Cuento: “Chicos las brujas no existen”

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“Chicos las brujas no existen”
Había una vez un reino en el que los chicos vivían muy tristes y asustados porque siempre aparecían las brujas enanas. Estas eran unas
brujas así de chiquititas, que usaban un gorro con pompón hasta las orejas y tenían una nariz de zanahoria tan larga, pero tan larga, que se la tenían
que atar con un moño en la punta para no pisársela, y además les quedaba un solo diente horrible en la boca. Estas brujas, feas y malísimas jamás
molestaban a las personas grandes: sólo les hacían brujerías a los chicos. Lo peor de todo era que cuando ellos lo contaban, nadie les creía. Las
personas grandes siempre les contestaban lo mismo: “Niños, las bujas no existen”. Un día los chicos las vieron entrar a la escuela y escribir las
paredes con tizas, témperas y marcadores. Entonces corrieron a avisarle a la Señorita Pepa, que era la directora.
- ¡Señorita, señorita! ¡Las brujas están escribiendo las paredes de la escuela!
Pero la Señorita Pepa como siempre les contestó:
- Niños, las bujas no existen.
Los chicos, entonces, trataron de borrar lo que las brujas habían escrito, antes de que nadie lo viera. Demasiado tarde. Ahí estaba la
Señorita Pepa parada justito frente a la pared leyéndolo todo: “¡La Señorita Pepa es gorda!”, “¡La Señorita Pepa tiene orejas de burro!”. “¡La Señorita
Pepa tiene cara de chancha!”…
- ¡Qué me da un patatús! ¡Qué me da un patatús! ¡Qué me da un patatús! – gritaba la Señorita Pepa. Y le dio un patatús.
Fue inútil que los chicos trataran de explicar que ellos no lo habían escrito, que habían sido las brujas, que ellos las habían visto. Nadie les
creyó. Les hicieron limpiar todas las paredes de la escuela y tardaron tantos pero tantos días que no pudieron aprender nada y tuvieron que repetir el
grado.
Mucho peor fue cuando las brujas enanas los embrujaron y los dejaron sin poder hablar. Los chicos no podían decir ni una palabra y cada
vez que querían hablar lo único que conseguían era sacar la lengua así: “¡Dbbbbbbbbbbbd!”. Esa mañana, los chicos llegaron a la escuela como todas
las mañanas, y la Señorita Pepa los saludó, como todas las mañanas también:
- ¡Buenos días, niños! – nadie le contestaba.
- ¡Buenos días, niños! – nadie le contestaba.
- ¡Buenos! ¡Días! ¡Niños! He dicho.
Y entonces los niños le hicieron: “¡Dbbbbbbbbbbbd!”.
- ¡Qué me da un patatús! ¡Qué me da un patatús! ¡Qué me da un patatús! – gritaba la Señorita Pepa. Y le dio un patatús.
La Señorita Pepa los retó, los retó la mamá, los retó el papá, la tía y la abuelita. Todos decían lo mismo: ¡Esto no es posible! ¡Estos chicos
son unos maleducados! ¡Qué barbaridad! ¡Dónde lo aprendieron! ¡Qué no se vuelva a repetir! Y bla, bla, bla, bla. Pero cuando ellos querían explicar
que todo esto era cosa de las brujas, las personas grandes les contestaban siempre lo mismo: “Niños, las bujas no existen”.
Los chicos cansados de tanto reto y tanta penitencia injusta, decidieron ir a pedirle ayuda al Rey.
- Su excelentísima Majestad – le dijeron – estas brujas siempre se la agarran con nosotros. Es decir, con los chicos.
- ¡Ajá! – dijo el Rey.
- Y no puede ser, porque después nosotros pagamos el pato. Es decir nos retan.
- ¡Ajá, ja! – dijo el Rey.
- Y ya estamos cansados. Los grandes son unos vivos porque a ellos no les pasa nada. Es decir, nunca nada con las brujas.
- ¡Ajá, ja, ja! – dijo el Rey.
- Y queremos pedirle que ordene que las atrapen de una buena vez. Es decir, que atrapen a las brujas.
- ¡Imposible! ¡Imposible! ¡Imposible! – les contestó el Rey.
- Y ¿Por qué? – preguntaron los chicos desilusionados.
- Porque niño, las brujas no existen – dijo el Rey.
Y los chicos se dieron cuenta que encontrar a un solo grande que les creyera era más difícil que atrapar a una bruja… que atrapar a una
bruja… que atrapar a una bruja… ¡ATRAPAR A UNA BRUJA! Atrapar a todas las brujas. Ellos solos. Eso sí podían hacerlo. Al principio, algunos
tuvieron miedo: “Que tengo que hacer los deberes”, “Que mi mamá no me deja atrapar brujas”, “Que nos van a retar”, “Que tengo que ir a visitar a mi
abuela justo ese día”, y que sí y que no, y que al final el miedo se les había pasado y nadie quería dejar de ir.
Esa noche, cuando los grandes estuvieron bien dormidos, salieron de sus casas en puntitas de pie y se fueron a la plaza. Cada uno traía una
cacerola enorme y también un globo de gas atado a un piolín. Y todos, todos, hasta los bebés de un año se habían disfrazado de brujas enanas, con
una nariz de zanahoria y un gorro de pompón hasta las orejas. Se escondieron entre los árboles para esperar a las brujas. Temblaban de miedo.
Temblaban tanto que la nariz de zanahoria se les sacudía así: pingui, pingui, pingui.
De repente las vieron llegar. Las brujas venían arrastrando su nariz de zanahoria y riéndose con sus bocotas de un solo diente. Mónica, una
nena de tercer grado, fue la primera en animarse a salir. Se paró justo detrás de una bruja y tratando de que no se notara el pingui – pingui de su nariz
muerta de miedo le dijo:
- Vení…
- ¡Que no quiero! – contestó la bruja.
- Vení, que por allá están los chicos – insistió Mónica.
- ¡Qué me importa!
- Vení o te pincho la nariz…
- Voy corriendo – dijo la bruja que era bastante miedosa.
Mónica llevó a la bruja hasta el tobogán y cuando llegaron le dijo:
- ¡Ahora subí!
- No me gusta – protestó la bruja.
- Subí o te pincho la cola.
Y la bruja se subió al tobogán. Y Mónica se subió atrás de la bruja.
- Ahora tirate – le dijo Mónica.
- No, que me da miedo.
Mónica no esperó más, le dio un buen empujón a la bruja que se fue resbalando por el tobogán mientras gritaba:
- ¡Socorro, socorro! ¡Qué me mareo!
Pero no gritó mucho, porque Enrique la estaba esperando abajo con su cacerola y la bruja cayó justito adentro. Rápidamente los chicos le
ataron un globo de gas en la punta de la nariz de zanahoria, y la bruja empezó a subir. Y no paraba de gritar, la muy miedosa:
- ¡Qué me vuelo! ¡Qué me bajen! ¡Socorro!
Había dado resultado. Rápidamente atraparon a todas las demás. A una la hicieron subir al sube y baja. Cuando estaba sentada
cómodamente, Jorge que era gordo y grandote, saltó del otro lado y la bruja salió volando por el aire. El gorro con pompón se le quedó enredado en la
rama de un árbol. Ahí la agarraron los chicos. Le ataron el globo con piolín en la nariz, y otra bruja para arriba. A otro montón de bujas, las marearon en
la calesita, y a un montón más, en las hamacas. El cielo se iba llenando de globos de colores y de brujas enanas.
Cuando las personas grandes salieron de sus casas y vieron montones de brujas por el aire, no supieron qué hacer. Unos corrían, otros se
escondían, los más se tropezaban, se caían y se chocaban. Estaban asustados. Muy asustados.
- ¡Nos invaden las brujas extraterrestres! – decían los grandes.
- ¡Las brujas extraterrestres nos atacan! ¡A casa chicos!
Pero los chicos estaban muy tranquilos sentados en el cordón de la vereda, mirando subir a las brujas que cada vez parecían más enanas y
menos horribles. Y a todos los grandes que venían a buscarlos le contestaban lo mismo:
- ¡Qué tontería! ¡Grandes las brujas no existen!
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