personalidad - Hermanos del Sagrado Corazón

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PERSONALIDAD
Hermano René Sanctorum
1 Coindre, el fogoso
Desde joven, Coindre se caracteriza por su vivacidad de la que dan poderoso testimonio sus
maestros del seminario: “Un poco charlatán y ligero, pero de buen corazón” (a los 18 años) “Un
poco susceptible, pero franco” (19 años) (Vida del Padre Coindre, p. 11).
Por lo que a su misión se refiere, el P. Coindre ha sido siempre un apasionado, incapaz de
concederse un descanso. En diez años ha dado cien misiones y retiros. Se dice que, varias veces, al
bajar del púlpito, estaba completamente agotado hasta el punto de no poder recobrar su respiración.
Desde Blois escribe un día al Hermano Borja: “Me encuentro como para correr como un
desgraciado. He de hacer los exámenes de filosofía y teología a nuestros seminaristas y hace 13
años que no he visto estas asignaturas. Añada a ello la economía, la correspondencia, los discursos
e instrucciones que hay que hacer todas las semanas, las diaconales que tendré en Pascua... me
ocuparé de las Reglas cuando tenga un momento de respiro” (Carta del 25 de febrero de 1826). Y
el 11 de septiembre de 1823 escribía: “Estoy de trabajo hasta la coronilla”. Por otra parte, hacía de
todo esto una especie de principio: “Sólo se llega al final del camino a través de la santidad, del
trabajo tenaz, el valor y la perseverancia” (Carta del 10 de enero de 1822). “Santidad, actividad,
trabajo, y todo queda a salvo” (ibid).
¡El descanso no es de este mundo sino el trabajo y la lucha... Unámonos a Dios no para disfrutar de
la paz sino para mantenemos en el fragor de la batalla” (26 de marzo de 1826). Su misma muerte
tiene lugar como un rayo: su vida queda segada en plena actividad.
Por lo que a las autoridades se refiere, el Padre no mastica las palabras: “El genio arrollador del
Señor Cadett, escribe al Hermano Borja, nos enseña la conducta a seguir. Es de los hombres que
quieren deshacer todo para volverlo a hacer a su antojo. Es conocer muy poco a los hombres y a las
obras de Dios el pensar en tales fusiones (la de los Hermanos del Sagrado Corazón y de los
Hermanos Maristas). Seria como si se dijera de fundir todos los hogares para no hacer más que uno.
Además, si estos señores están contentos con los Hermanos ¿qué más quieren? (3 de mayo de
1826).
Se dice que a veces hacía uso de esta especie de violencia para atraer a los empedernidos a la
conversión y que, una vez, al menos, convirtió a un incrédulo, viejo y enfermo que le colmaba de
insultos, dando un puñetazo en la mesa. El Hermano Eugenio aporta este hecho como auténtico
(Vida del Padre Coindre, p. 159): en cualquier caso no desentona en el P. Andrés Coindre.
¿Y cómo trataba a nuestros buenos Hermanos el Fundador? En su trato personal ha dejado la fama
de la amabilidad. Pero cuando escribe al Director general, Hermano Borja, se libera. Juzgad por
vosotros mismos: “Que el pobre Girandier no llore. He hablado fuerte, es cierto, lo he hecho a
propósito porque veía a nuestros pobres Hermanos demasiado tranquilos”. (10 enero de 1822).
“Nuestro pobre Hermano Andrés se atolondra por nada, como un gallo entre las gallinas... (22 de
abril de 1825). “El Hermano Agustín es un meticuloso que se ahoga en un vaso de agua (21 de
enero de 1822). “El Hermano Director Agustín es un descortés invitando a sus superiores a leer con
él, el capítulo de sus obligaciones. Diciendo que es para él, es, sin duda, para tener la satisfacción
de darles una lección... Se le deja el margen de atajar aquello que él crea necesario: ¿se puede pedir
más?” (25 de febrero de 1826). “y este Hermano Pablo, ¿cómo puede ser tan sucio que pueda llegar
a tener piojos? Ay, estos pobres Hermanos, ¡cuánta necesidad tienen del concepto de limpieza!”.
“Prefiero al Hermano Tixier a este gran Dodelet de Le Puy que no sabe lo que quiere (y) que, sin
lugar a dudas, os abandonará de la misma manera que ha entrado” (26 de marzo de 1826). “Ese
pobre imbécil de Hermano Juan Bautista” (3 mayo, 1826).
Su hermana no recibe mejor trato: «Por lo que a la Señora Palière se refiere: es una tonta no
respondiendo ni una sola palabra a mi hermano que le ha escrito dos cartas. ¿Se han congelado sus
dedos? ¿Acaso no hay en Lyon ni papel, ni pluma, ni tinta?» (29 de abril de 1823).
Además, ved lo que dice de un tal Sr. Giban, misionero de Monistrol que creía denigrante el comer
en la misma mesa que los Hermanos: «Un eclesiástico no estará nunca por debajo de su condición
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porque tenga alojamiento en casa de los religiosos, porque coma con los religiosos; como
religiosos, creo que habría mayor distancia entre Nuestro Señor y sus apóstoles que la que puede
haber entre el Sr. Giban y los queridos Hermanos; y Nuestro Señor no se sentía deshonrado en su
compañía. El virtuoso Sr. de la Salle, canónigo de Reims, no se sintió rebajado viviendo con sus
Hermanos; los Jesuitas no se sienten deshonrados sentándose en la misma mesa que los Hermanos...
No se le ha puesto para mandar; no es más que el profesor de gramática en la casa; sólo tiene que
dar su clase; y nada hay en ello que le deshonre. Todo cuanto se le hace decir no son más que
chiquilladas; y si así piensa, me da una pequeña y pobre impresión tanto de la solidez de su juicio
como de la altura de sus miras espirituales. Sea lo que fuere, si no está contento, puede irse cuando
quiera... » (25 de febrero de 1826).
2 Coindre, la palabra que arrastra
Las dotes oratorias del P. Coindre están confirmadas en muchas partes. Ya se hacen notorias desde
su época en el Seminario puesto que se dice a este respecto: «N o sólo se ha distinguido por sus
dotes sacerdotales sino también por sus dones notorios de orador» (Gabriela María, op. cit. p. 218).
Se recuerda que, tras su ordenación se quedó durante un año más en el Seminario para
perfeccionarse en la oratoria y que en 1813, se le elige para pronunciar un discurso oficial en honor
de Napoleón y sus armas.
En La vida del P. Coindre el Hermano Eugenio cuenta que durante una misión en Saint-Etienne, el
auditorio, a impulsos de su admiración, quiso llevarle en triunfo al lugar de la implantación de la
Cruz en donde daban fin las ceremonias. “Era maravilloso, sublime”, exclamaba uno de los colegas
misioneros del P. Coindre hablando de uno de sus sermones titulado “La gloria y la dicha del
cielo»” “Era divino” añadía otro (Vida del P. Coindre págs. 56-57). “Es un nuevo Bridaine”
clamaba un tal P. Ballet, como para rematar los elogios (Bridaine Jacques: 1701-1767; nacido en el
Languedoc, era un misionero de elocuencia vehemente).
A decir verdad, no se comprende bien esta cascada de ditirambos, al menos cuando uno se detiene
en las obras oratorias de nuestro fundador publicadas en parte por la Casa General bajo el titulo:
Notas de predicación del P. Andrés Coindre. Personalmente he quedado terriblemente desengañado
con la lectura de estas notas. Ninguna originalidad de pensamiento ni de expresión. Ninguna
comparación posible con Bossuet o Lacordaire. Los únicos (raros) buenos pasajes son aquellos en
los que cita a Pascal o Bossuet, nombrándolos o sin nombrar, cosa que le sucede a menudo. Si
tienes la dicha de leer el sermón pronunciado con ocasión del aniversario de Napoleón, os
convenceréis plenamente de cuanto digo.
Entonces, ¿por qué tal éxito? Creo que si el P. Andrés Coindre no es un hombre de literatura, su
palabra, sin embargo, era de las que arrastran; en primer lugar porque siendo potente (era capaz de
hablar ante auditorios de millares de personas a pleno aire libre; hubo ocasión en que tuvo que
dirigirse desde una ventana a los fieles reunidos en la plaza), y además convencida (la convicción
mueve más que la verdad de lo que se está convencido) y por añadidura, una puesta en escena
extraordinaria que creaba lo que hoy día llamaríamos: “Ambiente”.
Os vais a dar cuenta: “Tenía, dice el P. Ballet, el talento de atraer las almas a Dios y, en caso de
necesidad, sabía dar un gran golpe. Durante varios días, y a determinadas horas de la tarde, hacía
tocar las campanas como en los días de funeral; al son de sus tintineos lúgubres, en cada casa todo
el mundo debía ponerse de rodillas; en los caminos como en la plaza pública, interrumpir las
conversaciones y rezar con fervor para conseguir el retorno de las almas descarriadas. Según él ahí
estaba el despertar de los pecadores o la agonía y el doblar fúnebre de campanas de aquellos que
persistían en vivir en la impenitencia” (Vida del P. Coindre, p. 56, v. también, p. 144).
Y, por añadidura, un testigo anónimo: “Recuerdo todavía que el P. Coindre reunió un día 'a los
fieles en el cementerio. Allí, ¡qué cuadro tan sobrecogedor nos hizo sobre la brevedad de la vida y
sobre la nada de las cosas de este mundo! Los asistentes estaban conmovidos, consternados. Todos
soñaban, no sin estremecerse, en los terribles peligros de esta muerte cuya imagen se le reproducía
con trazos tan sobrecogedores. Llenos de dolor y de miedo, tenían presentes en su espíritu las
escenas solemnes que tiene lugar en el último suspiro del moribundo y en el umbral de la eternidad”
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(ibid, p. 145).
¿Cómo no citar, además, el interesante documento descubierto por el Hermano Jacques Paradis en
los archivos nacionales de París? Se trata de una nota del ministerio del Interior, fechada el 26 de
mayo de 1819: “El día 25, el Padre Coindre, uno de los misioneros, predicaba el sermón. De
repente se quita el sobrepelliz, diciéndose indigno de llevarlo, se coloca una cuerda al cuello y
afirma que merece esta mortificación; después, cogiendo un extremo de esta cuerda con una mano y
en la otra un cirio, pronuncia un discurso a tenor de la circunstancia; las Hermanas y los
administradores de la cárcel estaban presentes y cada uno sostenía un cirio. Una de las prisioneras,
condenada a perpetuidad, se puso a llorar y a lanzar gritos lúgubres; este ejemplo lo siguieron otros;
las mismas Hermanas se dejaron llevar por el ambiente”.
Hay que decir -y esta es otra características de su predicación- que el P. Coindre se distinguía en la
descripción de los novísimos, como se decía hace algunos años: “Cuando anunciaba las verdades
sobrecogedoras de la religión, su voz conmovida y sonora, sus discursos animados, llevaban al
terror a las conciencias” (Vida ... p. 142).
Finalmente, sabía recurrir a métodos de pedagogía tales como: a) la respuesta a los casos de
conciencia: uno de sus colaboradores, en la asistencia, proponía preguntas referentes a la vida
concreta de los habitantes del lugar; por ejemplo: ¿se puede ocultar el defecto de una bestia que se
vende en la feria? Y desde lo alto del púlpito el predicador respondía;
b) tal como esta prodigiosa invención de los tribunales de conciliación en los que el P. Coindre,
ayudado por consejeros laicos, trataba de arreglar amigablemente diferencias y litigios relacionados
con la justicia, con el compartir, etc. ... (Ibid, p. 144; también p. 125).
3 Coindre, el realista
Las iniciativas que acabo de relatar permiten darse cuenta del realismo del P. André Coindre. Es
una de las cualidades más chocantes de este hombre que por otra parte se manifiesta tan despierto y
apasionado. He aquí algunos ejemplos: “Antes de iniciar una misión, estudiaba con prudencia el
terreno”, cuenta su biógrafo (op. cit., p. 54).
Por lo que hace relación a la comunidad de los Hermanos, se trata de un organizador que está en
todo hasta en sus más mínimos detalles: “Si el Sr. Defoveraud y el Sr. Devernas pudieran conseguir
del Sr. Párroco de San Francisco el hacer la colecta para la casa, os agradecería rogarais al Sr.
Barricaud que pronunciara él el discurso. Si esto no fuera posible, id a casa del Sr. D..., párroco de
Saint-Cyr, que tiene uno preparado desde el año pasado, rogándole que sea él quien lo haga. Luego
prepararías las cartas, enviándolas de acuerdo con el indicador, anotando dónde os habéis parado
por última vez y, sobre todo, enviándolas a todos los suscriptores” (21 de enero de 1822).
“No dejéis llevar a los queridos Hermanos los calcetines rotos, los zapatos embarrados, las camisas
sucias, los sombreros grasientos. Cuidad que se cambien de sábanas a tiempo, que la ropa sucia no
se acumule, que se maten las pulgas” ... (29 de abril de 1823).
“Durante la noche guardad bien las llaves porque haya quienes a las 11 de la noche, e incluso a las
12, se les ha visto salir y han entrado sin que nadie les haya visto” (3 de noviembre 1821). “Tened
cuidado con el fuego. El Sr. párroco de Sainte Sigolene acaba de tener la desgracia de ver
consumida por las llamas y reducida a un puño de cenizas la casa que había mandado construir para
la pequeña a la que quería llamar a algunas de nuestras Hermanas·” 11 de septiembre de 1823). Y
este sabroso pasaje: “Os voy a encargar una comisión importante: es la de proporcionar a uno de
nuestro canónigos de Le Puy, que se interesa mucho por nosotros, cuatro libras de tabaco, del
verdadero Torins (sic). Esta marca le es absolutamente necesaria como remedio, sin mezclas,
incluso de la mejor calidad” (29 de abril de 1823).
A los Hermanos impacientes por obtener, al igual que los otros Hermanos (Escuelas Cristianas o
Maristas), una Regla que pueda identificamos, responde: “Para una obra que acaba de nacer (y esto
me parece muy significativo), sólo la experiencia es quien debe dictar los reglamentos propios y dar
a conocer lo que hay que hacer o evitar” (25 de febrero de 1826).
“El tiempo arreglará todo; pensad que Dios se tomó seis días para desenredar el caos; que hay que
contar con el factor tiempo antes de que una comunidad naciente pueda asentarse sobre todos los
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apoyos que le son precisos” (3 de noviembre de 1821).
También son muy realistas los consejos que da al Hermano Borja en sus relaciones para con los
Hermanos: “N o pidamos nunca a los hombres más de lo que puedan dar. Aprovechemos del bien
que haya en ellos mientras esto sea posible y démonos por satisfechos” (15 de mayo de 1823).
En fin, que el realismo del P. Coindre se resume en la máxima que bien haríamos en meditar
aquellos días en los que, ante la labor, se nos caen los brazos: “Cuando se hace cuanto se puede, se
ha hecho todo lo que se debe” (15 de mayo de 1823; ver, también, carta de 25 de febrero de 1826).
4 Coindre, el padre
Si en sus cartas al Hermano Borja nuestro Superior no mastica sus palabras, en sus relaciones con
otras personas, en sus conversaciones con las gentes, se manifiesta como un verdadero padre, no
como un infeliz, sino, al contrario, como quien respeta la libertad de sus hijos, que les anima a
tomar iniciativas a la vez que les reconforta y les consuela.
Así es como escribe al Hermano Borja en relación con el Hno. Augustin: “Dígale que estoy
pensando en otro puesto para él según su deseo” (21 de enero de 1822).
Y en otro Jugar: “Os he dejado en libertad para vestiros con levita y con pantalón corto. Podéis
ordenar la confección de los pantalones cortos como os parezca” (29 de abril de 1823). Esto hace
sonreír, pero pensemos en nuestra antigua sotana tan estricta en su corte y en su decoración.
“Le dejo en libertad para recibir en condiciones ventajosas a aquél de los alrededores de Tarare del
que usted me habla: Haga lo que usted y el Hermano Javier vean como mejor a este respecto” (11
de septiembre de 1823).
En otro lugar, en una carta de la que más arriba se ha leído un resumen, se le ve meterse con el
Hermano Augustin (siempre con el mismo) a quien reprocha el que humille a sus superiores, pero
le felicita por haber redactado los reglamentos para el noviciado: “Nadie le contraría allá arriba”,
dice (25 de febrero de 1826).
Este respeto hacia los demás, a quienes considera como adultos, se casa con una atención que no
puede llamarse de otro modo que ternura: “De día y de noche, mi primer pensamiento es para
usted” (3 de noviembre de 1821). “Contad conmigo como con el mejor de vuestros amigos y como
con el mejor de los padres que se interesa por vuestra santificación y por vuestra felicidad” (29 de
abril de 1823).
“Cuéntame tus más insignificantes penas. Os escribiría para disiparlas y para daros consejo ...
Cuando no recibo nada, creo que todo marcha bien y en algunas ocasiones me he equivocado...
Prefiero estar en contacto permanente con vuestras miserias” (id).
“Espero vuestras cartas con ansiedad. Deseo que no haya nada que os desanime y os encoja. En este
caso, redoblaríais mis fuerzas para trabajar por la salvación de las almas. Sin embargo, que esta
consideración no os impida decírmelo todo. Estoy más tranquilo cuando sé lo que ocurre que
cuando lo ignoro”. (3 de noviembre de 1821).
“Adiós, mi querido amigo. Os abrazo con mis muy queridos amigos y Hermanos de todo corazón”
(l0 de enero de 1822). “Comunique a nuestros queridos Hermanos cuán unido estoy a todos ellos”
(9 de junio de 1823).
Habría también que citar al completo varias cartas al Hermano Borja, hasta dónde “lleva” el Padre a
su interlocutor, en particular la del 15 de mayo de 1823 en la que responde punto por punto a las
inquietudes del Director General: se trata de una larga carta de dirección espiritual (que abarca seis
páginas de un libro). Cuando se piensa en el increíble trabajo del Padre Coindre, se ve hasta qué
punto amaba a sus Hermanos.
Esta delicadeza para con las personas se manifiesta hacia los niños del Piadoso Socorro: “Que no se
les den palizas por no haber hecho la tarea; ese es el último de los castigos. Basta con poner les a
pan yagua. Atemperad la fuerza con la bondad” (10 de noviembre de 1821). “No deis ningún
castigo a vuestros alumnos que suponga en vosotros enfado por haberlo dado” (otoño de 1825).
Terminemos este apartado con este relato conmovedor: “Mi querida madre, sin duda, se encuentra
bien. No le puedo escribir para pedirle noticias de sus rábanos, de sus ensaladas, de sus flores, de
sus gallinas, ni para decirla que la quiero mucho, que a menudo pienso en ella; todo esto lo sabe de
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sobra” (29 de abril de 1823).
5 Coindre, el hombre de la confianza
Hasta ahora, sobre todo, se ha puesto la mirada en el P. Coindre como hombre. Hay que añadir
alguna palabra sobre el creyente, aunque cuanto precede tiene relación, evidentemente, con su fe.
La línea de fuerza que aparece en la vida espiritual del P. Coindre es la confianza. Recordemos una
vez más: “La Providencia está ahí siempre para asistimos en nuestras necesidades. Desde hace
cuatro años, y en el momento oportuno, ha venido en mi auxilio cuando ya no sabía a dónde acudir
(sic)” (10 de enero de 1822).
“El Señor nos ama demasiado, mi querido Hermano, puesto que después de hacemos ver el fondo
del abismo quiere alejamos de él. Por tanto, mantengamos siempre viva la esperanza. Abraham
llegó a ser el padre de los creyentes por haber esperado contra toda esperanza”. (9 de junio de
1823).
“Tengo la firme confianza que con el trabajo, el empeño y la protección divina, mis Hermanos
triunfarán” (10 de enero de 1822). “Animo en medio de vuestros hastíos de manera que aquello que
puede estremecer a otros no tenga incidencia alguna en vosotros” (id). “No os atormentéis. Los
Superiores tienen siempre sus triquiñuelas»” (26 de marzo de 1826). “El hombre es como un pobre
reloj de pared a quien hay que levantar a diario las pesas con destreza” (15 de mayo de 1823).
Se podrían multiplicar las citas. Pero tantas llamadas a la confianza y tantos ejemplos no han sido
suficientes para impedir, a la muerte de nuestro Fundador, el viento del desaliento barrerlo todo y
así es como, entre 1826 y 1836, el número de Hermanos cae del centenar a una cuarentena. Si yo
entiendo bien las situaciones, tampoco vivimos una época más difícil: en todo caso, nuestros
problemas son muy parecidos y, como en 1826, son de índole espiritual: no tenemos fe.
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