Crisis de los sistemas alimentarios en América Latina; Michael Redcliff y David Goodman

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La Crisis de los Sistemas Alimentarios en América Latina
Michael Redcliff y David Goodman − Manchester USA
Durante las últimas tres décadas, desde la Alianza para el Progreso −a comienzos de los años 60−, la atención
se ha concentrado en la incapacidad de la mayoría de los países latinoamericanos para alimentarse, para
establecer intercambios con países extranjeros a través de exportaciones agrícolas para su desarrollo y para
otorgar capital para acelerar el curso del desarrollo del sector industrial. La experiencia del desarrollo de
Latinoamérica y las teorías ideológicas profundamente enraizadas, han establecido ciertas actitudes con
respecto al medio ambiente en todo el continente, dando poca importancia a la sustentabilidad de los sistemas
alimentarios, lo que refleja el modo como ha sido considerada la agricultura en la región, y el rol
predominante del sector industrial y urbano en los debates sobre las políticas implementadas en los últimos
treinta años.
Actualmente, la crisis agraria en Latinoamérica también implica una crisis en la alimentación. Es necesario
recalcar que aún dentro de un continente tan urbano como es Latinoamérica, la crisis rural no se limita a las
áreas campesinas, a la agricultura comercial o al resto de la población rural, sino que abarca, además, a las
mayorías urbanas cuyas necesidades básicas incluyen la alimentación a bajo costo.
Tanto en las áreas rurales como urbanas, el desarrollo durante los años 80 ha sido opacado por los problemas
de la deuda externa. Desde 1982, la deuda externa ha estado suspendida en el aire. Para algunos ha significado
un freno indirecto y negativo para entablar los necesarios debates sobre las políticas, y para el pensamiento
crítico. Para otros, se ha manifestado de innumerables maneras en los sistemas de la vida cotidiana, a través de
las políticas de ajuste estructural y el cierre de oportunidades sociales y económica. Sin embargo, la obsesión
con respecto a la deuda externa, no ha aumentado el perfil de la sustentabilidad en Latinoamérica como se
hubiera esperado. Los motivos se mencionarán más adelante en este artículo. El desarrollo sustentable en
Latinoamérica aún es un concepto remoto, casi utópico. La tesis fundamental de este artículo es que la
sustentabilidad debiera ser la base de cualquier programa alternativo. Sin un desarrollo sustentable, la crisis
estructural que hace que la economía de Latinoamérica sea dependiente, no puede ser enfrentada en forma
seria, no se pueden establecer nuevos criterios para la utilización de recursos y para mejorar el bienestar, y la
libertad de las personas, ni tampoco se pueden atacar las trágicas consecuencias de un desarrollo
desequilibrado, producto de una acumulación desigual del capital.
LATINOAMERICA Y EL SISTEMA ALIMENTARIO MODERNO
El sistema alimentario moderno fue establecido en los Estados Unidos en los años 40 y 50 (Goodman y
Redcliff, 1991).
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Las principales características de este sistema necesitan ser entendidas en términos tanto del mercado
doméstico de los principales países industrializados, como de los mercados externos que se desarrollaron
después.
En el denominado "Régimen Fordist" de acumulación en la post−guerra, la creciente productividad laboral en
la industria constituyó el impulso −a través de políticas corporativas y el estado de bienestar− para aumentar
los salarios reales y los niveles de empleo durante los años 50, 60 y 70 en los principales países industriales
(Glyn y col., 1988). A medida que aumentaron los ingresos, el porcentaje que se destinaba a alimentación
inevitablemente disminuyó.
Esta tendencia que pudo, sin embargo, haber establecido un obstáculo para la continua y creciente
acumulación del sistema de alimentación agrícola, fue compensada de dos formas:
En primer término, el mercado para los productos alimenticios aumentó, con respecto a otros productos de
consumo, y junto con ello el "valor agregado" pasó a constituir un importante elemento para determinar el
precio de los alimentos. Paralelamente, comenzaron a aparecer más alimentos envasados, mucho más
procesados y la conversión de energía, y proteína fue equiparada a través de índices de acumulación de capital
muy altos en los sectores de procesamiento en la industria de alimentos.
En segundo lugar, se expandió el mercado de los denominados "productos blancos", tales como
refrigeradores, freezers, lavaplatos y hornos microondas, los que facilitaron el desarrollo de la tecnología de
alimentos y redujeron el tiempo dedicado a los aspectos más pesados de las labores domésticas, sin incluir la
parte del trabajo realizado por la mujer. Los tiempos cambian a medida que el trabajo de la familia ha
permitido a la mujer tener mayor participación en el proceso laboral formal, especialmente en los sectores de
empleo donde las capacidades tradicionales de la mujer habían sino "industrializadas", tales como la
preparación de comida, el servicio de personal y la industria textil. El sistema de alimentos se desarrolló en los
principales países industriales junto al aumento del consumismo, a un creciente cambio del papel de la mujer
en el campo del trabajo y un aumento de la productividad laboral.
Una característica clave del sistema alimentario en los Estados Unidos y Europa occidental, fue el apoyo que
los gobiernos le dieron a los productores agrícolas. Los agricultores tenían garantizados los precios de los
cultivos y animales, y se les ofrecía una amplia variedad de servicios de investigación y extensión, al igual
que un crédito agrícola subsidiado. Las condiciones altamente favorables bajo las cuales producían para el
mercado doméstico, estimulaban aún más la inversión en tecnología diseñada para aumentar la productividad.
La adquisición de esta tecnología permitía que los beneficios se traspasaran de los productores a los
consumidores a través de la disminución de los precios de los alimentos en términos reales. La competencia
tecnológica entre los productores, aseguraba que sobrevivieran sólo los productores con mejores recursos y
los más competitivos. Así, desde los año 50, el número de productores agrícolas de los países industrializados,
ha disminuido severamente. A pesar de la reducción de empleos en el sector agrícola, el desarrollo del sistema
moderno de alimentos marca una estrategia socialmente articulada de la cual se han beneficiado la mayoría de
los miembros de sociedades industriales avanzadas, por lo menos a nivel de consumo personal.
En años recientes, han surgido otros problemas en los países industrializados que opacan el modelo de
crecimiento constante y las mejorías en el plano de bienestar personal. En forma notable, están los altos costos
ambientales de la agricultura intensiva y las preocupaciones que han aumentado acerca de los riesgos de los
alimentos industrializados. Sin embargo, se impide que estos problemas avancen debido a los impactos del
sistema moderno de alimentación en muchos de los países en vías de desarrollo y en regiones utilizadas como
"fuentes" para el sistema, y donde la lógica para equiparar el creciente consumismo y la producción no se ha
desarrollado realmente con el decoro exigido por el modelo de los Estados Unidos y la Comunidad Europea.
Durante el período de la post−guerra el desarrollo de Latinoamérica se ha distinguido por sus estrategias
socialmente desarticuladas, bastante distintas a aquéllas de los principales países industriales (de Janvry
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1981). El proletariado urbano se ha beneficiado sólo marginalmente de la creciente productividad, al restringir
los modelos de consumo tipo Fordist, incluyendo las dietas a base de carne a los grupos de mayores ingresos.
El crecimiento industrial de la post−guerra, se ha basado en el trabajo laboral de bajo costo, logrando como
resultado, abastecimiento de alimentos baratos, que se han mantenido por medio del control del precio
doméstico, la ayuda alimentaria e importaciones comerciales. Hasta que se comenzó a sentir el peso de las
políticas de ajuste estructural en los años 80, la industria de Latinoamérica y los consumidores urbanos, eran
subsidiados a costa de los productores agrícolas.
A diferencia de los países de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OECD), donde
la política agrícola ha sido fuertemente legitimizada desde los años 40, la mayoría de los productores del
sector agrícola de Latinoamérica, han sido ignorados en gran medida, o han pasado a ser agricultores
temporales.
Las políticas de apoyo agrícola, basadas en la tecnología moderna, han sido destinadas ya sea a las crecientes
utilidades obtenidas de las exportaciones o a unos pocos cultivos estratégicamente importantes, tales como el
trigo, que ha sido invariablemente cultivado por numerosos agricultores comerciales. La dieta popular indica
que existen elementos "Fordist" y los alimentos procesados, a menudo con un alto contenido de azúcar, han
comenzado a adquirir una creciente importancia, pero el estado de nutrición de la gente de bajos ingresos del
sector rural y urbano es incierto y probablemente se ha deteriorado en forma significativa desde comienzos de
los años 80.
De este modo, en Latinoamérica, la "dieta Fordist", basada en el sistema moderno a base de ganado y granos,
continúa siendo en gran medida un fenómeno de la clase media o un conducto para los mercados de
exportación. En algunos países, sobretodo en Brasil y México, existe una agricultura que se basa en el poroto
de soya, cerdos y aves, pero estos productos sólo alcanzan una pequeña parte del enorme potencial de
población en estos países. Mientras que en los países industriales, la agricultura ha sido transformada a través
del desarrollo del sistema moderno de alimentación −además de la creciente acumulación de capital en el
proceso de producción−, en Latinoamérica el impacto del sistema moderno de alimentación ha debilitado, en
vez de fortalecer, la integración del uso de la tierra agrícola y el consumo masivo.
Como se aprecia, la "dieta de transición" en la mayoría de los países de Latinoamérica es aquella que otorga
un nivel nutricional más bajo, que substituye carbohidratos procesados y grasa por productos alimenticios
tradicionales y jugos de fruta. Además, esta dieta presenta evidencias, no de mejorar los niveles de vida y de
bajar la proporción de gastos en alimentos, sino que requiere un creciente uso de ingresos destinados, en
términos reales, a alimentos de un costo elevado.
En Latinoamérica, el impacto del sistema moderno de alimentación se aprecia en una serie de otros aspectos.
Los países latinoamericanos, proveen cada vez más de cultivos forrajeros para el ganado criado en Europa
Occidental, y destinan una parte significativa del área cultivada a lo que se denominan "frutas de invierno y
vegetales" consumidos en los Estados Unidos. Por ejemplo, México y los países de América Central, proveen
de melones, frutillas y otras frutas al mercado estadounidense, aunque sus propios abastecimientos
domésticos, aparte de Florida, se encuentran repartidos. Como se apreciará más adelante, la transformación de
extensas áreas de bosque tropical en grandes pastizales, se debe principalmente al estímulo por la demanda de
hamburguesas y de "comida para llevar" en los Estados Unidos en los años 70, lo que dio origen a la
denominada "hamburguer connection". Estos enlaces de la agricultura latinoamericana con el sistema
internacional de alimentos y sus implicaciones en la sustentabilidad, son analizados en varios puntos en las
siguientes secciones.
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LA DISTRIBUCION DE LA TIERRA EN LATINOAMERICA
La distribución desigual de tierras en Latinoamérica es el punto principal de la crisis de desarrollo de los año
80 y 90, al igual como ocurrió 25 años antes.
Por ejemplo en Ecuador, el número de propiedades de gran extensión, sobre las 500 ha., es similar al de 1974,
pero en forma proporcional al área de tierras agrícolas, disminuyó de 45,2% a un 30% (Thiesenhusen 1989).
En Chile, la proporción de grandes propiedades, incluso de aquéllas superior a las 80 ha., disminuyó de un
55% a un 17% entre 1965 y 1979, pero la concentración de propiedades pequeñas, menores de 5 ha., se
mantuvo. En Chile, el número de trabajadores agrícolas según los resultados del censo, fue el mismo en 1983
que en 1974 (600.000), a pesar de la continua inmigración urbana. En la mayoría de los países de
Latinoamérica existe evidencia que entre 1960 y 1970 aumentó el número de propiedades pequeñas en un 145
por ciento, considerando toda la región, aunque muchas de estas propiedades, probablemente desaparecieron
en las dos décadas siguientes.
El aumento de la población sin tierra, también es algo característico en la sociedad rural de Latinoamérica.
Los ejemplos más extremos son los de América Central. Entre 1961 y 1975, la proporción de trabajadores
rurales sin tierras aumentó, de un 11 a un 40 por ciento de la población salvadoreña. Alrededor de 1980, el 2%
de la población del Salvador poseía el 57% del territorio nacional y casi toda la tierra fértil. En Costa Rica, en
el año 1982, el 3% de la población poseía el 54% de la tierra. El mismo año, en Honduras, el 5% poseía el
60% de la tierra, mientras que en Guatemala sólo el 2% las propiedades abarcaban más del 80 por ciento del
área agrícola. Según Grindle (1986), en el año 1978 aproximadamente más del 70% de la población rural de
Latinoamérica no poseía tierras, y aunque sólo el 37% de la población era rural, alrededor del 62% de la
población de escasos recursos en Latinoamérica era gente del sector rural (Grindle, 1986).
El panorama de toda América Latina presenta gran cantidad de desigualdad con respecto a la distribución de
tierras, lo que aumenta la población que no es propietaria de ella en la mayoría de los lugares, aunque en otros
sectores ocurre lo contrario, donde el número de campesinos que poseen pequeñas parcelas ha aumentado en
forma temporal. Un gran número de familias rurales de escasos recursos representan, indiscutiblemente, el
aspecto principal de la agricultura campesina contemporánea. Los cálculos de la FAO para fines de los años
70 y comienzos de los 80, indican que de un 65 a 85 pro ciento de la población rural vivía en condiciones de
absoluta pobreza (de Janvry and Sadoulet 1988).
Para la mayoría de la gente de escasos recursos de la zona rural, el tener acceso a un pequeño pedazo de
parcela, no garantiza la subsistencia; por otro lado, la inmigración a los empleos agrícolas temporales y a las
ciudades continúa siendo la principal estrategia para sobrevivir. En muchos caos, la fuerza laboral campesina
ha sido sometida a un sistema proletario parcial. Mientras algunos de los miembros de la familia trabajan
como campesinos, otros lo hacen en el sector urbano o como inmigrantes. Los "Eventuales" o como los
denominan en el sur del Brasil, los famosos "boias frías", trabajadores que viven en áreas urbanas nuevas,
pero que llevan el almuerzo al campo, constituyen un aspecto importante de la sociedad rural de
Latinoamérica en los años 80.
LOS CAMBIOS CON RESPECTO AL USO DE LA TIERRA EN LATINOAMERICA
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La desigualdad con respecto a la distribución de la tierra, a pesar de su importancia, no representa por
completo la dinámica de los cambios en el sector rural de Latinoamérica. Han habido cambios importantes en
el uso de la tierra durante los últimos veinte años, y aunque éstos no parezcan importantes en conjunto, sí lo
son en términos "per cápita". Entre 1968 y 1985, el área de las tierras destinadas a la agricultura aumentó de
655 millones de ha. a 723 millones, y dentro de estas cifras, la cantidad total arable, aumentó de 140 millones
de ha. a 175 millones. Sin embargo, si indicamos este índice de aumento en términos "per cápita", el
panorama cambia. En 1986 en Latinoamérica existía sólo 1,8 ha. de tierra agrícola por persona, en
comparación a 2,8 ha. en 1968. Una baja que refleja la realidad e un crecimiento poblacional de un 25% en el
mismo período. Según los datos del IICA (1968), la disminución de la tierra agrícola en términos "per cápita",
ha sido más notoria desde 1983, durante el período de recesión económica posterior a la amenaza del
incumplimiento de la deuda externa de 1982.
Las cifras "per cápita" de las tierras utilizadas para bosques y pastizales, indican una tendencia a diminuir,
considerando que las cifras de los bosques no son mucho más de la mitad de la cantidad "per cápita" de hace
20 años atrás. Brasil es un caso especial, ya que tiene la mayor cantidad de bosques tropicales en
Latinoamérica. En Brasil, entre 1968 y 1986, las tierras utilizadas para bosques en términos "per cápita",
disminuyeron de 7 a 4 ha.
El panorama, a un nivel marco, indica una utilización cada vez más intensiva de los recursos, pero han habido
transformaciones mayores en la forma como se han utilizado los recursos para satisfacer las necesidades de
alimentación y exportación. Existen tres tendencias principales al respecto:
• el paso de los cultivos tradicionales, tales como porotos y maíz, a nuevos cultivos, en especial oleaginosas,
tales como soya y sorgo;
• el cambio de los bosques a pastizales para la crianza de ganado;
• y la importancia permanente de las transferencias de energía desde y hacia los sistemas agrícolas
Una de las tendencias más consistentes ha sido el aumento de la producción de oleaginosas y cultivos
forrajeros. De los 15 millones de ha. adicionales de tierra agrícola que se utilizó para la producción durante la
década de 1970 y 1980, alrededor del 62% fue atribuida a oleaginosas, en especial a la soya. Otro 24% del
área de tierra adicional fue destinada al maíz, arroz y sorgo. Durante los años 70, el promedio anual de
crecimiento de la exportación de oleaginosas fue de 17,2 por ciento, una estadística que refleja los efectos de
esta magnitud del cambio en la dieta popular.
Otro aspecto, importante del cambio con respecto a las tierras en Latinoamérica, es el creciente énfasis en la
producción de ganado para carne, especialmente en las zonas tropicales, lo que ha contribuido tanto a la
deforestación como a los cambios en la dieta. Entre 1974 y 1983, hubo un aumento de un 28% en la
producción de ganado en toda Latinoamérica. Areas tales como la parte este de los Andes en Colombia,
fueron totalmente deforestadas en un período de dos décadas, y de la tierra que se limpió, sólo el 16% fue
destinada a cultivos, el 31% no se utilizó y el 54% fue utilizada para criar ganado. Más d ella mitad de esta
tierra fronteriza eran campos de más de 500 ha. En forma similar, durante la década de los 70, en América
Central, la mayoría de los préstamos agrícolas de los bancos de desarrollo multilateral, ayudaron a financiar la
producción de ganado para carne. El Banco Mundial, estaba seriamente involucrado en los préstamos para la
producción de ganado en toda la región, aún después del furor provocado por las críticas a su política de
préstamo (Rich 1985). En 1983, El Banco Mundial prestó US$9 millones para un proyecto en Panamá de
$25.5 millones para ganado de carne, y mantuvo créditos a Honduras para disminuir las exportaciones de café
y plátanos y aumentar los ingresos a través de la carne y el tabaco. A medida que el mercado de exportación
de la carne en América Central, comenzó a declinar, aumentó el consumo entre la clase media del país. El
plato típico de América Central pasó a incluir carne, para aquellos pocos que podían costearla. Actualmente,
alrededor de dos tercios de la mejor tierra agrícola de América Central, está destinada a la ganadería, lo que
supone consecuencias para el medio ambiente que difícilmente pueden ser estimadas (Nations an Korner
1983; Rich 1985).
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La conversión de cultivos forrajeros y de granos en proteína animal, ya sea dentro de Latinoamérica o en los
mercados de exportación, constituye uno de los mejores ejemplos de la forma como la conversión de proteína
y energía han pasado a ser internacionalizadas. El ganado consumo 8 libras de forraje y granos (3,6 kilos) para
aumentar 1 libra (2,2 kilos) en peso, lo que constituye un factor de conversión tres veces más ineficiente que
el de los pollos y sobre 5 veces más que el de los pescados.
En Latinoamérica, en un período de sólo cinco años, entre 1978 y 1983, dos millones de ha. adicionales
fueron utilizadas para soya y un millón más para sorgo, lo que indica un aumento de un 25 por ciento.
Estas áreas adicionales efectivamente ocuparon tierras para otros cultivos, tales como porotos, en el caos de
Brasil, y maíz, en el caso de México. Además, como ya se ha apreciado, los cultivos forrajeros, también se
utilizan para alimentar al ganado en los países de Latinoamérica. Entre 1940 y 1980, la proporción de tierra
para cultivos en México, especialmente el maíz, trigo, arroz y porotos diminuyó de ¾ del área cultivada a
menos de la mitad. En especial el sorgo, que es utilizado para alimentar cerdos y pollos, siendo estos últimos
parte importante de la dieta de la clase media urbana de Latinoamérica.
Los efectos de estos cambios en el uso de recursos son varios, tanto directos como indirectos. La conversión
de grandes cantidades de bosques a tierras para criar ganado, ha precipitado una catástrofe ambiental en los
trópicos húmedos. (Myers, 1979). Al mismo tiempo, la creciente dependencia de alimentos importados, la que
ha sido acelerada debido a la conversión de los recursos y la proteína, ha aumentado la vulnerabilidad
económica de muchos países latinoamericanos. Finalmente, la dieta común ha sido forzada a adaptarse al
cambio de los cereales tradicionales, al trigo y comida semi−procesada, cuyo principal ingrediente es el
azúcar. Para poder entender mejor estos procesos, se requiere analizar más de cerca el proceso de producción
de alimentos en la región.
LA PRODUCCION DE ALIMNTOS EN LATINOAMERICA
Se puede analizar la producción de alimentos en los últimos 25 años, distinguiendo tres etapas dentro de este
período. Durante la primera fase (1964−70), la producción "per cápita" de alimentos aumentó levemente, con
un promedio de aproximadamente 1,4 por ciento al año. Este fue un período durante el cual los avances de la
"Revolución Verde" estaban aún llevándose a cabo en algunos cultivos, sobretodo en maíz, y la tierra que se
cultivaba también estaba todavía aumentando en forma relativamente rápida. En el "Estudio Agrícola
Benchmark", realizado por Fletcher y Merrill, (1967), se recomendó que era necesario un aumento de la
producción agrícola de Latinoamérica superior a un 4% al año, para poder satisfacer las demandas internas de
alimentos y para disminuir las importaciones de una producción doméstica deficiente. De esta forma, la
producción agrícola total de Latinoamérica, debería aumentar más de un 5% al año para satisfacer tanto la
demanda interna como las metas de exportación. Durante gran parte del período entre 1964 y 1984, la
producción total de alimentos casi alcanzó el nivel sugerido para lograr una producción agrícola total. Fue de
un 3,8% entre 1970 y 1980, con una disminución a un 1,7% entre 1980 y 1984. Esto constituyó cifras
levemente inferior que lo sugerido por Fletcher y Merril, especialmente si no se considera el proceso previo de
exportación.
Sin embargo, estas cifras ocultan dos tendencias muy importantes que sirven para obstaculizar cualquier
resultado positivo de esta perspectiva a largo plazo. En primer lugar, la producción de alimentos "per cápita",
apenas aumentó durante este período, y entre 1980 y 1984, realmente disminuyó alrededor de un 0,7% al año.
La situación en la década de los 80, fue en verdad peor que hace dos décadas atrás, esto en términos "per
cápita". Entre 1980 y 1984, sólo tres países lograron un aumento neto en la producción de alimentos "per
cápita", estos son, Chile, Argentina y Uruguay. Después de 1982, la situación empeoró debido al problema de
la deuda externa, aunque ya venía deteriorándose antes de 1982.
Esto se manifestó de varias formas. Por ejemplo, la producción de alimentos se situó en segundo lugar dentro
del aumento de los índices de exportaciones agrícolas. El promedio del aumento de los cultivos de
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exportación fue de dos veces más que los cultivos para la subsistencia durante el período entre 1964−84.
Alrededor de 1988 según el informe del Consejo Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, la
producción "per cápita" de granos había disminuido en un 7% desde las cifras obtenidas en 1981. Como se
puede apreciar, se comenzaba a acumular evidencia de que estas caídas se reflejaban en los altos índices de
desnutrición, especialmente entre los niños de edad escolar. Sin embargo, existen otros factores relacionados a
la crisis de la deuda externa que también tenían conexión con la baja de la producción de cultivos, tales como
las restricciones para obtener créditos rurales y la reducción de inversiones públicas en la agricultura de
Latinoamérica, especialmente gastos en infraestructura, obras de riego y conservación de suelos. Finalmente,
el efecto del proteccionismo agrícola en Norteamérica y Europa occidental fue rebajar los precios de los
cultivos de zonas templadas, lo que dio como resultado que se exportara mayor cantidad de granos a
Latinoamérica y que hubiera menos trabajo doméstico en la producción de cultivos.
El apoyo entregado a las exportaciones agrícolas en la región, a través de créditos externos y subsidios de los
gobiernos de cada país, ha llevado a algunos observadores a simplificar la relación que existe entre la
producción de alimentos y los cultivos de fácil retorno económico. A veces está implícito el hecho de que hay
una división entre pequeños campesinos que producen cultivos y grandes agricultores que producen para la
exportación. Esto constituye una simplificación según los datos proporcionados por la CEPAL (López
Cordovez, 1982). A los pequeños agricultores se les atribuye casi la tercera parte (el 32%) de las
exportaciones agrícolas y un mayor porcentaje de algunos cultivos, como por ejemplo el 41% del café. Al
mismo tiempo, a los grandes agricultores comerciales se les atribuye la mayoría de los cultivos, el 68% del
arroz y un 49% de la producción de maíz. La mayoría de los cultivos tradicionales son producidos por
pequeños agricultores, especialmente las papas (61%) y los frijoles (77%), cultivos para los cuales no se han
desarrollado ni tampoco difundido nuevas tecnologías.
A veces, una segunda suposición es que los pequeños agricultores están menos orientados al mercado que los
grandes agricultores. Gran parte de la literatura señala implícitamente que la agricultura latinoamericana está
divida entre grandes agricultores orientados al mercado y millones de pequeños campesinos que son
autosuficientes. Esta es una visión poco exacta del sector agrícola debido a varios motivos. Los datos de
México indican que mientras en el año 1940 los campesinos que tenían terrenos de menos de 5 ha., vendían el
40% de su producción; alrededor de 1970, esto había aumentado a un 81%. Estos datos se refieren a
productores independientes. Pero está claro que la comercialización de los mercados agrícolas afectaron de
igual manera a los grandes y pequeños productores. Hoy en día, México es un país donde la mayoría de los
pequeños productores rurales destinan la producción al mercado, ya que compran importantes cantidades de
cereales, en especial maíz, cuando lo necesitan. También es un país donde hay muchos más trabajadores
rurales asalariados, que campesinos independientes, lo que nuevamente elimina las suposiciones implícitas
que pueden haber al respecto (Montanez y Aburto, 1979).
Ante la creciente población urbana y el aumento de la dependencia de alimentos importados, algunos países
latinoamericanos han iniciado programas para aumentar la producción doméstica de cultivos estratégicamente
importantes. Dos ejemplos que vale la pena analizar son el programa del trigo en Brasil y la producción de
arroz en Colombia.
Entre 1966 y 1987, la producción de trigo en Brasil, aumentó de menos de un millón de toneladas, a más de 6
millones, abasteciendo así alrededor del 87% de la demanda doméstica a fines de la década de los 80
(CIMMYT, 1989). Sin embargo, este aumento de la producción aparentemente impresionante, sólo fue
posible a través de grandes subsidios para los agricultores y, en algunos años, por ejemplo en 1984, Brasil aún
importaba una gran parte de sus necesidades domésticas. En 1974, el programa del trigo dio origen al primer
centro de investigación agrícola EMBRAPA (Instituto de Investigación Agrícola de Brasil) con el apoyo del
CIMMYT a nivel internacional. Al poco tiempo, el aumento de la producción doméstica de trigo pasó a ser un
importante objetivo de la política económica de Brasil, cuya dependencia de abastecimiento de cereales de
otros países, había aumentado durante los años 70. El trigo tuvo el apoyo de subsidios debido a que cada vez
adquiría mayor importancia en la dieta urbana. Pero efectivamente, los pequeños campesinos que cultivaban
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cereales tradicionales, tales como arroz, frijoles y yuca, pagaron los costos de estos subsidios. A pesar del
aumento de la producción durante los años 80, Brasil ha modernizado la producción de trigo a un cierto costo.
La energía que se utiliza en la producción de trigo es muy alta, en especial el combustible y los pesticidas que
se ocupan, y la cantidad de energía que se obtiene de esta producción, es incierta. Brasil tampoco ha logrado
conseguir ser autosuficiente. En 1989, el gobierno de Brasil esperaba importar un millón de toneladas de trigo
desde Argentina, su histórico rival y, aunque Brasil es el segundo exportador agrícola más grande en el
mundo, aún así, sólo produce el 1,2% del trigo a nivel mundial.
Otro ejemplo de un programa de apoyo del gobierno para aumentar la producción agrícola, es el caso del arroz
en Colombia (Hansen, 1986). Como se ha podido apreciar, entre la década del 60 y la del 70, el punto de
atención del desarrollo agrícola en muchos países de Latinoamérica, pasó a ser el aumento del rendimiento en
vez del aumento del área bajo cultivo. Este proceso de modernización ha sido descrito como un cambio del
exterior al interior (Goodman y Redclift, 1981). En la mayoría de los casos, como el del trigo en México,
muchas variedades de cultivos de granos de alto rendimiento beneficiaron, principalmente, a los grandes
agricultores comerciales y la adquisición de nuevas tecnologías, a menudo, sirvió para prolongar más la
posesión y el control sobre las tierras. En el caso de Colombia, el arroz tradicionalmente considerado como un
cultivo de los pequeños campesinos, dejó de serlo una vez que el gobierno colombiano se interesó seriamente
en aumentar la producción. Entre los años 1960 y 1980, la producción total de trigo en Latino América
aumentó aproximadamente en un 85%, debido principalmente a las variedades de mejor calidad desarrolladas
por el Centro Internacional de Agricultura Tropical en Colombia (CIAT).
En Colombia, en el año 1950 habían 133.00 ha. de arroz. Alrededor de 1982, esta área había aumentado a
474.000 ha. Durante este período de 30 años, la producción aumentó más del doble. De 1,8 toneladas por ha. a
4,0 tons. Por ha., y aproximadamente en el año 1982, la producción total aumentó de 241.000 toneladas a más
de dos millones. Los incrementos en rendimientos obtenidos del arroz eran de tal proporción, que se logró
solventar los grandes gastos de fertilizantes y pesticidas que habían aumentado enormemente deprecio. Sin
embargo, durante la década de los 60, el número de campesinos que cultivaba arroz, disminuyó a la mitad, y,
en el año 1981 aproximadamente, casi la mitad de la tierra cultivada con arroz estaba distribuida en
propiedades de más de 100 ha. Antes de 1960, el arroz era cultivado solamente en terrenos pequeños, la gran
mayoría eran de menos de 5 ha. El arroz llegó a ocupar un lugar de creciente importancia en la dieta de la
población de Colombia. Entre 1953 y 1970 solo el azúcar y el arroz eran consumidos en grandes cantidades
por el promedio de la clase trabajadora en Colombia. El arroz era relativamente barato, pero para producirlo
se requerían pocos trabajadores rurales, la mayoría de ellos trabajadores asalariados. Como en Ecuador, el país
vecino, la producción de arroz en Colombia en la década de los 70 cubrió las necesidades alimenticias de la
ciudad para los alimentos de bajo precio, pero el costo fue tener que desplazar a un gran número de pequeños
productores, aumentar la concentración de tierras y el capital, y tener que asumir grandes consecuencias
ambientales como resultado de la aplicación indiscriminada de productos químicos (Redcliff, 1978).
En Colombia y Ecuador, al igual que en otras partes de Latinoamérica, el fomento de la producción de
cultivos, no ha probado ser la solución para la falta de empleo rural. Sin embargo, lo que también hace falta
enfatizar es que al reducir el precio de la producción comercial de cultivos tales como el trigo o el arroz, se
presentan efectos nutricionales adversos, ya que se fijan precios de otros cereales fuera del mercado y estos a
menudo son inaccesibles. Esto diminuye la variedad en la dieta común de la población y el consumo de
alimentos tradicionales tales como legumbres y frutas. El arroz ha pasado a ser el alimento de la población de
escasos recursos en Colombia, ya que los precios de los cereales alternativos han aumentado. Sin embargo, la
mayor producción de arroz no ha disminuido la dependencia del país de las importaciones de alimentos. En
1953, Colombia importó 111 millones de toneladas de productos agrícolas y alrededor de 1980, esta cantidad
había aumentado a 1.023 millones. En Colombia, al igual que en la mayoría de los países latinoamericanos, el
creciente aumento de la producción de alimentos, ha tenido una cercana conexión con la exportación de
alimentos, sin presentar mucho beneficio neto debido a que no se obtenían grandes ganancias de ésta.
Según la FAO, las importaciones agrícolas para toda Latinoamérica, aumentaron en forma impresionante
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entre 1970 y 1980. Para satisfacer todas las necesidades de abastecimiento de alimentos, las importaciones se
duplicaron en Venezuela, Chile y Brasil durante este período, y se cuadruplicaron en México.
EL HAMBRE Y EL CONSUMO DE ALIMENTOS EN LATINO AMERICA
El hambre en Latinoamérica no es ninguna novedad, pero en los últimos 10 años, aproximadamente hasta
1990, el hambre en esta región ha adquirido nuevas formas. Actualmente, Latinoamérica es un continente
asombrosamente urbano, y el hambre refleja este hecho en forma creciente. Entre 1960 y 1980, la mayoría de
los países latinoamericanos experimentaron una rápida urbanización y debido a que aumentó la proporción de
gente que vivía en las ciudades, el crecimiento natural en las zonas urbanas adquirió mayor importancia que el
flujo de inmigrantes que llegaban a la ciudad. Alrededor de 1990, son pocos los países en Latinoamérica
donde predominan las zonas rurales y en la mayoría de los países más grandes, tales como Brasil, Argentina y
México, por lo menos 2/3 de la población total vive en la ciudad.
¿Qué significado tiene este nivel de urbanización para el hambre y la nutrición de la región? ¿Quiere decir que
habrá que producir más alimentos en forma doméstica o importarlos para poder satisfacer las necesidades de
la creciente población?
La urbanización también implica importantes cambios en los hábitos alimenticios, ya que la gente de la ciudad
come más carne cuando tienen suficientes ingresos; además, consume más aceite y grasa, pan de harina de
trigo, y menos cereales tradicionales, raíces y tubérculos. Por otro lado, es probable que el crecimiento urbano
ejerza mayor presión sobre los productores de yuca y frijoles, ya que éstos nunca han sido marginados de los
programas de investigación agrícola.
En 1982, los estudios que habían antes de que hiciera crisis el problema de la deuda externa, indicaban que un
gran porcentaje de la población presentaba un serio nivel de desnutrición. En 1980, mas de 50 millones de
personas consumían una cantidad de calorías diarias bastante más baja que el mínimo recomendado por la
Organización Mundial de la Salud (OMS). De estos 50 millones, aproximadamente 20 millones presentaban
un nivel de desnutrición serio. Los estudios iniciados por el Instituto de Nutrición de México, como parte de
la investigación para innovar el proyecto del Sistema de Alimentación de México (SAM), demostraron un
alarmante índice de desnutrición. Más de la mitad de la población (el 52%), consumía diariamente una
cantidad de calorías menor que el mínimo indicado por la OMS, y un tercio de las proteínas recomendables de
80 grs. diarios. En 1980, el 28% de la población mexicana presentaba un grave nivel de desnutrición.
Datos más recientes confirman estas cifras. En 1985, el Instituto Nacional del Consumidor de México, señaló
que el 60% de la población no consumía carne, para la cual existían pocos substitutos de proteína adecuados.
Y la mayoría de las familias que se encuestaron, habían disminuido el consumo de vegetales desde 1982. Una
gran mayoría de la población en 1970, consumía muy poco arroz, huevos, fruta o vegetales, según esta
encuesta. Entre 1981 y 1987, el consumo de carne "per cápita" disminuyó alrededor de un 37%, (Calva,
1988). Desde 1979, la situación en vez de mejorar, empeoró. En ese tiempo, la dieta más típica de las personas
que fueron encuestadas por el Instituto de Nutrición de México consistían en: frijoles con tortilla de maíz,
atole (bebida de harina de maíz) con pan, y sopa de pasta y frijoles.
En Brasil también se ha obtenido evidencia de una desnutrición a nivel general. En 1974, según la Encuesta
Nacional sobre Gastos de Familia, el 68% de los brasileros comía menos que el mínimo indicado por la OMS.
En esta encuesta, el 37% de los niños eran desnutridos, y el 20% presentaba una desnutrición seria. El impacto
de la recesión económica al comienzo de los 80, parece haber afectado en forma adversa el consumo de
proteínas en Brasil, al igual que en otras partes de Latinoamérica. Entre 1979 y 1983, el consumo de carne
"per cápita", bajó de 27,4 kilos a 15,2. En 1985, el Ministro de Planificación de Brasil calculó que 86 millones
de personas, alrededor de 2/3 de la población, presentaban un nivel de desnutrición. Las fuerzas armadas de
Brasil, admitieron que el 47% de aquellos que habían postulado al servicio militar, habían sido rechazados por
presentar un nivel de nutrición deficiente. Sin considerarlo sorprendente, la situación era aún peor en la parte
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noreste del país. El 16% de los niños eran de estatura más baja, y el 20 por ciento pesaba menos que el
promedio del país.
Los estudios acerca de barrios urbanos de escasos recursos, han revelado que el bajo nivel de nutrición es
consecuencia del aumento del precio de los alimentos en términos reales. En Bolivia, estudios realizados por
George (1958), señalan que en las encuestas de familias urbanas, la cantidad insuficiente de calorías que
consumen varían entre 39 y 50%, y con respecto al consumo de proteínas es de 60%. Aproximadamente el
60% de la población estaba desnutrida. Es en especial revelador que en términos del número de horas de
trabajo que se necesitan para comprar 1.000 calorías, todos los items principales de alimentos eran
considerablemente más caros en 1984 que en 1975.
La relación entre la disminución del consumo de alimentos y el aumento real de los precios es también
evidente según datos recientes de México. Entre 1987 y 1988, el poder comprador con respecto a la carne, de
los que reciben salario mínimo, disminuyó en aproximadamente un 30% (Calva, 1988). En Abril de 1988, el
Dr. Rafael Ramos Galván, un destacado pediatra, señalo que 2/3 de los niños en México estaban desnutridos y
que ¾ de las enfermedades que presentaban estaban relacionadas con bajo nivel de nutrición.
EL CAPITAL EN LA AGRICULTURA DE LATINO AMERICA: LA MODERNIZACION
SELECTIVA
El fracaso en la distribución de la tierra en forma más equitativa y el fracaso para satisfacer los requisitos
básicos de alimentación de la población, dos características de la reciente historia de Latinoamérica, no son
evidencia de que el sector agrícola de la región no haya podido desarrollarse. Desde que los estudios del
Comité Interamericano para el Desarrollo de la Agricultura (CIDA) fueron publicados a comienzos de los
años 60, la agricultura de Latinoamérica se ha transformado casi más allá de lo que se pueda reconocer. En
1967. Fletcher y Merril habían discutido que una estrategia para el desarrollo agrícola implicaba concentrase
en cuatro aspectos que hasta ahora se había comprobado que faltaban:
• El desarrollo de tecnologías para la producción agrícola y servicios anexos.
• Proporcionar contribuciones para el sistema agrícola moderno, en especial créditos agrícolas.
• Avances de mayor importancia en el marketing.
• Otros apoyos de preferencia para la agricultura.
Dentro de un período de 20 años, cada uno de estos factores estaban al alcance de los grandes agricultores y,
como ya se apreciará, de una minoría de pequeños campesinos estratégicamente importantes.
Entre 1960 y 1980, se experimentaron enormes cambios en el uso de fertilizantes. Su uso se duplicó,
aumentando de 3,6 millones de toneladas a 6,8 millones: un crecimiento anual de un 8,5 por ciento. La
producción de fertilizantes dentro de Latinoamérica aumentó en forma aún más impresionante, cinco veces
entre 1964 y 1982. Las cifras con respecto a todo el continente, señalan que el uso de fertilizantes se triplicó
en los años 60 y nuevamente en los 70. Estos cambios iban acompañados por una rápida mecanización de los
grandes campos de la región. Entre 1965 y 1980, el número de tractores casi se duplicó, de medio millón a
casi un millón. En forma consecuente, la cantidad de tierra arable con tractor disminuyó de igual forma. En
algunos países, tales como Venezuela y México, fue más de la mitad entre los comienzos de los años 60 y 82.
Como parte de los gastos agrícolas, la maquinaria se duplicó entre 1960 y 1980.
Igualmente, alrededor del años 1980, los costos de combustible y de operación de la maquinaria, constituían
una parte mucho mayor que los costos totales de operación. También está claro según los datos, que otros
cambios se aproximaban, lo que hacía que los grandes campos en Latinoamérica se preocuparan más del
capital. El uso de pesticidas casi se duplicó entre 1969 y 1980 (López Cordovez, 1982) y hubo un aumento de
la tierra irrigada, la que aumentó de 10,2 millones de ha. en 1970 a 14,4 millones en 1981. El aumento de la
producción en los grandes campos se refleja en el hecho de que estos costos de operación relacionados con los
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avances tecnológicos como una parte de los costos totales de producción, aumentaron de un 31 por ciento en
1960 a 44% en 1980, un período durante el cual los costos de mano de obra nuevamente como parte de los
costos totales de operación, eran casi la mitad (López Cordovez, 1982).
Existen dos aspectos en este cambio que conducen a una mayor capitalización y que necesitan ser analizados.
En primer lugar, hasta cierto punto, la importancia cada vez menor de los salarios indica un aumento de los
trabajadores temporales en el proceso laboral y el reemplazo de trabajadores permanentes por temporales. En
su búsqueda por controlar la fuerza laboral a través de arreglos institucionales dentro del sistema estatal, tales
como el cultivo colectivo y el arriendo de las tierras −al igual que formas laborales impuestas o por contrato−
la agricultura capitalista moderna se ha inclinado por el trabajo temporal fuera del sistema estatal, dejando los
costos al producto o a los campesinos. En segundo lugar, para poder financiar este nivel de capitalización, la
agricultura comercial moderna ha dependido en gran medida de la obtención de créditos subsidiados, no sólo
para obtener un nuevo capital, sino también para solventar los costos de operación.
El costo de capital para muchos productores agrícolas fue reducido por subsidios del gobierno y el apoyo a las
industrias que otorgaban estos suministros, al igual que los productores que las utilizaban. Como se ha podido
apreciar, el avance tecnológico era el objetivo principal de la estrategia agrícola a fines de los años 60. (Merril
y Fletcher, 1967). La creciente inestabilidad en el mercado mundial de granos y la disminución de ayuda
alimenticia, e importaciones a concesión, estimuló nuevamente los esfuerzos para modernizar o industrializar
el proceso de producción agrícola. La principal manera para hacer efectivo este cambio, de beneficiar a través
de la protección del Estado, tanto a los grandes productores comerciales como a los pequeños, fue a través de
la prolongación del crédito agrícola subsidiado. En la década de los 60, casi todo el crédito agrícola en
Latinoamérica fue para los grandes productores que cultivaban poca variedad de cultivos de fácil retorno
económico, tales como el algodón en Perú, azúcar en la parte tropical de Bolivia, café, algodón y azúcar en
Guatemala.
A fines de la década del 60, en Costa Rica, el 88 por ciento del crédito agrícola fue utilizado por agricultores
que tenían tierras de más de 200 ha. Durante el mismo período en Colombia, solo el 10% de los campos
recibieron líneas de crédito oficiales (Grindle, 1986). Los créditos fueron duramente denegados a aquellos que
no poseían título de tierras, que tenían poca maquinaria agrícola y que tenían pocas oportunidades para utilizar
insumos agrícolas relativamente caros.
En los años 70, esta distribución de los créditos agrícolas continuó, pero la cantidad aumentó en forma
significativa. Con una alta inflación, el acceso a un crédito subsidiado implica tener grandes "rentas
institucionales", forzando la concentración de la propiedad de las tierras. Como se ha apreciado, esta
distribución del aporte del Estado sirvió para marginar aún más a los pequeños productores tradicionales de la
yuca y del frijol, que comenzaron a aumentar de precio y a disminuir su importancia en la dieta popular. Sin
embargo, para apreciar en su totalidad el nivel de los cambios en los grandes campos de Latinoamérica, es
necesario ver el nivel de la participación transnacional que comenzaba a tener un papel central en la
reestructuración del capital, a comienzos de la década de los 60.
El problema de la modernización agrícola en Latinoamérica ha sido mencionado en los informes del CIDA. A
comienzos de la década del 60, el camino preferido pro la mayoría, y a menudo considerado el único camino
viable, era la reforma agraria. Se esperaba que aumentaría el mercado interno redistribuyendo las tierras y
dando así mayor seguridad a los antiguos campesinos y generando demanda tanto por los alimentos como los
productos de la industria latinoamericana.
El modelo histórico fue el de Norteamérica y, hasta cierto punto, el de los primeros países industrializados de
Europa occidental. La otra "alternativa" para la modernización agrícola fue favorecida por algunos
economistas, pero descartada por los estructuralistas, quienes afirmaban que este método haría que la sociedad
rural de Latinoamérica fuera más desigual en vez de más equilibrada. Esta alternativa planteaba utilizar la
tecnología y el capital para eliminar la reforma agraria por completo, es decir, terminar con la "agricultura
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feudal" a través de una capitalización selectiva o una "modernización conservadora" como ha llegado a ser
conocida en Brasil.
El camino tecnocrático es el que triunfa y la relación entre la agricultura, y la industria aumenta, pero la
modernización tecnocrática no aumentó, en forma significativa, la demanda doméstica por la variedad de
productos que Latinoamérica podría producir, y las desigualdades sociales, lejos de desaparecer, realmente, se
acrecentaron.
La idea de que los problemas rurales en Latinoamérica podrían ser enfrentados por medio de la modernización
tecnocrática alcanzó su apogeo en los programas de "desarrollo rural integrado" que se llevaron a cabo
durante la década de los 70. Uno de los primeros fue el programa mexicano PIDER, establecido en 1972 y
para el cual el Banco Mundial contribuyó con U.S.$ 1,8 billones entre 1973 y 1980. Se esperaba que el
programa PIDER, que incluía una infraestructura rural de pequeña escala, programas de productos agrícolas y
empleos que no estuvieran vinculados a la agricultura, abarcara 6 millones de personas alrededor del año
1980, aproximadamente el 22% de la población rural de México en esa época. Alrededor del año 1975, se dio
inicio a un programa similar en Colombia, el DRI, que estaba más orientado a la difusión de variedades
mejoradas de cultivos, a diferencia del programa PIDER, en el cual se le dio menos importancia a las
industrias rurales y a la infraestructura. Durante los primeros cinco años, el programa DRI abarcó a 1,5
millones de personas en áreas rurales de Colombia, aunque el presupuesto fue bastante menor que el del
programa PIDER.
El experimento de Brasil con el "desarrollo rural integrado" fue realizado a través del programa
POLONORDESTE, para el cual el Banco Mundial también entregó un apoyo substancial. En el caso del
programa POLONORDESTE, al igual que el PIDER y el DRI, estos programas demostraron que no era
posible manejar los problemas de la pobreza rural por medio de la capitalización. De hecho, debido a la falta
de políticas para proteger a los más vulnerables, la calidad de vida de la población rural de bajos ingresos
empeoró debido a la capitalización de la producción agrícola y a los cambios que ésta originó en los sistemas
de cultivos, y en la tierra rural y mercados laborales (de Janvry y Saloulet 1988).
EL CAPITAL TRANSNACIONAL EN EL COMERCIO AGRICOLA DE LATINO AMERICA
Al analizar la importancia de las corporaciones transnacionales en el comercio agrícola latinoamericano, se
necesita recordar que Latinoamérica no constituye un mercado significativo para el comercio agrícola de
Estados Unidos, el que considera a la región como una fuente de alimentos, fibra, y mano de obra barata. En
1981 y 1982, las exportaciones agroindustriales de Estados Unidos a Latinoamérica, de un monto de U.S.$6,3
billones, constituyen solo el 14,7% del total de las exportaciones de Estados Unidos, y casi la mitad eran
exportaciones de cereales. Las principales zonas de comercio agrícola que van adquiriendo mayor importancia
para Estados Unidos, son Europa occidental y Japón, y ambas zonas experimentan un mayor grado de
proteccionismo que Estados Unidos. En el caso de la Comunidad Europea, esto ha significado importantes
incursiones en los mercados de exportación de Estados Unidos. Sólo dos países latinoamericanos figuran
como importantes competidores de exportaciones agrícolas; éstos son Brasil (soya) y Argentina (trigo y soya).
Al mismo tiempo, desde 1982, la crisis de la deuda disminuyó la demanda de Estados Unidos por los
productos agrícolas de Latinoamérica. Las exportaciones de Estados Unidos en México disminuyeron más de
U.S.$ 1 billón entre 1981 y 1985, aunque fueron apoyadas por importantes créditos de exportación otorgados
por el gobierno de los Estados Unidos.
Sin embargo, las estrategias del comercio agrícola de Latinoamérica son importantes, precisamente debido a
que han sido el principal medio a través del cual se siguió el sistema de modernización agrícola en la década
de los 70 y 80. Las principales características del comercio agrícola en Latinoamérica se pueden resumir de la
siguiente manera:
• Como ya se ha mencionado, a nivel global, ha habido una importante transformación de la división laboral
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internacional en la agricultura, caracterizada por la creciente dependencia de los países del Tercer Mundo
de las importaciones de alimentos de las economías industriales avanzadas. No es una coincidencia que la
pérdida de estabilidad con respecto a la alimentación vaya acompañada de una integración más cercana a
los mercados globales, a través del comercio agrícola y el aumento de la producción por contrato. Recientes
ejemplos de la integración del comercio agrícola tradicional en Latinoamérica incluyen las importaciones a
Estados Unidos desde México de vegetales de invierno, fruta chilena ea Europa, empaques de carne de
América Central para las cadenas de hamburguesas en Estados Unidos, y oleaginosas y granos para el
ganado europeo traídas desde Argentina, Brasil y Paraguay.
• Las operaciones del comercio agrícola, y en especial las transnacionales, requieren ser entendidas en
términos de los efectos indirectos que producen, al igual que las actividades inmediatas que resultan de
ellas. Las corporaciones transnacionales toman decisiones que trascienden la propiedad legal y cuyo
impacto se extiende a tópicos tales como la tenencia de la tierra, la nutrición y el medio ambiente. El hecho
de no ser propietario legal de la tierra no es necesariamente una barrera significativa para obtener capital
del comercio agrícola. Por ejemplo, una enorme compañía multinacional como Nestlé, opera en varios
países de Latinoamérica, pero en ninguno de ellos posee tierras. Las implicaciones a nivel transnacional del
sistema de alimentos que se ha generado sobre la nutrición y el ambiente son sin duda trascendentales.
• Los intereses del comercio agrícola modifican las condiciones de acumulación de capital a través del
proceso y la cadena de alimentos. Por ejemplo, el almacenamiento, el depósito, el marketing, y el
procesamiento de la producción agrícola, son todos realizados a una escala mayor por intereses establecidos
del comercio agrícola. Estos tienen una creciente importancia para determinar el éxito o el fracaso
económico del productor agrícola en varios aspectos. Lo que sea aplicable a los "lazos posteriores" de este
tipo, también lo es para los "lazos anteriores". Efectivamente, los suministros agrícolas establecen las
condiciones para ampliar el número de empresas agrícolas.
• Las operaciones del comercio agrícola requieren un mayor nivel de integración entre las diferentes facetas
del sistema de producción, una reintegración entre la agricultura y la industria. Esto se realiza a través de
suministros industriales subsidiados, la compra por contrato y la venta a mercados garantizados. Por
ejemplo, la adquisición global o las políticas para establecer los principios del comercio agrícola
transnacional, frecuentemente especifican los métodos de cultivo que se van a utilizar, las normas de
control de calidad y otros criterios de marketing. El resultado es acelerar la estandarización de los procesos
de producción. La integración entre sectores de este tipo sólo puede realizarse en forma exitosa con el
apoyo tácito y el estímulo del Estado. También se debe enfatizar que la amplia participación nacional del
Estado en el modelo político y tecnológico a partir del cual se ha desarrollado el comercio agrícola, no
considera el modelo alternativo de redistribución de tierras que se señaló anteriormente. Probablemente, no
tiene sentido determinar que el gobierno de Latinoamérica puede actuar en forma independiente para
"nacionalizar" los factores de las operaciones del comercio agrícola, ya que pocas de estas operaciones
tienen sentido fuera del marco internacional proporcionado por las mimas transnacionales.
• Los intereses del comercio agrícola concentran su señal y están principalmente preocupados de las partes
más rentables del sistema de alimentos. Aquéllas en que el valor agregado es más alto y en las cuales la
conversión de energía o proteínas es normalmente un factor importante. Como anteriormente se sugirió,
para poder profundizar en el análisis y captar las dinámicas de cambio en los sectores alimentarios en
Latinoamérica, se deben observar otros continentes y ver como se desarrolla el sistema moderno de
alimentación a nivel global.
TIERRA, HAMBRE, PODER Y LA SUSTENTABILIDAD AGRICOLA
El problema del poder en Latinoamérica se podría considerar como un factor central de la crisis del desarrollo
y del ambiente. A estas alturas, no es necesario explayarse sobre los obstáculos políticos para lograr un
camino de desarrollo más parejo y democrático para Latinoamérica. Sin embargo, es importante señalar en
cualquier tipo de debate agrícola y sobre recursos naturales, que los procesos políticos constituyen el motivo
por el cual no existe sustentabilidad en Latinoamérica. Cada vez es más evidente que el desarrollo de
Latinoamérica es altamente desigual, lo que implica que no es sustentable, ya que se basa en la falta de
preocupación por la futura disponibilidad de recursos naturales; por otro lado, no satisface las necesidades
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humanas básicas y expone a los miembros más vulnerables de la población a un creciente riesgo de
indefensión en lugar de darles seguridad. Según estos criterios y sin entrar a discutir sobre la implicancia
semántica exacta de "desarrollo sustentable", el desarrollo de Latinoamérica no aprueba el test de la
sutentabilidad (Brundtland, 1987; Redclift, 1987; Pearce y col., 1989).
También es importante valorar el efecto del desarrollo no sustentable de la región en la conciencia de
organizaciones populares y en las aspiraciones de las masas rurales y urbanas. Visto desde esta perspectiva,
los últimos 25 años pueden marcar una división, un cambio decisivo en la historia de América Latina, tan
impresionante como los procesos de reestructuración que no han ofrecido mucho, sino sólo frustración
material a la mayoría de la población. A comienzos de la década de los 60, no existía mucho desacuerdo
acerca del significado de "desarrollo" y la mayoría de los debates acerca del desarrollo agrario estaban
enfocados aposiciones históricas (Marxismo y Neoclasicismo) de las cuales ambas enfatizaron altos
promedios de crecimiento económico y una industrialización continua y rápida. Si examinamos por ejemplo,
el análisis de los movimientos campesinos en la década de los 60 y a comienzos de la del 70, es evidente que
jamás se dudó con respecto a la trayectoria del desarrollo, que consistía en que la modernización del ambiente
rural sería sobrepasada por la difusión del capitalismo agrario.
Desde otro punto de vista, un cuarto de siglo más tarde, los medios para lograr esta transición pueden ser
seriamente cuestionados y lo que es aún más crítico, el objetivo de la modernización agrícola es en sí
cuestionable. Hace 25 años, la inmigración urbana, fue transformando no sólo las áreas urbanas de
Latinoamérica, sino también las rurales.
Al parecer, estaba desapareciendo el sistema de los terratenientes, ya que existía una oposición concertada de
parte de los "campesinos", muchos de ellos con la aspiración de ser "agricultores", siendo algunos de ellos los
primeros en querer una sociedad más radical. El Gobierno comenzó a cobrar mayor importancia para millones
de personas del sector rural que anteriormente se relacionaban a nivel social a través de los propietarios de la
tierra, la Iglesia y los compadres, que eran los padrinos. Los movimientos de campesinos eran considerados,
inconscientemente, un medio para las transformaciones. Al desafiar el orden social establecido, podría ser que
provocaran los cambios sociales revolucionarios que conducirían a su propia disolución. Sin embargo,
alrededor de la década de los 60, la "visión utópica" de muchos movimientos de campesinos, era considerada
como la evidencia de su incapacidad para deshacerse delos vestigios del pasado. En la forma como estaban
constituidos, parecían tener sólo un rol marginal en las crecientes luchas políticas entre las viejas clases
sociales de Latinoamérica.
A fines de la década de los 80, es más difícil explicar la "visión utópica" de los movimientos campesinos y en
algunos aspectos la demanda de más autonomía cultural, la independencia del sistema político del Gobierno y
la adhesión de valores políticos, y culturales opuestos al modernismo, parecen ofrecer una visión del futuro, al
igual que un recuerdo colectivo del pasado. En las áreas rurales, al igual que en las urbanas, las estrategias de
la gente pobre necesariamente deben enfrentar la sustentabilidad del proceso de desarrollo. La idea de que
exista relación entre el hecho de compartir y conservar los recursos y la utilización de ellos, fue difícil de
aceptar para muchos de los intelectuales de Latinoamérica. Es claro que la crisis de los sistemas alimentarios
en Latinoamérica son una parte importante del enorme problema de la sustentabilidad. Se han enfocado tres
de las interrogantes más importantes dentro de la política agrícola y de alimentación de Latinoamérica: la
tierra, el hambre y el poder. Se ha discutido que para enfrentar el problema del hambre es necesario hacer
cambios radicales no sólo en la distribución de la tierra, sino también en la forma como se utilizan los recursos
naturales. Para que los cambios en el uso de recursos sean efectivos, inevitablemente hay que revisar los
planteamientos políticos y establecer un camino alternativo hacia el desarrollo sustentable quizás imitando la
experiencia de Norte América y Europa.
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