Participación a la carta. Nuevas lógicas sobre la participación

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“Participación a la carta. Nuevas lógicas sobre la Participación
ciudadana en Aragón”.
Dña. Marianna Martínez Alfaro
Universidad de Zaragoza
Zaragoza
[email protected]
Pocos términos se usan con más frecuencia en el lenguaje político cotidiano que el de
participación. Hacemos alusión constantemente a la participación de la sociedad desde planos muy
diversos y para propósitos muy diferentes, pero siempre como una buena forma de incluir nuevas
opiniones y perspectivas. Se invoca la participación de los ciudadanos, de las agrupaciones sociales,
de la sociedad en su conjunto, para dirimir problemas específicos, para encontrar soluciones
comunes o para hacer confluir voluntades dispersas en una sola acción compartida. La participación
suele ligarse, por el contrario, con propósitos transparentes - públicos en el sentido más amplio del
término – que aluden al desarrollo de una buena gobernanza, en el mejor de los casos. Cabe
peguntarse, ¿cómo funciona esa participación en las sociedades modernas? La respuesta se
encamina a pensar y creer que funciona de acuerdo con el entorno político y con la voluntad
individual de quienes deciden participar. No hay recetas para la participación.
La democracia directa, utopía soñada por muchos, tiene como requisito sine qua non, que los
ciudadanos puedan desempeñar roles más que deliberativos en las instancias sociales. Sobre este
planteamiento, interesa presentar de qué forma se está gestando la participación ciudadana en la
vida política en Aragón que, a pesar de seguir ocupando un espacio secundario, han ido tomando un
protagonismo creciente en los últimos años, como formas de desarrollo de la Democracia Directa y en
qué medida los ciudadanos se están implicando en los procesos participativos.
Aragón es una Comunidad Autónoma donde la participación ciudadana está todavía en un estadio
inicial. Sus actividades comienzan en el año 2004 en el marco de ciertas actividades del Gobierno de
Aragonés especialmente en asuntos relacionados con reservas hídricas y medioambientales. Hasta el
año 2007 no empieza a desarrollar actividades con el rango de Dirección General independiente y
como acción transversal dirigida a fomentar la nueva cultura de participación ciudadana en la
gobernanza de Aragón.
La participación ciudadana es el asunto de moda. Aparece como la gran oportunidad y el gran reto
para la regeneración política. Conviene echar un vistazo a la situación global en la que se enmarca
este movimiento.
Este concepto es de vital importancia ya que transforma la actuación pública como una
responsabilidad colectiva en lugar de una responsabilidad delegada en los gobernantes y la
administración y así lo han entendido los que creemos que la participación ciudadana debe ser
considerada un indicador más de calidad de vida.
La explicación tiene dos partes complementarias:
• El sistema político está en crisis
• Los valores de la sociedad no se acomodan con el sistema político
La democracia liberal se encuentra con problemas de legitimación que no proceden de su
incapacidad de producir desarrollo, sino de su inadecuación a los valores de la ciudadanía de nuestro
tiempo. Podemos decir que el gobierno representativo genera derechos y beneficios para el pueblo,
pero sin el pueblo.
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Por otra parte, se da por hecho un cierto grado de corrupción en la gestión de lo público, y se espera
que las urnas y los tribunales lo mantengan en un nivel moderado. Últimamente, la percepción de
corrupción en la política municipal ha crecido.
Entre tanto, los partidos políticos han adoptado la guerra sin cuartel como estilo de vida político.
Internamente, aprietan las filas. Entre ellos, ahondan las divisiones. De cara a la ciudadanía, actúan
como cadenas de televisión en busca de las mayores cuotas de share.
El sistema de gestión de lo público, tras 25 años de Nueva Gestión Pública, ha llegado al límite de
sus contradicciones. Los ciudadanos hemos quedado caracterizados como consumidores y, como
efecto secundario, se ha fomentado una ciudadanía irresponsable y perpetuamente insatisfecha.
Como consecuencia, cada vez el gobierno es más ingobernable. Ante la sensación de fracaso, la
primera víctima es la transparencia: no se pueden reconocer los errores, ya que la autocrítica
enfrenta el riesgo de la aniquilación política.
En este proceso de transformación, las administraciones públicas tienen un papel fundamental: hablar
de democracia participativa es hablar de innovación democrática a través de la construcción de
vínculos de confianza y de responsabilidad con los ciudadanos lo que, de alguna manera, refuerza los
patrones de la Democracia Directa como elementos que conducen al ciudadano a democratizar la
democracia, es decir, a formar parte directa de ella, a vivirla, sentirla, implicarse y decidir.
Esta innovación debe comenzar, sin duda, por el fomento de los valores, la formación del ciudadano,
la promoción de las buenas prácticas, la investigación y la sensibilización, con la finalidad de que el
ciudadano cumpla con tres pilares básicos de la participación ciudadana: Querer participar, poder
participar y saber participar.
La administración tiene una nueva responsabilidad: la de proporcionar a los ciudadanos instrumentos
de información y participación adecuados, accesibles y flexibles. Estos instrumentos harán posible el
compartir valores y prácticas democráticas al conjunto de la sociedad.
Y el resultado de esta innovación debe ser la toma de mejores decisiones que contribuyan a mejorar
la evaluación de las Políticas públicas. Esta mejora en las decisiones, en la efectividad de las mismas
y la reducción de los conflictos deberán propiciar un aumento de la confianza y de la credibilidad de la
acción pública, técnica y administrativa.
Algo que tiene poco que ver con el artículo 23.1 de nuestra Constitución: “los ciudadanos tienen el
derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes, libremente
elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal”.
En una democracia alicorta como la nuestra es imposible que la participación ciudadana fomentada
por las instituciones no sea también alicorta. Habría que hacer entender a nuestros representantes
públicos que la “participación ciudadana” va mucho más allá de la financiación de miles de entidades
para que celebren actividades sociales normalmente intrascendentes.
La verdadera participación ciudadana significa gobernar escuchando antes a las organizaciones
sociales no paniaguadas que pretendan aportar dosis de realidad a la vida pública.
El grado de participación ciudadana de una sociedad denota el grado de madurez de la misma.
Aragón dispone de una extensa red social de entidades sociales, pero si defendemos un modelo
democrático participativo deberíamos reflexionar sobre cómo son sus estructuras democráticas
internas, sobre si usuarios y voluntarios son parte activa en la toma de decisiones. En esto consiste
parte de la situación respecto a la participación ciudadana, en la toma de decisiones y hasta qué
punto el ciudadano interviene en asuntos que conciernen a su espacio público.
A pesar de las muchas limitaciones que siguen existiendo, las últimas décadas han contemplado una
creciente presencia de mecanismos que permiten la participación ciudadana en la administración
pública local.
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En algunos casos a partir de una estrategia tendente a mejorar la eficacia de la gestión, a incrementar
la legitimidad de las instituciones o los gobiernos electos, o bien tratando de responder a una
demanda social en este sentido, se han puesto en marcha muy diversos tipos de experiencias, con
funcionamientos y resultados muy dispares, que tienen en común el pretender escuchar a los
ciudadanos a la hora de definir las políticas públicas de ámbito local.
El indudable triunfo de la democracia representativa como conjunto de mecanismos institucionales
para la toma de decisiones colectivas se ha producido más por falta de alternativas que por
convicción.
La paradoja es que la mayor extensión real y la mayor unanimidad en cuanto a la adopción de las
formas de gobierno democráticas dentro y fuera de Occidente coincide con un período en que estas
instituciones no gozan precisamente de su mejor estado de salud en aquellos países donde más
tiempo llevan instaladas: Abstención electoral, crisis de confianza en las instituciones y los partidos,
cinismo político, incapacidad de procesar nuevas demandas y conflictos emergentes serían algunos
de los síntomas de estos problemas de salud de las instituciones representativas.
En muy buena medida ello se debe a que dichos mecanismos institucionales fueron pensados y
concebidos para realidades muy distintas a la actual. Mientras la sociedad y los contenidos de la vida
política no paraban de cambiar aceleradamente a lo largo de estos últimos 150 años, las formas y las
instituciones políticas han modificado mucho menos su funcionamiento. Y si ello prueba en buena
medida la solidez de las mismas, al mismo tiempo ha ido creando un conjunto de desajustes y de
insatisfacciones.
Mientras el apoyo a la democracia como sistema se mantiene en niveles muy elevados, el grado de
satisfacción con su funcionamiento y con los políticos es muy variable. Se aprecia una crisis de
confianza en las instituciones representativas (parlamentos, partidos), tanto en las viejas como en las
nuevas democracias (Norris, 1999). Haya o no crisis de confianza en algunas instituciones, sí existiría
en cualquier caso un potencial participativo mucho mayor, el proceso que se ha bautizado como de
“movilización cognitiva”, consistente en amplios sectores de ciudadanos mucho más informados de lo
que lo estuvieron nunca y predispuestos a participar (Inglehart, 1991). Estos “ciudadanos críticos” no
aceptan dogmas ni consignas y, a pesar de ser individualistas y carecer de identidades colectivas
fuertes, son conscientes y activos. En palabras de Inglehart (1999), la postmodernidad “erosiona el
respeto por la autoridad, pero incrementa el apoyo a la democracia”. (Font, 1999)
Aunque entre estos autores no hay respuestas explícitas y convincentes de cómo encajar en este
escenario una realidad en la que no encontramos la esperada explosión participativa, sus
explicaciones apuntarían a dos líneas complementarias: para unos, estos nuevos ciudadanos ya no
estarían dispuestos a participar a través de instrumentos tan jerárquicos, disciplinados y
globalizadores como los partidos políticos, pero sí constituyen el capital humano que está dando lugar
a otro tipo de organizaciones de funcionamiento más horizontal y con una voluntad de actuación más
parcial (movimientos sociales, ONGs, Tercer Sector); para otros, estos ciudadanos están ansiando
encontrar sus espacios participativos y el actual desajuste entre realidades y expectativas les hace
optar a menudo por la protesta como mecanismo para vehicular dicho descontento (Budge, 1996 en
Font, 1999).
En lo fundamental, apostar por la participación ciudadana no consiste en redactar reglamentos, o en
crear órganos en los que tengan cabida los ciudadanos, como no consiste en convocar más
asambleas; al menos en primera instancia. Exige más bien apostar por nuevas formas de hacer y
relacionarse con la ciudadanía que permitan trabajar conjuntamente a políticos, técnicos y
ciudadanos en un clima de colaboración. Como quiera que esto no es así, o al menos no suele
ocurrir, deberemos todos aprender a hacerlo, educarnos, y, como ya hemos dicho, ese aprendizaje
sólo puede darse en la práctica. (Ob. Cit, 1999)
La práctica nos demuestra cada día que el principal instrumento para el cambio es la gente. Somos
nosotros los que cambiamos y, al así hacer, conseguimos cambiar las cosas. A ese cambio nosotros
lo llamamos educativo y, por tanto, para que las cosas cambien, debemos educarnos: colectivamente;
porque estamos hablando del cambio de la gente (Rebollo, s/f)
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Necesitamos un proyecto de participación ciudadana en Aragón y por eso lo construimos.
Parafraseando a Rebollo, el cambio es actitud, predisposición, formas de relación y voluntad de la
gente –además de instrumentos; que acostumbran a ser organizaciones- ¿pero hacia donde va ese
cambio? Necesitamos un proyecto, nuestro proyecto, el proyecto por el que se trabaja
colectivamente, el proyecto de todos los que estamos en el proceso (o al menos el de todos nosotros
y todos los nuestros); por eso tenemos que construirlo, porque lo necesitamos. Cuando ese proyecto
colectivo no está y no se empieza por construirlo, entonces se impone un proyecto particular, de una
de las partes.
Normalmente es la administración la que marca la pauta, pues es la que tiene los recursos y el poder.
Si se trata de una administración gobernada por políticos que apuestan por la participación
ciudadana, es posible que se establezcan mecanismos para discutir con la ciudadanía partes de su
programa de actuaciones. Incluso en los casos en los que las aportaciones de los ciudadanos son
tenidas en cuenta, es la administración la que controla la agenda: aquello sobre lo que se discute y en
lo que se participa.
¿Voluntad política o ingeniería institucional? Preferiblemente, ambos. La primera es imprescindible
para que cualquier proceso participativo se desarrolle, mientras que la segunda es también necesaria
para incrementar las posibilidades de éxito en muchos casos.
En Aragón, la participación ciudadana he emergido con fuerza en los últimos años en un contexto
político y social complejo, donde los retos sociales requieren no solo políticas públicas para la
ciudadanía, sino la implicación activa de esta en su diseño e implementación.
Abordar el tema de la participación en el contexto actual nos obliga a referirnos a dos fenómenos que
aunque opuestos en escala aparecen íntimamente ligados: la emergencia de la esfera local en el
ámbito político y las tendencias que impone la globalización a las sociedades actuales.
La participación ciudadana se hace cada vez más indispensable y urgente. La idea de que se ha
delegado la autoridad y el derecho a decidir a unos cuantos elegidos para los puestos del poder
ejecutivo y el legislativo en sus diversos niveles, debe ser ya superada. Hoy es prioritario que la
ciudadanía asuma sus responsabilidades. Que se informe, que analice, que juzgue y que decida, son
tareas que ya no pueden ni deben ser delegadas en legisladores y funcionarios. Hay que tomar las
decisiones que garanticen mayor justicia, equidad, paz social y progreso en todos sentidos.
Es preciso abrir espacios donde lo público pueda ser lugar de encuentro, en el que sea posible la
pluralidad, el acuerdo y la disidencia, sin que esto último socave las bases de diálogo; en una
sociedad compleja, marcada por relevantes riesgos de carácter social, y donde los contornos de las
políticas públicas en relación con las organizaciones cívicas caminan por alambres sumamente
débiles, se ha de instaurar un tipo de debate de carácter permanente, abierto y de donde emerjan
propuestas novedosas, imaginativas y audaces, sin que ellas menoscaben el necesario grado de
responsabilidad que han de mantener y fortalecer cada una de las partes.
No se nos oculta que en este momento asistimos a un cierto grado de debilitamiento de las
estructuras de responsabilidad público-administrativa en materia de políticas sociales, que en paralelo
apuestan por una mercantilización de la intervención social, a través de la entrada en el libre campo
de juego tanto de diferentes modelos de empresas de servicios y de organizaciones de voluntariado.
Se hace necesaria una estrategia mixta de lo público administrado y de lo privado-social, que no se
disuelvan el uno en el otro, sino que se integren mutuamente en un proceso deliberador en el marco
de un notable aumento de la complejidad de nuestra estructura social, económica y política.
La participación ciudadana consiste, en último término, en la instauración de un proceso de trabajo
compartido. Un proceso de toma de conciencia en el que diferentes actores sociales de un
determinado territorio hacen frente a su realidad, determinan sus pautas de reivindicación y de
mejora, encargándose de llevar a cabo cuantos proyectos concreten el proceso en marcha. Cuando
el proceso es educativo el proyecto o los proyectos particulares se ponen al servicio del proceso
global y es el mismo proceso el que va apuntalando y evaluando cada proyecto y su significado.
Que la participación sea un hecho educativo significa varias cosas:
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- Que no importa tanto si la iniciativa es de los vecinos, del municipio o de los técnicos de los
servicios públicos, en el caso de un plan de desarrollo comunitario, por ejemplo. Importa instaurar el
proceso y sumar voluntades e implicaciones reales.
- Que acentúa más los ámbitos de la prevención desde la responsabilidad anticipatoria y la actitud
proactiva, y entiende que la primera prevención consiste en fortalecer los mecanismos de información
y de sensibilización.
- Que la participación es gradual y progresiva. Habrá personas que se impliquen más y otras menos.
La participación ciudadana no está marcada por la lógica de la militancia, en sus aspectos
omniabarcantes, sino del compromiso posible, y ello significa que existen diversos niveles de
implicación.
- Que la participación no está conducida por líderes sino por animadores y facilitadores del proceso
en cuestión. La participación es educativa cuando quien anima, coordina y forma pasa a ser poco a
poco prescindible.
- Que el sujeto de la participación es la misma comunidad, el mismo colectivo de personas implicadas
que juntos deciden aprender a participar, a cooperar, a pensar, a expresar esos pensamientos, a
trabajar en equipo.
- Que hay que partir de los activos de la propia comunidad, comenzando por el capital social que lo
constituye: el grado de confianza mutua, los valores comunes, las relaciones establecidas, etc.
Inventariar estos activos orienta más claramente el proceso en marcha, crea optimismo entre los
implicados, se ven oportunidades para cambiar las cosas y motiva a la participación. (Aranguren,
2004)
Aragón atraviesa un periodo interesante por cuanto existe un interés por potenciar la participación
ciudadana en la toma de decisiones públicas. Sin embargo, es preciso acotar que no sólo existe un
tratado de buenas intenciones sino que a pesar de estar en una fase inicial, las bases que se están
construyendo parecen ser sólidas, al menos así lo parece en la teoría, tendremos que esperar para
saber de primera fuente si estos procedimientos reflejan las premisas de una verdadera democracia
directa.
Es pronto aún para hacer un análisis exhaustivo sobre la participación ciudadana en Aragón puesto
que su andadura como tema relevante lleva poco tiempo. Lo que sí podemos hacer a través de estas
líneas es ser vigilantes y partícipes de un proceso en el que se nos invite a formar parte activa de él.
A construir un modelo de participación ciudadana con más tintes reivindicativos y no tanto asistencial
y representativo. También es importante apostar por la deliberación de los ciudadanos, esa especie
de democratización de la democracia, al servicio de la ciudadanía y no de las instituciones. Lo que
algunos autores denominan el (hardware) de la democracia, cuando se concentra el poder en las
instituciones y no existe una equidad entre las instituciones y la ciudadanía (software).
Y esto tiene que ver también con el grado de confianza que exista entre unos y otros. En tiempos de
desafección democrática es urgente recuperar y trabajar la confianza. La participación ciudadana en
su entramado más social indica el grado de confianza del capital social entre los actores sociales, las
normas de comportamiento cívico que se practican en una determinada sociedad y el nivel de
asociacionismo que se alcanza. La existencia de importantes redes sociales basadas en criterios de
participación y cooperación resulta imprescindible para una sociedad moderna, permitiendo alcanzar
objetivos que serían inalcanzables sin ellas.
Puede definirse el capital social como el conjunto de prácticas sociales, normas, relaciones y redes
sociales sustentadas en la cooperación y la confianza interpersonal. La presencia de este tipo de
características resulta imprescindible para la vida social en general y para la política en particular. El
capital social es reproductivo, permitiendo la consecución de ciertos objetivos que serían imposibles
en su ausencia, pero si existe de una u otra forma, actúa, se hace presente y condiciona la vida
política.
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El capital social mantiene una relación cercana con otro concepto más enraizado en las ciencias
sociales de la cultura de la participación en la civilidad. Putnam al hablar de “comunidad cívica”,
aquella en la que los ciudadanos participan activamente en los problemas públicos y en la búsqueda
en muchos casos del interés público, recuerda el concepto de “cultura cívica” (Verba, 1995).
El tema del capital social de la participación cívica tiene múltiples manifestaciones; se halla extendida
la idea de que la existencia de redes sociales, compromisos cívicos y vida asociativa en una sociedad
depende de que los individuos encuentren racional participar y cooperar. Son diversas las razones
que se han aducido para explicar por qué esta participación y cooperación puede ser beneficiosa para
maximizar la calidad de vida, el bienestar, o la utilidad personal.
No sólo generamos participación ciudadana con fines políticos sino también con fines sociales. La
generación de capital social también es una cuestión política, de buena política ya que permite
generar bienestar colectivo y es un indicador de calidad de vida. Reflexionemos sobre la posibilidad
de que la participación ciudadana sea tomada en consideración como un indicador de calidad de vida,
de calidad democrática, de una verdadera democracia participativa.
No existe un recetario adecuado para entender la participación ciudadana y cómo la participación
directa del ciudadano obedece más a mecanismos formales de participación, cuesta ampliar el
horizonte hacia la salud democrática y el desarrollo de ésta. ¿El ciudadano puede participar en todo?
¿Puede deliberar sobre las cuestiones que le atañen en su comunidad? ¿Es invitado a participar?
¿Dónde radica entonces el trasfondo de la democracia directa?
No es cierto que el ciudadano participe o forme parte de todos los mecanismos de participación
ciudadana porque nos amparamos en la práctica representativa y delegamos, entonces son nuestros
representantes quienes deben tomar las decisiones, pero si el ciudadano desea intervenir
explícitamente en lo que le atañe o compete, existen restricciones y modelos que legitiman la
representación ciudadana como una cauce legítimamente permitido y aceptado, de esta forma se
reducen las posibilidades del “ciudadano de a pie” de intervenir en asuntos propios.
En Aragón la participación ciudadana sigue siendo la asignatura pendiente y el compromiso se
establecen en desarrollar las pautas que nos permitan habitar un territorio con indicadores verdaderos
de democracia directa y calidad de vida.
De alguna manera las actuaciones políticas imprimen valores y actitudes en la sociedad, y las
actuaciones públicas pueden resultar, en ocasiones, marginadoras, si no se tienen en cuenta tanto en
la realidad como en los distintos discursos y mensajes políticos. Para ello se hace necesario que
desde los municipios, que representan la entidad pública más cercana a la ciudadanía, se fomente la
preparación, sensibilización y la integración, apelando a los derechos sociales a los que también
pueden acceder todos los migrantes. La participación de los ciudadanos y las ciudadanas en la vida
política, económica y social indicador esencial de la salud y fortaleza del sistema democrático, es un
proceso, algo sobre lo que siempre habrá que trabajar y continuar dando forma.
En Aragón se está dibujando un nuevo mapa cultural que no sólo incluye a los ciudadanos
aragoneses sino también a nuevos pobladores, que se convierten en “un ciudadano más”, con
derechos, obligaciones y que cohabitan en un mismo espacio y territorio común pero que en el caso
de estos últimos aún tienen derechos ciudadanos limitados.
Se trata de construir, por tanto, un modelo de participación ciudadana integral, que fomente la
inclusión y de implicación en todos los órdenes de la vida social. Las claves sobre la participación
ciudadana en Aragón deben pensarse en el “Habitar más que vivir”. Según Jean Nouvel, el barrio
afecta a la vida de la gente tanto como la propia vivienda. Y más allá del barrio, sus conexiones con el
resto de la ciudad, también. En ese marco, el “alma” es la relación con el lugar en el que se habita y
sus normas crean el valor sobre lo que se habita. Debemos ser capaces de crear las herramientas
para que los nuevos ciudadanos que habitan en nuestra comunidad se sientan un ciudadano más, en
parte, para encontrar un sentido a su proceso migratorio y para los que formamos parte de este
territorio también encontremos un sentido basado en la libertad de escoger, decidir e incidir en las
decisiones que afecten a nuestros intereses como ciudadanía en un contexto donde la democracia
sea considerada no un trabajo para el pueblo sino con el pueblo, no para los ciudadanos sino con los
ciudadanos.
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