El Sujeto

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El Sujeto
Adriana Arango Carvajal
Maria Teresa Castrillón Alzate
Lida Marcela Gallego Lopera
2008
[email protected]
En la actualidad, la sociedad de mercado ha llevado a que la personalidad de
los individuos tienda a organizarse a partir del consumo, el hombre ha pasado
del dominio que sobre si y sobre su estructuración, ejercían aspectos como
dios o la racionalidad, para ser dominados y guiados por la búsqueda del
placer en el consumo. Igualmente, esta tendencia hacia la búsqueda del
placer ha sido fortalecida por la escasez de salidas a los totalitarismos y al
ejercicio del poder, identificándola como oportunidad de centrarse en los
propios intereses después de sufrir por el cumplimento de los intereses de
otros.
Sin embargo, esta tendencia frenética de placer ha dejado sin un principio de
integración las experiencias de los jóvenes, que cada vez son más diversas,
dadas en multitud de contextos, generando cambios significativos en la
manera de concebir las relaciones institucionales —familia, escuela,
sociedad—, de trabajo — modificando las formas de contratación, la
presencialidad en el lugar de trabajo, los organigramas institucionales y
empresariales— así como las relaciones personales —pareja— de los
individuos. Este proceso de cambio lleva a la destrucción del yo y a la
imposibilidad de la formación de una identidad personal, contexto que da
sentido a la búsqueda y defensa del Sujeto.
La separación entre el mundo instrumental y el simbólico, entre la técnica y
los valores, atraviesa toda la experiencia del Sujeto, de la vida individual a la
situación mundial. Como consecuencia de la separación se debilitaron los
vínculos que establecían nuestra memoria y nuestra participación en la
sociedad —a través de la instituciones, la lengua, y la educación— la
personalidad pierde irremediablemente toda unidad a medida que deja de ser
un conjunto coherente de roles, apareciendo un yo débil, que se refleja en la
desintegración de la política, de la misma manera en que se desintegra el yo
individual.
El modelo social y psicológico desde el que se comprendía al Sujeto, que
surgió a fines del siglo XIX y que dotaba de total importancia al pensamiento,
las artes y la literatura deja de dar respuestas significativas ante la
destrucción de un Yo que se da a partir de la imposición de la ley del cuerpo,
de sus pulsiones, su violencia y la satisfacción del placer a través del mismo,
dando un giro a la sociedad que entonces comienza a responder a sus
necesidades y convenciones, transformando la vida y el pensamiento de los
Sujetos tanto como lo hizo la destrucción de los principio del orden social
mismo.
La imagen de un individuo débil es opuesta a la de un Sujeto capaz de
elecciones racionales libres y a la del miembro de una colectividad en la cual
no prima el bien común ni la participación ciudadana, sino el fortalecimiento
de la economía y por ende de las relaciones de poder, así el Sujeto
desaparece y su dependencia al sistema económico genera exclusión.
El contexto muestra un desgarramiento a todo nivel: personal, identitario,
cultural. Desgarramientos a los cuales se enfrenta todo individuo en su
proceso de subjetivación, en su deseo y voluntad de individuación, proceso
que existe bajo ciertas condiciones en las que debe existir una conexión
funcional entre el mundo de la instrumentalidad y el de la identidad. De no
ser así, aparece el sufrimiento, que en una cultura desgarrada es el
hundimiento de un Sujeto incapaz de controlar el mercado, las comunidades y
las pulsiones, llevándolo a la depresión.
El individuo se orienta hacia la búsqueda de una doble reivindicación, social y
cultural, que se explicita en la afirmación de si mismo y en la libre
participación. Es así como sobre la muerte de la sociedad y el Yo se construye
un nuevo modelo, el de Sujeto como actor de su propia historia, así mismo
como actor social. Un actor capaz de integrar pasado, presente y sus
proyectos de futuro creando una experiencia de vida que lo identifica y un
tiempo y espacio personales.
“El Sujeto es el deseo del individuo de ser un actor”. Para ello el individuo
atraviesa por un doble apartamiento, por un lado de la fuerza de los
mercados o los imperios y por el otro de la clausura de las comunidades. La
construcción de la identidad se produce cuando el individuo no soporta estar
dividido con respecto a si mismo o estar sometido a una doble dependencia.
El individuo se afirma como Sujeto en el momento en que es capaz de crear
sentido y cambio, de establecer relaciones sociales y de ser participe de
instituciones políticas.
En un Sujeto se podrá percibir rechazo frente al sometimiento, mayor
conciencia de si, reconocimiento del otro como Sujeto; este reconocimiento
permite a Touraine incluir el planteamiento de acción colectiva como el
mecanismo por el cual los Sujetos encuentran posibilidades de sobrevivir a los
ataques de poderosos adversarios (globalización, mercados, etnias). Es
importante considerar como este proceso de construcción de Sujeto se da en
la modernidad, época de cambio, de crisis, donde desaparecen los sistemas
de orden y los principios de organización, esto permite al Sujeto encontrar en
si mismo su legitimidad, no se legitima en la externalidad, no se pone al
servicio de una ley, es decir la responsabilización se vuelve un asunto
individual, no es dios, ni el estado, ni la familia los responsables de nuevos
desgarramientos.
En esta época, el Sujeto debe afirmar su libertad, reconocer que no es en sí
mismo un principio de orden religioso, político o social; ni está regido por un
código social fundamental de valores y normas. Debe darse cuenta que el
principal objetivo es su propia libertad, por lo tanto lucha para librarse de
coacciones, amenazas, las incitación del mercado, la presión de la sociedad
de consumo, las órdenes de las comunidades y la búsqueda de placer que lo
encierra en sus pasiones. Posterior a la constitución del individuo como
Sujeto y a partir de su experiencia vivida se descubre como actor social con
capacidad de modificar y transformar su medio. Un actor entabla relaciones
con otro actor, ambos hacen los mismos esfuerzos para asociar su
participación a un mundo institucionalizado con sus experiencias personales y
colectivas, buscando condiciones colectivas de libertad personal como la
justicia, es decir, combinan en una experiencia personal,
racionalidad
instrumental e identidad personal y cultural.
Touraine no sólo analiza el paso de individuo a Sujeto y como este a través
de sus vivencias y de acciones colectivas se convierte en actor social, también
analiza el cambio dado en las instituciones.
Hace hincapié en los
movimientos sociales, quienes se orientan cada vez menos a la creación de
una sociedad, de un nuevo orden social; por el contrario proponen la defensa
de la libertad, la seguridad y dignidad personal.
La combinación —
comunicación— entre cultura y economía —mercado— requiere cambios que
implican la reconstrucción de la comunidad, cambios donde la comunidad sea
superada por la cultura y el mercado superados por el trabajo, acciones que
suponen la intervención de una acción colectiva, lograda sólo a partir de la
participación asociativa de diversos actores sociales.
Touraine describe a un Sujeto que tiene la capacidad de combatir contra la
dominación del mercado y el neocomunitarismo — conciencia universalista de
libertad, voluntad de existencia, experiencia y memoria vividas en un trayecto
de vida particular—. Un Sujeto que se niega a reducir la organización social a
la lógica del mercado o a la ciega identidad a la comunidad. El Sujeto no se
construye en la modernidad como en el modelo clásico, asumiendo roles
sociales, “se construye imponiendo a la sociedad instrumentalizada, mercantil
y técnica, principios de organización y límites conforme a su deseo de libertad
y a su voluntad de crear formas de vida social favorables a la afirmación de si
mismo y al reconocimiento del otro como Sujeto”.1 Las relaciones entre
Sujetos se basan en un principio de esfuerzo común por constituirse como
Sujetos, no por la pertenencia a la misma cultura y la misma sociedad. El
autor plantea que sin el reconocimiento del otro, el paso de Sujeto a actor
social no sería posible.
La identidad del Sujeto, plantea el autor, se construye por la
complementariedad de tres fuerzas:
- Deseo personal de defender la unidad de su personalidad, la cual está
desgarrada entre el mundo instrumental y el mundo comunitario.
- La lucha colectiva y personal contra los poderes que transforman la
cultura en comunidad y el trabajo en mercancía.
- El reconocimiento, interpersonal pero también institucional del otro
como Sujeto.
El autor caracteriza el mundo donde el Sujeto sobrevive como un universo en
plena descomposición, en regresión acelerada, desgarrado, constituido por
rupturas, mercados triunfantes, y comunidades agresivas; una sociedad
confusa, sin normas de conducta, fluctuante entre la marginalidad y la
pertinencia, el cambio y la identidad, la ambivalencia y la claridad; sin
embargo ve en el Sujeto el único defensor de la modernidad, capaz de
superar la descomposición social y hacerse responsable de la construcción de
un nuevo modelo de sociedad.
Las características de la modernidad
significaron un paso de los derechos del ciudadano, que hacen referencia al
deber cívico, a la idea de los derechos humanos, que hace hincapié en la
libertad individual.
Al hacer referencia al Sujeto se realiza una crítica al orden, un
desprendimiento de normas sociales, de deseos individuales; esto es posible
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por la posibilidad de hacer uso de la razón contra la tradición, los
conformismos y las influencias. Esta nueva figura de Sujeto, opera bajo un
principio moral de construcción de un orden, que no opera bajo un principio
natural o artificial; el principio es reflexivo y capaz de intervenir en el
conjunto de prácticas sociales. “la ética es vivida como una invocación del
Sujeto a sí mismo”2 de ahí que el campo central de la ética no es la
interacción con los otros sino la relación con nosotros mismos, primando la
felicidad, el placer, la depresión o la tristeza que experimenta.
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