Experimentos para determinar el papel y las funciones de los lóbulos cerebrales Pierre Flourens (1794-1867), Cuadernos de Psicología 8, UBA, 1962 1.Extraje el lóbulo cerebral derecho de una paloma. El animal perdió la vista inmediatamente en el ojo del lado opuesto al del lóbulo extirpado. Sin embargo, el iris de ese ojo conservaba la facultad de contraerse. Tengo intención de volver sobre este hecho sorprendente más adelante; pero por ahora deberé ceñirme a su mera comprobación. En todo el lado izquierdo de la paloma se manifestó una marcada debilidad. Dicha debilidad del lado opuesto al ocupado por el lóbulo extraído constituye un fenómeno sumamente variable. En efecto, en algunos animales adquiere una forma muy visible, en tanto que en otros se manifiesta ligeramente, y los hay incluso en los cuales resulta apenas perceptible. No obstante, en todos los animales la fuerza no tarda en recobrar su equilibrio y desaparece la desproporción del vigor físico entre ambos lados. En lo que atañe a nuestra paloma en particular veía muy bien con el ojo del mismo lado del lóbulo extraído; podía oír, mantenerse erguida, caminar y volar; su aspecto general era de calma. Deseo hacer notar aquí que algunos animales se muestran sumamente ansiosos después de una mutilación de este tipo. Pero esta ansiedad no dura mucho tiempo. 2. Extraje simultáneamente los dos lóbulos cerebrales de una paloma. A esta extracción sigue de ordinario una profunda debilidad general, porque –como se verá más adelante– no existe una sola parte del sistema nervioso que influya sobre las energías de las otras partes, sino que el grado de esa influencia varía con cada una de las partes. En esta paloma, la debilidad general no fue muy marcada; tanto, que sobrevivió mucho tiempo tras la extirpación de sus lóbulos. Se mantenía erguida; cuando se la arrojaba al aire volaba; cuando se la empujaba, caminaba. El iris de sus ojos conservaba su movilidad pese a que la paloma ya no veía. Tampoco oía ni se movía espontáneamente; actuaba casi siempre en la misma forma en la que lo hace un animal dormido, y cuando se la irritaba durante esta especie de letargo, reaccionaba exactamente como el animal que se despierta del sueño. Cualquiera fuera la posición en la que se la colocara, adquiría un equilibrio perfecto y no cejaba hasta no haberlo alcanzado. Acosté a la paloma sobre su parte dorsal y logró levantarse. Le puse agua en la boca y la trago. Cuando traté de abrirle el pico, se resistió a mis esfuerzos. También presentó resistencia cuando la molesté. Las funciones de alimentación se cumplían regularmente. La menor irritación la agitaba y perturbaba. Cuando la dejaba sola, se mostraba serena, como si estuviera absorta. En ningún caso mostró el menor signo de volición. En suma: imaginemos un animal condenado a dormir eternamente y privado incluso de la facultad de soñar y tendremos una visión exacta de cómo fue acabándose la vida, poco a poco, de la paloma a la cual se le habían extirpado los lóbulos cerebrales. 3. Extraje el lóbulo cerebral derecho de una tercera paloma. Ésta perdió inmediatamente la vista del ojo contralateral. Sin embargo, caminaba, volaba y se movía exactamente igual que antes. La única dificultad experimentada era una ligera debilidad que apareció al principio en el lado izquierdo y que no tardó en desaparecer. Extraje el otro lóbulo. A partir de ese momento, desaparecieron, para no volver, todos los movimientos espontáneos, el animal quedo ciego del los dos ojos, aunque el iris de ambos conservó su movilidad. El estado general de la paloma era calmo, como si durmiese. Se mantenía erguida sin dificultades. Volaba cuando se la arrojaba al aire y si se le mantenían las narinas cerradas por la fuerza, se movía y daba varios pasos sin un objetivo o determinación precisa, y se detenía no bien cesaba la irritación. Cuando la pinchaba, la pellizcaba o la quemaba, se movía, se agitaba y caminaba, pero siempre en torno al mismo lugar y conservado la misma posición. La paloma ya no sabía volar. Cuando se la ponía ante un obstáculo, chocaba contra éste reiteradamente, si ocurrírsele el modo de evitarlo. Y ello pese a que todas la s palomas en condiciones normales o aún a ciegas, son capaces por uno u otro medio de eludir dichos obstáculos. 4. Trabajando como una rana, empecé por extirpar sólo uno de los dos lóbulos cerebrales. La rana comenzó a saltar, a caminar y a agitarse después de la extracción. Veía muy bien con el ojo del mismo lado que el del lóbulo extirpado. Si colocaba un obstáculo inmediatamente delante del ojo ciego, la primera vez chocaba con el objeto al saltar; pero puesta sobre aviso por el golpe, posteriormente recordaba su posición y lograba eludir el obstáculo aún cuando se le hubiera tapado el otro ojo. Le extraje el segundo lóbulo. La rana perdió inmediatamente la vista y la memoria. Así, por ejemplo, chocó veinte veces seguidas con el mismo obstáculo, cosa que ninguna rana hubiera hecho en condiciones normales o con un solo lóbulo extirpado, o aún cuando se le hubieran sacado ambos ojos. Además, una vez privada de sus dos lóbulos cerebrales, la rana no oía ni veía. Tampoco se movía, a menos que la irritasen. Sin embargo, bajo la influencia de la irritación, la rana saltaba y se movía en torno. Cuando se la acostaba sobre su parte dorsal, recobraba su posición ordinaria, recuperaba el equilibrio y volvía otra vez ala inmovilidad. 5. He repetido estos experimentos con frecuencia; aquí sólo he querido publicar aquellos que muestran los resultados más significativos y que mejor ilustran, por lo tanto, los resultados medios. De modo tal que estos experimentos parecen demostrar que los lóbulos cerebrales no son el origen ni de la reacción muscular ni del control de los movimientos, tales como la marcha, el salto, el vuelo o la mera posición erguida; y demuestran, asimismo, que a ellos se debe exclusivamente la volición y la sensación. En lo que atañe a la primera, indudablemente bastará decir que una vez extirpados los lóbulos cerebrales no queda el menor vestigio de volición. En cuanto a la segunda, me gustaría volver sobre algunas afirmaciones precedentes. 6. Si se extrae un lóbulo, el animal pierde la vista del ojo contralateral. Si se extraen ambos lóbulos, pierde la vista de los dos ojos. La contractilidad del iris perdura, sin embargo, pese a la extirpación. Si se irrita la conjuntiva o el nervio óptico o los tubérculos cuadrigéminos, esta contracción se torna convulsiva. Creo conveniente mencionar aquí, en todos sus aspectos, la singular relación que existe entre la pérdida de sensación y la retención, o incluso la exaltación de los movimientos musculares. Para decirlo brevemente, en esta situación hay convulsión del iris junto con pérdida de la visión. Esto sucede porque la visión ni forma parte de la contractilidad del iris ni proviene de la irritación del nervio óptico. Estas contracciones e irritaciones no son más que las inevitables condiciones concomitantes. La visión es causada por las sensaciones provocadas por estas irritaciones o, mejor dicho, es la sensación misma. O bien, el origen de estas sensaciones reside en los lóbulos cerebrales, pero no así el origen de la contractilidad del iris. La ablación de los lóbulos cerebrales puede privar, entonces, de la visión, sin suprimir ni la excitabilidad del nervio óptico ni, en consecuencia, la contractilidad del iris. 7. De este modo, la extinción de la sensación no acarrea necesariamente la parálisis del movimiento. Cada uno de estos fenómenos se da con independencia del otro. La parálisis del movimiento proviene solamente de una alteración de las partes excitables del sistema nervioso. La extinción de la sensación deriva únicamente de la parte del sistema nervioso que es origen y receptáculo de la sensación. Resulta claro, entonces, que estas son partes distintas. El efecto de sus lesiones también será diverso. 8. Cuando se extrae un lóbulo, el animal conserva la memoria; cuando se extirpan ambos lóbulos, la pierde. Cuando falta un lóbulo, oye; cuando faltan los dos, no. El animal, aunque conserve un solo lóbulo, posee volición. Pero no la tiene cuando le faltan los dos lóbulos. La memoria, la visión, la audición, la volición, todas las sensaciones desaparecen con la pérdida de los lóbulos. De modo entonces que los lóbulos cerebrales constituyen el único origen de las sensaciones.