LA SANTIDAD A LA LUZ DE LA DIVINA VOLUNTAD En este trabajo escrito trataremos el tema central de los escritos de Luisa Piccarreta: La Santidad, o sea “la llamada a la criatura para que regrese al orden, a su puesto y a la finalidad para la cual fue creada por Dios”, como Jesucristo mismo quiso que se titularan los volúmenes que por obediencia Luisa escribió (1). Llamada para que el hombre vuelva a ser como al inicio, como “en los primeros tiempos de la creación. Era nuestro reflejo, y estos reflejos le daban tanta belleza que raptaba nuestro amor y lo volvía perfecto en todos sus actos. Perfecta era la gloria que daba a su Creador, perfecta su adoración, su amor, sus obras, su voz era tan armoniosa que resonaba en toda la Creación, porque poseía la armonía divina y de aquel Fiat que le había dado la vida” (2). Esta santidad efectivamente es la coronación de la misma Historia de la Salvación: camino de perfección que nos lleva a encontrar en Dios nuestro principio y nuestro último fin. La santidad está entonces en reconocer nuestro origen, puesto que “todas las cosas están en el orden, tienen su lugar de honor, son perfectas, cuando no se apartan del principio de donde han salido; separadas de este principio todo es desorden, deshonor e imperfección” (3); “el hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza, puede verdaderamente alcanzar la máxima perfección querida por Dios, si es en todo uniformado a la voluntad divina” (4); “no hay santidad sin mi Voluntad, y no puede surgir ningún bien, ni santidad pequeña ni grande sin ella” (5). Vivimos en santidad, por tanto, si permanecemos fieles al designio de amor para el cual fuimos creados, obrando unidos a nuestro Dios, según las disposiciones de su voluntad, que son nuestro sumo bien. El conocimiento que nuestro Señor nos manifiesta ahora por medio de Luisa nos permite hacer realidad ese propósito, al darnos a entender que “la verdadera santidad está en hacer la voluntad de Dios y en vivir en el Querer Divino” (6). Para tener claridad sobre este vivir miremos que amplitud encierra la expresión Voluntad Divina desde el momento en que Jesucristo afirma que “mi Voluntad soy Yo” (7); y “mi vida está compuesta de santidad, de amor, de sabiduría, de potencia, etc., pero el motor de todo es mi Voluntad… mi Voluntad contiene toda mi vida” (8). Según esto la Voluntad Divina es Dios mismo, su Ser, su esencia, su vida. Veamos también el valor que tiene en nuestro ser la voluntad humana, pues es importantísimo saber que la “voluntad en el hombre es lo que más lo asemeja a su Creador; en la voluntad humana he puesto parte de mi inmensidad y de mi potencia, y dándole el puesto de honor la he constituido reina de todo el hombre y depositaria de todo su obrar” (9). En la voluntad tanto divina como humana, podemos correctamente asegurar, está el ser y la vida, y dar, recibir y comunicarse totalmente se realiza en la unión de voluntades, que implique fusión, convertir en una la vida, el querer, el obrar. Lo que nos lleva a concluir, al igual que María Santísima en las meditaciones para el mes de mayo, que quien le da su voluntad a Dios le da todo, no habiendo más que Él pueda pedirnos ni nosotros nada más que darle (10). Esta donación de vida a vida, quiere nuestro Señor que la vivamos a plenitud, dándole a Dios el dominio de nuestro actuar y entrando en Dios y tomando posesión de sus bienes. Por lo que, vivir en la Divina Voluntad, se nos dice claramente en los escritos de Luisa “es desaparecer, es entrar en el ámbito de la eternidad, es penetrar en la omnipotencia del Eterno, y tomar parte en todo por cuanto a criatura es posible; es disfrutar aún estando en la tierra de todas las cualidades divinas; es expandirse a todos sin agotarse, porque la Voluntad que anima a esta criatura es divina; es la santidad aún no conocida, que haré conocer, que pondrá el último adorno, el más bello y el más refulgente de todas las demás santidades, y será corona y cumplimiento de todas ellas” (11). Y, en efecto, “la Voluntad Divina hace tomar la posesión divina” (12), pues “quien vive en mi Voluntad es capaz de contenerme todo, porque vive en el centro de mi Ser y yo en el centro del suyo” (13), lo que nos da suficiente comprensión como para entender que “la Voluntad de Dios es el paraíso del alma en la tierra, y el alma que vive en la Voluntad Divina forma el paraíso de Dios en la tierra” (14). Por consiguiente, “el vivir en mi Voluntad es reinar, es poseer…, es hacerla propia y disponer de ella…, es vivir con una sola Voluntad, que es la de Dios, siendo ella una Voluntad santa, pura, todo paz, y siendo una voluntad que reina no hay contrastes…, es vivir como hijo no como siervo…, es el vivir que más se asemeja a los bienaventurados del Cielo…, es el don más grande que quiero dar a las criaturas…” (15). Nuestro Señor quiere, en fin de cuentas, perfeccionar nuestra respuesta de amor a su llamada, dándonos su vida como regalo, como propiedad nuestra, como don que nos dé la capacidad de amarlo con su mismo amor, de corresponderle completa y perfectamente, ya que nos dice que “el vivir en nuestra Voluntad es un don que nuestra magnanimidad quiere dar a las criaturas, y con este don la criatura se sentirá transformada, de pobre en rica, de débil en fuerte, de ignorante en docta, de esclava de viles pasiones, dulce y voluntaria prisionera de una Voluntad toda santa que la hará reina de sí misma, de los dominios divinos y de todas las cosas creadas” (16). Como vemos la vida en la Voluntad Divina es algo maravilloso que no se nos había dado hasta ahora, y lo podemos fácilmente constatar en la vida y doctrina de los santos, no encontrando en ninguna parte “los prodigios de la Voluntad Divina obrante en la criatura y la criatura obrante en la Voluntad de Dios” (17). Pero, ¿cómo llevar a la práctica esta esplendorosa santidad? En primer lugar debemos dedicar tiempo al estudio de los escritos de Luisa Piccarreta, ya que “es básica la necesidad de los conocimientos, pues si un bien no se conoce, ni se quiere ni se ama; por eso estos conocimientos serán los mensajeros, los heraldos que anunciarán mi Reino” (18); y “en el dar a conocer, doy e imprimo en el alma aquella cualidad divina que hago conocer” (19). Los escritos a la vez nos ayudarán a sentar las bases firmes sobre las que se desarrollará la vida en la Divina Voluntad, bases que siempre la Iglesia nos ha enseñado: La práctica de las virtudes, el rechazo total al pecado, el amor a la cruz, el abandono en Dios…, en una palabra hacernos nada y darle espacio a Dios en nuestra alma, pues “es necesario vaciarnos de todo para podernos llenar del Todo, que es Dios” (20). Debemos llegar al conocimiento de nosotros mismos, de nuestra incapacidad para hacer algo solos, de nuestra total dependencia de Dios, y así ponernos en sus manos con total confianza porque “el alma hasta que no se sepulta en mi Voluntad, hasta morir del todo en ella con deshacer todo su querer en el mío, no puede resurgir a nueva vida divina con el resurgimiento de todas las virtudes de Cristo, que contienen la verdadera santidad” (21). El descubrir que somos nada y que Dios es Todo es la luz que nos llevará por el camino de la verdad de nuestro destino sobrenatural y eterno: “El conocimiento de sí y el conocimiento de Dios van de la mano, por cuanto te conozcas a ti misma otro tanto conocerás a Dios. El alma que se ha conocido a sí, viendo que por sí misma no puede obrar nada de bien, esta sombra de su ser la transforma en Dios y de esto sucede que en Dios hace todas sus operaciones. Sucede que el alma está en Dios y camina junto a Él, sin mirar, sin investigar, sin hablar; en una palabra, como muerta, porque conociendo a fondo su nada no se atreve a hacer algo por sí misma, sino que ciegamente sigue las operaciones del Verbo” (22). Sin embargo, si esto tan exigente es apenas la base para comenzar a vivir en la Divina Voluntad, ¿cómo estar a la altura de este reto, nosotros criaturas tan frágiles? Nuestro Señor nos da la clave cuando desde el volumen uno le pide a Luisa: “Invócame en el inicio de cada acción que hagas, tenme siempre presente para hacerla conmigo, y así será cumplida a perfección” (23). Luego le manifiesta concretamente que Él “desea ver que el alma quiere hacer en verdad su Voluntad y nunca la suya, pronta a cualquier sacrificio para hacerla, en todo lo que hace pedirle siempre, aún como préstamo el don de su Querer. Entonces Él, cuando ve que nada hace sin el préstamo de su Voluntad, se la da como don, porque con pedirlo y volver a pedirlo ha formado el vacío en su alma donde poner este don celestial, y con haberse habituado a vivir con el préstamo de este alimento divino, ha perdido el gusto del propio querer, su paladar se ha ennoblecido y no se adaptará a los alimentos viles del propio yo; por eso, viéndose en posesión del don que ella tanto suspiraba, anhelaba y amaba, vivirá de la vida de aquel don, lo amará y lo tendrá en la estima que merece” (24). Así pues, “queriendo tú el reino de mi Voluntad, es necesario que des los anticipos, y cada vez que tú giras en Ella y pides y vuelves a pedir su reino y haces tus actos por todos con el mismo fin, tantos anticipos agregas para asegurarte la adquisición del reino de mi Fiat Divino. He aquí para qué sirven tus giros en mi Voluntad, los actos que haces en Él, el pedir y volver a pedir que venga su reino, todas son cosas necesarias y que se requieren para su gran adquisición” (25). Es decir, debemos vivir nuestros actos, que son las células constitutivas de nuestra existencia, como si Jesús los viviera en nosotros, viviendo en la Santísima Humanidad de Jesús las 24 horas del día, llamándolo continuamente a vivir su vida en cada uno de nuestras acciones, haciendo uso del don de la Divina Voluntad aún sin tenerlo, como si ya lo poseyéramos. Nuestras acciones, entonces, adquieren los tintes perfectos y santos de un verdadero hijo de Dios que vive la vida divina por gracia, pero a su máxima expresión, obrando la santificación no sólo con Jesús sino en Jesús, pues le damos total poder y protagonismo. Veamos como Jesucristo mismo nos ilumina: “Por cuantas veces el alma entra en el Querer Divino para rezar, obrar, amar y otras cosas, tantos caminos abre entre el Creador y las criaturas. En este encuentro ella copia las virtudes de su Creador, absorbe en sí siempre nueva vida divina, y todo lo que hace no es más humano en ella, sino divino” (26); “así como Yo me hago alimento de la criatura, así la criatura puede hacerse mi alimento, convirtiendo todo su interior en mi alimento, de modo que pensamientos, afectos, deseos, inclinaciones, latidos, suspiros, amor, todo, todo debería dirigir hacia Mí, y Yo viendo el verdadero fruto de mi alimento, el cual es divinizar al alma y convertir todo en Mí, me vendría a alimentar del alma, esto es, de sus pensamientos, de su amor y de todo el resto suyo” (27); “esta unión conmigo, parte por parte, mente por mente, corazón por corazón, etc., produce en ti, en grado más alto, la vida de mi Voluntad y de mi Amor, y en esta Voluntad viene formado el Padre, en el Amor el Espíritu Santo, y del obrar, de las palabras, de los pensamientos y de todo lo demás viene formado el Hijo, y he aquí la Trinidad en las almas” (28); “la criatura al obrar, su acto es pequeño, limitado, pero conforme entra en mi Querer se hace inmenso, inviste a todos, da luz y calor a todos, reina sobre todos, adquiere la supremacía sobre todos los demás actos de las criaturas, tiene derecho sobre todos; así que impera, comanda, conquista. Son el triunfo de mi gloria, el desahogo de mi amor, el cumplimiento de mi Redención, y me siento compensado de la misma Creación” (29); “para ser completo y perfecto el acto de la criatura debe comenzar y terminar en nuestra Voluntad, la cual le suministra su misma vida de luz y de amor” (30). Esta vida en Jesús, dándole nuestra voluntad, o sea el control de nuestra vida en sus manos, y pidiéndole en cada acto que venga Él mismo a realizarlo en nosotros, debe ser sin interrupción, en forma continua para que así se convierta en vida, y no sea una devoción más o un buen propósito. La verdad es que “la santidad no está formada por un solo acto, sino por muchos actos unidos juntos. Un solo acto no forma santidad, porque faltando la continuidad de los actos faltan los colores y las vivas tintas de la santidad, y faltando estos no se puede dar un peso y un valor justo de la santidad. Así que lo que pone el sello a la santidad son los actos buenos continuados” (31). Los actos continuos vividos en Jesús, en su santísima Voluntad, podemos afirmar con seguridad, son la estructura donde se irá formando la vida divina en nuestras almas, son la materia prima, el alimento con el que Jesús nutrirá y hará crecer el cuerpo de nuestra santificación completa dado que “el seguir a mi Voluntad, unirse a sus actos, girar y volver a girar en ella, sirve para formar el alimento para alimentar, formar y hacer crecer su vida en tu alma. Ella no sabe alimentarse de otros actos sino de aquellos que se hacen en su querer, ni se puede formar en la criatura, ni crecer, si no entra en ella, y con la unión de sus actos forma su parto de luz para formar su vida de Divina Voluntad en la criatura. Y por cuantos más actos de Divina Voluntad forma, cuanto más se une con sus actos y vive en ella, tanto más alimento abundante forma para alimentarla y hacerla crecer siempre más pronto en su alma” (32). Por eso Jesús mismo le confirmó a Luisa: “Cuando obras en mi Voluntad, su Reino se establece siempre más en ti” (33). Y por eso Luisa también confirma en una de sus cartas: Se crece en la vida de la Divina Voluntad “con llamarla en todo lo que se hace, sea acto natural o espiritual… con el fin de no tener más vida que la sola Voluntad Divina, y así extienda y forme su vida en los pequeños actos” (34). Viviendo en la santidad de la Divina Voluntad, Jesús vivirá en nosotros y nosotros en Él, y así adquiriremos y disfrutaremos la posesión plena del Ser divino, de sus atributos, de sus gozos, de sus bienes. Un camino en el que María Santísima, como Madre y Reina de la Divina Voluntad, nos acompañará siempre con su presencia y su amor. Junto a ella emprenderemos el regreso al Padre, al principio de donde salimos y adonde debemos llegar: se obra así la plenitud de la santificación querida por Dios. Entablemos, pues, el siguiente diálogo con Jesús con la misma entereza con que lo hizo Luisa: “‘Hija mía, dime, ¿tu ideal, tu finalidad cuál es?’ Y yo: ‘Amor mío, Jesús, mi ideal es cumplir tu Voluntad, y toda mi finalidad es de llegar a que ningún pensamiento, palabra, latido y obra, jamás salgan fuera del Reino de tu Suprema Voluntad, más bien, que en ella sean concebidos, nutridos, crecidos y formen su vida; así que es el Reino de tu Voluntad en mi pobre alma lo que suspiro, y esto es todo mi ideal y mi primero y último fin’. Y Jesús, todo amor, ha agregado: ‘Hija mía, así que mi ideal y el tuyo son uno mismo y por lo tanto única nuestra finalidad’” (35). ____________________________________________________ (1) (2) (3) (4) (5) (6) (7) (8) (9) (10) (11) (12) Volumen 19 – Agosto 27 de 1926 Volumen 20 – Octubre 29 de 1926 Volumen 13 – Diciembre 15 de 1921 Volumen 1 – Capítulo 11 Volumen 14 – Noviembre 6 de 1922 Volumen 12 – Agosto 14 de 1917 Volumen 13 – Febrero 2 de 1922 Volumen 11 – Diciembre 17 de 1914 Volumen 13 – Octubre 9 de 1921 “La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad” Día 5 Volumen 12 – Abril 8 de 1918 Volumen 8 – Octubre 3 de 1907 (13) (14) (15) (16) (17) (18) (19) (20) (21) (22) (23) (24) (25) (26) (27) (28) (29) (30) (31) (32) (33) (34) (35) Volumen 12 – Mayo 4 de 1919 Volumen 7 – Julio 3 de 1906 Volumen 17 – Septiembre 18 de 1924 Volumen 30 – Abril 30 de 1932 Volumen 14 – Octubre 6 de 1922 Volumen 23 – Octubre 30 de 1927 Volumen 14 – Noviembre 6 de 1922 Volumen 7 – Octubre 14 de 1906 Volumen 7 – Enero 20 de 1907 Volumen 2 – Junio 2 de 1899 Volumen 1 – Capítulo 7 Volumen 18 – Diciembre 25 de 1925 Volumen 24 – Julio 4 de 1928 Volumen 15 – Mayo 5 de 1923 Volumen 6 – Noviembre 17 de 1904 Volumen 11 – Junio 12 de 1913 Volumen 12 – Diciembre 12 de 1917 Volumen 35 – Marzo 28 de 1938 Volumen 17 – Julio 25 de 1924 Volumen 28 – Abril 1 de 1930 Volumen 19 – Junio 20 de 1926 Del epistolario de Luisa – Enero 2 de 1939 Volumen 19 – Junio 20 de 1926