PLURALISMO Y LIBERTAD RELIGIOSA: LA SITUACIÓN DE LAS MINORÍAS Director: Lorenzo Martín-Retortillo Baquer VESTIMENTAS Y ATUENDOS RELIGIOSOS Y CONVIVENCIA COTIDIANA (Conferencia III) 2 32. La situación de las minorías religiosas puede aparecer de lleno en relación con la especial manera de vestir y presentarse, es decir, con los atuendos que cada persona decida llevar en su vida en sociedad. Recalco esta perspectiva hacia el exterior: el hogar, es decir el domicilio propio, está especialmente protegido y libre de intromisiones por lo que en su ámbito cada uno elegirá la manera de ir vestido –o desvestido-. Lo que va a interesar ahora especialmente es la vida en sociedad o, como se dice, la convivencia cotidiana. Los problemas podrán surgir cuando, por unas u otras causas, haya roces entre las costumbres o hábitos arraigados en el lugar, o entre las exigencias propias de determinados espacios o funciones, y la forma de vestir de determinadas personas que han decidido también vivir en el mismo territorio, o que simplemente hayan decidido alterar sus usos. Y es que en el variado panorama de la realidad religiosa –que es la única perspectiva que interesará ahora- hay organizaciones que con la mayor naturalidad imponen exigencias en muy variados ámbitos. Se habló en la lección anterior de las especialidades alimentarias. Antes de que la moderna medicina generalizara las dietas de todo tipo, no pocas religiones contemplaban especialidades, a veces, con muy minuciosas reglas de comer, o no comer, determinados productos o sustancias, ya con carácter permanente o bien en determinadas épocas y circunstancias. Habrá, por supuesto, reglas comunes a más de una religión –no tomar bebidas alcohólicas, o que los animales que proporcionan la carne para el consumo hayan sido sacrificados de una determinada manera, por ejemplo-, pero también hay un amplio panorama de respuestas propias y peculiares. Se recordó cómo en el asunto “Jakobski c. Polonia”, 7.XII.2010, se condenaba a este Estado por no haber proporcionado dieta vegetariana a un budista que estaba cumpliendo pena de privación de libertad, y que no era libre, por ende, para seleccionar su comida. Una persona en su casa, dentro de sus posibilidades, optará por lo que le dicte su conciencia en relación con los mandatos religiosos. La situación de tensión, en el caso, se produce al no disponer de libertad para autoorganizarse, es decir, al tener que depender de la Administración penitenciaria: de ahí que se cargue a ésta con la exigencia, como testimonio de ese conjunto de obligaciones de hacer que a veces gravan a los Estados con motivo de la libertad religiosa. Cuando las 3 exigencias religiosas se manifiestan en la llevanza de algunas prendas de vestir hay muchas situaciones “intrascendentes”, que no tienen por que ocasionar problema alguno, pero pueden también surgir situaciones de tensión o de roces en determinados espacios concretos, aunque también podría darse el caso de que, en supuestos extremos, determinadas prendas chocaran no sólo con las costumbres y hábitos tradicionales propios de un territorio, sino que de forma especial pudieran afectar a algunos valores asumidos con normalidad desde siempre, como las exigencias de la seguridad o la no menos importante de la no discriminación por razón del sexo, que afortunadamente se está tomando en serio en nuestra sociedades. 33. A consecuencia de las intensas migraciones propias de los últimos años, en diversos países europeos han ido aflorando últimamente situaciones de roce o de tensión antes desconocidas. Aunque también es cierto que en algún país muy concreto han ido manifestándose últimamente determinadas reivindicaciones, de forma que las tensiones a consecuencia de la llevanza de determinadas prendas por exigencias religiosas se ha producido sin que nada tuvieran que ver migraciones o traslado de poblaciones. Y es que, como se dijo, el cambio –cambio de criterios, de aspiraciones, de usos- forma parte incuestionable de la libertad religiosa (aunque haya no pocos países que groseramente rechacen tal opción, que, como se dijo, tiene su fundamento en la gran Declaración Universal de Derechos Humanos auspiciada por Naciones Unidas). Ese fenómeno de cambio de criterios se observa a la perfección en Turquía, con algunos casos de interés a los que habrá que referirse. Pues bien, esa situación de tensión o de desasosiego, que comenzó a llegar hace una treintena de años a otros países europeos de nuestro entorno –Suiza, Francia, Alemania, Reino Unido, etc.-, ha comenzado a manifestarse en España, apareciendo de vez en cuando alguna situación de tensión o conflicto, que son sistemáticamente no sólo jaleadas sino magnificadas por los medios de comunicaciones que, en algunas ocasiones, ni siquiera toman la precaución del debido respeto a la infancia y juventud (como taxativamente reclama el artículo 20.4 de la Constitución). Lo cierto es que hoy hay un debate en la calle, que interesa al gran público, que ha suscitado ya por eso cierta atención de los 4 estudiosos 1 y que, incluso, y no sólo en España, lleva a que en ciertos momentos señalados –como los tiempos electorales- la cuestión se plantee y trate con cierta vehemencia. 34. Hay un núcleo importante de casos que tienen que ver con la consideración de la escuela como lugar de convivencia, es decir, algo referido a los centros públicos de enseñanza –y por ende, no a los privados, caracterizados por la libertad de los gestores para marcar las reglas que aceptarán o no, voluntariamente, los alumnos- donde, en principio, y salvo que se quiera optar libremente por otra oportunidad, no pocas de las cuales –aunque no todas- son centros confesionales –y, normalmente, de pago-, la mayor parte de los padres llevan a sus hijos para que reciban la enseñanza obligatoria y gratuita, testimonio de uno de los importantes logros del Estado Social de Derecho (como se acredita en el artículo 27 de la Constitución española, en el artículo 2 del Protocolo Adicional número uno al Convenio Europeo de Derechos Humanos, así como en el artículo 14 de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea). El modelo al que se aspira es a lograr un espacio libre de influencias o presiones de cualquier tipo, patentes o subliminales, en el que puedan convivir niños de bien distintas sensibilidades –en cuanto a su origen geográfico o por las ideas religiosas de sus padres- y puedan encontrar una zona, cómoda y mutuamente respetada, en la que nadie se sienta llamado a hacer alarde, proselitismo o mero testimonio, y en la que por eso los órganos de la Administración educativa del Estado –en no pocos países serán las autoridades regionales o locales-, en respeto a su neutralidad, como inherente a las exigencias de pluralismo de las actuales sociedades, prohíban la presencia de símbolos religiosos “ostensibles y manifiestos”. De ahí la inevitable incidencia sobre algunas prendas que algunas religiones consideran poco menos que intocables. Ello –conviene recordarlo sin falta-, en un ambiente general en el que impera la más amplia libertad de conciencia y religiosa, con sobradas 1 En mi caso concreto, quiero señalar que me he referido al tema recientemente en tres diversos trabajos que, obviamente, tendré muy en cuenta al redactar estas páginas. En mi citado libro, La afirmación de la libertad religiosa en Europa, dediqué el amplio apartado III, a “El problema del velo islámico”, páginas 57-91; en mi reciente libro, también citado, Estudios sobre libertad religiosa, el capítulo 9 –también publicado en otros lugares- se dedica a “Los atuendos de significado religioso según la [reciente] jurisprudencia del TEDH”, 201-218; y, últimamente, en el “Anuario de Derecho Local. 2010”, ha aparecido mi trabajo Los Ayuntamientos y el régimen jurídico de atuendos y vestimentas, 341-365. 5 oportunidades sociales para hacer ostensibles prácticas, creencias y testimonios del más variado signo. Pero asumiendo que la libertad religiosa no es ilimitada, que en las sociedades democráticas en que impera el pluralismo, en determinadas circunstancias es preciso dejar algunos espacios o momentos al margen de su influencia. Y es que la sociedad democrática del pluralismo, si tiene que ser tolerante y asumir exigencias de las minorías, tiene también que defender sus principios y condiciones. Hay un ejemplo, sin duda extremo, que me parece de sobras indicativo y al que ya me he referido en alguna ocasión. En interesante comentario a uno de los pleitos sobre el velo islámico -en concreto, en las escuelas de Gran Bretaña-, Agustín García Ureta 2 , da cuenta de que en la escuela a que acudía la muchacha que pretende mantener su presencia llevando el “jilbad” o túnica larga 3 , los alumnos hablaban cuarenta lenguas diferentes, pertenecían a veintiún grupos étnicos y a diez grupos religiosos. Sin duda, el expuesto es un caso extremo, pero lo cierto es que hoy la realidad de muchas escuelas es bien compleja, lo que, por cierto es un motivo para que la sociedad aprecie, valore, y apoye sin desmayo a maestros y profesores, de ahí que ante un Babel semejante, parece del todo razonable y convincente la idea de apoyar esta fórmula de los “espacios de convivencia”, aunque algunas opciones de la libertad religiosa hayan de quedar limitadas. En el caso inglés que se acaba de referir, la Sala de Justicia de la Cámara de los Lores, rectificando el fallo del tribunal inferior, entendería que la muchacha en cuestión, de 17 años a la sazón, no tenía derecho a ir a clase portando la “jilbad”, dado que tal opción no derivaría necesariamente de su derecho a la libertad religiosa 4 . 2 Agustín GARCÍA URETA, El velo islámico ante los tribunales británicos, 5 ss. Por cierto que aunque genéricamente suela hablarse del “velo islámico”, la realidad es que están en uso muy diferentes prendas, según los orígenes geográficos normalmente, no siempre denominadas de la misma manera o con traducciones acertadas. Se habla así del pañuelo o la pañoleta para aludir al tocado más sencillo, que cubre sólo los cabellos, próximo al velo denominado “hiyab”, que deja libre la cara y muchas mujeres musulmanas lo llevan como signo de identidad. “Shayla”, es un pañuelo largo, rectangular, colocado alrededor de la cabeza, dejando libre la cara. El “chador”, que usan normalmente las mujeres iraníes, cubre todo el cuerpo, dejando descubierta la cara, y a veces se combina con un pañuelo en la cabeza. El “niqab” es prenda que cubre hasta la rodilla y sólo deja libres los ojos, que se suele combinar con otro velo para los ojos. El “burka” oculta completamente el cuerpo, incluidas las manos, con solo una escueta rejilla de tela en los ojos para que la mujer pueda ver pero no ser vista. 4 Lorenzo MARTÍN-RETORTILLO, La afirmación de la libertad religiosa en Europa, cit. 58, nota 26. 3 6 35. Para hacer una síntesis abarcable de la rica problemática que interesa a esta lección, me fijaré especialmente en la experiencia jurisprudencial que a estas alturas ofrece un elenco señalado de casos. La cuestión se ha presentado especialmente problemática, como se ha dicho, en lo referente a incompatibilidades en los centros públicos de enseñanza, pero no faltan los supuestos que se refieran a controles policiales y, en general, criterios de seguridad. E, incluso, la más reciente experiencia evidencia que a veces resulta problemática la mera llevanza de determinadas prendas en el Parlamento o en la calle. En la mayor parte de los casos, los problemas se plantean con mujeres, pero no faltan los supuestos en que aparezcan los varones. Resulta interesante recordar –sobre todo para los que como yo llevamos barba sin que intervenga en ello motivación religiosa alguna- aquella circular del Rector de la Universidad de Estambul, de 22 de febrero de 1998: “En virtud de la Constitución, de la ley y de los reglamentos y de acuerdo con la jurisprudencia del Consejo de Estado y de la Comisión Europea de Derechos Humanos, así como de las decisiones adoptadas por los Comités Administrativos de las Universidades, las estudiantes con la cabeza cubierta (es decir, llevando el pañuelo islámico) y los estudiantes con barba (incluidos los extranjeros), no podrán acceder a los cursos, prácticas, etc.”. Es decir, prohibición de pañuelo a las chicas, pero a los chicos por su parte, prohibición de barba. Esta circular, que ocasionaría alguna protesta estudiantil, daría origen, en lo que ahora interesa a uno de los casos más sonados, en cuanto afectaba a una estudiante (asunto “Leyla Sahin c. Turquía”), en cambio, el problema de la barba varonil no ha llegado, que yo sepa, a la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Pero no faltan los asuntos en que aparecen implicados muchachos, de religión sij, por ejemplo, obligados a llevar el turbante que cubre su espesa cabellera. De otra parte, una de las sentencias más recientes, sobre la presencia con atuendos religiosos en la calle, a la que enseguida se aludirá, se refiere en exclusiva a varones. En otro sentido, en lo concerniente a centros de enseñanza, los problemas afectan mayoritariamente a alumnos –de ambos sexos, insisto-, pero la polémica aparece también en torno a algunos profesores. Los asuntos sobre seguridad y controles policiales afectan sobre todo a mujeres, aunque también a hombres en algún caso. Diré, incluso, que, en relación a Turquía, se refleja también la polémica, en cuanto varias diputadas intentaron entrar en el Parlamento en la 7 sesión constitutiva con velo, lo que está formalmente prohibido, lo que hizo que se armara una buena, y de hecho no pudieron llegar a tomar posesión. 36. Uno de los casos primeros, si no el más temprano, en que el TEDH tuvo que abordar un problema de atuendos en las escuelas, se refiere a la llevanza de velo por una profesora de enseñanza primaria del Cantón de Ginebra (asunto “Lucía Dahlab c. Suiza”, 15.II.2001). Debo advertir que en los casos que han llegado al Tribunal de Estrasburgo en que se solicitaba la defensa de la libertad religiosa frente a la prohibición de llevar determinadas prendas en la escuela, se trata siempre de países que, como resultado de una larga y normalmente tensa historia de enfrentamientos religiosos, han llevado a su sistema constitucional el principio de laicidad: sin perjuicio de reconocer y garantizar la más amplia libertad religiosa, evitan en cambio, como principio, que aparezcan connotaciones religiosas en espacios y actos oficiales. Tal sucede, en concreto, en Francia, en Turquía y en el Cantón suizo de Ginebra, en el que se sitúa el caso que ahora menciono. La afectada y recurrente era persona nacida en Suiza, católica originariamente, pero que luego se convierte al Islam. Y un buen día comienza a aparecer en clase cubierta con el pañuelo. Tras dialogar con ella, y ante su renuencia, desde la consideración de que se trata del “sistema escolar público y laico”, se concluye prohibiéndosele el acceso al centro. Los tribunales internos no le dan la razón al reclamar. La decisión 5 denegatoria del Tribunal Federal había sido larga y minuciosa, construida con sólidos argumentos. Se deja constancia de que la prohibición no afecta al horario extraescolar ni a la vida fuera de la escuela. Se recalca la gran influencia que cualquier profesor tiene, sobre todo, en relación con alumnos de esa edad. No se le reprocha que haya intentado hacer proselitismo, pero el mero hecho de su atuendo ya se considera suficiente, dado que “la recurrente ostenta parte de la autoridad escolar y personifica la escuela a los ojos de los alumnos”, lo mismo que representa y personifica al Estado. Y resulta decisiva la neutralidad de la escuela pública, dado que la enseñanza es obligatoria. Se alude también a la “paz confesional”, que tanto habría costado implantar en Suiza, donde, en efecto, fueron vivos y duros antaño los conflictos religiosos. De ahí que el 5 Para lo que sigue, me remito a mi citado libro, La afirmación de la libertad religiosa en Europa, 66 ss. 8 Cantón se impusiera una rigurosa separación Iglesia–Estado, de donde deriva el principio de la laicidad y la obligación, en el sector público, de observar neutralidad confesional y religiosa. Se recalca que el pañuelo es un signo religioso evidente, signo que se califica de “fort” –que quizá podríamos traducir como “de fuerza”, intenso o contundente-, lo mismo que si alguien apareciera con “kippa” o con sotana. De ahí la incongruencia, se dice, de que mientras se hubieran suprimido los crucifijos en las aulas, en aplicación de los principios señalados, se intente acudir, en cambio, con símbolos de apariencia equiparable. Se recuerda que el Consejo de Estado da por buenos los “signos religiosos discretos”, como pudiera ser, por ejemplo, “un petit bijou” –que podemos traducir por una medalla, una insignia, etc.-. Se recalca también el “valor fundamental de nuestra sociedad” de la igualdad de trato entre los sexos, y se insiste en que la prohibición del velo no afecta al núcleo intangible de la libertad religiosa, y que ésta no habilita para dispensar a las personas del cumplimiento de sus deberes cívicos. Cuando se llegó al Tribunal Europeo de Derechos Humanos alegando discriminación por razones religiosas, el Tribunal, tras hacer un canto al significado de la libertad religiosa en la sociedad democrática, deja bien claro que reconoce que en tal sociedad, “en la que coexisten diversas religiones en el seno de la misma población, puede aparecer como necesario introducir algunas limitaciones en dicha libertad desde la idea de conciliar los intereses de los diversos grupos y de asegurar el respeto a las convicciones de cada uno”. El Tribunal se hace eco de la constatación de la sentencia suiza en el sentido de que, si se tiene en cuenta la naturaleza de la profesión de enseñante en una escuela pública, como titular de la autoridad escolar y representante del Estado, no queda más remedio que sopesar el fin legítimo que representa la neutralidad de la enseñanza pública con la libertad de manifestar la religión propia, y, como resultado de tal contraste, que ésta debe ceder a favor de aquella. De ahí que le parezca difícil de conciliar la exhibición del velo islámico, con el mensaje de tolerancia, de respeto a los demás y, sobre todo, de igualdad y no discriminación que en una democracia debe transmitir a sus alumnos cualquier enseñante. A la vista de las circunstancias, ponderando en concreto la corta edad de los niños que la maestra tenía a su cargo, como representante del 9 Estado, se conviene en que las autoridades educativas ginebrinas no han abusado de su margen de apreciación y que no carecía de fundamento la decisión que tomaron. Se aprovecha para dejar constancia también del rechazo a lo que implique discriminación por razón del sexo, desde la consideración de que el que las mujeres tengan que cubrir su cabeza representa ni más ni menos una tal discriminación: “El Tribunal recuerda igualmente que la progresión hacia la igualdad de sexos constituye hoy día un objetivo importante de los Estados miembros del Consejo de Europa. De ahí que sólo razones de gran peso puedan justificar a la vista del Convenio una diferencia de trato fundada en el sexo”. Como si el Tribunal quisiera dejar las cosas claras desde el comienzo, se resalta que la libertad religiosa no puede amparar cualquier cosa, es decir, que tiene sus límites. También quiero subrayar cómo desde el principio preocupa en este tipo de asuntos la posible discriminación de la mujer, tan activos, tanto el Consejo de Europa como el Tribunal Europeo, en el intento de erradicarla. En cuanto a la secuela del caso, ni siquiera se llega a dictar sentencia, y entendiendo que el asunto no tiene soporte real para tomarlo en consideración, no sin proporcionar muy amplio y sólido razonamiento, se dicta una decisión que declara inadmisible el recurso. 36. No entraré en detalle en los diversos asuntos que han cuestionado las decisiones de las autoridades turcas negando el acceso a los centros de enseñanza de mujeres tocadas con velo. En los trabajos que antes citaba se deja cumplida cuenta de los mismos. En la serie aparecen tanto alumnas de bachillerato como de Universidad, e incluso una profesora de Universidad. El asunto más relevante, el de Leyla Sahin, estudiante de medicina en la Universidad de Estambul, que antes se citaba, dio lugar a una doble sentencia, una vez que la decisión unánime de la Sala en sentido denegatorio -29.VI.2004fue recurrida ante la Gran Sala, que dictó muy minuciosa y razonada sentencia, rechazando igualmente la petición, sentencia que el Presidente del Tribunal destacaría en el acto de apertura del Año Judicial como una de las más 10 importantes del curso anterior. Sí quiero hacerme eco de alguna de las afirmaciones destacadas que sienta el Tribunal, que pueden servirle al lector como orientación a la hora de enfrentarse con la presente problemática y que, de hecho, han pasado a los repertorios jurisprudenciales. En la segunda de las sentencias referidas a la citada estudiante, la de 10.XI.2005, se afirmará en el párrafo 107: “El pluralismo y la democracia deben fundarse igualmente sobre el diálogo y un cierto espíritu de compromiso, que suponen necesariamente concesiones recíprocas por parte de los ciudadanos, justificadas por el fin de la salvaguarda y promoción de los ideales y valores de una sociedad democrática. Si “los derechos y libertades de los demás” figuran como tales entre los garantizados por el Convenio y sus Protocolos, habrá que admitir que la necesidad de protegerlos pueda llevar a los Estados a restringir otros derechos o libertades igualmente consagrados por el Convenio: precisamente esta búsqueda constante de equilibrio entre los derechos fundamentales de cada uno constituye el basamento de una “sociedad democrática”…” (p. 108). Por supuesto, ocupará parte destacada del razonamiento la consideración de la idea de la laicidad, en concreto, en lo que al país afectado –Turquía- se refiere: “El Tribunal considera que una tal concepción de la laicidad es respetuosa para con los valores que subyacen al Convenio. Constata que la salvaguarda de este principio, probablemente uno de los principios basilares del Estado turco, como el de la preeminencia del Derecho y el respeto de los derechos del hombre y de la democracia, puede ser considerado como necesario para la protección del sistema democrático en Turquía” (p. 114) 6 . Se hablaba de que en la jurisprudencia aparecían alumnas aunque también una profesora. Y es que las exigencias de la laicidad llevan e Turquía igualmente a que los funcionarios, y entre ellos los profesores, sean sensibles a las exigencias de neutralidad, de ahí que la legislación de funcionarios contemple minuciosamente los comportamientos posibles, lo que representa que las mujeres deben acudir al trabajo con la cabeza descubierta, sin que los hombres puedan llevar barba que, según se dice, se la deberán afeitar todos los días. 6 Para lo anterior, véase mi citado libro, La afirmación de la libertad religiosa en Europa, 76-77. 11 Concluiré la referencia a Turquía recordando a título anecdótico que una pequeña serie de tres sentencias de la misma fecha –“Kavakci”, “Ilicak” y “Silay”, 5.IV.2007- se refiere a tres mujeres que han sido elegidas para el Parlamento por el “Partido de la Virtud” (“Facilet Partisi”), que, desde sus planteamientos islamistas hace campaña para superar la prohibición del velo islámico a las mujeres en centros e instituciones por considerar que la prohibición constituye una auténtica opresión. De ahí que en la sesión constitutiva de la Cámara, a la hora de tomar posesión, las tres se presenten tocadas con el pañuelo. Lo que, como seguramente esperaban, dio lugar a un impresionante alboroto, que les impidió incluso tomar posesión 7 . 37. El país de nuestro entorno donde antes arraigó en el sistema constitucional la idea de laicidad fue Francia. Pues bien, en Francia, hace veintitantos años comenzaron a plantearse problemas en relación con la prohibición del velo islámico en las escuelas públicas. Las autoridades tardaron en abordar el problema de frente, dando la impresión de que no hubo reflejos, o decisión y valentía suficiente para enfrentarse con la cuestión y resolverla de manera directa de una vez. Es curioso que “el problema religioso” se había venido planteando en Francia en relación con la Iglesia Católica, pero a partir de los años ochenta del siglo XX, el modelo francés de laicidad entra en confrontación con la integración de los musulmanes en el espacio público, señaladamente en la escuela. Tras los titubeos iniciales, con numerosos pasos casuísticos, intervención protagonista de los propios centros, reglamentos, o decisiones también del Consejo de Estado, tanto en sede consultiva como jurisdiccional, por fin, se cambió de táctica, y el Parlamento Francés aprobó una ley enfrentándose directamente con el problema: la Ley de 15 de marzo de 2004, denominada Ley de la (o, sobre la) Laicidad. El criterio central de la Ley es abordar el problema sin titubeos desde la perspectiva constitucional de la laicidad y prohibir los símbolos o atuendos por los que los alumnos manifiesten ostensiblemente su adscripción religiosa. La prohibición afectaría así lo mismo al velo islámico, que al Kippa o a un crucifijo de tamaño excesivo, estando permitido en cambio, como vimos en la experiencia suiza, los pequeños 7 Más detalles, en mi aludido libro, Estudios sobre libertad religiosa, 204-205. 12 testimonios, como medallas o insignias. La Ley, lo mismo que la muy atinada circular ministerial dictada en desarrollo de la misma –de 18.V.2004-, intentan ser cuidadosamente pedagógicas y aclaratorias, insistiendo en la proyección a la escuela de los valores de la República, entre los que destaca el afán por asegurar una confiada convivencia (“la loi –se dice en la circular- conforte son rôle en faveur d’un vouloir vivre ensamble”), apostándose por “la unidad nacional más allá de las circunstancias personales”, en la intención de que “al preservar a los centros públicos que acojan a todos los niños, sean o no creyentes y cualesquiera que sean sus convicciones religiosas o filosóficas, de cualquier tipo de presiones que puedan resultar de las manifestaciones ostensibles de las pertenencias religiosas, lo que la ley pretende es garantizar la libertad de conciencia de cada uno”. En este sentido, “del mismo modo que el Estado es el protector del ejercicio individual y colectivo de la libertad de conciencia, la neutralidad del servicio público es a este respecto prenda de la igualdad y del respeto a la identidad de cada uno”. En suma, que “el respeto a la ley no implica una renuncia a las convicciones propias” 8 . Por su parte, la Ley introduce un procedimiento previo de diálogo entre las autoridades de la escuela y el niño o niña afectados y sus padres, intentando convencerles para que sigan en el centro acatando las reglas o, en caso contrario, tratando de ayudarles a que encuentren escuela sustitutiva para no interrumpir los estudios. En recientes casos que falló el Tribunal Europeo cuando ya había entrado en vigor la Ley –se trata de seis decisiones de inadmisión, todas de 30.VI.2009-, en el supuesto de dos muchachos sij, insistentes en acudir a clase con su turbante (el “keski”) –asuntos “Ranjit Singh” y “Jasvir Singh”-, y que por eso fueron expulsados, se dice que encontraron plaza en sendos colegios católicos, y en el caso de cuatro alumnas de confesión musulmana –asuntos “Sara Gazal”, “Tuba Aktas”, “Hatice Bayrak” y “Mahmud Sadek Gemaleddyn” (en este caso recurrió y da nombre el padre de la alumna)- las niñas completarían su escolaridad a través de la educación a distancia. Ni que decir tiene que el haber resuelto a través de decisiones de inadmisión representa que no prevalecieron los recursos, que se estimó que la libertad religiosa no amparaba la pretensión de los recurrentes, dándose un importante respaldo a la fórmula francesa con su 8 Véase Lorenzo MARTÍN-RETORTILLO, Estudios sobre libertad religiosa, cit., 213. 13 aspiración de favorecer la convivencia de los niños, entendiendo que la escuela no es el lugar para hacer manifestaciones religiosas. 38. Señalaré también escuetamente que Francia ofrece los últimos años algunos supuestos en los que la llevanza de prendas de significado religioso choca con las exigencias derivadas de los controles policiales y de seguridad. En las reclamaciones que se le han planteado al Tribunal Europeo, éste da por bueno que las autoridades francesas hubieran exigido desprenderse momentáneamente del velo –en el supuesto de mujer: caso “Fátima El Morsli”, 4.III.2008-, para pasar el correspondiente control para entrar en un consulado, o del turbante –en el caso de varón: asunto “Shingara Mann Singh”, 3.XI.2008- a la hora de hacerse la fotografía para el carnet de conducir 9 . Tampoco se llegó a sentencia del Tribunal en estos casos, resolviéndose por medio de decisión de inadmisión. 39. Reasumiendo lo visto hasta ahora, no deja de ser curioso constatar que en los diferentes supuestos en que vimos intervino el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en todos ellos daba por bueno el comportamiento de los Estados 10 , asumiendo que con la importancia que se otorga a la libertad religiosa, tiene con todo que respetar ciertas restricciones en determinadas circunstancias. Por supuesto, en cada caso se habrá hecho el triple examen que es propio de los modos de funcionamiento del Tribunal Europeo, y a los que no me he referido con detalle por razones de espacio. Pero quede claro que en cada caso se habrá analizado si la conducta estatal restrictiva de la libertad religiosa tenía un soporte normativo inequívoco en el propio ordenamiento interno, si respondía a unos fines de interés general especialmente previstos, como, por ejemplo, la seguridad pública o la protección de los derechos y libertades de los demás, y siempre también, en cada caso, si la injerencia era necesaria en una sociedad democrática, es decir, si respondían al baremo de la proporcionalidad. 9 Otro asunto del todo parecido, de 2005, el caso “Phull”: el muchacho tuvo que sacarse el turbante para pasar el control en el aeropuerto. 10 No se daba la razón a Turquía en las tres sentencias referentes a las elegidas para el Parlamento, pero en elolas no se estaba juzgando en puridad el problema de la prohibición del velo, que aparece reflejado como un detalle accesorio, sino que el Tribunal se pronuncia sobre las opciones electorales. 14 40. En España el problema de las prendas de significado religioso en relación con la convivencia ciudadana ha ido haciéndose sensible, ha llegado a la opinión pública y ha comenzado a preocupar a las autoridades que de alguna manera han comenzado a adoptar medidas casuísticas. Con todo, estamos lejos de haberse alcanzado un debate nacional, y no se vislumbra a simple vista –aunque nunca se sabe como pueden evolucionar los acontecimientos- que el legislador nacional pudiera abordar alguna solución global, de fácil conocimiento para todos, y que apoyándose en razones jurídicas convincentes aclarara el panorama de una vez por todas. Parece que a falta de una decisión de las autoridades del Estado, estamos en la fase de los titubeos iniciales de Francia, fiando la solución a decisiones casuísticas, con protagonismo de los centros. Con todo, debo aclarar que entre nosotros –al igual que en otros países- el tema de las prendas de significado religioso ha hecho su aparición en un doble frente, con destacados matices diferenciales, y que por eso debe ser abordado de manera separada. De una parte está, en efecto, el caso de las niñas que acuden a la escuela pública con estos pañuelos que marcan ya una seña de identidad de sus convicciones religiosas. Pero en algunos territorios ha comenzado a preocupar la presencia en la calle de mujeres, que vienen de otras culturas, con vestimentas que no permiten verles la cara, es decir, que dificultan su mera identificación, lo que choca sobremanera no sólo con nuestra costumbres sino incluso desde el punto de vista de la seguridad pública. Aludiré de forma separada a ambas vertientes, que podemos denominar “atuendos religiosos en la escuela” y “atuendos religiosos en la calle”. 41. De vez en cuando, ha ido apareciendo en España el problema de alguna muchacha, alumna de colegio público, que un buen día acude a clase con un velo islámico, porque dice que es musulmana, que a lo mejor ni siquiera admite desprenderse de él para la clase de gimnasia. Conocida es la fuerza de la libertad religiosa, que ampara decididamente tan variadas oportunidades, como se viene viendo a lo largo de estas lecciones. Pero yo creo que es legítimo preguntarse si no tiene sentido defender para la escuela pública lo que antes he llamado espacio de convivencia, esa situación en la que los escolares no compiten entre sí emitiendo mensajes religiosos, del mismo modo que están 15 protegidos de recibirlos. En España no se consagra en la Constitución el principio de laicidad, pero sí se afirma que el Estado es aconfesional, del mismo modo que, como razonaba en la primera lección –y se insistirá en la cuarta-, importa muy mucho la neutralidad del Estado en todas sus manifestaciones – también en la escuela pública-, precisamente para estar a la altura del pluralismo propio de nuestras sociedades. No es baladí, sino muy positivo, en mi modesta opinión, el intento de lograr en la escuela pública ese espacio de convivencia, lo que, como consecuencia directa –aunque no única- descalifica la presencia de niñas con el velo islámico. Creo que ello es especialmente importante, recordando además que en España la enseñanza obligatoria puede cursarse también en centros “concertados”, no pocos de los cuales son confesionales. Quien lleve los niños a ellos, tiene bien clara su orientación metodológica. De ahí que sea importante proteger en la medida que se pueda – por respeto a todos, y sabiendo que en otros lugares tienen todas las alternativas que quieran-, ese espacio de neutralidad y convivencia. En el municipio madrileño de Pozuelo se planteó, en la primavera de 2010 una de esas situaciones de tensión. El centro en cuestión contaba además con unas normas de régimen interior en las que, para prevenirse al parecer de la generalizada costumbre de muchachos de Sudamérica de acudir a clase con alguna variedad de gorra –que acaso permitiría también indicar adscripciones-, se prohibía, con carácter general, llevar prenda alguna en la cabeza. Criterio que fue el que se utilizó, creo recordar, para rechazar la presencia de la alumna que se negaba a prescindir del velo islámico. A la hora de enfrentarse con este tipo de problemas es decisivo proceder respetando minuciosamente todas las reglas jurídicas. Recordaba antes que para establecer injerencias en la libertad religiosa hay que respetar esas tres reglas, la primera de las cuales es que exista una previsión normativa: debe estar previsto en la ley (además de responder a un motivo de interés general específicamente previsto y de ser proporcional). Pues bien, en ausencia de una respuesta de orden nacional, que tan razonable sería, que tras el oportuno debate resolviera el problema de una vez por todas (y que acertara a explicar con pedagogía que no se trataba de actuar contra nadie), se ha entrado en una 16 vía de soluciones casuísticas, de forma que son los Parlamentos Autonómicos – transferida como está la enseñanza a las Comunidades Autónomas- los que van adoptando el criterio de incluir una habilitación legal en que encuentren apoyo las normas de funcionamiento y de orden interior de los centros educativos, a la hora de regular las exigencias de la convivencia, pudiendo imponer prendas de uniforme o establecer prohibiciones en el régimen de atuendos, así como sancionar disciplinariamente las infracciones derivadas del incumplimiento de las normas. Los problemas con la niña de Pozuelo tuvieron lugar en abril de 2010, pues bien, cuando un par de meses después la Asamblea de Madrid está tramitando la que sería Ley 2/2010, de 15 de junio, de Autoridad del Profesorado, se va a incluir expresamente la habilitación para que cada centro docente pueda regular las normas de convivencia y pueda incluso imponer las sanciones disciplinarias que correspondan. Claro y evidente ejemplo de este tipo de respuesta casuística, en la que la Comunidad de Madrid se sitúa en la misma línea que están siguiendo otras Comunidades Autónomas. 42. Pero hoy preocupa también en algunas partes de España el problema de las prendas que se llevan en la calle. Lo cual nos sitúa ante una perspectiva bien diferente, dado que en la calle no se dan esas connotaciones que se dan en la escuela y, sobre todo, no se trata del delicado universo de la infancia. Aparte de que el sentimiento general es el de que en la calle cada uno puede ir vestido como quiera. ¿Cómo quiera? Aquí empalmamos con un interesante debate de carácter general que, al margen de las exigencias de la libertad religiosa, se está planteando en algunos lugares de España. ¿Pueden los ciudadanos ir vestidos por la calle como quieran, incluso, por poner la comparación extrema, pueden ir desnudos? Sin duda, el principio de libertad que inspira hoy el sistema constitucional –ya desde el artículo primero de la Constitución de 1978- es argumento suficiente para sostener la más completa libertad de los ciudadanos –dentro de sus posibilidades y de sus gustos- a la hora de vestirse para salir a la calle. Pero, como vamos viendo a lo largo de estas lecciones, no todas las magnitudes en el universo jurídico son absolutas, todas tienen que convivir con la idea de límites. Hay, ante todo, una serie de valores colectivos a defender, 17 como el respeto a los demás, la moral o, incluso, el ornato. Pues bien, entiendo que el sistema jurídico español habilita ampliamente a los municipios para, desde el respeto a la más amplia libertad, imponer una serie de medidas que puedan implicar restricciones 11 . El quid radicará –vale aquí también lo que antes se dijo- en que haya un soporte legal, en que se persigan fines de interés general previstos y en que haya proporcionalidad. En cuanto se cumplan tales requisitos, las ordenanzas municipales encuentran un amplio campo de operaciones. No se podrá imponer, por ejemplo, que haya que ir a la calle con corbata, o de un determinado color, ni mucho menos que según qué ciudadanos deban llevar ostensible una estrella de David. Pero, lo mismo que parece acertado que se acoten playas o espacios donde puedan solazarse los amigos del nudismo, ninguna duda me cabe de que las ordenanzas municipales pueden prohibir ir en tanga por la calle o, incluso, con el dorso descubierto (obviamente no estamos hablando de las playas o de los espacios aledaños). ¿Y si a la hora de establecer alguna de estas reglas se está incidiendo, intencionada o solapadamente, en alguna de estas prendas que se llevan por motivación religiosa? En efecto, el problema del llamado velo integral, como el “burka”, ha preocupado con toda seriedad en algunos territorios. Hay que afirmar con firmeza que el que quiera ir con una prenda de significado religioso por la calle –y que no tenga otras connotaciones-, nadie puede impedírselo. Valga el ejemplo de la niña que no entrará a la escuela con el velo, pero puede ponérselo a la vuelta en el camino de su casa. Por inusual, o por desconocida, no puede prohibirse oficialmente una prenda si no tiene otras connotaciones, insisto. Por supuesto, que cabrá toda la crítica social que se quiera, y humoristas o comentaristas escribirán lo que quieran, siempre que se mantengan en el límite del debido respeto. Pero el Ayuntamiento no puede impedir que se deambule por la calle con turbante, o con una túnica, por poner un par de ejemplos. Y es que, el llevar la cara tapada no tiene nada que ver con lo anterior: el verle a la gente la cara, no sólo tiene un claro significado social sino que implica elementales razones de seguridad. Ello, si no entramos en el 11 Tal es la tesis central de mi reciente trabajo, Los Ayuntamientos y el régimen jurídico de atuendos y vestimentas, cit., 341 ss. 18 terreno de la discriminación de la mujer, desde la perspectiva de que determinados atuendos son denigrantes para las mujeres. Por todo ello, se armó cierto revuelo cuando el Ayuntamiento de Lérida –al igual que otros no lejanos- llevó a cabo una modificación del artículo 26.2 de la Ordenanza de Civismo y Convivencia de la Ciudad de Lérida (que afectaría también a los artículos 27.9 y 102.25), que pasaría a decir: “La normativa reguladora de los servicios y de los usos de los edificios y equipamientos municipales podrá limitar o prohibir el acceso o la permanencia en los espacios y locales destinados a tal uso, a las personas que lleven velo integral, pasamontañas, casco integral u otras vestimentas y accesorios que impidan o dificulten la identificación y comunicación visual de las personas”. Dicha modificación alcanzaba enormes consecuencias y resultaba de gran trascendencia práctica, si se tiene en cuenta que afectaría también a los reglamentos de terminados servicios, como el de transporte urbano y de viajeros, el del archivo municipal, así como los de los centros cívicos y locales sociales. Pues bien, la reforma fue ampliamente apoyada, ya que en el Pleno en que se tramitó, celebrado el 8 de octubre de 2010, el acuerdo se tomó por 24 votos a favor (de los grupos municipales PSC, CiU, PP y un concejal no adscrito), un voto en contra (del grupo municipal ICV-EUiA) y dos abstenciones (del grupo municipal ERC). Como se ve, la medida era de importancia y estaba apuntando directamente a quienes llevaran el “burka” o el “niqab” en los espacios sanitarios, en los deportivos, en los transportes, etc. Formalmente no era una prohibición total, pero prácticamente, como si lo fuera. ¿Era posible incidir de forma tan directa en una de las opciones de la libertad religiosa? La reforma fue impugnada inmediatamente ante la Jurisdicción Contencioso-Administrativa por una asociación representativa de los intereses de los musulmanes, la “Asociación Watani por la liberta y la justicia”. De entrada, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, por auto de 12 de enero de 2011, suspendió cautelarmente la entrada en vigor de la norma. No se prejuzgaba el fondo, pero se apreciaba que podrían irrogarse importantes perjuicios a las personas afectadas. Pero la sentencia sobre el fondo no se hizo esperar, y el 7 de junio de 2011 el propio Tribunal Superior dictaría un fallo bien 19 ponderado rechazando en todo el recurso y justificando la reforma introducida. El Tribunal afirmaría entre otras cosas: “En nuestra cultura –occidental- el ocultamiento del rostro en la realización de actividades cotidianas produce perturbación en la tranquilidad por la falta de visión para el resto de personas de un elemento esencialmente identificativos cual es la cara de la persona que la oculta”. Se pasa revista ampliamente a la jurisprudencia española, así como a la del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, citando no pocas de las sentencias que han ido apareciendo por estas páginas, y tras realizar el triple contraste, se aprecia que la medida tenía soporte legal, respondía a un fundamento legítimo y no era desproporcionada. De ahí que se considere correcto legitimar la medida. 43. Un último flash antes de concluir, para dejar constancia, de forma bien escueta, de que el tema de los atuendos religiosos en la calle no ha preocupado sólo en España. La más reciente sentencia sobre el tema que ha producido el Tribunal de Estrasburgo nos lleva de nuevo a Turquía, con un caso que afecta de lleno, no a centros de enseñanza, ni a oficinas, sino a la calle y a los espacios públicos. Es un asunto bastante pintoresco el que describe la sentencia “Ahmet Arswlan y otros”, 23.II.2010, donde los “otros” son 116 varones, integrantes todos ellos de una organización religiosa, de reciente creación, que se inscribe en el entorno del Islam, y que se autodenomina “Aczi Mendi Tarikati”. Sus reglas les llevan a vestir túnica y turbante negro, portando un cayado, en la idea de imitar a los profetas y entre ellos a Mahoma. Un determinado día se reúnen a celebrar una ceremonia religiosa en una mezquita de Ankara y a la salida marchan por la ciudad, deambulando por las calles. Se producen ciertos incidentes, por lo que fueron detenidos, procesados y sufrieron prisión provisional. El Gobierno sostuvo que estaban cometiendo actos contra el carácter laico de la República, así como que la secta aspiraría a reemplazar el sistema democrático por otro basado en la “sharia”. Ello hizo que fueran llevados ante el Tribunal de Seguridad del Estado. Pero el Tribunal Europeo, al resolver el recurso que le llegó, circunscribe los hechos a la marcha del grupo por las calles de la ciudad y constata que no hubo realmente alteración del orden público ni amenazas. Podría sorprender la marcha con las túnicas pero se constata que no se trataba de ningún centro de enseñanza ni de ningún edificio 20 público, sino pura y simplemente de la calle. Y allí, se viene a decir, cada uno es libre de vestir como quiera. En conclusión, Turquía no habría respetado las exigencias de la libertad religiosa, no habría justificación para tal injerencia, por lo que la sentencia es condenatoria. De modo que, a salvo circunstancias cualificadas, el criterio consagrado es el de la más amplia libertad en cuanto a las vestimentas que se llevan en la calle. 21