1 EL INICIO DEL ESTUDIO DE LA VIDA PSIQUICA INCONSCIENTE DESDE LA MEDICINA EN EL ROMANTICISMO ALEMAN Luis Montiel Historia de la medicina (UCM) I. Presentación. A finales del siglo veinte no constituye novedad alguna sostener que la psicología y la psiquiatría tienen una deuda con los románticos alemanes, relativa al reconocimiento de la existencia de una vida psíquica inconsciente, así como a la decisión de encarar el estudio de esta parcela de la realidad. Sin embargo, quienes más han hecho por extender este estado de opinión no han sido -salvo muy honrosas excepciones- los historiadores de la psicología o de la psiquiatría, sino los germanistas, quienes, con una devoción extraordinaria, han afrontado el estudio de los textos literarios y científicos de esa compleja época con el fin de explicarse y explicar en detalle las contribuciones de la pléyade de autores que se lanzó a investigar ese nuevo dominio del conocimiento. 1 Hay que reconocer, en todo caso, que lo que acabo de señalar no es en modo alguno extraño: la historia de la ciencia, y más concretamente la historia de la medicina, ha sufrido durante más de un siglo el lastre de las concepciones positivistas, así como la presión inconsciente ¡precisamente!- ejercida por su rol, por otra parte gustosamente asumido, de cantora de la saga heroica de una medicina lanzada hacia el progreso a través de etapas de creciente certidumbre. Mientras la medicina experimental consideró las especulaciones románticas como un retroceso en esta carrera, la historia de la medicina se limitó a descalificar todo cuanto procedía de aquella época. Tan sólo los historiadores médicos alemanes, haciendo recaer sobre ellos, a veces con razón, la sospecha de nacionalismo, intentaron reivindicar algún mérito para esos malfamados antecesores. No es, pues, extraño, que el estudio de las obras médicas de estos autores haya quedado circunscrito a ambientes universitarios alemanes, como una tarea de especialistas. Pero, volviendo a algo que ya he adelantado, habría que preguntarse, entonces, por qué ese pensamiento ha interesado tanto a historiadores de las ideas, o de la literatura, especialmente si -como es el caso- son mayoritariamente franceses, es decir, pertenecientes a un dominio cultural que, en muchos casos, y sobre todo en la primera mitad del presente siglo, se ha afirmado precisamente en lo que le oponía a "lo alemán". Del mismo modo que habría que preguntarse por qué motivo estos estudiosos, ninguno de los cuales es científico ni médico, se lanzaron, desde el ambiente que les era familiar -la literatura, la filosofía- al estudio de complejísimas obras de medicina en muchos casos difíciles de encontrar incluso en bibliotecas. No parece razonable que lo hicieran por un estúpido afán de complicarse la vida. Más bien hay que pensar que lo hacían por encontrar en su trabajo algo como lo que, briosamente, señala Georges Gusdorf en su impresionante estudio -¡de mil quinientas páginas!- sobre Le romantisme (1984-85, 1993): Las enfermedades del alma pueden inscribirse en el organismo bajo una apariencia material y, recíprocamente, las pruebas a que se ve sometido el cuerpo pueden tener corolarios en el espacio mental. No hay nada en esto que nos produzca extrañeza después de las revelaciones de las psicologías profundas y de la psicosomática. Estos descubrimientos, o presuntos descubrimientos, atribuídos a genios de nuestra época, se remontan a las intuiciones románticas, que pusieron en evidencia la importancia decisiva del inconsciente en la realidad humana1. Antes que él, el francosuizo Albert Béguin suscribía la misma opinión y llegaba aún más lejos: Hacer de los románticos simplemente los precursores de nuestra ciencia, los pioneros del freudismo y los "inventores" del inconsciente, sería desconocer el sentido de su angustia y el alcance de su ambición2. Pienso que esto, que sin duda es creencia compartida por Gusdorf, es lo que explica que entre los autores estudiados por Béguin en su clásico estudio El alma romántica y el sueño3 (1939) se cuenten solamente siete artistas "puros" (Moritz, Jean Paul, Novalis, Tieck, Arnim, Brentano y Hoffmann, haciendo la salvedad de que Novalis escribió aforismos sobre ciencia y medicina y Moritz fue editor de una revista sobre psicología); un místico (Hamann); dos "hombres universales" (Herder y Goethe) capaces de escribir de omni re scibili; un físico metido a escritor de reflexiones aforísticas (Lichtenberg) y tres médicos (Schubert, Troxler y Carus). En efecto, lo inconsciente interesa a todos quienes, sea cual sea su método, piensan acerca del hombre en el Romanticismo alemán. Y por ello, como acabo de señalar, su aproximación a esta terra incognita no se realizará solamente del lado de eso que, avant la lettre, podríamos llamar psicoanálisis. Precisamente es esto lo que hace tan atractiva la pesquisa romántica sobre la vida inconsciente de la psique, pues además de preludiar la psicología profunda, muchos de sus mantenedores arrostraron audazmente el estudio fisiológico y médico de ese continente desconocido. De todo esto pretendo ocuparme en las páginas siguientes, no sin antes cumplir una tarea que me parece ineludible: dar cuenta, por más que sumariamente, del suelo historicocultural del que brota esta planta exótica. II. En busca del fundamento inconsciente. No resulta fácil, ni probablemente sea muy realista, encontrar un precursor, un adelantado en la reivindicación de la dignidad científica de los aspectos inconscientes de la vida psíquica. Tan lícito sería nombrar a quien a sí mismo se dio el seudónimo de "pionero" -Novalis- como al gran teórico del romanticismo, August Wilhelm Schlegel, como al menos conocido -aunque indiscutible- Franz von Baader. Pero quien, aunque en parte heredero de sus intuiciones, dio forma más acabada a esta reivindicación y, por otra parte, fue capaz de hacerse oir por más investigadores, convirtiéndose en su auténtico jefe de fila, fue F.W.J. Schelling. No es nada extraño: filósofo, Schelling se plantea, en la última década del setecientos, la necesidad de conocer acabadamente las más recientes teorías médicas para abordar con el máximo rigor el sistema de pensamiento que, a su juicio, necesita su tiempo; uno basado en dos pilares, el idealismo trascendental y la filosofía de la naturaleza, que es la que especialmente debe beneficiarse de esos conocimientos médicos pues la medicina, como ciencia natural del hombre, constituye -como el mismo dirá, "la corona y la flor de las ciencias naturales"4. Inmerso, precisamente, en la construcción de su Naturphilosophie, Schelling publica en 1798 Sobre el alma del mundo. Una hipótesis en Física superior. Sin que éste sea el mejor de sus escritos filosoficonaturales, me interesa traerlo a colación por el tono reivindicativo de su título en el dominio que estudiamos. De momento, el alma vuelve a entrar en escena, y no ya como patrimonio del ser humano, sino como presencia ubicua; y además, con las mayores pretensiones científico-filosóficas, pues su existencia se postula como "una hipótesis de Física superior". En este y en otros escritos, el filósofo reclama, sin llevarla hasta sus últimas consecuencias, la existencia de un fundamento inconsciente de toda actividad desde la afirmación previa de la existencia de un "espíritu" que -y esta es la principal novedad y el dato más importante a considerar- es uno con la materia: "la naturaleza debe ser espíritu visible; el espíritu, naturaleza invisible". En otros lugares he intentado hacer comprensible esta declaración de Schelling5, uniéndome de ese modo a la larga serie de autores que, antes que yo, lo han hecho. De forma sumaria podría explicarse diciendo que lo que Schelling pretende es reconquistar una física entendida como teoría general de la naturaleza, de la physis, al modo de los presocráticos -y, ¿qué era la physiología de éstos sino una excelsa filosofía natural?-, lo que nos permite entender la declaración que aparece en su artículo "Deducción del proceso dinámico", publicado en la Revista de Física especulativa, por él fundada: se puede "gritar a todos los que, en filosofía, se encuentran en la duda: venid a la física y conoced la verdad"6. Para esta "Física especulativa", que no rechaza el conocimiento sensorialmente adquirido, existe, empero, en la naturaleza una razón inmanente que quiere llegar a la consciencia, a través de una de sus criaturas: el hombre. En el espíritu humano se hace presente este conocimiento unificador y superior: "Creemos en una naturaleza exterior a nosotros solamente cuando descubrimos en la multiplicidad de los efectos la simplicidad de los medios”7. En el fondo de esta teoría subyace la creencia en una fuerza maestra, genética: el alma del mundo: "El espíritu concebido como principio de la vida tiene por nombre alma8. Tenga presente el lector algo que se desprende del lenguaje utilizado por el filósofo: "el espíritu concebido como...". No pretende entrar en completa posesión del objeto de su pensamiento a través del lenguaje, sino tan sólo intentar expresarlo aproximadamente, tomando en consideración las propias limitaciones de éste y del intelecto: "concebido como". Lo que actúa antes y por debajo de la consciencia racional sólo puede expresarse por aproximación y comparación. Y, además, puede y debe ser así porque lo que gobierna todo, incluso los procesos intelectuales conscientes y racionales, es algo que, aunque parcialmente racionalizable, no es racional, porque es -como queda dicho- una fuerza, o, como luego dirá Schopenhauer, una voluntad. No es casual que el mismo Schelling se vaya por el sendero de la voluntad al formular la conocida sentencia a la que hace poco me refería: "No pretendemos que la naturaleza concuerde por azar con las leyes de nuestro espíritu (...) sino que (...) realice ella misma las leyes de nuestro espíritu necesaria y originariamente, y que sea naturaleza y tenga por nombre naturaleza solamente en la medida en que lo hace. La naturaleza debe ser el espíritu visible, y el espíritu, la naturaleza invisible"9 . Llamo la atención del lector sobre el verbo que figura al principio de la frase: wollen, traducido aquí por "pretendemos", aunque su sentido más fuerte y literal sería "queremos". Apenas es preciso señalar hasta qué punto esta afirmación de lo volitivo, de lo impulsivo, va a tener futuro en la psicología más reciente, especialmente en el psicoanálisis. Desde el momento en que fueron formuladas, las tesis de Schelling contaron con devotos seguidores y con feroces críticos. En su tiempo, algunos las consideraron intolerables por panteístas, cuando no por simplemente materialistas. Más tarde, e incluso ahora, la objeción fundamental resultó ser la contraria, es decir, la de idealismo espiritualista, a la que dio argumentos de peso la ulterior evolución intelectual del filósofo. En ambos casos las críticas proceden, a mi juicio, de una comprensión unilateral del mensaje schellinguiano; un mensaje que muchos médicos desarrollarán cuando ya el maestro haya tenido que replegarse sobre sí mismo, víctima de las agresiones de sus adversarios. Ni monismo materialista, ni monismo espiritualista, ni el dualismo que defendían sus adversarios teólogos de la católica universidad de Würzburg10; la etiqueta que mejor podría definir la propuesta de Schelling que aceptan plenamente los médicos y naturalistas afines a su Naturphilosophie es la acuñada, una vez más, por Gusdorf: "monismo psicobiológico"11. El cosmos en su totalidad, concebido como un Gesamtorganismus -organismo total o conjunto- consiste en un sólo principio, una sola esencia, que se nos presenta bajo dos aspectos complementarios: psykhé y bíos. Para los médicos este postulado permite resolver un falso problema, el de la supuesta distancia insalvable que separa la materia del espíritu y, con ello, la medicina del cuerpo, concebida como legítimo campo de trabajo de los científicos, de la cura de almas, propiedad exclusiva de los sacerdotes. Borrada esta frontera, el estudio médico de lo "espiritual", o más exactamente, de lo anímico, resulta perfectamente legítimo. A continuación veremos cuáles son las líneas maestras de esta incipiente investigación. Lo primero que llama la atención cuando se estudian los principales escritos psicológicos de los Naturphilosophen es el hecho de que estén concebidos en perspectiva histórica, o más exactamente, empleando la historia como método. Sería erróneo atribuir esta preferencia metodológica a cuestiones de filosofía académica, esgrimiendo, por ejemplo, como modelo la reforma universitaria de Wilhelm von Humboldt, concretada en la nueva Universidad de Berlin, pues ésta no es causa, sino resultado natural del modo de pensar que preside los escritos de los autores de quienes nos ocupamos, con los que el reformador guarda un parentesco innegable12. Si la naturaleza entera, supra y sublunar, es un Gesamtorganismus, lo más razonable es estudiarla considerando el desarrollo paulatino de su existencia hasta el presente. El método históricogenético es, por así decir, el más natural y el que más conocimientos puede suministrar. Nótese, además, que esta historia, que es también cosmología, es -y aún en mayor medida- fisiología, pues lo que pretende comprender es el devenir de un organismo complejísimo. En este sentido, como ya adelanté, la ciencia del hombre vendría a ser el resumen de todas las ciencias, pues tendría que describir el resultado actual -que no final- de un proceso evolutivo que comienza con el origen del cosmos; y, para hacerlo científicamente, no podría prescindir de las etapas anteriores. Henrik Steffens, el médico en quien Schelling parece haber delegado la tarea de culminar su Naturphilosophie, publica en 1822 una Anthropologie concebida en tres niveles: Antropología geólogica, Antropología físiológica y Antropología psicológica13. La historia de la Tierra es, en esta perspectiva, también antropología; y la psicología aparece en este esquema como consecuencia del despliegue de los dos niveles precedentes. Pues bien: esta perspectiva histórico-evolutiva -en un sentido radicalmente nuevo, históriconatural- es la que gobierna los escritos más importantes de los Naturphilosophen dedicados a la psicología. Gotthilf Heinrich Schubert (luego von Schubert) publica una monumental Historia del alma (1830)14 , que será reeditada incluso después de su muerte; Carl Gustav Carus es autor de Psyché. Para una historia evolutiva del alma15. Resultaría tediosa la enumeración de otras obras menos célebres redactadas desde la misma perspectiva; baste decir que la mera lectura de sus títulos sería suficiente para presentar a los Naturphilosophen como antepasados inmediatos de la psicoterapia dinámica, como ha hecho -desde luego que con bastante más seriedad- H. Ellenberger16. A continuación trataré de exponer las líneas maestras de esta psicología romántica. III. Historia del alma, ciencia del alma. A la luz de lo anteriormente dicho, a nadie puede sorprender que la psicología sea, en este momento, preferentemente una tarea de médicos, y que su construcción se aborde con los conocimientos suministrados por la anatomofisiología, la patología, la naciente biología y la historia en su doble dimensión de historia de la naturaleza y de historia de la cultura. Tampoco resultará extraño que la construcción que se alce sobre tan ambiciosos fundamentos parezca en ocasiones -en menos de las que se piensa- excesivamente especulativa. Vaya por delante, para evitar malentendidos, que la "historia del alma" es, especialmente en Schubert, una historia volcada hacia la escatología, que puede poner muy nerviosos a los historiadores ultrapositivistas y a los científicos materialistas; pero también es una "historia natural del alma", basada en una neurobiología, la propia de la época, orientada, desde luego, según la perspectiva que acabo de enunciar. "En el principio...". El científico romántico no sabe qué había en el principio. Al margen del movimiento romántico, Goethe hace preguntarse a su Fausto lo que no se atreve a preguntarse él mismo, lo que se preguntan a su manera, pero con gran radicalidad estos primeros estudiosos médicos del alma: cómo hay que comprender la primera frase del Génesis. Y esta pregunta fáustica traduce todo el anhelo de saber, de un saber comprometido, de un par de generaciones de pensadores. Schubert y Carus no saben si en el principio era el verbo, o la fuerza, o la acción; aunque, en cierto sentido, no necesitan saberlo, pues saben que en el principio estaba ya el espíritu, y saben que el espíritu no excluye, sino que implica la materia. Cierto que dan al primero una especie de prioridad sobre la segunda, pues consideran a la materia como una forma de ser del espíritu; pero es la suya una jerarquía no causal; no se trata de que "aquello" produzca "esto", sino de algo mucho más sutil, que ya había sido enunciado por Heráclito: uno y todo. Y donde hay espíritu y materia, hay alma, Seele, Psykhé. En el principio era el espíritu, o sea la materia, o sea el alma. La historia es, a la vez, historia de la naturaleza material e historia del alma. Más exactamente, la historia de la naturaleza material puede contemplarse como una historia del despliegue del alma -Entwicklungsgeschichte der Seele, según la fórmula de Carus- a través de las distintas formas que adopta la materia en la naturaleza. De este modo, los animales, las plantas, e incluso los minerales tendrían un alma y un cierto tipo de consciencia más o menos larvaria, exhibiendo la naturaleza en su conjunto lo que Gustav Theodor Fechner planteará -en palabras de Gusdorf- como un "panpsiquismo gradual"17. Y, también de este modo, la historia del alma dejará de ser equiparable a la historia de la consciencia, pues el alma, tanto en sus encarnaciones más precoces, como en ciertos niveles de su encarnación humana puestos de relieve por el sueño, la videncia o el delirio, muestra un rostro que, hasta entonces, no había sido reconocido: el de su existencia inconsciente. En este gozoso reconocimiento se pone de relieve, en toda su amplitud, el formidable cambio producido con respecto a la época precedente. Carus se muestra muy lúcido al respecto: hasta entonces, psicólogos y moralistas habían considerado las manifestaciones de la vida inconsciente como emergencias del mal que habían de ser reprimidas por la razón18. A su juicio, esto constituye un formidable error, pues precisamente lo inconsciente, en tanto que originario, guarda una relación más estrecha y profunda con lo natural y detenta, en consecuencia, un saber y una salud superiores a las que puede ostentar, aislada, la consciencia lúcida19. Esto es lo que le lleva a afirmar axiomáticamente: "La clave para el conocimiento de la vida consciente del alma se encuentra en la región del inconsciente"20. Y aún más tajante que él, el físico Ritter afirma: "actuamos siempre por instinto. Las razones son instintos elucidados"21. Cometeríamos, empero, un error -un error, por otra parte, ya clásico en las interpretaciones en uso acerca de la medicina romántica alemana- si entendiéramos estos asertos en la perspectiva del irracionalismo. Nada más lejos de las intenciones de estos autores. La historia misma les muestra que el alma se despliega desde la oscuridad hacia la luz, de la inconsciencia a la razón. No son unos reaccionarios, como tampoco unos "progresistas" al modo ilustrado: son revolucionarios. Ni apóstoles del irracionalismo, ni propagandistas de la razón, sino enunciadores de una tesis nueva, la de que no hay razón sana sin el reconocimiento y la asunción del fundamento irracional del psiquismo. Schubert no teme a ese fundamento inconsciente; para él, como para Carus, no es una figura del demonio, sino -como lo nombra en El simbolismo del sueño (1814)22- "el poeta escondido en nosotros", el que nos permite reconocernos en la naturaleza, identificarnos con ella en el sueño, descubrir los componentes simbólicos de la vida psíquica, volver al mundo de la luz con un aprendizaje renovado del que depende nuestra salud más alta. En el mismo sentido, como ya he señalado, se pronuncia Carus: el inconsciente no puede enfermar, pues es radicalmente sano, al estar radicalmente conforme consigo mismo. Es la consciencia, que individualiza y separa, que amputa al hombre de la comunidad de los seres, la que introduce el conflicto, la enfermedad. Pero, por otra parte, la autoconsciencia es el resultado necesario de la evolución del alma, luego no puede ser mala. Y así volvemos al ideal de la salud superior, propiamente humana, esa que, más tarde, interesó tanto a Nietzsche y que hoy mismo podría formularse en los términos de la hipercomplejidad. A la altura del hombre, la salud ya no puede ser el mero bienestar fisiológico, el puro realizar en orden las funciones en que la vida material consiste, sino el pleno cumplimiento de esa función más compleja -para muchos de estos autores, creyentes, una función sagrada- que consiste en hacer llegar a la naturaleza toda a la autoconsciencia a través de la consciencia humana; o dicho de otro modo, a la reanudación, en el nivel del pensamiento, de la armonía entre hombre y naturaleza perdida con el pecado original, entendido éste como surgimiento "salvaje" de la racionalidad, de la consciencia de sí, que nos arrancó del paraíso. Una de las principales consecuencias de este pensamiento es que desplaza al cerebro, concebido in toto como sede de la autoconsciencia y de la racionalidad, de su posición central en la psicología. Esto no significa que pierda su jerarquía, pues todos los médicos románticos parten, precisamente, del hecho de que su mera existencia, y las funciones que cumple, son el resultado de una evolución natural y necesaria. El cerebro y la razón siguen estando, para entendernos, en la cúspide, pero no, como acabo de señalar, en el centro de la vida psíquica concebida, por así decir, bajo la forma platónicamente perfecta de la circunferencia o de la esfera. La realidad romántica, también en psicología, es multicéntrica e imperfecta. Más exactamente, en la perspectiva de la polaridad, afirmada por Schelling y aceptada por todos los Naturphilosophen, tiene al menos dos centros, y sólo puede representarse simbólicamente mediante la figura de la elipse. El médico Dietrich Georg Kieser, uno de los más brillantes del período y gran estudioso del magnetismo animal, será el máximo defensor de este símbolo de la realidad cósmica, de su dinámica23, que en el dominio de la psicología alcanza su máxima expresión en la obra de Schubert. Este último reconoce la existencia de dos sistemas nerviosos, el central, gobernado "monárquicamente" por el cerebro, y el que denomina "ganglionar" -vegetativo-, que, a su vez, no tiene un centro nodal claramente definido, sino que está compuesto por una red de "ganglios" interconectados que, maravillosamente, reproducen en su disposición anatómica en el interior del tronco -tórax y abdomen- precisamente la forma de la elipse24. Así pues, no hay uno, sino dos sistemas nerviosos, que se ocupan de funciones diferentes, aunque complementarias, y la estructura de cada uno de ellos resulta ser la más adecuada a la función: lo claro, lo distinto, lo individual, corresponde al cerebro; lo inconsciente, lo oscuro, lo que es común con el resto de la vida de la naturaleza, a ese cerebro disperso que es, a juicio de Schubert, el sistema ganglionar. A partir de este momento, para los Naturphilosophen, una psicología basada en el cerebro resulta sencillamente impensable, sobre todo porque esa psykhé cuya historia estudian con tanta devoción, empezó haciendo su morada, en las especies inferiores, en el sistema ganglionar. Aunque nuestros conocimientos anatomofisiológicos nos impidan aceptar tal como fue formulada esta dicotomía, o más exactamente esta estructuración en niveles, lo que hoy, para nosotros, no ofrece duda, es que sólo sobre ese modelo pueden comprenderse científicamente los procesos conscientes y los inconscientes de la psique humana. Y, por otra parte, esta idea es la que dará origen a una actitud nueva en relación con el estudio de la enfermedad mental y en el trato con el propio enfermo. Además, en la obra de Carus, menos místico que Schubert, la correlación psicofísica no se establece solamente a nivel del sistema nervioso, sino que es explícitamente atribuida a todos los fenómenos propios de la vida: "el hecho fisiológico más minúsculo no puede carecer de significado psicológico"25. Todo cuanto acontece en el cuerpo humano es, en alguna medida, psicología; de aquí que la clásica separación entre "fenómenos corporales" y "fenómenos psíquicos" carezca de sentido. Hasta este momento -afirma Carus- se decía estar hablando de la relación entre cuerpo y alma cuando se planteaba la relación entre los pensamientos y la digestión o la circulación de la sangre. Esto constituye un error grosero sostiene-, pues prescinde de la comprensión de que el pensamiento, consciente, y la digestión, inconsciente, son ambos manifestaciones de la vida de un organismo, es decir, no materia y forma -en el sentido aristotélico- sino distintas manifestaciones de la forma en la materia: "esta forma es, en todas partes, cuerpo y alma a la vez, y sólo las variedades de esta forma son las que, a veces, han sido tomadas erróneamente como cuerpo y alma"26. En esta perspectiva la "Psicología" propiamente dicha, en palabras de nuestro autor, es el estudio del modo en que "el inconsciente es activo en nuestra alma en formas diversas"27. Llama la atención el hecho de que compare este proceso a la formación de un cristal -"así como un cristal, de manera inconsciente, alcanza su estructura geométrica según la idea"28-, en primer lugar en tanto que testimonio de la comprensión unitaria de la naturaleza propia del pensamiento romántico, pero también por el hecho de que se trate, exactamente, de la misma metáfora utilizada por Carl Gustav Jung para describir este mismo proceso29. IV. Una emergencia “romántica” en el siglo XX. Esta coincidencia abre una nueva etapa en nuestro estudio, en la medida en que nos incita a preguntarnos por la posibilidad de que existan otras semejantes, e incluso más significativas, entre las ideas de esos médicos de comienzos del XIX y las del médico y psicólogo suizo muerto hace apenas cuarenta años, cuya obra, que no ha dejado de despertar el mayor interés, se caracteriza además por la firme reivindicación del origen médico de la práctica totalidad de sus asertos teóricos. De hecho resulta fácil encontrar gran cantidad de pruebas de la enorme similitud existente entre algunas de las ideas más centrales, y de las imágenes más pregnantes, presentes en las obras de Schubert y Carus, y las del creador de la psicología analítica. No entraré en el análisis pormenorizado de cada una de estas similitudes, aunque señalaré alguna de las más explícitas. La primera de estas coincidencias -que me interesa señalar no a título anecdótico, sino, como queda dicho, tomando en consideración el papel que desempeña en los discursos psicológicos de ambos Carl Gustav, Carus y Jung- es la postulación por el romántico de un "inconsciente absoluto", cósmico e ideal, que se extiende hacia la consciencia bajo la forma de un "inconsciente general" o "común" -allgemein-, el cual constituiría lo que suele llamarse el alma del individuo, ya existente en estado embrionario y, por así decir, con vocación de autoconciencia. A medida que esta vocación se va cumpliendo, esto es, a medida que crece la consciencia de sí, este inconsciente deviene "parcial" o "relativo"-, y es en este nivel donde se producen las sucesivas transiciones entre la consciencia y el inconsciente que caracterizan la vida psíquica perceptible30. Resulta bastante fácil reconocer en esos estratos algo análogo a lo postulado por Jung -un "inconsciente colectivo" del que emerge, a través de fronteras indelineables, el inconsciente personal y, luego, la consciencia-, así como, en la mera posibilidad, empíricamente observada, de que se produzcan transiciones entre la dinámica inconsciente y la consciente susceptibles de ser percibidas, lo que el analista suizo denominará "la función transcendente"31. También, aunque el sentido no sea idéntico en ambos casos, los dos autores se refieren a rasgos "prometeicos" y "epimeteicos" en la dinámica psíquica. Si bien en el caso de Jung la contraposición PrometeoEpimeteo se formula explícitamente en Tipos psicológicos (1921), donde se refiere -dicho de forma muy simple- a dos personalidades contrapuestas, no es menos cierto que, en otros lugares de su obra, Jung reconoce la capacidad a la vez mnémica y predictiva de lo inconsciente, en un sentido en todo afín al que dichos conceptos de raigambre mitológica tienen en la obra de Carus32. Sobre este asunto, precisamente, habré de volver al referirme a la situación actual de la investigación en este campo. En cuanto a la psicología de Schubert hay que decir que muestra una afinidad extrema con el psicoanálisis en general -lo que ya ha sido señalado por algunos autores33- desde el momento en que considera al sueño un lenguaje. Quizá no sea exagerado decir que esa proximidad es aún mayor, concretamente, con la psicología analítica de Jung desde el momento en que ese lenguaje es concebido, además, expresamente como simbólico. Por otra parte, este constituyó, desde muy temprano, uno de los puntos en que las discrepancias entre el fundador del psicoanálisis y su crítico discípulo se hicieron más evidentes. Frente a la creencia de Freud en que el sueño desempeñaba sobre todo un papel compensador respecto de los procesos psíquicos desarrollados en el estado de vigilia -realización onírica de un deseo-, Jung sostuvo, cada vez con más fuerza, su convicción acerca del carácter simbólico del lenguaje del sueño en nombre, precisamente, de la riqueza del inconsciente34. Por otra parte, ¿cómo no encontrar una extraordinaria semejanza entre lo que Schubert sostiene acerca de la naturaleza, entendida como libro escrito en jeroglífico, y lo que Jung encontró en su pesquisa sobre la alquimia? Nada menos que la teoría de la proyección de los contenidos inconscientes sobre la materia, que tan importante papel desempeñaría en la interpretación psicológica realizada por Jung del ars aurifera es lo que aparece, como pura intuición, en el escrito de Schubert: Se ha pensado a menudo -escribe- en una significación espiritual de la naturaleza que nos rodea (...) Es curioso comprobar que ciertos animales, ciertas flores, etc., han tenido, para los pueblos más diversos y en épocas muy diferentes, una sola e idéntica significación que no tiene ninguna relación visible con las propiedades que reconocemos en ellas35. Precisamente este dato empírico está presente, un poco por todas partes, en la obra de Jung y constituye la base de su concepción de una psique objetiva. Otra de las grandes concordancias entre Schubert y Jung se produce en torno al significado central que ambos atribuyen, en el proceso de maduración psíquica, al movimiento interior, íntimo incluso, de "conversión", de transformación espiritual, cuya presencia había ya sido registrada por Jung en los textos gnósticos y en los tratados de alquimia. Para Jung, el "proceso de individuación" -nombre que da a este proceso fundamental del psiquismo humano- se presenta como metanoia, esto es, como transformación vinculada a una vivencia interna de carácter religioso, en alguna medida próxima al arrepentimiento, a la "conversión" -el término empleado por Schubert es Sinnesänderung-, con el Sí mismo al fondo bajo la figura de Cristo36. Esto es lo que, al respecto, escribe Schubert: Este amor superior es también un espejo en el que el alma se contempla cada día y aprende a conocer lo que ha sido y lo que representa sin este amor (...) De hecho, la metamorfosis que se opera bajo la influencia de este amor (...) nos produce extrañeza (...) Este profundo arrepentimiento no puede nunca arraigar en un alma demasiado segura de su propio valor, sino que, por el contrario, supone ante todo la necesidad agudamente sentida de un socorro superior y la conciencia de la propia insuficiencia37. Desde luego en lo que concierne a su autor esta perspectiva es la del corazón: Los hechos y los cambios que actúan sobre nosotros y en nosotros no se graban en nuestra memoria más que en la medida en que nos interesan, es decir, están en relación con el amor, esta tendencia fundamental de nuestro ser38. En las líneas precedentes las resonancias junguianas son máximas. En primer lugar está la idea de la imperfección del mero Yo, que sólo puede superarse mediante su complementación con otro principio. Tal complementación -que en la psicología analítica tiene lugar mediante la unión del Yo viril con su anima, el principio femenino, y del Yo femenino con su animus- tiene y no puede no tener carácter amatorio; el amor entre los sexos sería el necesario epifenómeno de ese movimiento del inconsciente. Pero, además, la metáfora escogida por el romántico -el espejo- es una de las más clásicas, lo que no escapó a Jung, que la postuló como una de las imágenes canónicas del anima. Aquí, en el dominio del inconsciente, es donde desembocan, trabados, el discurso místico y el filosoficonatural: existe un sentimiento de imperfección, que se siente como una reminiscencia de un estado mejor, de un paraíso perdido; el anhelo de eso que falta se vincula a una desposesión del lenguaje: no se sabe nombrar lo que no se posee y por eso resulta inalcanzable, pero oscuramente se atisban en la naturaleza "inferior" -subhumana, no conscientelos signos del lenguaje perdido. Solamente cuando se experimenta esta "noche oscura del alma" es posible comenzar la búsqueda. La conciencia de que se tiene algún tipo de culpa en esa pérdida -esto es, que tiene que ver con el ejercicio de la propia voluntad, así como también la recuperación- se traduce, en el aspecto religioso, en la comparación -que Schubert establece- del movimiento interior de repliegue sobre sí mismo y búsqueda de la renovación con el arrepentimiento, como hemos visto en el texto citado más arriba Llegados a este punto, me interesa especialmente poner de relieve lo que, a mi entender, constituye la parte más importante del legado del médico romántico Gotthilf Heinrich von Schubert. Para el hombre actual, así como para los psicoanalistas más ortodoxos, psicología significa algo que tiene que ver con la propia intimidad. Incluso cuando se habla de "psicología social" apenas se ve algo más que la inevitable intromisión de una superestructura exterior -que, dicho sea de paso, sólo tiene que ver con los otros seres humanos- en el jardín cerrado de cada uno. Esto, que es menos cierto en la psicología de Jung que en ninguna otra -no en vano se le ha acusado de misticismo- no deja, por ello, de constituir una voluntaria, y para muchos necesaria limitación del horizonte de esta ciencia. Para Schubert las cosas son de otra manera: su psicología, y con ella su antropología, no son individualistas, como las del burgués, sino que se muestran radicalmente abiertas a la dimensión cósmica, que incluye naturalmente a los demás seres humanos. No olvidemos que, desde el comienzo de su argumentación, lo más íntimo ha estado contínuamente vinculado a lo exterior, el hombre a la naturaleza, el microcosmos al macrocosmos, y precisamente a través de lo que todos tenemos en común: la estructura de nuestro organismo. La contemplación de la naturaleza a la que le predispone su condición de médico le ha permitido descubrir en él a un huésped ignorado, "el poeta escondido", único capaz de poetizar con los signos lingüísticos no verbales del universo. En este proceso poético -creador- afrontado, en adelante, de consuno por la conciencia y por el inconsciente, se llega a Dios, pero no a un Dios cualquiera: lo que tiene lugar es el nacimiento del Cristo interior, máximo símbolo del sí mismo según Jung- en la cultura cristiana occidental. A vuelapluma diré que si el médico suizo se permite afirmar esto no es sin aportar numerosísimas pruebas, de las cuales la más explícita y concreta, a mi modo de ver, es este texto de San Agustín: Nuestro fin, pues, ha de ser nuestra perfección; pero nuestra perfección es Cristo39. Y este Cristo interior es, a su vez, en el sentir del médico romántico alemán, el Verbo, el Lenguaje: Este verbo, que se concretizó en el pasado en la naturaleza primitiva bajo la forma del amor eterno, se hizo carne. Desde entonces, el Dios hecho hombre cumplió, contrariamente al hombre cuyo primer acto voluntario le precipitó en su estado actual, un acto de sacrificio y de sumisión a la voluntad superior que le condujo hasta la inmolación libremente consentida. Lo que esta Palabra había antaño representado para el hombre bajo la forma de la naturaleza original, volvía a significarlo en tanto que naturaleza humana, a saber, el órgano mediador entre el hombre y Dios, y un lenguaje de amor. Pero la palabra hecha carne había, con este acto, restablecido la relación original del ser humano con el mundo sensible (...) que se encontraba en adelante purificado40. Pero -insisto en ello-, tanto en Jung como en los dos pioneros románticos de la psicología es fundamental el anclaje médico del discurso. Esa diferencia que señalaba con otras psicologías "intimistas" e "individualistas" se basa en la radical convicción de que también lo más íntimo e individual está arraigado en la estructura del organismo. La psicología humana es, para todos ellos, más que biología -algo metabiológico, o transbiológico- pero reposa en y sólo puede ser científica desde la biología. Debo reclamar, para todos ellos, el reconocimiento de una lucidez que a menudo a faltado a "médicos" -especialmente "científicos"- y "psicólogos" a lo largo del presente siglo. La medicina y las ciencias del hombre, separadas, han vivido de espaldas a las propuestas de esos autores que, como señalé al comienzo, se esforzaron, al dictado de Schelling, por colmar el vacío instaurado entre la ciencia y la especulación, la materia y el espíritu, la medicina del cuerpo y la medicina del alma. Pero, para algunos, ha llegado la ocasión de reparar este defecto. V. Materia y espíritu en la nueva filosofía de la naturaleza. Probablemente uno de los autores que ha formulado esta tarea de manera especialmente inequívoca, y en ciero modo preocupante, ha sido Edgard Morin, al anunciar en su Paradigma perdido el fin del humanismo, siendo ese "paradigma perdido" el de la "naturaleza humana"41. Pese a lo acezante del enunciado, ese "fin del humanismo" no abre una temible era de antihumanismo, sino una en la que la consideración de lo humano ya no puede ser la propia de "las Luces". El humanismo cuyo final anuncia Morin reivindicaba, de manera inequívoca, la primacía de la consciencia, aún en el caso de reconocer alguna importancia a lo inconsciente. El pensamiento lúcido y racional sería lo que, por encima de cualesquiera otros rasgos, hacía al hombre humano. Esto, por otra parte, no es absolutamente rechazado por los nuevos enfoques. Lo que va a verse sometido a crítica es la noción de "conciencia voluntaria", y su peso específico en la dinámica de lo humano. Desde las metáforas cibernéticas que tanta influencia están llegando a tener en el discurso biológico, esta noción es contradictoria en sus términos, pues el soporte de la conciencia es la memoria, que está orientada hacia el pasado, de manera que la conciencia "quiere" y "proyecta" como resultado de un proceso que comienza siendo un retroceso (¡Prometeo y Epimeteo!). Lo verdaderamente volitivo y abierto al futuro, afirma algún autor, es el inconsciente, aunque no lo es del modo en que al ser humano le gusta reconocerse: "Eso no debiera asombrarnos porque sólo nos sentimos "volitivos" con una parte de nosotros mismos -la conciencia voluntaria-, mientras que, sin embargo, actuamos con la totalidad de nosotros mismos. Ahora bien, esta totalidad de nosotros mismos parece escapársenos hundiéndose cada vez más en el abismo de lo desconocido a medida que se desvela -cuando se desvela- el inconsciente. Y es que, de hecho, esa totalidad no puede ser conocida -hecha consciente- como fuerza actuante orientada hacia el futuro por la simple razón de que se construye a medida que actúa, de forma imprevisible, determinada entre otras cosas por las agresiones contingentes pero indispensables- del entorno. Dicho de otro modo, la verdadera volición, aquella que es eficaz porque actúa -el pseudo"programa" tal como aparece a posteriori-, la verdadera volición es inconsciente. Las cosas se hacen a través de nosotros. La volición se sitúa en todas nuestras células, más precisamente, en el nivel de sus interacciones con todos sus factores aleatorios del entorno. Ahí es donde se construye el futuro"42. ¿Significa esto una apostasía de la racionalidad, una recaída en lo inhumano -y, por tanto, el nacimiento de un "antihumanismo"?. En modo alguno, pues lo que se sostiene desde esta perspectiva es que la conciencia es menos proyectiva de lo que el humanismo contemporáneo gustaba de reconocer; pero, en tanto que es preponderantemente memoria, es indispensable para una proyección hacia el futuro que ella misma no provoca; en síntesis que me parece particularmente afortunada, el autor del que procede la cita precedente señala que la coexistencia e interacción de ambos niveles es lo que autoriza a hablar de "conciencia voluntaria" y "desvelamiento del inconsciente"43. Se produce, de este modo, una reconquista del inconsciente44 en el dominio y con los métodos de las ciencias más duras, que resulta muy coherente con las últimas hipótesis sobre estructura y funciones cerebrales45. Me parece especialmente interesante parar mientes en esta reconquista, precisamente por lo que significa respecto de cualquier sospecha de mecanicismo reduccionista. A mi entender, en este campo se está produciendo precisamente lo contrario, es decir, un nuevo despliegue en el sentido de la complejidad, que es lo que, a la postre, caracteriza a la filosofía natural del presente. La consecuencia más positiva que puede tener una concepción como esta es la que el autor al que estoy siguiendo de manera más explícita en este punto formula como sigue: el hombre que desaparece no somos nosotros, sólo es, como Foucault ha mostrado, un absoluto imaginario que ha desempeñado un cómodo papel en el desarrollo de los conocimientos en Occidente, en un tiempo, además, en el que el sistema físico por excelencia era el sistema cerrado -e incluso en equilibrio termodinámico-. Este hombre está en trance de ser reemplazado por cosas, es cierto, pero en las que podemos reconocernos porque pueden hablarnos. En vez de un hombre que se cree el origen absoluto del discurso y de la acción sobre las cosas, pero que en realidad está separado de ellas y conduce inevitablemente a un universo esquizofrénico, son las cosas las que hablan y actúan en nosotros (...) Entonces, cuando miremos a nuestro alrededor, podremos sentirnos en casa porque las cosas también nos hablan46. “Las cosas” pueden hablarnos. De un modo diferente al postulado por los médicos románticos, pero por la misma via -el estudio del cuerpo humano- hemos llegado, según parece, a replantearnos la posibilidad de ocluir la grieta que “nos” separaba de “las cosas”, porque éstas se han vuelto locuaces; porque no carecen de sentido por el hecho de ser “cosas”. En el mundo de la patología psíquica, esta nueva locuacidad, que debe hacer reflexionar a los partidarios de dos orientaciones hasta hoy encontradas, bien podría tender un puente entre las psicoterapias dinámicas y la psicofarmacología, no ya desde las ingenuas “buenas intenciones”, sino desde una nueva epistemología que empezó a construirse con la filosofía de la naturaleza del Romanticismo alemán. 1. GUSDORF, G. Le romantisme (2 vol.). Paris, Payot, 1993, vol II, p. 249. 2. BEGUIN, A. "Los románticos alemanes y el inconsciente". en: Creación y destino (2 vols.). Trad. esp., México, FCE, 1987, vol. I, p. 63. 3. Existe una edición española que ha sido objeto de numerosas reimpresiones: BEGUIN, A. El alma romántica y el sueño. Trad. esp., México, FCE, 1954. 4. SCHELLING, F,W.J. "Vorrede". Jahrbücher der Medicin als Wissenschaft, vol I, Cotta, Tübingen, 1806, p. VI. 5. ARQUIOLA, E.; MONTIEL, L. La corona de las ciencias naturales. La medicina en el tránsito del siglo XVIII al XIX. Madrid, CSIC, 1993. MONTIEL, L. “La Philosophie de la Nature et la médecine: le romantisme allemand”. Annales d´histoire et de philosophie du vivant 1998; I: 73-88. 6. Cit. por AYRAULT, R. La genèse du romantisme allemand. Paris, Aubier, 1976, vol IV-2, p. 13. 7. SCHELLING, F.W.J. Ideen zu einer Philosophie der Natur als Einleitung in das Studium dieser Wissenschaft. En. Werke (Hrsg. M. Schröter). Beck, München, 1979, Vol.I, p. 705. 8. Ibid., p. 701. 9. Ibid., p. 705-706. 10. Este asunto ha sido estudiado con gran precisión por GERABEK, W.E. Friedrich Wilhelm Joseph Schelling und die Medizin der Romantik. Frankfurt am Main, Peter Lang, 1995. 11. GUSDORF, G. (1993), vol. II, p. 143 12. Las Lecciones sobre el método de los estudios académicos (1802), de Schelling, fueron uno de los textos más manejados para planificar la orientación de la nueva universidad. Cfr. GUSDORF, G. (1993), vol. II, p. 393n. 13. GUSDORF, G. (1993), vol. II, p. 156. 14. SCHUBERT, G.H. Die Geschichte der Seele. Se publicarán seis ediciones de esta obra, la última de las cuales ha sido objeto de reimpresión relativamente reciente: Hildesheim, Georg Olms, 1961. 15. CARUS, C.G. Psyché. Zur Entwicklungsgeschichte der Seele. Cito a partir de una reimpresión de la 2ª ed (Pforzheim, 1860): Darmstad, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1964. 16. ELLENBERGER, H. El descubrimiento del inconsciente. Historia y evolución de la psiquiatría dinámica. Madrid, Gredos, 1976. 17. GUSDORF, G. (1993), vol. II, p. 159. 18. CARUS, C.G. (1964), p. 17. 19 Ibid., p. 98. 20 Ibid., p. 1 21 RITTER, F. W. Fragmente auf der nachlasse eines jungen Physikers, vol. II, p. 216. (1810). Cit. por GUSDORF, G. (1993), vol. II, p. 145. 22. SCHUBERT, G.H. Die Symbolik des Traumes. Bamberg, C.F. Kunz, 1814. Acaba de aparecer una edición en español con un estudio preliminar del autor de estas páginas: El simbolismo del sueño. Barcelona, MRA, 1999. 23. Este esquema aparece ya en sus Grundzüge der Pathologie und Therapie des Menschen, I, Jena, 1812, y se mantiene en su System der Medicin, Halle, 1817. 24. SCHUBERT, G.H. (1814), p. 101-102. 25. CARUS, C.G. (1964), p. 36. 26. Ibid., p. 35, 27. Ibid., p. 70. 28. Ibid. 29. “la forma [de los arquetipos] puede ser comparable al sistema axial de un cristal, que de alguna manera preforma la configuración del cristal sin poseer él mismo una existencia material”. JUNG, C.G. Die psychologischen Aspekte der Mutterarchetypus. En: Gesammelte Werke, 9/1, Olten und Freiburg, Walter, p. 95. 30. CARUS, C.G. (1964), p. 71. 31. Para obtener mayor información sobre estos conceptos puede consultarse: SHARP. D. Lexicon junguiano. Compendio de términos y conceptos de la psicología de Carl Gustav Jung. Trad. esp., Santiago de Chile, Cuatro Vientos, 1994, y MONTIEL, L. Carl Gustav Jung (18751861). Madrid, Ed. Del Orto, 1997. 32. Para obtener mayor información sobre este asunto puede consultarse: MONTIEL, L. “Materia y espíritu: el inconsciente en la Psicología de Carl Gustav Carus (1779-1868). Dynamis 1997, 17, p. 213-237. 33. SCHOTT, H. “Der versteckte Poet in uns. Zur Sprachtheorie in der naturphilosophischen Seelenlehre von Gotthilf Heinrich von Schubert (1780-1860). Sudhoffs Archiv, 1981, 65, p. 226250. 34. “Sin duda debo rechazar los restantes procedimientos a que Freud somete a los contenidos oníricos, pues dependen demasiado de la idea preconcebida de que los sueños son la expresión de "deseos reprimidos". Si bien existen sueños semejantes, falta tanto para probar que todos los sueños son realización de deseos como para demostrar que todos los pensamientos de la vida psíquica consciente son realización de deseos. No existe razón alguna para suponer que los procesos inconscientes en que se basa el sueño son en su forma y contenido más limitados y unívocos que los procesos conscientes”. JUNG, C.G. “Von Wesen der Träume”. En: Gesammelte Werke, 8, p. 315. 35. SCHUBERT, G.H. (1814), p. 27. 36. El término metanoia aparece en los Hechos de los apóstoles con el significado de “cambio de modo de pensar”, pero, dado el contexto, se traduce al latín como “arrepentimiento”. Cfr. JUNG, C.G. Aion. Beiträge zur Symbolik der Selbst. Gesammelte Werke, 9/II, p. 205. En cuanto al papel de la figura de Cristo como símbolo del sí mismo, cfr. Ibid., así como los escritos de Jung sobre alquimia. 37. SCHUBERT, G.H. (1814), pp. 173-180. 38. Ibid., p. 147. 39. Cit. Por JUNG, C.G. Aion, p. 52. 40. SCHUBERT, G.H. (1814), p. 191. 41. MORIN, E. Le paradigme perdu: la nature humaine. 1973. Existe trad. esp: El paradigma perdido. Ensayo de bioantropología. Barcelona, Kairós, 1994. 42. ATLAN, H. Entre el cristal y el humo. Ensayo sobre la organización de lo vivo. Trad. Esp., Madrid, Debate, 1990, p. 148. 43. Ibid., pp. 149-150. 44. "De este modo, la vida del inconsciente no puede ser reducida a un fenómeno secundario, resultante de la represión y la censura de deseos y pulsiones semiconscientes que serían, por otra parte, los fenómenos primarios. Por el contrario, la volición inconsciente, conjunto de mecanismos por los que todo nuestro organismo reacciona ante las agresiones aleatorias y la novedad -así como a su eventual repetición, por otra parte- es el fenómeno primario que caracteriza nuestra organización a la vez estructural y funcional. Esta volición inconsciente no necesita, con frecuencia, desvelarse, hacerse consciente y transformarse en deseo para poder realizarse. Por el contrario, como veremos, una excesiva visualización en memoria de los procesos auto-organizadores puede bloquearlos". Ibid., p. 151. 45. Cfr. CHANGEUX, J.P. El hombre neuronal. Trad. Esp., Madrid, Espasa Calpe,1985; MORA, F. (1995). "Neurociencia y el problema cerebro-mente". En: MORA, F. (Ed.), pp. 261288. RUBIA, F. “Apuntes para una neuroepistemología”. Anales de la R.A.N.M., CXI ,1994, 643-656 y “El pensamiento dualista”, Anales de la R.A.N.M., CXII, 1995, 321-337. 46. ATLAN, H. (1990), p. 161.