Lectio Divina y Práctica de la Oración Teresiana Fray Sam Anthony Morello, OCD (Este artículo apareció originariamente en la Revista de Vida Espiritual - 1991). (Dirección de la Pág. Web: www.carmelite.com/saints/other/more.htm) Introducción Necesitamos tener amplitud de criterio para encarar el tema de la oración teresiana (o sea de la oración según el modelo de Santa Teresa de Avila). Es necesario, aunque tal vez nos sorprenda, porque no hay un método definido para la oración teresiana. Tampoco hay un método propio y único de oración carmelitano. La espiritualidad del Carmelo radica en la gran tradición de la Lectio Divina (expresión que significa literalmente: Lectura Divina), una manera particular de leer y orar a partir de las Escrituras. Es por esta razón que está escrito, en el corazón mismo de la Regla de San Alberto: “Permanecerá cada uno en su celda o junto a ella, meditando día y noche la Ley del Señor [o sea las Sagradas Escrituras] y velando en oración, si otros justos quehaceres no le ocupan” (cap. VIII). La meditación de las Sagradas Escrituras era el modo de orar de los primeros monjes, de los padres y madres del desierto, y también de los primeros pueblos bíblicos. Los monjes desarrollaron un método tradicional, cuyos pasos propone San Juan de la Cruz cuando escribe: “Buscad leyendo y hallaréis meditando; llamad orando y abriros han contemplando” (Dichos de luz y amor). Veremos cómo estos cuatro elementos de la Lectio sirven perfectamente a la oración teresiana, o, mejor dicho, cómo la oración teresiana se sirve de la Lectio. Sin embargo, es mejor que comencemos por examinar y fundamentar las nociones y principios teresianos, apuntando a los métodos de Teresa y a su orientación oracional preferida así descubriremos también lo que entendía por metas de la oración. Son todas actitudes teresianas, maravillosamente útiles que enriquecen la tradición monástica de oración y que pueden ampliar nuestro acercamiento actual a la oración. Nociones Teresianas Oración Mental: Comencemos por ver qué entiende Teresa por oración. Podemos simplemente recordar lo que ella dice en el capítulo ocho de su autobiografía. “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V 8, 5). Esta definición coloca a la oración en el concepto de la amistad. Está claro que es Dios quien comienza esta amistad. Entonces, nuestra oración personal es una respuesta al Amor que Dios ya nos manifestó por medio de la Revelación. Cuando vaamos a la oración nos dirigimos hacia alguien cuyo amor por nosotros ya está asegurado, la oración es nuestra respuesta a la voz divina de benevolencia, mientras corresponde al Amor amando a su vez.. Esto implica que la oración es un 1 arte que debemos cultivar ya que requiere disponer de un tiempo que reservamos para dedicarnos al Amigo. Como podemos ver, el Amigo es Jesucristo, centro de todo el sistema oracional teresiano. La noción de oración como respuesta del hombre a la amistad que Dios le ofrece gratuitamente, a través de Cristo, se basa en el Evangelio de San Juan. Es importante, como nos enseña San Juan, que no hagamos de la oración un medio para ganarnos el favor y el Amor de Dios; Dios ya nos ha brindado la mayor parte de su Amor en la Persona de Cristo. Lo que necesitamos hacer es responder a ese Amor. Por lo tanto, la oración es un aspecto de la vida de la Gracia. La Gracia se manifiesta en la oración cuando recibimos el Amor de Dios y lo devolvemos por dos caminos: amando a Dios y a nuestros hermanos en Dios y por Dios. La oración es una invitación personal a ser transformados para poder canalizar nuestro amor hacia Dios y hacia el prójimo. La verdadera naturaleza de la oración evangélica y teresiana implica estas metas. En resumen: la oración es un intercambio de amor con Cristo. Oración vocal: Veamos qué entiende Teresa cuando habla de oración vocal. En una palabra, la oración vocal no es nada más que una oración que utiliza oraciones compuestas, es orar con unas frases y sentimientos “prefabricados”, como la oración del Padrenuestro o un salmo. ¡La santa quiere que digamos estas oraciones muy bien! Nos pide que repitamos las palabras entendiendo lo que decimos. Con atención. Rezar bien nuestras oraciones vocales es ya una manera de oración mental; no hay distinción entre oración vocal y mental cuando rezamos como propia a la vocal. Para Teresa, la primera lección para aprender a meditar es decir nuestras oraciones vocales con atención y afecto. Meditación. Nos va a ayudar, aquí, echar una mirada a lo que Teresa entiende por meditación en sus escritos. Teresa usa esta palabra refiriéndola a varias actividades oracionales que se pueden definir como oración ascética o de meditación. Esto es lo primero que debemos notar, que la meditación es, para Teresa, una manera de oración. Es la oración del esfuerzo, esfuerzo para pensar en el Señor y para amarlo. Meditación es todo tipo de oración anterior a la contemplación, es la forma de orar de las tres primeras Moradas del Castillo Interior y de las primeras “formas de riego” que menciona en Vida. Habiendo entendido esto, veamos algunas aplicaciones más específicas del término “meditación” en los escritos de la Santa. Vemos que “la entrada al Castillo Interior es la oración y consideración” (I M 1, 7). La reflexión es el primer sentido de la meditación para Sta. Teresa, y nos da varios ejemplos de qué entiende por “discursos del entendimiento” (VÍ M 7, 10). Comprende como actividades propias de la meditación el uso de la imaginación, del razonamiento y de la voluntad en la oración. Meditar es también seguir piadosamente y a grandes líneas la oración de un libro de meditaciones. “Tenéis libros tales adonde van por días de la semana repartidos los misterios de la vida del Señor y de su Pasión y meditaciones del juicio e infierno y nuestra nonada y lo mucho que debemos a Dios, con excelente doctrina y concierto para principio y fin de la oración” (C 19, 1). Teresa se abre a este uso reflexivo de un libro de meditaciones y lo recomienda a quienes lo 2 encuentren útil. Considera que la oración de recogimiento activo es una “excelente manera de meditación porque se funda en la verdad” (IV M 3, 3). Es un estilo de meditación que coloca la Presencia de Dios dentro de uno mismo y centra toda la reflexión y afectividad en ese Dios siempre Presente. Este era el método preferido de oración para Sta. Teresa, como lo diremos más adelante en detalle (ver, por ejemplo, Camino 29, 7: “nunca se apartar de tan buena compañía”). Una referencia sorprendente a la meditación se encuentra en el tratamiento de la oración de recogimiento pasivo. Nos cuenta que cuando comenzamos a experimentar el primer grado de contemplación infusa (por ejemplo en la oración de recogimiento pasivo), la meditación, o sea el trabajo de la inteligencia, no debe dejarse de lado (IV M 3, 8). Aquí debemos comprender que se trata de una oración mixta según el estilo teresiano, en un límite grandioso que se encuentra a mitad de camino entre la meditación y la primera experiencia contemplativa verdaderamente fuerte (la oración de quietud). Cuando en la oración de recogimiento pasivo recibimos una forma menos fuerte de contemplación, podemos seguir con nuestras oraciones vocales, o repitiendo un versículo bíblico, o reflexionando tranquilamente, como un medio que nos mantiene receptivos, y corresponder a la oración infusa. Esta actividad personal es, para Teresa, meditativa, y puede aplicarse a cualquier experiencia de oración contemplativa en todas sus formas que dejen libres a las potencias. En resumen: la meditación es, básicamente, toda forma de oración menos la contemplación infusa; por lo tanto comprende todas las etapas de oración que presuponen el uso normal de todas nuestras capacidades mentales en la búsqueda de Dios, siempre bajo la guía de la Gracia Divina. 1 Characterísticas y Actitudes Teresianas Atención. Vamos a ver, ahora, algunas características de la oración teresiana. Lo primero que notamos es que, para Teresa, la oración para ser oración tiene que ser mental. Quiere decir que nuestro ejercicio oracional ha de ser atento. Teresa es lo suficientemente realista como para dar lugar al tema de las distracciones naturales; sin embargo, a nivel de nuestro esfuerzo personal, quiere que recemos cuidadosamente y con mucha atención. A menudo usa la expresión “oración mental”, tan común en sus tiempos, para designar la oración privada o personal. Explica que la oración mental es “pensar y entender qué hablamos y con quién hablamos, y quién somos los que osamos hablar con tan gran Señor. Sin este cuidado y atención a lo que decimos, nuestra oración es pura algarabía” (C 25, 3). Por lo tanto, la oración pide nuestra presencia atenta en lo que pensamos y decimos; y también la Presencia de Cristo a quien hablamos respondiendo. La oración teresiana es mental, presencia con Presencia, y la esencia de esta presencia mutua es la memoria de Cristo. 1 Hemos visto lo que entiende Santa Teresa por oración vocal, oración mental y meditación Sería el momento oportuno para presentar también su noción de contemplación, pero nos hemos quedado aquí porque nuestro interés, por ahora, es ver qué entiende por meditación. 3 Afectividad. La afectividad es una característica fundamental de la oración teresiana. Todos conocemos su insistencia en que la cosa màs importante en la oración no es pensar mucho sino amar mucho (IV M1, 7; F 5, 2). En el mismo lugar, Teresa nos da su recomendación principal: “lo que más os despertare a amar, eso haced” (IV M1, 7). La razón principal de la oración es la comunión afectiva con Dios. Todo, en la oración teresiana, apunta a tener una relación afectiva con Cristo, con el Padre en el Espíritu Santo. Si Teresa le da esta fuerte orientación afectiva a la oración, es porque tiene en mente la contemplación; la sencillez afectiva es el medio mejor para disponernos al don de la contemplación. La oración afectiva es comunión con Dios, una comunión que conduce a la unión. Para Teresa, la unión con Dios es la meta última de la oración. La afectividad es la que abre el camino de la comunión y de la unión con Dios. La oración teresiana es esencialmente afectiva, y la esencia de su afectividad es el deseo, el deseo de Dios. Ya sea que sea percibida en un nivel emocional, ó no, la afectividad sincera está siempre presente en el deseo de unión personal con el amado. Cristo y las Virtudes. La oración teresiana tiene la característica de ser cristocéntrica. Cristo es el objeto directo de las dinámicas de la oración mental y afectiva. Teresa ora “con”, “a” y “a través de” Jesucristo. Su Cristo es el Cristo de los Evangelios; su centro es Cristo Camino, Verdad y Vida. Este centro tiene que ser aprehendido por el principiante, retenido por quienes tienen una oración avanzada, y perfeccionado por la mirada amorosa del contemplativo (cf. V 12 y 22; VÍ M 6, 7 para ver el tratamiento clásico que Teresa le da al rol de Cristo en cada etapa de la subida oracional). Algunos de sus principios en esta area son que:1) el mejor sujeto y objeto para la meditación es el Cristo bíblico en su vida, muerte y resurrección; 2) nuestra oración es mejor si habitualmente (aunque no exclusivamente) se centra en Cristo; 3) la Sacratísima Humanidad de Cristo es la meditación más apta para el crecimiento inicial en la oración, y es el mejor seguro y preparación para la contemplación; y 4) cualquier otra opinión es gravemente sospechosa y dañina. Teresa, nuestra maestra, sabe lo importante que es la figura de Cristo para el orante. Cristo es un Amigo y el compañero de nuestra oración (C 26, 1). Cristo sostiene la soledad de quien medita. El llena todo vacío, y así transforma al aislamiento en soledad y acceso a Dios. Es más, el Cristo de las Escrituras es el modelo de todas las virtudes que deseamos aprehender. Al fin y al cabo, la perfección cristiana radica en las virtudes. Oramos para ser transformados, la transformación depende, en primera instancia, de la adquisición de las virtudes, que, entonces, nos abre a la deificación posterior de la contemplación y a los grados de unión. Necesitamos a Cristo para que nos forme en las virtudes teologales y cardinales. “Si no procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas” (VII M 4, 9). Y, desde el momento en que la caridad y la humildad hacen nacer todas las otras virtudes, necesitamos desesperadamente el modelo vivo de Jesucristo, el humilde, para que nos muestre el camino. “Todo este edificio… es su cimiento humildad”, y para construir la humildad humana debemos “poner los ojos 4 en el Crucificado” (VII M 4, 8). Con Cristo como Amigo y Maestro, seremos sumergidos durante todo el camino en el Seno de la Trinidad (VÍ M 7, 7)2 La dimensión contemplativa. La oración teresiana apunta hacia la contemplación. Esta es otra de las cualidades esenciales que debemos agradecer. Para Sta. Teresa la meditación es una oración ascética, esto es: que depende de nuestros esfuerzos según vamos utilizando nuestras potencias con la ayuda de la Gracia ordinaria. La contemplación no puede ser producida por nuestros esfuerzos personales, es totalmente gratuita. Podemos disponernos a recibirla por medio del crecimiento de las virtudes y orando de manera muy sencilla y afectiva. Pero la contemplación es una experiencia infusa de la Presencia de Dios que ilumina al alma y da calor al corazón. Habitualmente, comienza en las cuartas Moradas con la experiencia del recogimiento pasivo; luego florecerá en la oración de quietud. Sin embargo, podemos decir que, en un cierto sentido, toda la oración teresiana es contemplativa. Lo que queremos decir es que Teresa siempre tiene los ojos del alma puestos en la contemplación aunque nos esté dando la primera lección que consiste en la repetición atenta de las oraciones vocales. Teresa nos enseña a desear explícitamente la contemplación, y hasta aprendemos a pedirla cuando nos rendimos aceptando lo que Dios quiera darnos. Sin embargo, cuando oramos en el espíritu teresiano, oramos abiertos a la contemplación. Aprendemos a escuchar a la Palabra de Dios, nos mantenemos receptivos a la acción de Amor y Luz de Dios cuando permanecemos suavemente en la Presencia de ese Cristo que encontramos en las Escrituras. No trabajamos fatigosamente en esto, dejamos a Dios mucho espacio para que trabaje El mismo. Aprendemos a mantenernos en su Presencia, a volver a nuestra Fuente que es Cristo, mientras vamos rumiando la Palabra de Dios. Esta actitud de suavidad, cuando se une a la sinceridad, abre nuestra profundidad a la acción mística de Dios. A veces el orante experimenta el verdadero sentido de las palabras que está repitiendo. A veces se siente como arrollado por la comprensión, con nuevas energías o resoluciones, con una llama atizada de amor por Dios y el prójimo. Este tipo de oración es claramente recibida, sin esfuerzo personal y tan elevada que califica como contemplación. La contemplación es oración regalada, es el Espíritu Santo orando en nosotros. La contemplación es ver más allá de lo que creemos, como dijo San Agustín. La contemplación es ser empujados dentro de la mente y el corazón de Cristo que conoce al Padre en la claridad del Espíritu Santo y rendirse enteramente a El. La contemplación es oración sobrenatural, según Sta.. Teresa, y, por lo tanto, no puede ser adquirida por ningún esfuerzo o diligencia que hagamos, por más que tratemos; aunque podemos disponernos a recibirla, lo cual ayuda mucho. 2 En un debate completo, deberíamos tratar también las dimensiones eclesiales, bíblicas, sacramentales y apostólicas de la oración teresiana. Pero aquí, simplemente, notamos que están incluidas como distintos aspectos del carácter cristocéntrico de la oración teresiana, y, en Cristo, todo se resume formando una instancia existencial y de encarnación ante Dios en unión con la comunidad de fe. 5 ¿Por qué desearla y rogar para recorrer este camino y para estar dispuestos ante esta llamada? Porque la contemplación es un atajo a la perfección de las virtudes y para la unión con Dios (V M 3, 4). En resumen: la oración teresiana es contemplativa porque desea la contemplación, apunta a la contemplación y está abierta a la contemplación. En este sentido la meditación teresiana también es contemplativa. Métodos Teresianos Oración Vocal. En este momento trataremos de nombrar los métodos principales y las actividades de la oración de meditación como las dice Santa Teresa para nuestra instrucción. Lo primero en nuestra lista es la oración vocal. Este es un tema importante. Teresa ve claramente que la oración vocal puede sostener cualquier clase de esfuerzo meditativo. Y es en este aspecto que Teresa se une a las prácticas monásticas que basaban su oración en textos bíblicos, como lo hace Teresa con la oración del Padrenuestro que comenta en Camino de Perfección. La primera lección de oración, para Teresa, es aprender a decir oraciones vocales con atención e identificándolas con nuestros propios sentimientos. Veremos que el redescubrimiento de la Lectio monástica va a reinstalar a la Palabra bíblica como base de la meditación cristiana. De alguna manera, Teresa permanece en contacto con este método fundamental. Es muy clara cuando dice que la oración vocal sirve, no sólo a la meditación, sino también para la contemplación. “Sé que muchas personas, rezando vocalmente, las levanta Dios sin entender ellas cómo a subida contemplación”. (C 30, 7; C 24 ss). Lectura. Segundo punto en nuestra lista. Además de la práctica de la meditación con la ayuda de un libro, Teresa trata de orar con un libro durante todo el tiempo de la oración. Sostiene que es de gran ayuda tomar un buen libro escrito en idioma vernáculo para recoger nuestros pensamientos y poder rezar bien vocalmente (C 26, 10). Pero inclusive va más allá cuando reafirma toda la tradición monástica de oración diciendo: “siempre he sido aficionada y me han recogido más las palabras de los Evangelios que libros muy concertados” (C 21, 4).3 La Biblia es el mejor libro para realizar la oración personal. La mejor manera de alimentar a la oración es meditando las palabras de la Escritura. Los carmelitas (y, de hecho, todos los cristianos) que intenten mantenerse en presencia de Dios sin el sostén de la Palabra de Dios, cometen un grave error. Necesitamos aprender a orar apoyándonos en la Palabra de Dios. No perdamos la relación que hay entre las enseñanzas de Teresa sobre la oración vocal y lo que dice sobre utilizar un libro para orar. Santa Teresa utiliza palabras de las Escrituras para su oración vocal. La oración del Padrenuestro es un buen ejemplo, y nos es dado para inducirnos al uso de otros textos bíblicos. Cualquier texto, frase o palabra de las Escrituras repetidos una y otra vez, o recitados con atención, son oración vocal, y a Palabra elegida o la oración vocal son tomadas de su libro preferido, los Evangelios. Resumiendo: 3 Somos más afortunados que en tiempos de Teresa en España, ya que estaban prohibidas las traducciones de la Biblia a idioma vernáculo, y sólo se permitían ediciones en latín. 6 las enseñanzas de Teresa para la oración vocal y para el uso de los Evangelios se unen en la práctica de orar utilizando las Escrituras. Este medio da mayor substancia a la vida de oración. Imágenes. El paso siguiente en nuestra lista de métodos para la oración es el uso de imágenes sagradas como medio para el recogimiento es. Teresa nos invita a mirar una imagen o pintura que nos guste de nuestro Señor para que le hablemos a menudo (C 26, 9). Es éste un método muy útil para tener presencia de Dios. El uso de buenas imágenes e íconos (que los Ortodoxos veneran con tanta devoción) es una práctica excelente. Fortalecidos por las Palabras de las Escrituras y por la imagen de Cristo, estamos listos para orar. Nuestros sentidos deben aprender a servir a la oración más que a distraernos de ella. En su Vida (cap. 9) vemos cómo las imágenes eran especialmente útiles para Teresa por la dificultad que tenía de imaginar lo que nunca había visto. Este consejo, sin embargo, es muy amplio. Las imágenes sagradas son útiles tanto para personas que tienen una imaginación muy pobre como para quienes tengan una buena imaginación. Sin embargo, esas imágenes deben ejercer en nosotros algún tipo de atracción para que puedan sernos útiles para la oración; hay personas que no pueden sacar provecho de las imágenes o, simplemente, no las necesitan. Las imágenes sagradas pueden servir tanto para la oración personal como sirven a la oración litúrgica en nuestras iglesias. Las representaciones imaginarias deben ser recordadas también en nuestra lista. “Procuraba representar a Cristo dentro de mí, y hallábame mejor – a mi parecer – en las partes adonde le veía más solo” (V9, 4). Una santa imaginación nos permite identificarnos realmente con las escenas de las Escrituras, como lo hizo Teresa. Una imaginación viva pero educada es fundamental para la tradición oracional clásica. Las imágenes interiores pueden servir para la oración tan eficazmente como las exteriores. Pero las imágenes, como las reflexiones discursivas, tienen que alimentar a la afectividad. Las imágenes son medios, y son buenas sólo cuando alimentan el corazón y la voluntad. Sería bueno que las imágenes reflejaran la expresión madura de nuestros sentimientos tal como los encontramos en las Escrituras y en otros libros o en ejercicios de piedad que sirven para nuestra oración. Las imágenes pueden ponernos tan en contacto con nuestro interior como pocas otras cosas lo harían. Las imágenes bíblicas tienen, para esto, un gran poder, y es necesario que utilicemos también las imágenes espontáneas que se activan en nuestra mente por medio de las imágenes bíblicas. Las imágenes nos ayudan a entrar en contacto con nuestros sentimientos; nuestros sentimientos necesitan ser redimidos, purificados y elevados por la Palabra de Dios. El uso prudente e inspirado de nuestras facultades se refuerza y facilita inmensamente cuando estamos en contacto con nuestras propias imágenes, recuerdos y sentimientos. Ciertamente que tenemos la firme impresión de que Teresa estaba en contacto con los suyos. Imágenes maduras naturales e inspiradas por la gracia son medios fáciles para tener presencia de Dios. Reflección, Intuición y Conocimiento propio. Ya hemos mencionado a la reflexión como un elemento propio de la meditación teresiana. Lo incluiremos brevemente aquí junto con el pensamiento, la comprensión y la evaluación. Hay 7 una forma de conocimiento del cerebro derecho que se llama intuición y que debemos mencionar aquí también. En breve, digamos que nos introduce en un texto bíblico o en una imagen con una mirada amorosa que se posa suavemente en Dios más que por un estudio o trabajo analítico de la mente. La habilidad de “entrar” más que de “cavar” en la escena que estamos meditando es el corazón de la oración afectiva, tan propia de Teresa. La simple intuición simple engendra un amor sencillo. Teresa se explica muy claramente aquí; nos avisa que no tratemos de trabajar muy duro, sino que nos tomemos un tiempo sabático, un tiempo de descanso. Nos dice que no debemos cansar a la inteligencia, sino sólo hablar con El y deleitarnos en El y no “cansarnos en componer razones”. Estos actos, nos asegura, “traen consigo gran sustentamiento para dar vida al alma y muchas ganancias” (V 13. 11). En este sentido nos invita, simplemente, a mirar a quien nos mira: “No os pido ahora que penséis en El ni que saquéis muchos conceptos ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más de que le miréis” (C 26, 3). Esta es una mirada intuitiva. Hablando de pensar e intuir, debemos incluir una referencia al conocimiento propio como parte de la ascética de la meditación del conocimiento propio, al que Teresa dedica varias páginas. Ella percibe claramente la importancia de avanzar en el conocimiento propio cada día de nuestras vidas (I M 2, 8). Teresa no defiende una falsa humildad, sino al conocimiento propio; tampoco quiere ningún tipo de egocentrismo sino una visión trascendente de nosotros mismos. Esta es una manera de humildad que propone Teresa, sin la cual no podremos caminar en la verdad (VÍ M 10, 7). Necesitamos conocer nuestras capacidades interiores (ver el interés que siente por el trabajo natural de la imaginación en IV M cap 1) tanto como nuestro temperamento (ver lo que dice de las personas melancólicas en F 7). Necesitamos comparar nuestra oscuridad interior con la luz y el brillo de nuestro Señor (I M cap 2). La humildad y el conocimiento propio son una sola cosa para Teresa (id). A no ser que caminemos en la verdad más radical sobre nosotros mismos, no podremos saber la verdad sobre Dios. Y a no ser que caminemos en la verdad, tampoco seremos agradables a Dios. Con una precisión digna de Sto. Tomás de Aquino, Teresa percibe que a no ser que cultivemos el conocimiento propio (que, otra vez, es humildad) nunca podremos llegar a ser realmente caritativos. Ella escribe: “no puedo yo entender cómo haya ni pueda haber humildad sin amor, ni amor sin humildad” (C 16, 2) Una oración madura y un sincero conocimiento propio nos preparan para ver que la verdad en la caridad y la caridad en la verdad deben constituir nuestro programa de vida. Cualquier grado de caridad exige conocimiento propio. Un punto importante sobre el conocimiento propio al estilo de Teresa es que no es introspección o centrado en un yo incompleto, sino que está centrado en Cristo. Aprendiendo a mirar a Dios en la verdad, descubrimos la verdad de nosotros mismos. “Jamás nos acabamos de conocer si no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza; y mirando su limpieza veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser humildes” (I M 2, 9). Sólo ante la presencia benevolente del Señor de la Redención podemos descender seguros hacia lo profundo de nuestro ser compulsivo, herido y pecador. En la humildad encontramos la sanación, porque el Señor es el Dueño de nuestro ser conciente e inconsciente y puede tocar el más profundo centro de las personas llevándonos a la salvación y liberación de todo lo que se opone a la 8 verdad y a la caridad. El amor de Dios y el amor del prójimo dependen radicalmente de un auténtico conocimiento propio. El conocimiento propio ve, más allá del comportamiento exterior, su motivación más profunda. El deseo genuino de esta interiorización nos induce a orar al Dios de la luz y buscar directores espirituales, confesores y buenos amigos que nos digan la verdad sobre nosotros mismos y mantengan nuestra vida de oración en la luz (V 13, última parte). Así el conocimiento propio es una parte fundamental de la oración. No podemos conocer a Dios sin conocernos a nosotros mismos y no podemos conocernos a nosotros mismos sin conocer a Dios. El yo, lleno de debilidades y caídas no puede, acceder a un auténtico conocimiento de sí mismo por sus propias fuerzas. La capacidad de ver sinceramente nuestro yo auténtico es un aspecto básico de la liberación del yo caído. Vemos otra vez cómo necesitamos movernos por las moradas del conocimiento propio a lo largo de cada día de nuestra vida de oración. La oración teresiana es conocimiento propio a la luz de Cristo. Debemos mencionar también, aunque sea brevemente, a la reflexión existencial, o sea una reflexión orada sobre las situaciones propias de la vida, de tal manera que podamos verlas y enfrentarlas a la luz de Dios. Vamos a la oración llevando nuestros estados de ánimo más pronunciados, ya sean debidos a causas externas o a causas interiores. No estamos tratando de utilizar a la oración para resolver estas cuestiones, sino que aprendemos de Teresa a descubrir la Presencia de Cristo en nuestros estados de mente y de corazón. Vamos a la oración como somos. “Si estáis con trabajos o triste, miradle camino del Huerto; […] Miraros ha El con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los vuestros” (C 26, 5). Oración afectiva y resoluciones: La parte afectiva es característica de la meditación teresiana, como lo vimos. Para el estilo teresiano, la oración afectiva es meditación, y toda meditación alimenta a la afectividad. Teresa quiere que tengamos la voluntad de desear a Dios, de resolvernos a servirle, de movernos hacia la unión con El. Junto con las oraciones compuestas, Teresa quiere que aprendamos a expresarnos con palabras que salgan de nuestro corazón (C 26, 6). El énfasis de Teresa para hablar de la oración afectiva se va haciendo cada vez más fuerte a medida que va describiendo el camino espiritual. Para quienes se encuentren en las tres Primeras Moradas, escribe: “acertarían en ocuparse un rato en hacer actos y en alabanzas de Dios y holgarse de su bondad y que sea el que es y en desear su honra y gloria. Esto […] despierta mucho la voluntad […] no lo dejar por acabar la meditación que se tiene de costumbre” (IV M 1, 6). Teresa quiere que nos movamos progresivamente hacia la sencillez afectiva porque es la mejor preparación para la contemplación. (Y, aunque en el interior del Castillo teresiano no encontremos advertencias sobre la noche pasiva de los sentidos, puede ser que la afectividad sencilla de Teresa corte directamente hacia la contemplación inicial sin el gran ajuste interior que describe San Juan de la Cruz). La afectividad teresiana es una de las grandes fuerzas de su doctrina sobre la meditación. 9 Tomemos, ahora, el tema de las resoluciones, para terminar de armar nuestra lista de métodos teresianos. Las resoluciones son claramente actos derivados de la meditación a los que Teresa da un gran valor. Aunque ocurre que algunos Carmelitas rechazan estos medios con desprecio por considerarlos más parecidos a los métodos ignacianos, Teresa es una mujer de voluntad. Pide una “determinada determinación” de seguir en la oración durante toda la vida (C 21). Y espera que nuestra resolución de seguir adelante en el camino oracional sea tan fuerte como para que crezca en nosotros virtud hasta donde sea posible. Necesitamos cultivar grandes deseos de Dios, una voluntad tan fuerte que no dejará de lado a la oración por ninguna razón, pero que ciertamente perseguirá a la virtud, cueste lo que costare. No pensemos que la oración teresiana necesite terminarse cada vez con una resolución determinada. Sin embargo, necesitamos comprender que nuestras resoluciones son una dimensión propia de la afectividad teresiana que relaciona muy concretamente a la oración personal con la vida real. Recogimiento. Por último, tenemos en nuestra lista la oración de recogimiento. Nos estamos refiriendo a la oración activa de recogimiento, o sea el recogimiento que se logra por la Presencia de Dios debida a los esfuerzos de nuestra meditación (hay importantes referencias en V 4, 7; 40, 5-6; C 28 y 29; IV M 3). Teresa confiesa que, hasta que aprendió a encontrar la presencia de Cristo en sí misma, nunca pudo tener una oración satisfactoria (C 29, 7). “[Esta oración] llámase de recogimiento porque4 recoge el alma todas las potencias y se entra dentro de si con su Dios, y viene con más brevedad a enseñarla su divino Maestro y a darla oración de quietud, que de ninguna otra manera. Porque allí metida consigo misma, puede pensar en la Pasión y representar allí al Hijo y ofrecerle al Padre y no se cansar el entendimiento andándole buscando en el Monte Calvario y al Huerto y a la columna” (C 28, 4). Este enfoque es la orientación preferida de Teresa para la meditación. Hasta ahora, entonces, hemos podido colocar a la meditación teresiana en la más grande tradición de la oración monástica llamada Lectio Divina, y hemos contemplado algunas nociones básicas teresianas: la oración vocal, la oración mental y la meditación. Hemos notado cómo la meditación, en un sentido amplio, es la primera clase de oración para Teresa. Se trata de una etapa activa o ascética que nos prepara para la contemplación. Hemos visto, también, las características básicas y las características fundamentales de la oración teresiana (atención, afectividad, cristocentrismo, la orientación contemplativa de su oración, la importancia del conocimiento propio) tanto como los variados métodos teresianos de oración (oración vocal, lectura meditada, el uso de imágenes sagradas para concentrarse, el empleo de imágenes interiores propias, reflexión e intuición, oración afectiva, resoluciones y recogimiento activo). Ahora estamos listos para aplicar todas estas cosas a la práctica actual de oración, en el contexto del redescubrimiento de la Lectio Divina oriental. Lectio Divina, estructura de la oración teresiana: 4 “Esto no es silencio de las potencias; es encerramiento de ellas en sí misma el alma” (C 29, 4) 10 Empiezo esta parte con una nota personal: hasta que descubrí la Lectio Divina, mi práctica diaria de oración me requería el doble de esfuerzo. Ahora, y desde hace varios años, si considero mi oración siento no sólo una mayor facilidad, sino también una libertad de espíritu mucho mayor. Espero que otros puedan hacer la misma experiencia integrándose a esta oración probada por el tiempo y que nos llega desde los tiempos monásticos. No debemos sentirnos excluidos de esta práctica por tratarse de una oración monástica. Los monjes oraban como simples cristianos con el buen sentido de basar su oración en las Sagradas Escrituras. Lo que ellos tenían y nosotros no, es un entorno ideal, el perfecto ambiente monástico típico de los tiempos clásicos. Sin embargo, algunos de nosotros sospechamos que la oración monástica fue la que creó el ambiente apropiado antes de que el ambiente indujera a este tipo de oración. Podrán ver lo fácil que es esta práctica y cómo el laborioso meditador de nuestra época puede asentarse en ella en poco tiempo y entrar en el Castillo Interior del recogimiento profundo. No siempre necesitaremos un lugar perfectamente silencioso, pero sí es necesario estar muy tranquilos. Y, además, someterse a una cierta disciplina. No es mi propósito discutir la trágica defunción de la oración monástica en Occidente. Lo importante es que algunos elementos de esta oración sobrevivieron, aunque el método básico casi llegó a perderse aún en círculos monásticos. Teresa de Jesús era heredera de la tradición monástica, sin embargo, la espiritualidad de su tiempo era muy débil y una larga cadena de acontecimientos, que se produjeron durante más de dos siglos, dejó a la práctica monástica de la oración por lo menos muy relegada. Afortunadamente, modernos estudios de espiritualidad volvieron a revelar la sencillez y la unidad interior de aquella oración. El espíritu teresiano alimenta y se alimenta con esta tradición redescubierta. Elementos de la Lectio: La expresión Lectio Divina significa literalmente lectura divina. Es una manera de nombrar a la lectura meditada de las Escrituras. Sus componentes son los propios de la inteligencia espiritual; es una santa disciplina que, por medio de la intuición y de la afectividad, se ubica en un texto bíblico como medio para procurar la comunión con Cristo. La práctica puede también ser descrita como un detenerse en el texto bíblico en presencia de Dios con el fin de ser recreados por un cambio radical en Cristo. Es más, podemos decir que la Lectio nos hará confeccionar una selección propia de frases o palabras de la Biblia con el propósito de crecer en la fe, en la esperanza y en la caridad. Sea cual sea el resultado, la Lectio Divina es oración con las Escrituras. Los monjes de la Iglesia primitiva y de la Edad Media desarrollaron este ejercicio transformándolo en un arte delicado. Los elementos son cuatro: 1) Lectio propiamente dicha, que significa leer y entender por medio de una repetida recitación de un texto corto de las Escrituras. 2) Meditatio o meditación, el esfuerzo de sondear o profundizar el significado del texto y apropiárselo en Cristo. 3) Oratio, que significa oración, es la una respuesta personal al texto, una petición de la gracia que el texto menciona o la posibilidad de trascender de él hacia la unión con Dios. 11 4) Contemplatio, traducido como contemplación, es la mirada profunda que se detiene sobre algo. La idea de la contemplación es que, a veces, por una gracia infusa de Dios, somos elevados por encima de la meditación a un estado de percepción o de experiencia del texto como misterio y realidad; somos llevados a un contacto experiencial con Aquél que está detrás y más allá del texto. Es una exposición a la divina presencia, a la Verdad y Benevolencia de Dios. En la conocida Escalera de los Monjes, podemos encontrar una exposición clásica de estos cuatro elementos. Es una carta monástica de Guigo II, en el siglo XII, sobre la vida contemplativa en la que la lectio, meditatio, oratio y contemplatio se presentan como cuatro peldaños que nos conducen desde la Tierra al Cielo. A partir de esta imagen como idea general, trataremos de cada elemento por turno. Lectio: La lectura, según la tradición monástica, comprendía colocar a la Palabra Divina en los labios. Era un mecanismo de concentración y centralización. Se leía devotamente un texto elegido de la Biblia y cuando un pensamiento, un versículo o una palabra llamaba la atención del lector, éste se detenía allí repitiéndolo atentamente una y otra vez. Ante cada distracción, simplemente se volvía a esta repetición. Se permanecía en el texto hasta agotarlo, y sólo entonces se avanzaba con la lectura hasta encontrar otro texto atractivo. El monje, según el método clásico, repetía su lectura en voz alta, proclamando la palabra a sus propios sentidos, orando con toda la persona. Este primer elemento es muy fácil, se necesita nada más que una buena concentración verbal en un determinado pensamiento bíblico poniendo a la palabra en la boca como sabroso alimento. De este modo, los monjes asumían, también, el compromiso de memorizar la Palabra de Dios poco a poco. Meditatio. Una vez que la Palabra de Dios está en los labios y en la boca, se comienza a rumiarla y masticarla; o sea que se comienza a meditarla. Meditar significa rumiar y masticar la Palabra deteniéndose con sosiego en el bocado para sonsacar el sabroso significado del texto. Cada palabra de las Escrituras debe verse y entenderse como escrita para uno mismo. Cada texto habla de Cristo y del orante. El monje personaliza el texto, se hace parte de su sentido y se identifica en él. Este es el segundo elemento de la Lectio Divina. La meditación emplea, de manera intuitiva, todas las facultades. No se trabaja duro en esta oración; simplemente hay que mantenerse en escucha de palabras que son repetidas dejando que nos sugieran sus propias imágenes, reflexiones y pensamientos intuitivos. Todo el proceso es básicamente intuitivo fundado en una actividad cerebral correcta, como leer una y otra vez una carta de amor. Se saborea cada palabra y se incorpora como propio cada pensamiento (¡los enamorados aprenden de memoria sus pasajes preferidos!). El meditador pondera la Palabra de Dios y percibe las lecciones escondidas de tal manera que va aprendiendo la sabiduría de vida. La meditatio tiene como fin ir adquiriendo la mente de Cristo [o sea su manera de pensar]. Se comienza por ver qué dicen las Escrituras. El meditador inicia por este medio la tarea vitalicia de escuchar a la Palabra de Dios y de guardarla en su corazón. Meditatio es básicamente escuchar la Palabra que por la Lectio ha estado repitiendo. 12 Oratio. Con la ayuda de la gracia, los pensamientos espirituales engendran oración, que es el tercer elemento de la Lectio Divina. La Palabra de Dios pasó de los labios a la mente, y, ahora, pasa al corazón. Oratio u oración es la respuesta del corazón a la Palabra de Dios que escuchamos como dirigida personalmente a nosotros a través de las Escrituras. Básicamente, orar en este sentido nos hace desear tan ardientemente la gracia del texto que pedimos e imploramos la gracia de Dios. (Guigo II habla de la potestad, o sea del poder de la orden librada a Dios desde nuestra deplorable pobreza que tan desesperadamente depende de la salvación que sólo Dios puede dar). La oración, aquí, incluye todo el componente afectivo de la meditación. Es petición, es conversación afectiva con sentimientos de amor. Es resolución de crecer en las virtudes de Cristo. Es compunción del corazón ante los propios pecados, es brindar compañía silenciosa, es contemplación amorosa. Como los otros elementos de la Lectio, la dimensión afectiva crece y se desarrolla. Mueve hacia la sencillez e introduce en la contemplación adquirida. El orante desea a Dios. Contemplatio. El cuarto paso de la Lectio es la contemplación. Aquí, según Guigo II, Dios calma la sed del alma y alimenta su hambre. Dios da al meditador un nuevo vino y lo eleva por encima de su meditación normal hasta la esfera de la trascendencia, que percibe de manera experiencial. Aquí, por fin, encontramos un elemento infuso de oración. Aquí el Espíritu ora en el espíritu humano. Se experimenta un estado de armonía interior, los movimientos corporales se aquietan, la carne no se opone al espíritu, la persona se encuentra en un estado de integración espiritual. La luz de la presencia de Dios brilla a través del alma de manera experiencial. El amor de Dios ya no es algo abstracto, sino que se derrama concretamente en el orante que lo recibe. Podemos sentirnos amados y amar a nuestra vez. Es clarísimo que, en este momento, estamos hablando de puro regalo. Estos momentos pueden durar un instante o ser prolongados, ser suaves o pronunciados. Pueden ir y venir. Pueden mezclarse con el fluir de palabras repetidas y meditadas, de pensamientos reflexivos, de intuiciones gozosas, de resoluciones formales. Pero la persona está más sosegada y pasiva, nuestro Dios está pasando a su lado. Podemos resumir lo que dice Guigo II de los cuatro elementos de la Lectio Divina de las maneras siguientes: La Lectio busca, la meditatio encuentra (el significado), la oratio pide, la contemplatio saborea (a Dios). O: La Lectio es lo superficial, la meditatio conduce a la substancia interior, la oratio pide por deseo, la contemplatio es experiencia deleitosa. Inyectamos el Espíritu Teresiano en la Lectio Divina 13 Recordamos, una vez más, que no hay distinción entre oración Carmelitana o Teresiana. Sta. Teresa pescó de varias fuentes. Sin embargo, ella viene de una tradición fuertemente influenciada por el monacato; entonces, su oración puede presentársenos más provechosa si la relacionamos con la oración monástica recientemente redescubierta. Lo que Teresa nos da es una red de nociones, actitudes, orientaciones y algunos medios complementarios para el método monástico básico de las Iglesias orientales. Es verdaderamente fácil y deleitoso introducir el espíritu teresiano en la Lectio Divina. Lectio Teresiana: leer la Palabra con Teresa de Jesús. Para practicar la Lectio según el espíritu de Sta. Teresa, comenzamos por aplicar en las palabras la atención que ella nos pide. Atendemos al texto bíblico leyendo y repitiendo lo que nos atrae, con reverencia por cada palabra que sale de a boca de Dios. La repetición del texto con atención y unción ya forma parte de la oración mental. Teresa misma accedía, a través de las palabras de los Evangelios, a un profundo recogimiento. Una y otra vez nos centramos en la(s) palabra(s) y volvemos suavemente al texto ante cada distracción. Recibimos cada palabra como si cayera de los labios de Cristo. Es él quien dirige hacia el meditador, personalizándola, toda la Escritura. Vinculamos nuestra oración a la palabra de Dios y así alimentamos la Presencia de Dios. Recordar las Escrituras es recordar a Dios y a Cristo. Con los Carmelitas y otros cristianos de todo el mundo, murmuramos la Ley de Dios (las Escrituras) para nosotros mismos día y noche (Regla de San Alberto, nº 8), sobre todo durante nuestros tiempos específicos de oración. Meditatio Teresiana: Meditando con Teresa. Mientras seguimos repitiéndonos las palabras bíblicas, escuchamos atentamente lo que significan. Hay un significado objetivo, y un sentido orientado a la salvación que su Autor quiso darle. Y hay también un sentido íntimo y personal, un sentido espiritual que hace aplicable el texto para mí. Me detengo Intuitivamente en las palabras. Ya sea que yo las escuche como venidas de Cristo directamente para mí, o que yo las utilice para dirigirme a Cristo. Hago mías las palabras bíblicas cuando rezo un salmo, por ejemplo. La meditación hace que las palabras se vuelvan propias por medio de la identificación personal con ellas. Teresa agrega un ingrediente maravillosamente útil como auxilio de nuestra meditación: la localización de Dios dentro de nosotros (o nosotros en Dios). Nos enseña a pensar en Dios como muy cercano a nosotros, o morando en lo más profundo de nosotros; o también en el “yo” que está dentro de Dios como en el propio elemento (ya que es en Dios que vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17, 28).Teresa sabe que los seres humanos pensamos espontáneamente en términos de tiempo y espacio. Es, por lo tanto, extremadamente útil dirigir nuestra atención a Dios en algún lugar determinado. Así podemos pensar en Dios que está a nuestro lado, en el tabernáculo, en el crucifijo o en cualquier parte en que haya una imagen sagrada. Vamos, con Teresa, hacia donde se encuentra Dios. Ya que era tan amiga de pensar que Dios moraba en ella, Teresa prefería meditar sobre la inhabitación divina. Por lo tanto recitaba las palabras de las Escrituras con Dios en ellas, o escuchaba a Dios decírselas desde el interior del Castillo en el que moraba en la habitación más profunda. Sin embargo, su mensaje es que ubiquemos a Dios según 14 la inclinación de cada uno. No hay un solo modo de hacer oración. Oramos como podemos, no como deberíamos. Unir palabras y la Presencia localizada es típico de Teresa como ejercicio de meditación. Teresa nos da otra lección invaluable. Recordemos cómo quiere que recemos habitualmente a Cristo, Camino, Verdad y Vida. Ella quisiera que nuestra oración fuera radicalmente cristocéntrica. Así localizamos a Cristo, cuando oramos, dirigiéndole nuestras palabras o escuchando las divinas palabras de las Escruturas como palabras suyas dirigidas a nosotros. Permanecemos atentos tanto a las palabras como a la presencia de Cristo. Cristo es el que está presente y Cristo es el que habla. Cristo, el Amigo nos acompaña y Cristo, el maestro nos introduce en la oración. Este es un punto importante. Teresa hace, en la meditación, que Cristo sea el objeto del pensamiento y de la afectividad, centralizando así todo lo que es oración en la Persona de Cristo. Oratio Teresiana: Expresión orante con Teresa. La oración teresiana se hace propia sólo cuando el corazón comienza a moverse. La oratio es la respuesta del corazón al Dios de la Palabra. El corazón puede expresarse de mil maneras, como acabamos de ver. Sin embargo, es aquí donde colocamos el principio teresiano de poner a Cristo como objeto de esa oración. Así aprendemos a orar según esta guía y, con El, al Padre. Con Cristo entramos en el seno de la Santísima Trinidad y bebemos el Espíritu desde la misma Fuente. Teresa expone todo su ser amante de Cristo y por este medio encuentra su camino hacia el Padre y el Espíritu. Es una gracia inmensa permanecer fijos en Cristo, nuestro Compañero, nuestro Ejemplo, nuestro Maestro, y nuestro Salvador. Nos relacionamos con Jesucristo más allá de la Palabra,. Lo encontramos en cualquier parte de las Escrituras, desde el Génesis hasta la Revelación; en cada Palabra descubrimos su Misterio y su Presencia. Nos relacionamos con Dios sólo en Cristo. Ya sea que estemos en una etapa de conversación devota con Dios, o en el nivel de una simple compañía, mantenemos nuestra mirada en Cristo con Teresa. En su nombre hacemos nuestras peticiones a Cristo y al Padre. En él tenemos grandes deseos. En su Espíritu aprendemos a mirarlo mientras él nos mira. En él avanzamos hacia la contemplación. Contemplatio Teresiana: Contemplando con Teresa. La repetición de los versículos que leemos colocan a la Palabra bíblica en nuestros labios. La meditación pone a la Palabra en la mente. La oración la lleva al corazón. Y entonces, por la gracia de Dios, la contemplación graba a la Palabra en lo profundo del alma. Hacia y desde los labios, en la mente, en el corazón, y en el alma es por donde viaja la Palabra de Dios en la oración personal. Con Teresa hemos aprendido a escuchar tanto a la Palabra como a la Presencia de Dios. Esta suave atención nos abre al influjo sutil de la pasividad contemplativa, regalo de Dios. Lentamente, adquirimos una mayor facilidad para hacer oración. Habremos cruzado los oscuros límites de la meditación hacia la contemplación. Al principio, esta contemplación es tanto sutil como breve. Pero experimentamos un nuevo recogimiento del alma. Podemos estar en lo más profundo de nosotros mismos y esperar y ver y gustar y contemplar la Presencia de Dios detrás y más allá de las palabras. Nos encontramos con el mismo Verbo. Somos elevados a conocer más y más a quien 15 nos conoce. Somos elevados a amar y ser amados según la nueva energía del Espíritu que ruega en nosotros, Aquí, en la medida en que recibimos una nueva iluminación, comenzamos a ser testigos de nuestra propia transformación. Con Teresa, descansamos en esa Presencia, y descansamos, también, del trabajo de la meditación. Hemos llegado a la Fuente del Agua Viva que se nos da a beber libremente desde la surgente sanadora del Salvador. Conclusión Tengo la ferviente esperanza de que seremos capaces de tomar nuestra experiencia oracional y perfeccionarla empleando los principios teresianos de meditación en el contexto de la Lectio Divina, que es la práctica tradicional de la oración cristiana a partir de las Escrituras. Ser Carmelitas, y ser cristianos también, es tener la capacidad de orar más allá del pasado, acompañando el presente y el futuro en continua evolución. La historia de la oración y su desarrollo en nuestros tiempos son elementos esenciales para nuestra metodología oracional. Somos almas tradicionales que apuntan hacia el futuro. Tenemos una herencia larga y hermosa que continúa desarrollándose y creciendo. ¡Puedan la amplitud de mente de Santa Teresa y su alma convertirse en las nuestras y conducirnos a la renovación de la oración en el Carmelo y en la Iglesia! 16