Oración del voluntariado

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Oración del voluntariado.
Gracias, Señor, por haberme llamado
a servir gratuitamente,
a dar mi tiempo, mis energías y mi amor
a quienes sufren. Aquí estoy, Señor,
envíame. Dispón mi mente y mi
corazón a escuchar sin perjuicios, a
servir hasta las últimas consecuencias.
Envíame, Señor, a pesar de que yo
también soy débil; así comprenderé
que eres tú nuestra fuerza, y mis
hermanos descubrirán tu rostro en mi
presencia discreta, envíame, Señor, y
así comprenderé que la mayor
felicidad está en servirte. Amén.
ORACIÓN PARA DESCUBRIR AL OTRO
Señor: enséñame a ver detrás
de cada palabra, de cada hermano,
alguien que se esconde
que posee la misma profundidad o mayor que la mía
con sus sufrimientos y sus alegrías,
alguien que tiene vergüenza, a veces,
de mostrarse tal cual es:
que no le gusta mostrarse ante los demás
por timidez o porque...quizá
lo que mostró una vez fue lo mismo que nada.
Señor: hazme descubrir detrás de cada rostro
en el fondo de cada mirada, un hermano,
semejante a Ti y, al mismo tiempo,
completamente distinto de todos los otros.
Quiero, Señor, tratar a cada uno a su manera,
como Tú lo hiciste con la Samaritana,
con Nicodemo,
con Pedro...
como lo haces conmigo.
1
Quiero empezar hoy mismo
a comprender a cada uno en su mundo
con sus ideales,
con sus virtudes y debilidades
también, ¿por qué no?... con sus “manías”!
Ilumíname también para comprender a los que me dirigen,
A los que tienen autoridad sobre mí.
Que comprenda aquellos a quienes estoy sujeto,
de quienes, en cierta medida, dependo.
Ayúdame, Señor, a ver a todos como Tú los ves,
a valorarlos no sólo por su inteligencia,
su fortuna o sus talentos,
sino por la capacidad de amor y entrega que hay en ellos.
¡Que en el “otro” te vea a Ti, Señor!
Señor, que te vea detrás de cada rostro.
ORACIÓN POR LOS DERECHOS HUMANOS
Padre de todos, te damos gracias
porque todos los hombres, mujeres y niños
nacemos libres e iguales en dignidad y derechos.
Ayúdanos a vivir en tu presencia
como hermanos y hermanas.
Señor Jesús,
llegaste entre nosotros como uno más
y no te aceptamos.
Todavía hoy, en muchos países,
a multitud de nuestros hermanos y hermanas
se le niegan sus derechos humanos.
Tú sigues siendo crucificado en ellos.
Perdónanos y sálvanos.
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SOLIDARIDAD
Estaba un día Diógenes plantado en la esquina de una calle riendo
como un loco.
“¿De qué te ríes?”, preguntó un transeúnte.
“De lo necio que es el comportamiento humano”, respondió.
“¿Ves esa piedra que hay en medio de la calle? Desde que llegué
esta mañana diez personas han tropezado con ella y la han
maldecido, pero ninguna de ellas se ha tomado lo molestia de
retirarla para que no tropezaran otros con ella”.
(Raúl Berzosa, “Parábolas para una nueva evangelización”, p. 109)
Un misionero en vacaciones contó la siguiente historia cuando
visitaba su Iglesia local en Michigan, EU.
“Mientras servía como misionero en un pequeño hospital en el área
rural de África, cada dos semanas viajaba a la ciudad en bicicleta
para comprar provisiones y medicamentos. El viaje era de dos días
y debería de atravesar la jungla. Debido a lo largo del viaje, debía
de acampar en el punto medio, pasar la noche y reanudar mi viaje
temprano al siguiente día. En uno de estos viajes, llegue a la ciudad
donde planeaba retirar dinero del banco, comprar las medicinas y
los víveres y reanudar mi viaje de dos días de regreso al hospital.
Cuando llegué a la ciudad, observé a dos hombres peleándose, uno
de los cuales estaba bastante herido. Le curé sus heridas y al
mismo tiempo le hable de Nuestro Señor Jesucristo. Después de
esto, reanudé mi viaje de regreso al hospital.
Esa noche acampe en el punto medio y a la mañana siguiente
reanudé mi viaje y llegué al hospital sin ningún incidente.
Dos semanas más tarde repetí mi viaje. Cuando llegué a la ciudad,
se me acercó el hombre al cual yo había atendido en mi viaje
anterior y me dijo que la vez pasada, cuando lo curaba, él se dio
cuenta que yo traía dinero y medicinas. Él agregó: “ Unos amigos y
yo te seguimos en tu viaje mientras te adentrabas en la jungla, pues
sabíamos que habrías de acampar. Planeábamos matarte y tomar
tu dinero y medicinas. Pero en el momento que nos acercamos a tu
campamento, pudimos ver que estabas protegido por 26 guardias
bien armados”. Ante esto no pude mas que reír a carcajadas, y le
aseguré que yo siempre viajaba sólo.
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El hombre insistió y agregó: “no señor, yo no fui la única persona
que vio a los guardias armados, todos mis amigos también los
vieron, y no solo eso sino que entre todos los contamos”.
En ese momento, uno de los hombres en la Iglesia se puso de pie,
interrumpió al misionero y le pidió que por favor le dijera la fecha
exacta cuando sucedió ese hecho. El misionero les dijo la fecha y el
mismo hombre le dijo la siguiente historia. “En la noche de tu
incidente en África, era de mañana en esta parte del mundo, y yo
me encontraba con unos amigos preparándome para jugar golf.
Estábamos a punto de comenzar, cuando sentí una imperiosa
necesidad de rezar por ti, de hecho, el llamado que el Señor hacía
era tan fuerte, que llamé a algunas personas de nuestra iglesia
para que se reunieran conmigo en este santuario lo más pronto
posible.” Entonces, dirigiéndose a los fieles les dijo: “todos los
hombres que vinieron en esa ocasión a orar, ¿podrían por favor
ponerse de pie?”. Todos los hombres que habían acudido a orar
por él se pusieron de pie; el misionero no estaba tan preocupado
por saber quienes eran ellos, más bien se dedicó a contarlos a
todos... en total 26 hombres!
Esta historia es un ejemplo vivo de como el espíritu del Señor se
manifiesta en forma tan misteriosas. Si en alguna ocasión sientes
esa necesidad de rezar por alguien, deja lo que esta haciendo y
hazlo. Dios escucha las oraciones de los hombres de fe.
Pongamos también en nuestra oración diaria a todos los misioneros
y misioneras que dejando sus hogares, sus familias, la comodidad
etc, se adentran en los lugares más remotos a llevar la palabra del
Señor y por cuyo sacrificio, hoy millones de personas conocen el
mensaje salvador de Jesucristo. Qué la Santísima Virgen María les
proteja y les libre de todo peligro y les dé la fuerza para continuar su
evangelización.
Damos gracias a Dios por el maravilloso regalo de nuestra fe, por el
maravilloso regalo de la oración y por los muchos milagros que Él
realiza en nuestra vida diaria.
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PARABOLA DE LOS HAMBRIENTOS
«¿Quién de vosotros asumirá la responsabilidad de alimentar a los
hambrientos», preguntó Buda a sus discípulos cuando el hambre
asolaba Shrvasti.
Ratnakar, el banquero, movió la cabeza diciendo:
- «Todas mis riquezas no bastarían para dar de comer a los
hambrientos».
Jayasen, el general del Ejército real, respondió:
- «Estaría dispuesto a dar mi propia sangre, pero no tengo comida
suficiente en mi casa».
Dharmapal, que poseía muchas hectáreas de tierra, dijo con un
suspiro:
- «El demonio de la sequía ha absorbido la humedad de mis
campos. No sé cómo pagar los impuestos».
Se levantó entonces Snpriya, la hija del mendigo. Hizo una
reverencia a todos y dijo humildemente:
- «Seré yo quien dé de comer a los hambrientos».
- «¿Cómo?», gritaron todos sorprendidos. «¿Qué esperanzas
puedes tener tú de cumplir esa promesa?..»
- «Soy la más pobre de todos vosotros. Esta es precisamente mi
fuerza. Tengo mi arcón y mi despensa en cada una de vuestras
casas.
(R.Tagore)
PENSAR EN LOS DEMÁS
Recibí una llamada telefónica de un muy buen amigo. Me alegró
mucho su llamada. Lo primero que me preguntó fue:
- ¿Cómo estás?
Y sin saber por qué, le contesté:
-"Muy solo".
"-¿Quieres que hablemos?", me dijo.
Le respondí que sí y me dijo:
- "¿Quieres que vaya a tu casa?".
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Y respondí que sí. Colgó el teléfono y en menos de quince minutos
él ya estaba llamando a mi puerta. Yo hablé durante horas de todo,
de mi trabajo, de mi familia, de mi novia, de mis deudas, y él, atento
siempre, me escuchó. Se nos hizo de día, yo estaba totalmente
cansado mentalmente, me había hecho mucho bien su compañía y
sobre todo que me escuchara, que me apoyara y me hiciera ver mis
errores. Me sentía muy a gusto y cuando él notó que yo ya me
encontraba mejor, me dijo:
- "Bueno, me voy, tengo que ir a trabajar".
Yo me sorprendí y le dije:
- "¿Por qué no me habías dicho que tenias que ir a trabajar?. Mira
la hora que es, no has dormido nada, te quité tu tiempo toda la
noche".
Él sonrió y me dijo: -"No hay problema, para eso estamos los
amigos".
Yo me sentía cada vez más feliz y orgulloso de tener un amigo así.
Le acompañé a la puerta de mi casa... y cuando él iba hacia su
coche le pregunté:
- "Y a todo esto, ¿por qué llamaste anoche tan tarde?".
Él se volvió y me dijo en voz baja: -"Es que te quería dar una
noticia...".
Y le pregunté: "¿Cuál es?" Y me dijo:
- "Fui al médico ayer y me dijo que estoy muy enfermo. Tengo
cáncer."
Yo me quedé mudo...; él me sonrió y me dijo:
-"Ya hablaremos de eso. Que tengas un buen día."
Se dio la vuelta y se fue. Pasó un buen rato hasta que asimilé la
situación y me pregunté una y otra vez por qué cuando él me
preguntó cómo estaba me olvidé de él y sólo hablé de mí. ¿Cómo
tuvo fuerza para sonreírme, darme ánimos, decirme todo lo que me
dijo, estando él en esa situación...? Esto es increíble. Desde
entonces mi vida ha cambiado. Suelo ser menos dramático con mis
problemas. Ahora aprovecho más el tiempo con la gente que quiero.
Les deseo que tengan un buen día, y les digo:
-"El que no vive para servir..., no sirve para vivir...".
La vida es como una escalera, si miras hacia arriba siempre serás
el último de la fila, pero si miras hacia abajo verás que hay mucha
gente que quisiera estar en tu lugar.
Detente a escuchar y a ayudar a tus amigos te necesitan.
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DAR DE LO QUE CUESTA
Poca gente sabe que Gaudí tuvo que salir a la calle a pedir dinero
para poder proseguir las obras del templo de la Sagrada Familia. En
una de esas visitas, exitosa, ocurrió lo siguiente:
—Muchas gracias, dijo Gaudí.
—No, no me de las gracias. En realidad no me supone sacrificio.
—Entonces, añadió el arquitecto con gracia, no sirve. Mejor dicho,
no le sirve a usted. Vea de aumentarlo hasta sacrificarse... ¡Le será
más agradable a Dios! Porque la caridad que no tiene el sacrificio
como base no es verdadera y tal vez no sea más que vanidad.
El caballero se quedó boquiabierto. Reflexionó. Buen cristiano,
comprendió y entregó un donativo mucho mayor.
—Ahora soy yo quien le da a usted las gracias, señor Gaudí.
Dar!
Ofrecer a quienes viven en nuestro entorno el amor que hemos
recibido.
Dar hasta sentir daño, porque el amor auténtico hiere. Es por lo que
tenemos que amar hasta sentir dolor: a través de nuestro tiempo, de
nuestras manos, de nuestros corazones.
Tenemos que compartir todo lo que tenemos.
Hace tiempo, en Calcuta, teníamos dificultades para conseguir
azúcar.
Un día un niño pequeño, de nada más que cuatro años, un niño
indio, vino con sus padres y me trajo un tarro de azúcar.
Me dijo: “Estaré tres días sin comer azúcar. Dé esto a sus niños.”
Aquel niño pequeño amaba hasta el sacrificio.
En otra ocasión, un señor vino a nuestra casa y me dijo: “Hay una
familia hindú con unos ocho hijos que llevan mucho tiempo sin
probar bocado.”
Tomé al instante algún arroz para aquella noche y acudí con él a
aquella familia.
Pude ver dibujada la imagen del hambre en aquellos pequeños
rostros de niños que semejaban esqueletos humanos.
A pesar de ello, la madre tuvo el valor de dividir en dos raciones el
arroz que les había llevado. Y salió.
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A la vuelta le pregunté: “¿A dónde ha ido? ¿Qué ha hecho?”
Me contestó: “También ellos tienen hambre.”
¿Quiénes eran ellos?
Una familia musulmana que vivía enfrente y con el mismo número
de hijos.
Ella sabía que tenían hambre.
Lo que me estremeció más fue que ella sabía y, porque sabía, dio
hasta el desgarro.
¡Esto es algo muy hermoso!
¡Esto es amor de hechos!
Aquella mujer dio con sacrificio.
No quise llevarles más arroz aquella noche porque quise que
gustasen la alegría de dar, de compartir.
¡Tendrían que haber visto ustedes los rostros de aquellos
pequeñuelos!
Comprendieron apenas lo que su madre había realizado.
Sus ojos brillaban con la sonrisa.
Cuando llegué, aparecían llenos de hambre. Tristes.
Pero el gesto de su madre les había enseñado en qué consiste el
verdadero amor.
¡Esto es lo más grande de los pobres!
(Teresa de Calcuta)
PARABOLA DE LOS HAMBRIENTOS
«¿Quién de vosotros asumirá la responsabilidad de alimentar a los
hambrientos», preguntó Buda a sus dis-cípulos cuando el hambre
asolaba Shrvasti.
Ratnakar, el banquero, movió la cabeza diciendo:
- «Todas mis riquezas no bastarían para dar de comer a los
hambrientos».
Jayasen, el general del Ejército real, respondió:
- «Estaría dispuesto a dar mi propia sangre, pero no tengo comida
suficiente en mi casa».
Dharmapal, que poseía muchas hectáreas de tierra, dijo con un
suspiro:
- «El demonio de la sequía ha absorvido la humedad de mis
campos. No sé cómo pagar los impuestos».
Se levantó entonces Snpriya, la hija del mendigo. Hizo una
reverencia a todos y dijo humildemente:
- «Seré yo quien dé de comer a los hambrientos».
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- «¿Cómo?», gritaron todos sorprendidos. «¿Qué esperanzas
puedes tener tú de cumplir esa promesa?..»
- - «Soy la más pobre de todos vosotros. Esta es precisamente mi
fuerza. Tengo mi arcón y mi despensa en cada una de vuestras
cada.
(R.Tagore)
COMPARTIR
En una ocasión, por la tarde, un hombre vino a nuestra casa, para
contarnos el caso de una familia hindú de ocho hijos. No habían
comido desde hacía ya varios días. Nos pedía que hiciéramos algo
por ellos. De modo que tomé algo de arroz y me fui a verlos. vi
cómo brillaban los ojos de los niños a causa del hambre. La madre
tomó el arroz de mis manos, lo dividió en dos partes y salió. Cuando
regresó le pregunté: qué había hecho con una de las dos raciones
de arroz. Me respondió: "Ellos también tienen hambre". Sabía que
los vecinos de la puerta de al lado, musulmanes, tenían hambre.
Quedé más sorprendida de su preocupación por los demás que por
la acción en sí misma. En general, cuando sufrimos y cuando nos
encontramos en una grave necesidad no pensamos en los demás.
Por el contrario, esta mujer maravillosa, débil, pues no había
comido desde hacía varios días, había tenido el valor de amar y de
dar a los demás, tenía el valor de compartir. Frecuentemente me
preguntan cuándo terminará el hambre en el mundo. Yo respondo:
Cuando aprendamos a compartir". Cuanto más tenemos, menos
damos. Cuanto menos tenemos, más podemos
dar.
(Madre Teresa de Calcuta)
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