María Santísima, nuestra Madre espiritual 1. ¿Quién es María Santísima? María Santísima es la madre de Jesucristo y nuestra madre. 2. ¿Cuál es la grandeza fundamental de María Santísima? La grandeza fundamental de María Santísima, la que le confiere una dignidad inmensamente superior a la de las otras criaturas humanas, aun en el orden sobrenatural, es su maternidad divina. 3. ¿Es María verdaderamente Madre de Dios? Como María engendró verdaderamente al Verbo de Dios según la naturaleza humana, siendo su Hijo Dios, es sin duda Madre de una persona que es Dios y, por lo tanto, Madre de Dios. 4. ¿Eleva más a María la maternidad divina que la gracia santificante? Sí; la maternidad divina la levanta más que la misma gracia santificante, porque la hace pertenecer al orden “hipostático”, es decir al orden de la Encarnación del Hijo de Dios, que dice relación a la unión de la misma naturaleza divina con la naturaleza humana en la Persona del Verbo; mientras la gracia santificante, que se une a nuestra naturaleza para elevarla al orden sobrenatural, no es más que una participación de la naturaleza divina. Por su divina maternidad, María pertenece al orden de la Encarnación, en cuanto que la Santísima Trinidad se sirvió de ella para revestir el Verbo de carne humana. 5. ¿Fue María Madre de Dios libremente? Sí; María fue madre de Dios libremente, porque Dios, mediante el ángel Gabriel, el día de la Anunciación le pidió su consentimiento, al cual siguió inmediatamente la concepción del Verbo en la naturaleza humana por obra del Espíritu Santo. Al decir María las trascendentales palabras: “Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum”, entró María de lleno en el plan divino, por el que el Señor la 1 asociaba, mediante esa maternidad, a la obra entera de su Hijo, haciéndola a un tiempo su madre y su colaboradora. 6. ¿De qué modo conocemos la voluntad de Dios d asociar a María a la obra del Redentor? Venimos en conocimiento de esta divina voluntad por la profecía hecha a Adán después de su caída y conocida en la tradición católica con el nombre de “Protoevangelio”. Sabemos por ahí que la madre del Redentor había de ser asociada a su triunfo sobre la nefasta serpiente. Y esto mismo es confirmado y declarado por la antigua tradición patrística, que llamó a María la “nueva Eva”, asociada a la restauración operada por el nuevo Adán, así como la primera Eva lo estuvo a la destrucción de la gracia producida por el Adán primero. 7. ¿Fue el alma de María, en previsión de una misión tan alta, revestida por el Señor de algún privilegio? Sí; en atención a su misión altísima, el Señor preservó a María del pecado original, porque no convenía que la que debía llegar a ser madre de dios y cooperadora del Redentor, fuese esclava del demonio ni siquiera un solo instante; además, la preservó también con su eficacísima protección de todo pecado actual, para no tener que encontrar nunca en su madre el más leve motivo de desagrado. Y para que no le faltase siquiera la gloria de la integridad corporal, la dotó de virginidad perpetua, conservada a pesar de su maternidad; y, en fin, revistió su alma de una gracia santificante inmensa, que vino a ser en ella la raíz de un mérito capaz de extenderse a la consecución de toda la gracia destinada a la humanidad. En efecto, como enseñó Pío X, María “mereció con un mérito fundado en la benévola aceptación de Dios (de congruo) lo que mereció Cristo en todo rigor de justicia (de condigno)”. Junto con Cristo, pues, procuró María nuestra justificación y la restauración del orden de la gracia. 2 8. ¿Qué deducimos de los privilegios de María Santísima respecto a nuestras relaciones con ellas? De los privilegios de María Santísima deducimos, en primer lugar, que en el orden sobrenatural es María nuestra madre. Llamamos madre en el orden natural a la mujer que nos ha dado la vida; ahora bien, como María mereció la restauración del orden de la gracia, principio de la vida espiritual, es verdaderamente en este orden la mujer que nos ha dado la vida. El título de “madre” con que llamamos a María no es, por lo tanto, meramente una expresión de afecto, sino una auténtica realidad, aunque de orden superior al de la naturaleza. 9. ¿En qué preciso momento vino a ser María nuestra Madre? María vino a ser madre nuestra precisamente cuando, al pie de la Cruz, ofrecía la divina víctima al Padre celestial uniéndose a Jesús Redentor, que se inmolaba por nuestra salvación y que en aquel momento cumplía la obra de nuestro rescate. Entonces, juntamente con Jesús, nos ganaba María la gracia que habíamos perdido; era, pues, justo que en aquella hora solemne nos la diese Jesús por madre, como lo hizo en efecto, diciendo al apóstol San Juan en nombre de todos sus discípulos: Ecce mater tua! 10. ¿Se reducen los oficios maternales de María para con nosotros a la restauración del orden de la gracia? No; porque, siendo María de un modo absoluto cooperadora de Cristo, su cooperación a la obra redentora no se limita al conseguimiento de la gracia, sino que se extiende también a la distribución de la misma. La misión de Cristo no se acaba con la fase dolorosa, que culmina en su muerte y en la que nos mereció la gracia, sino que se continúa en la fase gloriosa, en la que, después de la resurrección, derrama de continuo sobre nuestras almas las gracias por él merecidas. María, cooperadora de Cristo, está asociada también a esta segunda fase de su misión, en la que sigue ejercitando oficios verdaderamente 3 maternales para con nuestras almas, procurándonos de continuo cuanto necesitamos en el orden sobrenatural. 11. ¿De qué modo ejerce María su misión de distribuidora de la gracia? Hemos de recordar que el Señor asoció a María de todos los triunfos de Cristo, resucitándola gloriosamente e introduciéndola consigo en el cielo, para comunicarle el dominio espiritual sobre todo el orden de la gracia, que ella ganó juntamente con Cristo y que, por lo tanto, le pertenece también. Junto con Cristo está ella delante del trono del Padre celestial para impetrarnos con su omnipotente oración las gracias que nos son necesarias. Como María goza ahora de la visión beatífica, ve también en Dios a todas las almas con todos sus deseos, sus aspiraciones, sus plegarias; y su amor maternal a nosotros la mueve a mirarlas favorablemente y a presentar de continuo al Señor sus súplicas a favor de nuestras almas. Así, pues, las gracias se nos conceden no solamente por el influjo de Cristo, sino también por el de María, y el cuidado con que rodea de solicitudes nuestras almas, procediendo de su amor maternal apra con nosotros, constituye también una actuación de su maternidad espiritual. 12. ¿Es, por lo tanto, muy amplia la dependencia de nuestra vida espiritual de María Santísima? Se debe decir que nuestra vida espiritual depende toda de ella. En efecto, toda nuestra vida espiritual es obra de la gracia, y no hay gracia concedida a las almas que no venga por manos de María. Y esto no sólo porque nos mereció dichas gracias, sino también porque nos las distribuye, obteniéndolas de Dios con su intercesión poderosa. Por eso se llama a María “Medianera de todas las gracias”. 13. ¿Cómo podemos reconocer prácticamente esta dependencia de nuestra vida espiritual de María? Podemos reconocer prácticamente esta dependencia total de nuestra vida espiritual de María, consagrándola toda a ella. Es muy justo; porque, si todo lo hemos 4 recibido de ella, podemos también de alguna manera restituírselo todo con una consagración semejante. Dicha consagración no lesiona en lo más mínimo los derechos de Cristo sobre nuestra alma, porque es claro que, no habiendo recibido de María nada independientemente de Cristo, tampoco nos consagramos a la Virgen Santísima prescindiendo de él. Nuestra consagración debe dirigirse juntamente a Jesús y a María; así la entendieron los Santos. 14. ¿A título de qué podemos hacer dicha consagración? En la tradición espiritual encontramos especialmente dos títulos: el de siervo, que corresponde a la realeza de María sobre nosotros, y el de hijo, que corresponde a su maternidad espiritual. 15. ¿Qué título parece el mejor? El que atrae más universalmente a las almas es el título de filiación, porque evoca más directamente al afecto maternal de María para con nosotros, afecto que nos sirve de tanto consuelo en el duro camino de la vida. Por otra parte, no insinúa menos que el de siervo o esclavo nuestra total dependencia de María, si consideramos que, como Jesús, desea María que seamos siempre en la vida espiritual “pequeñuelos”, que nada quieren emprender con criterio propio y personal, sino prefieren dejarse guiar siempre por el querer divino, que es también el querer de nuestra Madre celestial. Parece, pues, que la mejor actitud de nuestra alma para con María es la de querer vivir en todo como verdaderos hijos de nuestra divina Madre. 5