EL CUERPO Y LOS CUERPOS La biología como saber paradigmático Todo concepto, toda palabra, está asociada a una imagen, Castoriadis llama a esa asociación imaginario, ¿cuál es la imagen con que asociamos hoy la palabra cuerpo? Como hemos marcado en el capítulo anterior, proviene de la ciencia médica y más precisamente estos últimos años, de la biología. No podemos disociar cuerpo de órganos, sistemas hemodinámicos, células, genes, proteínas, según la cruda expresión del Dr. Frankenstein: “materia prima: carne, huesos, sangre…”. más poéticamente Silvio Rodríguez lo llama “un amasijo de … tendones, un revoltijo de carne…”. Hoy podemos agregar a esas imágenes: “potencial banco de órganos o de genes”. Sin embargo muchos rechazan esta simplificación y aceptan que todas esas partes de carne, huesos y humores, no son un receptor pasivo de estímulos sometido a la necesidad de la herencia o al mecanismo orgánico, sino que pueden tener una relación creadora con el mundo en forma de lenguaje por ejemplo, de arte o ciencia. Éstos, que suponen haber dado un gran paso con este reconocimiento acreditan la responsabilidad por el desarrollo de estas posibilidades a una pequeña parte del cuerpo que pasa por ello a ser su órgano rector y clave para la vida: el cerebro. Del cerebro, de su correcto funcionamiento, depende la inteligencia, la memoria, la imaginación, la capacidad creativa, las emociones, la voluntad, el lenguaje, es decir todo lo que incluimos en la vida psíquica y que asociamos con el ejercicio de la conciencia. En el imaginario, sobre todo médico, el cerebro parecería no formar parte del cuerpo, adquiere una autonomía incluso de funcionamiento, que permite por ejemplo al comité de Harvard, establecer que alguien está muerto cuando su encéfalo o cerebro dejó de funcionar (“braindeath). 1 Según el imaginario 1 Es a partir del informe de la Escuela de Medicina de Harvard de 1968 que el hasta entonces denominado coma irreversible es considerado muerte cerebral (“braindeath), inaugurando con ello una nueva definición de |la muerte y dando lugar a múltiples controversias que aún siguen vigentes. Existen otros criterios de muerte establecidos, Minnesota y el Reino Unido proponen como criterio la muerte del “tronco encefálico”, “la pérdida irreversible de la capacidad para la conciencia combinada con la pérdida irreversible de la capacidad para respirar”. También existe la llamada muerte neocortical, el problema que plantea este criterio es que se deben considerar muertos a los anencefálicos y los que están en estado vegetativo persistente (EVP). De todas maneras lo que se discute es la sede y vigencia de la conciencia, no el hecho de estar muerto cuando ésta se pierde definitivamente. de Harvard la clave de la vida está en el cerebro, el resto del cuerpo sólo cumple funciones de mantenimiento, la única presencia vital recognoscible como humana es el encéfalo: modo que: cuando éste deja de funcionar, para usar una terminología apropiada a la mecanización del cuerpo, poco o ningún sentido tiene el resto del cuerpo. La vida humana se reduce al funcionamiento de esa pequeña víscera. El cuerpo sigue siendo, tal cual lo describía Platón la nave, pero ahora el capitán es el cerebro. Es interesante recoger aquí la lectura de Jonas sobre este fallo de Harvard, en el sentido que recupera, quizá con más fuerza que previamente por sus consecuencias para la vida y la muerte, a un hombre dual. 2 Ya no se trata del dualismo cuerpo-alma, sino cuerpo-mente, o cuerpo cerebro-conciencia, donde cuerpo es comprendido como la masa de carne y tendones de que hablaba Silvio Rodríguez que contiene y mantiene al cerebro mientras está vivo. Éste pasa a ser la sede de la identidad, de los procesos psíquicos que caracterizan lo humano; el cuerpo, del cuello para abajo, e incluso la cara y sus componentes serían aleatorios, podrán por ej. cambiarse sin problemas, recibiendo los de otros. Esta última práctica, la del trasplante es problemática cuando se la piensa en relación al cerebro, sede de la conciencia. 3 En realidad, antropológicamente, se recupera el planteo cartesiano, aunque este dualismo tiene una característica diferente a las mencionadas por Descartes y Le Mettrie y es que el cerebro es también una máquina. La asociación del cuerpo con la autonomía maquinal se ha multiplicado por dos asociando lo propiamente humano a la máquina superior y lo “vegetativo” a la máquina inferior. 4 La “cosa que piensa” que Descartes asociaba al yo y diferenciaba de la cosa mecánica que es materia y ocupa un lugar en el espacio, también es una máquina, también es materia, también ocupa un lugar en el espacio, aunque sea un lugar privilegiado respecto del “otro cuerpo”.5 La aplicación del criterio de muerte encefálica habilita a abrir las puertas a la prolongación de la vida mediante ventilación mecánica con el objeto de mantener al “cuerpo vegetativo” como banco de órganos y utilizarlo para trasplante o experimentación genética, inmunológica o toxicológica Desde esta visión mecanicista, lo que está allí presente no es 2 Ver Hans Jonas, El principio vida. Hacia una biología filosófica, Trotta, Madrid, 2000. Ver José Alberto Mainetti, Somatología. Anatomía de la persona, Quirón, La Plata, 2003. 4 La denominación de vegetativo es por atribuir a esa manifestación de la vida las características más elementales de la vida, la vegetativa sería la vida que se halla última en el nivel de complejidad. 5 En el resto del trabajo utilizaré cuerpo entrecomillado para referirme a la que considero una definición reduccionista del mismo generada por la biología y la medicina y que lo asocia a una máquina superior o inferior. 3 un ser humano, una conciencia, sino un cuerpo con las mismas características que cualquier otro, que puede ser sometido a experimentación, cortes, intromisiones sin dificultad ni conflicto, porque el “cuerpo” propio del ser humano, el superior, ya murió. Ese cuerpo “está vivo” como una célula por ejemplo, como un tejido. Podríamos compararlo con un animal pero es menos que un animal, porque suponemos que ya no sufre dolor, no reacciona al hambre o al frío, tampoco es una planta aunque se denomine su estado: “vegetativo”, porque por una lado sus funciones son mucho más complejas que las de una planta y por otro no busca su sustento como sí hace una planta por medio de sus raíces ni absorbe el oxígeno como también hace una planta por sus hojas. Este “cuerpo” cumple con las condiciones que la biología impone a la materia con que experimenta, es “pura vida”, proporciona las mejores condiciones para la experimentación biológica, porque no es el cuerpo de nadie ni de nada, no tiene ningún tipo de identidad, no es de un hombre ni de un cerdo ni de una ameba, es simplemente un “cuerpo vivo”, responde plenamente a lo que la biología anhela conocer y manejar: “las leyes de la vida”, ajenas a cualquier circunstancia identificatoria. Es una máquina perfecta, mantenida viva por máquinas que reemplazan algunos de sus mecanismos dañados. La biología tiene en estos “cuerpos” un campo de estudio privilegiado. Es semejante al que procuran las células reproducidas hasta el día catorce, aceptadas por algunas legislaciones como la inglesa como campo de estudio científico porque hasta entonces no pueden atribuírseles identidad. Estas son células vivas que no pertenecen a ningún ser viviente identificable, es decir que no tienen identidad. Pensar esa vida como pura abstracción es lo único que permite que esas células no puedan denominarse humanas, identificarlas como humanas, porque en ese caso adquirirían inmediatamente identidad. La biología, sus procedimientos epistemológicos, necesitan esa pura vida para experimentar y por ello la han “creado” al traducir cuerpo como “sede” de la vida personal, es decir del cerebro. A la hora de pensar la identidad humana se ha adoptado la diferenciación entre ser humano y persona elaborada por Mounier en su teoría sobre el personalismo, 6 esta distinción agrega al anterior, un nuevo dualismo: sólo es digna de 6 Ver Emmanuel Mounier, El personalismo, Buenos Aires, EUDEBA, 1974. El personalismo subraya como característico del hombre su subsistencia y autonomía en un marco social y comunitario. Es libre y trascendente y reconoce que está determinado por la naturaleza. El hombre no es individuo sino persona y lo que lo hace tal es su espíritu, si bien Mounier habla de existencia encarnada reconociendo el valor del cuerpo que actualiza a la persona, le permite expresarse. El cuerpo para Mounier es “mi exposición a mí mismo, al mundo, a todos los demás”. Es rescatable en su filosofía su esfuerzo por apartarse del individualismo, el consideración la vida personal, en cuanto puede ejercer sus funciones “superiores” ligadas a la conciencia. Esto ha permitido pensar que haya vida humana en un grado inferior o mínimo que es aquélla que no puede ser pensada aún como sede de una conciencia personal. 7 La relación de los espacios y su ocupación por diferentes tipos de vida en el mismo humano juega aquí un rol fundamental, la vida personal, la que se parece más a lo divino que siempre está situado arriba, debe mantener esa situación y sus privilegios y por ello se la debe ubicar en la porción del “cuerpo” que ocupa el espacio superior, haciéndola incluso casi independiente del resto. Una concepción del alma simplificada por la mentalidad científica de filósofos como Descartes, proporcionan los elementos claves en esta confusión. Se suma a esto la concepción de un espacio vacío (el cuerpo) guardando una vida que le es ajena, asociado a un tiempo evolutivo, para terminar de conformar la idea de células contenedoras que van “creciendo”, desarrollándose, evolucionando y que de contener vida inferior pasan a contener vida superior. Cuando esas células logran conformar un cuenco que pueda contener al sistema nervioso, al cerebro, ya tenemos dos vidas desarrollándose bajo el mandato de la superior, tenemos un ser humano, un hombre, una persona, un sujeto racional. Menciono algunas de las denominaciones que adopta esa vida superior y que la hacen superior a la hora de discutir el estatuto ontológico del embrión, por ejemplo. Por ello cuando se discute este estatuto, cuando se trata de responder si permitir o no las experimentaciones genéticas o de aceptar la interrupción de embarazos o de cuestionar las conductas a seguir frente a un anencefálico, lo que se discute es si hay o no ser humano, persona, sujeto racional, en ese cuerpo, esas células que no albergan un cerebro. El “cuerpo superior”, el cerebro, es entonces el lugar en que se desarrolla la vida personal, un espacio vacío que puede llenarse con vida personal, que puede morir sin que por ello deba morir, si podemos impedirlo, el “cuerpo inferior”. 8 hincapié en la empatía con el otro, en el reconocimiento del otro como tal cosas sólo que él considera que todo esto no puede lograrse sin la experiencia de Dios, de la trascendencia. 7 Ver en este sentido la lectura antropológica de Peter Singer, para quien ciertas vidas humanas carecen de valor y deberían poder ser eliminadas. 8 Los estados en que se pueden mantener vivo el cuerpo inferior prescindiendo del cuerpo superior son los que se llaman de muerte cerebral que hasta hoy están justificados sólo por los trasplantes, lo cual no significa que en cualquier momento comience a utilizárselos como campo experimental más amplio. El problema para la medicina y para la bioética es cómo considerar a los estados vegetativos permanentes donde parece que la máquina cerebro no funciona. Surgen así las dificultades de diagnóstico para asegurarse que ninguna de las partes de esa máquina esté funcionando, porque en caso de ser así se debería pensar que hay funciones del cuerpo inferior que no responden al cerebro lo cual obligaría a reelaborar toda la teoría y cambiar la imagen Este razonamiento es lo que posibilita que la biología, transformada en genética pueda arrogarse la facultad de cambiar a los hombres, de hacerlos a una medida impuesta por ella. Veamos como ejemplo lo que dice un biólogo respecto de la vida: “si bien sabemos que la especie humana podría degenerar genéticamente y que podría estar haciéndolo en este momento, sabemos también que podría mejorársela genéticamente.” 9 “tanto la evolución orgánica como la evolución social se hallan ahora hasta un cierto grado, aunque limitado, controladas por nosotros.” 10 Los genes influyen sobre los dos cuerpos, la intervención por ahora es limitada pero la ambición de controlar ilimitada. El control por parte de la manipulación genética ratifica la vocación de dominio de la ciencia que ya no se ejerce sólo sobre la naturaleza o lo que, respecto del hombre, podría considerarse manifestación inferior de la vida (el cuerpo inferior), sino sobre lo que, según la genética, constituye al ser humano. Tenemos aquí un conflicto que comienza a gestarse porque el “alma”, es decir el control sobre el cuerpo ya no parece estar en el cerebro sino en los genes o mejor aún en los que puedan manipular los genes. Es el paso definitivo al reemplazo de Dios por parte del hombre, porque el espacio del cerebro aún estaba “dentro” del espacio corporal humano, pero ahora el control pasa a estar “fuera”, en otro que tiene poder sobre el humano, sobre todo el humano, sobre todos sus cuerpos. La humanidad futura estará, en manos de los genetistas. 11 Este sueño como toda la genética y la biología está asentado sobre una de las mayores simplificaciones que es la que hacen estas ciencias junto con la medicina, al pensar que cuando, encerradas en un laboratorio o un consultorio médico, manipulan células, órganos y sinapsis cerebrales, están manipulando la vida humana, ignorando que fuera de los laboratorios ésta se vuelve cada vez más compleja y caótica. Para la genética, de una manera muy ingenua, bastará cambiar los genes que rigen las funciones cerebrales para tener hombres nuevos. El “Soy una cosa que piensa” de Descartes se ha traducido en “soy un cerebro que piensa”. De poco valen, frente al avance arrollador de la biomedicina las conclusiones a las que del cuerpo que sostiene a toda la antropología, la psicología, la medicina, la sociología, la historia, la pedagogía y algunas ciencias más. 9 George Simpson, La biología y el hombre, Bs.As, Pleamar, p.172. 10 Id. p.150. 11 Para este tema en general ver David Suzuki, Peter Knudtson, GenÉtica. conflictos entre la ingeniería genética y los valores humanos, Tecnos, Madrid, 1999, también Juan Ramón Lacadena Calero, Genética y Bioética, U.P de Comillas, Bilbao, 2002.Para la cuestión de la eugenesia en nuestro país, ver Sergio Cecchetto, La biología contra la democracia. Eugenesia, herencia y prejuicio en Argentina, 1880-1040, Universidad Nacional de Mar del Plata, M. del Plata, 2008. arriban investigaciones serias como las de Maturana o Varela 12 que muestran que la cognición, la intelección o lo afectivo no son funciones exclusivas del cerebro y que no pueden desarrollarse ajenas a la organicidad humana. Ese mito va creciendo, la razón y todas las funciones psicológicas pierden la sede “inmaterial” y espacial a que habían sido confinadas por los modernos de los siglos XVI y XVII cuando la materia que “ocupa un lugar en el espacio” se hace sede del cuerpo por su carácter finito. Debieron pasar todavía un par de siglos para dejar de lado el razonamiento de que la “materia “ no podía albergar ideas e intenciones que eran inmateriales, de modo que durante ese tiempo el alma separada de la materia, infinita, siguió siendo sede de la razón, el pensamiento, los sentimientos. Pero la ciencia dejó rápidamente de discutir la finitud y la infinitud que la confundían con razonamientos metafísicos y le impedían ser exacta, específica, y probar con experimentos sus hipótesis. Decidió que su horizonte era lo único infinito porque podía seguir desarrollándose sin fin y avanzando sobre este camino, y también que ni siquiera necesitaba un fin para seguir desarrollándose. Por consiguiente decidió que lo finito y lo infinito no tenía que ver con lo material o inmaterial porque todo era material e infinito. De modo que las facultades “no corporales” del hombre pasan a ser “corporales” y se aposentan en el cerebro identificándose con la cabeza que es tradicionalmente la sede del poder por estar arriba, y poco a poco se van convirtiendo en él, al punto de que cuando éste deja de funcionar deja de funcionar la conciencia humana, es decir el hombre. El razonamiento que ha llevado a esta conclusión, ha recibido en el orden epistemológico fuertes críticas como la de Popper que, usando un argumento materialista, critica las posturas que explican el nivel de organización más complejo por aquéllos que lo precedieron, porque esto lleva a reducir la explicación de los productos de la mente a la materia. El tejido viviente no es “explicado” por las células que lo constituyen ni el organismo por los órganos que lo integran.13 Sin embargo, el mito crece sostenido por un dualismo que cambia de extremos, ya no será un cuerpo materia y una conciencia espíritu, sino un cuerpo masa instrumental y un cerebro-conciencia conductor de la masa. Esto confirma que las investigaciones 12 Ver entre otros Humberto Maturana y Francisco Varela, El árbol del conocimiento, Lumen Humanitas, Buenos Aires, 2004. 13 Popper renueva con Eccles el dualismo, aunque este es denominado interaccionista. Porque aunque afirma la existencia en el hombre de la dualidad mente-cerebro sostienen que la mente es independiente del cerebro. Sin embargo hay una doble interacción mente-cerebro. Ver Karl Popper, El cuerpo y la mente. Escritos inéditos acerca del conocimiento y el problema cuerpo-mente, Paidos-Universidad Autónoma de Barcelona, 1997. genéticas y las biológicas en general, por revolucionarias que parezcan, no intentan cambiar nada del modelo humano dual tradicional en la filosofía, sino que por el contrario lo acentúan. La medicina actual y la biología, no hacen más que repetir a Descartes y llevar su afirmación a sus últimas consecuencias. 14 Tanto uno como las otras ignoran que ya los griegos diferenciaban bios de zoos y que lo que hacía la diferencia no era sólo la razón humana sino lo que Aristóteles denominó “alma “que es lo que anima al cuerpo, lo que lo hace moverse de manera diferente al zoos, lo que lo hace percibir, desear, imaginar, comprender, inteligir, proyectarse de manera diferente al zoos, y diferente no significa más compleja sino que tiene que ver con el espacio y el tiempo. La diferencia que hace especial a esa alma para Aristóteles es que puede ser adjetivada como humana, es decir que es parlante, política, racional. Son los filósofos modernos, en especial Hegel, quienes han dado el fundamento simbólico a esta lectura del bios ignorante del cuerpo, propio de la medicina y la biología actuales. En efecto, para Hegel, la vida es el sustrato material que debe ser suprimido y conservado de otra manera para constituir la “humanidad”: es el supuesto biológico necesario que es negado tanto en la conciencia de que se puede arriesgar la vida y elegir la muerte como en el trabajo que transforma la naturaleza e instaura un orden humano ajeno a lo biológico. Vida para Hegel es pura vida biológica y se opone a un orden humano sostenido sobre la razón para la cual el cuerpo es un objeto más. Hegel dio el sustento filosófico a la necesidad de la biología de investigar sobre un campo de conocimiento que tiene que ver con un “cuerpo” máquina, incluso el cerebro como “sede” de la vida conciente participa de ese nivel de objetivación. La biología ha olvidado que como ciencia particular que es, la suya es una mirada particular que recorta el mundo y al hombre en él, según ciertas hipótesis previas, una de las cuales, quizá la fundamental es la del “cuerpo” masa material, receptáculo vacío, ocupante a su vez de espacios vacíos. Quedan fuera de esta visión del cuerpo sus capacidades significadoras de mundos, interpretadoras del mundos, constitutivas 14 Tanto la medicina como la biología están girando en la actualidad a un dualismo mucho más extremo llevadas de la mano por las ciencias informáticas que intentan reducir la conciencia humana y también la constitución genética a un cúmulo de informaciones. No podemos dilucidar todavía, mucho menos que con la teorìa anterior qué papel cumple un cuerpo que se enamora, se asusta, se enferma y se muere en ese esquema en que el hombre es pura información virtual. de mundos diferentes según los tiempos, conformadoras de lugares propios y ajenos. 15 También Searle en el siglo XX 16 comparte esta visión biológica sobre el cuerpo y sostienen su filosofía sobre ella. Para él los fenómenos mentales están fundados biológicamente, causados por los mecanismos cerebrales y realizados en la estructura del cerebro. Desde esta perspectiva, la conciencia y la intencionalidad tiene que ver con la biología humana al mismo título que la digestión o la circulación sanguínea. 17 Ese cuerpo sin carne, el cuerpo como edificio químico o conjunto de tejidos, el cuerpo mente en que la conciencia es una función del cerebro, el cuerpo identidad como estructura genética, ese cuerpo “objetivo”, es el resultado de un empobrecimiento del fenómeno primordial del cuerpo vivido, del cuerpo bios. El cuerpo, como todo lo que es objetivado para ser comprendido, para poder ser manejado por la ciencia, reclama exactitud y homogeneidad. Por ello la medicina tradicional y luego la genética han creado, de hecho, una universalidad y neutralidad espacio-temporal mediante su interpretación organizacional y biológica del cuerpo humano. Ambas ciencias, nacidas del positivismo científico instalado en la modernidad, que se autodefine como materialista, imagina un espacio vacío y cuerpos que se ubican en él plenos de materia. 18 El espacio está así lleno de “cosas materiales” y por consiguiente lo que crece es la falsa idea de que la biología y la medicina se ocupan con “cosas materiales”, “concretas”, cuando en realidad se ocupan, como todas las ciencias, -y esto lo explicó muy bien Descartes- con ideas construidas desde su necesidad de investigación específica, con lo que Heidegger va a denominar representaciones. El cuerpo concreto, el situado en el mundo, desaparece para la investigación científica y pasa a ser reemplazado por el cuerpo objetivo, que podrá ser medido y calculado numéricamente. Por el contrario la vivencia, nos enfrenta con un cuerpo que es fundamentalmente un espacio expresivo y encontramos que esa expresividad es la función primordial de la subjetividad corporal que se hace lenguaje, historia, tradición, institución. El espacio 15 Un desarrollo enriquecedor sobre esta idea lo hace Maurice Merleau-Ponty en toda su obra pero más sistemáticamente en su Phénoménologíe de la Perception. 16 Ver John Searle, La mente, Barcelona, Norma, 2007. 17 María Luisa Pfeiffer, “Intención e Intencionalidad: aportes para aclarar un equívoco”, Endoxa: Series Filosóficas, Nº 16, 2003. 18 Es interesante descubrir el derrotero de este concepto inventado por Aristóteles para referirse a una condición del ente que lo hace receptor de accidentes y traducido por la modernidad por masa ocupante de espacio pesable y medible. conforma la intencionalidad corporal, esa “percepción” que no es “personal” (“subjetiva”) ni tampoco interpersonal (“intersubjetiva”) sino “que se da siempre al modo del “se”, 19 y se expresa “sonando” como lenguaje. Podemos asociar la intencionalidad corporal con un sentido originario de la vida que precede la distinción entre la actividad, el viviente y la conciencia donadora de sentido, vida ultra trascendental, si se quiere, que recoge la copertenencia del movimiento y de la percepción a ese sentido básicamente espacial. El cuerpo, acontecimiento espacial, se manifiesta a y en la percepción y la reflexión. Una y otra son los ejes de la interrelación con el mundo, uno mismo y los otros. Por ello, pensar el cuerpo abre a la posibilidad de pensar el mundo, y sobre todo comprender los alcances de la finitud dejando de lado la inclinación a la desmesura que se abrió en el campo de la filosofía cuando se identificó al ser humano con su razón. Al comenzar a comprenderse a sí mismo y al mundo desde su finitud, el humano se ve obligado a tomar en cuenta los modos en que esta finitud se manifiesta, fundamentalmente el espacio y el tiempo. Si no podemos comprender lo que sea el ser humano sin hacer referencia al espacio, cabe la afirmación de que la espacialidad le es, un modo de ser. Por eso, cuando el hombre comienza a convertir todo lo que es y hace en “objeto”, hace lo mismo con el espacio. El espacio, tal cual lo entendemos hoy, no es mas que la objetivación de lo que resulta de ese acto constitutivo de mundos que es espacializar, es decir constituir ámbitos comunes entre uno y otro o entre “lo” uno y “lo” otro. Las categorías espaciales no tienen que ver con la medida, como en el caso del espacio objetivo, sino con la vivencia corporal del mundo. Así cuando prcibo, las cosas percibidas tienen un desplazamiento aparente inversamente proporcional a sus distancias, consideradas éstas desde una medida matemática. Sin embargo lo que pesa en mi relación con esa cosa en movimiento, no es esa distancia solamente (por cierto puedo tomarla en cuenta), sino la significación que tiene para mí y para otro, su situación en el “entre”. El espacio “aparece” cuando nos percatamos que hay otro u otra cosa, y así el “cerca” es cuando ese otro o esa otra cosa casi me “toca”, vale decir puede ser tocado por mí si extiendo mi mano o mi mirada hasta un “ahí” que considero fácilmente asible, que está como diría Heidegger zu hände.(a la mano). Lo lejos es lo contrario, es lo que incluso está fuera del alcance de mi mirada. (Patocka) Por ello denominamos espacio a lo común, lo “entre” pero en tanto y en cuanto ese “entre” abre a que el mundo nos signifique como 19 Merleau-Ponty, 1945, p. 277 referencia, como lo “a la mano”, como lo que abre o cierra el horizonte, lo que extiende y limita a la vez el ejercicio de la corporalidad. Lo “entre” no significa que en ese espacio nos convirtamos en un cuerpo único con el otro, sino precisamente que somos dos, en que lo exterior de uno es lo interior del otro y viceversa, la derecha de uno es la izquierda del otro, en que se patentiza que no hay uno sin otro. Permite que se de un provecho de la expresión recíproca de las perspectivas sobre el mundo. Es preciso descubrir en el “entre” un espacio de separación entre uno y otro y también el lugar del encuentro de ambos, la única plenitud de la vida del otro y de mi vida. Cuerpos virtuales El denominado espacio digital, carece de distancias geográficas o “corporales” que son las que generan los cambios indeseados como son la enfermedad, el envejecimiento o la muerte. Hay una “evolución” en la cultura que ha dejado atrás el ritmo que imponía la naturaleza el proceso de vivir, ahora la tecnología prescinde de la naturaleza, está “creando”, un mundo “post humano”. 20 Para hacerlo debe ignorar que todo cuerpo humano para ser tal, necesita constituir espacios dónde vivir y hacerlo durante tiempos determinados. El modelo del pensamiento científico ha generado un paradigma cultural que es experimental y que ha identificado el orden de lo físico con el de lo maquinal Es esto lo que mistifica y embruja el pensamiento, cuando le da la ilusión que la totalidad del ente podría ser deconstuido y reconstruido según la lógica de una programación rigurosamente cibernética. La tecnología tiene el poder, o pretende tenerlo al menos, de construir cuerpos humanos y no humanos e insertarlos en mundos también construidos por ella. Esos mundos tendrán la característica de carecer de referencias espaciales e incluso temporales, todo podrá ser alcanzado sin límite por el nuevo hombre que los habitará. En el nuevo mundo ya no será necesario disciplinar los cuerpos al modo que lo relata Foucault 21 sino que nacerán disciplinados, plenamente obedientes a conductas establecidas en sus genes mediante sistemas de información. El control será de la información no de los cuerpos. Podríamos decir que el ensayo ya se está llevando a cabo, prescindiendo incluso de la genética que aún pondría algunas condiciones 20 Ver Gilbert Hottois, Essais de philosophie bioéthique et biopolitique, Vrin, Paris, 1999, y Michel Serres, Hominescence, 2001entre otros 21 Michel Foucault, Surveiller et punir, Gallimard, Paris, 1975. que limitarían el propósito ilimitado de la técnica. Nos encontramos hoy ya con dispositivos de control de nuestros movimientos incorporados a nuestra vida bajo la máscara de la información: comunicaciones por mail, teléfono, computadora, satélites, monitoreos electrónicos, redes informáticas por las que circulan nuestros datos obtenidos de los registros de identidad, de los bancos, de las tarjetas de crédito, de los concursos, de las encuestas, de los padrones etc., por los que formamos ya parte de un sistema de información (data surveillance) 22 que es probable que sepa más de nuestra “vida” que nosotros mismos, pero que ignora todo de nuestra corporalidad, es decir de nuestro modo de ser en el mundo. Esto genera modelos de identidad que se repiten y a los que se aspira, que exigen la ignorancia de la diferencia corporal o con identidades “rodantes” o funcionales a determinadas circunstancias propias de la comunicación cibernética que prescinden de toda referencia corporal. La identidad geográfica, la lingüística, la musical, la ideológica, la religiosa, la amorosa, la laboral, se van difuminando en una sociedad cada vez más globalizada en que los símbolos de identidad grupal, asociados al ejercicio de la corporalidad, van desapareciendo en un proceso en que pareciera preponderar la identidad individual, pero que en realidad la está transformando para adecuarla a moldes informáticos prefabricados. La identidad, asociada desde la modernidad a la subjetividad, va adquiriendo otros perfiles a medida que la subjetividad desaparece dominada por la tecnología digital que está al servicio de los poderes económicos. O mejor expresado, va respondiendo al “modelo” de subjetividad único, propio o apropiado por una modernidad cada vez más unificadora, “globalizadota. Sin embargo hay algunas realidades que no pueden ser globalizadas ni reducidas a información cibernética y que hacen que el fenómeno de la negación del cuerpo y por consiguiente de la carencia de espacio humano para vivir, se reduzca solamente a un tercio de la humanidad. Entre los otros dos tercios, los cuerpos siguen escribiendo historia. El hambre, la pobreza sufrida o elegida, la necesidad, la enfermedad, el sufrimiento por la pérdida de la tierra, la repetición de ceremonias, el culto a lo inútil e improductivo y la conservación de rituales, dar la vida y la muerte, el sacrificio por el otro, marcan aún espacios reales, en que vive la gente a pesar de la televisión y la computadora, la profunda vivencia del odio y del amor, la búsqueda de la trascendencia. Esos dos tercios de la 22 Práctica que intercepta los datos electrónicos que circulan por las redes globales. humanidad, o algo más también, ocupan especialmente aunque no exclusivamente, un espacio geográfico determinado: el sur. Sólo un escaso número de la población del sur es parte activa del fenómeno del “vaciamiento espacial”, que supone la “habitación” ciudadana con códigos del norte. Pero el éxodo hacia las grandes ciudades y el reemplazo de cultos y religiones por el gran mito de la tecnociencia va devorando a los pueblos y los individuos y borrando sus cuerpos cada vez con mayor intensidad. Paula Sibilia analiza cómo la embestida cibernética ha llevado a su extremo la negación del cuerpo, al punto de pretender construir un mundo ajeno a sus leyes, respondiendo a la medida de lo que se plantea como resultado de la racionalidad humana, pero que en realidad responde a una conciencia no humana sino cibernética, es decir responde a una máquina “de verdad”. 23 El hecho de que sea no-humano es el que permite un modelo sin límites, positivamente infinito en sus posibilidades de cruce de información, construido desde variables matemáticas. Es verdad que las combinaciones cibernéticas nacen de la imaginación humana, pero se resuelven en una combinación de cifras infinitas, de modo que podemos multiplicar indefinidamente esa combinación, incluso arriesgándonos a no poder imaginar los resultados ni sus consecuencias. Esto está sucediendo también en la biotecnología: las transformaciones genéticas de semillas, la transgénesis que se hace multiplicando posibilidades de cruces genéticos en las computadoras, cuyas consecuencias son inimaginables, nacen también de esta ignorancia de los cuerpos. Cuando imaginamos algunos de esos cruces posibles sólo podemos hacerlo “incorporándolos” a nuestras expectativas, dándoles una medida corporal y anunciándolos como lo que va a llegar a generar un futuro libre de necesidades acuciantes, un mundo de justos e iguales. Sólo asociando la tecnología, la biotecnología, a esos símbolos, podemos darle crédito. Pero aunque siempre imaginamos el futuro desde la corporalidad, por que no podemos hacer otra cosa, seguimos alimentando su negación al pretender alcanzar en el futuro lo que no podemos en el presente, olvidando que el futuro es la culminación del presente porque no podremos dejar de ser corporales. El sueño eugenésico del hombre perfecto olvida los cuerpos siempre imperfectos y los reemplaza por los genes: el mayor mito de la tecnología, en cuanto que les atribuye el poder de crear nuevos seres y nuevas cualidades que ni siquiera podemos imaginar. Por ello no sólo no hay medida para estos cruces, sino que nos 23 Paula Sibilia, El hombre postorgánico. Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales, FCE, México, 2005. negamos a que la haya. Si esto se busca en la genética mucho más en la cibernética, porque el juego cibernético es puramente matemático, no tiene límites, no sólo es a-temporal, aespacial, a-corporal sino que no necesita corporalizarse, el número es una abstracción que puede llegar a perder todo contacto con la experiencia que le dio origen sin que ello lo afecte. Las matemáticas pueden convertirse en un juego apasionante con cifras que no signifiquen nada o que apliquen a experiencias puntuales utilizando diferentes códigos. También la física, que es la que estableció el modelo maquinal de la naturaleza, usa las matemáticas y su juego de posibles infinitos en su derrotero científico, sólo que ella remite necesariamente a cuerpos que aunque ideales, mantienen alguna reminiscencia de los concretos. Los cuerpos de la física se adecuan perfectamente a las exigencias de las ideas. Al ser inmóviles, no vivos, vale decir al no cambiar por sí mismos, no sufren alteraciones espacio-temporales constitutivas de su identidad, como sí sucede en los cuerpos vivos y más especialmente con el hombre. Sin embargo a pesar de esta relación tan diferente con los cuerpos, los criterios de tratamiento científico se desarrollan en paralelo entre la biología y la física, de modo que los cuerpos vivos son medidos con los mismos criterios y juzgados desde estrictas relaciones de causa y efecto, al modo de los no vivos. Es el caso de una semilla, de una célula, e incluso del hombre, a pesar que su cuerpo se mueva en universos simbólicos de sentido. En este proceso de negación de lo humano que viene generando la ciencia, mientras los experimentos aún se mantenían atados a los cuerpos biológicos, la relación matemática-experiencia tenía todavía algo que ver con el humano, por lo menos en cuanto a que eso que estaba frente al biólogo, al médico, podía reclamar algún tipo de reconocimiento como parte de un cuerpo vivo o como cuerpo-cadáver. Todavía podían llegar a reconocerse límites a respetar, espacios que no podían sobrepasarse, hoy estamos muy lejos de eso. Las ciencias biológicas se fueron alejando cada vez más de esa relación con el hombre cuando comenzaron a traducir las relaciones biológicas a códigos de información. El ADN no es más que información, la tarea que se propone el biólogo, sobre todo del biólogo molecular, es descifrar toda vida y la vida humana particularmente, a partir de esa información, es decir transformar toda vida y la vida humana en ecuaciones manejables. La relación con la vida sigue el modelo electrónico, desconociendo los más profundos secretos de la vida y su carácter oscuro y misterioso, empujado por un afán insaciable de dominio que apunta hacia el infinito. Por supuesto que esto está muy lejos de lo que realmente necesita el 70% de la humanidad y de lo que debería proponerse investigar la ciencia que es mejorar sus condiciones de vida. Sibilia sostiene que “la tecnociencia contemporánea parece realmente dispuesta a redefinir todas las fronteras y todas las leyes, subvirtiendo la antigua prioridad de lo orgánico sobre lo tecnológico y tratando a los seres humanos preexistentes como materia prima manipulable.” 24 Califica a esta actitud de fáustica en cuanto a que no se impone ni reconoce ningún límite, podríamos decir que es desmesurada, que no acepta medidas. Todo es posible para deshacerse definitivamente del cuerpo, como lo es, por ejemplo, lograr que la mente humana deje de necesitar su último anclaje limitador: el cerebro. Los que intentan desarrollar una inteligencia artificial, sueñan con reemplazar el cerebro por un disco duro. “Dentro de 40 años todos los rasgos de la vida mental de una determinada persona podrán ser completamente simulados por programas de computación… y consecuentemente será posible continuar existiendo como una mente sin el cerebro que antes soportaba la vida mental.”.25 Cuando nace la medicina científica, tal cual es desarrollada actualmente, estudia el cadáver, no la vida; y las leyes que generó el estudio de esa materia inerte fueron las que permitieron estudiar cualquier otra materia inerte. La vida fue congelada, puesta entre paréntesis, fue reemplazada por movimientos mecánicos, para poder explicar los complejos engranajes de ese mecanismo que pasó a ser el “cuerpo”. Si bien hoy encontramos cada vez más vigente el perfil del ser humano como centro de informaciones, la medicina sigue manteniendo la vieja tradición del cuerpo máquina impuesta por Descartes y llevada a su máxima expresión por Le Mettrie. Pero cualquiera de las dos respuestas van dejando al humano convertido en un ser sin cuerpo, a-espacial y a-temporal. Estas prácticas que “disuelven” el espacio, que lo “licuan”, 26 van aniquilando con él categorías que aún pretendemos utilizar como por ejemplo las de adentro y afuera, interior y exterior, intimidad, público y privado y el uso de gran parte de las preposiciones; no tanto por cambiar las significaciones que podrían tener en el planteo de nuestras relaciones, sino por la imposibilidad de pensar en ellas debido a la inexistencia de su sustento que es el 24 Sibilia 2005, p.53 Herminio Martins, Hegel, Texas e outros ensayos de teoria social, Lisboa, Seculo XXI, 1996, p.195, cit. por Sibilia, 2005. 26 Ver Bauman, 2005. 25 espacio corporal. Esto viene asociado según la observación de Italo Calvino con el imperio del capitalismo, cuyo poder no se ve contrapuesto a ningún otro y nos aproxima al umbral de la fluidez absoluta. El mismo está obligado a multiplicar los axiomas a fin de mantener garantida la conjugación de los flujos que escapan por todos lados. En su permanente esfuerzo por mantenerse, el capitalismo insiste por ejemplo, en que la ciudad, lo urbano, lo artificial, se conviertan en el medio “natural” para el humano tal vez porque permite establecer relaciones o pseudo relaciones más allá de los cuerpos, relaciones entre centros de información y con ello garantiza su influencia y dominio. “El biopoder necesita beber constantemente de las fuentes de los nuevos saberes y desarrollos tecnológicos para efectuar ajustes en sus dispositivos que le permiten fagocitar nuevos espacios vitales… (sin embargo) lejos de ser omnipotente, el biopoder tiene grietas a través de las cuales las fuerzas vitales logran infiltrarse y reaccionar.” 27 El poder, convertido en biopoder sigue sosteniéndose sobre el dominio de los cuerpos biológicos que van virando hacia los virtuales. Biopoder El término biopoder es usado por Foucault para referirse a la práctica de los estados modernos para subyugar los cuerpos. Foucault estudia las diferentes prácticas y estrategias que usan para ello. Los cuerpos son administrados por el poder de soberanía que es quien detenta el derecho sobre la vida y la muerte. La pregunta es quién ejerce esa soberanía que actúa manteniendo y protegiendo la vida de los cuerpos, usando para ello su poder sobre la muerte. El poder soberano sobre la vida hace morir y deja vivir: Para Foucalutl cuando esta soberanía se vuelve biopoder hace vivir y deja morir. El instrumento más poderoso con que cuenta el biopoder es la medicina. Ella es la aliada mayor de las administraciones desde el siglo XVII, la usan como disciplinadora, como instrumento de control del cuerpo social penetrando en él hasta llegar hasta sus átomos, hasta sus genes conformadores: la higiene, la eugenesia, la contracepción, el aborto, sumados a la eutanasia vienen acompañando el crecimiento de la genética y la genómica. Pero el biopoder va más allá, usando los datos epidemiológicos, las cifras de morbilidad, de mortalidad en todas las franjas etarias, los datos sobre condiciones de la población, para vigilar y ejercer el control sobre los 27 Sibilia, 2005, p.216. individuos. Hemos tenido un ejemplo muy claro en el año 2009 con la denominada epidemia de gripe AH1N1 que fue declarada pandemia por la OMS, un organismo internacional, variando los indicadores de la pandemia. En efecto para ser pandemia hasta el año 2009 era necesario producir un alto porcentaje de mortalidad, ese indicador fue anulado frente a la escasa mortalidad de esta gripe, que el poder médico necesitaba declarar pandemia. 28 Para Foucault, el desarrollo del biopoder y sus técnicas constituyen una verdadera revolución en la historia de la humanidad, en cuanto la vida está totalmente gestionada por el poder. “Las guerras ya no se hacen en nombre del soberano al que hay que defender; se hacen en nombre de la existencia de todos; se educa a poblaciones enteras para que se maten mutuamente en nombre de la necesidad que tienen de vivir.” 29 Cuando este poder médico está en manos del capitalismo, esto lo analiza Virno, sirve también para controlar la fuerza productiva. 30 La reflexión sobre la espacialidad permite diferenciar este planteo de los que realizan en la actualidad los filósofos que recurren a la biopolítica porque ésta habla de cuerpos, pero tomando como referencia al cuerpo biológico del que la carne es sólo la materia que lo recubre. Esposito por ejemplo hace una genealogía de las relacionemos modernas y ve en su origen la inmunidad. Inmunizar es proteger la vida, ponerla a salvo del peligro expulsando lo que la amenaza. Esposito reconoce a este concepto como tributario de una forma biológica de pensar la vida, introducido por el pensamiento moderno al caracterizar a las sociedades como cuerpos que actúan según las leyes de la biología, de tal modo que resuelven los conflictos asimilando al que los provoca o destruyéndolo. Según esta lectura la vida humana, la de la sociedad, se rigen por las leyes de la denominada “vida natural” enunciadas por la biología. Esto permite poner a las leyes naturales enunciadas por la biología como única referencia de la vida política, 31 en cuanto son las leyes que marcan las conductas de los cuerpos. 28 Ver documentos en que se cuestiona desde la misma OMS el carácter de pandemia de esta enfermedad. http://operacionsalud.blogspot.com/2009/12/oms-acusan-de-corrupcion-al-papa-de-la.html; http://www.sciencemag.org/cgi/content/summary/sci;326/5951/350-b 29 Michel Foucault, Historia de la sexualidad, 1. La voluntad de saber, Siglo XXi, Bs. As., 1990, p. 94. 30 Ver Paolo Virno, Cuando el verbo se hace carne. Lenguaje y naturaleza humana, Cactus-Tinta Limón, Bs, As. 2004 31 Es Esposito el que construye esta referencia “arqueológica” a la biopolítica en su libro Bios.Biopolitica e filosofia, Einaudi, Milan, 2002. Para Esposito esta asociación se da de facto. Lo que venimos viendo hasta aquí es que esa asociación acompaña al cambio de concepción del espacio y con él el significado social de los cuerpos y encuentra, en la justificación del vacío y el movimiento, su razón de ser última. Esposito lo plantea tangencialmente cuando contrapone inmunidad a comunidad e identifica a esta última con la comunidad del cuerpo biológico. El cuerpo social sería el inmenso cuerpo organizado de la vida, constituido a partir de la incorporación de toda exterioridad que se le aparezca como amenaza: los otros individuos, las otras sociedades, lo otro de la vida (el caos indiferenciado de lo inorgánico). La comunidad se cohesiona frente a la nada, al vacío del que todo surge, y que amenaza con devorara. La inmunidad que pone de manifiesto lo otro, el vacío, aparece como un mecanismo necesario a la comunidad. El vacío, el caos, la nada, es lo que posibilita el movimiento devorador, “incluidor”, ”globalizador”: abarcador y unificador de la comunidad. La crítica, el no, la nada, resulta en la modernidad, la ocasión de la síntesis, de la plenitud en el uno. No podemos quedarnos en ella, pero tampoco podemos “crecer”, “desarrollarnos”, “progresar” si no estamos sostenidos sobre el vacío, si estamos integrados a un pleno definitivo. Vemos claramente en esta descripción de las relaciones entre los seres vivos que da origen incluso a la dialéctica hegeliana como modo de salirse de ella, la impronta de la metafísica griega. Este es el planteo de la modernidad que Esposito vuelve a considerar con la metáfora de la biología, de la vida biológica, que en resumen termina aportando la cuota de necesidad ontológica necesaria para poder detener un movimiento sin fin. Para superar la visión del bios como cuerpo biológico que hace la biopolítica, Esposito recurre al concepto de carne de Merleau-Ponty. La cercanía del cuerpo con la carne pone a éste en otro lugar que el de la clausura manifiesta de la historia política como acciones inmunitarias, exponiéndolo a la diferencia. Esposito asume una difícil misión, la de pensar el bios, el cuerpo, desde una filosofía que sigue atada a la metafísica del ser, en que la nada es impensable o se vuelve, como en el caso de Sartre un desafío imposible de alcanzar: vivir como cuerpo intentando no serlo, constituimos espacio soñando con lo utópico, chocándonos permanentemente con los otros pero ignorándolos o procurando hacerlo, lo cual, recordando la expresión sartreana, nos precipita al infierno. La biopolítica hija del biopoder no puede dejar de sostenerse sobre cuerpos concebidos con criterios biológicos, siguiendo el ejemplo del que citan como el maestro mayor, Nietzsche, y queda encerrada como él en la vocación de pensar desde otro lugar que el de la filosofía pero queriendo hacer filosofía. 32 Nietzsche es deudor en muchas de sus obras de un cuerpo marcado por leyes naturales, “biológicas”, que lo atan a la animalidad, a lo instintivo, a lo brutal. Al elegirlo, al considerar que ese cuerpo era el sabio, al contraponer el ser débil y enfermo, sujeto a su cuerpo (hombre) al fuerte y victorioso, liberado del peso de su cuerpo (superhombre), al rechazar la decadencia por regresiva, y establecer el progreso como signo del poderoso, al considerar que debía romper la comprensión dual del hombre quedándose con lo más oscuro e incomprensible y que eso era su cuerpo, Nietzsche cae en un monismo deudor del dualismo que rechaza de signo netamente biologicista. La propensión de la conciencia a simplificar el caos y la complejidad de lo monstruoso, de unificar las interpretaciones sobre el mundo en una sola, no desaparecen sino que se enmascaran tras la voluntad de poder que identifica con el cuerpo. “La solución trágica que Nietzsche propone estriba en “incorporar” a la conciencia” 33, pero lo hace dando vuelta al dualismo que rechaza: lo inferior ahora es la conciencia y no lo es respecto de un cuerpo bios , un cuerpo “conciente”, sino de un cuerpo pensado desde las leyes de la biología. Recoge además de la física el concepto de fuerza que permitió a ésta revolucionar la ciencia y apoya sobre él su referencia al cuerpo como instancia de fuerza privilegiada en que se establece “la diferencia entre los victoriosos y los fracasados”. 34 El cuerpo es para él lo “natural”, lo “instintivo”, es decir lo que está más allá o más acá de toda condición racional o incluso moral, es decir la capacidad del hombre de responder de la manera más cercana a la de la naturaleza: pre-determinada. El cuerpo, termina siendo el lugar de la fuerza y el poder, de la salud y la sabiduría, conceptos tan ambiguos que en cierto sentido podríamos coincidir si el cuerpo que describe Nietzsche no fuera el de la física y la biología Es interesante ver cómo todo planteo sobre el cuerpo se choca inmediatamente con cuestiones que hacen a la validez y presencia de una razón sometida a la lógica del ser. El cuerpo que tenemos que empezar a pensar es el que actúa en lugar de reaccionar; está situado no colocado, no está “dentro” de un espacio sino que conforma un espacio habitado. María Luisa Pfeiffer, “Filosofía sin filosofía? Tributo a Derrida, Relaciones; Montevideo, diciembre 2004, Nº 247. 33 María Luisa Bacarlet Perez, Friedrich Nietzsche: la vida, el cuerpo y la enfermedad, Universidad Autónoma del Estado de México, México, 2006. 34 Alberto Onate, O crepusculo do sujeito em Nietzsche. Ou como abrirse ao filosofar sem metafisica, Discurso Editorial, Sao Pablo, 2000, p.71 32 Un cuerpo que en su devenir espacio y tiempo se re-conoce y co-existe con otros, lo cual significa que vive en comunidad y muere. El cuerpo es claramente un espacio expresivo y esa expresividad es función primordial de la subjetividad corporal que se hace lenguaje. Es el espacio lo que permite la intencionalidad corporal, esa “percepción” que no es “personal” (subjetiva) ni tampoco interpersonal (intersubjetiva) sino “que se da siempre al modo del “se”, 35 y se expresa “sonando” como lenguaje. El espacio como constitutivo del sujeto implica formularlo de una manera diferente a como no ser, vacío a ser colmado, ni como negación del ser, sino como un proceso “carnal” que se hace “visible” en el cuerpo como conciencia operante. 36 Ser y no ser quedan como extremos de un proceso que nunca se detiene en ellos pero que no se da como alternancia al modo de la dialéctica, sino como “con”. El cuerpo, y en esto seguimos a Merleau-Ponty, no es algo ajeno a la percepción o la voluntad, no es dónde (espacio vacío) estas “operaciones” se llevan a cabo sino que es quien las realiza como parte de una operación mayor llevada a cabo por la “carne” del mundo. Percibir y querer, así como imaginar, soñar, afirmar y negar, son funciones del cuerpo como carne del mundo. El mundo no le es ajeno porque él es el mundo, no está en el mundo como si éste fuera un espacio diferente de él que lo acoge y le permite ser sino que el cuerpo es el mundo operando como conciencia y voluntad, el ser sí mismo es a la vez ser mundo: “estamos presentes a nosotros mismos porque estamos presentes al mundo”. 37 Así desaparece una de las características más elaboradas por la filosofía poscartesiana en relación con el sujeto que es la interioridad, “el mundo está todo al interior y yo estoy todo al exterior de mi”. 38 Lo que permite pensar esto como posible es la asociación cuerpoespacio “entre” que venimos desarrollando. Los cuerpos en la ciudad 35 Merleau-Ponty, 1945, p. 277. Ver María Luisa Pfeiffer, “Nostalgia de infinito. El rol del cuerpo en las filosofía de Merleau-Ponty y Nietzsche” en Mónica Cragnolini (comp.), Modos de lo extraño. Alteridad y subjetividad en el pensamiento posnietzscheano, Santiago Arcos, Col. Instrumentos, Buenos Aires, 2005. 37 Merleau-Ponty, 1945, p. 432 38 Merleau-Ponty, 1945, pp. 416-417 En este sentido Cacciari por ejemplo, realiza una fuerte objeción al sujeto pero mantiene la interioridad como el “lugar” 36 El único valor simbólico importante que han adquirido los cuerpos en nuestra cultura actual es el de mercancía. 39 Creemos que comprar un cuerpo no significa comprar una conciencia, que ambos pueden ser objeto de comercialización, y que incluso en esta práctica, están separados y tienen valores diferentes. Nadie es considerado inmoral por vender su “cuerpo”: los esclavos voluntarios y felices de nuestro tiempo venden sus “cuerpos” pretendiendo mantener sus conciencias separadas calificándolas como propias, es decir pretenden mantenerlas fuera de la transa comercial. Lo que se comercia es el “cuerpo”: es el caso de los jugadores de fútbol, las y los modelos, las prostitutas y “stripers”, los travestis, los que venden su vientre, su esperma, sus órganos, su sangre, los que son cambiados por dinero o especies en cualquier investigación farmacológica. Su persona, su identidad, su honor, parecen no entrar en juego cuando venden su cuerpo y no se considera indebido hacerlo bajo ciertas condiciones: una de las que más legitima cualquiera de estas transacciones es que sea por mucho dinero. Sin embargo es considerado totalmente indebido que alguien venda su conciencia, porque en ese caso se considera que se está enajenando, vendiendo a sí mismo. Como la separación se viene acentuando, y los cuerpos van perdiendo cada vez más valor significativo, van separándose cada vez más de lo que son los hombres, es cada vez más difícil encontrar argumentos que justifiquen la condena a los que venden sus propios “cuerpos” o los ajenos, sea enteros o por partes, ya que siendo éstos objeto de la ciencia, de la política, de la publicidad, de la medicina, del espectáculo, no habría razón para que no fueran también objeto del comercio. De hecho, luego de la decisión jurídica en un tribunal de los EEUU, en 1980, que determinó que ciertas bacterias eran más semejantes a composiciones químicas que a seres vivos y por consiguiente podían ser compradas y vendidas, no existe ninguna barrera para comerciar con genes, proteínas, fluidos, células reproductoras, y sólo falta un pequeño paso a dar para comerciar a la luz del día órganos, mujeres, niños, enfermos, hombres. 40 39 Sibilia considera que la mayor vidriera de ese mercado son los blogs y las redes sociales donde la intimidad se espectaculariza y se hace un culto del cuerpo mercancía. Ver “La nueva utopía El cuerpo”, Relaciones, Montevideo, Nº 307. diciembre, 2009 40 Sabemos que esta es una práctica frecuente y habitual en todos los países del mundo, sólo que no se realiza “a la luz del día” en la mayoría de ellos. Aunque en países como China se vendieron legalmente hasta el 2007 los órganos de los condenados a muerte para trasplante y en EEUU e Inglaterra se sigue vendiendo el semen, y que se hace a la luz del día. Los órganos han pasado a formar parte de un mercado negro en que hay, más que en otros productos diferencias de precio importantes: los precios medios en origen por riñón son de unos 500 euros en Suráfrica, de 745 a 890b euros en la India, de 1.260 a 2.000 en Egipto, de 6.000 en Perú y de más de 22.000 euros en Estados Unidos. En consonancia con el espíritu del tiempo, poco a poco, a lo largo del siglo XVII y eclosionando en el siglo XVIII, el espacio que comienza a tener relevancia en la ciudad no es el de los cuerpos sino el de las almas. El relato moderno lo reconoce cuando empieza a establecer la diferencia entre lo interior y exterior. La primera señal o antecedente lo encontramos en el modelo valorativo del discurso religioso pre-moderno para el cual el interior de la iglesia era lo resguardado, lo protegido por la gracia, lo sagrado, mientras que lo exterior era considerado el reino del caos, el pecado, el desorden. A partir que el discurso moderno se refiere al hombre como dual, constituido de dos elementos, entre los cuales uno está dentro del otro, queda habilitado el trasvase interpretativo dando diferente valor a estos espacios y estableciendo que el interior, el mundo del alma, es lo valioso, mientras que lo exterior, el reino del cuerpo, es lo despreciable. Cuando Dios deja de formar parte del discurso filosófico, lo mejor del hombre pasa a ser su razón guiada por la verdad, su voluntad guiada por el bien, sus buenos sentimientos, mientras que el cuerpo, como ya no puede ser sede del pecado, es el lugar de las malas pasiones, de las inclinaciones “carnales”, de las conductas instintivas, o sea “no humanas”. Este cuerpo es “lo animal” del hombre que se traduce en lo impropio del hombre, lo que lo inclina y empuja a perder su condición humana: a la “degeneración”, la bestialidad. Todavía hoy, a pesar del psicoanálisis y muchas otras teorías que han tratado de desmitificar ciertas conductas, 41 esa asociación sigue vigente, sobre todo en la cultura popular y en los medios de comunicación. El interior del alma tuvo su réplica en el hogar que adquirió poco a poco carácter de sagrado, de templo seglar, sobre todo para la burguesía. La seguridad se desplazó del santuario, situado en el centro urbano, al interior doméstico y del espacio sagrado al espacio interior individual. Los cuerpos entonces se transforman sin darse cuenta y gracias a la mirada médica que aporta su cuota científica, en “cuerpos”, en masa de tendones y sistemas de órganos funcionando según las “leyes naturales” que rigen la vida “animal”. Sus manifestaciones se vuelven así cada vez más indeseables a nivel moral. El espacio se encoje a la medida de los espíritus. Esto genera que se comience a pensar cómo relacionar individuos que están encerrados en sus cuerpos y éstos en sus hogares y éstos en la ciudad. Los espacios se acomodan a la concepción del hombre como individuo separado, y tanto 41 Si bien el psicoanálisis ha hecho un aporte importante para revalorizar ciertas conductas y romper con un dualismo moral ingenuo, hay un costado de esta terapéutica que sigue siendo confusa en cuanto que sigue hablando de “instintos” por un lado y por otro valorando la conciencia como lugar de la cura. los habitacionales como los públicos, olvidan la convivencia de los cuerpos y se van haciendo cada vez más estrechos, más íntimos, encerrando al hombre cada vez más en sí mismo. Los espacios van mostrando cada vez más su carácter de vacíos, sobre todo en las ciudades que van siendo construidas alrededor de esta idea y provocando la necesidad de llenarlos. El símbolo familia crece a la lumbre del símbolo espacial del encierro, la calle comienza a ser el lugar de tránsito, de paso, en que nadie puede quedarse, un espacio que significa peligro, delito, exclusión, soledad. “Vivir en la calle” es símbolo de desarraigo, una situación indeseable, penosa, peligrosa. La calle se vuelve el lugar estéril, neutro, vacío, por el que deambulan los “cuerpos” pero que no tiene nada que ver con los “espíritus”, éstos la sobrevuelan soñando con espacios cerrados, íntimos y entrañables. Una vez que esta valoración espacial de lo cerrado e íntimo es establecida como institución, incluso convertida en logias y sociedades secretas, pasa a ser deseada, buscada, valorada. Sin embargo hubo reacciones, algunos grupos ciudadanos, especialmente aquéllos que veían como amenaza que esa concepción del hombre se adueñara de la política, comenzaron a pelear para re-establecer espacios abiertos y comunes como lugar para la convivencia. Los sindicatos, los clubes, las asociaciones científicas, deportivas, religiosas, políticas comenzaron a surgir buscando instituir espacios comunes, pretendían generar pertenencia a grupos humanos; incluso las revoluciones artísticas, literarias, las escuelas científicas o filosóficas eran un modo de buscar “lugares comunes”, 42 de pertenencia, de reconocimiento entre iguales, en que el espacio no se estrechara al límite de la piel sino que posibilitara pertenecer a un grupo, a sociedades que curiosamente, en muchos casos, pasan a denominarse “privadas” porque lo público comienza a pensarse como un espacio ocupado por muchos y ajenos. Lo que se buscaba allí, más allá del ropaje que cubriera esa búsqueda, era que los cuerpos pudieran construir espacios para reconocerse en ellos, viviendo “a sus anchas”, generando adherencias que desaparecían por ejemplo al salir del ámbito del club, de la iglesia, de la asociación. 43 Es interesante observar como la frase “lugar común” tiene un sentido de disvalor, se asimila a expresiones de poca representatividad y ningún valor. 43 Es en esta época en que va creciendo la concepción del hombre como sujeto individual que comienza a nacer el mito y la utopía de “la familia” como núcleo humano de pertenencia. Así a fines de 1700 “economistas, filósofos y ensayistas dan un realce completamente artificial a las estructura coercitivas y arcaicas de las comunidades familiares”. Ariès, Duby, 1990, p.141 42 Esta especialización funcional de los espacios ciudadanos se inscribe en el entorno cotidiano del ciudadano, condicionándolo. La incidencia de la distribución y partición del espacio se ve claramente en la intensificación de la explotación de los cuerpos por parte del sistema capitalista quien, para economizar espacio, comienza por dividir el del trabajo del de la casa. A partir de esta primera división cobra valor la funcionalización de los espacios, ésta ya no tiene que ver sólo con la producción industrial sino con todo tipo de producción para hacerla más “económica”. Este término invade las vidas y los espacios, no puede ni debe quedar espacio sin función, la utilidad pasa a ser el criterio de valoración más usado. Respecto de la arquitectura, por ejemplo, la vivienda, la industria, las zonas comerciales, los espacios verdes, etc. se separan físicamente, y el modo de enlazarlos es una extensa red de calles y transportes. En la Carta de Atenas (1931), el funcionalismo propone como criterio, un sistema de planificación urbano basado en una rígida compartimentalización y la localización de las actividades según la función. 44 Cuando la ciudad es conformada de esta manera, tomando como pauta rectora una espacialidad “ideal”, abstracta, acomodada al criterio de la utilidad, de la funcionalidad, se ignora el carácter de abierto de toda situación, en cuanto su significatividad implica una multiplicidad de nuevas significatividades 45 provenientes de lo fáctico. La ciudad como continente espacial pautado geométricamente, se adecua a la norma de un “espacio objetivo” y olvida al “espacio vital”. A este ideal responde el pensamiento teórico sistemático de Le Corbusier y la Bauhaus, guiados por la ideología y la estética de la máquina y que se hace hegemónico en los años treinta del siglo XX. La casa, para Le Corbusier es una “machine à habiter”, está pensada como una réplica del cuerpo en que cada parte cumple una función. Los hombres, encajados en la cuadrícula no están reunidos alrededor de algo, sino concentrados en función de una economía de energías, de un “tenerlos a mano”. Pasan a ser útiles. Con la ciudad moderna se hace realidad la separación del espacio de los cuerpos y se concretiza la idea de que el cuerpo del hombre es tal porque “ocupa” un lugar en un espacio que lo contiene al modo de los cuerpos de la física. ¿Cómo asociar la relación de los cuerpos con la ciudad moderna a un espacio que es tal porque hay un cuerpo humano que “espacializa” mundos? Desde esta perspectiva la espacialización es previa a lo que 44 Usando los criterios de la Carta de Atenas, (1931) Le Corbusier propuso una ciudad ideal dividida en cuatro zonas destinadas a las diferentes actividades sociales: vivienda, ocio, desplazamiento y trabajo. 45 Aparece implicada aquí la noción de horizonte. podemos llamar conciencia reflexiva, a toda medida, localización, cálculo de utilidad, es el modo de operar de la conciencia pre-reflexiva, la conciencia corporal. La conciencia en cuanto “es de” necesita o exige ser corporal porque exige la trascendencia espacial. La conciencia cartesiana es inmanente, lo es de sí misma, de sus propios procesos, por ello no puede reconocerse cuerpo. También lo es la freudiana, en cuanto es superestructura que coloca en su lugar, por medio de un procedimiento racional, el análisis, lo “almacenado”, reprimido en forma de inconsciente. Sólo puedo ser apertura a... (conocimiento, reflexión, sentimiento, “instinto”) si hay algo que no es lo que se abre; esa erlebnis, esa experiencia es corporal, ese algo previo a la apertura y que la posibilita es la conciencia-cuerpo, la que se “choca” (en-cuentra) “con” y “entre” las cosas. Hay un movimiento que puedo atribuir tanto al sujeto como al mundo según dónde me pare, es un estar volcado a…, estar abierto a... que tiene dos resultados: un reconocimiento de parte de lo otro y un reconocimiento del “yo” o de la conciencia. Y este movimiento “corporal” de ida y vuelta que no tiene un punto de comienzo ni de final es el que va constituyendo espacios y al hacerlo aparecemos el otro (sujeto, mundo cosa) y yo. El yo aparece “con” el otro y viceversa; en tanto estamos en el reino del “se”, del “inconsciente”, lo que llamamos conciencia es la capacidad de decir yo y otro mientras operamos como “entre”. La ciudad moderna no permite ni la emergencia del yo ni del otro porque no posibilita los espacios de reconocimiento, nos ofrece un espacio vacío donde deambulamos independientes, carentes de la posibilidad de identificarnos de la única manera posible, en la dependencia. El aislamiento que el individuo protagonista de esta ciudad ve como lo más valioso que ella le ofrece, es lo que genera todo lo que aborrece de la ciudad: la soledad, la violencia, la orfandad, la inseguridad, el miedo.