La necesidad de una espiritualidad de la Naturaleza

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LA NECESIDAD DE UNA
ESPIRITUALIDAD DE LA NATURALEZA
Carlos de Prada
Naturalista, periodista y escritor. Premio global 500 de las NACIONES UNIDAS y
Premio Nacional de Medio Ambiente.
Estoy firmemente convencido de que la causa de muchos de los grandes problemas que
arrostra la Humanidad y, por supuesto, de la destrucción de la Naturaleza, es la falta de
espiritualidad. Que la única medicina realmente eficaz es un cambio espiritual. Que
todo lo demás –leyes, medidas técnicas, argumentos políticos o científicos,...-será , si no
se complementa con lo que decimos, actuar sobre los efectos y no sobre las causas de
las cosas.
Si hay un problema de base en nuestra sociedad actual es precisamente el descrito, es
decir, el estar ofuscada con lo accesorio y no con lo esencial, con lo material y no con lo
espiritual, con los efectos de las cosas y no con las causas reales de las mismas,...
Ese defecto hace que, frente a cualquier problema , se tienda a tratar los síntomas y a
ignorar o no actuar sobre su etiología. Si a alguien le duele la cabeza tomará un
calmante, pero pocas veces se analizará la causa de tal dolor de cabeza. Si alguien tiene
una dermatitis se le recetará un anti-inflamatorio, pero sin indagar en general en la causa
de tal inflamación. Si está deprimido, se le dará un anti- depresivo, pero sin indagar en
los complejos problemas que generan esa depresión. Se tiende a actuar sobre los
síntomas, a camuflarlos, a minimizarlos, pero dejando que las causas de los problemas
sigan actuando y fortaleciéndose.
En los temas ligados a la crisis ambiental suele procederse igual. Se ponen filtros. ¿Pero
que se hace luego con los venenos filtrados?. Se crean empresas de gestión de residuos,
para las que es un negocio que cada vez haya más residuos. Se invierte en extinción de
incendios, pero no en prevención. Se permite e incluso fomenta el despilfarro de agua,
para promover el negocio de grandes empresas constructoras e hidroeléctricas en las
obras hidráulicas realizadas. Nuestra sociedad tiende a vivir de los problemas, a vivir
de la enfermedad y no de la salud.
Más allá de todas las complejas implicaciones del cuadro descrito, el problema de fondo
es el que decíamos. Que se tiende a actuar sobre los efectos y no sobre las causas de las
cosas. Y que ello da lugar a que los problemas crezcan y a crear círculos viciosos y no
virtuosos.
Es más, como un error lleva a otro, se tiende a confundir los términos y a creer que se
está actuando sobre las causas, cuando en realidad se hace con los efectos. Un ejemplo
inmejorable de ello es lo que sucede con la genética. Hoy se da un auténtico culto a los
genes, como si estos fuesen la causa última de los caracteres de los seres vivos. Como si
fuesen Dios. Sin embargo, los propios especialistas no se cansan de decirnos que los
cambios de los genes en la Naturaleza serían al azar. Y el azar no es más que la propia
ignorancia acerca del origen de algo. Los cambios en los genes no son ,pues, causa, sino
efecto de algo que no se conoce. O que no se quiere conocer.
Pero al hombre ,como decimos, le gusta jugar a creer que no solo conoce las causas,
cuando tan solo está actuando sobre efectos, sino sentirse capaz de manipularlas, como
hace –irresponsablemente- con los genes. Y en esto llegamos a otro de los elementos
clave del drama al que nos lleva confundir los efectos, materiales, con las causas,
espirituales, de las cosas. Hablamos de que el hombre se cree que es Dios. Capaz de
enmendarle la plana al Creador.
Expresión de ello es como el hombre está desfigurando la Creación. La manipulación
genética. La clonación. El pretencioso anuncio de algún científico de que va a crear vida
artificial. Los cambios originados por la química sintética en el equilibrio químico
natural de la Biosfera. El cambio climático. Los cambios ecológicos producidos por las
presas, el desvío de ríos, la desforestación, la introducción de especies exóticas,...
El hombre , jugando a ser Dios, está alterando todas las bases de la vida. Llevado de una
imponente falta de humildad, no cree ya que haya ningún principio superior al que
supeditarse. Es el abismo al que está llevándonos el relativismo moral.
Resulta interesante leer a John Stuart Mill, profeta del utilitarismo, cuando nos decía ,
a mediados del siglo XIX, como la religión era un freno para la devastación de la
Naturaleza, a la que él odiaba con todas sus fuerzas. Y defendía que la espiritualidad se
desvirtuase para someterse a sus fines utilitaristas y dejase así de ser un freno a la
destrucción de la Naturaleza. Lo triste es que hoy en Occidente, en buena medida, lo ha
conseguido.
Pero la verdad es que la historia de la deformación de la religión había comenzado
mucho antes de Mill. La forma de ver el mundo que nos trajo la industrialización
salvaje y los impactos más severos sobre el planeta, fue fruto de un progresivo
arrinconamiento de la forma natural que el hombre tenía de ver el mundo, que era
esencialmente espiritual, y la suplantación de esta, poco a poco ,por otra hiperracional.
La cosa ,como decimos, fue progresiva. Podríamos irnos a Aristóteles. O ,más
recientemente, a Santo Tomás de Aquino que acaso sin quererlo , convirtió demasiado
a Dios en algo racional, confundiendo mente y Espíritu. Podríamos irnos a la
Revolución Francesa y a la Diosa Razón y, desde ahí, a la divinización del
racionalismo científico, el mercantilismo, etc. El hombre comió demasiado del Arbol
de la Ciencia y quiso ser “como Dios”. Un “dios” que se cree capaz de crear vida en
laboratorio, de manipular genes, como si fuera el nuevo “dios del Génesis”, de cambiar
el equilibrio químico del planeta,...
O volvemos a una visión espiritual de las cosas, marginando nuestro hipercientifismo
racionalista y nuestro culto a la tecnología y al materialismo, o será difícil revertir la
situación. No podemos obviar que la destrucción de la Naturaleza ha estado ligada a la
desespiritualización, que la desespiritualización de la cultura humana ha venido de
la mano con la desnaturalización.
La única forma de procurar la salud es la prevención. Y la prevención verdadera es
aquella que va al origen de los problemas. Y el origen es espiritual. Hemos, por tanto,
de retornar a una visión espiritual de la Naturaleza.
No solo por que es vital para salvar el planeta, sino por que, según yo lo veo, una
religión que excluye la Naturaleza, a través de la cual habla Dios (tal y como se ve en la
Biblia) está condenada a ser un sucedáneo. No es casual que la Naturaleza sea un eje
del discurso de la Biblia desde el Génesis al Apocalipsis. No es casual tampoco que
los monjes se retirasen a lugares privilegiados de la Naturaleza. No es casual que los
santuarios de la Virgen sean también santuarios de la Naturaleza. No es casual, por
ejemplo, que cada verano suba una romería a la cumbre del Mulhacén en honor de la
Virgen de las Nieves. Naturaleza y Espíritu son inseparables. En mi libro Paraísos
Perdidos (RD Editores, 2006), hago un repaso sobre muchas de las cosas que muestran
esta realidad y a él me remito. Al igual que las musas que inspiraban a los poetas
griegos eran espíritus de la Naturaleza, el Espíritu que ha de iluminarnos habla también
en ella. Como dice el Salmo 19 (18) “los cielos narran la gloria de Dios/ la obra de sus
manos pregona el firmamento/ Un día al otro comunica el pregón, / la noche transmite
la noticia a la noche. / No es un pregón, no son palabras,/ cuyo sonido no se pueda
escuchar./ Por toda la tierra corre su voz / y hasta el confín del orbe sus palabras”.
Hoy el hombre, rodeado de sus obras artificiales, se cree el único elemento creador y se
olvida del Dios que le habla en la vastedad del firmamento, en la grandiosidad de las
montañas o en la infinitud de los océanos.
Es difícil que pueda conservarse una religión seria mientras el hombre no vuelva a
contemplar ese cosmos del que él no puede considerarse creador. Así nacieron las
religiones y así debe sostenerse la fe. La vuelta a la Naturaleza es una vuelta a Dios. El
alejamiento de la Naturaleza, y de la Ley Natural, es también un alejamiento de Dios.
Llama la atención que en tiempos de zozobra de la fe importantes autores cristianos,
como Fray Luis de Granada en su Introducción del Símbolo de la Fe, volvieran los
ojos hacia la Naturaleza. Por que la contemplación de la Naturaleza nos traslada al
espíritu de su Autor, como le sucedía a Francisco de Asís que era transportado a Dios
en medio de los campos. Muy interesantes en este aspecto son las aportaciones de
autores como Teilhard de Chardin que en obras como El medio divino, nos habla de
un Dios presente en la Naturaleza. Un Dios no convertido en un concepto racional, sino
vivo, palpitante, transparentado en el Cosmos. Si los cristianos siguiésemos el ejemplo
de Jesús, deberíamos percatarnos de que se comunicaba con Dios en la soledad de los
campos, que todas sus metáforas eran naturalistas, que sus discursos –poéticos y vivos y
no fríamente racionales y muertos- eran profundamente biológicos, de un Dios inserto
dentro de la sangre, de las células, de los tejidos , ... de los seres vivos. Que se
transfiguró en lo alto de un monte, que se preparó en el desierto,... Y ,sobre todo, de que
si Cristo es Dios, Cristo ha de estar, como Dios mismo, dentro de todas las cosas: de las
estrellas, la luna, el sol, los montes, los animales, las plantas, los ríos, el mar,... Que
Cristo , más allá de una visión excesivamente humanizadora de su figura, es un
principio divino extendido por todo el Cosmos y que, por tanto, nuestro amor al prójimo
ha de ir más allá del amor a lo humano. De hecho es a eso a lo que nos llama la Biblia
cuando nos dice que es la Creación entera la que espera ser liberada con la segunda
venida de Cristo. Conscientes de todo esto han sido papas como Juan Pablo II o
Benedicto XVI que han publicado documentos muy explícitos al respecto, realizando
contundentes llamamientos a los cristianos para que se comprometan en defensa de la
Naturaleza como algo inseparable de sus obligaciones.
El Cosmos entero es expresión física de un cuerpo de Dios del que todos y cada uno de
nosotros somos células. Células unidas en una realidad orgánica que funciona
armoniosamente precisamente por estar sujetas a un único Espíritu.
La Naturaleza es el templo principal en el que nuestro espíritu ha de elevarse. Es clave
reforzar el papel de la Naturaleza en nuestra espiritualidad –haciendo honor, por
ejemplo, a la forma en la que se nos presenta en la Biblia- y, al mismo tiempo, hemos de
espiritualizar nuestra vida y nuestra forma de interpretar el mundo.
Así pues, aunque hoy sea una forma marginada, frente a otras, de acometer soluciones a
la solución de la crisis planetaria, creo que precisamente la espiritualidad es la que más
soluciones reales habrá de dar a la cuestión. A las personas les mueve el espíritu. Y
habrá de ser el Espíritu el que salve el planeta.
Hoy, sojuzgados por la presión de un mundo materialista , en el que prevalece una
tiranía conceptual financiero-científico-tecnológica , muchos creyentes podemos
sentirnos acobardados y a lo sumo ser capaces de expresar tímidamente nuestra forma
espiritual de ver las cosas. Siempre con el temor de ser ridiculizados, como si nuestra
cosmovisión fuera menos válida que las que imperan. Sin reparar en que acaso habrían
de ser los que defienden las formas imperantes los que debieran sentirse avergonzados a
la vista del estado de las cosas a que tales cosmocegueras –que no cosmovisiones- nos
han llevado.
Es probable que debamos perder esos temores y esa timidez. Por que acaso el mundo
necesite imperiosamente de nuestro valor a la hora de defender nuestras posiciones
espirituales. Por que la espiritualidad necesita abrirse un hueco dentro de los tejidos a
los que el materialismo ha dejado sin vida. No hemos de olvidar que cuando el espíritu
abandona un cuerpo este muere y se descompone. Y que acaso eso sea lo que le ha
sucedido a nuestro planeta. Que los ríos muertos, los mares contaminados, los bosques
destruidos,... son una consecuencia directa de nuestro abandono de una visión espiritual
de las cosas.
Que todo comenzó cuando dejamos de vernos unidos al cuerpo de un Dios que
mantenía la armonía del organismo de la Naturaleza. Cuando dejamos de ver un Dios
que representaba la Unidad de Todo. Cuando dejamos de tener la humildad de sentirnos
unidos a algo más grande que nosotros mismos, algo sin lo cual nosotros no éramos
nada. Cuando dejamos de sentirnos como células que formaban parte de un Gran
Cuerpo ,regido por un Gran Espíritu.
Supeditarnos a Dios era sentirnos sujetos a una realidad que nos trascendía. A un plan
global que no estábamos autorizados a perturbar egoístamente. Pero un día pasamos de
venerar a Dios a dar culto a nuestros propios caprichos racionales, mercantiles y
tecnológicos . Pasamos de ver un Espíritu que se expresaba en la Naturaleza, por respeto
al cual debían existir unos límites a nuestra transformación de la misma, a considerar
que el hombre era el único “dios” y que todo debía supeditarse a él.
Y así, como un nuevo “dios”, iniciamos una creación, un nuevo plan paralelo al de
Dios. Nos alejamos de las obras de Dios y comenzamos a rodearnos de nuestras propias
obras artificiales. Y cuanto más grandes y complejas eran estas tanto más se acentuaba
nuestra vanidad y nuestra autosuficiencia. Se había iniciado un círculo vicioso. Cuanto
más grandes eran nuestras ciudades, cuanto más sofisticados nuestros aparatos,... más
poderosos nos sentíamos y más nos auto-divinizábamos. Y ,paralelamente, todas estas
obras artificiales atraían cada vez más nuestra atención alejándola cada vez más de la de
la Naturaleza y del Dios que se expresaba en ella. Hoy en día, es tal el poder de
seducción de las obras generadas, que se ha creado una situación sin precedentes –muy
semejante a la de la Babilonia del libro del Apocalipsis- en la que el hombre está cada
vez más preso por el encantamiento del mundo artificial y cada vez más al margen del
natural.
No se ha reparado lo suficiente en las consecuencias de esta desnaturalización. Una
desnaturalización que alcanza cada vez a más extremos de nuestras vidas. Nuestros
alimentos son cada vez menos naturales. Nuestros trabajos, oficios, diversiones,
filosofías , concepciones, arte,... también lo son. Y ,por supuesto, muchas de nuestras
leyes, distantes de la Ley Natural. Y del mismo modo , lamentablemente, también
nuestras manifestaciones religiosas, cada vez más alejadas de sus raíces bíblicas y de su
inspiración en la Naturaleza. Por que la Biblia reiteradamente nos remitía a ese otro
gran libro sagrado, escrito directamente por Dios, y que no es otro que el libro de la
Naturaleza.
Hoy, en contra de la doctrina expresada reiteradamente en nuestro libro sagrado,
prácticamente no escuchamos a Dios en la Naturaleza. No hacemos como Elías que le
oía en el susurro del aire en el Sinaí. Ni ,como en los Salmos, oímos su voz en el rayo
,ni le vemos montado en las nubes. Ni en el rugido del león, como en el profeta Amós.
Ni ,como en Job, escuchamos su discurso y su poder en los animales salvajes. Ni
sentimos su aliento helando las aguas. Y todo ello tiene una evidente relación con que
cada vez sigamos menos la Ley Natural, expresión de sus divinos ritmos.
El alejamiento de Dios , como ya dije anteriormente, nos separa de la Naturaleza. Y,
como también dije, la separación de la Naturaleza nos aleja de Dios. Por que tiende a
convertir a Dios en un concepto racional muerto ,un concepto racional humano, y no en
una realidad viviente que late con potencia avasalladora en los ciclos naturales. Un Dios
vivo que podemos ver cada día moviendo los astros o haciendo nacer a un niño,
haciendo que sus células vayan ordenándose y multiplicándose una a una.
Para muchos hoy la religión se ha convertido en aquel sucedáneo que tanto le gustaba a
Stuart Mill. Una religión que no molesta apenas al utilitarismo, al materialismo, como si
, en realidad, no tuviera fe realmente en Dios. Como si hubiese caído en la más
profunda de las idolatrías. Como Salomón, cuando en el templo del Dios verdadero
puso estatuas de muchos otros dioses, hoy algunos creen que pueden ponerle una vela a
Dios y , a la vez, cien a los automóviles de lujo, a las casas lujosas, al dinero, a la
ciencia sin conciencia, a la tecnología sin ética, al enriquecimiento a corto plazo, a las
comodidades,... en suma, a los caprichos del hombre autodivinizado y soberbio.
Desoyendo a Jesús que nos decía que fuésemos como las aves del cielo y que no nos
preocupásemos por esas cosas, que solo habían se inquietar a los paganos.
No obstante, el judeocristianismo en origen, no era así. No es así en la Biblia en la que
hay una sensibilidad diáfana hacia la Naturaleza y una condena de las cosas que hoy son
consideradas prioritarias por nuestra sociedad.
Un cristiano verdadero plantaría cara a las fuerzas del materialismo que están devorando
las selvas. Las selvas tropicales y las selvas del alma humana. Por que la destrucción de
las selvas es causada por nuestra propia desforestación interior. Y el envenenamiento de
los ríos por el de nuestras propias almas. No se puede ser cristiano sin ser ecologista. No
se puede ser ecologista de verdad sin ser un hombre profundamente espiritual.
De ahí que haya de hacerse un llamamiento a los hombres de fe para que tomen partido.
Para que no sean tibios (a los tibios los vomita Dios, dice la Escritura). Para que
,haciendo caso de aquello de por sus obras los conoceréis, hagan algo. Hemos que
hacer que la voz del espíritu , la voz de la espiritualidad vuelva a ser escuchada.
Nuestro espíritu ha de ayudar a animar , o a reanimar, esto es, a volver a dotar de alma,
a la tierra. Y ,al hacerlo, seremos realmente hombres, pues hombre es eso: humus, tierra
fertilizada por el espíritu, por el soplo del Espíritu de Dios. Ser hombre es espiritualizar
la tierra como hizo Dios. Si es que el hombre quiere ser, de verdad, y no como vana
pretensión, imagen de Dios.
Ser hombre de verdad es espiritualizar la tierra. Transfigurarla con nosotros mismos,
para ayudar a hacer realidad la Nueva Creación que es la finalidad del cristiano.
Y para cumplir de ese modo con los preceptos auténticos que inequívocamente emanan
de nuestra fe hemos de poner manos a la obra. Las cosas posibles que pueden hacerse
son muchas. Deben hacerse dentro de la Iglesia católica y deben hacerse fuera de ella.
Dentro de la Iglesia son muchas las posibilidades. Humildemente yo apunté unas pocas
en una de las recientes ediciones del Congreso Católicos y Vida Pública en Madrid, en
una ponencia titulada Cristianismo y ecología. Ideas y propuestas1[1]. Entre ellas,
proponía la creación de un departamento específico dentro de la Conferencia Episcopal
Española. Pero ,más allá de las medidas institucionales, lo realmente importante son las
actitudes personales de los millones de creyentes que deben manifestar su compromiso
con el bien mediante una forma exigente de vida que les lleve a no anteponer criterios
paganos como el dinero a los de la obligación moral de cumplir con los planes de Dios.
Aquel Dios que creó al hombre en armonía con la Creación, como vemos en el relato
del Génesis. Así era como Dios quiso que el hombre fuese antes de que el hombre se
rebelase contra sus planes. Un hombre que no exterminase las especies, que no
envenenase los ríos, que no arrasara las selvas, que no destruyera las tierras, que no
trastocase, en suma, los equilibrios ecológicos. Por que Dios es equilibrio y el hombre,
para ser imagen suya, debe contribuir al equilibrio.
Iglesia significa asamblea. Y la asamblea de la que habla la Biblia, como por ejemplo en
el libro de Daniel, no es solo una asamblea humana, sino la de todas las criatura
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