Francesco Tonucci – Novedades Educativas

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La lectura, un derecho de los niños.
Análisis y propuestas frente al fracaso escolar
(http://www.noveduc.com/130.htm)
Presentamos una reseña de la conferencia ofrecida por Francesco Tonucci, en el marco del Congreso
"Promoción de la lectura y el libro", de la Feria del Libro de Buenos Aires.
Francesco Tonucci
Todos los niños hablan, bien, mal. pero todos los niños hablan y siguen hablando por toda la vida.
La mayoría de los niños aman, quieren, escuchan música. Pocos niños leen, a pocos niños les
gusta leer. Extrañamente, sobre la escuela mejor no hablar. Es raro que en ella se escuche
música y se aprenda a leer...
Yo creo que vale la pena ir a mirar cómo han empezado los otros aprendizajes. Yo creo que es
una regla del mercado: si una cosa funciona, vale la pena conocerla mejor, para ver si podemos
aprovechar las características de ésta y aplicarla a la otra.
¿Cómo se aprende a hablar? Es muy interesante para los educadores reflexionar en este aspecto,
que pertenece a la vida de todos los hombres y las mujeres, para analizar si hay elementos útiles
para re-proponerlos en el aprendizaje escolar.
Creo que los cimientos del lenguaje se encuentran en los primeros días de vida. Cuando el niño
tiene la sensación del hambre, que él no sabe que es hambre. Imagino que lo siente como un
vacío, algo que le duele en la barriga, y llora. Y no llora porque elige llorar, sino porque está escrito
en su código genético que, frente a esta necesidad, llore. Y llora. Si tiene suerte -y, por suerte, la
mayoría de los niños la tienen-, a esta llamada responde algo de bueno, algo de tierno: la piel y el
pecho de su madre, a través del cual pasa dentro de él algo que va a llenar este vacío doloroso. Y
el niño se queda tranquilo.
Cuando se encuentre por segunda vez con esta sensación dolorosa del vacío, va a llorar de
nuevo. Porque está escrito en el código genético, pero no sólo por esto sino -en un porcentaje
muy pequeño- por otra causa, que también vale la pena: porque el primer reclamo consiguió un
resultado bueno. Y este porcentaje que llamamos "vale la pena" va a crecer con los días, con los
meses, hasta generar una motivación más fuerte para llamar, porque la respuesta es buena.
Éstos son los cimientos del lenguaje: construir la conciencia de que vale la pena llamar, vale la
pena hablar, porque la respuesta es buena.
Éste es el contexto en el cual el niño comienza su recorrido hacia la palabra; el suyo es un mundo
de palabras: su mamá habla con él. Las palabras salen de su madre como una caricia particular
verbal. Esto es fundamental, su madre le cuenta cosas, verás, ahora va a llegar papá, vamos a
preparar la comida, papá estará cansado y tú qué piensas, qué hacemos, preparamos la
comidita... Claro que ya sabemos que el niño no puede entender el sentido de cada una de estas
palabras, pero entiende algo mucho más importante: su mamá está hablando con él. Y esto va a
crear un deseo grande de conseguir esta riqueza, para poder, un día, también hablar él.
Esto va a ocurrir rápidamente y el niño rápidamente intenta expresarse. Dice pocas palabras,
pronuncia mal, pero la madre sigue -en una actitud fundamental para su desarrollo-interpretando
lo que el niño dice, no importa si lo dice mal, lo importante es que intenta comunicar y su madre se
hace cargo de interpretar los signos, los sonidos de su hijo. Es importante este esfuerzo de mediar
entre el niño, su deseo de comunicación y el mundo, y esto refuerza de nuevo el deseo, las ganas
del niño de expresarse y de comunicar. Quiere ser autónomo, lo más pronto posible.
¿Es posible aprender de esta manera la lectura? Yo creo que éste es el desafío, ésta es la
apuesta. Hay experiencias muy simpáticas, muy interesantes, que se realizan en algunas
escuelas infantiles, que nos dicen que sí.
Algunas experiencias incentivadoras
(Francesco Tonucci muestra cartas de amor de dos niños de cinco años de la Escuela Infantil de
Reggio Emilia, en Italia, que se han expuesto en la última muestra.)
Ésta es la carta de Luca para Agnese. Luca no sabe escribir y pide ayuda a una compañera,
Carla, que hace de escritora. Y el texto es éste:
Querida Agnese, estoy demasiado enamorado de ti. Pero algunas veces tú me haces enfadar
porque juegas con otros y yo no quiero. Porque yo, ¿con quién juego, entonces? Yo no puedo
nunca destacarme de ti. Mañana me voy a casar contigo y voy a darte también miedo y correrte
detrás con el mantel negro. Muchos besos de Luca...
Ésta primera carta tiene muchísimos errores, pero la niña la recibe y la lee. Y contesta con la
segunda:
Querido Luca: no puedo casarme contigo en el día que tú has dicho, porque soy demasiado
pequeña y después no me casaré nunca más. Porque no me gusta. Yo juego contigo si luego tú
no me rompes con todos tus besos. Que son muchooooooooooooooooooooooooos. Quería
haberme muchos menos besos. Un día te invito a casa mía. Contéstame de nuevo con otro
mensaje y yo te contesto aún. Agnese.
Es interesante la posibilidad que tienen estos niños de enviarse cartas. Cartas incorrectas, así
como incorrecta es la expresión del niño pequeño: ba ba ba ba y es su mamá la que interpreta el
mundo.
Hay otros ejemplos importantes: Célestin Freinet, al diseñar su pedagogía popular, pensaba en la
correspondencia interescolar. Los niños les escriben a amigos que están lejos. Los niños de la
montaña a los niños del mar. Intercambiar cartas era la manera mejor para intercambiar mundos,
conocimientos, emociones, objetos. Porque con las cartas viajaban paquetes y llegaban las
castañas al mar y los caracoles a las montañas. En una reciente experiencia del Ministerio de
Educación y del correo italiano, se ha propuesto una experiencia de intercambio de cartas entre
los niños de las escuelas; y el correo nacional, al poner el sello, permite que los niños escriban
gratuitamente. 600 mil cartas están viajando por Italia entre niños de distintas ciudades.
También existe una experiencia en una escuela de Madrid, en la que niños de 4o y 5o de primaria
(de 9 o 10 años) van a leerle cuentos a niños de jardín de infantes. Vi la experiencia en video: en
la sala de jardín de infantes había, en cada mesita, tres niños pequeños y un niño más grande, de
primaria (de diez años), que leía un cuento para ellos. Mirar la cara de estos niños pequeños era
un encanto, un milagro. La maestra que propuso esta experiencia permitía que estos niños de 9 o
10 años entendieran la importancia de la lectura al suscitar esta emoción en los ojos de estos
niños pequeños, que dependían de ellos. Los miraban con la maravilla de quien escucha a alguien
que lee. Y, por último, existe una propuesta de un autobús que va por los barrios de Buenos Aires,
leyendo y generando experiencias de lectura a los niños.
Qué ocurre en la escuela
Es raro cómo parece que la escuela elige todas las maneras para que los niños, junto con el
aprendizaje de la lectura, aprendan también a rechazarla. Las letras son raras, son ajenas, la
escuela consigue presentarlas como signos irreconocibles, absurdos. Casi siempre, la propuesta
de la lectura se realiza para alcanzar un fin distinto. El objetivo no es comunicar, no es suscitar
emociones, sino es demostrarle al maestro que se sabe leer. Es un papel fiscal: el niño tiene que
leer aceptablemente para demostrarle que lo sabe hacer, para conseguir una nota positiva. Y se
lee de una manera muy rara. Todos los niños leen lo mismo, hay un libro común. Los libros de los
niños son iguales y hay un momento raro: para mañana, leéis un cuento. Por ejemplo, de la
página 12 a la página 13. Los niños lo leen, vuelven a la escuela y es posible que el maestro le
pida, por ejemplo, a María: levántate y cuéntame lo que has leído. ¿Es posible que no
entendamos lo absurdo de esta petición? Se le está pidiendo a una niña que les cuente, a los
demás, algo que todos han leído.
Si yo pregunto: ¿habéis leído en el periódico de hoy tal noticia?, y todos me contestan que sí, que
la han leído, y yo digo: bueno, ahora me la cuentan, los chicos dirían: estás loco, si ya la sabes.
Esto hace que el niño entre dentro de una idea de absurdo, es un mundo raro, donde se hacen
cosas raras. Yo siempre digo: si voy en un ferrocarril, entro en una sala de espera y veo que la
gente está leyendo... Pienso: bueno, esto no es raro, lo normal es que, en la sala de espera, se
esté leyendo. Pero si, mirando mejor, veo que están leyendo todos un libro, ya eso es raro, porque
hay periódicos, hay revistas, etcétera.
Y si me doy cuenta de que es el mismo libro y que todos están leyendo la misma página, pienso
que estoy dentro de una película de horror, de algo que no puede ser...
Esto es algo que ocurre normalmente en una clase escolar. Se pide leer para controlar que el niño
haya leído o, si no, leer para hacer otra cosa: leer una página para hacer un resumen, leer una
página para sacar los conjuntivos, leer una página para consultar en el diccionario las palabras
difíciles... Estas son cosas que desenamoran a los niños de la lectura. Porque siempre son para
hacer algo distinto.
El tema es que, antes, la escuela tenía un papel mucho más fácil. Antes, los niños aprendían a
leer fuera de la escuela, antes de la escuela. Los niños que iban a la escuela y que seguían en la
escuela eran los niños que tenían una familia donde la experiencia de la lectura existía. Por lo
general, eran niños que tenían libros en casa -lo cual hace una diferencia fuerte: nacer en una
casa donde hay libros que nacer en una casa sin libros-. Es difícil que un niño que nace en una
casa donde no existan libros entienda la importancia de un libro. Nunca lo ha visto, las personas
más importantes de su vida nunca leen. Nunca ha visto leer un libro a su padre o a su madre.
¿Cómo puede ser una de las cosas más importantes del mundo? Claro que los niños que
conocían la experiencia de leer iban a la escuela para perfeccionar esta experiencia.
Hoy, la escuela es para todos. La gran mayoría de estos todos nunca ha tenido a alguien que lea
para ellos. Y, sin esta experiencia de lectura, de adultos que lean para los niños, ¿cómo pueden
los niños entrar dentro del milagro de la lectura? Un milagro que Penack explica muy bien en una
página de su libro Como una novela.
Dice así: "En suma, le enseñamos todo acerca del libro cuando no sabía leer. Le abrimos a la
infinita diversidad de las cosas imaginarias. Lo iniciamos en las alegrías del viaje vertical, lo
dotamos de la ubicuidad, liberando de tronos, sumido en la soledad fabulosamente poblada del
lector. Las historias que le leíamos estaban llenas de hermanos, de hermanas, de parientes, de
ideales, escuadrillas de ángeles de la guarda, cohortes de amigos tutelares, encargados de sus
penas, pero que luchando con sus propios ogros, encontraban, también ellos, refugio en los
latidos inquietos de su corazón. Se había convertido en su ángel recíproco, un lector. Sin él, su
mundo no existía. Sin ellos, él permanecía atrapado en el espesor del propio, así descubrió la
paradójica virtud de la lectura, que consiste en abstraemos del mundo para encontrarle un sentido.
De esos viajes volvía mudo, era la mañana y había otras cosas que hacer. A decir verdad, no
intentábamos saber lo que había obtenido allí. Él, inocentemente, cultivaba ese misterio. Era,
como se dice: su universo. Sus relaciones privadas con Blancanieves o con cualquiera de los siete
enanitos pertenecían al orden de la intimidad que obliga al secreto. Gran placer del lector, este
silencio de después de la lectura. Si, le enseñamos todo acerca del libro, abrimos
formidablemente su apetito de lector, hasta el punto -acordaos-, hasta el punto de que tenga prisa
por aprender a leer".
Es posible, se ve que es posible, pero, ¿quién se hace cargo hoy de crear esta necesidad, de
suscitar esta pasión, de crear este momento mágico de silencio después de leer? Yo creo que es
un papel público, esto hace la escuela, la escuela de todos. Hoy, la mayoría de los niños que
llegan a la escuela no tiene esta experiencia. Es nuestro papel ofrecerla. Por eso creo que, más
que todo, la escuela debería ofrecer la experiencia de lectura a los niños. Leer para ellos: el adulto
que lee, los niños que escuchan. En todas las maneras que queráis. Empezar temprano, empezar
a los tres años, si es posible, a los cuatro y seguir para siempre, para siempre. Yo creo que valdría
la pena crear momentos de escucha hasta en las escuelas superiores. Antes escuchar.
En Italia tenemos la costumbre -la obligación- de estudiar a nuestro mayor autor poeta, que es
Dante Alighieri. Yo no he conocido ninguna persona, ¡ninguna persona! que haya leído de nuevo
La divina comedia, de Dante Alighieri. Esto significa que la escuela, que la impuso a todos
nosotros, mató a esta obra. Esta importantísima obra. Porque cada uno de nosotros tiene miedo
frente a ella. Porque es muy difícil, porque es un lenguaje antiguo, pero faltó el momento de la
escucha. Todos intentamos descifrar el sentido de los versos y nadie aprovechó y gozó el ritmo, el
sonido, la estructura verbal, musical de esta obra, que sólo puede ofrecer un actor. Pero existen
obras grabadas, de actores importantes... Yo creo que se debería escuchar y después estudiar. Y
eso debería empezar en la primera edad.
Algunas propuestas concretas
 Leer a todas las edades.
 Poner los libros en las manos de los niños.

a- La escuela debe ser un lugar donde haya libros y que los libros se puedan tocar.

b- Ir a la librería como actividad escolar, con los niños, ir a comprar libros.

c- Ayudar a los padres.
Digo que la escuela deber ser un lugar donde haya libros y que los puedan tocar, porque hay una
diferencia fundamental entre la biblioteca y la librería. Y, casi siempre, la librería está más cerca
del lector que la biblioteca. En la librería, los libros están cerca de la mano, se abren, se leen, se
pueden oler... En la biblioteca, hay un fichero y normalmente el bibliotecario está muy celoso de
que no se toquen los libros. Dime lo del fichero... ¡Pero el fichero no son libros! Yo siempre doy
este ejemplo más simple: El nombre de la rosa. Se puede pensar que es una obra de botánica o
de nomenclatura, no dice nada de la novela que está adentro. Umberto Ecco... ¿quién es este
señor? Un niño no lo conoce, un joven no lo conoce, mucha gente en Italia tampoco lo conoce. No
sirve de nada. La escuela debería ser un fugar donde los libros sean accesibles.
Digo que es importante ir a la librería como actividad escolar, con los niños, ir a comprar libros,
porque el libro de lectura debería ser un libro elegido para los niños, no un libro igual para todos.
El libro de lectura siempre es uno, que sirve para controlar. ¡Que sean varios! Que sea uno distinto
del otro, de manera que un niño lea una cosa distinta de los demás. Por esto sí que vale la pena
contarlo. Porque los demás no lo conocen.
Finalmente, pienso que es importante ayudar a los padres, porque es un papel también de la
escuela. Ayudar a los padres a entender cuan importante es hacer leer a sus hijos. Cuan ricos son
estos momentos, pasarlos con el niño que escucha. Son momentos de intensidad afectiva que es
difícil reproducir con otras propuestas. Que aprendan a regalar libros, a ir con sus hijos a la
librería. Un libro cuesta mucho menos que tantos juguetes tontos. Yo no tengo nada contra los
juguetes. Soy una persona que he jugado siempre y sigo jugando, pero hoy estamos
transformando a nuestros hijos en poseedores de juguetes en lugar de jugadores y un libro es un
buen juguete. Y, por favor, ofreced a los niños la experiencia de leer gratis: de leer y nada más.
Para este invierno, para las vacaciones, leer un libro. ¿Qué libro? No importa: lo elegís y lo leéis.
¿Para hacer qué? Nada. ¿Cómo nada? Ni un resumen, ni una nota, ni una ficha, nada. Leer
porque vale la pena regalar esta experiencia de leer gratis. Termino con una frase de Daniel
Penack que confirma todo lo dicho: "El verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que comparte
con otros verbos: el verbo amar, el verbo soñar".
Una visita a la librería
Es bastante absurdo que el libro de lectura de los niños sea un libro igual para todos.
Claro, que se puede, también en este caso, utilizarlo bien, pero es una falta de
riqueza. En Italia dicen a los padres: "tienen que comprar un libro (el mismo libro) a
cada uno de los niños". ¿Por qué el maestro no dicen: "no los compréis. Guardad
ese dinero. Dádselo a los chicos, que un día vamos juntos a la librería y vamos a
elegir los libros? ¿Entienden qué riqueza distinta es? Cada niño va y elige...
Naturalmente, ta primera vez no compramos. Nos ponemos de acuerdo con un
librero. Hay libreros que están dispuestos a esto: por la mañana no tienen muchísima
gente en la librería. Vamos con la clase. La primera vez el librero explica lo que hay,
fas colecciones; otro día vamos de nuevo, los niños se han hecho una idea, si
quieren vuelven a la tarde para mirarlo mejor, eligen su libro con libertad, pueden
equivocarse. Es importante equivocarse para entender que es posible
equivocarse. Y cada niño vuelve a la escuela con un libro distinto que los demás.
Prácticamente, esta clase tiene una pequeña biblioteca. ¡Tiene treinta libros distintos!
Si comparten estos libros, ¡cada niño en un año lee treinta libros! ¿Por qué no? Si
tenemos necesidad de un libro igual, los niños ¿cuántos tienen? Son varios los libros
de escueta. Se puede utilizar el libro de matemática para hacer una actividad de
lectura colectiva... yo no sé. No digo que no pueda existir la necesidad, en algún
momento, de que haya un mismo texto a disposición de todos para hacer una cosa
particular. Pero que no sea esto la educación para la lectura, porque no se va a
conseguir. Se pueden contar cuentos, cantar canciones, leer cosas pequeñas que se
pueden terminar en una horita o menos, pero serla interesante llegar a leer un libro,
una novela, un poco cada día. Dejar a los niños con las ganas de seguir, como un
culebrón, como una telenovela. Quince minutos cada día. Con las ganas de volver a
escuchar.
Novedades Educativas
Año 13 – Nº 130 – Octubre 2001
Ediciones Novedades Educativas
http://www.noveduc.com/130.htm
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