Tipos de funciones mentales o niveles de las funciones mentales desde un continuo herencia ambiente según Á. Rivière Las funciones psicológicas más determinadas por los genes, nos remontan a un desarrollo evolutivo muy antiguo. ¿Siguen siendo culturalmente relevantes?. Las funciones psicológicas más actuales desde el punto de vista evolutivo se pueden considerar autónomas con respecto al organismo? Comentarios de: Martí E. (2003) Lo que nos hace humanos Anuario de Psicología.nº 34, Vol 4. p. 605 El profesor Martí en un comentario sobre un libro recopilatorio de Riviére(2003) rescata una de las últimas propuestas de este autor sobre los tipos de funciones mentales. En ella propone 4 tipos de funciones que intengran perfectamente la capacidad explicativa de la herencia y del ambiente o como expone Martí se produce una combinación magistral entre la perspectiva constructivista y la innatista. Por su interés teórico y metodológico paso a exponerlas a continuación: Funciones de tipo I Descritas y prescritas en el genoma humano necesitan de un input físico mínimo. El desarrollo de las constancias de brillo, tamaño y color son ejemplos de este tipo de funciones que son básicas para la adaptación del individuo al entorno. Funciones de tipo II Están determinadas fundamentalmente por el calendario madurativo y precisan una mínima interacción con el entorno. Un ejemplo lo encontramos en la noción de objeto permanente. Las funciones de tipo I y II las compartimos con otras especies de animales. Funciones de tipo III Funciones definidas por el genoma, como en los casos anteriores, pero que requieren de una gran influencia cultural, dado que se dan en contextos interactivos muy particulares, como son los de crianza. Entre ellas nos encontramos con el lenguaje, los juegos de ficción o las teorías de la mente. Aunque los agentes del contexto no se planteen de manera formal su desarrollo lo consiguen de manera eficaz. Funciones de tipo IV Funciones muy dependientes de la intencionalidad formal y de artefactos culturales muy especializados. Ejemplos de ello son el cálculo aritmético o el análisis gramatical. Su pasado está más vinculado a los procesos sociohistóricos que filogenéticos. Son funciones muy flexibles, inestables y dependientes de la cultura que los genera. Las 4 funciones propuestas por Riviére nos permiten decidir sobre que aguas psicológicas vamos a nadar, al permitirnos determinar con rigor el objeto de nuestra unidad de análisis. Esto es de gran importancia metodológica dado que uno de los errores más comunes consiste en mezclar diferentes funciones o niveles psicológicos. No obstante, la clasificación, aunque interesante no es demasiado precisa y es susceptible de varios interrogantes, entre los que destaco los siguientes: ¿Dónde está el límite o la frontera de la determinación genética entre el grado I y el II?. Aunque parece más claro también hay solapamientos entre las funciones III y IV, en el grado de determinación cultural o genético. Las funciones psicológicas más determinadas por los genes, nos remontan a un momento evolutivo muy antiguo, anterior incluso al de los simios ¿Son culturalmente relevantes? Si consideramos a los genes como desencadenantes de funciones psicológicas adaptadas a un entorno sociohistórico, la clasificación de Riviére puede releerse desde otra perspectiva. Las conductas teóricamente más primitivas e invariables que se vinculan más directamente al genoma se pueden considerar también como las sociohistórica y filogenéticamente más adaptadas a los entornos culturales que ha sido capaz de desarrollar el homo sapiens y sus antepasados. Como indicaba Riddley (2000), los genes deben tener una utilidad social sino su futuro no es prometedor. Ahora bien, si los genes son los responsables de nuestra adaptación al entorno natural y cultural a lo largo de cientos de miles de años o de millones si consideramos a nuestros antepasados, como el homo habilis o el australopitecus, los artefactos culturales son los medios modernos para adaptarnos rápidamente a las exigencias que impone la cultura actual con sus enormes exigencias tecnológicas y funcionales. En esta explicación, hay un problema de concepto con la noción de cultura y de historia. Si adoptamos una noción amplia de cultura podemos hablar de la cultura de los australopitecus pero si somos restrictivos habría que esperar al nacimiento del lenguaje oral, cosa que no sucede hasta al menos 100 o poco más miles de años. Podemos entender que con la aparición del lenguaje en los últimos neardentales o los primeros sapiens. La evolución cultural se produce a un ritmo muy rápido, haciéndose extremadamente veloz en lo que denominamos historia que podemos remontar al uso de la escritura, para finalmente acelerarse meteóricamente en el hombre moderno. Si consideramos de manera global el tiempo transcurrido, sobre 10 millones de años si nos remontamos a los primates y 5 millones a los simios más cercanos a nosotros como los australopitecus, el homo sapiens con sus aproximadamente 100.000 años es un recién nacido en el plano de la evolución y dentro de esta evolución las construcciones histórico culturales mediadas por la escritura tienen menos de 6000 años1. La consecuencia es que los sistemas de evolución biológico cultural anteriores a esos 6000 años, si bien estaban sólidamente sustentados por los mecanismos de adaptación genético cultural, han quedado obsoletos en comparación con la flexibilidad que proporcionan los instrumentos culturales, a partir del nacimiento de la escritura. De esta manera el ritmo evolutivo cambia sustancialmente y deja de 1 Se hace referencia a la escritura pictográfica de los sumerios sobre el 4000 A.C. gravitar sobre las modificaciones biológicas para operar sobre los cambios culturales y más específicamente sobre los tipos instrumentos culturales. Este ritmo vertiginoso en los cambios culturales provoca que la evolución sea externa al organismo y que la evolución de éste se centre primordialmente en la evolución del cerebro, órgano sobre el que recaen el mayor número de demandas. No obstante, los mecanismos de adaptación biológicos son muy lentos y no permiten que evolucionemos al ritmo que exige nuestro contexto actual. El organismo no es adaptativo a las necesidades de adaptación cultural del ser humano moderno. La consecuencia ha sido y es cada vez más que el ser humano tiene que adaptarse aprendiendo a dominar artefactos culturales complejos de alta especialización y muy cambiantes que incluso pueden entrar en conflicto con sus fundamentos genéticos. En consecuencia, podemos estar llegando a un nivel de desarrollo cultural que se aleja cada día más o entra en deliberada contradicción con los genes mejor adaptados. Este conflicto lo resolvemos contruyendo artefactos culturales que nos permiten una mejor adaptación a las exigencias de entorno cultural. No obstante, dichos artefactos si bien permiten desarrollar nuestras intenciones y teorías están demandando capacidades cognitivas o actitudinales que están situadas en el límite de sus capacidades genéticas, las que a su vez no pueden evolucionar al ritmo que deseamos culturalmente. En definitiva, nuestro ritmo de evolución cultural es tal que nuestro organismo es un viejo artefacto adaptado para otros tiempos que ha sido sustituido por todo tipo de instrumentos y herramientas que son más eficaces para la adaptación cultural. ¿Cómo resolvemos este desfase entre nuestras capacidades innatas deficientes y las exigencias culturales?. La respuesta se ubica en la ciencia y en la educación de fundamento científico en abierta contradicción con la religión y la socialización en los dogmas. Todas las sociedades demandan en la actualidad que sus individuos dominen la lecto-escritura, el cálculo elemental, la historia mítica y los valores compartidos de la comunidad. Este es un proceso en el que empleamos no menos de 6 años de nuestra vida y se corresponde con la enseñanza primaria en una escala básica. Se considera el punto de partida para realizar las actividades más elementales, como ciudadano, consumidor o trabajador manual o de baja especialización. Sin embargo, los trabajos más especializados requieren de una mayor formación general instrumental en estos campos, lo que obliga a continuar con este proceso otros 4 años más, los correspondientes a la enseñanza secundaria, obligatoria en los países más ricos, con dos posibilidades: la formación profesional o los estudios universitarios. Los primeros requieren dos años más de formación para preparar al sujeto para iniciar su actividad profesional. Los segundos no menos de 3 años e incluso 6 o más en algunas especialidades médicas o ingenierías. Si consideramos las dificultades del proceso de aculturación, dificultades sociales y familiares, un retraso de 2 o 3 años puede considerarse normal en este desarrollo. La consecuencia es que podemos encontrarnos con sujetos que rondan los 30 años y no se han insertado en la cultura como agentes en actividades laborales. La paradoja es que en un siglo aproximadamente, como sucede en España, hemos pasado de tener una esperanza de vida de 30 años, a precisar 30 años para ser considerados aptos para integrarnos socialmente. A su vez, en los últimos años la globalización ha elevado las exigencias instrumentales y el dominio de las herramientas informáticas y del inglés se ha convertido en un currículo añadido a los preexistentes. Por último destacar que este currículo, especialmente en algunas especialidades, obliga a una actualización continua sino quiere ser desplazado del sistema productivo. A continuación y según datos actuales va a permanecer 30 años aproximadamente en el sistema productivo con su máxima valoración en los 15 primeros años. Y ante la situación descrita volvamos a las preguntas iniciales. ¿Son nuestros genes adaptativos a este contexto cultural?. ¿Hay conflicto entre genes y cultura?. ¿Las funciones psicológicas más desarrolladas son independientes del organismo?. Desde la argumentación anterior y la propuesta de Rivière sobre los 4 niveles de funciones psicológicas, la mayoría de los fenómenos psicológicos culturales más desarrollados, se ubican en el nivel IV y requieren para su explicación que nos centremos más en los escenarios culturales que en los mecanismos biológicos. De este modo, el organismo de un adolescente de 14 años estaría adaptado a las exigencias culturales de una sociedad de mediados del S. XX pero es incapaz de resolver los problemas que se le plantean en el S.XXI. Este desajuste genético-cultural se compensa mediante la educación pero está limitado por el organismo y muy especialmente por su cerebro. Las limitaciones fundamentales del cerebro son también de naturaleza evolutiva. ¿Cuáles son las limitaciones del cerebro humano? Las limitaciones a las que hacemos referencia son a su vez sus capacidades. El sistema emocional, fundamentalmente centrado en el conocido S. límbico. El sistema de control voluntario centrado especialmente en la corteza cerebral. El sistema cognitivo organizado también en la corteza cerebral y El sistema senso perceptivo regulado por todo el cerebro. En consecuencia, el cerebro mediatiza la actividad del individuo, por medio de interpretaciones cognitivas, mediaciones emocionales y mecanismos de control activatorio o inhibitorio sobre las acciones. No obstante, los artefactos culturales han permitido mejorar algunas de estas capacidades, especialmente las cognitivas (ordenadores), las sensoriales (medios audiovisuales) o motrices (medios de transporte). Pero un tipo de ellas, las emocionales no han recibido mejoras sustanciales de los avances culturales, salvo algunas aportaciones a través de algunos fármacos como los neurolépticos. Incluso una parte de la cultura va destinada, en gran parte, a la satisfacción emocional: la música, el arte en general, el cine, la cultura del sexo entre otras. Esta aparente contradicción biológica interna entre un cerebro investigador cuyo objetivo es el conocimiento y un cerebro emocional cuyo objetivo es la obtención de placer y la expresión de emociones se refleja en la dinámica social. ¿Cuáles son los objetivos de los seres humanos? Referencia: Rivière, Á. (2003). Obras escogidas. Vol III. Metarrepresentación y semiosis. Compilación de M. Belinchón, A. Rosa. M.Sotillo e I. Marichalar. Médica Panamericana.