El enigma de la mujer La madre tiene el monopolio afectivo del amor de su hijo. Luego este amor se transfiere, aunque en la transferencia siempre está el deseo de reencontrarla, pues, como dice el tango: "siempre se vuelve al primer amor". El primer objeto de transferencia es el padre al que luego seguirán tíos, abuelos, en fin, todas las personas que están en el círculo íntimo del bebé. La situación de la niña difiere de la del varón, su evolución psicosexual es más complicada que la de éste. La mujer tiene dos órganos sexuales dominantes: la vagina, que es el órgano femenino propiamente dicho, y el clítoris, órgano análogo al pene. Este hecho convierte la vida sexual de la mujer en bifásica: la primera fase es de carácter masculino y sólo la segunda es específicamente femenina. Hablamos así de una bisexualidad originaria. El hombre también está comprendido en esta bisexualidad, pero mientras que él tiene un solo órgano sexual dominante, la mujer tiene dos. La sexualidad femenina gira en la infancia alrededor del clítoris, pues, durante años, la vagina está exenta de excitaciones. Siendo el clítoris el órgano dominante en la infancia y teniendo la posibilidad de despertar intensas excitaciones sexuales, al comprobar la niña que los varones tienen pene, y que éste es un órgano de dimensiones extraordinarias con respecto a su clítoris, desean tener un órgano sexual como los niños, pues la ausencia del mismo les despierta envidia y las hace sentir incompletas; este deseo va a perdurar en el inconciente. Denominamos "castración" al sentimiento que tienen las niñas al comprobar que les "falta algo". Al decir castración nos estamos refiriendo a la constatación de que no somos "completos" que no tenemos ambos sexos. La comprobación, de nuestra incompletud, nos señala la necesidad que tenemos del "otro". El varón, puede sobrellevar su incompletud mejor que la niña, en la medida en que tiene pene. Una vez que la niña ha comprobado su falta, busca al causante de la misma, y no tarda en atribuir su desgracia a la madre que la hizo incompleta. Este hecho despierta el odio de la niña hacia ésta; pero, además, al descubrir que la madre tampoco tiene pene, la desvaloriza. Ahora bien, ante la imposibilidad de tener un pene, busca a su alrededor un donante de tan preciado órgano; es así que vuelve su vista de la madre carente, al padre, que tiene el órgano deseado. El paso siguiente consistirá en que el deseo de tener un pene es reemplazado por el deseo de tener un niño. Con este propósito también toma el padre como objeto amoroso. Esta transferencia de los lazos afectivos hacia el padre la conducirán a la feminidad. Ahora la niña se ha convertido en una pequeña mujer. La fuerte dependencia paterna es simplemente la herencia del vínculo materno. Transferidos los sentimientos de la madre hacia el padre, ésta se convierte en un rival que despierta celos. En el futuro, la mujer (al igual que el hombre) debería desplazar el amor que siente por sus progenitores hacia una persona fuera de su círculo familiar. Si este desplazamiento no se realiza exitosamente, la mujer puede vivir a su marido como un padre protector, dependiendo del mismo para todo tipo de suministro, pero experimentando las perturbaciones (vaginismo, frigidez, etc.) sobre el componente sexual del amor. Lograr un equilibrio que satisfaga tanto las tendencias endogámicas como las exogámicas, es una complicación que tenemos los seres humanos. La elección de pareja debe tener algo del vínculo incestuoso que la haga apetecible y elementos diferenciales que posibiliten la relación sexual. Si cualquiera de estos elementos está ausente se produce una perturbación: o el amor sin sexo, o el sexo sin amor. El trabajo que tiene que realizar la mujer en su evolución psicosexual es mucho más arduo que el del varón. Éste tiene como primer objeto erótico a una mujer y ese objeto le está destinado en su vida adulta. Su órgano sexual: el pene, es el adecuado para el objeto de su búsqueda. En cambio, la mujer, que tiene también como primer objeto amoroso a una mujer, debe cambiarlo por una elección masculina. Además, tiene que realizar otro cambio: el de su zona erógena, desde el clítoris, a la vagina, para adecuarse a su encuentro con el varón, a la penetración peneana. Como resultado de esta complicación, podemos deducir que la vida sexual de la mujer presenta mayores perturbaciones que la del hombre, quien tiene que desarrollar su sexualidad con el predominio de un solo órgano. El clítoris, equivalente peneano en la mujer, representante de la virilidad, no se borra de la sexualidad femenina, es más, suele ser, en el mejor de los casos, el disparador de la excitación vaginal, transfiriendo a ésta buena parte de su energía libidinal. Pero, en muchos casos, puede permanecer como órgano privilegiado y monopólico de la excitación sexual y de la descarga de la misma en el orgasmo. La dualidad femenina no dejará de manifestarse en las relaciones con su pareja. Freud observó las dificultades que presenta comprender el alma femenina. Ello se debe al hecho de que el desarrollo libidinal no se concentra totalmente en un órgano, sino que en su camino, va dejando reservorios libidinales que pueden ser más o menos importantes. Además, si pensáramos este camino progresivo de la libido como una línea que se extiende desde lo oral a lo genital, podemos imaginar un ir y venir constante recorriendo el camino trazado. Esto determina una oscilación en la mujer de la feminidad a la virilidad o viceversa. La mujer tierna y sensual que ofrece una cercanía amorosa al hombre, puede transformarse en cualquier momento en una persona competitiva y rivalizadora con éste. Estos cambios cíclicos o repentinos confunden al hombre y lo desconciertan; es así que se sienten incapaces para comprender a la mujer. Como podemos comprobar la sexualidad humana, productora de vínculo y de placer, representa también una fuente de conflictos que parecen constitutivos de la naturaleza del hombre, conflictos que la cultura podrá atenuar, pero nunca resolver por completo.