Reseña histórica de la Escuela de Bacteriología y Laboratorio Clínico

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Reseña histórica de la Escuela de Bacteriología y Laboratorio Clínico
Como una forma de introducir al lector sobre el pasado y presente de la Escuela de
Bacteriología, se presenta el artículo impreso en las Crónicas Universitarias,
publicadas en el 2003 para conmemorar los 200 años del Alma Mater, escrito por la
profesora Aidé Galeano Múnera.
Preludios de una profesión
El paso de la medicina de observación a la medicina de laboratorio, originada
en los descubrimientos bacteriológicos de Louis Pasteur, en los conocimientos
fisiopatológicos de Claude Bernard, y apoyados en la perspectiva positivista del
método experimental de Comte, es la base embriogénica de un saber
institucionalizado en las dos últimas décadas del siglo XIX en Europa y
Norteamérica.
En esta última, el anuncio en 1880 de una nueva institución en salud pública, el
laboratorio diagnóstico para la aplicación de la bacteriología en la ciudad de
Nueva York introduce el saber preventivo y de control microbiológico de la
enfermedad, que convierte el laboratorio en un importante instrumento
científico el cual permitió la implementación de programas de salud pública y la
necesidad de un personal calificado en los métodos de diagnóstico.
Rápidamente en los países latinoamericanos, incursionaron las prácticas de
laboratorio, hasta llegar a Colombia en 1884, cuando comienzan a realizarse
las primeras investigaciones bacteriológicas en laboratorios particulares,
apoyadas e impulsadas por el médico veterinario francés Claude Vericel.
Posteriormente en los inicios del siglo XX en Colombia, y bajo las orientaciones
del modelo bacteriológico norteamericano y francés, los laboratorios creados se
constituyeron en centros de investigación y en empresas productoras de
vacunas, íntimamente ligadas al diagnóstico patológico, como lo expone Emilio
Quevedo en el texto El tránsito desde la higiene hacia la salud pública en
América Latina 1.
La preocupación por conocer las causas de mortalidad infantil y las condiciones
de vida de mineros y obreros del ferrocarril, motivaron los estudios
parasitológicos en los años 20. De manera similar fluyó la bacteriología como la
herramienta científico-técnica para interpretar el carácter social de la
tuberculosis, examinar las condiciones ambientales de la población y luchar
contra las enfermedades venéreas y leprosas, con el único fin de mejorar las
condiciones de salubridad.
En los años 20, la síntesis de muchos elementos científico-técnicos y el
surgimiento de múltiples necesidades económicas, sanitarias, políticas y
sociales, fueron motivo de preocupación social, por lo que las instituciones
educadoras iniciaron procesos de formación profesional para abordar los
problemas de la salud propios de la región. De esta manera, en Antioquia, la
Escuela de Medicina de ese entonces, hoy Facultad de Medicina, asumió los
estudios de bacteriología y clínica tropical, en cabeza del médico Gabriel Toro
Villa, quien promovió la capacitación de un buen número de personas venidas
de diferentes pueblos del departamento, con el fin de adiestrarlas en las
técnicas de laboratorio para el manejo de enfermedades tropicales, como narra
María Teresa Uribe de H. en el libro Universidad de Antioquia, Historia y
presencia 2.
Los inicios de la Escuela
La Escuela de Bacteriología tiene su origen en esa trama de relaciones
históricas entre la Facultad de Medicina y la vida social y biológica del
departamento de Antioquia.
A mediados del siglo XX, los ideales de modernización y desarrollo y la
adopción de un modelo norteamericano de universidad fueron los rasgos
históricos que ambientaron la creación de la Escuela en la Facultad de
Medicina, motivada ésta por las misiones norteamericanas que formularon
importantes recomendaciones básicas para un desarrollo científico y técnico,
ante las transformaciones socioeconómicas de la década que indujeron la
necesidad de formar técnicos para un país en vía de modernización.
En el campo de la salud este hecho dejó entre sus legados la dotación y el
crecimiento del laboratorio de la Facultad de Medicina y del Hospital San
Vicente de Paúl, con el consecuente aumento de la práctica de laboratorio por
parte de los médicos, quienes se ayudaban con algunas mujeres entrenadas
por ellos mismos para determinadas tareas.
La creación de una carrera técnica de dos años se enmarca en la necesidad
que tienen las universidades de formar recursos humanos en carreras cortas,
oportunidad que asumió la Facultad de Medicina con el compromiso de formar
auxiliares que ayudaran a los médicos en los procesos técnicos del laboratorio.
La categoría de carrera “paramédica” creó siempre en las estudiantes un
rechazo, cuya evocación aún produce descontento. Quienes vivieron el impacto
de aquella situación exclaman: “nosotras nunca quisimos aceptar esa
denominación. A pesar de repetirnos con insistencia que éramos técnicas para
el servicio de los médicos, nunca lo pudimos tolerar, nos quitaba
reconocimiento y disminuía la autoestima”, manifestó la bacterióloga y ex
directora de la Escuela Beatriz Duque Jaramillo 3.
La formación para el trabajo técnico aplicado con posibilidades restringidas
para adelantar posgrados y la categoría de carrera paramédica tenían
implícitos dos problemas, uno de ellos, el carácter femenino de la carrera, y el
otro, el bajo estatus social educativo otorgado por una sociedad que
privilegiaba las carreras tradicionales. El esfuerzo por revalorizar la modalidad
educativa se concentró entonces en orientar la consolidación de autonomía e
identidad profesional.
Se crea la Escuela de Técnicas de Laboratorio
La propuesta de crear una Escuela de Técnicas de Laboratorio Clínico se
presentó en agosto de 1957, y su creación tuvo lugar el 29 de enero de 1958
por medio del Acta 1214 del Consejo Directivo de la Universidad de Antioquia,
en la rectoría del doctor Alberto Gómez Arango, durante el decanato del doctor
Oscar Duque.
La Escuela Inició labores el 1° de marzo de ese mismo año con 20 alumnas y
un currículo de dos años, orientado al desarrollo de destrezas y habilidades en
la manipulación y procesamiento de muestras biológicas para ayudar al
diagnóstico clínico. Inicialmente estuvo ubicada en el tercer piso del bloque de
bioquímica en la Facultad de Medicina. La infraestructura comprendía una
oficina para el director y su secretaria, y un pequeño laboratorio para que las
técnicas recibieran clase y complementaran las prácticas.
El director debía ser médico graduado y certificado, y su función era la de
vigilar y orientar el componente técnico del programa. La función administrativa
y disciplinaria estaba a cargo de una directora secretaria.
Su primer director, el médico David Botero Ramos, ejerció el cargo por diez
años, al cabo de los cuales le recibió la señora Alina Gautier, química
farmacéutica, con quien se inicia la vida administrativa de la Escuela en manos
de las mujeres, excepto por la dirección transitoria del biólogo Antonio
Castañeda Gómez (1979 – 1983) y el médico salubrista Héctor Zuluaga Tobón,
entre 1986 a 1987.
Los relatos de quienes vivieron la experiencia como estudiantes en 1961 dan
cuenta de algunas anécdotas ligadas a la condición de una nueva carrera
paramédica y femenina. En ese entonces: “Las mujeres eran escasas en las
aulas universitarias y no faltó quien nos molestara, escribiendo en las
carteleras: las técnicas de laboratorio vinieron a la universidad a buscar
marido”, comentó la profesora Beatriz Duque 4. A pesar de la ofensa que
provocaba esta clase de mensajes escritos por los estudiantes de la Facultad,
la complicidad de los cursos compartidos dotó de tibios romances las
relaciones entre ambos tipos de estudiantes, propició fiestas de integración y
motivó rivalidades y celos.
Con relación al programa de estudios, aparece en los archivos del
Departamento de Admisiones y Registro un listado de cursos agrupados en
cuatro semestres. Los dos primeros, dedicados a los contenidos teóricos
básicos y al conocimiento de las técnicas de laboratorio. Estas actividades,
denominadas “intramurales”, se realizaban en los laboratorios de la Facultad de
Medicina o de la Escuela de Química Farmacéutica. Los dos últimos
semestres, o prácticas académicas “extramurales”, estaban destinados al
manejo de las técnicas de laboratorio de rutina y comprendían cinco rotaciones,
de dos meses cada una, en los laboratorios del Hospital San Vicente de Paúl,
Hospital Mental, Hospital Infantil y Cruz Roja.
Los cursos respondían en su mayoría a la necesidad de adiestrar al personal
en el manejo de las técnicas diagnósticas, sustentados por unas nociones
teóricas de bacteriología, química clínica y bioestadística. Por ello se
encuentran en los primeros programas cursos tales como toma de muestras,
organización de un laboratorio y manejo del microscopio, técnicas de
hematología, microbiología, parasitología, histología y técnicas especiales,
además de una introducción a la mecanografía, ofrecido por la secretaria de la
Facultad y de absoluta importancia para el reporte de resultados.
Durante el último semestre se dedicaba una hora diaria para tratar temas de
cultura religiosa, cultura cívica, cultura general, ética profesional, cátedra
bolivariana y relaciones profesionales.
El cupo de 20 aspirantes al título de técnicas de laboratorio se disminuía con el
paso de los semestres a un promedio de 13 estudiantes que lograban
graduarse; las exigencias académicas no permitían la pérdida de ningún curso,
y las condiciones de desventaja de género de la época, que presionaban el
cumplimiento de la función social del matrimonio o la maternidad, fueron las
principales causas de deserción estudiantil.
Algunas alumnas del grupo que ingresó a la Universidad en 1961 recuerdan los
primeros actos de rebeldía en la Escuela, cuando para protestar por la irregular
forma de organizar las prácticas extramurales acudieron a un paro de
actividades. No había pasado un día cuando el doctor William Rojas Montoya
las llamó al orden, so pena de ser canceladas sus matrículas si no se
presentaban el día siguiente a clases. Por supuesto, todas llegaron temerosas
y en silencio, a la espera del regaño.
Con relación a los profesores, en su mayoría eran médicos que sabían de
técnicas y análisis de laboratorio, pero la categoría de carrera media no era
para ellos una buena carta de presentación. En los archivos de la Escuela
reposa un documento que permite deducir la anterior afirmación al proponer
una alternativa de solución al problema de escasez del recurso docente para la
Escuela: Consistía en seleccionar a las mejores estudiantes de los últimos
semestres para que dictaran algunos cursos a las principiantes. De esta
manera disminuían los gastos de personal docente y no se ocupaba a un
médico en cosas tan simples como la enseñanza de técnicas de laboratorio.
Parte de la solución se dio con el nombramiento de las auxiliares de docencia,
fuente de empleo para un buen grupo de egresados de las primeras
promociones. Existe una carta de 1968, archivada en la correspondencia del
Consejo de la Escuela, en la que el director Botero hace la siguiente solicitud:
“Es necesario nombrar personal instructor para que solivie la carga de los
médicos, pues el personal existente no es suficiente para encargarse de la
enseñanza en la Escuela de Técnicas. Hasta el presente esta enseñanza la
han hecho parcialmente los profesores de la Facultad de Medicina y
parcialmente las técnicas de laboratorio que trabajan con ellos.
Frecuentemente los primeros lo hacen a disgusto por falta de tiempo y las
segundas no tienen la preparación necesaria para enseñar”.
Con relación a este tema, la profesora Raquel Restrepo Bernal, en una
entrevista realizada en diciembre de 2001, agrega: “Nosotras nunca tuvimos
preparación para la docencia; no obstante, siempre estuvimos ayudando en las
prácticas de laboratorio de la Escuela de Técnicas de la Facultad de Medicina.
Nos involucraron tanto en estas actividades que cuando menos pensamos
resultamos dictando teoría y práctica, sin remuneración y sin ningún
reconocimiento a la docencia. Eso fue una lucha muy grande, porque los
médicos no aceptaban que fuéramos nombradas como profesoras. Pero había
una figura en la Universidad, de auxiliar de docencia, que solucionó esta
situación, así fuéramos nosotras las responsables de toda la carga”.
Finalmente, y con la ayuda de algunos médicos, se logró que las bacteriólogas
fueran reconocidas como profesionales capaces de ejercer la docencia con
decoro y responsabilidad. Este triunfo marcó un hito en la vida académica de la
Escuela, sumando a favor la creación de una planta docente y profesional
propia del área.
En 1970 entran los dos primeros alumnos varones al programa, aunque la
aprobación para admitirlos se había dado en 1968 bajo el Acuerdo No. 2 del
Consejo Superior Universitario. Es de anotar que el proceso para superar la
cifra de hombres en la carrera fue lento hasta mediados de los años 80, cuando
llegó a ser de un 15 por ciento en adelante, hasta lograr en el año 2000 un 28
por ciento de matrícula masculina.
La evolución de la Escuela se puede entender como parte de una historia a lo
largo de la cual se han configurado formas de relaciones académicas y
laborales, resultado del encuentro y mutua construcción cultural entre hombres
y mujeres, que ha cambiado progresivamente el estilo femenino predominante
en la Dependencia.
La llegada de los hombres imprime a la vida de la Escuela un cambio
sociocultural que rompe con las prácticas sociales tradicionales y las hace
entrar en una práctica moderna de interacción entre los géneros, en igualdad
de capacidades para la acción.
La independencia de la Escuela, un logro afortunado
Por cuatro lustros, la Escuela fue considerada administrativamente un
departamento de la Facultad de Medicina, con un director con voz pero sin voto
en el Consejo de Facultad. Según el documento La historia de la Escuela es un
asunto de todos, de las profesoras Marta Baena, Rocío Pérez, Mariela Londoño
y Zulma Uribe: “Para el logro de la autonomía, fue determinante un período
coyuntural, comprendido entre 1975 y 1980, en el cual el traslado a ciudad
universitaria ayudó a despertar la conciencia de administradores, docentes, no
docentes y estudiantes acerca de las contradicciones y dificultades inherentes
a la condición de Dependencia”.
El traslado a la ciudad universitaria no fue gratuito. De los paros y mitines para
que fueran atendidas las solicitudes, se recuerda la insistencia por conseguir
un espacio propio. Sin embargo, las profesoras y las estudiantes unidas
lograron la atención del Consejo Académico de la Universidad, para que se
adjudicara en 1975 el cuarto piso del bloque 5, “la palomera de bacteriología”,
como se le llamó por mucho tiempo.
De esta manera empezó una importante fase de “adultez” administrativa y
académica en la ciudadela universitaria. La austera planta física estaba
representada en una oficina para la dirección, dos oficinas para secretarias y
seis para las profesoras, dos laboratorios dotados para las prácticas
compartidas de bacteriología, hematología, y citología, y uno más pequeño en
el cual se prestaba el servicio de laboratorio a la comunidad, íntimamente
ligado a la vida de la Escuela, pero invisible en los archivos y documentos
revisados. De esta etapa de vida universitaria varias profesoras recuerdan las
clases en aulas de la Facultad de Ingeniería y en el sótano del Museo. Algunas
prácticas de laboratorio continuaron en la Facultad de Medicina.
En 1978 la Escuela tomó los rumbos de su desarrollo y se independizó
oficialmente de la Facultad de Medicina, lo que indujo a sus administradoras a
plantarse nuevos desafíos ante los retos impuestos por las demandas de un
mundo que cambiaba rápidamente.
De este modo, la década de los años 80 se caracterizó por una evolución
interna, en la cual el currículo fue el centro del debate frente a la necesidad de
una modificación que posibilitara el accionar social del profesional de la
bacteriología y el laboratorio clínico. El movimiento buscó proveer a los futuros
profesionales de saberes, conocimientos y prácticas de las ciencias sociales y
humanas, de la salud pública y de la administración, y amplió su ámbito de
extensión hacia escenarios comunitarios, en contraste con los tradicionales
sitios de práctica ubicados en las clínicas y hospitales.
Surgieron tendencias, posiciones radicales y roces personales que generaron
crisis en el campo administrativo y laboral, y estancaron de algún modo el
avance de la Dependencia. Evocar esta etapa de la historia no es grato para
quienes vivieron verdaderos momentos desagradables, que luego fueron
superados por las aspiraciones de éxito en el proyecto universitario.
La Escuela brilla con luz propia
Frente al panorama desarrollista de finales del milenio, la Escuela se
transformó rápida y profundamente. Este período marcó otro hito en su historia
y su compromiso. Ante el auge de una cultura de la planeación, la Escuela de
Bacteriología formuló en 1994 su Plan de Desarrollo sobre las bases
diagnósticas de una Dependencia con debilidades en la participación activa de
profesores en la gestión y el liderazgo, escasos recursos técnicos y financieros,
visible ausencia de programas de posgrado y proyectos de investigación, y un
currículo que clamaba por una transformación urgente.
Los nuevos desafíos planteados por la Ley 30 de 1992 que organiza la
educación superior, la reglamentación de la bacteriología por medio de la Ley
36 de 1993, y la reforma administrativa de la Escuela en 1993, condujeron a la
Dependencia a trazarse comprometedoras metas de avanzada en sus
propósitos por desarrollarse. En principio fue un proceso lento que ganó altura
a finales de la década.
Puesto en marcha su Plan de Acción en 1999 y con un balance al año 2000, se
encuentra una Unidad Académica dotada de una infraestructura que abarcaba
aproximadamente el 50 por ciento del bloque 5 y la mitad del bloque 3 de la
ciudad universitaria, con cinco laboratorios, seis aulas, una sala de cómputo,
una sala de espera para toma de muestras, 23 oficinas para secretarias y
profesores; todas las instalaciones fueron dotadas cómodamente de mobiliario
y equipos de apoyo tecnológico.
La Escuela se proyecta al nuevo siglo con claros propósitos de mejoramiento
como fortalecer el pregrado, desarrollar la extensión y la investigación, entrar al
proceso de autoevaluación y acreditación, transformar el currículo, ente otras
acciones, que fueron metas planteadas desde la década de los 90.
La autoevaluación y acreditación fue uno de aquellos logros. En ellas se refleja
la importancia dada a la autorregulación en búsqueda de la excelencia. El
proceso inició en 1995 y llegó a su momento cumbre en junio de 1999, con la
acreditación del programa por cinco años.
La transformación curricular es otra conquista por destacar, basada en los
postulados de formación que se imponían en el currículo de la Escuela desde
1985. Se concretó en un proyecto que permitió profundizar en la formación
integral, mediante la cual los profesionales de la bacteriología podrán cumplir
sus funciones de diagnóstico, investigación y proyección social.
Ante la premisa obligada de contextualizar la salud y la educación, y poder
dirigir las acciones con pertinencia y pertenencia, la Escuela emprendió en
1975 la tarea de construir un modelo nuevo, que pusiera en funcionamiento
estrategias pedagógicas capaces de responder a las necesidades de los
individuos y colectivos en el campo de la formación y la acción profesional 5.
El perfil del profesional en el campo de laboratorio clínico ha evolucionado de
una capacitación técnica a una formación integral que le permite responder a
las demandas del medio, con un amplio desempeño en las competencias
propias del laboratorio, acorde con los avances tecnológicos en el diagnóstico,
la promoción de la salud, la gestión y la investigación.
La aprobación de un currículo transformado en el 2001 dejó como herencia un
nuevo nombre para el programa: Microbiología y Bioanálisis. Una carrera de
cinco años con un diseño curricular tendiente a la apertura, la flexibilidad y la
pertinencia, en el que se concretan viejas aspiraciones de formación para
entornos sociales altamente vulnerables, como la región y el país que
habitamos.
El nuevo programa se destaca pos sus componentes curriculares: Científico
Tecnológico, Metodológico Investigativo, y Socio Humanístico, este último con
una historia que es importante señalar, dadas las dificultades para lograr su
presencia en un currículo técnico y en un perfil profesional pobre en
compromiso social.
Como su nombre lo dice, el componente Socio humanístico pretende formar al
ciudadano y profesional con sensibilidad social y humana, para que aporte al
mejoramiento de condiciones de vida individuales y colectivas. No fue fácil, ni lo
será para la cultura académica y para el imaginario colectivo, admitir este
componente en una profesión que tiene en su objeto de estudio el bioanálisis
como punto de partida. Los cambios que se dieron han generado fuertes
reacciones por parte de estudiantes y profesores, bajo posiciones confusas que
han puesto en el terreno de la discusión el ser y el hacer del bacteriólogo,
ampliamente relacionados con el análisis de laboratorio y con pocos aportes,
desde lo social, a la solución de los problemas de la salud 6.
La investigación, asumida como una actividad fundamental de la Escuela,
siempre ha estado presente en su historia, aunque de diferentes formas. En el
pasado, cuando el quehacer profesional se circunscribió a un hacer técnico, la
técnica del laboratorio estuvo presente al lado de los proyectos de investigación
liderados por los médicos. No había estudios clínicos y de investigación
aplicada o básica en los que no estuviera presente el aporte de la bacterióloga
con todo su potencial puesto al servicio de la ciencia.
Con la inclusión en el plan de estudios de cursos como salud pública,
administración y metodología de la investigación, vistas en un principio como
“materias de relleno para estudiantes y profesoras”, se convirtieron en fuertes
pilares de información. De manera que hoy se puede decir que parte de los
cambios están basados en la perspectiva que estos cursos imprimieron a la
formación del profesional de la bacteriología y a la dinámica administrativa de
la Dependencia.
En los informes de gestión de los últimos años se resaltan varios aspectos de
la investigación, tales como la creación del Semillero de Investigación en 1997
primero en su género en el plano nacional, la financiación de investigaciones
por parte del Comité de Investigaciones de la Universidad de Antioquia (CODI),
con un promedio de ocho trabajos por año, y la implementación de un
laboratorio de Microbiología Industrial, Biotecnología y Biología Molecular, que
da a la Escuela grandes posibilidades de desarrollo docente, investigativo y de
extensión. Por medio de esta adquisición, se perfila un futuro emprendedor
para la Universidad.
El laboratorio docente asistencial
El laboratorio docente-asistencial e investigativo se encuentra ligado a la
Escuela desde su creación y está presente en el corazón de las primeras
egresadas como aquel recinto que vinculó la práctica con la comunidad. Se ha
mantenido a lo largo de los años hasta lograr ocupar hoy un lugar de
reconocimiento en el ámbito de la Escuela, la Universidad y la región. Sin
embargo, fue invisible durante varios años su devenir histórico, debido a que en
una serie de documentos revisados cualquier alusión a su existencia fue
omitida.
El primer documento que hace referencia a éste se remonta al año de 1974
cuando, por inspiración de algunas profesoras, fue necesario reorganizar el
funcionamiento del laboratorio, para prestar servicios a la comunidad
universitaria y apoyar las funciones de docencia e investigación.
A principios de la década de los 80 el laboratorio se abrió a particulares y en
1996 comenzó a formar parte de la IPS Universitaria y de las actividades de
docencia. Basado en un sistema de garantía de la calidad, hoy ofrece
diagnósticos de laboratorio en las áreas de hematología, química clínica,
bacteriología, inmunología, parasitología y citología cervico vaginal.
De las técnicas diagnósticas manuales de antes a un completo equipo
automatizado, razón de ser del aprendizaje de los años 60 y 70, el laboratorio
dio su salto al tercer milenio con los conocimientos científicos y tecnológicos de
vanguardia, adaptados a la meta del mejoramiento continuo. Con un diseño de
implementación y un sistema de gestión de calidad, el laboratorio obtuvo en el
año 2002 el Certificado de Calidad según los requerimientos de la Norma NTC
ISO 1999:2000.
El inmenso desarrollo tecnológico de las diferentes especialidades en el
laboratorio diagnóstico resalta hoy más que nunca el apoyo que de él se
espera. Con sus modernos equipos, un capital humano al servicio de la
investigación, la docencia y la extensión, el laboratorio se proyecta al futuro con
nuevas tecnologías para los análisis de rutina y para otros exámenes en el
campo de la inmunogenética, la medicina forense y la biotecnología.
La Escuela en prospectiva
Ante la visión de obrar en el presente para un desarrollo futuro, la comunidad
académica de la Escuela de Bacteriología, encabezada por un equipo
administrativo competente y comprometido, ha tenido presentes las tendencias
del desarrollo nacional, para precisar acciones referentes a características del
profesional del futuro, líneas de investigación y avances tecnológicos.
La Escuela vislumbra el futuro en el horizonte, con el firme propósito de
contribuir al avance de la ciencia, mediante la creación de nuevos programas
de pregrado y posgrado, y la consolidación de los ya existentes. Con los
esfuerzos emprendidos, y ante la creación del nuevo pregrado en Microbiología
Industrial y Ambiental en el año 2002, la Escuela se enfrenta al futuro y se
propone desarrollar proyectos de base tecnológica e integrar modernos
sistemas de información, como apoyo a la diversificación y al cumplimiento de
las funciones esenciales de la universidad.
Ante el desarrollo de nuevas competencias del microbiólogo bioanalista,
basadas en el trabajo de fronteras del conocimiento, se ve a este profesional
incursionando en campos disciplinares de las ingenierías, la veterinaria y la
industria. La formación en el área de la microbiología básica y la investigación,
sientan las bases para profundizar en los campos de la microbiología aplicada.
Se considera necesario el establecimiento de vínculos y compromisos
interinstitucionales en los campos de la academia, la ciencia y la cultura, que
permitan la creación de una comunidad académica, para lo cual es
indispensable establecer lazos cooperativos universidad-empresa, que
permitan avanzar en la investigación aplicada de la microbiología industrial y
biotecnológica. Con la mirada puesta en estos campos, la Escuela se propone
establecer convenios con otras instituciones para promover intercambios de
talento humano, en la perspectiva de un enriquecimiento del conocimiento y de
avance en el desarrollo. Entre sus metas está la de integrar redes académicas
y científicas nacionales e internacionales con base en la suscripción de
convenios.
De igual manera, tiene entre sus proyectos mantenerse acreditada, actualizada
y vigilante de sus procesos. Se piensa a sí misma fortalecida en investigación
lo que le permitirá participar en el Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología,
y formadora de microbiólogos y bioanalistas clínicos con talento y
competencias para participar en el proyecto de población saludable, desde el
diagnóstico del laboratorio individual hasta el diagnóstico sanitario de las
poblaciones; y desde el fomento de ambientes saludables hasta la aplicación
de procesos microbiológicos para la calidad de la vida.
Las bacteriólogas, siempre construyendo futuro
Desde la concepción patriarcal de las culturas griega y renacentista, en las que
los varones detentaban el poder de creación intelectual, pasando por el auge
del capitalismo, en el que la actividad científica fue exclusiva del género
masculino, lo que imposibilitaba el acceso de la mujer al mundo del
conocimiento científico, se sostuvo la falta de inteligencia, razonamiento
abstracto y genialidad de su naturaleza.
El balance del siglo XX demuestra que el género femenino ha logrado ser
comprendido en otras dimensiones. Este hecho se manifiesta en la amplia
gama de expresiones culturales, políticas y científicas halladas en el panorama
histórico actual, que han brindado un aporte interpretativo para habitar el
mundo de otra manera.
En este contexto, la mujer colombiana ha tenido que luchar, como las demás,
por el reconocimiento, por acceder a sus derechos, entre ellos el poderse
capacitar y surgir como participante del desarrollo científico y social, en
igualdad de condiciones y oportunidades con los hombres.
En 1932 la Ley 28, y en 1936 el Acto Legislativo No. 1, abrieron el camino a la
discutible posibilidad remota de una vida académica de la mujer en nuestro
país, puesta en duda ante las capacidades intelectuales del saber de los
hombres. La necesidad de una preparación profesional de ella para manejar
sus bienes fue el preámbulo de su llegada a la universidad, hecho que generó
reacción y oposición de la sociedad, representada en las familias y en las
autoridades civiles, religiosas, militares y culturales de la época 7.
Ante las transformaciones sociales y económicas que habían comenzado años
atrás, el proyecto de modernización del país había permitido que la mujer
hiciera parte activa en la producción en calidad de obrera de fábrica, empleada
del comercio y de oficina, o como maestra de escuela, más no como
profesional. Su rol principal había quedado siempre circunscrito al desempeño
de sus funciones naturales de madre y esposa, y existía una clara delimitación
entre la educación masculina y la femenina. Su salario, inferior al de los
hombres en los mismos oficios, fue considerado como el aporte a la familia 8.
De hecho, la llegada a la universidad recibía una parte de aprobación social si
la carrera era “femenina” y si en ella se replicaban las cualidades propias de
una cuidadora abnegada y delicada. Los padres de familia debían cerciorarse
de la calidad de la carrera seleccionada. En el caso de las técnicas de
laboratorio, la Universidad exigía permiso de los padres, muchos de los cuales
encontraron allí una buena alternativa ante las amenazas de la medicina, pues
en las familias antioqueñas la carrera médica atentaba contra los principios
religiosos, por su enfoque a menudo “materialista”, altamente perjudicial para
las mujeres.
¿Qué motiva la existencia de un saber femenino, en un mundo en el que el
poder del conocimiento en salud ha estado en manos del género masculino?
En principio, la práctica de laboratorio estuvo en manos de los médicos; no
obstante, para obtener reconocimiento económico y social, era necesario dejar
el hacer técnico a las auxiliares médicas “paramédicas”, mujeres que
aceptaban una labor de bajos salarios, en contraste con los altos sueldos y el
reconocimiento social del médico de la época.
Para el caso de las técnicas de laboratorio clínico, el patrón de mentalidad
machista, que adjudica al hombre el poder del conocimiento científico y al
médico el estatus educativo de una sociedad que privilegiaba las carreras
tradicionales, se convirtió en un motivo permanente para lograr la autonomía
profesional. Las posibilidades restringidas para firmar los resultados, ser
propietaria de un laboratorio o aspirar a un posgrado, limitaron el libre ejercicio
de la profesión y el desarrollo del sentido de pertenencia, hasta muy entrados
los años 80.
La discriminación evidenciada en esta dinámica ha sido superada en la Escuela
de Bacteriología con diferentes manifestaciones, una de las cuales fue el
nombramiento de su primera directora, diez años después de haber estado su
administración en manos de un médico. El camino recorrido en los últimos 35
años deja la huella de nueve directoras y el paso transitorio de dos hombres.
Una y otra oportunidad para la mujer bacterióloga dejó en la historia de la
Escuela profundas huellas de superación; su afán por mejorar se ha expresado
de diferentes formas en la Universidad. Los grandes hitos de la Escuela de
Bacteriología tienen como protagonistas a las mujeres ¿Cómo no recordar el
tesón y perseverancia con el que un par de profesoras posgraduadas en Salud
Pública, las primeras magísteres en el campo, lograron abrir el camino de la
investigación y la extensión como función de la educación en la Escuela? Sus
aportes fueron el inicio de quienes hoy se destacan en la Unidad Académica,
que se palpan cuando tomamos entre las manos un balance social de la
Dependencia.
¿Cómo dejar de lado la decidida labor de liderazgo del equipo administrativo de
principios del milenio? Hablamos de un grupo de mujeres decidas a impregnar
de gestión con calidad la tarea profesional y administrativa de su desempeño,
permitiendo eliminar muchas de las condiciones de desventaja de una Unidad
Académica pequeña y joven.
En el trabajo de la profesional de la Escuela de Bacteriología y Laboratorio
Clínico reconocido en este homenaje, se valoriza la dignidad de la mujer
colombiana y se pone a prueba su capacidad para aportar a la construcción de
un país mejor.
Notas:
1. QUEVEDO V., Emilio. “El tránsito desde la higiene hacia la salud pública
en América Latina”. En: Tierra Firme. Caracas, Venezuela, 2000. No. 72
año 18 Vol. XVIII, págs. 611 – 662.
2. URIBE DE H., María Teresa. Coordinadora Académica, Universidad de
Antioquia, Historia y Presencia. Medellín: Editorial Universidad de
Antioquia, 1998. pág. 248.
3. Testimonio de Beatriz Duque Jaramillo. Entrevista en febrero de 2002.
4. Íbid.
5. Tanto en la Escuela de Bacteriología como en la Vicerrectoría de
Docencia está el documento completo que trata de la transformación
curricular.
6. De la trayectoria vivida en la Escuela para llegar a la transformación
curricular existe un documento que logra sistematizar la experiencia y
que reposa en los archivos del Comité de Currículo.
7. URIBE DE H., María Teresa. Coordinadora Académica, Universidad de
Antioquia, Historia y Presencia. Medellín: Editorial Universidad de
Antioquia, 1998. págs. 356 – 357.
8. HELG, Alina. “La educación en Colombia”. 1946 – 1957. En: Nueva
Historia de Colombia. Bogotá D.C.: Editorial Planeta. Tomo IV 1989.
pág. 130.
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