1 Naturaleza de la censura. Sus fundamentos doctrinales La censura constituye un tema jurídico que interesa principalmente al derecho de la información, el cual comprende el derecho subjetivo a informar y a ser informado, así como el derecho a expresar ideas y a recibirlas. Naturaleza de la censura. Sus fundamentos doctrinales C o m p ila ció n y a rm a d o S erg io P ellizza D to . A p o y a tu ra A ca d ém ica I.S .E .S La censura constituye un tema jurídico que interesa principalmente al derecho de la información, el cual comprende el derecho subjetivo a informar y a ser informado, así como el derecho a expresar ideas y a recibirlas. El derecho a la información, cuyo desarrollo doctrinal es reciente, tiende a confundirse a veces con el derecho a la libertad de expresión, y de hecho ambos derechos suelen aparecer asociados en el constitucionalismo moderno, como ocurre en el artículo 20 de la actual Constitución española. Fernández Areal define el Derecho de la Información como aquel conjunto de normas jurídicas que tienen por objeto la tutela, reglamentación y delimitación del derecho a obtener y difundir ideas, opiniones y hechos noticiables .1 Esta definición plantea el problema de si en las «ideas, opiniones y hechos noticiables» cabe incluir los mensajes artísticos, tales como la expresión pictórica, literaria, teatral o cinematográfica, que pueden constituir vehículos de ideas a través de ciertas estructuras narrativas o anarrativas. De esta duda doctrinal nace la distinción entre derecho a la información y derecho a la expresión artística. Históricamente, el derecho a la libertad de información y de expresión se acuñó como enunciado programático en la edad moderna, en el marco de las revoluciones burguesas, mediante el artículo 11 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789. Recordemos que dicho artículo reza así: «La libre comunicación de pensamientos y opiniones es uno de los derechos más preciosos del hombre; todo ciudadano puede por lo tanto hablar, escribir e imprimir libremente, si bien es responsable del abuso de esta libertad en los casos determinados por la ley.» De esta declaración fundamental del liberalismo político, que inspiraría ampliamente al constitucionalismo moderno, vale la pena resaltar dos rasgos restrictivos: 2 1. Que el derecho reconocido expresamente afecta únicamente a la comunicación mediante la palabra escrita o hablada. 2. Que este derecho no es ilimitado, sino que aparece restringido por ciertas limitaciones determinadas por la ley. En el plano de las declaraciones programáticas de derechos humanos, un enunciado jurídicamente más completo y técnicamente más correcto de este derecho aparecería formulado después de la Segunda Guerra Mundial, tras la derrota del totalitarismo nazifascista, en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, aprobada y proclamada el 10 de diciembre de 1948 por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Dicho texto dice así: «Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.» A partir de este derecho universalmente reconocido, por lo menos en el plano teórico, e incorporado con formulaciones diversas a las constituciones de los Estados democráticos, conviene plantear el problema de la censura, examinando su naturaleza y sus fundamentos morales y jurídicos, es decir, examinando la cuestión de su legitimidad. La censura es, en principio, una restricción de la libertad de información y/o expresión. Desde este punto de vista, el objeto de la censura son los mensajes que circulan entre emisores y receptores de la información. A este respecto observa Jean-Paul Valabrega que «mientras la prohibición de la ley, en su sentido más general, contempla principalmente acciones, la censura contempla específicamente representaciones, o símbolos. Es decir, mensajes; sean texto, palabra, o, si se prefiere, "discursos" en el sentido lingüístico del término. Es por lo tanto la comunicación misma la que es objeto de la censura. Y la prueba reside en el hecho de que la censura afecta a la vez al emisor y al receptor» 2 Pero la distinción entre acciones y representaciones es menos nítida que lo que sugiere Valabrega y a este respecto, y analizando el alcance de la Primera Enmienda del Bill of Rights estadounidense, escribe Alexander M. Bickel: «La Primera Enmienda proporciona protección al discurso y a otras formas de comunicación, que son relevantes a la obscenidad, pero no protege la conducta. Pero este punto es absurdo. [...] ¿Qué es una exhibición pornográfica en vivo: comunicación o conducta?» 4 A este respecto debe observarse que las representaciones teatrales, en todo caso, son a la vez acciones y mensajes, pero el ejercicio de la censura sobre ellas se efectúa en virtud de su condición de comunicación pública, es decir, en su calidad de mensaje dirigido a un destinatario (el público). 3 El ejercicio censurante de mensajes puede revestir modalidades y formas de aplicación distintas. En relación con el órgano o poder que ejerce la censura, ésta puede ser estatal o privada. La censura estatal es aquella ejercida por algún organismo o institución emanados del poder legislativo, del poder ejecutivo o del poder judicial del Estado. La censura estatal es la censura por antonomasia y a este respecto escribe Olivier Burgelin: «El Estado puede ser considerado como una especie de banquero: es depositario del poder y actúa en lugar de los grupos censurantes y, en cierta medida, en el sentido de sus intereses. Es el Estado el que recibe el encargo de los grupos sociales censurantes de invertir su poder en la empresa de creación cultural. De este hecho: a) el Estado asegura el monopolio del poder y así el del "orden público" al que está asociado; b) la inversión y los deseos de los grupos censurantes en materia cultural reciben una legitimación.» 4 Si el Estado es el agente del poder censor, el ejercicio de este poder puede emanar del poder legislativo, del ejecutivo o del judicial. Por lo general, se entiende por censura aquella restricción administrativa a la libertad de información o de expresión que se fundamenta en el poder ejecutivo y de él recibe su legitimidad. Esta modalidad del ejercicio censor, en cuanto afecta a una parcela esencial de las libertades públicas, ha sido tradicionalmente objeto de críticas acerbas por parte de comentaristas de orientación liberal. Así, Valabrega califica a esta censura como «legalización de lo arbitrario»5. Asimismo, en su alegato contra la censura cinematográfica ejercida por el poder ejecutivo, Juan Antonio Bardem escribe: «A este respecto, hace falta subrayar que en ningún país del mundo las comisiones existentes toman sus poderes del poder legislativo. Siempre es el poder ejecutivo el que las nombra. Este tribunal -que no es nunca elegido, sino nombrado- juzga y condena a ,esa "persona moral" que es la obra de arte cinematográfica según simples criterios, a menudo criterios personales, de casta, de religión, de partido o de razones de Estado, pero nunca según leyes dictadas por el poder legislativo. »Además, y violando todos los principios elementales de derecho, este tribunal, a la vez casi clandestino y perfectamente ilegal dentro de un esquema democrático, juzga sólo las intenciones y nunca los hechos, ya que la obra de arte comparece ante él antes de mostrarse a cualquier otra mirada. La película no es juzgada (absuelta o condenada) sobre los hechos (beneficiosos o nocivos) de los que eventualmente se le podría hacer responsable, sino sobre los qué eventualmente es susceptible de provocar. Aquí empieza el delito de intención, esa noción jurídica que vapulea veinte siglos de civilización.» 6 Las últimas frases de Bardem inciden en una distinción ya formulada por los juristas norteamericanos Thomas B. Leary y J. Roger Noall, quienes estudiaron la radical diferencia entre el control previo de un mensaje antes de que tenga lugar su difusión pública (censura previa) y las sanciones subsiguientes que penalizan a aquellos que han difundido mensajes 4 objetables.7 El primer control constituye la censura previa ejercida usualmente por el poder ejecutivo, mientras la segunda se refiere por lo regular a la acción judicial ejercida sobre mensajes que presuntamente violan alguna norma del ordenamiento penal. Ambas modalidades censoras son muy diferentes, como se verá en páginas ulteriores. La corriente de pensamiento liberal atribuye por lo general mayor equidad y ventajas al control ejercido por el poder judicial. Entre otras garantías se señalan la presunción de inocencia del acusado y que la carga de la prueba recaiga sobre el ministerio fiscal. 8 En algunos países, e independientemente de la normativa penal protectora del «orden público» y de las «buenas costumbres» en materias de comunicación social y de espectáculos, existen instituciones privadas de autocensura, pero que gozan de un reconocimiento por parte de los poderes públicos. Un ejemplo paradigmático de ello lo ha proporcionado la industria cinematográfica norteamericana, que ha creado su propia institución autocensora, como se verá en detalle más adelante. En los países en que tal cosa sucede, la industria estableció tales normas y procedimientos de autorregulación para evitar la ingerencia del Estado y la creación de una censura administrativa por parte del ejecutivo. Olivier Burgelin juzga a esta censura privada como un «equivalente funcional» de la estatal a la que reemplaza.9 El italiano Mino Argentieri ha observado que esta autocensura, para ser eficaz, requiere un alto grado de concentración y de homogeneidad de una industria cinematográfica, lo que explicaría que esta fórmula haya sido adoptada en países como los Estados Unidos, la República Federal Alemana e Inglaterra, países en los que la actividad cinematográfica «depende del poder de grupos monopolistas y financieros que controlan y determinan todas las etapas del proceso productor y comercial»10 Algunos autores han empleado las expresiones «censura empresarial» o «censura económica» para referirse a las cortapisas ejercidas por los productores, distribuidores o exhibidores sobre las películas cinematográficas, generalmente, por razones comerciales, pero a veces también por motivos ideológicos. Sin subestimar la importancia de este control empresarial o económico sobre la comunicación cinemato- gráfica, entendemos que este tema no es pertinente al campo de nuestro trabajo específico y por ello no será examinado aquí."Las razones que se han invocado tradicionalmente para mantener la justificación de la censura, y la de la censura cinematográfica en particular, han sido la de la protección del «bien común», la de preservar las «buenas costumbres» y la de mantener el «orden público». Algunos autores han estudiado de un modo pormenorizado las razones históricas y sociológicas que han fundamentado la institución de la censura cinematográfica, entre ellos Richard S. Randall y Guy Phelps, quienes en síntesis adelantan las siguientes razones: 12 5 1. A diferencia del teatro, la literatura o la pintura, el cine no ofrecía la garantía y respetabilidad histórica de una tradición cultural noble ni de una protección jurídica específica, lo que le hacía más vulnerable a las críticas, ataques o restricciones. 2. A diferencia de los medios de comunicación citados, que eran elitistas o minoritarios, el cine se convirtió desde sus orígenes en un medio de comunicación de masas, dirigido a un vasto público popular, heterogéneo, pero en gran parte compuesto por miembros de la clase obrera con bajos niveles educativos. Su influencia ejercida sobre un público tan vasto y de clases bajas lo hizo sospechoso y potencialmente peligroso para las clases dominantes. 3. A diferencia de la fruición privada del libro o del periódico, la comunicación cinematográfica se efectuaba en amplias salas oscuras y ante un público mixto, compuesto por hombres, mujeres y niños. Este carácter social y promiscuo del espectáculo cinematográfico lo hacía sospechoso a los ojos de los moralistas. (En algunos lugares, como en Madrid el 5 de mayo de 1921, una orden del Gobierno Civil dispuso la separación de los espectadores en razón de su sexo en las salas de cine.) 4. El realismo y sugestión de la imagen fotográfica en movimiento hacían presumir que su eficacia psicológica, su poder emocional y su capacidad para inducir conductas eran superiores a los de cualquiera de los restantes medios de comunicación conocidos y, por lo tanto, digno de especial vigilancia. Esta capacidad del cine fue observada en fecha temprana, y en Italia, ya en 1910, el ministro Luzzatti enviaba una circular a las autoridades locales, señalando que: «Las representaciones cinematográficas, por su viveza y sugestividad, pueden tener una influencia corruptora más deletérea que la prensa, las figuras o los libros.»13 5. Los peligros psicológicos y morales atribuidos al espectáculo cinematográfico se potenciaban en relación con el sector de público juvenil e infantil, de escasa formación, y de mayor impresionabilidad y vulnerabilidad psicológicas ante las imágenes animadas. El tema de la protección de la infancia y de la juventud ante la amenaza de espectáculos dañinos para su personalidad inmadura será una preocupación constante en la historia de la censura cinematográfica. 14 De estas argumentaciones se infiere que la ultima ratio de la censura cinematográfica radica en sus potenciales efectos perniciosos sobre el público. Sin embargo, los científicos sociales están lejos de conocer con exactitud los efectos psicológicos generados por los medios de comunicación de masas, y por el cine en particular.15 Las hipótesis acerca de los efectos psicosociales producidos por las películas cinematográficas están lejos de ser unánimes, debido probablemente a que las respuestas del público se 6 diferencian, de acuerdo con la diferente personalidad de base de cada espectador. En los últimos años los estudios han tendido a concentrarse en investigaciones empíricas acerca de los efectos generados por la pornografía y por la violencia en el público, ofreciendo especial interés el voluminoso informe de la Comisión sobre Obscenidad y Pornografía establecida por el presidente Johnson en los Estados Unidos (1968-1970) y el de la Comisión Nacional sobre las Causas y Prevención de la Violencia (1968-1969), en el mismo país, a los que nos referiremos más adelante. El tema de la pertinencia moral y social de la censura cinematográfica ha sido objeto de amplios debates, que han enfrentado a sus defensores y a sus detractores. Naturalmente, no han faltado las posiciones eclécticas, como la del inglés Alexander Walker, quien escribe que la censura protege al público del oportunismo de la industria del cine y a la industria de la intolerancia del público.16 Posiciones críticas contra la censura cinematográfica han sido mantenidas por tratadistas de orientación liberalprogresista, por liella juzga como "bárbaro"».17 Su fundamento residiría, por lo ejemplo, el francés André Glucksmann escribe que «la cen- sura es un mecanismo de defensa de una cultura, por la cual ésta excluye, rechaza, o simplemente filtra aquello que ella juzga como "bárbaro".17 Su fundamento residiría, por lo tanto, en los efectos perniciosos o destructivos que lo «bárbaro» causa en-la cultura que se desea proteger. Estudiando la jurisprudencia sentada por la sentencia condenatoria en el caso de La religiense, del que se hablará más tarde, René Capitant observa: «Tal jurisprudencia reconoce a una parte de la población -a la que nadie obliga a ir a ver la película- el derecho a prohibir al resto de la población el ver esta película que ella no desea ver.» 18 Efectivamente, uno de los caballos de batalla de la justificación de la censura ha residido en la discusión acerca de la naturaleza de sus criterios, que según unos serían criterios consensuales y ampliamente compartidos por los miembros del cuerpo social y según otros serían criterios contingentes de grupo (intereses o moral de clase, por ejemplo). Este último punto de vista es el sostenido por el marxista Juan Antonio Bardem, en su alegato ya citado contra la censura cinematográfica. En él escribe: «La Administración, defensora de la censura, parece estimar que al igual que la tortura, la Censura es desde luego un mal, pero un menor mal. Así viene a poner en el sitio de honor la casuística medieval, en la cual el menor mal es equivalente a algún bien: quemando las brujas en la hoguera se destruía su cuerpo para salvar sus almas, las suyas y las de los demás. El pensamiento humanista ha considerado siempre la censura de las ideas y de las artes como un mal absoluto, con el que no tendría que haber ningún acomodo: cualquiera que toque autoritariamente, directa o indirectamente, la obra artística, literaria o filosófica de un tercero con la intención de 7 mutilarla o destruirla, comete un crimen. Nada puede justificar o perdonar este crimen y desde luego tampoco la noción de "bien común", que cada vez se invoca. »Siempre en nombre del "bien común" las comisiones de censura en cualquier país, se arrogan el derecho de vida y muerte sobre una obra del pensamiento o del arte que ellos no quieren, no comprenden o que simplemente va en contra de sus costumbres personales o sus creencias.» 19 Así pues, el debate en torno a la fundamentación ética de la censura se polariza doctrinalmente entre su función de defensa de unos intereses sociales generales, cuyo fundamento último residiría en el derecho natural, y su función de defensa de los intereses e ideología de ciertos grupos sociales concretos, impuestos hegemónicamente a los de los restantes grupos sociales.20 Estas dos concepciones han tenido sus formulaciones en las teorías de la «censura social» y de la «censura de clase», respectivamente, que han contado con sus propios teóricos y defensores. Sosteniendo la primera teoría, la de la censura como emanación defensiva de todo el cuerpo social, el filósofo Julián Marías ha explicado: «Cuando la sociedad estima que algo es inaceptable, lo rechaza, ejerce alguna represalia sobre el que lo presenta o propone, y cada persona tiene que contar con ello.» 21 Por el contrario, para Buero Vallejo, la censura «se justifica invocando el bien general y la necesidad de defender la ley, el orden y la moralidad pública o privada; pero defiende, de hecho, intereses o privilegios de las clases dominantes y las estructuras sociales, políticas e ideológicas por ellas mantenidas».22 Como se verá luego, la primera tesis ha sido la regularmente invocada para justificar el ejercicio censor en las cuatro décadas que ha durado el régimen franquista. NOTAS: 1. Introducción al derecho de la información, por Manuel FERNÁNPEZ AREAL, ATE (Barcelona, 1977), p. 52. 2. Fondement psycho-politique de la censure, por Jean-Paul VALABREGA, en «Communications», núm. 9, Ed. du Seuil (París, 1967), p. 117. 3. The «Unhibited, Robust and Wide-Open» First Amendment, por Alexander M. BICKEL, en Where Do You Draw the Line? An Exploration into Media Violente, Pornography, and Censorship, edited by Victor B. Cline, Brigham Young University Press (Provo, Utah, 1974), p. 73. 4. Censure et société, por Olivier BURGELIN, en «Communications», núm. 9, Ed. du Seuil (París, 1967), p. 136. 5. Fondement psycho-politique de la censure, por Jean-Paul VALABREGA, O p . Cit., p. 115. 8 6. Una reflexión sobre la causa cinematográfica, por Juan Antonio BARDEM, en Arte, política y sociedad, Editorial Ayuso (Madrid, 1976), pp. 24-25. 7. Entertainment: Public Pressures and the Law, en «Harvard Law Review», tomo LXXI (1975), p. 326. 8. La defensa del control judicial aparece en Censorship of the Movies. The Social and Political Control of a Mass Medium, por Richard S. RANDALL, The University of Wisconsin Press (Madison, Milwaukee y Londres, 1968), p. 148. 9. Censure et société, por Olivier BURGELIN, op . c it., p. 132. 10. La censura va abolita ma non con l’autocensura, en «L'Unitá» (5 de mayo de 1961). 11. Existe bibliografía sobre la censura empresarial en varios países. Un estudio con datos abundantes referidos al cine estadounidense es The Unkindest Cuts. The Scissors and the Cinema, por Doug McCLELLAND, A. S. Barnes and Co. Inc. (South Brunswick y Nueva York, 1972). Sobre la censura comercial de la distribución en Italia véase La censura del mercado, por Aldo BERNARDINI, Sergio FROSALI y Bruno TORRI, Marsilio Editore (Venecia, 1975), libro que incluye un catálogo de cerca de cuatrocientas películas presentadas en festivales internacionales entre 1963 y 1973 y no distribuidas en el mercado italiano. 12. Censorship of the Movies, por Richard S. RANDALL, op. cit., pp. 911, Film Censorship, por Guy PHELPS, Victor Gollancz Ltd. (Londres, 1975), pp. 20-23. 13. Citado por Giacomo GAMBETTI en Cinema e Censura in Italia, Edizioni di Bianco e Nero (Roma, 1972), p. 24. 14. Sobre este tema véase Contróle cinématographique et protection des jeunes, por Henri MICHARD, en « Communications», núm. 9, Ed. du Seuil (París, 1967), pp. 54-63. 15. Una buena introducción al estudio de los efectos sociales de los medios de comunicación se halla en The Effects of Mass Communication. An Analysis of Research on the Efectiveness and Limitations of Mass Media in Influencing the Opinions, Values, and Behavior of their Audiences, por Joseph T. KLAPPER, The Free Press (Nueva York, 1960). 16. Las opiniones de Alexander Walker sobre la censura cinematográfica se pueden hallar en sus prólogos a Film Censorship, por Guy. PHELPS, op. cit., p. 12, y a What the Censor Saw, por John TREVELYAN, Michael JOSEPH (Londres, 1973), p. 14. 17. La métacensure, por André GLUCKSMANN, «Communications», núm. 9, Ed. du Seuil (París, 1967), p. 75. 18. Citado por Jean-Jacques BROCHIER en Les arguments contre la censure, en «Communication», núm. 9, Ed. du Seuil (París, 1967), p. 72. 19. Una reflexión sobre la causa cinematográfica, por Juan Antonio BARDEM, op. cit., pp. 23-24. 9 20. Para una interpretación ideológica de la función social de la censura véase Censures, por J. M. GENG, Epi Editeurs (París, 1975). 21. Censura y política en los escritores españoles, por Antonio BENEYTO, Ed. Euros (Barcelona, 1975), p. 66. 22. Censura y política en los escritores españoles, por Antonio BENEYTO, Op. cit., p. 22.