PLURALISMO Y LIBERTAD RELIGIOSA: LA

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PLURALISMO Y
LIBERTAD
RELIGIOSA: LA
SITUACIÓN DE LAS
MINORÍAS
Director: Lorenzo Martín-Retortillo Baquer
VESTIMENTAS Y ATUENDOS
RELIGIOSOS Y CONVIVENCIA
COTIDIANA
(Conferencia III)
2
32. La situación de las minorías religiosas puede aparecer de lleno en relación
con la especial manera de vestir y presentarse, es decir, con los atuendos que
cada persona decida llevar en su vida en sociedad. Recalco esta perspectiva
hacia el exterior: el hogar, es decir el domicilio propio, está especialmente
protegido y libre de intromisiones por lo que en su ámbito cada uno elegirá la
manera de ir vestido –o desvestido-. Lo que va a interesar ahora especialmente
es la vida en sociedad o, como se dice, la convivencia cotidiana. Los problemas
podrán surgir cuando, por unas u otras causas, haya roces entre las costumbres
o hábitos arraigados en el lugar, o entre las exigencias propias de determinados
espacios o funciones, y la forma de vestir de determinadas personas que han
decidido también vivir en el mismo territorio, o que simplemente hayan decidido
alterar sus usos. Y es que en el variado panorama de la realidad religiosa –que
es la única perspectiva que interesará ahora- hay organizaciones que con la
mayor naturalidad imponen exigencias en muy variados ámbitos. Se habló en la
lección anterior de las especialidades alimentarias. Antes de que la moderna
medicina generalizara las dietas de todo tipo, no pocas religiones contemplaban
especialidades, a veces, con muy minuciosas reglas de comer, o no comer,
determinados productos o sustancias, ya con carácter permanente o bien en
determinadas épocas y circunstancias. Habrá, por supuesto, reglas comunes a
más de una religión –no tomar bebidas alcohólicas, o que los animales que
proporcionan la carne para el consumo hayan sido sacrificados de una
determinada manera, por ejemplo-, pero también hay un amplio panorama de
respuestas propias y peculiares. Se recordó cómo en el asunto “Jakobski c.
Polonia”, 7.XII.2010, se condenaba a este Estado por no haber proporcionado
dieta vegetariana a un budista que estaba cumpliendo pena de privación de
libertad, y que no era libre, por ende, para seleccionar su comida. Una persona
en su casa, dentro de sus posibilidades, optará por lo que le dicte su conciencia
en relación con los mandatos religiosos. La situación de tensión, en el caso, se
produce al no disponer de libertad para autoorganizarse, es decir, al tener que
depender de la Administración penitenciaria: de ahí que se cargue a ésta con la
exigencia, como testimonio de ese conjunto de obligaciones de hacer que a
veces gravan a los Estados con motivo de la libertad religiosa. Cuando las
3
exigencias religiosas se manifiestan en la llevanza de algunas prendas de vestir
hay muchas situaciones “intrascendentes”, que no tienen por que ocasionar
problema alguno, pero pueden también surgir situaciones de tensión o de roces
en determinados espacios concretos, aunque también podría darse el caso de
que, en supuestos extremos, determinadas prendas chocaran no sólo con las
costumbres y hábitos tradicionales propios de un territorio, sino que de forma
especial pudieran afectar a algunos valores asumidos con normalidad desde
siempre, como las exigencias de la seguridad o la no menos importante de la no
discriminación por razón del sexo, que afortunadamente se está tomando en
serio en nuestra sociedades.
33. A consecuencia de las intensas migraciones propias de los últimos años, en
diversos países europeos han ido aflorando últimamente situaciones de roce o
de tensión antes desconocidas. Aunque también es cierto que en algún país
muy
concreto
han
ido
manifestándose
últimamente
determinadas
reivindicaciones, de forma que las tensiones a consecuencia de la llevanza de
determinadas prendas por exigencias religiosas se ha producido sin que nada
tuvieran que ver migraciones o traslado de poblaciones. Y es que, como se dijo,
el cambio –cambio de criterios, de aspiraciones, de usos- forma parte
incuestionable de la libertad religiosa (aunque haya no pocos países que
groseramente rechacen tal opción, que, como se dijo, tiene su fundamento en la
gran Declaración Universal de Derechos Humanos auspiciada por Naciones
Unidas). Ese fenómeno de cambio de criterios se observa a la perfección en
Turquía, con algunos casos de interés a los que habrá que referirse.
Pues bien, esa situación de tensión o de desasosiego, que comenzó a llegar
hace una treintena de años a otros países europeos de nuestro entorno –Suiza,
Francia, Alemania, Reino Unido, etc.-, ha comenzado a manifestarse en
España, apareciendo de vez en cuando alguna situación de tensión o conflicto,
que son sistemáticamente no sólo jaleadas sino magnificadas por los medios de
comunicaciones que, en algunas ocasiones, ni siquiera toman la precaución del
debido respeto a la infancia y juventud (como taxativamente reclama el artículo
20.4 de la Constitución). Lo cierto es que hoy hay un debate en la calle, que
interesa al gran público, que ha suscitado ya por eso cierta atención de los
4
estudiosos 1 y que, incluso, y no sólo en España, lleva a que en ciertos
momentos señalados –como los tiempos electorales- la cuestión se plantee y
trate con cierta vehemencia.
34. Hay un núcleo importante de casos que tienen que ver con la consideración
de la escuela como lugar de convivencia, es decir, algo referido a los centros
públicos de enseñanza –y por ende, no a los privados, caracterizados por la
libertad de los gestores para marcar las reglas que aceptarán o no,
voluntariamente, los alumnos- donde, en principio, y salvo que se quiera optar
libremente por otra oportunidad, no pocas de las cuales –aunque no todas- son
centros confesionales –y, normalmente, de pago-, la mayor parte de los padres
llevan a sus hijos para que reciban la enseñanza obligatoria y gratuita,
testimonio de uno de los importantes logros del Estado Social de Derecho
(como se acredita en el artículo 27 de la Constitución española, en el artículo 2
del Protocolo Adicional número uno al Convenio Europeo de Derechos
Humanos, así como en el artículo 14 de la Carta de Derechos Fundamentales
de la Unión Europea). El modelo al que se aspira es a lograr un espacio libre de
influencias o presiones de cualquier tipo, patentes o subliminales, en el que
puedan convivir niños de bien distintas sensibilidades –en cuanto a su origen
geográfico o por las ideas religiosas de sus padres- y puedan encontrar una
zona, cómoda y mutuamente respetada, en la que nadie se sienta llamado a
hacer alarde, proselitismo o mero testimonio, y en la que por eso los órganos de
la Administración educativa del Estado –en no pocos países serán las
autoridades regionales o locales-, en respeto a su neutralidad, como inherente a
las exigencias de pluralismo de las actuales sociedades, prohíban la presencia
de símbolos religiosos “ostensibles y manifiestos”. De ahí la inevitable incidencia
sobre algunas prendas que algunas religiones consideran poco menos que
intocables. Ello –conviene recordarlo sin falta-, en un ambiente general en el
que impera la más amplia libertad de conciencia y religiosa, con sobradas
1
En mi caso concreto, quiero señalar que me he referido al tema recientemente en tres diversos
trabajos que, obviamente, tendré muy en cuenta al redactar estas páginas. En mi citado libro, La
afirmación de la libertad religiosa en Europa, dediqué el amplio apartado III, a “El problema del velo
islámico”, páginas 57-91; en mi reciente libro, también citado, Estudios sobre libertad religiosa, el capítulo
9 –también publicado en otros lugares- se dedica a “Los atuendos de significado religioso según la
[reciente] jurisprudencia del TEDH”, 201-218; y, últimamente, en el “Anuario de Derecho Local. 2010”, ha
aparecido mi trabajo Los Ayuntamientos y el régimen jurídico de atuendos y vestimentas, 341-365.
5
oportunidades
sociales
para
hacer
ostensibles
prácticas,
creencias
y
testimonios del más variado signo. Pero asumiendo que la libertad religiosa no
es ilimitada, que en las sociedades democráticas en que impera el pluralismo,
en determinadas circunstancias es preciso dejar algunos espacios o momentos
al margen de su influencia. Y es que la sociedad democrática del pluralismo, si
tiene que ser tolerante y asumir exigencias de las minorías, tiene también que
defender sus principios y condiciones. Hay un ejemplo, sin duda extremo, que
me parece de sobras indicativo y al que ya me he referido en alguna ocasión.
En interesante comentario a uno de los pleitos sobre el velo islámico -en
concreto, en las escuelas de Gran Bretaña-, Agustín García Ureta 2 , da cuenta
de que en la escuela a que acudía la muchacha que pretende mantener su
presencia llevando el “jilbad” o túnica larga 3 , los alumnos hablaban cuarenta
lenguas diferentes, pertenecían a veintiún grupos étnicos y a diez grupos
religiosos. Sin duda, el expuesto es un caso extremo, pero lo cierto es que hoy
la realidad de muchas escuelas es bien compleja, lo que, por cierto es un motivo
para que la sociedad aprecie, valore, y apoye sin desmayo a maestros y
profesores, de ahí que ante un Babel semejante, parece del todo razonable y
convincente la idea de apoyar esta fórmula de los “espacios de convivencia”,
aunque algunas opciones de la libertad religiosa hayan de quedar limitadas. En
el caso inglés que se acaba de referir, la Sala de Justicia de la Cámara de los
Lores, rectificando el fallo del tribunal inferior, entendería que la muchacha en
cuestión, de 17 años a la sazón, no tenía derecho a ir a clase portando la
“jilbad”, dado que tal opción no derivaría necesariamente de su derecho a la
libertad religiosa 4 .
2
Agustín GARCÍA URETA, El velo islámico ante los tribunales británicos, 5 ss.
Por cierto que aunque genéricamente suela hablarse del “velo islámico”, la realidad es que están
en uso muy diferentes prendas, según los orígenes geográficos normalmente, no siempre denominadas
de la misma manera o con traducciones acertadas. Se habla así del pañuelo o la pañoleta para aludir al
tocado más sencillo, que cubre sólo los cabellos, próximo al velo denominado “hiyab”, que deja libre la
cara y muchas mujeres musulmanas lo llevan como signo de identidad. “Shayla”, es un pañuelo largo,
rectangular, colocado alrededor de la cabeza, dejando libre la cara. El “chador”, que usan normalmente
las mujeres iraníes, cubre todo el cuerpo, dejando descubierta la cara, y a veces se combina con un
pañuelo en la cabeza. El “niqab” es prenda que cubre hasta la rodilla y sólo deja libres los ojos, que se
suele combinar con otro velo para los ojos. El “burka” oculta completamente el cuerpo, incluidas las
manos, con solo una escueta rejilla de tela en los ojos para que la mujer pueda ver pero no ser vista.
4
Lorenzo MARTÍN-RETORTILLO, La afirmación de la libertad religiosa en Europa, cit. 58,
nota 26.
3
6
35. Para hacer una síntesis abarcable de la rica problemática que interesa a
esta lección, me fijaré especialmente en la experiencia jurisprudencial que a
estas alturas ofrece un elenco señalado de casos. La cuestión se ha presentado
especialmente
problemática,
como
se
ha
dicho,
en
lo
referente
a
incompatibilidades en los centros públicos de enseñanza, pero no faltan los
supuestos que se refieran a controles policiales y, en general, criterios de
seguridad. E, incluso, la más reciente experiencia evidencia que a veces resulta
problemática la mera llevanza de determinadas prendas en el Parlamento o en
la calle. En la mayor parte de los casos, los problemas se plantean con mujeres,
pero no faltan los supuestos en que aparezcan los varones. Resulta interesante
recordar –sobre todo para los que como yo llevamos barba sin que intervenga
en ello motivación religiosa alguna- aquella circular del Rector de la Universidad
de Estambul, de 22 de febrero de 1998: “En virtud de la Constitución, de la ley y
de los reglamentos y de acuerdo con la jurisprudencia del Consejo de Estado y
de la Comisión Europea de Derechos Humanos, así como de las decisiones
adoptadas por los Comités Administrativos de las Universidades, las estudiantes
con la cabeza cubierta (es decir, llevando el pañuelo islámico) y los estudiantes
con barba (incluidos los extranjeros), no podrán acceder a los cursos, prácticas,
etc.”. Es decir, prohibición de pañuelo a las chicas, pero a los chicos por su
parte, prohibición de barba. Esta circular, que ocasionaría alguna protesta
estudiantil, daría origen, en lo que ahora interesa a uno de los casos más
sonados, en cuanto afectaba a una estudiante (asunto “Leyla Sahin c. Turquía”),
en cambio, el problema de la barba varonil no ha llegado, que yo sepa, a la
jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Pero no faltan los
asuntos en que aparecen implicados muchachos, de religión sij, por ejemplo,
obligados a llevar el turbante que cubre su espesa cabellera. De otra parte, una
de las sentencias más recientes, sobre la presencia con atuendos religiosos en
la calle, a la que enseguida se aludirá, se refiere en exclusiva a varones. En otro
sentido, en lo concerniente a centros de enseñanza, los problemas afectan
mayoritariamente a alumnos –de ambos sexos, insisto-, pero la polémica
aparece también en torno a algunos profesores. Los asuntos sobre seguridad y
controles policiales afectan sobre todo a mujeres, aunque también a hombres
en algún caso. Diré, incluso, que, en relación a Turquía, se refleja también la
polémica, en cuanto varias diputadas intentaron entrar en el Parlamento en la
7
sesión constitutiva con velo, lo que está formalmente prohibido, lo que hizo que
se armara una buena, y de hecho no pudieron llegar a tomar posesión.
36. Uno de los casos primeros, si no el más temprano, en que el TEDH tuvo que
abordar un problema de atuendos en las escuelas, se refiere a la llevanza de
velo por una profesora de enseñanza primaria del Cantón de Ginebra (asunto
“Lucía Dahlab c. Suiza”, 15.II.2001). Debo advertir que en los casos que han
llegado al Tribunal de Estrasburgo en que se solicitaba la defensa de la libertad
religiosa frente a la prohibición de llevar determinadas prendas en la escuela, se
trata siempre de países que, como resultado de una larga y normalmente tensa
historia de enfrentamientos religiosos, han llevado a su sistema constitucional el
principio de laicidad: sin perjuicio de reconocer y garantizar la más amplia
libertad
religiosa,
evitan
en
cambio,
como
principio,
que
aparezcan
connotaciones religiosas en espacios y actos oficiales. Tal sucede, en concreto,
en Francia, en Turquía y en el Cantón suizo de Ginebra, en el que se sitúa el
caso que ahora menciono. La afectada y recurrente era persona nacida en
Suiza, católica originariamente, pero que luego se convierte al Islam. Y un buen
día comienza a aparecer en clase cubierta con el pañuelo. Tras dialogar con
ella, y ante su renuencia, desde la consideración de que se trata del “sistema
escolar público y laico”, se concluye prohibiéndosele el acceso al centro. Los
tribunales internos no le dan la razón al reclamar. La decisión 5 denegatoria del
Tribunal Federal había sido larga y minuciosa, construida con sólidos
argumentos. Se deja constancia de que la prohibición no afecta al horario
extraescolar ni a la vida fuera de la escuela. Se recalca la gran influencia que
cualquier profesor tiene, sobre todo, en relación con alumnos de esa edad. No
se le reprocha que haya intentado hacer proselitismo, pero el mero hecho de su
atuendo ya se considera suficiente, dado que “la recurrente ostenta parte de la
autoridad escolar y personifica la escuela a los ojos de los alumnos”, lo mismo
que representa y personifica al Estado. Y resulta decisiva la neutralidad de la
escuela pública, dado que la enseñanza es obligatoria. Se alude también a la
“paz confesional”, que tanto habría costado implantar en Suiza, donde, en
efecto, fueron vivos y duros antaño los conflictos religiosos. De ahí que el
5
Para lo que sigue, me remito a mi citado libro, La afirmación de la libertad religiosa en
Europa, 66 ss.
8
Cantón se impusiera una rigurosa separación Iglesia–Estado, de donde deriva
el principio de la laicidad y la obligación, en el sector público, de observar
neutralidad confesional y religiosa. Se recalca que el pañuelo es un signo
religioso evidente, signo que se califica de “fort” –que quizá podríamos traducir
como “de fuerza”, intenso o contundente-, lo mismo que si alguien apareciera
con “kippa” o con sotana. De ahí la incongruencia, se dice, de que mientras se
hubieran suprimido los crucifijos en las aulas, en aplicación de los principios
señalados, se intente acudir, en cambio, con símbolos de apariencia
equiparable. Se recuerda que el Consejo de Estado da por buenos los “signos
religiosos discretos”, como pudiera ser, por ejemplo, “un petit bijou” –que
podemos traducir por una medalla, una insignia, etc.-. Se recalca también el
“valor fundamental de nuestra sociedad” de la igualdad de trato entre los sexos,
y se insiste en que la prohibición del velo no afecta al núcleo intangible de la
libertad religiosa, y que ésta no habilita para dispensar a las personas del
cumplimiento de sus deberes cívicos.
Cuando se llegó al Tribunal Europeo de Derechos Humanos alegando
discriminación por razones religiosas, el Tribunal, tras hacer un canto al
significado de la libertad religiosa en la sociedad democrática, deja bien claro
que reconoce que en tal sociedad, “en la que coexisten diversas religiones en el
seno de la misma población, puede aparecer como necesario introducir algunas
limitaciones en dicha libertad desde la idea de conciliar los intereses de los
diversos grupos y de asegurar el respeto a las convicciones de cada uno”. El
Tribunal se hace eco de la constatación de la sentencia suiza en el sentido de
que, si se tiene en cuenta la naturaleza de la profesión de enseñante en una
escuela pública, como titular de la autoridad escolar y representante del Estado,
no queda más remedio que sopesar el fin legítimo que representa la neutralidad
de la enseñanza pública con la libertad de manifestar la religión propia, y, como
resultado de tal contraste, que ésta debe ceder a favor de aquella. De ahí que le
parezca difícil de conciliar la exhibición del velo islámico, con el mensaje de
tolerancia, de respeto a los demás y, sobre todo, de igualdad y no
discriminación que en una democracia debe transmitir a sus alumnos cualquier
enseñante. A la vista de las circunstancias, ponderando en concreto la corta
edad de los niños que la maestra tenía a su cargo, como representante del
9
Estado, se conviene en que las autoridades educativas ginebrinas no han
abusado de su margen de apreciación y que no carecía de fundamento la
decisión que tomaron.
Se aprovecha para dejar constancia también del rechazo a lo que implique
discriminación por razón del sexo, desde la consideración de que el que las
mujeres tengan que cubrir su cabeza representa ni más ni menos una tal
discriminación: “El Tribunal recuerda igualmente que la progresión hacia la
igualdad de sexos constituye hoy día un objetivo importante de los Estados
miembros del Consejo de Europa. De ahí que sólo razones de gran peso
puedan justificar a la vista del Convenio una diferencia de trato fundada en el
sexo”.
Como si el Tribunal quisiera dejar las cosas claras desde el comienzo, se
resalta que la libertad religiosa no puede amparar cualquier cosa, es decir, que
tiene sus límites. También quiero subrayar cómo desde el principio preocupa en
este tipo de asuntos la posible discriminación de la mujer, tan activos, tanto el
Consejo de Europa como el Tribunal Europeo, en el intento de erradicarla. En
cuanto a la secuela del caso, ni siquiera se llega a dictar sentencia, y
entendiendo que el asunto no tiene soporte real para tomarlo en consideración,
no sin proporcionar muy amplio y sólido razonamiento, se dicta una decisión
que declara inadmisible el recurso.
36. No entraré en detalle en los diversos asuntos que han cuestionado las
decisiones de las autoridades turcas negando el acceso a los centros de
enseñanza de mujeres tocadas con velo. En los trabajos que antes citaba se
deja cumplida cuenta de los mismos. En la serie aparecen tanto alumnas de
bachillerato como de Universidad, e incluso una profesora de Universidad. El
asunto más relevante, el de Leyla Sahin, estudiante de medicina en la
Universidad de Estambul, que antes se citaba, dio lugar a una doble sentencia,
una vez que la decisión unánime de la Sala en sentido denegatorio -29.VI.2004fue recurrida ante la Gran Sala, que dictó muy minuciosa y razonada sentencia,
rechazando igualmente la petición, sentencia que el Presidente del Tribunal
destacaría en el acto de apertura del Año Judicial como una de las más
10
importantes del curso anterior. Sí quiero hacerme eco de alguna de las
afirmaciones destacadas que sienta el Tribunal, que pueden servirle al lector
como orientación a la hora de enfrentarse con la presente problemática y que,
de hecho, han pasado a los repertorios jurisprudenciales. En la segunda de las
sentencias referidas a la citada estudiante, la de 10.XI.2005, se afirmará en el
párrafo 107: “El pluralismo y la democracia deben fundarse igualmente sobre el
diálogo y un cierto espíritu de compromiso, que suponen necesariamente
concesiones recíprocas por parte de los ciudadanos, justificadas por el fin de la
salvaguarda y promoción de los ideales y valores de una sociedad democrática.
Si “los derechos y libertades de los demás” figuran como tales entre los
garantizados por el Convenio y sus Protocolos, habrá que admitir que la
necesidad de protegerlos pueda llevar a los Estados a restringir otros derechos
o libertades igualmente consagrados por el Convenio: precisamente esta
búsqueda constante de equilibrio entre los derechos fundamentales de cada
uno constituye el basamento de una “sociedad democrática”…” (p. 108).
Por supuesto, ocupará parte destacada del razonamiento la consideración de la
idea de la laicidad, en concreto, en lo que al país afectado –Turquía- se refiere:
“El Tribunal considera que una tal concepción de la laicidad es respetuosa para
con los valores que subyacen al Convenio. Constata que la salvaguarda de este
principio, probablemente uno de los principios basilares del Estado turco, como
el de la preeminencia del Derecho y el respeto de los derechos del hombre y de
la democracia, puede ser considerado como necesario para la protección del
sistema democrático en Turquía” (p. 114) 6 .
Se hablaba de que en la jurisprudencia aparecían alumnas aunque también una
profesora. Y es que las exigencias de la laicidad llevan e Turquía igualmente a
que los funcionarios, y entre ellos los profesores, sean sensibles a las
exigencias de neutralidad, de ahí que la legislación de funcionarios contemple
minuciosamente los comportamientos posibles, lo que representa que las
mujeres deben acudir al trabajo con la cabeza descubierta, sin que los hombres
puedan llevar barba que, según se dice, se la deberán afeitar todos los días.
6
Para lo anterior, véase mi citado libro, La afirmación de la libertad religiosa en Europa,
76-77.
11
Concluiré la referencia a Turquía recordando a título anecdótico que una
pequeña serie de tres sentencias de la misma fecha –“Kavakci”, “Ilicak” y
“Silay”, 5.IV.2007- se refiere a tres mujeres que han sido elegidas para el
Parlamento por el “Partido de la Virtud” (“Facilet Partisi”), que, desde sus
planteamientos islamistas hace campaña para superar la prohibición del velo
islámico a las mujeres en centros e instituciones por considerar que la
prohibición constituye una auténtica opresión. De ahí que en la sesión
constitutiva de la Cámara, a la hora de tomar posesión, las tres se presenten
tocadas con el pañuelo. Lo que, como seguramente esperaban, dio lugar a un
impresionante alboroto, que les impidió incluso tomar posesión 7 .
37. El país de nuestro entorno donde antes arraigó en el sistema constitucional
la idea de laicidad fue Francia. Pues bien, en Francia, hace veintitantos años
comenzaron a plantearse problemas en relación con la prohibición del velo
islámico en las escuelas públicas. Las autoridades tardaron en abordar el
problema de frente, dando la impresión de que no hubo reflejos, o decisión y
valentía suficiente para enfrentarse con la cuestión y resolverla de manera
directa de una vez. Es curioso que “el problema religioso” se había venido
planteando en Francia en relación con la Iglesia Católica, pero a partir de los
años ochenta del siglo XX, el modelo francés de laicidad entra en confrontación
con la integración de los musulmanes en el espacio público, señaladamente en
la escuela. Tras los titubeos iniciales, con numerosos pasos casuísticos,
intervención protagonista de los propios centros, reglamentos, o decisiones
también del Consejo de Estado, tanto en sede consultiva como jurisdiccional,
por fin, se cambió de táctica, y el Parlamento Francés aprobó una ley
enfrentándose directamente con el problema: la Ley de 15 de marzo de 2004,
denominada Ley de la (o, sobre la) Laicidad. El criterio central de la Ley es
abordar el problema sin titubeos desde la perspectiva constitucional de la
laicidad y prohibir los símbolos o atuendos por los que los alumnos manifiesten
ostensiblemente su adscripción religiosa. La prohibición afectaría así lo mismo
al velo islámico, que al Kippa o a un crucifijo de tamaño excesivo, estando
permitido en cambio, como vimos en la experiencia suiza, los pequeños
7
Más detalles, en mi aludido libro, Estudios sobre libertad religiosa, 204-205.
12
testimonios, como medallas o insignias. La Ley, lo mismo que la muy atinada
circular ministerial dictada en desarrollo de la misma –de 18.V.2004-, intentan
ser cuidadosamente pedagógicas y aclaratorias, insistiendo en la proyección a
la escuela de los valores de la República, entre los que destaca el afán por
asegurar una confiada convivencia (“la loi –se dice en la circular- conforte son
rôle en faveur d’un vouloir vivre ensamble”), apostándose por “la unidad
nacional más allá de las circunstancias personales”, en la intención de que “al
preservar a los centros públicos que acojan a todos los niños, sean o no
creyentes y cualesquiera que sean sus convicciones religiosas o filosóficas, de
cualquier tipo de presiones que puedan resultar de las manifestaciones
ostensibles de las pertenencias religiosas, lo que la ley pretende es garantizar la
libertad de conciencia de cada uno”. En este sentido, “del mismo modo que el
Estado es el protector del ejercicio individual y colectivo de la libertad de
conciencia, la neutralidad del servicio público es a este respecto prenda de la
igualdad y del respeto a la identidad de cada uno”. En suma, que “el respeto a la
ley no implica una renuncia a las convicciones propias” 8 . Por su parte, la Ley
introduce un procedimiento previo de diálogo entre las autoridades de la escuela
y el niño o niña afectados y sus padres, intentando convencerles para que sigan
en el centro acatando las reglas o, en caso contrario, tratando de ayudarles a
que encuentren escuela sustitutiva para no interrumpir los estudios. En
recientes casos que falló el Tribunal Europeo cuando ya había entrado en vigor
la Ley –se trata de seis decisiones de inadmisión, todas de 30.VI.2009-, en el
supuesto de dos muchachos sij, insistentes en acudir a clase con su turbante (el
“keski”) –asuntos “Ranjit Singh” y “Jasvir Singh”-, y que por eso fueron
expulsados, se dice que encontraron plaza en sendos colegios católicos, y en el
caso de cuatro alumnas de confesión musulmana –asuntos “Sara Gazal”, “Tuba
Aktas”, “Hatice Bayrak” y “Mahmud Sadek Gemaleddyn” (en este caso recurrió y
da nombre el padre de la alumna)- las niñas completarían su escolaridad a
través de la educación a distancia. Ni que decir tiene que el haber resuelto a
través de decisiones de inadmisión representa que no prevalecieron los
recursos, que se estimó que la libertad religiosa no amparaba la pretensión de
los recurrentes, dándose un importante respaldo a la fórmula francesa con su
8
Véase Lorenzo MARTÍN-RETORTILLO, Estudios sobre libertad religiosa, cit., 213.
13
aspiración de favorecer la convivencia de los niños, entendiendo que la escuela
no es el lugar para hacer manifestaciones religiosas.
38. Señalaré también escuetamente que Francia ofrece los últimos años
algunos supuestos en los que la llevanza de prendas de significado religioso
choca con las exigencias derivadas de los controles policiales y de seguridad.
En las reclamaciones que se le han planteado al Tribunal Europeo, éste da por
bueno
que
las
autoridades
francesas
hubieran
exigido
desprenderse
momentáneamente del velo –en el supuesto de mujer: caso “Fátima El Morsli”,
4.III.2008-, para pasar el correspondiente control para entrar en un consulado, o
del turbante –en el caso de varón: asunto “Shingara Mann Singh”, 3.XI.2008- a
la hora de hacerse la fotografía para el carnet de conducir 9 . Tampoco se llegó a
sentencia del Tribunal en estos casos, resolviéndose por medio de decisión de
inadmisión.
39. Reasumiendo lo visto hasta ahora, no deja de ser curioso constatar que en
los diferentes supuestos en que vimos intervino el Tribunal Europeo de
Derechos Humanos, en todos ellos daba por bueno el comportamiento de los
Estados 10 , asumiendo que con la importancia que se otorga a la libertad
religiosa, tiene con todo que respetar ciertas restricciones en determinadas
circunstancias. Por supuesto, en cada caso se habrá hecho el triple examen que
es propio de los modos de funcionamiento del Tribunal Europeo, y a los que no
me he referido con detalle por razones de espacio. Pero quede claro que en
cada caso se habrá analizado si la conducta estatal restrictiva de la libertad
religiosa tenía un soporte normativo inequívoco en el propio ordenamiento
interno, si respondía a unos fines de interés general especialmente previstos,
como, por ejemplo, la seguridad pública o la protección de los derechos y
libertades de los demás, y siempre también, en cada caso, si la injerencia era
necesaria en una sociedad democrática, es decir, si respondían al baremo de la
proporcionalidad.
9
Otro asunto del todo parecido, de 2005, el caso “Phull”: el muchacho tuvo que sacarse
el turbante para pasar el control en el aeropuerto.
10
No se daba la razón a Turquía en las tres sentencias referentes a las elegidas para el
Parlamento, pero en elolas no se estaba juzgando en puridad el problema de la prohibición del
velo, que aparece reflejado como un detalle accesorio, sino que el Tribunal se pronuncia sobre
las opciones electorales.
14
40. En España el problema de las prendas de significado religioso en relación
con la convivencia ciudadana ha ido haciéndose sensible, ha llegado a la
opinión pública y ha comenzado a preocupar a las autoridades que de alguna
manera han comenzado a adoptar medidas casuísticas. Con todo, estamos
lejos de haberse alcanzado un debate nacional, y no se vislumbra a simple vista
–aunque nunca se sabe como pueden evolucionar los acontecimientos- que el
legislador nacional pudiera abordar alguna solución global, de fácil conocimiento
para todos, y que apoyándose en razones jurídicas convincentes aclarara el
panorama de una vez por todas. Parece que a falta de una decisión de las
autoridades del Estado, estamos en la fase de los titubeos iniciales de Francia,
fiando la solución a decisiones casuísticas, con protagonismo de los centros.
Con todo, debo aclarar que entre nosotros –al igual que en otros países- el tema
de las prendas de significado religioso ha hecho su aparición en un doble frente,
con destacados matices diferenciales, y que por eso debe ser abordado de
manera separada. De una parte está, en efecto, el caso de las niñas que
acuden a la escuela pública con estos pañuelos que marcan ya una seña de
identidad de sus convicciones religiosas. Pero en algunos territorios ha
comenzado a preocupar la presencia en la calle de mujeres, que vienen de
otras culturas, con vestimentas que no permiten verles la cara, es decir, que
dificultan su mera identificación, lo que choca sobremanera no sólo con nuestra
costumbres sino incluso desde el punto de vista de la seguridad pública. Aludiré
de forma separada a ambas vertientes, que podemos denominar “atuendos
religiosos en la escuela” y “atuendos religiosos en la calle”.
41. De vez en cuando, ha ido apareciendo en España el problema de alguna
muchacha, alumna de colegio público, que un buen día acude a clase con un
velo islámico, porque dice que es musulmana, que a lo mejor ni siquiera admite
desprenderse de él para la clase de gimnasia. Conocida es la fuerza de la
libertad religiosa, que ampara decididamente tan variadas oportunidades, como
se viene viendo a lo largo de estas lecciones. Pero yo creo que es legítimo
preguntarse si no tiene sentido defender para la escuela pública lo que antes he
llamado espacio de convivencia, esa situación en la que los escolares no
compiten entre sí emitiendo mensajes religiosos, del mismo modo que están
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protegidos de recibirlos. En España no se consagra en la Constitución el
principio de laicidad, pero sí se afirma que el Estado es aconfesional, del mismo
modo que, como razonaba en la primera lección –y se insistirá en la cuarta-,
importa muy mucho la neutralidad del Estado en todas sus manifestaciones –
también en la escuela pública-, precisamente para estar a la altura del
pluralismo propio de nuestras sociedades. No es baladí, sino muy positivo, en
mi modesta opinión, el intento de lograr en la escuela pública ese espacio de
convivencia, lo que, como consecuencia directa –aunque no única- descalifica la
presencia de niñas con el velo islámico. Creo que ello es especialmente
importante, recordando además que en España la enseñanza obligatoria puede
cursarse también en centros “concertados”, no pocos de los cuales son
confesionales. Quien lleve los niños a ellos, tiene bien clara su orientación
metodológica. De ahí que sea importante proteger en la medida que se pueda –
por respeto a todos, y sabiendo que en otros lugares tienen todas las
alternativas que quieran-, ese espacio de neutralidad y convivencia.
En el municipio madrileño de Pozuelo se planteó, en la primavera de 2010 una
de esas situaciones de tensión. El centro en cuestión contaba además con unas
normas de régimen interior en las que, para prevenirse al parecer de la
generalizada costumbre de muchachos de Sudamérica de acudir a clase con
alguna variedad de gorra –que acaso permitiría también indicar adscripciones-,
se prohibía, con carácter general, llevar prenda alguna en la cabeza. Criterio
que fue el que se utilizó, creo recordar, para rechazar la presencia de la alumna
que se negaba a prescindir del velo islámico.
A la hora de enfrentarse con este tipo de problemas es decisivo proceder
respetando minuciosamente todas las reglas jurídicas. Recordaba antes que
para establecer injerencias en la libertad religiosa hay que respetar esas tres
reglas, la primera de las cuales es que exista una previsión normativa: debe
estar previsto en la ley (además de responder a un motivo de interés general
específicamente previsto y de ser proporcional). Pues bien, en ausencia de una
respuesta de orden nacional, que tan razonable sería, que tras el oportuno
debate resolviera el problema de una vez por todas (y que acertara a explicar
con pedagogía que no se trataba de actuar contra nadie), se ha entrado en una
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vía de soluciones casuísticas, de forma que son los Parlamentos Autonómicos –
transferida como está la enseñanza a las Comunidades Autónomas- los que van
adoptando el criterio de incluir una habilitación legal en que encuentren apoyo
las normas de funcionamiento y de orden interior de los centros educativos, a la
hora de regular las exigencias de la convivencia, pudiendo imponer prendas de
uniforme o establecer prohibiciones en el régimen de atuendos, así como
sancionar disciplinariamente las infracciones derivadas del incumplimiento de
las normas. Los problemas con la niña de Pozuelo tuvieron lugar en abril de
2010, pues bien, cuando un par de meses después la Asamblea de Madrid está
tramitando la que sería Ley 2/2010, de 15 de junio, de Autoridad del
Profesorado, se va a incluir expresamente la habilitación para que cada centro
docente pueda regular las normas de convivencia y pueda incluso imponer las
sanciones disciplinarias que correspondan. Claro y evidente ejemplo de este
tipo de respuesta casuística, en la que la Comunidad de Madrid se sitúa en la
misma línea que están siguiendo otras Comunidades Autónomas.
42. Pero hoy preocupa también en algunas partes de España el problema de las
prendas que se llevan en la calle. Lo cual nos sitúa ante una perspectiva bien
diferente, dado que en la calle no se dan esas connotaciones que se dan en la
escuela y, sobre todo, no se trata del delicado universo de la infancia. Aparte de
que el sentimiento general es el de que en la calle cada uno puede ir vestido
como quiera.
¿Cómo quiera? Aquí empalmamos con un interesante debate de carácter
general que, al margen de las exigencias de la libertad religiosa, se está
planteando en algunos lugares de España. ¿Pueden los ciudadanos ir vestidos
por la calle como quieran, incluso, por poner la comparación extrema, pueden ir
desnudos? Sin duda, el principio de libertad que inspira hoy el sistema
constitucional –ya desde el artículo primero de la Constitución de 1978- es
argumento suficiente para sostener la más completa libertad de los ciudadanos
–dentro de sus posibilidades y de sus gustos- a la hora de vestirse para salir a
la calle. Pero, como vamos viendo a lo largo de estas lecciones, no todas las
magnitudes en el universo jurídico son absolutas, todas tienen que convivir con
la idea de límites. Hay, ante todo, una serie de valores colectivos a defender,
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como el respeto a los demás, la moral o, incluso, el ornato. Pues bien, entiendo
que el sistema jurídico español habilita ampliamente a los municipios para,
desde el respeto a la más amplia libertad, imponer una serie de medidas que
puedan implicar restricciones 11 . El quid radicará –vale aquí también lo que antes
se dijo- en que haya un soporte legal, en que se persigan fines de interés
general previstos y en que haya proporcionalidad. En cuanto se cumplan tales
requisitos, las ordenanzas municipales encuentran un amplio campo de
operaciones. No se podrá imponer, por ejemplo, que haya que ir a la calle con
corbata, o de un determinado color, ni mucho menos que según qué ciudadanos
deban llevar ostensible una estrella de David. Pero, lo mismo que parece
acertado que se acoten playas o espacios donde puedan solazarse los amigos
del nudismo, ninguna duda me cabe de que las ordenanzas municipales pueden
prohibir ir en tanga por la calle o, incluso, con el dorso descubierto (obviamente
no estamos hablando de las playas o de los espacios aledaños).
¿Y si a la hora de establecer alguna de estas reglas se está incidiendo,
intencionada o solapadamente, en alguna de estas prendas que se llevan por
motivación religiosa? En efecto, el problema del llamado velo integral, como el
“burka”, ha preocupado con toda seriedad en algunos territorios. Hay que
afirmar con firmeza que el que quiera ir con una prenda de significado religioso
por la calle –y que no tenga otras connotaciones-, nadie puede impedírselo.
Valga el ejemplo de la niña que no entrará a la escuela con el velo, pero puede
ponérselo a la vuelta en el camino de su casa. Por inusual, o por desconocida,
no puede prohibirse oficialmente una prenda si no tiene otras connotaciones,
insisto. Por supuesto, que cabrá toda la crítica social que se quiera, y
humoristas o comentaristas escribirán lo que quieran, siempre que se
mantengan en el límite del debido respeto. Pero el Ayuntamiento no puede
impedir que se deambule por la calle con turbante, o con una túnica, por poner
un par de ejemplos. Y es que, el llevar la cara tapada no tiene nada que ver con
lo anterior: el verle a la gente la cara, no sólo tiene un claro significado social
sino que implica elementales razones de seguridad. Ello, si no entramos en el
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Tal es la tesis central de mi reciente trabajo, Los Ayuntamientos y el régimen jurídico de
atuendos y vestimentas, cit., 341 ss.
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terreno de la discriminación de la mujer, desde la perspectiva de que
determinados atuendos son denigrantes para las mujeres.
Por todo ello, se armó cierto revuelo cuando el Ayuntamiento de Lérida –al igual
que otros no lejanos- llevó a cabo una modificación del artículo 26.2 de la
Ordenanza de Civismo y Convivencia de la Ciudad de Lérida (que afectaría
también a los artículos 27.9 y 102.25), que pasaría a decir: “La normativa
reguladora de los servicios y de los usos de los edificios y equipamientos
municipales podrá limitar o prohibir el acceso o la permanencia en los espacios
y locales destinados a tal uso, a las personas que lleven velo integral,
pasamontañas, casco integral u otras vestimentas y accesorios que impidan o
dificulten la identificación y comunicación visual de las personas”. Dicha
modificación
alcanzaba
enormes
consecuencias
y
resultaba
de
gran
trascendencia práctica, si se tiene en cuenta que afectaría también a los
reglamentos de terminados servicios, como el de transporte urbano y de
viajeros, el del archivo municipal, así como los de los centros cívicos y locales
sociales. Pues bien, la reforma fue ampliamente apoyada, ya que en el Pleno en
que se tramitó, celebrado el 8 de octubre de 2010, el acuerdo se tomó por 24
votos a favor (de los grupos municipales PSC, CiU, PP y un concejal no
adscrito), un voto en contra (del grupo municipal ICV-EUiA) y dos abstenciones
(del grupo municipal ERC). Como se ve, la medida era de importancia y estaba
apuntando directamente a quienes llevaran el “burka” o el “niqab” en los
espacios sanitarios, en los deportivos, en los transportes, etc. Formalmente no
era una prohibición total, pero prácticamente, como si lo fuera.
¿Era posible incidir de forma tan directa en una de las opciones de la libertad
religiosa? La reforma fue impugnada inmediatamente ante la Jurisdicción
Contencioso-Administrativa por una asociación representativa de los intereses
de los musulmanes, la “Asociación Watani por la liberta y la justicia”. De
entrada, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, por auto de 12 de enero
de 2011, suspendió cautelarmente la entrada en vigor de la norma. No se
prejuzgaba el fondo, pero se apreciaba que podrían irrogarse importantes
perjuicios a las personas afectadas. Pero la sentencia sobre el fondo no se hizo
esperar, y el 7 de junio de 2011 el propio Tribunal Superior dictaría un fallo bien
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ponderado rechazando en todo el recurso y justificando la reforma introducida.
El Tribunal afirmaría entre otras cosas: “En nuestra cultura –occidental- el
ocultamiento del rostro en la realización de actividades cotidianas produce
perturbación en la tranquilidad por la falta de visión para el resto de personas de
un elemento esencialmente identificativos cual es la cara de la persona que la
oculta”. Se pasa revista ampliamente a la jurisprudencia española, así como a la
del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, citando no pocas de las
sentencias que han ido apareciendo por estas páginas, y tras realizar el triple
contraste, se aprecia que la medida tenía soporte legal, respondía a un
fundamento legítimo y no era desproporcionada. De ahí que se considere
correcto legitimar la medida.
43. Un último flash antes de concluir, para dejar constancia, de forma bien
escueta, de que el tema de los atuendos religiosos en la calle no ha preocupado
sólo en España. La más reciente sentencia sobre el tema que ha producido el
Tribunal de Estrasburgo nos lleva de nuevo a Turquía, con un caso que afecta
de lleno, no a centros de enseñanza, ni a oficinas, sino a la calle y a los
espacios públicos. Es un asunto bastante pintoresco el que describe la
sentencia “Ahmet Arswlan y otros”, 23.II.2010, donde los “otros” son 116
varones, integrantes todos ellos de una organización religiosa, de reciente
creación, que se inscribe en el entorno del Islam, y que se autodenomina “Aczi
Mendi Tarikati”. Sus reglas les llevan a vestir túnica y turbante negro, portando
un cayado, en la idea de imitar a los profetas y entre ellos a Mahoma. Un
determinado día se reúnen a celebrar una ceremonia religiosa en una mezquita
de Ankara y a la salida marchan por la ciudad, deambulando por las calles. Se
producen ciertos incidentes, por lo que fueron detenidos, procesados y sufrieron
prisión provisional. El Gobierno sostuvo que estaban cometiendo actos contra el
carácter laico de la República, así como que la secta aspiraría a reemplazar el
sistema democrático por otro basado en la “sharia”. Ello hizo que fueran
llevados ante el Tribunal de Seguridad del Estado. Pero el Tribunal Europeo, al
resolver el recurso que le llegó, circunscribe los hechos a la marcha del grupo
por las calles de la ciudad y constata que no hubo realmente alteración del
orden público ni amenazas. Podría sorprender la marcha con las túnicas pero se
constata que no se trataba de ningún centro de enseñanza ni de ningún edificio
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público, sino pura y simplemente de la calle. Y allí, se viene a decir, cada uno es
libre de vestir como quiera. En conclusión, Turquía no habría respetado las
exigencias de la libertad religiosa, no habría justificación para tal injerencia, por
lo que la sentencia es condenatoria. De modo que, a salvo circunstancias
cualificadas, el criterio consagrado es el de la más amplia libertad en cuanto a
las vestimentas que se llevan en la calle.
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