Título: “La Santísima Trinidad: fuente y modelo de la vida social y de la ética política” Comisiones sugeridas: 14 o 21. Autor: Prof. Lic. Jorge Fazzari – UCA (doctorando en la Facultad de Teología, y docente de Teología en varias Facultades de Puerto Madero). Resumen: Nuestros obispos nos han dicho en el número central de Navega mar adentro: “Hoy... queremos reafirmar el mensaje fundamental:... LA TRINIDAD ES EL FUNDAMENTO MÁS PROFUNDO DE LA DIGNIDAD DE CADA PERSONA HUMANA Y DE LA COMUNIÓN FRATERNA” (NMA 50). Y el Catecismo ya nos había dicho que: “El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana” (CCE 234). Y el Papa Benedicto nos ha recordado que: “Ves la Trinidad si ves el amor” (DCE 19). Por eso, los cristianos tenemos un Fundamento inconmovible para afirmar realidades y valores sociales como: la familia, la amistad, el compartir, la comunión – que es unidad en la diversidad– y la solidaridad. Y también para sostener principios de ética política como: la igualdad, el respeto de la legítima diversidad, el poder vivido como servicio, el diálogo, y la conjunción de los valores, sin acentuaciones unilaterales que dañan a la sociedad. La conciencia y valoración de este fundamento trinitario, su contemplación como modelo, y su invocación como ayuda necesaria para construir una sociedad más fraterna es lo que queremos tratar en esta comisión. 1. Compartir y vivir en comunión, a la luz de la Divina Trinidad. 1. Compartir. A los seres humanos, a veces, nos cuesta compartir. Solemos ser egoístas. Y, a veces, la experiencia nos demuestra que vivir encerrados en nosotros mismos – sin compartir nuestra vida y nuestros bienes– nos conduce a un aislamiento mortal. En cambio, cuando uno contempla el divino misterio de la Trinidad, vemos que el Padre engendra al Hijo comunicándole su propio ser divino. El Padre –Quien es “la fuente y el origen de toda la divinidad”– 1 comunica al Hijo esa divinidad y, al comunicarla, lo engendra. Y, a su vez, el infinito y mutuo don de amor entre el Padre y el Hijo hace proceder a la Persona-Amor: el Espíritu Santo. 2. Darse al otro. Con todo esto, vemos que en la Trinidad el compartir es mucho más que eso: es darse al Otro. Es la total profundidad del compartir, pues no sólo se dan cosas, sino que se da la Persona. El Padre se da todo entero –sin perderse– para comunicar todo aquello que Él es y, comunicándolo, engendra al Hijo. A su vez, el 1 CCE 245, citando el Concilio de Toledo VI (año 638), DS 490 Padre y el Hijo se dan, y así hacen proceder a la Tercera Persona. Y el Espíritu Santo, a su vez, siendo el Amor, se entrega al Padre y al Hijo.2 3. Comunión. Contemplamos, entonces, que este “dar y darse” es el corazón de la Comunión consustancial de las Tres Personas.3 De la misma manera, si las personas creadas sabemos compartir mutuamente, y nos damos a los demás recíprocamente, el fruto exquisito de estas actitudes es la común-unión. Compárense ahora estas tres actitudes que nos enseña la Trinidad –y que el Hijo hecho hombre nos mostró de modo tan concreto y evidente– con las actitudes de codicia, opresión, violencia y división que vemos cotidianamente... y veremos cómo el dogma de la Santísima Trinidad es un mensaje profético para todo tiempo y para todo lugar. 2. La comunión es “unidad en la diversidad”. 1. Meditación. En la meditación anterior hemos visto que la comunión de la Trinidad tiene como corazón el “don de Sí mismo” que las Personas Divinas hacen mutuamente. Pero podemos avanzar más aún. Una de las cosas que más nos cuesta a los seres humanos es la convivencia con aquellas personas que piensan o sienten distinto que nosotros. El diálogo y la tolerancia –a veces– se vuelven difíciles, a pesar de que estamos buscando metas comunes, y estamos tratando de vivir los mismos valores de verdad, justicia, fe y amor. Y –a veces– nosotros pensamos que estamos haciendo una gran cosa soportando o tolerando al que es “distinto y opuesto”. En cambio, en la Trinidad el Padre engendra al Hijo, que es el “distinto y opuesto”. Pues “ser padre” y “ser hijo” son lo distinto y opuesto.4 Es decir, que el Padre –Quien (repitámoslo una vez más) es “la fuente y el origen de toda la divinidad”– no sólo soporta o tolera al Hijo, sino que “hace ser” al Hijo. De este modo, vemos que la comunión trinitaria no sólo se realiza entre Personas distintas y opuestas sino que, incluso, el Padre –al engendrar al Hijo– genera a la Persona distinta y opuesta. Por tanto, el hecho de que nosotros seamos distintos y opuestos no debe llevar a la negación del otro, sino a la aceptación del otro; e incluso –en cuanto de nosotros depende– a “hacer ser” al otro, con su diferencia y oposición. Avanzando en la contemplación del misterio de la Trinidad, vemos que también son muy diferentes la Segunda y la Tercera Persona, pues uno es el Hijo engendrado por el Padre, y el otro es el Espíritu Santo que procede del Padre y 2 Para profundizar estos temas, ver la meditación siguiente, y también la meditación 21, tema 3. Las relaciones de origen. 3 CCE 248. 4 Con una oposición, que no es de conflicto o de contradicción, sino de relación. del Hijo. El Espíritu Santo no es otro Hijo; ni siquiera su origen es semejante al del Hijo, pues no es engendrado, sino espirado; no es generado, sino procedente. Por tanto, en la Trinidad tenemos a Tres Personas bien distintas: no hay tres Padres, ni tres Hijos, ni tres Espíritus Santos. Son Tres completamente distintos. Y tienen una comunión tan profunda, que son consustanciales: “A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo”.5 Y demos un paso más. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Tres Personas realmente distintas entre sí, y también son distintas en cuanto a sus propiedades personales. Pero, al mismo tiempo, tienen la misma y única naturaleza divina. Y también tienen idéntica actitud: compartir, darse a los demás, vivir en comunión de Vida, Luz y Amor.6 Y, así, contemplamos en la Trinidad que ser Personas distintas y tener diferentes propiedades personales no atenta contra la comunión, sino que es constitutivo de la comunión.7 También esto es un mensaje y un modelo para nosotros. Pues también los seres humanos somos personas distintas y con diferentes propiedades personales. Y tenemos en común, también, el pertenecer a la misma naturaleza humana. ¿Qué nos falta, entonces, cuando no logramos la comunión? Pues nos falta tener las mismas actitudes: saber compartir, darse a los demás, vivir los valores de Vida, Verdad y Amor, que fundamentan la comunión entre nosotros, la resguardan y la acrecientan. Ya San Pablo nos mostraba en su 1ª Carta a los Corintios (12, 12-26) que, si bien somos “estructuralmente” distintos –como los distintos órganos del cuerpo– la común-unión se produce si cada uno sabe compartir y sabe darse a los demás. Y, justamente por esto, esta reflexión de San Pablo culmina hablando del amor: “Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada. El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, CCE 255, citando el Concilio de Florencia (del año 1442). “Comunión consustancial” en CCE 248. Nos dice CCE 470: “Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las actitudes divinas de la Trinidad”. Donde la traducción española dice “actitudes” el texto latino dice “mores”, palabra de la cual deriva nuestra palabra “moral”. El Catecismo nos dice, pues, que el Hijo –al hacerse hombre– nos revela la ética interna de la Comunidad Trinitaria. 7 Incluso, podemos ver aquí un fundamento trinitario de la “soledad existencial” que a veces experimentamos los seres humanos. Pues, a pesar de encontrarnos rodeados de personas –e, incluso, rodeados de personas que nos aman– a veces experimentamos una soledad incompartible, pues está basada en nuestra propia identidad personal, que es única e irrepetible. Y contemplamos “algo así” en la Trinidad: en ella hay un sólo Padre, un sólo Hijo, un sólo Espíritu Santo; cada una de las Personas es única, y con una identidad personal irrepetida e irrepetible. Por eso, afirmando por un lado la comunión infinita que son los Tres Infinitos, también podemos afirmar –paradojalmente– la “infinita soledad” de cada Uno de Ellos. 5 6 no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás... En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande todas es el amor.” (1ª Cor 13, 1-8.13). 2. Conclusiones sintéticas. 1. Vemos que el Padre no existe sin el Hijo. Ni siquiera tiene sentido llamarse “Padre” si no hay un Hijo. Sus propios nombres personales ya manifiestan la existencia de Otro y la relación con Otro. 2. Formulándolo de un modo más completo: el Padre no existe sin el Hijo. Nunca “estuvo” el Padre sin el Hijo.8 3. Incluso, podemos preguntarnos: ¿acaso puede el Padre existir sin el Hijo? 4. Y lo mismo vale para la relación del Padre y del Hijo con la Persona del Espíritu Santo. 5. Vemos, entonces, que en la mismísima Trinidad Divina, cada Persona es con las Otras. 6. Por lo tanto: ¿cómo podemos nosotros pretender ser autosuficientes? ¿Cómo podemos pretender que nos bastamos a nosotros mismos para ser, para conocer, para vivir...? 7. De modo semejante a como sucede en la Trinidad, las personas humanas no podemos ser sin los otros. Y la diferencia del otro no es una maldición –como pensaron algunos–; incluso vislumbramos que la complementariedad con los otros no implica carencia, sino perfección, pues también hay complementariedad entre las Personas Divinas... y –obviamente– no hay nada imperfecto en la Divinidad. A esta perfección, quizás, podríamos llamarla “ser con los otros”, lo cual es más perfecto que “ser aisladamente”. 8. Esto nos debe llevar a agradecer y bendecir la existencia de los otros, sobre todo en cuanto distintos. Y a cultivar el diálogo, la comunicación y la comunión, que nos “permiten ser” a todos de una manera más plena, a semejanza de la Trinidad.9 3. Aplicaciones a la vida cotidiana. 1. El diálogo es una actitud y una actividad irrenunciable, surgida de nuestro mismo ser, que es “a imagen de la Trinidad” 2. La persona distinta y opuesta no sólo debe ser tolerada o aceptada, sino amada y sostenida en su ser, en cuanto de nosotros depende. La diversidad del otro debe alegrarnos, pues nos procura asombro, fascinación ante lo distinto y oportunidad de crecimiento. 8 Para profundizar este aspecto puede ver la meditación 22: El Padre engendra y el Hijo es engendrado, pero igual son coeternos. 9 Ver CCE 1702 y 1878. 3. La uniformidad no es bien, pues vemos que la misma Trinidad es comunión de Tres bien distintos. La comunión es “unidad en la diversidad”. La comunión es el “justo medio” entre la uniformidad –que anula la riqueza de la diversidad– y la división, que atenta contra la solidez de la unidad. 4. En la mismísima Trinidad Divina, cada Persona no es sin las Otras. Por tanto: no pretendamos ser autosuficientes, ni tengamos la arrogancia de que nos bastamos a nosotros mismos para ser, para conocer, para vivir...10 5. “Ser con los otros”, saber vivir en comunión, es signo de perfección, a imagen de la Trinidad. 3. La pobreza y la humildad... ¡de las Personas Divinas! La pobreza y la humildad son dos virtudes que no solemos relacionar con el misterio de la Santísima Trinidad. Y, sin embargo, si lo meditamos un poco, veremos que las Personas Divinas también son modelo para nosotros, en lo que se refiere a estos dos valores morales. 1. Pobreza. Lo único que tiene de propio cada una de las Personas Divinas es su identidad personal, su propia Persona. Todo lo demás es común, hasta el punto que cada una de Ellas es la única naturaleza divina. Cada ser humano tiene su propia naturaleza humana individual, en cambio las Personas Divinas “tienen” –o, mejor dicho, son– una sola naturaleza divina. Las Personas Divinas lo comparten todo, todo lo tienen en común... y si tenemos claro que lo divino es más perfecto que lo humano, la conclusión es... ¡compartir es más perfecto que tener cosas privadas! En una época donde campean las privatizaciones, la medicina privada, los barrios privados, la seguridad privada, etc., vemos una razón más por la cual nuestra época está más cerca del infierno que del Cielo. 2. Humildad. En la acción salvadora de la Trinidad en la historia, vemos que cada Persona Divina le cede el protagonismo a las otras. Pues, el Padre no se pone a Sí mismo en el centro, sino que pone a su Hijo como centro de la historia de salvación. Pero, a su vez, el Hijo siempre está hablando del Padre y conduciéndonos hacia el Padre. Y el Espíritu Santo es tan humilde –siempre llevándonos al Hijo y al Padre–, y es tan delicado en su acción, que –muchas veces– ni siquiera Le tenemos en cuenta. 10 La humildad es un presupuesto básico para el diálogo: cuanto mayor es, mejor es el diálogo. Y la humildad no es menosprecio de sí, sino captación lúcida de la propia situación real en el universo: somos precarios, limitados; tenemos ignorancias y errores. Y, si hay alguna duda, preguntémonos ¿quién puede decir siquiera que se conoce perfectamente a sí mismo? También por esto, el diálogo con “el distinto y opuesto”, puede enriquecer nuestras precariedades y corregir nuestros errores. 3. ¿Y nosotros? Si las Personas Divinas ostentan tal desprendimiento y humildad, siendo Perfectas e Infinitas ¿qué esperamos nosotros? Ante el desprendimiento increíble del Padre, que dio lo más preciado que un padre tiene, pues “entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.” (Jn 3,16) ¿Cómo podemos seguir siendo mezquinos? Ante la humildad insondable del Hijo, que siendo “de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y... se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (Fil 2, 6-8) ¿Cómo podemos seguir siendo tan orgullosos? Ante la servicialidad del Espíritu Santo, que “viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido” (Rom 8,26) ¿Cómo podemos seguir siendo tan egoístas? Que el ejemplo supremo de las Personas Divinas nos estimule a ser –también nosotros, a su “imagen y semejanza”– generosos, humildes y serviciales. 4. La Santísima Trinidad y la familia. 1. Comunidad. La naturaleza humana es creada “a imagen y semejanza” de la naturaleza divina. Pues –como la naturaleza divina– también la naturaleza humana existe, con inteligencia, voluntad, libertad, etc. Y la comunidad humana es creada “a imagen y semejanza” de la Comunión consustancial de las Personas Divinas. Por eso podemos decir que: “La imagen divina está presente en todo hombre. Resplandece en la comunión de las personas a semejanza de la unidad de las Personas Divinas entre Sí” (CCE 1702). 2. Familia. La comunidad humana más básica y natural es la familia. Y en ella se refleja especialmente la imagen y semejanza con la Trinidad, tanto en su ser, como en su obrar: “La familia... es una comunión de personas, reflejo e imagen de la Comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios.” (CCE 2205). En la familia –a semejanza de la Trinidad– hay una comunidad de personas unidas por el amor. Y en la familia –también a semejanza de la Trinidad– hay unidad y diversidad: mujer y varón; adultos y niños; jóvenes y ancianos. También hay diversidad de personalidades, dones y capacidades. Y –como sucede en la Trinidad– esta diversidad tiene que ser motivo de riqueza: cada uno aporta “lo suyo” para mayor esplendor de la familia. En este sentido, también se descubre a la sexualidad humana como una particular concreción de la semejanza divina. Pues así como las Personas Divinas “están la Una en la Otra”,11 cuando el hombre y la mujer se unen “los dos llegan a ser una sola carne” (Gén 2,24). Y la palabra “carne” en la Biblia es muy expresiva y concreta. En este caso es como decir que el hombre y la mujer, al unirse, constituyen una “unidad orgánica”. Y, así como en las Personas Divinas la unidad no sólo no anula la diversidad, sino que la recalca; así también en el matrimonio –y en la unión sexual– la mujer recalca su femineidad ante la masculinidad del varón, y el varón recalca su masculinidad, ante la presencia de la mujer. Y esto se prolonga a los diversos aspectos, dones y capacidades que tenemos las personas. Con el riesgo de caer en una visión demasiado esquemática, podríamos decir que el varón busca lo práctico y la mujer cuida lo estético; el varón representa la fuerza, y la mujer encarna la ternura... Esto también sucede en relación con los hijos, pues –ante ellos– el padre representa la ley, y la madre la misericordia; el padre trae “lo de afuera”, mientras que la mujer tuvo a sus hijos “adentro”... Por eso, por una parte, la mujer y el varón tienen una “igualdad y diferencia queridas por Dios” y por otra parte, son “el uno para el otro”, “una unidad de dos”.12 3. Meditación sobre los hijos. La relación existente entre la persona del hijo en el matrimonio y la Persona del Espíritu Santo en la Trinidad, merece una meditación complementaria. Antes de que nazca el primer hijo, el amor del matrimonio ya es muy rico, pues es comunión, sentimiento, vínculo, alianza, sacramento... Pero cuando nace el primer hijo sucede algo maravilloso: vemos que nuestro amor se ha hecho persona. Nuestro amor ha tomado consistencia propia, y está ante nosotros con su propia identidad. Tiene algo de tí, y tiene algo de mí; pero no es ni tú, ni yo: es él. Es otro, pero es uno de nosotros. Es una tercera persona, pero no ha venido “de fuera”, sino que a surgido “de dentro”. Y, por eso, podemos decir que el hijo –como tercera persona en la familia– es “imagen y semejanza” de la Tercera Persona Divina. Pues el Espíritu Santo es la “Persona-Amor”, en Quien el Amor del Padre y del Hijo es consistencia personal, con su propia identidad. Y el Espíritu Santo no es ni el Padre, ni el Hijo: es Él mismo. Es Otro, en ese Nosotros Trinitario. Y, esta Tercera Persona no ha venido “de fuera”, sino que procede de las Otras Dos. Es fascinante contemplar cómo la Trinidad deja su huella maravillosa en todo lo que hace.13 “A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo.” (CCE 255). 12 Ver CCE 369-373. 13 Incluso se podría ver una lejana reminiscencia de lo masculino y lo femenino, en el Padre que “se da” y el Hijo que es “receptivo”; y todo esto, sin que menoscabe la igualdad de dignidad y la unidad de naturaleza (ver SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, I, 27, 2, ad 3 y I, 42, 1). 11 5. La Santísima Trinidad y la convivencia política. La Trinidad no sólo es la Realidad Suprema de la fe, sino que también es el Modelo Supremo de la ética. Ante las situaciones de contienda y de lucha que hay entre los seres humanos, siempre pienso: “Si los cristianos hubiéramos predicado más sobre el misterio de la Trinidad, quizás no estaríamos así”. Y, a este respecto, es muy significativo que en las últimas dos décadas se hayan publicado numerosos libros que muestran a la Trinidad como modelo de la sociedad humana. 14 Por eso, siempre es bueno recordar o clarificar algunas enseñanzas sobre ética política que se derivan del Misterio Trinitario. 1. Igualdad. Las Tres Personas Divinas existen “sin distinción de sustancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje”. 15 De modo parecido, todos los seres humanos tenemos la misma dignidad de personas, todos tenemos la misma naturaleza humana. Y de aquí se deriva la igualdad de derechos y oportunidades que todos debemos tener en la comunidad política. Esto también se aplica a la comunidad internacional, donde las diversas naciones y culturas deben poder expresarse en igualdad de condiciones, para beneficio de todos. 2. Respeto de la diversidad. Por otra parte, las Tres Divinas Personas son real y profundamente distintas entre Sí: ser Padre y ser Hijo son realidades relacionalmente opuestas. Asimismo, el Hijo y el Espíritu Santo son diferentes entre Sí.16 Estas diferencias tan nítidas en el seno de la Comunión Infinita de la Trinidad, deben enseñarnos a vivir en el diálogo, la tolerancia, y el espíritu de paz y comunión social, sabiendo que las diferencias en la comunidad política –nacional e internacional– pueden ser oportunidades de complementariedad, que enriquezcan la convivencia social. Como conclusión de estos dos primeros puntos, podríamos decir que en la comunidad humana –a semejanza de la Comunidad divina– somos “todos iguales y todos distintos”: iguales en naturaleza y dignidad, y diferentes en cuanto a nuestras características, capacidades y dones. 3. El poder vivido como servicio. 14 A este respecto se puede leer el capítulo I del trabajo de ENRIQUE CAMBÓN, La Trinidad, modelo social, Madrid, 2000. 15 SAN GREGORIO DE NACIANZO, Oraciones 40 (PG 36, 417); citado en CCE 256. 16 Para profundizar estos aspectos se pueden ver las meditaciones 20 a 22. El Padre es “la fuente y el origen de toda la divinidad” (CCE 245). Pero esto no se transforma en imposición sobre las otras Personas, sino que el Padre comunica esta divinidad al Hijo y, comunicándosela, lo engendra y “lo hace ser”. De modo semejante, la autoridad en la comunidad política debe estar al servicio de los demás, para que todos tengan una vida mejor. Y todo aquel que, de algún modo, tenga alguna superioridad a causa de sus talentos, dones o riqueza, debe poner esto al servicio de los demás. De todo esto nos ha dado ejemplo concreto el mismo Hijo de Dios “que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida” (Mc 10,45) y “que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza” (2ª Cor 8,9). 4. Comprensión y solidaridad. Si aceptamos realmente el hecho de que todos los seres humanos somos iguales en dignidad, de allí surge también el igual valor que debemos atribuirnos mutuamente... y concretamente: valorar al otro como a “un igual” y procurar que todos tengamos acceso a todos los bienes. También esta realidad humana se deriva de la Trinidad, pues en Ella cada Una de las Personas Divinas ama a las Otras como a Sí misma. Y, de allí, surge para nosotros el mandamiento que nos trae la Palabra de Dios: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,39). Si hiciéramos de este principio la base de nuestra vida social, surgirían naturalmente el mutuo aprecio, la comprensión y, sobre todo, la solidaridad como actitudes fundamentales de nuestra convivencia. Y, así como en la Trinidad esta actitud es recíproca entre las Tres Divinas Personas, también en nuestra convivencia social deberían plasmarse como actitudes recíprocas (“de todos hacia todos”), lo cual tendría como fruto una sociedad, donde todos y cada uno saldríamos altamente beneficiados. Y no solo tendríamos beneficios de orden práctico –una sociedad más justa, benévola y solidaria– sino, sobre todo, el beneficio espiritual de vivir de acuerdo a nuestro ser de “imagen de Dios” porque: “...existe cierta semejanza entre la unidad de las Personas Divinas y la fraternidad que los hombres deben instaurar entre ellos, en la verdad y el amor.” (CCE 1878). 5. Conjunción de los valores. Históricamente ha sucedido –y sigue sucediendo– que personas y sociedades enarbolan un valor –o algunos de ellos– como su ideal. Pero, al mismo tiempo olvidan o excluyen otros valores igualmente importantes. Así, hemos visto –y vemos– que se sacrifica la libertad en aras de la “seguridad”; se sacrifica la justicia o la solidaridad en nombre de la libertad; y –lo más aberrante– se sacrifican seres humanos en nombre del dinero, del mercado, o del afán de poder. En cambio, el verdadero humanismo conjuga los valores, pues busca una sociedad donde la verdad, la justicia, la libertad y la solidaridad se realicen simultáneamente. Ciertamente, es una empresa difícil, pero no podemos renunciar a ella, a menos que queramos socavar los cimientos de la convivencia social. Y esto también se fundamenta en la Trinidad. Pues la Trinidad es la realización simultánea, perfecta e infinita de todo bien y de todo valor. La Trinidad es la Sabiduría, la Bondad, la Omnipotencia, la Belleza... todo al mismo tiempo y en una sola realidad. Pues, como dice San Bernardo: “entre todas las cosas que se dicen uno, la unidad de la divina Trinidad tiene la cúspide”.17 Tomado del libro del propio autor, “Meditaciones sobre la Trinidad”, Claretiana, Buenos Aires, 2005. SAN BERNARDO, Sobre la consideración, 5, 19,1. En esta obra sublime, San Bernardo llama“consideración” lo que hoy nosotros llamamos “meditación”. 17