1. LA IDENTIDAD Introducción Nuestra tierra, que es nuestra persona y nuestra vida, necesita nutrientes para poder desarrollarse y dar fruto. Nutrientes que nos alimenten en lo cotidiano, porque no podemos dejar que nuestra tierra se quede abandonada, o vendida, o sencillamente viviendo de reservas…sino que hay que trabajarla cada día y desarrollar todas las potencialidades que tiene. Porque sabemos que el día a día nos desgasta y debilita, tenemos que saber por dónde perdemos vida y por dónde se nutre; y no se trata de buscar en hechos extraordinarios ni está fuera de la vida diaria aquello que pueda alimentar nuestra tierra. Hay una sabiduría de la interioridad que es la que tenemos que descubrir en nuestro corazón porque ahí están las fuentes de la vida, de la felicidad y de la creatividad. Con el ritmo cotidiano se nos puede olvidar lo que supone de novedad el seguimiento de Cristo. El ha venido a traer la Buena Nueva para cada día, a enseñarnos a vivir en la libertad de los hijos de Dios, a traernos Vida y Vida abundante (Cf Jn 10,10) Y tenemos que ser creativas en vivir esto. Pero quizá nos preguntemos por cómo. En primer lugar hemos de escuchar las voces de nuestro interior, los deseos más profundos de nuestro corazón, que es algo más que nuestras necesidades y apetencias; porque podemos secar la Fuente de nuestra Agua verdadera llenándola de cieno, de arena, de cosas… y no ahondar en el verdadero deseo profundo. Podemos ir a saciar la sed en cisternas que no sacian, según dice el profeta Jeremías (Cf. Jer. 1,13). Si no descubrimos los nutrientes verdaderos que alimentan nuestra tierra; si éstos no los hemos identificado, es que aún no hemos encontrado el camino de la vida. Nuestros nutrientes verdaderos no son más que los que alimenten nuestra identidad (quiénes somos) y nuestra pertenencia (a quién pertenecemos), que por otra parte, están directamente relacionados entre sí, porque lo que somos viene marcado por las pertenencias ya que lo que fundamenta nuestra pertenencia fundamenta nuestra identidad. Y nuestra identidad se va haciendo en las relaciones interpersonales de cada día, sabiéndonos parte de los otros. En realidad la pregunta que nunca acabamos de responder es la de nuestra identidad ¿Quién soy? ¿Qué y quién sostiene mi vida? Y esta pregunta está siempre en relación con la pregunta sobre Dios ¿Cuál es el Dios de mi vida? (no demos por supuesta la respuesta). La Vida Consagrada se alimenta de tres experiencias básicas: experiencia de Dios; experiencia de Comunión y Experiencia de Misión. (Asamblea de Brasil 1996) 1 Los tres grandes cauces de nutrición de nuestra tierra son: La vida de oración, de relación e intimidad con Jesús. La Vida comunitaria La Misión Nos detenemos ahora en el primero, que es lo que alimenta nuestra CONSAGRACION, nuestra Identidad. NUTRIENTES DE IDENTIDAD Entrar en contacto con el corazón Es lo primero a tener en cuenta. Se trata de saber que somos plantas de una tierra en donde podemos y tenemos que dar fruto. Nos recuerda el Evangelio que “por sus frutos los conoceréis; porque todo árbol bueno da frutos buenos” (Mt. 7, 16-17). Lo que nos alimenta es crecer sabiendo bien la raíz que nos sostiene y alimenta. ¿En dónde arraigamos la identidad de nuestra vida consagrada? Tenemos que ser conscientes de que arraigamos allí donde encontramos nutrientes. Detengámonos un momento para examinar las raíces profundas de nuestra vida. Para ello necesitamos profundizar en lo que somos, en nuestro ser más hondo y en las experiencias que hemos vivido. Los nutrientes de identidad se encuentran en un lugar esencial de la persona: el corazón. Es necesario entrar en contacto con nuestras raíces y encontrar el cauce para poder alimentar la vida que nace ahí. La raíz de nuestra vida es aquello desde lo que podemos desplegar todo nuestro ser. En realidad la fuente de nuestro alimento tenemos que buscarla dentro de nuestro ser, en lo que somos, en lo que nos vertebra y nos da confianza esencial y arraigo en la vida. Tenemos identidad. Se nos ha regalado. La llamada recibida, que es esencialmente el don de la vocación, la invitación a “estar con el Señor” a entrar en intimidad con El, es el signo mayor de nuestra identidad: le pertenecemos porque “El nos amó primero”, El nos eligió, curó nuestras heridas, nos bendijo, nos perdonó, nos alimentó, nos santificó, nos regaló hermanas, nos envió a la misión, etc. Todo brota de esa elección de amor. Por otra parte, nuestra crónica de identidad es tanto una historia de amor personal con El como de amor interpersonal con las personas que nos ha regalado. Identidad y pertenencia se vinculan. Los frutos que damos en nuestra vida y misión son los frutos que brotan de este amor y que se entrega como vida compartida con los hombres, nuestros hermanos. La experiencia fundamental en nuestra vida debe ser la de estar enamoradas de Jesús, la de sabernos amadas incondicionalmente por El y saber que El es fiel a este amor. Hay ocasiones en que esto lo hemos vivido de una forma especial, hasta sensorialmente, en otras se nos oculta la vivencia de Dios, pero es ésta es la raíz principal de nuestra identidad: la raíz vocacional, el sabernos TIERRA ELEGIDA. El Señor es nuestra riqueza, desde la que enriquecemos a los hermanos. Hemos sido seducidas por su amor… ¿perdura hoy esta seducción? ¿Cómo? o ¿He experimentado en lo hondo del ser el amor personal, incondicional, gratuito…de Dios por mí? Pero Dios es siempre diferente a nuestras expectativas y nos cuesta aceptar su forma de actuar, que a veces se queda oculto entre las realidades triviales. El es la libertad y no se deja manipular por nosotras; cuando quiera y como quiera se manifestará. La experiencia de habernos sentido amadas, gratuita e incondicionalmente por Dios, nos mantiene en el día a día y la hemos de refrescar en el encuentro íntimo con El en la oración. No se trata de una obra de conocimiento, sino de amor. La experiencia de “estar enamoradas” de Dios no se justifica desde fuera, no precisa razones para ser vivida. “Amo porque amo, amo por amar” decía S. Bernardo. Es una experiencia de novedad que impulsa nuestra vida. 2 Vivencia gozosa de los votos ¿Cómo vivir los votos sin la experiencia de este amor apasionado? ¿Qué es la pobreza, la obediencia, la castidad para una concepcionista? Miremos a M. Carmen… Amemos la pobreza que se priva de lo perecedero y caduco, para enriquecerse con estimables riquezas celestiales y eternas. Despreciemos los amores de la tierra que mortifican y atormentan y ambicionemos unirnos por la pureza de cuerpo y alma con aquel Celestial Esposo…Despojémonos de nuestra voluntad, con frecuencia peligrosa y tornadiza, y dejémonos guiar como niños inocentes, inexpertos, por los deseos y mandatos de Dios revelado por nuestros Superiores. (Cf. Carta 30 de Mayo de 1909). Sólo mirando a Cristo, se sostienen… Tenemos identidad como religiosas concepcionistas misioneras de la enseñanza. Eso está claro y no es el problema fundamental el reconocerlo. El problema viene de cómo negociamos nuestra identidad en nuestro mundo. ¿No la podemos estar “vendiendo” a nuestra eficacia? ¿No podemos estar negociando el ser (identidad) por el hacer? ¿Cuales son las raíces de mi vida? Nuestra identidad la podemos alimentar desde el cultivo del deseo profundo, vivir en la confianza esencial y crecer en la libertad. Cultivar los deseos de vivir como Jesús El afecto integrado es el primer nutriente de la vida consagrada. Alimentar el deseo. El deseo es el motor de nuestra existencia. Somos personas de deseo. Somos algo más que carencias, necesidades, instinto… hay un deseo que toma la forma de todo nuestro ser, es nuestro yo más íntimo. Debemos descender al mundo interior de los deseos para examinar las fuentes de donde brota la vida. Yo tengo un deseo igual que un vacío que llena la forma de todo mi ser. Tenemos que despertar el deseo -porque normalmente lo tenemos dormido- con infinita paciencia, con mucho cuidado, ahondar la tierra del corazón sin herirla, “con paciencia y tino” diría M. Carmen; podemos tener capas y capas en nuestra tierra debido quizá a la moral mal entendida, a la educación no muy liberadora, a las heridas de la vida, etc. que pueden haber ahogado nuestros deseos profundos, aunque tenemos que reconocerlos a veces agazapados unos detrás de otros y no siempre el que se ve primero es el más importante, por eso hay que trabajarse con paciencia. (Cf cuento d elas cebollas). Dinámica del deseo Dejar aflorar los deseos es un camino para tocar las raíces de nuestra vida. Al tocar los deseos se llega a la propia riqueza personal. Tenemos que ser conscientes que la dinámica del deseo es triangular: En primer lugar estoy yo, que soy quien deseo, lo deseado y un mediador del deseo. Bien lo sabe la “cultura del deseo” en la que vivimos, que nos va satisfaciendo los pequeños deseos y deja oculto el verdadero deseo de la persona… o ¿Quién es el mediador de los deseos en esta cultura? o ¿Quien debe ser el Mediador de nuestro deseo más hondo? Un deseo profundo es el de ser amados, sabernos alguien para alguien. Y el secreto para alimentar este deseo es cuidar el corazón. “Hija mía, cuida tu corazón porque en él están las fuentes de la vida” (Prov. 4) nos dice la Palabra de Dios. En esto María es la mejor Maestra, la primera que dejó evangelizar su corazón. Cada una vamos sabiendo que Dios tiene para nosotras un secreto de amor que nos va revelando progresivamente. Si como Ella sabemos acoger la Palabra y guardarla en el corazón, ésta nos irá transformando la tierra del mismo, ahondando nuestros más íntimos deseos y purificando motivaciones, afectos, hasta llegar a los que M. Carmen nos decía y que ella vivió: “Que nuestros pensamientos, nuestros gustos, nuestro querer mismo estén puestos en Cristo”. Esta experiencia es la primera del Itinerario espiritual concepcionista: La experiencia de VOCACION, de llamada, que se tiene que actualizar día a día. Cada día somos llamadas, cada día debe resonar en nuestro corazón el “sígueme”, el “ven conmigo”. 3 Así se va unificando nuestra vida en torno a lo esencial. Este el verdadero criterio de discernimiento para nuestra vida, que orienta y plenifica todas las decisiones personales y apostólicas que tengamos que asumir. Nos dejamos evangelizar cuando nos colocamos con y como María en actitud de Fiat. Y nuestra vida se va integrando en el amor a Dios y a los hermanos, con predilección a los más pequeños, a los débiles: éste es el criterio fundamental. Estos son los frutos por los que se reconocerá la identidad de nuestro árbol y si nuestras raíces están sanas. Dinamismos Todo esto supone clarificar el corazón, tener intención recta en todas las cosas particulares y en todas las decisiones de la vida. Pero este esfuerzo de orientar el corazón, que es muy importante, no es suficiente para lograr el objetivo, ya que éste es fruto de la oración confiada y constante. Actitud que debe cultivarse asiduamente mediante el examen de la conciencia y la oración sobre la vida: el discernimiento. Oración que transforme el corazón y la vida. Llegar hasta los deseos más profundos y a la unificación del corazón es fundamentalmente un proceso de conversión. Es irnos desprendiendo de todo lo que nos aprisiona y dejarnos envolver en la misericordia y el perdón de Dios que nos libera. Es, en definitiva, un éxodo del amor propio hacia la tierra de la promesa, que es el verdadero amor que nace de Dios. Es vivir con pasión, con intensidad el enamoramiento-imitación de Jesús. Gracias a esta experiencia de intimidad con Jesús, el corazón célibe de una religiosa debe hacerse “experto en intimidad” al modo del de Jesús. En esta sociedad que manipula los afectos, la sexualidad, el amor…, nosotras debemos ser personas que por nuestra opción de vida célibe garanticemos un mundo de relaciones que no busca crear dependencias, ni retener a nadie, sino respetar siempre a la persona y encauzarlo hacia Dios. Lugar teológico “Hay que entrar en el corazón de los niños, decía M. Carmen, para ganarles el amor y llevarles a Dios”. “Los niños” pueden ser ampliados a cualquier persona que entre en los afectos y deseos de nuestro corazón. Y nos repite que “Dios nos da por compañeros a los niños”. Hemos de ser “compañeras” expertas en intimidad consagrada que abran el interior a las personas y reflejen el deseo de Dios y su ternura. El corazón de los niños -y de las personas con quines tratamos- debe ser para la concepcionista el “lugar teológico”, donde queda unificada la vida y la misión: “Encontraréis a Cristo en el corazón de los niños”. En estos tiempos podemos vivir el celibato matando el amor,… (Y quizá es el camino más fácil), pero ¿es ese el camino de la vivencia del amor consagrado? Estamos llamadas a reinventar la vivencia de los votos cada día, porque no hicimos la consagración de una vez para siempre, sino que la hacemos día a día… Necesitamos parar y preguntarnos sobre el Absoluto de nuestro corazón: o ¿Cuales son mis deseos más profundos? ¿Cómo los alimento? o ¿Qué es lo que me habita por dentro? o ¿Dónde está mi corazón? ¿A quien pertenezco? o ¿Quién quiero que sea el único dueño y señor de mi vida? Recuperar la confianza esencial Al llegar a los deseos se despiertan las capacidades de nuestra persona, el valor esencial de nuestro ser, ahí donde somos amados por lo que somos, no por lo que hacemos o tenemos. Al tocar los deseos y reconocer nuestra riqueza personal nos sentimos valoradas, nos sabemos amadas, nos percibimos ricas para compartir la vida con otros, y eso enriquece nuestra confianza básica. Sin ella nuestra vida no tiene soporte, edificamos obre arena, podemos ser como un cacharro agujereado que por mucha agua que eches se caerá siempre. La confianza básica no son falsas seguridades, sino la experiencia de saberse “hija única amada”. Por eso está conectada con la vida interior, con la experiencia de oración profunda donde nos sentimos 4 amadas por lo que somos y como somos. Sabernos amadas y acogidas personal e incondicionalmente por Dios es el sustrato fundamental de nuestra tierra. La confianza es una actitud básicamente concepcionista. Hagamos memoria de todo lo que M. Carmen vivió y pidió como abandono en la Divina Providencia. o ¿Cómo ando de confianza esencial en mi vida? ¿En qué apoyo mi existencia? “Liberar” la libertad Así, ahondando nuestras raíces, llegamos al núcleo esencial de lo que somos: a nuestra propia libertad. Al remover la tierra vamos encontrando los obstáculos que nos impiden amar y ser felices. Porque nos encontramos con frecuencia con nuestra libertad obstaculizada, frágil, paralizada muchas veces, incapaz de moverse hacia el amor, la verdad, la belleza, el gozo y necesita liberación, y ser “conquistada”. Somos libres, pero ¿vivimos en libertad? Sólo si tocamos el núcleo de nuestra libertad llegaremos a nuestro ser. La libertad es un don pero es también una conquista y sólo tomando opciones libres iremos “conquistando y liberando” libertad. Se trata de apegarnos a lo bueno, de adherirnos a la dinámica del don. Libres para hacer el bien, sin estorbos, sin ataduras, libres para amar… que “para ser libres nos liberó Cristo”. Crecer en la libertad nos da la clave de que vamos creciendo como personas, de que vamos personalizando la vida. o ¿Qué hago para crecer en libertad personal? Es hora de examinar los nutrientes de nuestra pertenencia al Señor, las raíces de nuestro corazón. Repasemos aquí el primer alimento de “nuestra tierra”. REFLEXION PERSONAL Examinar los nutrientes de nuestra identidad 1. ¿Dónde apoyo mi identidad? ¿Cómo la alimento? 2. ¿Estamos en la Iglesia para hacer cosas eficaces o para ofrecer otro modo de ser, otro modo de relacionarnos y de vivir? 3. ¿Cómo realizo la crónica de mi vocación, la memoria escrita y narrada de lo vivido con Cristo? 4. ¿Cómo vivo y actualizo los vínculos de mi entrega (los votos)? 5. ¿Qué formas de vida nos pueden estar reclamando los votos que hemos hecho? 6. ¿A qué discernimiento nos conducen? 7. ¿Qué carga de sufrimiento queremos soportar por ellos? 5