Adolescentes, ni victimas ni verdugos

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Adolescentes. Ni victimas ni verdugos.
La educación que reciben los adolescentes depende de la forma en que las personas
adultas les vemos, de la construcción social e íntima que hacemos de la adolescencia
como concepto y de nuestros jóvenes como realidad. Además la forma en que vemos a
los adolescentes y en consecuencia el trato que les ofrecemos, les influye en su forma de
verse a si mismos, y no menos importante, en la forma de percibir el mundo de los
adultos. Este no es un artículo sobre adolescentes, sino sobre como los adultos nos
relacionamos con ellos/as. Es sobre nosotros/as.
La adolescencia es un proceso evolutivo pero también una realidad social con la que
interactuamos en la vida cotidiana, y es “molesta” pues incumple nuestras reglas; su
forma de vivir las emociones, su capacidad para cuestionar y discutir lo indiscutible, la
inestabilidad anímica y otras tantas cosas, suponen una amenaza para los adultos;
mueven y cuestionan lo que hemos aprendido a no tocar. Esto propicia una postura ante
la adolescencia que les adjudica un papel social en función a lo que nos pasa a
nosotros/as; no es casual entender la adolescencia como problemática e indisciplinada y
relacionarnos con ella desde el control por autoridad. Estamos intentando cubrir
nuestras necesidades. Tenemos una deuda que nos alienta a mirar la adolescencia desde
su realidad y no desde lo que implica a la nuestra.
El proceso psicosocial fundamental en la adolescencia es la construcción de la
identidad, buena parte de lo que hacen es una afirmación de que existen y un ensayo de
formas de ser y estar. Un entrenamiento que se realiza en el escenario que los adultos,
activamente o por negligencia, les ofrecemos. Este tránsito implica una serie de
complejas manifestaciones que, aunque provisionales, requieren un seguimiento y casi
siempre una regulación externa. Sin dejar de ser un proceso sano y natural. Usemos
como ejemplo paralelo los cambios físicos en el embarazo, a veces suceden de forma
amable y otras con serias complicaciones, pero siempre es recomendable un
seguimiento médico para ayudar a que los cambios se desarrollen de la forma más
adecuada. En este caso nos resulta más sencillo tener una visión a medio plazo para
entender como provisional y útil una realidad que puede ser compleja y molesta. Parece
más evidente cómo acompañar a este cambio desde fuera. No dejamos que “las cosas
sucedan solas”, pero tampoco entendemos que lo que acontece sea “patológico” ni
pretendemos que suceda de otra forma. Simplemente hacemos lo necesario.
Los adolescentes necesitan autorrealización y autonomía, para personalizarse y
desarrollar una identidad, también precisan socializar para construir un referente
afectivo y social desde donde relacionarse con ellos mismos y con los demás.
Igualmente demandan consistencia emocional o seguridad, es decir la posibilidad de
proyección de sí mismos en el presente y en un futuro con sentido. La adolescencia
requiere un escenario adecuado donde poder elegir objetivos propios y desarrollar
formas de acceder a ellos, sentir control y capacidad; espacios y formatos de relación
entre iguales, roles sociales y familiares que les den una identidad, que les permitan
brillar y reafirmarse, en el presente y a medio plazo.
Nosotros/as podemos facilitarles las condiciones para que hagan su proceso de la mejor
manera posible, pero para ello tenemos que permitir que ocupen un lugar en nuestra
realidad y, este es el problema, aceptar la adolescencia, no negarla ni juzgarla. Dedicar
el tiempo y el espacio necesarios, aunque nos “moleste” en la gestión y disfrute la vida
que ya teníamos construida, y que ahora ha cambiado. www.psicologojuanmacias.es
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