Javier Tusell Pacifismo y derechos humanos Lentamente está llegando a España la polémica, que en el resto de Europa occidental ha venido teniendo lugar desde final de 1979, acerca del movimiento pacifista y sus interpretaciones sobre la política internacional y especialmente en lo que respecta a las relaciones entre Oriente y Occidente. Es positivo que se haga presente esta discusión en España, porque lo cierto es que las actitudes españolas son en este punto relativamente diferentes de las de otros países del mundo y especialmente del mundo occidental. En España sigue existiendo, en materia de política internacional, una actitud generalizada según la cual lo positivo sería una política neutralista, como si eso fuera fácil y en política internacional no se jugaran también las libertades políticas internas de las naciones. Se tiende, por consiguiente, a juzgar como idéntico el peligro que puede suponer la Unión Soviética y el de Estados Unidos, tanto para la paz mundial como, lo que es más ilógico todavía, para la libertad de las naciones. El grado de información existente en materias estratégicas y de política militar es prácticamente nulo. El lector habitual de la prensa y de las 'revistas tiene la sensación de que existe un repudio generalizado a considerar las cuestiones estratégicas y Cuenta y Razón, n.° 13 Septiembre-Octubre 1983 mucho más las de armamento. Da la sensación como si no hablar de armas equivaliera a conseguir por sí mismo la paz y como si un planteamiento neutralista pudiera contribuir efectivamente a ella en un plazo corto de tiempo. El planteamiento de las cuestiones estratégicas en España reviste determinadas peculiaridades. España no ha vivido en el marco de un régimen democrático la época de la «guerra fría» y por tanto da la sensación de que siente más como algo lejano el peligro de las potencias totalitarias y la exigencia de defenderse. Esto hace que los movimientos pacifistas, aunque reducidos de momento a grupos de extrema izquierda, realmente puedan tener un campo abonado para su propaganda, al que además favorecen el resto de los grupos políticos por el simple hecho de que conceden a la cuestión una importancia muy secundaria. En el presente número de Cuenta y Razón incluimos en nuestra sección «Publicado en...» un texto de Alun Chalfont que versa sobre la «gran ilusión» del desarme unilateral como instrumento para lograr la paz. Quizá para completar esta visión merezca hacer referencia a una importantísima cuestión como es la cíe la relación entre pacifismo y derechos humanos y libertades. Una buena manera de hacerlo consiste en referirse al libro del historiador inglés E. T. Thompson 1 que acaba de ser traducido al castellano por Editorial Crítica y que viene a constituir, quizá, el ejemplo más característico de lo que en Europa occidental es en el momento actual el pacifismo neutralista. Para ello tendremos en cuenta, de acuerdo con los textos que aparecen en este libro, tanto el origen del movimiento como su crítica a la situación de la política internacional para concluir con la referencia a la cuestión de las libertades. Desde luego, da toda la sensación, a través no sólo de la lectura del libro de Thompson, sino también a través de la simple presencia pública de los pacifistas en los medios de comunicación, de que el pacifismo actualmente existente en Europa no puede ser considerado exclusivamente como una maniobra de los partidos comunistas o de la extrema izquierda. Parece indudable que el pacifismo ha nacido con cierta espontaneidad. El término «cierta» quiere decir que, evidentemente, no procede de una asepsia ideológica absoluta. Como Thompson y como tantos otros, los pacifistas son, además, en su mayoría miembros de la izquierda mar-xista. Lo cual, sin embargo, en esta ocasión, a diferencia de lo que sucedía en los años cuarenta o también en los años sesenta, no quiere decir qué sea un movimiento exclusivamente capitalizado y dominado por el comunismo. Más bien da la sensación de que, en efecto, el pacifismo ha nacido con una voluntad de independencia y con un propósito que puede considerarse, de alguna manera, también contrario, apar1 E. T. Thompson, Opción cero, Barcelona, Crítica, 1983, 251 págs. te de a los intereses de los países occidentales, a los totalitarios o comunistas del Este de Europa. Thompson, po<r ejemplo, indica que sólo será posible verdaderamente el triunfo de los ideales pacifistas si se consigue acabar desde abajo con los sistemas políticos que alimentan la ideología armamentista. Por eso, según él, es necesario acabar con los regímenes que impiden las libertades; sólo las libertades harán posible la paz. El planteamiento así explicado tiene su lógica, pero, como veremos, se convierte en una ingenuidad en el momento de tratar de traducirse en la práctica. Para el pacifismo lo que fundamentalmente está en crisis en la política internacional actual es la tesis de la disuasión recíproca. Durante los años cuarenta a setenta se ha defendido por parte tanto del mundo occidental como del mundo oriental que el único procedimiento para conseguir el mantenimiento de la paz era el mantener unos arsenales de armamentos que disuadieran al enemigo de emprender la aventura de una guerra mundial. La tesis del pacifismo, de Thompson y de todos sus teóricos, es que este principio de disuasión es desde luego inaplicable en el momento actual. En primer lugar, los arsenales atómicos existentes en todo el mundo pueden destruir a la totalidad de la civilización, y lo pueden hacer tantas veces que ese «excedente de muerte» elimina cualquier sentido que pudiera tener la carrera de armamentos. La disuasión, además, según los pacifistas, no ha evitado la guerra. La verdadera causa de que ésta no se haya producido no reside en el armamento de cada una de las dos potencias, sino en otras razones que, desde luego, no se explican muy claramente. La disuasión y el armamento se convierten, por otro lado, en una ideología «exterminista» que no sólo no favorece la paz y la diplomacia, sino que la evita y que además actúa como una especie de droga para los países respectivos. Este es un aspecto verdaderamente clave en la ideología pacifista. La tesis es que las decisiones sobre armamento y sobre estrategia nuclear en todos los países, también en los occidentales, se engendran y debaten tan sólo en un grupo muy reducido de expertos, que ni siquiera tiene en cuenta a las autoridades democráticamente elegidas. Este grupo de interés político militar e industrial tiende a autogenerar las necesidades armamentistas y a perfeccionar hasta el infinito, multiplicando también hasta el infinito los gastos, el armamento nuclear. Sucede que en un determinado momento puede llegar a producirse un enfrenta-miento como consecuencia del predominio que tiene este sector muy minoritario en el seno de la política internacional. A partir,1 precisamente, de este juicio acerca del fracaso de la teoría de la disuasión (recíproca, nace en el pacifismo una propuesta concreta, en la medida en que es eso posible, puesto que en muchas ocasiones realmente lo que existe es simplemente un impreciso deseo de concluir con las posibilidades de guerra mundial y también, por supuesto, con el armamento. La tesis que, en definitiva, defiende Thompson, como ideólogo del movimiento pacifista, es que no se debe partir de la premisa de que los bloques oriental y occidental son y deben ser antagonistas. La tesis de los pacifistas es que en 1983 no existe una potencia expansio-nista como en los años treinta era la Alemania nazi. A uno y a otro lado del telón de acero es posible un entendimiento. Lo es, precisamente, porque en los dos sectores existe un complejo militar-industrial que tiende a tratar de hacer imposibles los honestos deseos sentidos por la inmensa mayoría de los ciudadanos de conseguir la paz uni- versal. Ahora bien, los pueblos y los movimientos pacifistas pueden acabar imponiéndose a esos sectores (reducidos. La forma de hacerlo, concretamente en Europa, consiste en suspender la presión militar que existe sobre los países del Este a través de la desnucleariza-ción total del Continente y de una actitud política de Europa que se base en el neutralismo y en una voluntad de negociación entre las dos superpoten-cias. Ese neutralismo obligará a las dos superpotencias a «conducirse más razonablemente» y a que los movimientos pacifistas se acaben imponiendo a sus élites dirigentes tanto en los regímenes comunistas como en los que no lo son. A la hora de hacer una crítica a estos planteamientos, desde luego lo que evidentemente resulta es el elevado grado de ingenuismo que caracteriza al movimiento pacifista. Es verdaderamente razonable repudiar las armas, los ejércitos y la eventualidad de un enfremamiento. La realidad es, sin embargo, que con ese repudio no se eliminan, en absoluto, los peligros. Llega Thompson a decir que mientras exista un proyectil nuclear existirá un potencial peligro de estallido de una guerra mundial. Pero una afirmación como esa vale igual para cualquier tipo de arma convencional. Sin embargo, lo más significativo y lo más criticable de la posición pacifista no es tanto ese ingenuismo como la carencia de conciencia acerca de lo que significa el totalitarismo de los países comunistas. En este sentido, en el libro de Thompson, quizá su porción más interesante es la que se refiere a la polémica con el disidente checo Racek. Racek es, desde luego, pacifista y es una persona que está involucrada en los derechos del hombre en un país sometido al totalitarismo comunista. La tesis de Racek es que no se puede separar la agresividad en política internacional de la ideología. Un régimen totalitario como el comunista es necesariamente agresivo en lo que respecta al mundo exterior democrático. Su totalitarismo, desde luego, no practica el exterminio físico como en otra época caracterizó a la Alemania nazi y sobre todo a la Rusia es-taliniana. Pero sí que practica el exterminio ideológico con respecto a la disidencia. En los países del mundo occidental existe una opinión pública que es capaz de enfrentarse con los propósitos armamentistas e introducir la crítica a ese grupo pequeño de especialistas en estrategia nuclear que, según Thompson, domina decisiones que pueden afectar a la vida de toda la humanidad. Constituye, según Racek, una absoluta ingenuidad la consideración de que ese peligro totalitario no existe, a pesar de que pueda estar muy extendida en los intelectuales del mundo occidental. La distensión no ha favorecido en absoluto el desarrollo de los derechos humanos. Racek considera, por tanto, que precisamente si Occidente se desarma o si carece de la valentía de defenderse no sólo no aumentarán los derechos humanos en el mundo totalitario comunista, sino que serán aplastados con más facilidad y con más rigor. La verdad es que los argumentos de Thompson frente a los del disidente checo son de una extraordinaria pobreza. Da la sensación de que el pacifismo en general desea sinceramente el triunfo de los movimientos de disidencia en el seno de los regímenes totalitarios comunistas. Sin embargo, no tiene verdaderamente en cuenta la diferencia sustancial entre regímenes políticos del Este y de Occidente. Thompson lleva a cabo una crítica, por otra parte bastante habitual, hacia los regímenes democráticos, de los cuales dice que no son tan libres y desde luego no son tampoco tan pacíficos como piensa el disidente checo. Es más, el totalitaris- mo comunista no representa, para él, un verdadero peligro porque intelec-tualmente tiene ya escasísimo valor y predicamento y porque, en definitiva, el marxismo se ha dividido en el mundo occidental en una pluralidad de tendencias, tan críticas, la mayor parte de ellas, con respecto a la situación de la Unión Soviética, que verdaderamente no representan un verdadero peligro interior para las democracias. Añade además que los países occidentales no están interesados en la liberalización del mundo oriental, sino precisamente todo lo contrario. La destrucción de los derechos humanos de los disidentes les sirve de argumento para potenciar el rearme hasta el infinito del mundo occidental. Es, precisamente, a la hora de tratar de este particular (a la hora de tratar de las características comparadas de los regímenes totalitarios y democráticos) y a la hora de referirse a las perspectivas de cada uno de estos dos tipos de regímenes cuando falla la argumentación principal de los pacifistas. Es lógico que exista un mayor control de quienes toman las decisiones estratégicas fundamentales; es lógico, al margen de los gobiernos, procurar influir en la opinión pública para que la locura de una guerra nuclear sea perfectamente perceptible para los individuos y las masas de todo tipo de naciones. Pero lo que no es lógico es considerar que los regímenes del Occidente democrático y del totalitarismo comunista son idénticos, que ambos son dominados por una minoría que los empuja de forma decidida hacia la autodestruc-ción. Un juicio de tales características acerca del Occidente democrático sólo puede ser comprendido o desde la óptica de una extrema ingenuidad o desde una interpretación marxista radical o por esa voluntad de autoflagelación de las virtudes de un mundo en el que se vive y cuyos beneficios no se aprecian hasta que desaparecen, que siempre ha caracterizado a muchos intelectuales del mundo occidental. En el pasado fue con respecto al totalitarismo fascista y en el presente, después de la segunda guerra mundial, lo ha sido con respecto al totalitarismo comunista. Lo Catedrático de Historia Contemporánea. malo de esa ceguera es que convierte a un movimiento muy 'respetable por sus propósitos teóricos en un instrumentó que, en definitiva, acaba por poner en peligro las libertades de todo el mundo occidental, J. T. *