PLURALISMO Y LIBERTAD RELIGIOSA: LA SITUACIÓN DE LAS MINORÍAS Director: Lorenzo Martín-Retortillo Baquer LA LIBERTAD DE CONCIENCIA EN UN MUNDO INTERRELACIONADO: LA OPCIÓN POR EL PLURALISMO RELIGIOSO. DE LAS DECLARACIONES DE DERECHOS A LAS CONSTITUCIONES DE LOS ESTADOS (Conferencia I) 2 1. En nuestro actual mundo cultural, la reflexión sobre el tema que iniciamos, bien puede estar presidida por el que me gusta denominar párrafo paradigmático de la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos referente a la libertad de conciencia, tal y como se contempla en el Convenio Europeo de Derechos Humanos. Que se expresa en estos términos: “La libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, tal y como la protege el articulo 9, representa uno de los pilares de cualquier sociedad democrática, en el sentido del Convenio. En su dimensión religiosa figura entre los más esenciales elementos de identidad de los creyentes y de su concepción de la vida, pero es también un bien precioso para los ateos, los agnósticos, los escépticos o los indiferentes. Es connatural al pluralismo, tan trabajosamente conquistado a través de los siglos, consustancial a dicha sociedad”. El párrafo está tomado de la primera sentencia en que el Tribunal, el 25.V.1993, se enfrentó directamente con el tema de la libertad religiosa, sentencia sobre la que habrá oportunidad de volver. El breve párrafo, tan sintético, está empero cuajado de claves que en seguida se irán glosando. Pero conviene adelantar que la lectura del texto, la reflexión sobre el pasado y la consideración global de la situación actual, nos lleva directamente a la constatación de que, parodiando y remedando al poeta, bien podríamos proclamar que, en cuanto a la libertad de conciencia –y a salvo muy contadas excepciones-, “cualquiera tiempo pasado fue peor”. 2. Y es que hoy partimos de un tiempo histórico en que se asume y se hace realidad, como lo más normal, que la vida en la sociedad política tiene que estar presidida por el efectivo reconocimiento individual de muy cualificados valores que toman la configuración jurídica de derechos humanos y libertades públicas –con todo lo que ello significa y con las destacadas consecuencias que habrán de derivar-. Y, entre ellos, algo tan auspiciado y perseguido a lo largo de los siglos, como es la libertad de conciencia. No es esta la ocasión para hacer un repaso histórico acerca de los avatares en la afirmación y reconocimiento de la libertad de conciencia, con tantos episodios patéticos, a lo largo de los siglos, y en tan diferentes territorios y circunstancias. Valga sólo un a modo de toque de recuerdo, como advertencia de que la historia no debe ser olvidada. Para lo que resultan bien indicativas las palabras del párrafo referido, cuando recalcan que se trata de algo “tan trabajosamente 3 conseguido a través de los siglos”. Pero me importa muy mucho recalcar que la libertad de conciencia y de religión necesita un clima para arraigar y desarrollarse con normalidad (y no me refiero, por supuesto, a quienes tienen que adoptar posturas heroicas –con toda clase de precauciones y riesgos- para mantener contra corriente la llama de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa. Salvo contadas excepciones históricas, solo llega a su plenitud en aquellos sistemas que reconocen y potencian todas las libertades en general: no son las monarquías absolutas ni los sistemas totalitarios el terreno abonado para ella –salvo excepciones, insisto-, que florece, en cambio, con vitalidad en los sistemas democráticos. Los ejemplos del tipo de la convivencia de “las tres culturas”, sin duda muy admirables, no han solido durar, tantas veces en cambio con finales patéticos. 3. Hay otro dato fáctico que debe ser destacado cuanto antes y que tiene que ver con el dinamismo geográfico y el espíritu viajero de la implantación y la presencia de las creencias y de las prácticas religiosas. Y es que, como regla, por supuesto en la actualidad pero ya mucho antes, frente al hipotético modelo de una estabilidad geográfica de creencias y religiones, la realidad evidencia que éstas viajan y, en ocasiones, de forma intensa. Ha habido periodos y fases –cierto- de arraigada rigidez o estratificación de determinadas respuestas religiosas en un territorio, tantas veces defendida con ardoroso celo, pero más frecuente ha resultado en la realidad el fenómeno de mezcla e interrelación, forzando a fórmulas de convivencia asumidas de mejor o peor grado. No es ningún secreto que los conquistadores, en unos u otros tiempos, territorios o circunstancias, llevaban consigo e imponían sus propias ideas y su religión. Pero también está el ejemplo de los misioneros a tierras lejanas. Se recuerda habitualmente que la palabra que designa una realidad tan presente, propaganda, proviene del nombre del dicasterio de la Iglesia Católica “De Propaganda Fide”, dedicado a auspiciar las actividades misioneras. Lo mismo que se puede evocar, en sentido parecido, pero desde otros contenidos, el envío a otros territorios de misioneros de organizaciones evangélicas, tan floreciente a partir del siglo XIX. Algo más adelante se aludirá a alguna repuesta constitucional directamente dirigida a atajar y enervar tal tipo de prácticas, y desde un punto de vista anecdótico se puede recordar el hermoso libro de Georges Borrow –“Don Jorgito el inglés”-, “La Biblia en España” –con 4 impecable traducción de don Manuel Azaña-, en el que narra sus afanes y desventuras –con “visita” incluso a la cárcel de Madrid- al intentar imprimir y distribuir la Biblia a lo largo de España. A todos los fenómenos de ese tipo hay que añadir ahora la enorme movilidad de personas, propia de nuestro tiempo, ya en busca de un trabajo, o huyendo de duras situaciones, ya sea por afán viajero o profesional, o simplemente por la apetencia de buscar mejores o diferentes condiciones de vida. Lo que está proporcionando, como se sabe, flujos intensísimos. Que, con frecuencia, se traducen en la implantación de grupos, a veces muy cerrados en sí mismos, con religión diferente a la arraigada en el territorio de nueva instalación. Y no se olvide que, con frecuencia, cada religión suele implicar un conjunto de observancias –en cuanto a prácticas, ritos y cultos, tiempos de trabajo y de ocio, alimentos o ayunos, incluso vestimentas- que pueden chocar con los arraigados en el territorio –algo de esto se verá con detenimiento en la lección tercera cuando se aborde el tema de los atuendos religiosos-. A veces, incluso con diferencias profundas en cuanto al ejercicio de las libertades arraigadas. Se va a hablar a continuación, con énfasis, de la libertad de cambiar de religión, o de la libertad de comentar o, incluso, criticar la religión, las creencias y símbolos, lo que es algo asumido con normalidad en muchos territorios – opciones, también, “tan trabajosamente conquistadas a través de los siglos”que chocarán con otras formas de entender lo religioso del todo reacias –por el momento- a asumir tales libertades, incluso a permitir la más mínima crítica. Lo cual, obviamente, ha de forzar a intentar hallar fórmulas de entendimiento y convivencia, para que lo considerado como propio y lo ajeno puedan coexistir, en una tarea no siempre fácil, y no siempre planteada de buena fe. Son los retos que la vida va suscitando periódicamente que fuerzan al hombre a saber asumirlos y resolverlos. En relación con lo cual, el trato de las minorías ha de ocupar espacio destacado. 4. Para desarrollar nuestro análisis, podemos tomar como punto de partida uno de los documentos señeros del pasado siglo, La Declaración Universal de Derechos Humanos (citada en adelante como DUDH), elaborada por la Organización de Naciones Unidas y solemnemente aprobada en París el 10 de 5 diciembre de 1948. Documento que surge, como reacción y afirmación, en los críticos momentos de la profunda crisis espiritual que se produce al término de la Segunda Guerra Mundial, desde el deseo de comprometerse de la manera más firme para que pudiera llegar a ser una realidad el ¡nunca jamás! a los horrores producidos en aquellas situaciones. La Declaración sigue de cerca las directrices de la Carta de Naciones Unidas, aprobada en San Francisco en el verano de 1945, en línea también con la “doctrina de las cuatro libertades” que había proclamado el Presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, a las que expresamente se rinde homenaje en el Preámbulo de la Declaración Universal, cuando entre otras cosas se reconocía “como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias”. No se olvide que la cruel y vergonzosa persecución de los judíos había tenido un innegable componente religioso, sin dejar de lado que, a la vista de la sistemática línea de menosprecio de los derechos humanos, se estaba reaccionando también frente a otros importantes agravios a la libertad de conciencia a los que luego se aludirá. Es así como llega a la Declaración Universal –junto a otros importantes derechos bien próximos, como el derecho a la libertad de opinión y de expresión o el derecho de asociación-, el decisivo artículo 18 redactado en los términos siguientes: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia. Así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”. Adviértase la pluralidad de alternativas insitas en el precepto, con tan diversas opciones, así como el dinamismo de las situaciones contempladas, albergando bien variadas conductas activas, de forma que, de una parte, se asume el criterio de tener una religión, u otra, o de no tener ninguna, pero a su vez, se precisa para que quede clara la legitimidad de reunirse, enseñar, practicar, llevar a cabo actos de culto, además de poder cambiar de criterio, abandonar las creencias o sustituirlas por otras. Se trata de una pieza magna dentro de un documento señero, que abre paso decididamente a algo que en el párrafo paradigmático se subrayará, cuando del conjunto referido se subraya que “es 6 connatural al pluralismo”. Aparece así esta palabra clave en todo el sistema, el pluralismo -tan próxima a la histórica de “tolerancia” 1 -, que, puesto que de derechos del individuo se trata, lleva a entender que caben muy diferentes respuestas, todas ellas legítimas, todas ellas gozando de la protección que se otorga a los derechos, y que van a abrir un panorama que representa lo contrario del exclusivismo, del sectarismo, de la intolerancia o de las fórmulas excluyentes y cerradas. Lo que me lleva de nuevo a la abierta enumeración que incluye el párrafo paradigmático referido, cuando, respecto a la libertad contemplada, afirma que se trata de un elemento esencial y de un bien precioso para los creyentes –de cualquiera de las religiones-, pero también “para los ateos, los agnósticos, los escépticos o los indiferentes”. De modo que ante el hecho religioso, o ante las dudas, indagaciones o aspiraciones de la conciencia, hallarán cabida, con toda la legitimidad, los creyentes –cuyas opciones tan ampliamente se enumeran, y protegen-, pero también, los indiferentes, escépticos, ateos o incluso los críticos con el fenómeno religioso. Tal será la esencia de esta libertad de pensamiento, de conciencia y de religión que se proclama. Se trata de una toma de postura, muy importante históricamente -sin dejar de reconocer gloriosos precedentes 2 -, extraordinariamente innovadora –sólo hay que pensar lo que estaba sucediendo entonces en tantos países-, cuyos méritos deben ser reconocidos sin falta, y a algunas de cuyas consecuencias nos iremos refiriendo a lo largo de las páginas que siguen. 5. Debo recalcar que la Declaración Universal es un instrumento de Naciones Unidas, con auténtica vocación universal, dirigida, desde luego, a todos los países que integran dicho foro, lo que supone, obviamente, que destinatarios de sus efectos son los ciudadanos de todos los países integrantes de la ONU (otras declaraciones de derechos, muy importantes históricamente, aunque 1 Sobre la problemática en general de la tolerancia se encontraran interesantes aportaciones en el sugestivo libro de María J. ROCA, La tolerancia en el Derecho. Advierto que al final de las cuatro lecciones, en el apartado dedicado a “Bibliografía”, se incluye la cita competa de los libros y trabajos que se irán utilizando, así como una selección de las obras de mayor interés para quienes aspiren a seguir profundizando en estos temas. 2 Entre los que se puede destacar, por ejemplo, el señaladísimo que representó la primera enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de América del Norte, entrada en vigor el 15 de diciembre de 1791, cuando, junto a la garantía de la libertad de expresión, proclama: ”Congress shall make no law respecting an establishment of religión, or prohibiting the free exorcice thereof”. 7 luego se propagaron con fuerza, eran declaraciones de y para un único Estado). Contenido que luego será desarrollado y precisado por otros instrumentos de la propia ONU, de mayor operatividad jurídica, como el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, hecho en Nueva York el 19 de diciembre de 1966 (ratificado por España, como un hito interesante de la “Transición Política”, el 13 de abril de 1977), en su artículo 18 también 3 . Pero ello, no impide destacar la fuerza jurídica y la enorme autoridad moral de la Declaración Universal. 6. En el ámbito europeo, el reto de la DUDH fue tempranamente asumido, cuando el Consejo de Europa, apenas creado, elaboró en Roma, el 4 de noviembre de 1950, el Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y Libertades Fundamentales, habitualmente llamado Convenio Europeo de Derechos Humanos (citado en adelante como CEDH), destinado a reforzar inmediatamente los contenidos más cualificados de la Declaración Universal. La libertad de pensamiento, de conciencia y de religión tendría innegable cabida en el artículo 9 del Convenio, en términos prácticamente coincidentes con los de la Declaración Universal 4 , con el dato añadido -sin duda, sobresaliente-, de que el sistema del Consejo de Europa implica la existencia de un Tribunal, ante el que hoy los ciudadanos pueden presentar sus agravios con enorme facilidad, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, 3 El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, inequívocamente vinculante para los Estados que se hubieran comprometido con él, completaba y precisaba de manera destacada el alcance del artículo 18 de la Declaración Universal. Esta es la redacción del artículo 18 del Pacto: “1. Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de tener o adoptar la religión o las creencias de su elección, así como la libertad de manifestar su religión o sus creencias, individual o colectivamente, tanto en publico como en privado, mediante el culto, la celebración de los ritos, las prácticas y la enseñanza. / 2. Nadie será objeto de medidas coercitivas que puedan menoscabar su libertad de tener o de adoptar la religión o las creencias de su elección. / 3. La libertad de manifestar la propia religión o las propias creencias estará sujeta a las limitaciones prescritas por la ley que sean necesarias para proteger la seguridad, el orden, la salud o la moral públicos, o los derechos y libertades fundamentales de los demás. / 4. Los Estados Partes en el presente Pacto se comprometen a respetar la libertad de los padres y, en su caso, de los tutores legales, para garantizar que los hijos reciban la educación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”. 4 Dice así, en efecto: “Libertad de pensamiento, de conciencia y de religión”-1. Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión: este derecho implica la libertad de cambiar de religión o de convicciones, así como la libertad de manifestar su religión o sus convicciones, individual o colectivamente, en público o en privado, por medio del culto, la enseñanza, las prácticas y la observancia de los ritos. / 2. La libertad de manifestar su religión o sus convicciones no puede ser objeto de más restricciones que las que, previstas por la ley, constituyen medidas necesarias en una sociedad democrática, para la seguridad pública, la protección del orden, de la salud o de la moral públicas, o la protección de los derechos o las libertades de los demás”. 8 habitualmente llamado el Tribunal de Estrasburgo por tener su sede en esta ciudad francesa. 7. Pues bien, desde la mencionada sentencia de 1993, el Tribunal Europeo ha tenido ocasión de tejer una viva, rica y abundante jurisprudencia desbrozando los mil problemas cotidianos que en la vida de nuestras sociedades está suscitando constantemente el ejercicio de la libertad religiosa, en esa convivencia derivada del pluralismo a que se aludía. En este sentido la citada jurisprudencia, a la par que muestra la importancia cotidiana del mundo de la conciencia, está sirviendo para enervar y resolver los “pequeños” conflictos que se suceden en el día a día, evidenciando que están lejos de resolverse todos los problemas. Cada sentencia, a la par que resuelve un conflicto, está marcando también las orientaciones para saber como proceder ante posibles nuevas tensiones. Resulta así evidente el papel pacificador de la jurisprudencia señalada. Incluso, es testimonio del impresionante cambio que se ha producido en la realidad europea: frente a los acerados conflictos y enfrentamientos de otras épocas, a veces tan crueles e inmisericordes, y frente a la tensa experiencia de sangrientos enfrentamientos religiosos de actualidad, por desgracia con tanta frecuencia en otros países del ancho mundo. Creo por eso que la actual experiencia europea se expresa bien con el subtítulo que ponía a un libro reciente: “De guerras de religión a meras cuestiones administrativas” 5 . En efecto, en el aquí y ahora de Europa, podemos alardear de que, el sistema de pluralismo y convivencia establecido ha hecho desaparecer los grandes enfrentamientos religiosos –que se siguen cobrando vidas en países no tan lejanos como Egipto, Argelia, Marruecos, o, en Indonesia, Irak, Pakistán, etc.quedando todo aquí en pequeñas tensiones que, si no se han resuelto en los tribunales de cada país, serán solventadas por el Tribunal de Estrasburgo. Más adelante entraremos de lleno en un significativo número de casos de dicha jurisprudencia. Pero, procediendo con sistema, convendrá destacar antes que el Convenio Europeo en sí, como tal, completado con su jurisprudencia aplicativa, formando parte de la línea puesta en órbita por la Declaración Universal, ha servido para que se moldearan directamente, o se abrieran nuevas interpretaciones, en las distintas Constituciones de los Estados 5 Véase Lorenzo MARTÍN-RETORTILLO, La afirmación de la libertad religiosa en Europa: de guerras de religión a meras cuestiones administrativas. 9 europeos. Es decir, han contribuido a cambiar radicalmente el panorama jurídico de la libertad de conciencia. Sin olvidar, por supuesto, que no basta con cambiar las leyes, dado que lo más importante empieza a continuación: lo difícil es cambiar luego la realidad. Pero, lo que me interesa en este momento es hacerle llegar al lector los trascendentales cambios que se han producido en el panorama constitucional. En las tres lecciones siguientes habrá ocasión de ocuparse del reflejo de esos cambios en la realidad, así como de las resistencias que han encontrado. 8. A modo de anécdota se pueden recordar dos ejemplos paradigmáticos: el profesor Antonio Truyol 6 , gran especialista en derechos humanos, gustaba de destacar que ya el Convenio Europeo forzó a que se modificara la Constitución de Noruega y de Suiza, pues incluían viejas cláusulas históricas referentes a los miembros de la Compañía de Jesús, o jesuitas, incompatibles con aquél, en cuanto les prohibían bien la entrada en el país, bien que se dedicaran a la enseñanza. Si querían ingresar ambos países en el Consejo de Europa, debían modificar, como hicieron, las cláusulas constitucionales incompatibles con el Convenio Europeo, en cuanto garantiza en los términos más amplios, como se vio, la libertad religiosa. 9. Conviene añadir que la señalada corriente, a la par que sirve para moldear las nuevas Constituciones de los Estados, en una línea sobre la que enseguida se insistirá, se deja sentir también en la más reciente declaración de derechos, la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, entrada en vigor el primero de diciembre de 2009. Lo que, por otra parte, implica que si se ha aludido antes al sistema del Consejo de Europa, resulta imprescindible en la situación actual aludir también a la Unión Europea, esa viva organización de tanto calado –aparte de ser un empeño del mayor significado-, que aglutina a 27 países –España entre ellos, obviamente-, con varios otros a la cola, y que preside y predetermina hoy tan intensamente nuestra existencia. Que, por otro lado, introduce ya directamente un incentivo para la “libre circulación”, en esa tónica de movilidad a que antes se aludía, que, por cierto, hoy practican con tanta frecuencia muchos de nuestros jóvenes. En efecto, el apartado primero 6 Antonio TRUYOL Y SERRA, Los derechos humanos. Declaraciones y Convenios Internacionales, 2000, 72.. 10 del artículo 10 de la Carta de Derechos, con la rúbrica “Libertad de conciencia, de pensamiento y de religión”, es práctica reproducción del artículo 9 del Convenio Europeo, lo que no sólo se comprueba con la mera comparación 7 sino que expresamente se asevera su origen en las “Explicaciones” que acompañan a la Carta y deben ser tenidas en cuenta para su interpretación, como ella misma prescribe 8 . Por lo demás, hay que decir que no son escasas las referencias a lo religioso en la Carta. En el Preámbulo, al ir tomando fuerza para sustentar sus afirmaciones, se recalcará, con calculada y certera imprecisión, cómo la Unión –recuérdese que según su divisa se presenta como “Unida en la diversidad”- es “consciente de su patrimonio espiritual y moral”: punto de partida de innegable significado, que luego se irá concretando en aspectos del mayor interés. Así, lo religioso no deberá servir de base a discriminaciones, se dispondrá en el artículo 21. También se asume expresamente el respeto a las opciones religiosas y filosóficas de los padres a la hora de determinar la educación de los hijos (artículo 14.2). Siendo de destacar un cuarto precepto, especialmente interesante desde el punto de vista de la consagración del pluralismo, o de lo diferente, -de las minorías, si se quiere-, cuando, bajo la rúbrica “Diversidad cultural, religiosa y lingüística”, se reconoce en el artículo 22 que “La Unión respeta la diversidad cultural, religiosa y lingüística”: destacada inflexión, por lo que me parece muy conveniente recalcar esta idea obvia de la diversidad, tan vinculada a la filosofía que viene exponiéndose. Por lo demás, este planteamiento abierto y plural, conecta con la previsión que venía existiendo en el Derecho de la Unión, hoy recogido en el artículo 17 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea 9 , claro aval 7 Dice así el apartado primero del artículo 10 de la Carta: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. Este derecho implica la libertad de cambiar de religión o de convicciones, así como la libertad de manifestar su religión o sus convicciones individual o colectivamente, en público o en privado, a través del culto, la enseñanza, las prácticas y la enseñanza de los ritos”. En el apartado segundo se asume la objeción de conciencia, en los términos en que la admitan las leyes de los Estados miembros: “Se reconoce el derecho a la objeción de conciencia de acuerdo con las leyes nacionales que regulen su ejercicio”. 8 En efecto, en las “Explicaciones”, se dice al respecto lo siguiente: “El derecho garantizado en el apartado 1 corresponde al derecho garantizado en el artículo 9 CEDH y, de conformidad con lo dispuesto en el apartado 3 del artículo 52 de la Carta, tiene el mismo sentido y alcance”. 9 Esta es su redacción: “1. La Unión respetara y no prejuzgará el estatuto reconocido en los Estados miembros, en virtud del Derecho interno, a las iglesias y las asociaciones o comunidades religiosas. / 2. La Unión respetará asimismo el estatuto reconocido, en virtud del Derecho interno, a las organizaciones filosóficas y no confesionales. / 3. Reconociendo su identidad y su aportación específica, la Unión mantendrá un diálogo abierto, transparente y regular con dichas iglesias y organizaciones”. 11 para el reconocimiento de las variadas expresiones de la libertad de conciencia, apoyo para las relaciones que puedan entablar los Estados, a la par que toma de postura muy clara y compromiso directo para la propia Unión Europea, expresamente revalidado al tener acceso a los Tratados. 10. Se va a tratar enseguida de cómo estos “nuevos aires” esparcidos por las declaraciones de derechos llegan puntualmente a las Constituciones de los Estados, o a la interpretación que de las mismas haya que hacer. Pero hay otra inflexión muy importante a tener en cuenta, de la que conviene, cuando menos, hacerse eco. Y es que en el seno de las propias organizaciones religiosas –o de algunas de ellas, para ser más precisos- se ha dejado notar expresamente esta línea de apertura, que habrá de traducirse necesariamente en respeto ajeno. Consagración clara, cuando esta línea de respeto a la libertad de conciencia se proclama, de que “los otros”, no son enemigos, sino simplemente diferentes, que deberán gozar del máximo respeto. De recordar en este sentido, en cuanto a la Iglesia Católica se refiere, el significado de la “Declaración sobre libertad religiosa”, del Concilio Vaticano II (1965), y, en lo que a las Iglesias Protestantes concierne, por ejemplo, el correspondiente informe de la V Asamblea del Consejo Ecuménico de las Iglesias (Nairobi 1975) 10 . Clarísima toma de postura, lo que no nos impide constatar que, en cambio, otras importantes religiones andan muy lejos de adoptar una tal mentalidad. 11. De poderoso impulso para cambiar las Constituciones o para adaptar la interpretación constitucional, se ha hablado. ¿Qué era, en efecto, lo que había que introducir, qué lo que había que abandonar? ¿Qué se prohibía, o qué se imponía, que no estaba a la altura de las actuales circunstancias? Un par de datos servirán de certera ilustración, dos de ellos tomados de la historia y, de hecho, ya caducados, pero bien expresivos para apreciar por dónde iban las cosas en España. Un tercero está contenido en una Constitución vigente, que ha debido ser por eso sometido a una nueva interpretación. 10 Véase Antonio TRUYOL, Los Derechos Humanos, 45 y 69. 12 Celebrándose ahora en España los dos siglos del inicio del sistema constitucional, resultan bien elocuentes sendos preceptos del inicio de nuestra trayectoria. Que se abre, como se recuerda, con la Carta de Bayona, de 7 de julio de 1808, a la que prestaba su asentimiento un nutrido grupo de españoles –“afrancesados”-, entre ellos muy cualificados miembros de la nobleza (que, por cierto, con la Carta iban a perder destacadas prerrogativas). El artículo primero de esa Constitución –único del Título Primero, “de la religión”-, está redactado así: “La religión católica, apostólica y romana, en España y en todas las posesiones españolas, será la religión del Rey y de la Nación, y no se permitirá ninguna otra”. Por otro lado, el gran texto liberal, tan valioso y moderno, cuyo segundo centenario estamos celebrando con júbilo, la Constitución de Cádiz, de 19 de marzo de 1812, entre las numerosísimas referencias a la religión, que impregnan todo el texto, desde las primeras palabras 11 , dedicaba a la religión expresamente el artículo 12, redactado en estos términos: “La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra”. Muchos hemos comentado sorprendidos 12 la dureza e insensibilidad de este precepto, dentro de un texto tan encomiable en otros sentidos, cuando ya se había producido además la revolución estadounidense y la francesa que habían introducido inequívocos criterios de apertura en lo que a la libertad de conciencia se refería, como se recuerda en otras partes de este texto. Pero las cosas en España, son como son. Resulta contundente la dicción de ambos textos en un momento en que se intentaban introducir otros criterios en lo referente a la configuración del ejercicio del poder y a la situación del ciudadano en el espacio político. Pero no hay matices, ni concesiones: “y no se permitirá ninguna otra”, “y se prohíbe el ejercicio de cualquiera otra”. No había, por ende, con términos tan contundentes, espacio alguno para cualquier otra opción religiosa. En puridad, podríamos decir, ni siquiera se planteaba problema alguno con las minorías, categoría a simple vista inexistente. Ejemplo histórico, ya pasado, de bien escasa vigencia en cuanto a la operatividad efectiva de los 11 Modelo de Constitución, en efecto, que se abre con imprecación a la divinidad: “En el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo legislador de la sociedad, las Cortes generales y extraordinarias de la Nación española,” etc. 12 Véase, Lorenzo MARTÍN-RETORTILLO, Los derechos humanos en la Constitución de Cádiz. 13 textos mencionados, aunque de gran valor simbólico dado el papel que desempeñó la Constitución de 1812, y que resulta por eso bien significativo 13 . El otro ejemplo que quería traer a consideración, se refiere a una Constitución en vigor, la griega de 1975, si bien el texto que me interesa señalar en este momento resulta tomado de versiones más antiguas de la citada Constitucional. Pues bien, tras haberse reconocido con amplitud, en el artículo 13.1, la libertad religiosa, el apartado segundo especifica ciertos límites, en los términos siguientes: “2. Será libre toda religión conocida, y las prácticas de culto podrán ejercerse sin restricciones bajo la salvaguardia de las leyes, si bien el ejercicio del culto no podrá atentar al orden público ni a las buenas costumbres, quedando prohibido todo proselitismo” 14 . La referencia a los límites es normal y generalizada. La frase final, peculiar del sistema griego, es la que me interesa ahora. La prohibición de proselitismo se llevó a la Constitución griega en el siglo XIX, para impedir precisamente la labor de los misioneros evangélicos –a que antes se aludía-, en defensa de la religión ortodoxa, de arraigada implantación en Grecia. Pues bien, las amplias opciones en relación con la profesión de una religión, que hoy contempla el artículo 9 del Convenio Europeo, ¿no chocan abiertamente con este dictado constitucional? Aquí entrarían en juego precisamente las reglas en defensa de las minorías. Pues bien, hemos de ver en efecto, en la lección segunda, la importante doctrina que ha sentado el Tribunal Europeo en relación con esta concreta afirmación constitucional y, por proyección, con cualquiera que se le asemejara. 13 No es cuestión de seguir ahora la evolución de la libertad de conciencia y de religión en la historia constitucional de España, con sus luces y sombras, más sombras que luces, testimonio de una arraigada intolerancia. Véase al respecto José Manuel CUENCA TORIBIO, Laicismo y confesionalidad en las relaciones Iglesia-Estado de la España contemporánea, 69 y sigs. Con todo, me parece conveniente recordar que antes de la llegada del actual régimen constitucional, en las llamadas Leyes Fundamentales, se disponía: “La Nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, apostólica y romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación” (segundo de los Principios del Movimiento Nacional, 1958); o, “La profesión y práctica de la Religión Católica, que es la del Estado, gozará de protección oficial” (Fuero de los Españoles, 1945, artículo 6.1). Me remito a lo señalado en mi reciente libro, Estudios sobre libertad religiosa, 264. 14 Quiero advertir que los textos de las Constituciones europeas que se citarán están tomados del interesante volumen, Constituciones de los Estados miembros de la Unión Europea, editado por el Congreso de los Diputados, y coordinado por María Rosa RIPOLLÉS SERRANO. 14 12. La historia es como es y, sin perjuicio de tenerla muy presente –y de tratar de conocerla e interpretarla- importa ahora considerar a qué es a lo que había que hacer frente y qué es lo que hubo que cambiar en las Constituciones para poder atender las nuevas exigencias en relación con las libertades, que hoy parecen inexcusables. Aparecerá así un amplio conjunto de situaciones que exigirán adecuada respuesta, a la vista siempre de las peculiaridades de cada uno de los países, con su idiosincrasia y, como se dice, con su historia. A veces, será la religión prevalente y excluyente, que rechaza a las demás, convirtiendo en “paganas” la creencias diferentes y en “ídolos” los símbolos y representaciones de las mismas. En ocasiones, el carácter oficial de alguna religión servirá de base para tratos discriminatorios a las otras o de excusa para la ruptura de la auspiciable neutralidad del Estado en todas sus manifestaciones como exigencia elemental del pluralismo (sobre este aspecto y sus exigencias, se insistirá especialmente en la lección cuarta). Otras veces será la carencia de espacio para quienes, de acuerdo con su conciencia, no opten por ninguna religión positiva ni por ningún compromiso. O quedará afectada la posibilidad de abandonar unas creencias y de optar por otras, o por ninguna, como vimos se reflejaba en los textos Acaso, una religión preponderante, desde una beligerancia militante, tratará de penetrar la vida social toda de connotaciones religiosas, ajenas a los no creyentes en dicho credo, y no se olvide que intromisiones tales pueden alcanzar todas las fases de la vida –desde el nacimiento (y el sistema de los “registros”, por ejemplo) a la muerte (y los cementerios, por ejemplo), pasando por el matrimonio- o todo el sistema social –en relación con el trabajo, las diversiones y los juegos, los espectáculos, el sexo o la orientación sexual, lo que se come o el cómo se viste-. A veces, el predominio de lo religioso se manifestará cercenando la libertad de expresión, la libertad de cátedra o, incluso, la libertad de investigación y del avance de las ciencias. Casos hay en que el Estado se apropia de lo religioso para ponerlo a disposición de determinadas aspiraciones políticas. Acaso se afiancen diferencias tomando en cuenta las ideas religiosas, haciendo depender de unas el acceso a ciertos cargos o puestos o, por el contrario, como criterio de exclusión. Pero también, situaciones de prohibición o de persecución de lo religioso como tal –prohibiendo la práctica, la enseñanza, 15 los lugares de culto, etc.-, muy presente, por ejemplo, la realidad de algunos Estados comunistas. 13. En efecto, resulta una indagación muy interesante el constatar como las Constituciones van tomando expresa postura, o como se adecua la interpretación constitucional. Siempre ha habido países avanzados, y Constituciones sensibles de antaño, pero creo que para la efectiva democratización de los Estados ha resultado muy útil el influjo de los textos que antes se referían. Es curioso ver como se van pronunciando las Constituciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial y en qué medida ha podido influir la Declaración Universal o el Convenio Europeo. O ver cómo, algo después, se refleja en las Constituciones de Estados que han superado regímenes totalitarios –como la Portuguesa de 1976 o la Española de 1978-, o en la hornada de países del Este de Europa que fueron asumiendo la democracia tras el derrumbe generalizado de los regímenes comunistas en 1989. Concluiremos esta primera lección pasando revista a diversos ejemplos y modelos tomados de alguno de los 27 países que hoy integran la Unión Europea. No todo ha de caber, y soy consciente de que quedarán fuera países de origen de tantos inmigrantes presentes en los Estados de nuestro entorno cultural, pero por razones de espacio no queda más remedio que hacer una selección que, con todo, creo ha de resultar suficientemente expresiva. Las primeras reacciones en los albores de la posguerra, que llegan antes que la Declaración Universal o el Convenio Europeo, nos ofrecen el dato curioso de cómo se recurre a valiosos precedentes, de textos consagrados, pioneros en la materia. La primera Constitución que surge en esa tesitura es la francesa de 1946. –recuérdese que Francia también había conocido el “régimen de Vichy”-. Pues bien, una de las maneras de hacer penetrar los derechos humanos es la incorporación al sistema constitucional de la vieja declaración de la Revolución, la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789. De forma que el texto, en su totalidad, pasaba a integrarse en el “bloque de la constitucionalidad”, lo que significaba incorporar un documento “de la monarquía” –recuérdese que al final lo llegó a firmar Luis XVI-, reconocido y declarado “en presencia del Ser Supremo y bajo sus auspicios”, al sistema jurídico de la República “inventora” de la laicidad, dado que, bien que de forma 16 indirecta y alejada, sin duda, en su expresión de las declaraciones de nuestra época, abría cauce a la libertad religiosa, al disponer el artículo X, “Ningún hombre debe ser molestado por razón de sus opiniones, ni aún por sus ideas religiosas, siempre que al manifestarlas no se causen trastornos del orden público establecido por la ley”. Años después, la vigente Constitución de 1958, sin perjuicio de seguir manteniendo incorporado el venerable texto revolucionario, aborda la referencia al problema con un texto modélico, entre otras cosas por su concisión, siguiendo el contenido que ya había marcado la Constitución de 1946: “Francia es una República indivisible, laica, democrática y social que garantiza la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos sin distinción de origen, raza o religión y que respeta todas las creencias”. La segunda Constitución a considerar cronológicamente en nuestra indagación, es la italiana de 1947-1948 –recuérdese, Italia recién salida del fascismo-, que contiene aportaciones interesantes. Cuando proclama, por ejemplo, en el artículo 19, que “Todos tendrán derecho a profesar libremente su propia fe religiosa en cualquier forma, individual o asociada, hacer propaganda de la misma y practicar el culto respectivo en privado o en público, con tal de que no se trate de ritos contrarios a las buenas costumbres”. Se reconoce igualmente que, “Todas las confesiones religiosas serán igualmente libres ante la ley” (artículo 8, párrafo primero). Otro de los temas pendientes sería el de las relaciones entre el Estado y las religiones. Se aborda en el artículo 7, párrafo primero, en estos términos: “El Estado y la Iglesia católica son, cada uno en su propia esfera, independientes y soberanos” Tal es la fórmula de “separación” Iglesia-Estado, aunque el propio precepto se refiere a continuación a los Pactos de Letrán, desde la variante del “concordato”. En cambio, para “las confesiones religiosas distintas de la católica”, se contempla la posibilidad de “acuerdos”. El tercer ejemplo cronológico –ya aprobada la Declaración Universal, todavía no el Convenio Europeo-, la Ley Fundamental alemana, la “Grundgestz” de Bonn, de 1949, junto a un texto propio del mayor interés 15 –dejando de lado otras aportaciones-, nos depara también la recuperación de un importante texto histórico pionero. Y es que el artículo 140 de la Ley Fundamental, declara 15 El artículo 4.1, dispone: “Son inviolables la libertad de creencia, de conciencia y de confesión religiosa o ideológica”. 17 formar parte también de la misma, cuatro preceptos de la Constitución de Weimar, de 1919, los cuatro referentes al tema religioso, dentro de un texto que aportó incorporaciones muy notables, si bien fue un texto para tiempos difíciles que no pudo enervar la catástrofe que sobrevenía. Pero en él se encuentran aportaciones tan interesantes –con plena virtualidad todavía-, como la de que “no existe iglesia oficial” (artículo 137.1); o la del importante “derecho al silencio”: “Nadie está obligado a manifestar sus convicciones religiosas…” (artículo 136.3); así como otros aspectos complementarios del mayor interés para el correcto planteamiento de la libertad de conciencia: “nadie puede ser obligado a un acto o celebración religiosos ni a participar en prácticas o celebraciones religiosas, o a emplear una fórmula religiosa de juramento” (artículo 136.4), o, como última referencia, “Son independientes de toda confesión religiosa el disfrute de los derechos civiles y cívicos, así como la admisión a cargos públicos” (136.2). 14. A partir de ahí, la rueda de la historia iría corriendo, muy presente ya siempre, junto a las enseñanzas de los precedentes, el influjo tanto de la Declaración Universal como del Convenio Europeo y su jurisprudencia. Con dos años de diferencia, en la década de los setenta, dos Constituciones que nos quedan muy próximas, son el mejor testimonio de la superación de anteriores regímenes totalitarios. Portugal, en 1976, nos ofrecería un interesante y completo artículo 41: “Libertad de conciencia, religión y culto.1. Será inviolable la libertad de conciencia, religión y culto. / 2. Nadie podrá ser perseguido, privado de sus derechos o eximido de obligaciones o deberes cívicos por razón de sus convicciones o de su práctica religiosa. / 3. Ninguna autoridad preguntará a nadie sobre sus convicciones u observancia religiosa, salvo en caso de recogida de datos estadísticos que no puedan ser identificados individualmente, nadie será perjudicado de cualquier forma por negarse a responder. / 4. Las iglesias y sus comunidades religiosas estarán separadas del Estado y serán libres en su organización y en el ejercicio de sus funciones y del culto. / 5. Se garantiza la libertad de enseñanza de cualquier religión, siempre que se dispense en el ámbito de la confesión respectiva, así como la utilización de medios de comunicación social propios para el desenvolvimiento 18 de sus actividades. / 6. Se reconoce el derecho a la objeción de conciencia, en los términos que establezca la ley”. No será preciso insistir sobre la fórmula española de 1978. De todas maneras, a efectos sistemáticos, oportuno será recordar el artículo 16 de la Constitución: “1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley. / 2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias. / 3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Aunque el precepto no haga ninguna aportación novedosa a la evolución constitucional que se viene siguiendo, y sin perjuicio de algún aspecto menor que lo ensombrece 16 , logra reunir interesantes elementos del panorama comparado, y me atrevo a afirmar que es un auténtico paso de gigante en la atormentada historia española de la libertad de conciencia. Ahora, lo que hace falta es que tan preclaro fruto del consenso constitucional se traduzca y se haga realidad en el día a día de la sociedad española. Debo puntualizar sin falta, además, que la Constitución, lo mismo que las Declaraciones de derechos internacionales tantas veces referidas –como la Declaración Universal o el Convenio Europeo- obligan a todas las organizaciones del Estado, lo mismo a los Poderes Centrales –Cortes Generales, Gobierno, etc.que a las Comunidades Autónomas, Diputaciones, Ayuntamientos y demás. Será preciso insistir en este dato, y en la realidad de hacer efectivas las previsiones normativas, pues parece que hay Ayuntamientos que deben vivir en la luna, como si no fueran con ellos las exigencias de la libertad de creencias. 15. Tras la caída del “muro de Berlín” en 1989 y el derrumbe de los regímenes comunistas, numerosos países del Este de Europa, cada uno con su complicada historia, irían entrando en el club de los Estados demócratas, con la 16 Al final, en el debate constitucional, no hubo más remedio que pasar por la mención a la Iglesia Católica, que ninguna falta hacía. Aparte de que la forma en que se expresó tal incorporación marca una diferencia impertinente, sobre la que algo se dirá luego, entre la Iglesia Católica y “las demás” confesiones. 19 consecuencia obvia de que las nuevas Constituciones asumirían la apuesta por los derechos y libertades fundamentales y, entre ellos, con distintas fórmulas y matices, por la libertad de conciencia y religión. Aún a riesgo de parecer un poco monótono, me parece de interés ofrecer alguna de las nuevas regulaciones lo que nos permitirá ir recalcando alguna de las especialidades que se han introducido en cada una de las nuevas Constituciones. Un buen número de estos Estado, tras un periodo de “noviciado” en el Consejo de Europa, con el compromiso de respeto al Convenio Europeo de Derechos Humanos, terminarían ingresando en el selecto club de la Unión Europea. Selecciono cuatro muestras que me parecen especialmente significativas para evidenciar lo que se dice. RUMANÍA ofrecerá en su Constitución de 1991 preceptos como los que incluyen los siguientes apartados del artículo 29:”(1) La libertad de pensamiento y opinión así como la libertad religiosa no pueden limitarse de ningún modo. Nadie puede ser obligado a adoptar una opinión o a adherirse a una creencia religiosa, contrarias a sus convicciones. / (2) Se garantiza la libertad de conciencia; que tiene que manifestarse en espíritu de tolerancia y de respeto mutuo. / (4) En las relaciones entre las confesiones se prohíbe cualquier forma, medio, acto u acción de disputa religiosa. / (5) Las confesiones religiosas son autónomas respecto al Estado y gozan del apoyo de éste, incluso con facilidades de asistencia religiosa en el ejército, en hospitales, cárceles, asilos y orfanatos. BULGARIA ofrece una respuesta como la que muestran los dos apartados del artículo 37 de la Constitución de 1991: “(1) La libertad de conciencia, la libertad de pensamiento y la elección de religión y de creencias religiosas o ateas será inviolable. El Estado asegurará el mantenimiento de la tolerancia y respeto entre los creyentes de diferentes ideologías, y entre los creyentes y no creyentes. / (2) La libertad de conciencia y religión no será practicada en detrimento de la seguridad nacional, el orden público, la salud y la moral pública, o los derechos y libertades de los demás. Por su parte, ESTONIA ofrece la interesante recepción que se contiene en los artículos 40 y 41 de la Constitución aprobada por referéndum de 28 de junio de 20 1992. Dice el primero: “Todos tienen libertad de conciencia, de religión y de pensamiento. / Todas las personas pueden pertenecer libremente a las iglesias y a las sociedades religiosas. No hay iglesia del Estado. / Todos tienen libertad para ejercer su religión, individualmente y en comunidad con otros, en público o en privado, salvo que afecte al orden público, la salud o la moral”. Completándose con lo que dice el artículo 41: “Todos tienen derecho a ser fieles a sus opiniones y creencias. Nadie será obligado a cambiarlas. / Las creencias no excusarán la violación de una ley. / Nadie responderá legalmente por sus creencias”. Del mayor interés me parece también la regla, que se expresa en el apartado 2 del artículo 12, en estos términos: “La incitación al odio nacional, racial, religioso o político, la violencia o la discriminación, estarán prohibidas y serán castigadas por ley. La incitación al odio, la violencia o la discriminación entre los estratos sociales, también estarán prohibidos y serán castigados por ley”. Como última muestra, con sus especialidades también, POLONIA, en cuya Constitución de 2 de abril de 1997 encontramos que ya en el Preámbulo se marcan sensibles diferencias, al afirmar: “Nosotros, la Nación Polaca, todos la ciudadanos de la República, / Tanto los que creen en Dios como la fuente de la verdad, de la justicia, de los bueno y de la belleza, / Así como los que no comparten tal fe pero respetan tales valores universales…”. Luego, en el articulado, podemos fijar la atención en estos cinco apartados del artículo 53: “(1) La libertad de fe y religión se garantizan a todos. / (2) La libertad religiosa incluirá la libertad de profesar o asumir una religión por elección personal así como de profesar tal religión, tanto individual como colectivamente, en público o en privado, mediante la adoración, el rezo, la participación en ceremonias, la práctica de ritos o la enseñanza. Esta libertad también incluye la posesión de santuarios y de otros lugares de culto para la satisfacción de las necesidades de los creyentes así como el derecho de los individuos, dondequiera que se encuentren, a recibir asistencia religiosa. / (4) La religión de una iglesia o de otra organización religiosa legalmente reconocida puede ser enseñada en las escuelas, sin perjuicio de la libertad de religión y conciencia de otras personas. / (6) Nadie puede ser obligado a participar o a no participar en prácticas religiosas. / (7) Nadie puede ser obligado a revelar su filosofía de vida, convicciones o creencias religiosas”. Aspectos éstos más vinculados a la 21 libertad, que se completan con lo que dispone el artículo 25 referido a las organizaciones religiosas y sus relaciones con el Estado: “(1) Las Iglesias y otras organizaciones religiosas tendrán iguales derechos. / (2) Los poderes públicos en la República de Polonia serán imparciales en materia de convicciones personales, religiosas o filosóficas, o respecto a concepciones vitales, y garantizarán libertad de expresión en la vida pública. / (3) Las relaciones entre el Estado y las iglesias y otras organizaciones religiosas se basarán en el principio del respecto por su autonomía y la mutua independencia de cada uno en su propia esfera, así como en el principio de cooperación para el bien individual y común. / (4) Las relaciones entre la República de Polonia y la Iglesia Católica Romana se determinarán por tratado internacional concluido con la Santa Sede, y por la ley. / (5) Las relaciones entre la República de Polonia y otras iglesias y organizaciones religiosas se determinarán por las leyes aprobadas conforme a los acuerdos concluidos entre sus representantes y el Consejo de Ministros”. 16. En suma, el actual panorama constitucional referido acredita la notable evolución que se ha ido produciendo desde la fecha que antes se tomaba como punto de partida. Hoy, los 47 Estados del Consejo de Europa asumen íntegramente en su sistema constitucional, y de manera amplia, la libertad de conciencia y de religión. Es cláusula que aparece expresamente, como hemos visto en la muestra de Constituciones de Estados de la Unión Europea que se ha ofrecido. Lo que me lleva ahora a una doble advertencia. Ante todo, que no basta con que lo diga la Constitución, como ya se indicó, sino que lo que importa es que las previsiones se hagan realidad efectiva y trasciendan de hecho a la vida en sociedad (cosa que en España en concreto, por ejemplo, deja mucho que desear). Lo que cuenta es que las ideas y exigencias calen efectivamente en la sociedad. Y, de otra parte, si es grato constatar como se ha agrandado el club de países democráticos, ello no debe hacernos olvidar que – y bien cerca de nosotros- son muchos los países reacios a reconocer en su integridad la libertad de conciencia y de religión, del mismo modo que no suelen reconocer otras libertades. Junto al reconocimiento expreso de dicha libertad, como cláusula expresa y de amplitud –que lo mismo admite a unas u otras religiones, como la carencia 22 intencionada de religión-, el muestreo que hemos realizado nos evidencia que el reconocimiento genérico se completa en ocasiones con una serie de precisiones y matizaciones del mayor interés, que van creando un clima común y que contribuyen a arraigar lo que se ha denominado como “tradiciones constitucionales a los Estados miembros”, expresión que tan destacado lugar ocupa en el sistema jurídico de la Unión Europea. Hay, en general, referencia a algunos límites, dado que no hay derechos ilimitados, por razones de orden público, salud, moral o respeto a los derechos de los demás: por ejemplo no sería admisible una religión que normalizara como acto ritual el suicidio o la “guerra santa”. Del mismo modo que se recalca que la práctica de la religión no excusa del cumplimiento de las leyes. Se legitima el cambio de creencias o de religión, lo mismo que se garantiza que no haya que declarar las propias creencias. O que no haya que contribuir fiscalmente para la financiación de creencias o religiones distintas a las propias. A veces se insiste en la tolerancia y respeto mutuo (Rumanía, artículo 29.2) y expresamente en la tolerancia y respeto entre creyentes y no creyentes (Bulgaria 37.1). Con fórmula ya más voluntarista (Rumanía, 29.4) se prohíbe cualquier disputa religiosa en las relaciones entre las confesiones. De destacar, la prohibición de la incitación al odio religioso (Estonia, 12.2). Junto a la autonomía de las organizaciones religiosas, a su aptitud para edificar y poseer lugares de culto, a la práctica de ritos y ceremonias, se reconoce también expresamente su habilitación para enseñar y propagar sus doctrinas. Una mancha a tan interesante evolución constitucional, muestra de la tensa situación que la inmigración masiva está produciendo en algunos países, la ofrece sin embargo la que debe ser la reforma más reciente en el ámbito europeo. En efecto, en 2009, fruto de una iniciativa popular, que fue desaconsejada tanto por el Consejo Federal (Gobierno), como por la Asamblea Federal (Parlamento), se añadió al artículo 72 de la Constitución de Suiza, un nuevo apartado 3, en estos términos: “Queda prohibida la construcción de minaretes”. Está claro que la reforma apunta directamente a la fe musulmana. Tal innovación, con su prohibición genérica y absoluta –es decir, no se tienen en cuenta aspectos urbanísticos, como situación o altura, o de mera policía administrativa, como las posibles molestias en el uso de la oración, ruidos, etc.23 resulta de una xenofobia impresentable y es claramente incompatible con el CEDH (algo se dirá al respecto en la lección segunda). Y choca especialmente, si se recuerda que, como se dijo, la Confederación Helvética debió modificar su Constitución para poder integrarse en el Consejo de Europa. 17. No faltan las ocasiones en que las Constituciones se refieren expresamente a una determinada organización religiosa: la Iglesia Católica (España, Italia, Malta, Polonia); la Iglesia Ortodoxa (“la Iglesia Ortodoxa Oriental de Cristo”, Grecia, “la Iglesia Ortodoxa Griega”, Chipre, o, “el cristianismo ortodoxo oriental”, Bulgaria,), la Iglesia de Inglaterra (“Act of Settlement, 12.VI.1701); o la fe evangélica pura” (Ley de sucesión de Suecia); la Iglesia Evangélica Luterana (Dinamarca). Un testimonio significativo de la actual diversidad europea, es el que ofrece la Constitución de Chipre con su doble referencia, de una parte a la Iglesia Ortodoxa Griega y de otra a los musulmanes (y hablo de actual diversidad pues no se puede olvidar la secular presencia en la historia de miembros del Islam en territorios que hoy consideramos Europa inequívocamente, y por supuesto mucho después de la toma de Granada en 1492). En efecto, forma parte de la estructura organizativa de Chipre el significado de las dos “comunidades”, la griega y la turca (artículo primero). Al dar el artículo 2 los criterios para la pertenencia a una u otra comunidad, toma en cuenta, entre otros elementos, la religión. Formarán parte de la comunidad griega, se dice, los ciudadanos “de origen griego y cuya lengua materna sea el griego o que compartan las tradiciones culturales griegas o sean miembros de la Iglesia Ortodoxa Griega”. Por su parte, integrarán la comunidad turca, los ciudadanos “que sean de origen turco y cuya lengua materna sea el turco o que compartan las tradiciones culturales turcas o sean musulmanes”. Normalidad, por ende del reconocimiento de la fe musulmana como una de las religiones practicadas en Europa. Terminaré esta breve muestra recalcando que el artículo 44.1 de la Constitución de Irlanda, de 1937, evoca los tiempos de “los padres peregrinos”: “El Estado reconoce que se debe homenaje de culto público a Dios Todopoderoso. El Estado reverenciará su nombre, y respetará y honrará la religión”. ¿Cabrán también los ateos, los agnósticos, los escépticos o los indiferentes –por retomar la enumeración del citado párrafo paradigmático- en 24 este sistema constitucional? ¿O los religiosos como los budistas que no incluyen la creencia en un dios? 18. Las anteriores reflexiones me lleva a un punto importante que resulta imprescindible abordar. Un aspecto decisivo en la configuración del Estado moderno –ya desde la teorización de Bodino, pero tantos otros después- es el que se conoce con la expresión de “separación Iglesia-Estado”: Que el Estado no se entremezcle en la vida de las organizaciones religiosas –diríamos hoy, desde el pluralismo- pero, a su vez, que las organizaciones religiosas no interfieran en la vida del Estado ni predeterminen sus decisiones. Es decir, una neta independencia y efectiva separación. Lo que no impide que las organizaciones religiosas que lo pretendan defiendan sus doctrinas y tomen postura ante las grandes cuestiones, pero a título propio, a su riesgo, contando con que, como se dirá enseguida, también ellas están sometidas a la crítica. Se ha visto como, en efecto, en la mayor parte de las Constituciones citadas, el planteamiento de respeto referido, propio del pluralismo –en el que entran, como se dijo, y será cuestión de recalcarlo las veces que haga falta, tanto las diversas religiones como quienes no formen parte de ninguna de ellas, o sean incluso contrarios a ellas- ha conducido a afirmar la “separación” con diversas fórmulas: “República laica” (como en Francia o Turquía); “no existe iglesia oficial” (Alemania, Weimar 131.1); “el Estado y la Iglesia Católica son, cada uno en su propia esfera, independientes y soberanos” (Italia, 7.1); “Las iglesias y sus comunidades religiosas estarán separadas del Estado y serán libres en su organización…”, (Portugal, 41.4); “no hay iglesia del Estado” (Estonia, 40.2); “ninguna confesión tendrá carácter estatal” (en la fórmula española, 16.3). Expresado en unos u otros términos la realidad postula hoy por la más clara separación –lo que no impide ausencia de respeto o, incluso, de ayuda- bien lejos del modelo de Estado teocrático –que, por cierto continúa existiendo en abundancia a lo largo del ancho mundo-, de manera que el Estado, para que esté abierto a todos deberá hacer gala del más amplio neutralismo: es decir, que no sea un Estado, o una Región, o un Municipio, sólo de unos, con un cierto aire excluyente de los otros (otras religiones, o los no religiosos). Creo que es una cuestión decisiva, una idea elemental de nuestro tiempo. 25 Pero en el variado panorama constitucional europeo, encontramos de todo. Como cuando la Constitución de Malta, de 1964, proclama en su artículo 2.1, que “La religión de Malta es la Católica, apostólica y romana”. Algunos sistemas constitucionales, como el del Reino Unido o el de Suecia, siguen incluyendo criterios históricos, de acuerdo con los cuales algún cargo significativo, como el de rey, se hace depender de la adscripción a una determinada religión. Entiendo, sin lugar a dudas, que, en principio, dichas fórmulas, con indudable justificación histórica, no encajan hoy en las previsiones del CEDH, con su opción por el pluralismo y con la exigencia, por ende, de que el Estado, en sus diversas manifestaciones observe una tónica de neutralidad: quien en un momento determinado sea reina o rey, lo será para todos los ciudadanos del Estado, tengan una u otra religión o no tengan ninguna. Hacía una salvedad –“en principio”, afirmaba- y lo hacía pensando en que, en determinadas circunstancias, en Estados que aglutinan diferentes comunidades, puede resultar lógico y conveniente un reparto que asegure un equilibrio, de modo que el Jefe del Estado pertenezca a un grupo y el Presidente del Parlamento a otro, con todas las posibles variantes, como ha sucedido, de manera más o menos formalizada, en distintas fases del Líbano o de Chipre. Más allá de la confesionalidad expresa, se observa en las diversas fórmulas que hemos ofrecido que en algunos casos, sin perjuicio de que se afirme expresamente y sea real que no hay una religión oficial del Estado, se aluda de forma específica, y con ciertos matices, a alguna religión específica. Tal sería el caso de España, cuando se afirma que “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones” (16.3). Por su parte, la Constitución griega, cuando nos consta el importante papel desempeñado por la Iglesia Ortodoxa el mantenimiento de la idea de Grecia en el largo período histórico en que Grecia no existía como Estado, en la parte inicial de “Disposiciones fundamentales” afirma en el artículo 3.1, “La religión dominante 17 en Grecia es la de la Iglesia Ortodoxa Oriental de Cristo”. La Constitución de Bulgaria recalca, a su turno, que “El 17 Siento no poder utilizar la versión griega original. En la traducción inglesa se habla de “The prevailing religion”. 26 cristianismo ortodoxo oriental será considerada la religión tradicional en la República de Bulgaria”, etc. Las anteriores fórmulas, que quieren ser reflejo, en general, de una apreciación sociológica así como de ciertas maneras de interpretar la evolución histórica, no dejan de suscitarme un claro rechazo. Ante todo porque formalizan una contraposición injustificable entre la religión contemplada y “las otras”, o “las demás”. Por otro lado, los datos sociológicos no son rígidos sino que están cambiando constantemente. Por su parte, la historia es muy importante, conviene tenerla en cuenta y no olvidarla, incluso ser leal a ella y, por lo mismo, rectificarla cuando convenga, pero no debe ser obstáculo a asumir las nuevas realidades que la propia historia va demandando. Dichas fórmulas buscan siempre alguna ventaja jurídica y alguna especialidad de trato. Razonando acerca de minorías religiosas, me sugiere una nueva reflexión. Y es que creo que esas menciones están formalizando el concepto de minorías, que en puridad podría no existir. Cuando se proclama que un Estado es laico, o que no debe haber diferencia de trato entre las religiones, o se dice, sin concretar más, que no hay una religión oficial y que se garantiza la libertad de conciencia y de religión, en puridad, en esas situaciones, no tiene sentido la idea de minoría, es como si no hubiera minorías, dado que este término parece reclamar una situación de contraste con algo que goza de un estatuto especial. Habrá religiones de menor presencia sociológica o numérica, o de más reciente implantación, lo cual es lógico que se tenga en cuenta pues parece insito en el concepto de igualdad el criterio de que en ciertos detalles hay que tratar de diferente manera a lo que es diferente, siempre que se garantice la igualdad ante la ley. Pero da la impresión de que las diferenciaciones referidas parecen buscar una diferente situación ante la ley, lo cual hoy no es de recibo. 19. Una última idea ya para concluir. De la libertad de conciencia y de religión se ha razonado, en un contexto de libertades, como se subrayó. Ello implica que la libertad de conciencia tiene que convivir con otras libertades y derechos. Se ha hecho referencia a límites como algo obvio y elemental. Conviene tener en cuenta, por otro lado, que en el ámbito de los países del Consejo de Europa –no digamos en EEUU y en tantos otros- se ha consagrado como algo muy positivo el reconocimiento de una amplia libertad de expresión, así como, 27 vinculadas a ella o no, de la libertad de cátedra y de investigación. Ello implica, nada menos, que las religiones tienen que tener presente que están abiertas al comentario, a la crítica o, incluso, al rechazo. El saber humano tiene que avanzar, aunque caigan creencias o dogmas religiosos ampliamente arraigados o establecidos. Las religiones no pueden estar inmunes a la evolución del pensamiento. Y es que defendiendo las libertades en general, defendiendo cada una de ellas, se protege a su vez la libertad de conciencia, forzada así a sincerarse y a tratar de resolver tantos grandes problemas. Han tenido que pasar muchos trabajos, esfuerzos y sacrificios para que quedaran atrás definitivamente los tiempos que nos hacen recordar, por ejemplo, a Galileo, la condena del evolucionismo, la quema de Miguel Servet y tantos otros, o tantas calificaciones de “herejes”, por unos u otros. Pero hoy nadie duda, por seguir con el primer ejemplo, que la Tierra gira en torno al Sol, es un planeta y no es el centro del Universo. Y es que no se pueden poner puertas al campo. De otra parte, me gusta proclamar que como europeos –y lo mismo pueden decir muchos otros- debemos estar orgullosos de la cultura europea de los derechos humanos, cuidarla, evitar que decaiga, e incrementarla, y hacer lo posible para que cada vez sea más efectiva, lo mismo que debemos estar prestos a propagarla y defenderla. Ello me lleva a recordar un episodio simbólico que, por desgracia, no es una excepción: me refiero a las terribles reacciones –que incluso costaron varias vidas humanas, aparte de destrucciones y pérdida de convivencia- que surgieron en algunos territorios con motivo de la famosa publicación en Dinamarca de las caricaturas sobre Mahoma, que luego en solidaridad repitieron los periódicos de medio mundo. El que haya algunos partidarios del Islam intolerantes de manera radical –no pocos musulmanes, si es que reaccionaron, lo hicieron de manera pacífica y civilizada-, no debe significar en absoluto que haya que recortar nuestras libertades “tan trabajosamente conquistadas a través de los siglos”. En nuestra cultura, el debate acerca de los límites de la libertad de expresión en relación con las religiones, sigue vivo. Basta para acreditarlo la reciente jurisprudencia holandesa que en junio de 2011 absuelve al político derechista Geert Wilders, autor de muy duras críticas contra el Islam, entendiendo que le ampara la libertad de expresión. Debe recordarse que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos suele potenciar con amplitud la libertad de expresión de los políticos, 28 sobre todo cuando se discuten temas que preocupan a la sociedad. En este caso, incluso, en referencia que tomo de la prensa, afirman los jueces holandeses: “Wilders es grosero y denigrante cuando califica el Islam de ideología peligrosa, pero sus opiniones se enmarcan en un debate público sobre la sociedad multicultural”. Hay que hacer sin falta una llamada al sosiego y a la serenidad. Hemos visto como alguna de las más recientes Constituciones aborda directamente el problema, como cuando según la de Estonia se prohíbe y castiga “la incitación al odio religioso” (12.2), o cuando según la de Bulgaria, se compromete al Estado a asegurar el mantenimiento de la tolerancia y el respeto entre creyentes y no creyentes (37.1). De ahí que no todo sea lícito, la libertad de expresión tiene también sus límites y el debate, la discusión, incluso la negación, no deja de exigir cierto respeto a las personas, incluso a los símbolos. No cabe justificar en absoluto el leguaje del odio, del mismo modo que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos juzga censurable determinadas maneras de tratar los símbolos religiosos 18 pero, como digo, la intolerancia no puede derrotar a la tolerancia. Alguien tendrá que cambiar y evolucionar si quiere convivir con los demás. La libertad de conciencia se alimenta, como digo, de las demás libertades y por lo mismo, estas no pueden quedar violadas desde aquélla. Por poner un último ejemplo, de no menor significado, no se puede bajar la guardia ante el derecho a la igualdad y la prohibición de discriminación por razón del sexo Afortunadamente, en este punto, se están alcanzando importantes cotas –tan “trabajosamente” logradas, igualmente- en el estatuto de la mujer que no pueden ser en modo alguno debilitadas desde el argumento del ejercicio religioso. Del mismo modo que no puede admitirse de ninguna manera que bajo el estandarte de lo religioso campen aquí prácticas acaso admitidas en otros territorios, pero que entre nosotros tienen un lugar entre los preceptos del Código Penal. Y es que, como he repetido, el mejor ambiente para que fructifique la libertad de conciencia y de religión, es el que proporcionan los Estados empeñados en garantizar genéricamente los derechos y libertades. 18 Me remito a mi trabajo, Respeto a los sentimientos religiosos y libertad de expresión, páginas 595 y sigs. 29