EL 'HEMBRISMO' CAMBIÓ MUCHAS ACTITUDES EN TODO EL MUNDO 1 Por José Font Castro Madrid Foto: AFP El arquetipo original de Adán y Eva personificado por dos modelos en Italia. La liberación femenina, una profunda revolución de la conducta de la mujer le ha permitido espacios no sólo en los campos prácticos, como los laborales, sino además, le reconocieron el derecho a exigir y sentir placer. A pesar de que en España no ha menguado en estos últimos años la llamada violencia de género, o sea el maltrato y asesinato de mujeres por parte de sus parejas, no hay duda de que el machismo, incrustado desde siempre en la historia de este y tantos otros países, viene perdiendo terreno. No tanto en la mentalidad del llamado macho ibérico como en las instituciones y las leyes que lo han prohijado a través de los siglos. Pues, si bien es cierto que la violencia de género viene cobrando el mismo número de víctimas año tras año -a mayo del 2007 eran 26- hay que destacar, por otra parte, los rápidos avances que se están logrando dentro de ese ideal de igualdad que ha nutrido los movimientos de liberación femenina originados en los años sesenta, durante la llamada "década prodigiosa". Si tomamos a España como ejemplo, no es porque el resto del mundo sea muy distinto, sino porque fue este el país de Occidente donde por más tiempo -desde los peores días del celtiberismo medieval hasta casi finales del siglo XX- predominó el machismo como seña de identidad del hombre, y como consecuencia del largo maridaje entre gobierno e Iglesia Católica. Pues fue a partir de las religiones monoteístas y abiertamente machistas -que lo son todas- que la mujer cayó en desgracia. Durante la época del paganismo, por ejemplo, la mujer ocupaba un sitial, al menos mítico, en la consideración de la sociedad; incluso fue exaltada a través de deidades que compartían el poder con los dioses. Sin embargo, el Antiguo Testamento la menosprecia: mientras el hombre es hechura de Dios -"a su imagen y semejanza"- la mujer surge como un apéndice del hombre, de una de sus costillas, y el ideal del Edén se viene abajo por el acoso sexual que ejerce Eva sobre Adán. Uno de los 10 mandamientos prohíbe fornicar, pero su incumplimiento por parte del macho ibérico no es castigado. El islam incluso le permite practicar la poligamia, privilegio que obviamente ninguna religión concede a la mujer, condenada a soportar como 1 Periódico El Tiempo. Bogotá, mayo 26 de 2007. http://www.eltiempo.com/tiempoimpreso/edicionimpresa/lecturas/2007-0526/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3569686.html medida preventiva el cinturón de castidad. Y a las adúlteras el islam las lapidaba, mientras que la Santa Inquisición no llegaba a tanto: apenas si les cortaba las orejas (de ahí el término español de 'putón desorejado'). Para la mujer, el primer escalón para arribar a los altares de la santidad es precisamente mantenerse virgen, una obsesión que dentro de la Iglesia Católica llega al extremo de inventar el realismo mágico para ocultar la concepción de Jesús y poder preservar la pureza virginal de su madre. Desde entonces, la vagina es símbolo del pecado, mientras que el himen se magnifica como escudo de la virtud. Todo lo cual lo ha asumido la sociedad por siglos, a lo largo de los cuales el machismo ha regulado la vida, sin dejar resquicio por donde no se haya dejado sentir su influencia. Bastaría mencionar el folclor español, y concretamente la copla, que ha sido la máxima expresión de la música de este país, y que al estar escritas por hombres casi siempre son elocuentes manifiestos machistas, como sería el caso, para mencionar solo un ejemplo, de esta canción:"Bien pagá / que tú eres la bien pagá/ porque tus besos compré/ y a mí te supiste dar/ por un puñao de parné..." Y no sólo la copla. El bolero también en muchos casos se ha prestado como plataforma de humillación femenina:"Con que te vendes ¿eh? / noticia grata/ no por eso te odio ni te desprecio/ espero a que te pongas más barata/ porque algún día bajarás de precio..." Así fue todo hasta mediados del siglo pasado. A partir de entonces, durante la mencionada "década prodigiosa", las cosas comenzaron a cambiar, a raíz del auge de la educación femenina, de su acceso a la universidad y a los centros de poder; de su independencia, de su toma de conciencia y de la consecuente rebeldía que ella produjo, y que ha servido como caldo de cultivo a la revolución sexual, la única revolución que no dará marcha atrás y la cual ha desatado muchos más nudos en la mente de la mujer que en la del hombre. Al fin y al cabo, era allí, en la mente de la mujer, donde se alojaba la mayoría de los tabúes, pudores y prejuicios que han existido sobre el sexo y que de alguna manera explican su secular actitud pasiva frente al machismo. En ello consiste realmente la liberación de la mujer. Se trata de una profunda revolución de la conducta femenina, de su actitud ante la vida y de su posición frente al macho. En virtud de lo cual ha dejado de sentirse un objeto sexual. Ha ganado la autonomía sobre su sexo, con lo cual se ha borrado el mito de la virginidad comprometida. Ha ganado igualmente el derecho a conquistar. También el derecho a exigir y sentir placer: es decir, el derecho al orgasmo. Y se ha deshecho del miedo ancestral que le producía la imagen de ese monstruo bárbaro y violador, que es como se representó al macho en las pesadillas femeninas. Todo lo cual tiene mucho más sentido como expresión de la auténtica liberación femenina que haber comenzado a descollar en la vida pública en pie de igualad con el varón. Un cambio que también puede apreciarse en canciones populares, en las baladas que empezamos a escuchar, como himnos feministas, en las poderosas voces de las malogradas Rocío Jurado y Rocío Durcal. Sus mensajes no solo son la respuesta a la antigua copla, sino que constituyen todo un destape de esa arrogancia perennemente silenciada, cuyo denominador común es el desenfado para llamar las cosas por su nombre: "Invítame a un café y hazme el amor", "Hacemos el amor como favor...por eso ahora te busco en otros cuerpos", "Que me perdonen los dos, el uno me da ternura y el otro me da placer", "En la cama mando yo", "Lo siento mi amor, (pero) hace tiempos que no siento nada al hacerlo contigo..." Ha sido como la insurgencia del hembrismo, en contraposición al machismo, que ha producido un paradójico cambio en la actitud masculina, cuyo síntoma más evidente ha sido un cierto afeminamiento, si es que la palabra -expresada en su más estricto rigor semántico- se presta para definir la ruptura del varón, no sólo con esa antigua rudeza de que siempre ha hecho gala, sino con los atavismos que, a lo largo de los siglos, lo obligaron a mantener oculta, bajo la incómoda coraza machista, su verdadera naturaleza, narcisista y vanidosa. Así, pues, mientras la mujer de hoy se siente más confortable en pantalones que con falda, su compañero trate de parecerse cada vez más a ella, no sólo en su cabello largo, sino en el cuidado de su físico, en el uso de cosméticos -cuyas ventas mundiales casi que alcanzan a los cosméticos femeninos- y en los adornos de oropel para adornar sus brazos, sus cuellos y hasta sus orejas. Ha sido también como una liberación de una coquetería represada por viejos prejuicios que le ha dado al varón una nueva imagen ante los ojos de la nueva Eva. De seguir así las cosas, de seguir la mujer avanzando en su carrera de supremacía respecto al hombre, ¿podría pensarse en arribar a un nuevo matriarcado? No exageremos. El matriarcado es una figura retórica, a la cual se acude siempre que se quiere poner énfasis en la participación cada vez más decisiva de la mujer en los papeles protagónicos de la historia. Ver liberada a la mujer de los atavismos ancestrales y, al mismo tiempo, verla ascender a la jefatura de ejércitos y de gobiernos, son hechos de nuestro tiempo y síntomas muy elocuentes de los grandes cambios de la sociedad, pero que no encajan dentro de la figura mítica del matriarcado, según la cual el hombre se rinde incondicionalmente, le cede sus derechos a la mujer, y ella -por su parte- no sólo asume esos derechos, sino que despoja al hombre de sus deberes, dejándolo en una situación de sometimiento casi tan humillante como la que exhibían las representantes del hasta entonces llamado sexo débil en los peores momentos del machismo. Desde luego que no, que las cosas no llegarán al extremo de producir un cambio de papeles tan radical, en los que la mujer termine de relevar al hombre de sus responsabilidades y lo relegue a la exclusiva posición de semental (¡de objeto sexual!) y quizás de esclavo de los oficios domésticos... Aunque nada es imposible. Esa es, después de todo, la alternativa no ensayada para resolver los graves problemas del mundo. Qué puede extrañarnos ya, después de haber visto hace unos años cómo una dama (de hierro, pero dama al fin) le ganó la guerra en su propio terreno a un general de 4 estrellas.