Lactancia, Maternidad y Género Ondina Vélez Fraga Facultad de Medicina Profesora Universidad CEU San Pablo [email protected] Pablo Gutiérrez Carreras Universidad CEU San Pablo [email protected] Palabras clave: maternidad – empoderamiento – lactancia – género – naturaleza – salud reproductiva De la maternidad y lactancia como servidumbre a la maternidad como empoderamiento Quizá haya quedado en el inconsciente colectivo de una parte de la sociedad la identificación del feminismo como una corriente que rechaza la maternidad o que, al menos, manifiesta una visión muy negativa de la misma. Y desde luego, algunos de los grandes textos feministas, así como multitud de declaraciones y actitudes de sus líderes dieron pie a ello. Hoy la realidad es, sin embargo, más sutil y más compleja. Podemos encontrar importantes declaraciones feministas que, aparentemente, expresan la grandeza de la maternidad; dicho de otro modo, no hace falta encontrar declaraciones negativas de la maternidad en el pensamiento feminista para concluir que la visión de la maternidad que se desprende de ellas sigue siendo, en gran medida, una visión reduccionista y en muchos casos, asocial. Más adelante veremos porqué. Y es que en los últimos años se ha producido un importante cambio en la concepción que el movimiento feminista adopta sobre la maternidad. En el feminismo de la diferencia, esta ha sido conceptualizada como una carga impuesta por la sociedad, específicamente por el varón, y que ha sido una de las grandes causas de la marginación y la opresión de la mujer. A este respecto, es paradigmática la concepción que de la misma tenía Simone de Beauvoir, cuando escribió su célebre obra El segundo sexo (1949). Allí se refiere a la “servidumbre de la maternidad”; la individualidad de la hembra es combatida por el interés de la especie: la mujer le está subordinada. Aunque la mujer, al igual que el hombre, también es su cuerpo, sin embargo “su cuerpo es una cosa ajena a ella”. La lactancia también era considerada por Beauvoir como una servidumbre. El devenir histórico había recluido a la mujer al ámbito de la inmanencia, encarnando el aspecto estático, cerrado sobre sí; solo el varón se ha atribuido a sí mismo el ámbito de la trascendencia. En su opinión, durante el siglo XX la mujer ha ido dominando a la naturaleza, mejor, liberándose de ella y conquistando el control sobre su cuerpo. Según el Castor, como ella misma se denominaba en sus cartas, “asumiendo el papel económico que se le ofrece, conquistará la totalidad de su persona”. Este modo de pensar, que resume o cristaliza décadas de doctrinas feministas anteriores (ya Chesterton en su obra Lo que está mal en el mundo se enfrentaba a ellas) ha sido superado por las feministas de género, las ecofeministas y diversas escritoras y profesoras más. Se ha abierto paso una nueva concepción de la maternidad, han cristalizado conceptos como el de “madres insumisas”, que proclaman y viven su maternidad alejada de vinculaciones institucionales como el matrimonio o la familia1, incluso sin la intervención directa de ningún varón. Cada vez es más frecuente un tipo de madre, soltera, cercana a los cuarenta años de edad donde el varón ha tenido un papel accidental. Esta nueva configuración supera la descalificación de la maternidad como servidumbre y de modo contrario, encuentra en la maternidad un signo del empoderamiento y la autodeterminación de la mujer. La maternidad, como posibilidad específica y exclusiva de la mujer se convierte en una herramienta cuyo uso se cierra y se agota sobre sí misma sobre la mujer. El carácter relacional se pierde. El derecho a la maternidad libremente decidida Este término aparece en el artículo 3 de Ley Orgánica de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo 2/2010 de 3 de marzo 2010, más conocida como Ley Aído o nueva ley del aborto. La maternidad se identifica no como una relación madre –hijo, sino una mera capacidad de la mujer que puede o no buscar un embarazo, interrumpirlo o llevarlo a término. El acento no recae por tanto en la cuestión que el vocablo “maternidad” sugiere de inmediato, es decir, la presencia de una madre y de un hijo o hija. Nos hallamos ante una capacidad de la mujer, una posibilidad, una libertad de opción, pero que se agota en sí misma; se trata de una libertad que se pliega sobre sí misma. Por eso, para el actual feminismo de género tanto dar a luz como interrumpir un embarazo mediante el aborto son manifestaciones “equidistantes”, podríamos decir, de una misma capacidad de opción. El recurso al aborto, expresión máxima de la negación de la maternidad se convierte en una posibilidad del derecho a la maternidad libremente decidida. Es importante destacar que esta ideología cristaliza en un marco en el que la relación de los sexos se postula más desde la lucha que desde la cooperación, por lo que en 1 De nuevo Simona de Beauvoir en su trabajo citado ya aludía a las posibilidades que la inseminación artificial traería consigo permitiendo la procreación sin la intervención del varón, lo que “al parecer es el deseo de un gran número de mujeres”. la maternidad libremente decidida tiene la mujer una herramienta para configurar algo más que su legítimo ámbito propio; a través de ella se posiciona, al margen, en contra, incluso del varón a quien considera sujeto permanente y culpable de su humillación y explotación. Lejos de tratarse de una serie de declaraciones retóricas, estas concepciones se han plasmado largamente en numerosas leyes y predeterminan la actuación de los tribunales en muchos asuntos propios del derecho de familia. La maternidad como rebelión La maternidad así entendida da también un giro a la relación con la naturaleza tal y como la entendía, por citar una de las más importantes expositoras, Simone de Beauvoir. Si bien el feminismo de la diferencia encontraba en la naturaleza la pura biología por la que la especie se imponía a la individualidad de la mujer, ahora la mujer halla en la maternidad y en la lactancia una nueva relación con la tierra, con la Madre nutricia. Esta es una de las tesis principales del ecofeminismo surgido a partir de la década de los 70. Se trata, sin duda, de una verdadera revolución antropológica, por cuanto esta forma de maternidad con los perfiles de la madre y del padre completamente desdibujados es una rebelión de la criatura contra quien “varón y mujer los creó”. Se puede hablar así de una maternidad libremente decidida porque la distinción varón y mujer va perdiendo su significación convirtiéndose en una característica, papel o rol de libre disposición. La naturaleza no es opresora, como se desprendía de los escritos del Castor; ahora simplemente no es vinculante, es disponible, lo que, por otra parte, y aunque parezca una contradicción, no es sino una consecuencia de las doctrinas existencialistas que desarrollaron Sartre y Beauvoir. Por eso, esta rebelión antropológica ha necesitado retomar los relatos del Génesis para encontrar en ellos los textos fundadores de la ideología que ha oprimido a la mujer durante siglos. La creación de Eva desde la costilla de Adán, así como la maldición que pesa sobre la mujer tras la primera desobediencia (Siempre te hará falta un hombre, y él te dominará. Gn, 3-16) son las piedras de toque que han cimentado la desigualdad entre varón y mujer y la posterior opresión de aquel sobre esta. Así se ha considerado que los dos primeros capítulos del Génesis son un “texto matricida fundador” por cuanto mata a las madres placenteras, “parirás con dolor”; desaparecen las diosas en cuyo lugar se asienta un único Dios Padre y las criaturas son creadas en forma adulta. También los textos griegos como las Euménides de Esquilo son considerados parte de esta fundamentación mítica de la inferioridad de la mujer frente al hombre. Lactancia y ecofeminismo El ecofeminismo es una corriente que se desarrolla en los años setenta y supone una evolución del feminismo de la diferencia. La maternidad ya no es una servidumbre si no que queda en un lugar central y necesario para la “reconciliación de la Humanidad con la Naturaleza y la Madre Tierra”. “La revolución calostral es la fusión de la imagen de la Madre con la imagen de la Madre Tierra. La revolución calostral es una etapa obligatoria hacia la armonización del instinto y la Ciencia, entre el cerebro primitivo y el Neocortex. No es utópica, ya ha comenzado. Se trata de una revolución en la medida que implica un retorno a nuestra condición de mamíferos y un nuevo punto de partida.” (Michael Odent). Esta concepción responde a aquella aguda visión de Chesterton que descubría cómo las revoluciones siempre tenían como modelo un pasado. La vuelta a etapas pretéritas del pasado humano es considerada como el ideal ante el modelo consumista y la presión de los intereses que sepultan el verdadero significado de la lactancia. Pero también los movimientos pro-lactancia desarrollados a partir de los años 70, se quieren separar y distinguir de los movimientos previos que apoyaban la lactancia materna, justificándola como un bien del hijo. Esta fundamentación para el ecofeminismo es un tipo de esclavitud impuesta, y para distanciarse de ella, aluden a la lactancia como un reencuentro con el propio cuerpo. En palabras de la socióloga de género Isabel Aler “la lactancia materna es un acto político de insumisión”. “La recuperación del poder creador de las mujeres, de sus obras y de sus criaturas es la llave para iniciarnos de raíz, que no de golpe, en la sanación del conjunto de síntomas y procesos morbosos que padece nuestra civilización”. No cabe negar los aspectos positivos de esta nueva valoración de la lactancia, pero su equiparación con las corrientes pseudoespirituales de la veneración de la Madre Tierra, y su carácter pretendidamente rupturista obligan a un análisis muy cuidadoso de sus presupuestos. La lactancia puede desvirtuar su significado si el aspecto relacional queda enterrado, oculto en un mero significado de autonomía, autoerotismo o mera recreación de la mujer con su cuerpo. El reduccionismo antropológico que subyace en estas corrientes (con su parte de verdad) no sirve como solución a los verdaderos dilemas de las mujeres hoy.