretendiente bizantino, un tratado por el cual éste prometía obtener el retorno de los
griegos a la comunión con Roma, dar a los cruzados 200,000 marcos, y participar a la Guerra Santa. El 23 de
junio la flota de los cruzados se presentó delante de Constantinopla; el 7 de julio tomaron posesión de un
suburbio de Galacia y forzaron su entrada en el Cuerno de oro; el 17 de julio atacaron simultáneamente las
murallas marinas y las murallas terrestres del Blachernæ.. El 5 de febrero de 1204, Alejo Murzuphla, un
usurpador, emprendió la defensa de Constantinopla en contra de los cruzados latinos que se prepararon a
asediar Constantinopla por segunda vez. Por un tratado concluido en marzo, 1204, entre los venecianos y los
jefes cruzados, se pusieron de acuerdo por adelantado para compartir los despojos del imperio griego. El 12 de
abril de 1204, Constantinopla fue tomada por asalto, y al día siguiente comenzó el cruel pillaje de sus iglesias
y palacios. Obras maestras de la antigüedad, amontonadas en lugares públicos y en el Hipódromo, fueron
completamente destruidas. Clérigos y caballeros, en su avidez por adquirir famosas e inestimables reliquias,
tomaron parte en el saqueo de las iglesias. Los venecianos recibieron la mitad del botín; la parte de cada
cruzado fue determinada según su grado de barón, caballero, o alguacil, y la mayor parte de las iglesias de
Occidente se enriquecieron con los ornamentos despojados de las de Constantinopla. El 9 de mayo de 1204,
un colegio electoral, constituido por prominentes cruzados y venecianos, se congregó para elegir un
emperador. Balduino, conde de Flandes, fue elegido y solemnemente coronado en Santa Sofía. Constantinopla
y el imperio fueron divididos entre el emperador, los venecianos, y el jefe de los cruzados.
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