Querido amigo:

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Aprovechar el momento. José Pedro Manglano Castellary.
De "Vivir con sentido”
El ‘vivir a tope’ o ‘carpe diem’
Carpe diem, aprovechar el momento, exprimir el minuto presente sacándole todo el jugo de
disfrute que sea capaz de proporcionar, es una de las formas de plantearse la vida. Tiene muchas
versiones, y todas ellas responden a la misma situación: la ausencia de un algo que dé sentido a la
totalidad de la existencia. Como no se es capaz de enfrentarse con la totalidad, se opta por vivir al
momento.
La película ‘El club de los poetas muertos’ ya plantea esta filosofía de la vida y algunas de sus
consecuencias. Vale la pena recordar el texto ‘para ser leído al comienzo de las reuniones del club de los
poetas muertos’, por lo gráfico que resulta:
“Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo a la vida,
dejar de lado todo lo que no fuera la vida, para no descubrir en el momento de la muerte que no había
vivido”.
Esta declaración de principios admite diversas lecturas. El espíritu del carpe diem tiene su propia
clave de interpretación. Por ‘vivir a conciencia’ se entiende ‘vivir de acuerdo con lo que a mí me parece
en cada ocasión’; por ‘vivir a fondo’ se entiende ‘vivir a tope, vivir todas las experiencias posibles –sean
las que sean-’; por ‘extraer todo el meollo a la vida’ se entiende ‘extraer todo el placer y disfrute a la vida’;
por ‘dejar de lado todo lo que no fuera la vida’ se entiende ‘dejar de lado todo lo que no es alegría y
placer’; y por ‘para no descubrir en el momento de la muerte que no había vivido’ se entiende ‘para
que cuando todo se acabe con la muerte no descubra que he sido un pringado’. De esta interpretación
resulta la propuesta siguiente:
“Dejé el mundo civilizado de los mayores porque quería vivir de acuerdo con mis propios
criterios, quería vivir a tope –mientras el cuerpo aguante- todas las experiencias posibles, y extraer todo
el placer y disfrute que es capaz de ofrecer la vida, dejar de lado todo lo no apetecible y divertido, para
no tener la impresión -cuando todo se acabe con la muerte- de haber sido un pringado: ya que todos
acabamos igual –bajo tierra- el que no aproveche para montarse aquí su pequeño paraíso... ha hecho el
tonto”.
Mi amigo había asumido estos planteamientos; su error consistía en llevar tales planteamientos al futuro:
la edad en la que se puede prever que vivir no va a ser rentable, el momento de la vida que no va a ser
capaz de ofrecer ventajas de disfrute, el año a partir del cual la balanza del placer y sufrimiento se
va a inclinar previsiblemente por el platillo del sufrimiento...; en ese momento, no compensará
seguir adelante. De forma también gráfica y sintética lo expresaba la anónima pintada que parecía
gritar con sus marcados rasgos rojos sobre el fondo blanco de una gran pared junto a la estación de
metro que frecuento:
“Disfruta de la vida y muere joven”.
Mi amigo y la pintada eran congruentes, pero también es verdad que visto desde otro ángulo no lo eran:
vivir al momento se contradice con hacer planes de futuro. Por eso esta filosofía de la vida no suele
presentarse con rasgos trágicos. Sus versiones más frecuentes son pacíficas y seductoras.
“¿Por qué haces todo esto?”, cuando he hecho esta pregunta, sin referirme a nada concreto, sino en
general -porqué vives así, porqué te esfuerzas en esta línea, porqué te comportas habitualmente de
este modo determinado, porqué estás haciendo lo que haces...- en muchas ocasiones he recibido una
respuesta de este tipo: “-Pues... no lo sé; por nada en concreto; la verdad es que igual que vivo así,
podría hacer casi lo contrario”.
Esta es otra versión del carpe diem, como lo es el vivir pendiente casi exclusivamente en la
inmediatez del fin de semana siguiente, o el estúpido vivir al día –el estúpido, no el sabio vivir en
el presente-, o el alocado hacer las cosas porque me resultan divertidas ahora sin pensar en las
consecuencias –ni siquiera en las del día siguiente-, o tantas otras vidas en las que se esquiva
enfrentarse con la totalidad de la existencia, en las que se evade la pregunta por su sentido.
Cuando he mantenido conversaciones sobre estas cuestiones con grupos de gente joven, en ocasiones
me han planteado: ‘Pero... no vamos a vivir con todo el peso de la vida encima, agobiados por el
futuro, plateándonos ahora todos los problemas que puedan surgirnos a lo largo de la vida’. Y
tienen razón. Pero la alternativa al carpe diem no es esa. Vivir agobiados no es sano, y es el que lleva al
característico escepticismo del humor de Mafalda: en cierta ocasión, cuando ve un niño recién nacido
acostado en su cochecito de paseo, reflexiona que es lógico que los niños nazcan y vivan acostados,
porque no hay quien aguante de pié el porvenir que les espera en esta vida.
La verdadera alternativa no es una aburrida prudencia adulta, sino sencillamente vivir sabiendo
quién soy y qué es el mundo, quién quiero ser y qué se espera de mí, cuál es el sentido de que yo
esté aquí, qué me va a hacer verdaderamente feliz. Quien vea en estas cuestiones algo agobiante, en
vez de ver en ellas lo que son –camino de libertad- es que no las ha entendido.
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