UNIVERSIDAD DE LA REPUBLICA FACULTAD DE PSICOLOGIA TALLER DE 2º CICLO MATERIALES PARA TRABAJAR EN TALLER DEBER DE CULTURA EN LOS ESTUDIANTES El primer capítulo del libro sería el deber de cultura en los estudiantes y aquí habría muchos puntos que tratar: señalaré dos o tres de los más importantes. El deber de cultura de los estudiantes se obscurece y se complica, sobre todo, por la acción fatal, forzosa que ejercen sobre la manera de estudiar, y sobre las mismas mentes juveniles, ciertos procedimientos de fiscalización de los que el Estado, al organizar la enseñanza no puede prescindir. Esos procedimientos, sean exámenes propiamente dichos o realicense en cualquier otra forma de las usuales tienden, en mayor o menor grado a producir un efecto estrechante y hasta, desde cierto punto de vista, y por paradojal que esto parezca por el momento, también inmoral. Especialmente los exámenes comunes, producen un doble mal: de orden intelectual y moral. En lo intelectual producen una psicología peculiar, describirla será describir a ustedes lo que todos conocen, pero que tal vez por conocerlo demasiado, por tenerlo demasiado cerca, por tenerlo adentro, no hayan podido quizás observar bien. Una observación muy vulgar que yo he hecho desde estudiante, es la siguiente: ¿se han fijado ustedes en la terminologia de que habitualmente se sirve el estudiante para hablar de las asignaturas que cursa? Mi observación es que esos términos parecen querer significar, invariablemente, algo que va de adentro afuera; son –se me ocurre decir- todos términos centrífugos, nunca centrípetos. Un estudiante pregunta a otro: ¿qué das este año? o ¿qué “sueltas” o qué “largas” este año? (11) todos los términos son análogos. Las palabras que emplean nunca se refieren a algo que entra, se refieren invariablemente a algo que sale. Esa terminología se relaciona con un hecho de alcance muy importante, psicológica y pedagógicamente: con la inmensa diferencia que existe entre estudiar para saber y estudiar para mostrar que se sabe. Se trata de dos cosas completamente diferentes en cualquier momento de la enseñanza; el que estudia de la segunda forma, está obsesionado con la idea de que, ese saber, que en ese momento absorbe ha de echarlo afuera; de que tiene que mostrarlo, que exhibirlo, que probarlo. Como consecuencia la preocupación de recordar, predomina en mayor o menor grado, sobre la preocupación de entender. Se produce entonces una artificialización y una superficialización de la cultura. 1 Actualmente diríamos “me saqué de encima o di” tal materia. Pero el mal no es solamente de ese orden: he dicho también que que esos procedimientos de fiscalización –y no entro ahora a discutir si son o no una necesidad o si pueden o no ser suplidos- tienden hasta a crear una moral especial; son como la guerra: el estado de guerra tiene su moral propia; el homicidio, el engaño, otros muchos actos que en la moral propiamente dicha, son reprobables, en la guerra pasan a ser disculpables y hasta laudables. Del mismo modo y conservando los grados, los exámenes tienen también una moral especial; y dicho sea de paso, no quiero yo condenar demasiado a los que lo aplican, sino simplemente constatar que se trata de algo a tener en cuenta. Se exige a la memoria un esfuerzo antinatural; los programas crecen indefinidamente y se multiplican las materias a programar y el espíritu se defiende, sencillamente se defiende: se crea hábitos y facilidades especiales, prácticas útiles de defensa y no hay derecho a condenar eso con demasiada severidad. Creo que no habrá uno solo de nosotros que, juzgándose con un criterio moral un poco delicado, no tenga algo que reprocharse, por lo menos en el sentido de haberse procurado sobre un punto cualquiera o sobre muchos, una erudición un poco ficticia destinada a simular el saber ante una mesa examinadora, o de haberse preocupado más, por ejemplo de las cuestiones que pregunta habitualmente tal o cual examinador, que de las cuestiones importantes; o simplemente haber estudiado sólo las cuestiones que están en el programa de examen, aunque no tengan tanto valor, en perjuicio de otras cuestiones que no estando incluidas en el programa tienen un valor inmenso.¿Quién no ha hecho algo de eso y hasta cosas moralmente menos disculpables? He aquí, justamente, algunos deberes de los que no son difíciles porque falten las fuerzas; estos lo son sólo porque el estudiante no los ve, o viene a comprenderlos cuando ya es tarde. Generalmente el estudiante no se da cuenta de que se ha formado una psicología inferior y no completamente moral. Lo que hay que hacer es crearse otro estado de espíritu, llenar los programas, cumplir con los exámenes, asegurarse la aprobación pero -y éste es el deber fundamental- no creer jamás que cuando se ha hecho eso, se ha cumplido ni desde el punto de vista intelectual, ni desde el punto de vista moral. El deber que voy a recomendarles pertenece a la clase de los deberes no sólo fáciles, sino agradables. La vida del estudiante es infinitamente más grata para el que, además de preocuparse de estudiar en superficie, se preocupa de estudiar también en profundidad. Entendámonos, no se puede estudiar todo en profundidad; dentro de las exigencias de la enseñanza actual, profundizarlo todo es imposible; pero, además de abarcar una superficie vasta, se puede ahondar aquí y allá. Y es que sucede con el espíritu lo mismo que con el cuerpo: Parece que del mismo modo que es preciso para la salud del organismo que la comida que ingerimos tenga una parte inasimilable, también espiritualmente, la demasiada facilidad para asimilar, el hecho de que todo esté preparado, de que todo sea digestible, dbilita o por lo menos, no fortifica bastante la mente. Pues bien, la enseñanza exclusiva por obras preparadas especialmente para el fin didáctico –trátese de la niñez como de la juventud- constituye un régimen incompleto y debilitante, tan incompleto y debilitante como el que, en lo fisiológico, podría constituir el de alimentar a una persona exclusivamente con peptonas y substancias preparadas de manera que fueran totalmente digestibles. Lo parcialmente inteligible es un fermento intelectual de primer orden, del cual no se puede prescindir. Entretanto, el estudiante mientras sólo se preocupe de cumplir con las exigencias de sus programas, de sus lecciones y de sus exámenes, está reducido a la asimilación de materia peptonizada; quiero decir, que al estudiante como tal, no se le exige más lectura que la de los textos. Llamaremos textos a los libros hechos especialmente para enseñar, esto es, para ser asimilados por mentes infantiles o juveniles; y diremos que los libros se dividen en dos clases: los textos y los libros propiamente dichos, es decir, aquellos que no han sido hechos con fin didáctico. Un segundo deber del estudiante es, pues, no limitar sus lecturas al círculo de los textos, sino leer algunos libros en el sentido especial que estamos dando a esa palabra. Otro consejo práctico, esencialmente práctico y que también se relaciona con la moral de la cultura en los estudiantes sería el de formarse –empezando ya también inmediatamente desde mañana mismo- un hábito que sería el más indispensable a los intelectuales de los países sudamericanos, y cuya adquisición sólida aunque fuera por alguno de ellos solamente, creo que modificaría de una manera radical, las manifestaciones de nuestra cultura. Me refiero al hábito de dedicar una parte de nuestro tiempo aunque sea una hora diaria, a algo -sea lo que sea- en el orden intelectual que no se refiera a nuestros fines prácticos inmediatos. Quiero decir que un estudiante necesita indispensablemente, como deber intelectual, dedicar diariamente un tiempo a algo que no sean los exámenes que tiene que rendir o algo que no sea su vida profesional inmediatamente utilitaria. Ese hábito lo necesitarán ustedes más adelante; pero ya tal vez podrían adquirirlo. Carlos Vaz Ferreira (1919)