Emanuel Swedenborg (1688-1772) Retrato de Swedenborg a los 80 años (1768) Óleo sobre lienzo de Fredrik Bränder (Nordiska Museet, Estocolmo) Emanuel Swedenborg, científico, filósofo y autor de gran número de obras religiosas, es uno de los suecos de renombre internacional. Honoré de Balzac llegó hasta llamarle el Buda de los países nórdicos. Swedenborg, que vivió varias décadas en el extranjero, en Amsterdam y Londres, tuvo fuertes vivencias religiosas y consideró que podía dar cuenta de vislumbres tanto del cielo como del infierno. Los discípulos congregados a su alrededor en Londres fundaron, algunos años después de su muerte, la Nueva Iglesia, que posteriormente, tuvo nuevas comunidades en Inglaterra, Estados Unidos y Australia, entre otros países. Su obra ha sido traducida a 30 idiomas, y la Sociedad Swedenborg de Londres ha asumido la tarea de lograr que no se olvide al místico sueco. Se considera que, además de Balzac, ha influido en muchos autores, entre otros, Baudelaire, Strindberg y Yeats. Tercer hijo de un obispo luterano ennoblecido por la reina Ulrika Eleonora, nació en Estocolmo en 1688. En 1709 se graduó en la Universidad de Upsala y en 1716 fue nombrado asesor del Real Colegio de Minas. Una sustanciosa herencia le liberó de las ataduras de una vida funcionarial, permitiéndole convertir en realidad los proyectos filosóficos y científicos que bullían en su cabeza. Fueron saliendo así paulatinamente de prensa en Upsala, Leipzig, Dresde, La Haya, Amsterdam y Londres, sus tratados científicos (Principios de las cosas naturales, La organización del reino del alma, El reino del alma, Psicología racional..) En torno a 1774 una extraña crisis (que muchos califican de religiosa) interrumpía la brillante carrera científica de Swedenborg, transformándole súbitamente en un tránsfuga de la ciencia. De esta época datan obras que se consideran textos puente entre ambas etapas de su producción (El libro de los sueños, físico y filosófico). Sus publicaciones a partir de 1745 son extrañas obras visionarias, filosóficas, teológicas y místicas (Los arcanos celestes, Apocalipsis revelado, El Último Juicio y la Babilonia destruida, El Caballo blanco...) en las que trata de superar toda dicotomía radical entre mundo científico y mundo filosófico-teológico, extrapolando las categorías del saber científico a la esfera espiritual. En esta segunda etapa se amalgaman inquietudes religiosas y metafísicas, cuestiones de hermenéutica bíblica y los mismos problemas científicos que con anterioridad suscitaban su interés, solo que ahora ransformados por la experiencia mística. Con todos estos elementos Swedenborg construye un sólido sistema de una gran coherencia interna que ejercería una notable influencia (teológica y literaria) en el romanticismo, simbolismo y otras corrientes posteriores. Editor y redactor de la primera revista sueca sobre tecnología y ciencia (Daedalus hyperboreus), fue, además, miembro de la más temprana sociedad científica de su país (Collegium curiosorum), corresponsal de la Academia Imperial de las Ciencias de San Petersburgo, académico de la Real Academia Sueca de las Ciencias a propuesta de Linneo y diputado en la Cámara de los Nobles del Parlamento sueco. Viajero infatigable, recorrió gran parte de Europa en un total de once viajes y veintidós años fuera de su país. Murió en Londres en 1772, a los 84 años de edad. La recepción de Swedenborg desde entonces ha sido desigual. Tras una primera época en la que ningún hombre culto ignoró a Swedenborg y sus obras fueron traducidas a numerosos idiomas, a comienzos del siglo XX, el positivismo y el materialismo colapsan el interés por Swedenborg y la opinión sobre él cambia de signo. Dictámenes freudianos le declaran perturbado, e incluso la propia Suecia le vuelve las espaldas, hasta que en 1973 nuevos estudios invierten estas tendencias negativas, convirtiendo en realidad el pronóstico formulado a mediados del siglo XIX por Carlyle: Swedenborg es como una luz cuyo brillo no cesa de crecer. ------------------Emanuel Swedenborg - LA SABIDURÍA DE LOS ÁNGELES SOBRE EL DIVINO AMOR Y LA DIVINA SABIDURÍA (Sapientia angelica de Divino Amore et de Divina sapientia, Amsterdam, 1763) 170. El fin universal, es decir, el fin de todas las cosas de la creación, es la realización de la conjunción eterna del Creador con el universo creado. Esta conjunción solo es posible a menos que existan sujetos en los que el Creador pueda habitar y permanecer; para que puedan ser sus habitáculos y sus moradas, los sujetos deben ser receptáculos en sí de su amor y de su sabiduría, de tal manera que en sí puedan elevarse y conjuntarse con Él: hemos demostrado varias veces más arriba que los hombres son tales sujetos y los recipientes en si de lo Divino. Por esta conjunción el Señor está presente en toda obra creada por Él, pues el fin para el que todo ha sido creado es el hombre. Por este hecho, los usos de todas las cosas creadas suben por grados desde los últimos seres hasta el hombre y por el hombre hasta Dios creador, de quien todo procede, como se ha mostrado más arriba. [pp. 250-251] Emanuel Swedenborg - LA SABIDURÍA DE LOS ÁNGELES SOBRE EL DIVINO AMOR Y LA DIVINA PROVIDENCIA (Sapientia angelica de Divino Amore et de Divina Providentja, Amsterdam, 1764) 3.1. El universo, con todas y cada una de las cosas que encierra, ha sido creado del divino Amor por la divina Sabiduría. Se ha mostrado en el tratado sobre el divino Amor y la divina Sabiduría que el Señor de toda la eternidad, que es Yahvé, en cuanto a la esencia es el divino Amor y la divina Sabiduría, y que ha creado de sí el universo con todas y cada una de las cosas que encierra; de donde resulta que el universo ha sido creado del divino Amor por la divina Sabiduría. Se ha mostrado en esa obra que el amor sin la sabiduría no puede hacer nada, ni la sabiduría sin el amor; pues el amor sin la sabiduría, o la voluntad sin el entendimiento no pueden pensar nada, ni ver ni pronunciar nada; por lo que tampoco el amor sin la sabiduría, o la voluntad sin el entendimiento pueden hacer nada; lo mismo la sabiduría sin el amor, o el entendimiento sin la voluntad pueden pensar, ni ver, ni sentir, ni incluso pronunciar nada; por lo que la sabiduría sin el amor, o el entendimiento sin la voluntad no pueden hacer nada; pues si el amor es eliminado no queda ningún querer, ni en consecuencia ninguna acción. Puesto que todo esto existe en el hombre cuando hace alguna cosa, con más razón existe en Dios, que es el amor mismo y la sabiduría misma, cuando ha creado y formado el universo y todo lo que encierra; que el universo ha sido creado del divino Amor por la divina Sabiduría se puede comprobar por todo lo que está manifestado a la vista en el mundo. Tomad solamente un objeto en particular, examinadlo con algo de sabiduría, lo confirmaréis: tomad un árbol, o una semilla, o su fruto, o su flor, o su hoja; recogedlo con vuestra sabiduría, mirad el objeto con un microscopio y veréis maravillas; pero las cosas interiores que no descubráis son todavía más admirables. [p. 263] Emanuel Swedenborg - DELICIAS DEL AMOR CONYUGAL (De deliciae sapientiae de amore conyugali, Amsterdam, 1768) 35. Cada uno tiene su amor, o un amor distinto de otro amor; esto se puede comprobar por la variedad infinita de rostros que llevan las huellas de los amores. Se sabe, en efecto, que los rostros varían y cambian según las afecciones de los amores. Los deseos que pertenecen al amor, por lo tanto, sus alegrías y dolores, se manifiestan también en los rostros. Es, pues, evidente que el hombre es su amor e incluso la forma de su amor. Es preciso que se sepa que el hombre interior, que es lo mismo que su espíritu que vive después de la muerte, es la forma de su amor, y no el hombre exterior en el mundo, porque este desde la infancia ha aprendido a ocultar los deseos de su amor, e incluso a fingir y a mostrar otros deseos que no son los suyos. 36. El amor de cada uno permanece después de la muerte, porque el amor es la vida del hombre y en consecuencia es el hombre mismo. El hombre es también su pensamiento, por tanto, su inteligencia y su sabiduría, pero estas forman una unidad con su amor, pues el hombre piensa a través de su amor y según su amor, y habla y actúa de la misma manera si es libre. Se sigue de aquí que el amor es el ser o la esencia de la vida del hombre y que el pensamiento es el existir o la existencia de su vida según el ser o la esencia. Por esto el lenguaje y la acción que derivan del pensamiento, lo hacen no del pensamiento sino del amor a través del pensamiento. Por muchas experiencias me ha sido dado saber que el hombre después de la muerte no es su pensamiento, sino su afección y después su pensamiento, o su amor y después su inteligencia. El hombre después de la muerte se despoja de todo lo que no concuerda con su amor, e incluso progresivamente adquiere el rostro, el sonido de la voz, el lenguaje, los gestos y las costumbres del amor que él mismo ha tenido durante su vida. En consecuencia, el cielo entero ha sido puesto en orden según todas las variedades de las afecciones del amor del bien, y el infierno entero ha sido ordenado según las afecciones del amor del mal. 37. El amor del sexo permanece en cada uno después de la muerte; y el amor conyugal en aquellos que van al cielo, es decir, en aquellos que en la tierra se convierten en espirituales. El amor del sexo permanece en el hombre después de la muerte, pues como lo masculino es masculino y lo femenino es femenino hasta en los más pequeños detalles, y como han recibido por la creación una afinidad para la conjunción hasta en las cosas más pequeñas, afinidad que conservan perpetuamente, resulta entonces que lo masculino desea la conjunción con lo femenino y aspira a esa conjunción. El amor considerado en sí mismo es un deseo y por tanto un impulso hacia la conjunción; y el amor conyugal un impulso hacia la conjunción en una sola cosa, pues el ser humano masculino y el ser humano femenino fueron así creados para que se convirtieran en un solo ser o una sola carne. Entonces tomados conjuntamente son el hombre en su plenitud; pero sin esta conjunción son dos, y los dos separadamente son como un hombre dividido o como la mitad de un hombre. Puesto que esta afinidad para la conjunción está oculta íntimamente en cada cosa de lo masculino y de lo femenino, y puesto que la facultad y el deseo para la conjunción están en cada cosa, se sigue que el amor mutuo y recíproco del sexo permanece en los hombres después de la muerte. 38. Se ha hablado de amor del sexo y de amor conyugal porque son diferentes; el amor del sexo pertenece al hombre natural, y el amor conyugal al hombre espiritual. El hombre natural ama y desea solamente las conjunciones externas, y las voluptuosidades del hombre del cuerpo que provienen de ellas; pero el hombre espiritual ama y desea la conjunción interna, y los goces del espíritu que provienen de ella, y percibe que esos goces solo son acordes con una sola esposa con la que pueda conjuntarse perpetuamente y cada vez más estrechamente. Cuanto más esté conjuntado, más percibe él que su felicidad aumenta y que continuará aumentado durante la eternidad, pero el hombre natural no piensa en esto. Después de la muerte, pues, el amor conyugal permanece en aquellos que van al cielo, es decir, en aquellos que en la tierra se convirtieron en espirituales. 158.11. El amor conyugal conjunta las dos almas, y en consecuencia las dos mentes, en una. Todo ser humano está compuesto de un alma, de una mente y de un cuerpo. Siendo el alma su parte más íntima, es de origen celeste; siendo la mente su parte media, es de origen espiritual; y siendo el cuerpo su parte última, es de origen natural. Las cosas de origen celeste y espiritual no pertenecen al espacio sino a las apariencias de espacio. Ya se sabe que la extensión y el lugar no se pueden aplicar a las realidades espirituales; puesto que en el mundo espiritual los espacios son apariencias, las distancias y las presencias son también apariencias. A menudo se ha mostrado en las obras sobre el mundo espiritual, que las apariencias de las distancias y de las presencias son allí según las semejanzas, los parentescos y las afinidades del amor. Estas explicaciones se han dado a fin de que se sepa que las almas y las mentes de los hombres no están en el espacio como sus cuerpos, porque por su origen las almas son celestes y las mentes son espirituales. Como las almas y las mentes no están en el espacio, pueden conjuntarse como en una unidad aunque los cuerpos no lo estén. Esto sucede principalmente entre esposos que se aman íntimamente con un amor mutuo. Pero como la mujer viene del hombre y como esa conjunción es una especie de reunión, la razón puede ver que no se trata de conjunción en una unidad, sino más bien de aproximación según el amor, llegando hasta el contacto en los que se encuentra el amor verdaderamente conyugal. Esta adjunción puede ser llamada cohabitación espiritual y existe entre los esposos que se aman tiernamente, aunque estén alejados según el cuerpo. La experiencia nos aporta pruebas para confirmarnos por el mundo natural. Según estas consideraciones, es evidente que el amor conyugal conjunta las dos almas y las dos mentes en una unidad. 200.XV. En el matrimonio donde existe el amor verdaderamente conyugal, la esposa se convierte cada vez más y más en esposa, y el esposo cada vez más y más en esposo. El amor conyugal conjunta cada vez más y más a los dos en un solo ser. Así como la esposa llega a ser esposa por la conjunción del marido y a través de esa conjunción, así también sucede lo mismo con el marido respecto a la esposa; y como el amor verdaderamente conyugal dura eternamente, se sigue que la esposa llega a ser más y más esposa, y el esposo más y más esposo. Sucede así porque en el amor verdaderamente conyugal cada uno llega a ser más y más hombre interior, pues ese amor abre las interioridades de su mente, y por esa apertura el hombre llega a ser más y más hombre. Llegar a ser más hombre es para la esposa llegar a ser más esposa, y para el esposo llegar a ser más esposo. He escuchado decir a los ángeles que la esposa se convierte en más esposa en la medida en que el esposo se convierte en más esposo. Pero a la inversa sucede raramente, por no decir nunca, porque no suele acaecer que una esposa casta no ame a su esposo, y sin embargo no pasa lo mismo con el esposo, porque no se eleva a la sabiduría que solamente la recibe el amor de la esposa. 201.XVI. Así sus formas sucesivamente se perfeccionan y se ennoblecen en el interior. Hay forma humana perfectísima y nobilísima cuando dos formas se convierten por matrimonio en una sola forma, así como cuando dos carnes se convierten en una sola carne para el fin de la creación. Entonces la mente del esposo es elevada en una luz superior y la de la esposa en un calor superior, y crecen, florecen y fructifican, como los árboles en primavera. [pp. 275-281] Emanuel Swedenborg - MEMORABILIA Primer relato: Una mañana elevé mi mirada hacia el cielo y vi por encima de mí tres extensiones, una encima de la otra. La primera extensión, que era la más cercana, se abrió; poco después la segunda y después la tercera. Según la ilustración que provenía de allí, percibí que sobre el primer espacio estaban los ángeles que componen el primer cielo; sobre el segundo espacio, los ángeles del segundo cielo; y sobre el tercer espacio, los ángeles del tercero o cielo supremo. Me pregunté sorprendido lo que esto significaba. Luego se escuchó desde el cielo una voz como el sonido de una trompeta, diciendo: «Hemos visto y percibimos que meditas ahora sobre el amor conyugal. Sabemos que sobre la tierra nadie conoce todavía lo que es el amor verdaderamente conyugal en su origen y en su esencia; sin embargo es importante que se sepa. Por esto le plugo al Señor abrirte los cielos, a fin de que la luz que ilumina y la percepción influyan en las interioridades de tu mente. Entre nosotros en los cielos, sobre todo en el tercero, las delicias celestes provienen principalmente del amor conyugal. Así, pues, con el permiso que nos ha sido concedido, te vamos a enviar una pareja casada, a fin de que seas esclarecido». Al instante, descendiendo del cielo supremo, apareció un carro en el que se veía un solo ángel. Como se aproximaba, vi entonces dos ángeles. De lejos el carro brillaba ante mis ojos como un diamante y era arrastrado por dos jóvenes caballos blancos como la nieve. Los que estaban sentados en el carro tenían en sus manos dos tórtolas. Ellos me gritaron: «¿Quieres que nos aproximemos? Pero hay que tener en cuenta que el resplandor que proviene de nuestro cielo y que es una llama, no te penetra interiormente. Por su influjo son iluminadas, es verdad, las ideas superiores de tu entendimiento, ellas mismas celestes, pero esas ideas son inexpresables en tu mundo. Recibe, pues, racionalmente las cosas que vas a escuchar, y expónlas de esta manera al entendimiento». Respondí: «Lo tendré en cuenta, acercaos». Y entonces vinieron. Eran un marido y su esposa. Dijeron ellos: «Somos dos esposos. Desde la primera edad, llamada por vosotros edad de oro, hemos vivido felices en el cielo y siempre en la flor de la edad en la que tú nos ves hoy». Yo los observé atentamente, pues percibí que representaban el amor conyugal, en su vida por sus rostros y en su compostura por sus vestidos, porque todos los ángeles son afecciones del amor en una forma humana. La afección dominante brilla en sus rostros, y los vestidos les son otorgados según su afección. El marido parecía de una edad entre adolescente y joven. Sus ojos arrojaban una luz centelleante derivada de la sabiduría del amor; esta luz interior resplandecía sobre su rostro y ese resplandor dejaba brillante la superficie de su piel, de manera que todo su rostro era de una belleza reluciente. Llevaba una larga túnica que recubría un vestido de color jacinto, ceñido por un cinturón de oro en el que había tres piedras preciosas, dos zafiros a los lados y un rubí en medio. Sus medias eran de un lino esplendoroso mezclado con hilo de plata y su calzado estaba hecho de seda; tal era la forma representativa del amor conyugal en el marido. En cuanto a la esposa era así: ante mí su rostro aparecía al mismo tiempo de una manera visible e invisible; visible por la belleza misma e invisible porque esa belleza era inexpresable, pues había en su rostro el esplendor de una luz llameante, tal como es la luz para los ángeles en el tercer cielo, y esta luz oscureció mi vista. Permanecí estupefacto y ella apercibiéndose me dijo: «¿Qué ves?». Yo respondí: «Solo veo el amor conyugal y su forma; pero veo y no veo». Ante estas palabras se apartó a un lado de su marido; entonces la pude mirar más atentamente. Sus ojos brillaban con la luz de su cielo, luz inflamada porque proviene del amor de la sabiduría; pues en ese cielo las esposas aman a los maridos según su sabiduría y en su sabiduría, y los maridos aman a las esposas según ese amor y en ese amor; así están unidos ambos. A causa de esto tenía una belleza que ningún pintor podría reproducir, falto de colores tan brillantes y de un arte capaz de dar cuenta de tales formas. Sus cabellos estaban arreglados en correspondencia con su belleza, y adornados con una diadema de flores. Tenía ella un collar de rubíes con un colgante de crisólitas rosas y sus brazaletes eran de perlas. Estaba vestida con una túnica escarlata y bajo esta túnica su pecho se veía cubierto con un vestido púrpura sujeto por delante con broches de rubíes. Para mi gran sorpresa, los colores variaban según la dirección de su mirada hacia su marido: eran más intensos cuando se miraban mutuamente y menos intensos cuando apartaban sus miradas. Después me hablaron de nuevo; el marido hablaba como a través de la esposa, y la esposa como a través del esposo, pues tal era la unión de las mentes, de donde provienen las palabras. Entonces escuché también el sonido del amor conyugal, que era interiormente simultáneo a la voz, y procedía de las delicias del estado de paz e inocencia. Finalmente dijeron: «Nos han llamado, tenemos que partir». Como antes, se aposentaron en un carro y fueron conducidos por un camino adoquinado, a través de arriates adornados de flores y bordeados por olivos y árboles con frutos de oro. Cuando se aproximaban a su cielo, unas muchachas llegaron ante ellos para recibirlos y acompañarlos al entrar (CL, 42). [pp. 299-301] (Citas sacadas del libro: Emanuel Swedenborg, El habitante de dos mundos, Obra científica, religiosa y visionaria, Edición y tradución de Christen A. Blom-Dahl y Jose Antonio Antón Pacheco, Ediciones Trotta, Madrid, 2000)