retiro comunitario - Misioneros Claretianos

Anuncio
LECTIO DIVINA VOCACIONAL
retiro comunitario para orar por las vocaciones
1. AMBIENTACIÓN
Si la oración ha de formar parte siempre del caminar cristiano, en las decisiones más importantes
de la vida debe ocupar un primer plano. La mejor manera de dialogar con Dios es hacerlo guiados
por la Sagrada Escritura. Sobre este asunto girará la propuesta de este Retiro, en el que
comentamos el método de la lectio divina vocacional, con la intención de motivar más a su
difusión y hacerla costumbre personal.
El Espíritu Santo, que habló por los profetas e inspiró la Escritura, sigue hablando hoy. No está
afónico. El problema es la sordera o la falta de atención. La Pastoral Vocacional lo acusa de una
forma palpable. Por ello, la educación en la escucha del Maestro interior es absolutamente
necesaria y tiene que pasar por el ejercicio de la meditación orante sobre la Palabra de Dios, es
decir, por la práctica de la lectio divina vocacional. Este acercamiento gradual al texto bíblico se
remonta al antiguo método usado por los Padres de la Iglesia, a su vez herederos del uso rabínico.
El método de la lectio divina por su simplicidad es recomendable particularmente a los jóvenes
que posicionan su vida delante de Dios. Pero no sólo a ellos. También nosotros, como servidores
y oyentes de la Palabra, estamos urgidos a realizarla, como dicen las Constituciones:
“La Palabra de Dios que debemos proclamar, escuchémosla antes en asidua contemplación y
compartámosla con los hermanos, para que nosotros mismos nos convirtamos al Evangelio,
nos configuremos con Cristo y seamos inflamados por su caridad que nos ha de apremiar”
(CC 34).
Un misionero claretiano, ya fallecido, estupendo profesor de Sagrada Escritura, solía indicar con
expresiones emocionadas a sus alumnos y oyentes la forma de acercarse a la Palabra. Sus
recomendaciones nos sirven como una magnífica motivación al comienzo de nuestro retiro:
“!Estremecerse ante sus palabras! Es la fe humilde que adora, tiembla de respeto y se abre de
par en par a la Palabra de Dios, 'doblando las rodillas del corazón'; es la pobreza de espíritu
que se conmociona y vibra de gozo ante ella, porque sólo de ella espera el don de Dios y la
salvación; es la pureza y simplicidad de corazón que, dejando de lado cualquier curiosidad,
especulación o rentabilidad intelectuales y toda pretensión de acomodarla y manipularla en
vez de someterse sencillamente a ella, no busca otra cosa sino que el Señor le abra los ojos del
corazón para conocer su voluntad y cumplirla” (P. Manuel Orge, cmf).
2. CANTO DE ENTRADA (sabido por todos)
3. SALUDO INICIAL
Dios, Padre nuestro, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de
la verdad, y que no deja de enviar obreros a tu mies para predicar la Palabra, esté con todos
vosotros.
4. ORACIÓN (todos acompasadamente)
Señor, Tú, que llamaste a los Apóstoles
para que fueran pescadores de hombres,
llama a la Familia Claretiana
nuevos miembros
que sean sal de la tierra y luz del mundo
y difundan en todas partes la caridad
que apremiaba a tu siervo Antonio María.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén
5. PROCLAMACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS
(Lc 10, 38-42)
“Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa.
Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra,
mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te
importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.» Le respondió el
Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o
mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».
Palabra del Señor
6. REFLEXIÓN: LECTIO DIVINA VOCACIONAL
En este día de retiro evocaremos el itinerario educativo de la escucha vocacional de la Palabra. Tal
itinerario viene sugerido en nuestro Directorio Vocacional Claretiano (nn. 142-145), donde se
indica que lectura vocacional de la Palabra y su traducción en experiencia de vida constituye, junto
con el acompañamiento personalizado, el método propio de nuestra Pastoral Vocacional (cf. SP
16,1). En virtud de su energía interna, favorece no sólo el desarrollo de los gérmenes
vocacionales, sino también el descubrimiento y la aceptación de la llamada del Señor, como lo
atestigua la experiencia, entre otros, de nuestro Fundador.
La Palabra de Dios, acogida e interiorizada, revela el sentido profundo de la historia, orienta el
discernimiento e impulsa a la toma de decisiones en la vida ordinaria. Esta lectura vocacional de la
Palabra de Dios, según la concibe nuestro DVC, tiene tres pasos:
1. Descubrir lo que el texto dice en sí mismo. Esto exige un silencio interior para que nada impida
escuchar la verdad del texto y para no hacerle decir lo que interesa a cada uno de los
lectores.
2. Descubrir lo que el texto dice a la persona que la escucha. Dialogar con el texto para actualizar su
sentido y dejar que penetre en la vida personal y la confronte. Como María, se debe
meditar la Palabra de Dios para que habite en los labios y en el corazón.
3. Descubrir lo que el texto inspira a la misma persona como respuesta a Dios. Dios ha hablado a través
de su Palabra; ahora es el momento de que la persona le responda.
En nuestro retiro profundizaremos sobre su sentido. Comenzaremos con una reflexión sobre el
efecto iluminador que la Palabra proyecta sobre la vida ordinaria y pasaremos después a una
consideración pedagógica del ejercicio práctico de la lectio divina vocacional a partir las
sugerencias del DVC.
2
Palabra y vida ordinaria
Existen conexiones, nudos, correlaciones, una trabazón fundamental ente la Palabra de Dios y los
acontecimientos de la vida ordinaria. Como dice y enseña la Escritura, la Palabra se cumple
siempre en los hechos del día e implica siempre una referencia a la historia.
La Palabra sólo puede ser comprendida cuando, lejos de ser mera reflexión intelectual u objeto de
estudio, entra en diálogo con la propia historia concreta y llega a interactuar con la libertad de la
persona. La Palabra ilumina esa historia, haciéndola comprensible y dándole una profundidad
insospechada. La historia personal, a su vez, estimula de alguna forma a la Palabra, le ofrece el
contexto interpretativo, la fuerza a una confrontación, exprimiendo su sentido recóndito y
misterioso. Eso es lo que la fecunda. La Palabra de Dios y los acontecimientos humanos forman
juntos la historia de la salvación, hacen salvífica esta historia nuestra. Al mismo tiempo muestran
también a cada creyente por qué camino se realiza su proyecto personal de salvación, su
vocación.
También cualquier joven puede asimilar todo esto, y captar su lógica y belleza. La juventud es la
época de búsqueda de puntos de referencia precisos que ayuden a definir la propia identidad. La
Palabra será instrumento válido si ese joven encuentra un guía que le enseñe, con paciencia y
constancia, a unificar realmente la trama cotidiana de los acontecimientos alrededor de la Palabra,
por medio de una serie de operaciones precisas, hasta que llegue a ser praxis habitual, método
cotidiano de lectura de la Palabra a lo largo de toda la jornada. Esta praxis es la de María, quien
en su corazón guarda y da a luz una Palabra siempre nueva de Dios.
Las operaciones de la lectio divina vocacional
La lectura vocacional de la Palabra se basa en un método que exige la continuidad cotidiana de la
lectura, la llamada lectio continua. El adjetivo continua se refiere no solamente al seguimiento de las
lecturas ofrecidas día a día por la liturgia, sino también al tiempo a lo largo del cual se extiende
que debe ser toda la vida; no solamente el tiempo más o menos prolongado de la deliberación
vocacional.
Ese cruce entre Palabra y la propia vida es siempre fecundo. Podemos considerar a María como
icono ideal de la lectura vocacional de la Palabra: la Virgen se hizo «corazón» para acoger la
Palabra de vida, no solo el día de la Anunciación, sino desde aquella mañana hasta los días de la
pasión y muerte de su Hijo, hasta Pentecostés, hasta el hoy de la Iglesia.
La lectio divina vocacional tiene un método propio, reconocido y recogido en el Directorio
Vocacional. Ese método se establece en una serie de operaciones. Consideremos brevemente
estas operaciones como «verbos vocacionales».
1. LEER
“¿QUÉ ESTÁ ESCRITO…? ¿CÓMO LEES?” (Lc 10,26)
Supuestas las condiciones necesarias para hacerla, la lectura vocacional de la Palabra comienza
con la lectura y la relectura de un fragmento de la Escritura, una perícopa. Es recomendable
leer los textos de la liturgia de la Eucaristía de cada día, en comunión con la vida de la Iglesia.
Es preferible seguir el ritmo de la liturgia, o también la lectura de un libro de forma
continuada, que no leer improvisadamente, al azar. A veces es bueno ofrecer un repertorio de
textos bíblicos vocacionales a quien realiza su discernimiento. Lo ideal sería que esa práctica
desemboque siempre en la cumbre de la fe de la Iglesia: la eucaristía.
3
El texto seleccionado debe ser leído con atención y sin prisas. Hay que abrirse a su novedad
como si se leyera por vez primera. Con un poco de atención es posible descubrir la maravilla
de su lenguaje (el estilo bíblico es rico y variado: salmo, historia, carta, parábola...). Al explorar
sus recursos literarios, las acciones, los verbos, los sujetos, el ambiente descrito, se accede a su
mensaje y permite recrearse en su belleza y encanto. No se pierde el tiempo. La Palabra de
Dios se ha hecho palabra humana. Sólo, a través de la contemplación de esta palabra humana
y encarnada, se puede escuchar la voz de Dios, sus llamadas.
Esta lectura detenida produce un conocimiento sorprendente del texto por la multiplicidad de
aspectos nuevos que se llegan a detectar. Nunca se ponderará suficientemente la fuerza
iluminadora que posee esa lectura reflexiva de la Palabra. A menudo, por la insana inercia de la
costumbre, normalmente no se lee con atención la Palabra, sino que se da por sabida, como si
ya se conociera de memoria. Así no se deja espacio para la sorpresa y la novedad. La energía
de la Palabra no llega a penetrar ni a impregnar íntimamente el corazón humano; resbala y
lamentablemente se queda en algo externo, sin capacidad real de interpelación.
Conviene leer además los lugares paralelos que cualquier Biblia ofrece como nota marginal. A
veces ayudan algunos instrumentos exegéticos, algún diccionario bíblico, comentarios
patrísticos, espirituales, para entender adecuadamente, en profundidad y en extensión, lo que
el texto de la Escritura dice en sí. De lo que se trata, al usarlos, es de evitar los dos grandes
peligros que hoy acechan al lector de la Palabra: el fundamentalismo, que interpreta la Biblia al
pie de la letra de forma rígida; y el espiritualismo desencarnado, que induce a pensar que Dios
habla de forma directa y automática, sin mediaciones humanas ni discernimiento. Con todo
hay que evitar la acumulación erudita de datos. No es una clase de exégesis lo que se hace al
leer la Palabra. Insistamos en esto: Leer despacio, tratando de imprimir en el corazón lo que
dice el texto. Es Dios quien, con su palabra encarnada, habla e interpela.
2. MEDITAR
“SENTADA A LOS PIES DEL SEÑOR, ESCUCHABA SU PALABRA” (Lc 10, 39)
Tras la lectura viene la meditación sobre la Palabra. )En qué momento se debe pasar de la
una a la otra? Es difícil delimitarlo. Lo que se pretende es que lo leído baje hasta el corazón y
encuentre en él un centro de acogida donde pueda resonar con todas las vibraciones posibles.
Se trata de darle calor a la Palabra. Hay que comer, asimilar ese alimento porque es Palabra
viva, que da vida y nutre la fe. No se trata de meditarla fríamente con el cerebro, sino de
permitir que descienda a la hondura del espíritu humano. Nada mejor para ello que emplear el
método afectivo que usaba María, nuestra madre, que “guardaba y meditaba en su corazón”
(Lc 2,19). Se trata de una rumia (ruminatio) que hace posible que la Palabra vaya calando dentro,
hasta quedar del todo hecha carne propia. Es como repetir la vivencia del profeta (Ez 3,1-3) y
del vidente del Apocalipsis (10, 8-11). No nos perdamos en un exceso de psicologismo o
complicados mecanismos de introyección. Por el contrario, se trata más bien de dejarse
seducir por la Palabra. Seguir sus hondos impulsos. Es Dios mismo quien atrae y habla al
corazón. Al oyente, desde su pobreza, le toca quedarse con algún verso o frase, en un primer
momento.
Esas palabras y frases leídas, tal vez sencillas pero cargadas de sentido, son el vehículo por el
que se comunica Dios. No se trata de una experiencia de gracias místicas extraordinarias. Es
entrar directamente en una relación de fe y de amor con el Dios de la verdad y de la vida que
en Cristo-Palabra se nos ha revelado. Basta dejarse mirar por Dios (mirar que Él nos mira, como
complacía a santa Teresa de Jesús), y admirar su grandeza. Basta quedarse en contemplación
gozosa ante su presencia buena, ante el misterio de Dios-Santísima Trinidad, ante el designio
4
de su voluntad que llama a colaborar en la obra de la salvación. Basta reclinarse en adoración
del misterio de Dios y llegar a reconocerle y confesarle: Padre nuestro, santificado sea tu nombre.
Basta dejarse llevar por Dios y saborear la ternura infinita de su amor.
Y después, hay que hablar a Dios. La meditación es respuesta a sus sugerencias e
inspiraciones, al mensaje que Dios ha dirigido por medio de su Palabra. Se trata de dirigirse a
Él con sinceridad, con confianza, sin caer en charlatanería espiritual. Orar es permitir que la
Palabra acogida en el corazón se exprese con los sentimientos que ella misma suscita: acción
de gracias, alabanza, lamentación, adoración, súplica, arrepentimiento... Normalmente en el
ámbito vocacional se suscitan dos experiencias: La petición de ayuda para que Dios asista en la
respuesta y el abandono confiado en sus manos. Se trata de dejar libre la capacidad creativa de
cada persona, tocada y potenciada por la gracia de la Palabra. Así, el corazón habla
directamente con Dios con palabras sencillas o con un silencio lleno de amor.
3. DECIDIR.
“HÁGASE EN MÍ SEGÚN TU PALABRA” (Lc 1, 38)
Todo encuentro con el Señor de la vida, presente en su Palabra, culmina en el reconocimiento
y acatamiento de un designio, de un mandato. Así acontece fielmente en los encuentros del
Resucitado con sus discípulos (Mt 28,19-20; Mc 16,15-18; Lc 24,46-49; Jn 20,23). Hay que
cumplir lo indicado por la Palabra. La Palabra es semilla que no puede quedarse encerrada
infecunda en la intimidad, sino que crece, se desarrolla y da fruto (Mc 4,26-29). La Palabra, si
se han hecho con sinceridad los pasos anteriores, posee luz suficiente para iluminar nuestra
vida, y fuerza para ser llevada a la práctica. Ella misma construye un proyecto de vida que
orienta y canaliza la propia existencia. El fruto esencial de la Palabra es el amor: amor que urge
y empuja a “estar en las cosas del Padre” (Lc 2,49), al cuidado solícito de los hermanos. Por
ello, es muy oportuno acabar pronunciando las palabras del profeta ante el Señor, que solicita
la propia entrega: Aquí estoy, envíame (Is 6,8). O repetir la misma experiencia que narra el P.
Claret en su Autobiografía:
“Además de asistir siempre mañana y tarde, allá, al anochecer, cuando apenas quedaba
gente en la iglesia, entonces volvía yo y solito me las entendía con el Señor. ¡Con qué
fe, con qué confianza y con qué amor hablaba con el Señor, con mi buen Padre! Me
ofrecía mil veces a su santo servicio, deseaba ser sacerdote para consagrarme día y
noche a su ministerio, y me acuerdo que le decía: Humanamente no veo esperanza ninguna,
pero Vos sois tan poderoso, que si queréis lo arreglaréis todo. Y me acuerdo que con toda
confianza me dejé en sus divinas manos, esperando que él dispondría lo que se había
de hacer, como en efecto así fue”. (Aut. 40)
Ello exige atención para discernir y decidir qué hacer con la propia vida desde la Palabra. La
Palabra se convierte así en criterio y estímulo para elegir. Vivimos en una cultura de la
indecisión, causada sin duda por la ausencia de motivaciones fuertes, de convicciones firmes
que entorpecen el coraje de tomar decisiones. Precisamente ese clima genera la «cultura
antivocacional», el «hombre sin vocación» incluso en ámbito creyente. Hay que combatir ese
“exilio de la Palabra”, porque solamente la Palabra llama y, llamando, da la fuerza para tomar
decisiones, para elegir la voluntad de Dios, a veces comprometida y arriesgada, incluso más
allá de las propias fuerzas.
Para eso es necesaria una pastoral que incite a los jóvenes a elegir cada día, tal vez en las cosas
menos importantes, pero siempre a la luz de la Palabra, esto es, con criterios no simplemente
humanos, a medida de las propias apetencias y necesidades, sino aprendiendo a contar con el
Otro, con otra fuerza, a fiarse, a apostar por Aquél que llama, aprendiendo hasta a arriesgar en
5
su nombre y de las grandes perspectivas que su amor abre ante su llamada.
Es precisamente a esto a lo que se refería el P. Claret cuando recomendaba la “aplicación”:
"Mirar y copiar. Una mirada a Cristo, otra a sí mismo"- repetía nuestro Fundador. O en otro lugar:
"Puesto cada uno en la meditación, ha de recordar aquellas palabras que Dios dijo a
Moisés: "Mira y haz según el ejemplar que en el monte se te ha mostrado". Se ha de
portar el que medita como el que aprende a dibujar o a escribir, que da una mirada al
original y luego va copiando en el papel. así dará una mirada al original que es
Jesucristo e irá copiando sus virtudes" (“Talento de virtudes” en El Colegial instruido I,
p. 136)
Copiar la virtud de Cristo significa enamorarse de ella, proponérsela y practicarla lo más
perfectamente posible, tras haberla pedido. Ello se concretizará normalmente en un propósito,
punto de enlace entre la oración y la acción. Pero téngale en cuenta que el propósito para
Claret, más que una reafirmación de la voluntad para el bien, es un ensanchar el corazón con
un deseo eficaz, preparándolo para recibir la gracia. Como ha escrito el santo: "Un abrir las
ventanas del alma al sol divino".
Hay que desconfiar de todo compromiso que no esté enraizado en una fe que se alimenta de
la escucha de la Palabra. Sin ella, la respuesta de vida no será un vano propósito incapaz de
realizarse, ni tampoco hecho a base de férreo voluntarismo, sino que nacerá de la fuerza
íntima de la Palabra y se convertirá en energía y docilidad para ser cumplida. Así lo hizo María,
nuestra Madre, quien, tras escuchar la Palabra y darle su aceptación, se puso en camino hacia
la casa de Isabel (Lc 1,39).
La Palabra y el peregrino, el hilo y el seno
En los mosaicos de la capilla «Redemptoris Mater», en el Vaticano, el P. Rupnik ha representado
de forma realmente singular la Anunciación: María está en actitud de recogimiento, con los ojos
cerrados, no se entiende bien si está a punto de arrodillarse o de levantarse. Su imagen aparece
como dibujada sobre el rollo del libro que el ángel está desenrollando; sin duda está en actitud de
escucha. Recuerda una antigua tradición, tomada de Efrén el Sirio, según la cual María fue fecundada por el oído. De hecho, Gabriel desenrolla el rollo del Verbo y su mano derecha está
exactamente a la altura del oído, como si anunciase la Palabra a María, de la mano al oído. Y aquí
está el aspecto que nos interesa: la Virgen, con las manos sobre el seno, teje un hilo rojo. Es el
hilo rojo del Verbo que asume la carne; su madre está tejiendo la carne del Verbo. El Verbo-Palabra como un hilo que asume progresivamente semblanzas y hechuras precisas.
Lo mismo, con las debidas proporciones, hace el creyente que cada día busca y descubre en la
Palabra su propia identidad, o teje y vuelve a tejer el tejido de su vocación con el hilo de la
Palabra. Con celosa vigilancia y paciencia testaruda, con sentido de responsabilidad y corazón
pensante. Sin pretender que cada día salga sabe Dios qué bordado, o que se dé quien sabe que interpretación y descubrimiento, sino simplemente «conformándose» con descubrir o procurando
entrever una dirección para la propia vida en coherencia con esa Palabra.
Día tras día el peregrino camina, con la Palabra en la mochila, en busca de un descubrimiento que
durará toda la vida y hará cada día nuevo e irrepetible, y su respuesta a la llamada una garantía de
perenne juventud.
6
7. PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL-COMUNITARIA
1. ¿Qué papel ocupa en tu espiritualidad personal la Palabra de Dios? ¿Qué tiempo dedicas a la
lectura y meditación diaria de la Palabra? Evalúa tus respuestas delante de Dios. Puedes
hablarlo también con tu acompañante espiritual.
2. ¿Cuáles son los “demonios” que de ordinario impiden que puedas profundizar con provecho
en la lectio divina? Ponles nombre. Descríbelos en los efectos más negativos que percibes.
3. En la vida comunitaria ordinaria, ¿hay espacios reservados para escuchar juntos la Palabra que
luego debéis proclamar a otros? ¿Por qué no hacer de éste un tema de revisión en una
próxima reunión plenaria de comunidad?
4. En tu compromiso apostólico, ¿hay algún espacio para enseñar e iniciar a otros en la lectio
divina vocacional? ¿Eres sensible a esa urgencia que hoy propone la Iglesia? ¿Habría alguna
posibilidad de iniciarla?
5. En relación a la Pastoral Vocacional, ¿hay algún elemento –sugerencia, iniciativa,
correctivo,…- que creas que debe ser tenido en cuenta para tu compromiso por las
vocaciones, o el de la comunidad o el del Organismo donde realizas tu actividad actualmente?
8. PRECES (Cf. Directorio Espiritual 81)
Te damos gracias, Señor, porque sin mérito nuestro nos has concedido el don de anunciar el
Evangelio. Que tu gracia no sea estéril en nosotros:
R/: Señor, haznos ministros idóneos de la divina Palabra
Nuestra vocación especial en el pueblo de Dios es el ministerio de la Palabra con el que
comunicamos a los hombres el misterio íntegro de Cristo:
-
te pedimos, Señor, nos concedas cumplir digna y fructuosamente el ministerio que nos has
encomendado en la Iglesia.
Movidos por el celo apostólico y por el gozo del Espíritu, queremos esforzarnos con todos
nuestros medios y recursos por conseguir que seas conocido, amado y servido de todos:
-
Señor, con palabras de nuestro Fundador, te pedimos que te conozcamos y te hagamos
conocer, que te amemos y te hagamos amar, que te sirvamos y te hagamos servir, que te
alabemos y te hagamos alabar de todas las criaturas.
Deseamos ardientemente, Señor, tu justicia, y esforzarnos por llegar a la madurez de la plenitud en
Cristo, para comunicar con mayor eficacia a los demás la gracia del Evangelio:
-
Señor, queremos vivir lo que predicamos; transfórmanos plenamente por tu Evangelio, para
ser de verdad fieles evangelizados y eficaces evangelizadores.
Nos llamas a irradiar la belleza de nuestra vocación de oyentes y servidores de la Palabra a otros
muchos que Tú mismo has llamado:
-
Señor, haz que nuestra vida y nuestro testimonio sean ocasión propicia y mediación eficaz para
que otros te conozcan, te amen y sigan al Señor por las sendas de la vida misionera.
Pueden añadirse otras peticiones espontáneas…
7
9. PADRENUESTRO
Iluminados y animados por la Palabra que salva y da vida, que llama a muchos y les hace capaces
de obedecer, nos dirigimos al Padre con las palabras que el Señor nos enseñó: Padre nuestro…
10. ORACIÓN FINAL (Directorio Espiritual 39)
Tú, Señor,
decretaste misericordiosamente
que tu Palabra se encarnara en el seno de la Virgen María;
concédenos guardarla en nuestros corazones
de suerte que seamos siempre fieles servidores
en la proclamación de su Buena Nueva de salvación.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
11. BENDICIÓN FINAL (Con las manos extendidas)
Que el Señor os bendiga y os guarde.
Que haga resplandecer su faz sobre vosotros
y os otorgue su gracia.
Que se vuelva hacia vosotros y os dé la paz.
La bendición de Dios Todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros. Amén.
12. CANTO FINAL (sabido por todos)
8
Descargar