ETICAy PSICOANaLISISJoseLuisValls

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ACERCA DEL PSICOANÁLISIS Y LA ÉTICA
No voy a definir la ética, tampoco la separaré, por lo menos de
manera definitiva, de la moral. El uso hizo que la ética resultara una
reflexión sobre la moral, una reflexión sobre el qué, el porqué, el cómo, el
cuando, el dónde y demás, de esa moral.
El tema esencial de la ética es el bien y el como éste se manifiesta en
las acciones de los hombres. Las problemáticas surgen cuando tenemos
que definir qué es el bien y hacia quien debe estar dirigido. Por ejemplo:
¿Hay una ética universal o la ética es individual y contractual? En las
masas artificiales ¿se impone o se consensúa? ¿Es una expresión de poder
de una élite esclarecida o es la búsqueda de la areté (virtud) de la masa
como tal? ¿La ética está relacionada con el deseo (éticas eudemónicas) o
con el deber (éticas deontológicas)?
Podemos entonces plantear que más que una definición acabada y
definitiva de la ética preferimos esbozar sus dificultades, sus discusiones.
De cualquier manera no entraremos ahora en todas los posibles problemas
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que pueden surgir de los temas éticos, simplemente trataremos de ver qué
nos puede aportar la óptica freudiana puesta en algunos de ellos.
Aristóteles dice que el bien es aquello que todos las cosas apetecen,
lo ubica así del lado del deseo (también en la naturaleza de la cosa, aunque
no nos referiremos ahora a ello) pero cuando debe hablar del hombre
ético, menciona a la virtud (areté) y necesita definirla, entonces termina
ubicándola en una suerte de término medio.
Nos dice el estagirita: Entre el cobarde y el temerario el virtuoso es el
valiente.
Epicuro sigue en la misma línea remarcando más aún lo del deseo y
con él el placer.
Con el desarrollo neoplatónico de Plotino, la aparición del
cristianismo, la patrística y el surgimiento de los filósofos cristianos de la
edad Media, con ellos la aparición del tema del mal a través del concepto
de pecado, que es la ausencia de bien como en Agustín de Hipona, se
comienza a realizar un giro en la ética hacia lo que podemos entender
como el “deber”, éste llega a su máxima expresión en la época Moderna
con Immanuel Kant quien dice que debemos actuar de manera tal que
nuestra acción pueda ser llevada al grado de una máxima ética universal.
Kant por lo tanto postula que la ética es una, interior a uno y universal, y
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simplemente se la debe cumplir. A partir de él el tema de la ética aparece
en casi todos los pensadores de la modernidad. Quizás como resultado no
buscado de ello la ética es separada del resto de las disciplinas, como una
disciplina más dentro de la filosofía (la ética para los estudiosos de la
ética), esto se corresponde en la ideología social con una ética formal, pero
no real.
Por supuesto, se alzan voces contra el tema del “deber” para la ética,
entre ellos Spinoza, quien con su conatus intenta volver al deseo como
centro de lo ético y a la alegría casi como su forma de expresión, Hume,
quien refuta a Descartes y su teoría de las pasiones, las que según éste
deberían ser dominadas por la razón, para Hume a la pasión solo la puede
dominar una pasión contraria.
Podríamos decir que Sigmund Freud es un producto de esta época
moderna, también que su filósofo de cabecera es Kant, aunque existan
influencias notables de Schoppenauer y Nietzche en él, como remarcan
Assoun y el mismo Jones y son aceptadas por él, más allá de su explícito
rechazo por alguna de sus lecturas como una necesidad de diferenciar su
postura. Se ve la influencia kantiana de manera clara en su posición
empirista no ausente de especulación, la que llega a un vuelo alto, sin
separarse sin embargo de la observación del fenómeno. Escribe así su
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teoría de la pulsión y el deseo y lanza a la palestra científica al
inconsciente, en especial el reprimido, que da origen a una nueva
disciplina científica: el psicoanálisis y con él a un método nuevo de
búsqueda de la curación del padecimiento humano. Freud nace en pleno
auge del cientificismo moderno, del positivismo que había surgido con
Comte como reacción al “negativismo” dialéctico de Hegel y tiene a la
filosofía, en términos generales, como zona peligrosa del pensamiento de
la que trata de apartarse para no perder nunca contacto con la cosa
concreta (peligro especulativo que sin embargo confiesa que lo atrae y en
el que cae de tanto en tanto, si bien anunciándolo).
En este lugar se inserta su interpretación de lo que Freud entiende
por “ética”. Está claro que para él conscientemente la ética es el deber, tan
es así que la ética en su primera tópica la hace surgir de las
contrainvestiduras represivas (antes que ello de la indefensión original del
ser humano y la dependencia prolongada de sus padres, de lo que se
desprende que todo lo que éstos digan o hagan en la primera infancia
constituirán el “deber ser” de la ulterior vida adulta) de la represión
primaria de la sexualidad infantil, la que cambia el afecto de la pulsión y el
deseo (lo que era placentero, su satisfacción, a partir de ella se torna
asqueroso, vergonzante o inmoral). Esta represión se instala en el “aparato
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psíquico” de manera definitiva a partir de los cinco a seis años
escindiéndolo (se reprimen entonces los deseos fundamentalmente
antiéticos: el incestuoso y el parricida, que corresponden a esta época de la
vida, luego todos los cercanos o análogos que le sigan, a los primeros se
los llamará edípicos haciendo alusión a la célebre obra de Sófocles quien
puso en letras propias ese mito griego. A esa situación conflictiva y
traumática por la que pasa todo niño en nuestra sociedad occidental se le
dio el nombre de “complejo de Edipo”, nombre con el que casi podríamos
bautizar ahora al siglo veinte), el aparato se divide así en una conciencia
perceptual, un preconsciente con el que se piensa y decide la acción y un
inconsciente reprimido que determina las formas de funcionamiento de las
otras dos partes sin que éstas lo sepan y que además puede a través de sus
retoños simbolizados retornar de lo reprimido generando los diversos
síntomas neuróticos y con ellos las afecciones psíquicas a las que
básicamente dedicó, dedica y dedicará su vida el psicoanálisis. Esta
represión primaria tiene una segunda línea de defensas llamada represión
secundaria (la notoria en la clínica de adultos) que tiene la misión de que
nada llegue ni active a lo reprimido, pues si así fuere será vuelto a
reprimir, con lo que lo reprimido “crece en las sombras”. Entonces es a
ésta represión secundaria y su base previa, la primaria, en apariencia
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sostén de la ética y con ella de la cultura, contra las que apuntan en
especial las baterías freudianas ¿Hay aquí una contradicción en Freud? Si
la represión es el sostén de la cultura ¿Porqué desbaratarla? ¿Freud es
antiético? No faltó quién lo piense, incluso psicoanalistas ¿Un hombre de
una vida, privada y científica, basicamente ética como la de él, buscando
lo antiético en sus pacientes?
Cuando digo que Freud ubica la ética del lado de la contrainvestidura
me refiero a las citas que de manera repetida él hace al respecto. Sin
embargo, como decíamos, su lucha al lado del paciente se dirige a levantar
las represiones, a hacer que su contenido reprimido llegue a la conciencia
y que el paciente las conozca ¿esto es un ataque a la ética entonces?
No. No tiene porqué serlo.
La ética es un juicio sobre la acción humana decidida en libertad y el
levantamiento de la represión no conduce necesariamente a la acción sino
que lo que hace es producir la posibilidad de pensar lo que impedía esa
represión . El pensar, si bien tiene algo de acción, no es la acción, es una
preparación para la acción. Además, como decíamos, un acto para ser
considerado o no ético debe haber sido realizado con la libertad necesaria
para poder elegirlo entre otras opciones. Podríamos decir entonces que en
principio el levantar las represiones (las represiones se ejercen sobre las
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representaciones, las reprimidas son éstas) sirve a los fines de enriquecer
primero el pensamiento del que pasan entonces a ser actores principales
esas representaciones otrora ignotas y ahora presentes. Ese mismo
principio es conducido a su vez por una conducta ética: la búsqueda de la
verdad, de la verdad histórica propia del paciente, rompiendo así con la
hipocresía represiva que cree que lo ético resulta de desconocer lo que está
de todas maneras disfrazado en el síntoma y no que surge de una lucha
interior con algo conocido sobre lo que en todo caso habrá que decidir en
cada ocasión sobre si llevarlo a la acción o no. Por lo tanto el
levantamiento de las represiones propuesto por Freud, más que antiético,
podríamos decir que enriquece las posibilidades de la ética, le da al sujeto
una mayor posibilidad de serlo, de elegir libremente.
Freud va más allá, dice que la socialización de lo pulsional conlleva
un proceso de desexualización (podríamos decir: una castración simbólica
de la representación meta genital) por lo que guarda la energía y las
representaciones del pasado y ahora apunta a un fin no sexual (se refiere a
la amistad, la ternura, el amor fraterno-filial y en especial el amor al
trabajo y la necesidad humana de la autorrealización a través de él, pilares
todos de lo social). Freud llama a este proceso sublimación. La
sublimación no es producto de la represión entonces, hay que levantar la
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represión para que la sublimación sea posible. Menciono de paso lo que he
desarrollado en otros contextos respecto de la sublimación: La posibilidad
de que ésta produzca mayor desmezcla pulsional y consecuente liberación
de pulsión de muerte. En este último caso creo que la acción de la ética
puede ser substancial, como se muestra claramente en la obra teatral
Copenhague. También creo ver en esta obra una excelente demostración
de porqué la ética no debe ir separada de cualquier disciplina científica, los
personajes de esa obra son los principales hacedores del arma más
destructiva creada por el ser humano, que hasta puede acabar con su
civilización, y en algún rincón de su ser se vislumbra la rivalidad por el
conocimiento científico, casi “deportiva”.
Sigo: Se debe dar de baja entonces a las contrainvestiduras. A lo que
se debe retornar es a la investidura colateral del “Proyecto”, aquello que
constituye al yo y con él, nada menos que a la razón. Una condición básica
que tenía esta investidura colateral (investidura de cadenas de
pensamiento) era que por más compleja que se tornara no debía apartarse
de su representación meta original pues en ella residía el deseo pulsional.
A la pulsión entonces, Freud piensa que se la debe satisfacer, claro
que sublimada, culturalizada, domeñada o como se quiera a esto llamarlo.
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Freud dice que lo reprimido no puede sufrir este proceso
sublimatorio precisamente porque está sexualizado y entonces compulsado
a la acción, por lo tanto falto de libertad. Por eso es necesario levantar la
represión que le impide el acceso a la conciencia, y luego someterlo al
proceso de elaboración (de relación con el resto de las huellas mnémicas),
lo que lo va desexualizando, convirtiendo en pensamiento. Una vez
desexualizado, lo otrora reprimido puede ser manejado por la voluntad
consciente (esta descripción como cualquier otra es ideal, no siempre esto
resulta así, pero en fin, podríamos decir que en líneas generales y si se
hace más o menos bien, sí) y recién entonces el sujeto tiene mayores
posibilidades de ser libre (una libertad siempre relativa de todas maneras,
pero digamos que mayor) de la elección de llevar a la acción o no de sus
deseos y ser responsable de lo que de ello resulte. Agrego algo quizás
obvio, la libido desexualizada para poder ser pensada se vuelve a
sexualizar en el momento de la acción, acción que de esta manera consigue
no ser postergada u olvidada, sino elegida, condición esencial para que
pueda ser o no, ética.
Repetimos que cualquier acto humano se lo puede calificar de ético o
no, en la medida en que es producto de una libertad de elección. Para
poder elegir hay que conocer lo que se debe elegir. La pulsión, el deseo, es
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lo que más se necesita conocer, en ellos está el verdadero contenido de lo
que se quiere hacer. El que debe conocer todo esto es aquel que puede
hablar, con ello pensar: El yo, en la razón que éste pueda anidar.
Como en última instancia en la Modernidad toda, pensamos que la
posibilidad ética está entonces en la razón, pero no en la razón tal como la
concebía Descartes, está en un yo capaz de ella, un yo con una razón
ampliada, que incluya al deseo inconsciente, ahora conocido en ella. Un yo
ya no títere de las pulsiones, ni de la ley de la comunidad, ni de la ley del
superyó (más si esta última resulta inconsciente).
Freud negó la razón de la modernidad con su concepto de
inconsciente y el mismo negó esta negación, con ello entró en otro nivel de
ella, con el método que inventó para hacer consciente lo inconsciente: el
psicoanálisis.
Consideramos por tanto que la posibilidad ética del ser humano está
en el yo y que ésta no es fácil ni de una vez para siempre, sino un proceso
dinámico en el que intervendrán las luchas entre las cantidades traumáticas
en pugna, como aquellas de las que Freud habla en “Análisis terminable e
interminable”.
En el proceso analítico surge y se despliega el fenómeno de la
transferencia, en el que se hace actual el complejo incosciente reprimido,
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ahora con la persona del analista. Ahí pueden plantearse inconvenientes
éticos, en especial si el analista no consigue pasar sus propios complejos
reprimidos a pensamiento, uno de ellos puede ser el así llamado “amor de
transferencia”, en el que el análisis corre el peligro de quedar en la
estacada junto a la ética profesional.
¿De qué lado está Freud en la discusión ética entonces? Si lucha
porque el hombre conozca sus deseos reprimidos estamos habilitados para
pensar que dentro de cierta medida, podríamos pensar que cultural, piensa
que la satisfacción pulsional, por lo tanto el deseo, es necesaria y ética en
función de una búsqueda de la felicidad (¿volvemos a Aristóteles?). Esto
no es obstáculo para que se concuerde con el tema del deber, siempre que
este no sea un oscuro emblema para la justificación de la implementación
más o menos organizada del sufrimiento humano, como de hecho lo es en
varias afecciones (neurosis obsesiva, melancolía, masoquismo) en las que
el problema es precisamente una hiperadaptación con banderas éticas, que
“no beneficia ni a la ética ni al sujeto”.
Se trata entonces de que el yo consiga una síntesis entre sus pulsiones
devenidas deseos, sus deberes y sus posibilidades reales, que esta síntesis
conozca de donde proviene y que recién entonces decida la acción.
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Pero esto así sólo no queda, se complejiza más, Freud a medida que
avanza en su observación especulativa le va agregando aditamentos (se
“supera” en el sentido hegeliano, o sea sin dejar de lado lo anterior), su
pensamiento resulta un proceso con resultados, pero en esencia un proceso
en perpetuo movimiento (por lo tanto puede incluir avances y retrocesos,
crecimientos y decrecimientos; cuando así lo son, también se pueden y
deben discutir, intercambiar ideas, no pasarles por encima diciendo que
están superados, primero porque no es así y segundo porque si así lo fuere
deberían ser igualmente incluidos, no perder su riqueza). Los elementos
nuevos son: la explicación de la culpa, que también puede ser
inconsciente; el hecho de que el yo defensivo también lo sea; la inserción
de los diversos grados de angustia en la construcción de la defensa
inconsciente; la aparición de las estructuras psíquicas que funcionan con
sus leyes propias (lo que se quiere, lo que se puede y lo que se debe, o sea
con sus diversas éticas), la pulsión de muerte navegando por sobre todo
esto e inmiscuyéndose en cada uno de los pasos que se cumplan
(¿podríamos decir que es la verdadera y más genuina fuerza antiética?); y
¿porqué no? el desarrollo del tema del narcisismo. Este último en especial
agrega un aporte interesante para el tema del camino hacia la felicidad
correspondiente a las éticas eudemónicas, el tema de la autoestima, al que
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igualmente se lo debe engarzar con el de la culpa o angustia ante el
superyo y demás. En fin, se va llevando el nivel de complejidad ya a
niveles a los que en este corto espacio por lo menos resultan muy difíciles
de esclarecer.
Freud, como buen científico producto de la Modernidad (por más que
la critique, en especial a través de sus conceptos y su objeto de estudio,
más que con sus palabras explícitas) no habló de la ética en sí, no lo
consideró un tema suyo, nunca pasó por su cabeza que el psicoanálisis
pudiera construir hombres más éticos (tampoco por la nuestra, aunque sí
por la de muchos psicoanalistas), es más, hasta podríamos decir que todo
esto lo dejó de lado ex profeso.
No obstante sí estamos convencidos de que el psicoanálisis puede dar
más armas al sujeto para decidir su ética.
Todo esto nos muestra que desde la misma obra freudiana uno puede
sacar algunas conclusiones sobre el tema. El discurso presente se inscribe
como un intento en ese respecto. Pero de la palabra escrita del creador del
psicoanálisis no sale sólo eso, da la letra de un aporte que me parece
esencial para comprender el tema de la ética de una manera mucho más
radical, más profunda: la existencia de lo pulsional inconsciente y su
relación compleja con la ética cultural. Esta contribución la considero más
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que necesaria en una época en la que como la nuestra, la que todavía no
sabemos si es posterior a la modernidad o simplemente un período
decadente de ésta, al ser puestos en duda tan fuertemente la mayoría de los
postulados modernos y perder la guerra fría la alternativa socialista que
había surgido con las banderas éticas de igualdad de oportunidades entre
los hombres (si bien, con Stalin a la cabeza, esa aspiración ética ya
prácticamente había desaparecido), se están produciendo deslizamientos
cada vez más pronunciados. El siglo XX terminó, en él la industrialización
y con ella la tecnología, alcanzaron su máximo despliegue, junto con ello
se acentuaron las contradicciones. Las luchas por el poder fueron cada vez
más sofisticadas y destructivas, se dio a luz la bomba atómica y se la usó
contra ciudades civiles indefensas en aras del progreso y la democracia, los
países industrializados ejercieron su poderío sobre los países pobres,
incluso con invasiones armadas, existieron y existen aún en el mundo
campos de tortura y exterminación de seres humanos, la aparición del
terrorismo y la reaparición de las luchas religiosas y raciales las
presenciamos todas las noches por televisión, en primera fila, casi igual
que un partido de fútbol, hasta con parecido afecto. Al mismo tiempo el
sometimiento de la naturaleza llegó a límites insospechados, casi a la
posibilidad de su destrucción, obviamente dejando de lado el hecho de que
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nosotros somos parte de ella. Vemos impávidos cómo la lucha por el poder
arrasa con todas las posibilidades éticas del hombre. La aparición de la
televisión primero y la informática después produjo un auge de
hiperinformación por un lado y desinformación por otro del hombre
común que de conflictiva llegó a traumática. Un trauma (o un misil)
primero y una Coca Cola después. La vida se hizo más difícil pese a que
todas esas prótesis tenían el objetivo de que fuera más fácil. En nuestro
país se produjo en la última década, entre otras cosas, un proceso de
desindustrialización por el que la desocupación laboral llegó a límites
insospechados, con ella un avance de la miseria, delincuencia y
consecuente inseguridad. Los nuevos business rentables son la droga, el
tráfico de armas, el rapto extorsivo de personas y los “negocios” políticos
que fue en lo que descalabró aquella lucha por el bien común aristotélica,
aquélla política como expresión máxima de la ética. Ante esta caída
pareciera que libre nos preguntamos ¿Es absurdo plantearse el bien común
hoy? ¿O es posible? ¿Debemos seguir aceptando a la política como lucha
por los espacios de poder? ¿Por qué? ¿Eso nos beneficia como masa? Los
países que más consiguieron evolucionar del planeta entre otras cosas
privilegiaron el bien común sobre las ventajas individuales, éstas surgieron
de las oportunidades generadas por aquéllas y no al revés ¿Entonces?
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La realidad nos muestra una degradación permanente de la ética en
casi todos los órdenes. Ha devenido en una palabra cada vez más vacía de
contenido, con ella casi todas las palabras. Así el lenguaje, y con él el
pensamiento, pareciera en poder de la pulsión de muerte, de la cantidad no
cualificada, no subjetivizada. ¡El lenguaje, la subjetividad por excelencia!
El sujeto moral se ha transformado en una ingenuidad, algo perteneciente a
la sexualidad infantil. El ser humano al decir de Heiddegger (por otro lado
rector de la universidad de Heidelberg a pocos kilómetros de Auschwitz,
con oídos sordos para los gritos de la gente que los nazis convertían en
jabón) en especial con su despliegue tecnológico, en lo que más avanza es
en el grado de su alienación, cada vez más alejado de su ser.
Esto es así, es lo que vemos. La mayoría de la población está sin
embargo cada vez más necesitada en todos los sentidos, desde luego
también necesita del psicoanálisis ¿No podemos hacer nada entonces?
¿Sólo tratar de sobrevivir encerrados en nuestro aislamiento individual o
de masa artificial? ¿No podemos hacer nada?
No solo podemos si queremos. Debemos. Debemos recuperar los
ideales aristotélicos y la acción freudiana.
Quizás aquellos postulados modernos actuaban a la manera de la
investidura colateral del “Proyecto” inhibiendo en cierta forma la
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alucinación (esa alucinación que resulta el éxito y el rating, o hasta el
mismo dinero acumulado, ya obtenido a cualquier precio, el verdadero
“poder” de nuestra época) o simplemente lo que sucede es que eran
contrainvestiduras, ideales inalcanzables.
El Malestar en la cultura, fue escrito luego de la primera guerra y
casi anunciando la segunda y todo lo que vino después. Sigue vigente
como desde el primer día.
¿Esto tendrá salida? ¿Podremos recuperar la ética perdida?
¿Podremos profundizar el uso de la razón, del pensamiento, o seguiremos
al servicio de la represión irracional? ¿La lucha ética, en nuestros
consultorios, en nuestro servicio a la comunidad, en nuestro pensamiento,
en nuestra producción científica, podrá ayudar al hombre en su lucha
contra su pulsión autodestructiva, su principio de inercia fundamental? ¿O
seguiremos a su servicio?
No vemos el futuro, sólo lo que podemos hacer en el presente, que no
es poco. Por lo pronto debemos dejar de separar la ética de la ciencia, del
pensamiento. La ética no es una, la debemos pensar todo el tiempo, es un
concepto conflictivo, dinámico, no es tema de los éticos, es tema de todos.
El psicoanálisis freudiano es ético desde sus raíces. Busca la verdad
histórica para que el sujeto pueda decidir su acción independiente de ella.
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Busca levantar la represión para recuperar las representaciones reprimidas
en el inconsciente y poderlas pasar a pensamiento, decidir entonces sobre
su acción. Busca la verdad de sus pulsiones, de su historia, aunque sólo
encuentre algo de ella. Busca ampliar el horizonte del conocimiento del
hombre sobre sí mismo, la historia en las que se formaron sus deseos para
poder de ahí en más, decidir la acción, con ello decidir su ética. El
psicoanálisis no quiere represión en el aparato psíquico, esto no quiere
decir que está contra la ética, sí lo está contra la ética infantil represiva
regida por el principio de placer, que se cobra con el sufrimiento humano.
Busca ampliar el espacio de la razón, decidir el acto ético con ella.
Pretende una palabra con su pleno significado cosa. Se trata de elegir. La
ética, según Kant, surge de una elección libre. Eso buscamos.
JOSÉ LUIS VALLS
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Bibliografía
Aristóteles: Ética Nicomaquea. Ed. Gredos. Buenos Aires
Acerca del alma. Ed. Gredos. Buenos Aires.
Freud, Sigmund. Obras completas. Ed. Amorrortu. Buenos Aires.
Hume, David: Tratado de la naturaleza humana. Ed. Porrúa.
México.
Kant, Emmanuel: Metafísica de las costumbres. Altaya. Buenos
Aires.
Lacan, Jacques: La ética del psicoanálisis. El seminario. Ed.
Paidós. Argentina.
Platón: Apología.. Ed. Gredos. Buenos Aires.
República. Ed. Gredos. Buenos Aires.
Rozitchner, León: La cosa y la cruz. Losada. Argentina.
San Agustín: Confesiones. Altaya. Buenos Aires.
Spinoza, Baruch: ´Etica Ed. Porrúa. México..
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Resumen
El autor prefiere no definir a la ética sino tratar algunas de sus
problemáticas desde el punto de vista psicoanalítico. En especial la de la
discusión entre éticas del deseo y éticas del deber.
Por ejemplo: el clásico “levantar la represión” como directiva de la
técnica psicoanalítica ¿No resulta una contradicción si se hace provenir el
origen de la ética de ella (y del superyó) como en algún momento expresa
Freud? El autor de este trabajo piensa que no, que no hay contradicción,
por el contrario. Lo fundamenta: Freud amplía el espacio del pensamiento
y con ello de la ética, con su descubrimiento del inconsciente, en especial
el reprimido. Genera una nueva ética en la que el sujeto conoce a sus
pulsiones (la historia de ellas con el objeto) y las puede ligar, pensar, hasta
condenar por el juicio, antes de la acción. De eso se trata.
El sujeto, al conocerse, puede elegir más y actuar con mayor libertad
en consecuencia.
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